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Además de las misiones, la otra institución propia de la frontera española fue el presidio. Desde el inicio de la colonización de la Nueva España, en las zonas de amplia presencia indígena, los españoles levantaron fortalezas para albergar a las guarniciones militares y a sus familias. Los presidiales estaban mal pagados y mal abastecidos. Debían proteger los caminos y también las villas, las misiones y los ranchos de amenazas indígenas y extranjeras. Pero muchas veces eran los soldados de los presidios los que hacían “pesquerías” sobre todo en los poblados indígenas, según ellos, para lograr sobrevivir. La corrupción entre los oficiales fue habitual y la Corona lo sabía. Por ello las visitas de oficiales reales se sucedieron y se promulgaron multitud de mejoras, pero los presidios siempre fueron más un problema que una solución en esta lejana frontera del Imperio español que hoy día forma parte de Estados Unidos.
Estos límites septentrionales de la Monarquía Hispánica no fueron nunca territorios eficaces. Controlados por la Corona que apoyaba la actuación de militares y misioneros y que intentaba “civilizar” al indio, fue una frontera con escasos recursos. La Monarquía Hispánica durante los siglos XVII y XVIII tuvo problemas económicos. Las inversiones fueron insuficientes y la mayoría de los indios acabaron siendo hostiles. Fue un ámbito difícil para los colonos particulares que sentían que sus intereses siempre estaban subordinados a los de las misiones y presidios, instituciones, por otro lado incapaces en el siglo XVIII de lograr sus objetivos de contención. Por ello quizás los colonos de origen europeo fueron escasos en estos territorios.
Presencia inglesa, francesa, holandesa y sueca
Muy poco después de que Colón regresase de su primer viaje a las Indias, otros reinos europeos financiaron viajes en busca del deseado camino hacia Asia. En muchos de ellos también fueron marinos italianos los que elaboraron los proyectos y se los ofrecieron a los diferentes monarcas.
Giovanni Caboto y sus hijos viajaron bajo pabellón inglés a finales del siglo XV. Firmaron un contrato con Enrique VII, en 1496, en donde el monarca les concedió la autorización para navegar “a todas partes, tierras y mares del Este, del Oeste y del Norte (…) bajo sus propios gastos y cargas”. Tenían que “averiguar, descubrir y encontrar cualesquiera islas, tierras, regiones o provincias de los paganos infieles (…) desconocidas para todo cristiano”, izar “las banderas y enseñas” inglesas. Zarparon del puerto de Brístol en mayo de 1497 y el día de San Juan arribaron a algún lugar de la costa norteamericana. Probablemente a la costa de la actual Canadá cerca de la desembocadura del San Lorenzo. Al igual que Colón, consideraron que habían alcanzado la costa asiática. Encontraron riqueza pesquera y aparejos indígenas. Los llevaron a Inglaterra a su regreso en agosto de 1497. Giovanni Caboto preparó una segunda expedición, en 1498, divisando la costa oriental de Terranova. Pero un motín de su tripulación le impidió continuar hacia los fríos mares del Norte y le obligó a virar hacia el Sur recorriendo las costas de los actuales Estados Unidos.
También la Francia de Francisco I se comprometió con la empresa atlántica. Todavía el mayor interés radicaba en buscar un paso hacia Asia por el Oeste. Los viajes de Giovanni Verrazano (1524) y de Jacques Cartier (1534) demostraron, tras recorrer la costa entre Terranova y las actuales Carolinas, que el paso no era factible.
Los viajes ingleses y los franceses no dieron fruto de forma inmediata. Pero sirvieron para que los reyes de Francia y de Gran Bretaña reclamasen sus derechos, cien años después, sobre América del Norte. Fue durante el siglo XVII cuando las naciones atlánticas no ibéricas fueron capaces de violentar el monopolio español y portugués en América.
Desde la segunda mitad del siglo XVII, la Monarquía Católica mostró signos de debilidad. La derrota de la Armada Invencible, en 1588, no sólo fue una humillación para el rey Felipe II sino que destruyó gran parte de los efectivos de la Marina española. Las costas de América no podrían ser defendidas como hasta entonces. Además, nuevas naciones se alzaban con fuerza en el contexto europeo enarbolando, a través de la escisión protestante, una fuerte independencia frente a la universalidad católica representada, en el mundo de la política, por la Monarquía Hispánica. Desde comienzos del siglo XVII las plantaciones de otras naciones inundaron los territorios más lejanos y peor protegidos del Imperio español: los actuales Estados Unidos.
