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Claramente, en cierto momento me cansé de esa doble vida y decidí ser más fiel a mí misma y enfrentarme al divorcio como a un riesgo implícito en todo matrimonio. Viene incluido en el paquete (menos en algunas felices excepciones que solo sirven para confirmar la regla). No me importó que la gente de mi país tratase a una mujer divorciada con condescendencia, con desprecio, con intolerancia o con pena (puesto que siempre la culpa es de ella cuando el matrimonio no funciona). Y ya estaba cansada de fingir orgasmos para complacer a los hombres: el sexo era algo que tenía que ver conmigo, tanto o más que con ellos. Y la única manera que tenían para complacerse era satisfacerme de verdad. La satisfacción tiene que ser un premio muy bien (y mutuamente) obtenido.
En mi búsqueda a ciegas estuve con muchos hombres. Hombres altos. Hombres bajos. Hombres gordos. Hombres delgados. Hombres jóvenes. Hombres viejos. Hombres guapos. Hombres feos. Hombres trabajadores. Hombres perezosos. Hombres creativos. Hombres racionales. Hombres locuaces. Hombres silenciosos. Hombres elegantes. Hombres informales. Hombres sonrientes. Hombres de ceño fruncido. Hombres rápidos. Hombres lentos. Hombres depravados. Hombres despojados. Hombres belicosos. Hombres diplomáticos. Hombres furiosos. Hombres serenos. Hombres ambiciosos. Hombres desesperados…
Pero siempre podía prever exactamente cómo cada uno sería capaz de decepcionarme (por «un mecanismo de autodefensa debido al miedo a la intimidad/el apego/el compromiso», diría un psicólogo); y cada vez acabé dándome cuenta de que esos hombres eran verdaderamente «enemigos». No mis enemigos, sino sus enemigos, enemigos de ellos mismos. Por eso largarme era tan fácil.
Pero ¿cómo no podrían la mayoría de los hombres ser enemigos de ellos mismos? Hay demasiadas presiones (ridículas o atemorizantes) sobre ellos desde la infancia; por no hablar del acondicionamiento de género que acompaña las presiones (celeste/rosa, fuerte/débil, activo/pasivo, cazador/presa, triunfador/perdedor, etcétera). Sobre ellos se ejerce demasiada presión para que vivan una