Si bien los viajes holandeses por América del Norte fueron más tardíos que los realizados bajo pabellón inglés o francés, la creación de Nueva Holanda fue inmediata. Se fundó cuando las dos potencias protestantes, Inglaterra y Holanda, mantenían una estrecha alianza contra la católica España. La costa, de lo que luego fue Nueva Holanda, fue explorada por el inglés Henry Hudson, contratado por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en 1609, para encontrar el ansiado paso hacia Asia. Poco después, en 1614, los holandeses establecieron en ese territorio factorías iniciando un comercio de pieles con los iroqueses. En 1626, el gobernador de la colonia, Peter Minuit, compraba la isla de Manhattan a los indígenas. El nuevo territorio fue bautizado por los holandeses como Nueva Ámsterdam y fue la capital de Nueva Holanda. Gobernada rígidamente por la Compañía, defendida por una pequeña guarnición, y colonizada, sobre todo, por grandes propietarios de tierras que imponían duras condiciones de trabajo a los campesinos, la colonia durante el periodo holandés nunca atrajo a muchos emigrantes.
La presencia del Reino de Suecia en los actuales Estados Unidos fue efímera pero importante. Las primeras exploraciones del actual estado de Delaware fueron tempranas. Marinos españoles y franceses habían navegado por estas costas. También lo hicieron bajo pabellón holandés Henry Hudson en 1609, Cornelius May, en 1613, y Cornelius Hendricksen, que recorrió la bahía del Delaware y también navegó por el río hasta la actual Filadelfia, en 1614. Además levantó un mapa detallado de toda la región. El marino inglés Samuel Argall divisó estas costas en 1610 y las bautizó en honor del gobernador de la recién fundada Virginia, lord de la Warr, como Delaware. El primer establecimiento fue una pequeña factoría comercial holandesa: Zwaanendael destruida e incendiada por los indígenas en 1632. Poco después, en 1638, Suecia creó una colonia en ese territorio. Dos embarcaciones: la Kalmar Nyckel y la Vogel Grip llevaron a emigrantes suecos que fundaron en las riberas del río Cristina el fuerte Cristina, todo ello en honor de su joven reina: Cristina de Suecia (1632-1654). La colonia de Nueva Suecia sobrevivió con dificultades por los continuos ataques de sus poderosos vecinos y fue conquistada por Nueva Holanda en 1655. Sin embargo los pobladores suecos de Delaware conservaron su lengua y costumbres durante generaciones.
Durante el siglo XVII, Francia también contribuyó a la ruptura del monopolio español en América del Norte. Recordando los viajes de Verrazano y de Cartier, la Francia de Luis XIV reclamó su derecho a fundar colonias en América. Los primeros asentamientos franceses en América se fundaron en el Noreste, en Port Royal, en 1605, situado en la península que los franceses denominaron Acadia y los ingleses Nueva Escocia. Un poco después, en 1608, Samuel de Champlain fundó Quebec –palabra algonquina que significa ‘estrechamiento del río’– comenzando la colonización de Nueva Francia. La exploración y la posterior formación del Imperio francés en América del Norte se realizó en tres fases. De 1603 a 1654 se exploró y se fundaron asentamientos en el valle del río San Lorenzo y sus afluentes. De 1654 a 1673 colonos franceses ocuparon la zona de los Grandes Lagos, en la última etapa, de 1673 a 1684, exploraron y fundaron poblaciones en los márgenes del Misisipi. Así paulatinamente exploradores, misioneros, tratantes de pieles y colonos fueron creando asentamientos. Alrededor de 1720 ya había una línea de fuertes, misiones, pueblos y plantaciones que iba desde Louisbourg, en la isla del cabo Bretón, hasta Nueva Orleáns.
Las Trece Colonias inglesas
De la misma forma que Francia, también la Inglaterra de Isabel I (1558-1603) hizo valer sus derechos sobre el suelo norteamericano recordando los viajes que Giovanni Caboto había realizado bajo pabellón inglés.
Durante gran parte del siglo XVI, Inglaterra se encontraba muy debilitada y dividida por profundos problemas religiosos como para disputar a España su presencia en América. Pero en la década de 1580 la dinastía Tudor había reforzado su poder. Y además la Monarquía Católica, por primera vez, como ya hemos señalado, mostraba signos de debilidad y las costas americanas no podrían ser defendidas con eficacia.
Inglaterra tenía muchas razones para crear “plantaciones” en América. La mayoría de los geógrafos e historiadores del siglo XVII invitaban a la fundación de asentamientos ingleses en América del Norte. Richard Hakluyt el Joven publicó un auténtico panegírico sobre la colonización. En A Particular Discourse Concerning Western Discoveries (1584) defendía que las presumibles plantaciones serían la base para atacar al Imperio español. También permitirían a Inglaterra obtener directamente productos coloniales así como disponer de un nuevo mercado para sus exportaciones y, sobre todo, proporcionarían vivienda y tierras para el exceso de población del país. Esa percepción de una Inglaterra densamente poblada la compartían todos los escritores isabelinos. Y por ello consideraban imprescindible no tanto crear puestos comerciales como fundar asentamientos estables –plantaciones– que obligasen al traslado de los “plantadores” desde Inglaterra a América. También sir Humphrey Gilbert en A Discourse of a Discovery for a New Passage to Cataia (1576), enumeraba las ventajas para Inglaterra de los asentamientos ultramarinos. Además de argumentos similares a los de Hakluyt, enarbolaba uno nuevo: América se convertiría en un excelente refugio para los disidentes religiosos. Si bien estas razones defendidas por los escritores ingleses del siglo XVI eran apoyadas por la Corona y por la Iglesia oficial anglicana, no fueron estas instituciones las que dirigieron la colonización. Fueron las emergentes clases comerciales británicas, integradas en gran parte por reformadores puritanos de la Iglesia de Inglaterra, los que organizaron y protagonizaron la empresa de fundar asentamientos ingleses en América.
Una de las actividades más lucrativas de la Inglaterra de finales del siglo XVI consistía en la exportación de lana a los Países Bajos. El colapso sufrido por el mercado de valores de Amberes fue un revés para este comercio tradicional. El nuevo grupo social de comerciantes, artesanos y armadores británicos se aventuró a la búsqueda de nuevas rutas comerciales. Así se crearon nuevas compañías comerciales para explorar y asentarse en territorios lejanos. La Compañía de Moscovia se fundó en 1555, la de Levante, en 1581, y la Compañía de Berbería, en 1585. Además, muchos de estos comerciantes surgidos en las ciudades inglesas simpatizaron con la revisión del anglicanismo realizada desde el puritanismo. Los puritanos no sólo querían purificar la Iglesia de Inglaterra restringiendo el poder del clero anglicano y suprimiendo ritos y ceremonias que la acercaban peligrosamente al denostado catolicismo. El puritanismo trascendía esos márgenes. Implicaba la defensa de una forma de vida sencilla y equilibrada que, de alguna manera, los puritanos identificaban con la que presumiblemente llevaron los primeros cristianos. Los puritanos defendían el alejamiento de los excesos de las corruptas cortes monárquicas y también de la sofisticada sociedad inglesa. Eran críticos con los rituales, ceremonias y adornos de la Iglesia católica y de la anglicana. Primaba en ellos una idea de retorno, de vuelta a la vida sencilla, equilibrada y primitiva, de desandar algunas rutas emprendidas por la cultura dominante en la vieja Europa.
Desde finales del siglo XVI, la Corona inglesa reclamó su autoridad sobre los territorios americanos recorridos por marinos bajo pabellón inglés a finales del siglo XV. Los monarcas podían o bien dejar el territorio como un Dominio Real o bien ceder algunas partes, mediante una Carta Real o una patente, a particulares o a compañías comerciales para su explotación. Pero era la Corona la que mantenía la soberanía y a la que había que acudir para lograr el dominio y la facultad de gobierno para fundar plantaciones. Según la Corona mantuviese su control directo o se lo cediese por patente, a particulares, o por Carta Real a compañías, las nuevas “provincias” norteamericanas serían de Dominio Real, de Propietario, o de Compañía.
Cuando un grupo de personas, normalmente comerciantes, decidían constituirse en Compañía debían conseguir una Carta Real que nombraba a la organización y que les otorgaba sus estatutos de funcionamiento. Además, le garantizaba un área concreta de suelo americano y les confería ciertos poderes: trasladar emigrantes, gobernar las plantaciones, organizar el comercio, disponer de la tierra y de otros recursos. A cambio la Compañía debía someterse a las leyes y tradiciones inglesas. Cuando eran propietarios particulares los que colonizaban, éstos obtenían sus derechos a través de una patente que señalaba si sería uno o varios los propietarios y también se definía el territorio otorgado. De la misma forma que las Compañías, los propietarios adquirían, a través de la patente, la facultad de organizar la colonización y la forma de gobierno de la plantación siempre y cuando reconocieran la soberanía de la Corona y se sometieran a las leyes y tradiciones inglesas.
En 1578, la reina Isabel otorgó a uno de sus favoritos, sir Humphrey Gilbert, una patente autorizándole a fundar colonias en América. Pero estas primeras empresas isabelinas, otorgando permisos a particulares, fracasaron. Sólo cuando, durante los reinados de Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia y de Carlos I, la fundación de plantaciones fue llevada a cabo por compañías comerciales, integradas por capital privado procedente de distintos inversores, pero constituidas en una única persona jurídica, éstas empresas sobrevivieron.
En 1578 y en 1583 sir Humphrey Gilbert, tras conseguir su patente de la reina, dirigió expediciones a Terranova, proclamando allí su soberanía y ejerció su autoridad sobre un pequeño grupo de pescadores que poblaban esas tierras. Desde allí, se dirigió hacia el sur intentando encontrar un lugar confortable para iniciar su empresa colonial. No logró su objetivo al naufragar su embarcación en su segunda tentativa. A Gilbert le sustituyó en la empresa colonizadora su hermanastro sir Walter Raleigh, tras renovar la patente. Después de explorar las costas frente a Carolina del Norte consideró que la isla Roanoke era el mejor lugar para fundar una plantación. En 1585 envió allí una expedición colonizadora que regresó por la falta de alimentos y por las dificultades con los indígenas. Raleigh, sin desfallecer, envió en 1587 otro grupo de unos 116 colonizadores bajo el mando de John White. El capitán tuvo que volver a Inglaterra para buscar provisiones y garantizar el futuro de la colonia. Cuando regresó a Roanoke en 1590 –más tarde de lo previsto debido a la presencia en las costas inglesas de la Armada Invencible– no existía en la colonia ni rastro de los plantadores. Esta primera experiencia fracasada conocida históricamente como la “colonia perdida” no hizo desistir a los ingleses.
Tras estas primeras tentativas la Corona británica, como hemos señalado, cambió de estrategia. Serían las compañías comerciales las que tendrían permiso para colonizar. Eran mucho más solventes y resistirían mejor a lo que se presentaba ya como una empresa difícil. Así en 1606 Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra otorgó a una compañía londinense, la Compañía de Virginia, la posibilidad de colonizar el área de la bahía de Chesapeake, al norte de los territorios floridanos y que ya entonces se conocía como Virginia. En el mes de diciembre la Compañía fletó tres barcos y envió un grueso de 105 plantadores, mujeres y niños incluidos. Dirigidos por el experto capitán Christopher Newport los colonos arribaron, el 13 de mayo de 1607, a lo que denominaron Jamestown en honor al rey de Escocia y de Inglaterra.
Los primeros años de la colonia de Virginia fueron muy difíciles. La colonia estaba situada sobre un terreno pantanoso por lo que los pobladores estuvieron acosados por enfermedades. Además, los plantadores conocían mal las características de la tierra y de los cultivos americanos y los productos ingleses no servían para esas latitudes. Tampoco las relaciones con los indígenas fueron sencillas. El hambre y las penurias causaron continuos enfrentamientos entre los colonos. El primer año sólo sobrevivieron sesenta plantadores. La plantación estaba a punto de ser abandonada cuando la Compañía de Virginia envió un refuerzo de colonos y también de provisiones. Para motivar la emigración, la compañía estableció un plan de alicientes. Se implantó un sistema por el cual cualquiera que afrontase el gasto de trasladar a la plantación a un familiar o conocido recibía cincuenta acres de terreno. La compañía también trasladó a otra clase de emigrantes. Doscientos niños vagabundos londinenses fueron recogidos y transformados en trabajadores de las plantaciones y también fueron trasladadas de forma forzosa “doncellas jóvenes, agraciadas y con buena educación a Virginia deseosas de contraer matrimonio con los más honestos y esforzados plantadores que estén dispuestos a abonar el importe de sus pasajes”. La mayoría eran prostitutas amonestadas en las calles de las ciudades inglesas. Pero no fueron las medidas demográficas sino las económicas las que garantizaron el futuro de la colonia. El encontrar un producto óptimo para el suelo virginiano fue una garantía de éxito. El tabaco pronto creció en los campos de Virginia garantizando el futuro de la colonia. También fue importante la configuración de una estructura política eficaz. La primera asamblea de plantadores de la colonia de Virginia se celebró, en la Iglesia anglicana de Jamestown, el 30 de julio de 1619. Y allí se eligió al primer Gobierno representativo de Virginia.
Pero la colonia no cumplía los objetivos mercantiles de la compañía londinense. Ese conjunto de paupérrimas viviendas y de cultivos difíciles no eran rentables. En 1624 la Compañía de Virginia se disolvió y los territorios se transformaron en una colonia real, es decir en una colonia que dependería política y económicamente directamente de la voluntad del rey de Inglaterra y Escocia.
Al norte del río Potomac el rey Carlos I (1625-1648) concedió a Cecilius Calavert, primer lord Baltimore, una enorme extensión de tierra. La intención de lord Baltimore fue convertir su territorio en un refugio para sus correligionarios católicos que estaban siendo perseguidos en Inglaterra. Por eso el nombre elegido para su propiedad americana fue Maryland. Fue su hijo y heredero, el segundo lord Baltimore, quién impulsó la colonización y a él le interesaba no sólo que la nueva colonia fuera un refugio para católicos sino también que fuera una empresa económicamente próspera. En 1633 dos embarcaciones, el Ark y el Dove, llegaron con 140 pasajeros a la nueva colonia. Aunque efectivamente los dirigentes de la expedición eran católicos, el resto era protestante para lograr una mayor rentabilidad económica. Desde muy pronto surgieron problemas entre las dos comunidades y por ello tras largas negociaciones se promulgó el Acta de Tolerancia de Maryland, en 1649, que permitía la libertad religiosa pero sólo para los cristianos trinitarios. Fueron excluidos los cristianos unitarios, los judíos, los deístas y los agnósticos. La colonia políticamente se organizó con una asamblea en donde estaban representados los colonos. Pero a diferencia de Virginia, Maryland fue una colonia de “propietario” hasta la independencia de las colonias inglesas.
Mucho más al norte surgió otro núcleo colonizador inglés. Desde 1616, la costa nordeste de los actuales Estados Unidos era conocida por los ingleses como la Nueva Inglaterra. Fue en el libro del capitán John Smith, A Description of New England (1616) en donde el término apareció por primera vez. En 1620 se creó en Londres la Compañía de Nueva Inglaterra, estructurada de la misma forma que la Compañía de Virginia. Pronto consiguió del rey Jacobo I el monopolio sobre la tierra, el comercio, y la pesca, entre los 40 y los 48 grados de latitud norte en la costa atlántica norteamericana. Pero antes de que concluyeran los trámites legales entre el Compañía y el monarca, un pequeño grupo de colonos arribó en el Mayflower a estas costas de Nueva Inglaterra. Los pioneros formaban parte de un grupo de puritanos radicales, llamados también separatistas, que defendían la separación de la Iglesia de Inglaterra y no sólo su “purificación” como el resto de los puritanos. Originarios de Scrooby, en Nottinghamshire, habían huido a la calvinista Holanda, en 1609, para evitar críticas y persecuciones. El exilio les demostró que era difícil, en una sociedad “con historia”, establecer un modelo de vida similar al que, según ellos, tuvieron los primitivos cristianos. La sencillez, el equilibrio, la tranquilidad y el silencio eran virtudes defendidas por los separatistas y alejadas de todos los rincones de la vieja Europa. América para ellos podría ser el Jardín del Edén. El lugar en donde comenzar una vida en donde su fe religiosa se fundiría con una nueva y santa sociedad civil. Los “peregrinos”, como fueron bautizados por sus descendientes, buscaron financiación para su utópico proyecto en Inglaterra. Un grupo de comerciantes ingleses subvencionó la empresa del Mayflower y logró permiso para desembarcar cerca de Virginia. Sin embargo atracaron mucho más al norte, en el puerto natural que bautizaron como Plymouth, en cabo Cod. Buscando una legalidad a esta situación difícil –no habían atracado en Virginia sino en Nueva Inglaterra– redactaron y firmaron el Pacto del Mayflower. En este texto claramente puritano los firmantes –todos varones y adultos– se comprometían “en presencia de Dios y de todos nosotros a pactar y a constituirnos en un cuerpo civil y político para logar nuestro mejor gobierno…”. Además todos prometieron sumisión y obediencia a las “leyes justas y equitativas” que los futuros representantes promulgasen.
La actividad económica de esta pequeña colonia fue la agricultura. Aprendieron, según la tradición, del indio Squanto a cultivar el maíz americano y supieron adaptar al nuevo clima el cultivo del trigo y otros productos europeos. La primera cosecha de maíz la celebraron juntos, colonos e indígenas, iniciándose así la celebración en las colonias inglesas del Día de Acción de Gracias. Además también comerciaron con pieles y madera e iniciaron una prolífica actividad pesquera. Muy pronto los colonos abrieron negociaciones con el Consejo de Nueva Inglaterra para solucionar los problemas causados por haber fundado la plantación de Plymouth dentro de sus territorios y no en Virginia. En 1621 lograron que el Consejo aceptase la nueva plantación. En 1627 los colonos lograron saldar las deudas con los comerciantes londinenses que les habían respaldado y en 1629 compraron a la Compañía de Nueva Inglaterra los títulos de los territorios que ocupaban. Conocemos muy bien la historia de la colonia por la obra de su segundo gobernador, William Bradford, titulada History of Plymouth Plantation, escrita entre 1630 y 1651, que narra con sobriedad puritana las dificultades de los peregrinos.
Mucho más numerosa e importante fue la gran emigración puritana no separatista iniciada hacia la bahía de Massachusetts en 1630. Desde la fundación de Plymouth existían en esta bahía, que había tomado su nombre de los indios massachusetts, grupo de lengua algonquina, pequeñas aldeas habitadas por pescadores y comerciantes de pieles de origen europeo. En 1626 Robert Conant fundó un pueblo pesquero llamado Naumkeag, actual Salem, que fue el núcleo en donde se asentó una comunidad puritana. John White, pastor anglicano de Dochester y estricto puritano, consideró que este núcleo podía ser el germen de una colonia constituida por puritanos descontentos con la forma de vida inglesa. Tras negociar con la Compañía de Nueva Inglaterra obtuvieron los derechos sobre los territorios de la bahía. En 1629 fueron más lejos y constituyeron la Compañía de la Bahía de Massachusetts Poco después obtuvieron una Carta Real que les permitía establecer una colonia y ratificaba muchas de las ambiciones de este grupo de puritanos. En primer lugar les permitía trasladar el gobierno del nuevo asentamiento, desde Londres a Massachusetts. Además garantizaban que la colonia fuera puritana. Así establecieron que solo los miembros de las iglesias puritanas podían ser electores y elegibles para las instituciones representativas y además los pastores puritanos se reservaban puestos de gobierno y de justicia. A partir de su aprobación por el rey, se produjo la gran migración puritana a la bahía. Diecisiete embarcaciones, con más de mil emigrantes, partieron en 1630 rumbo a Massachusetts capitaneados por John Winthrop, un abogado y terrateniente del este de Inglaterra que se convirtió en gobernador de la colonia. Durante los once años siguientes más de 20.000 emigrantes, todos ellos puritanos, llegaron a la colonia. Las características sociales de este grupo de emigrantes fueron distintas a las del resto de las colonias inglesas en Norteamérica. En primer lugar emigraron sobre todo grupos familiares. La distribución por edades también fue inusual. Mientras que aquellos que viajaron a Virginia y a otras colonias tenían entre 16 y 25 años, a Massachusetts fueron adultos –más de 2/5 partes eran mayores de 25–, y niños –casi la mitad de los emigrantes eran menores de 16–. La gran mayoría de los emigrantes pertenecían a la clase media inglesa, con el predominio de pequeños agricultores, artesanos y comerciantes. Fue un grupo de emigrantes con un alto nivel de riqueza, educación y capacidad.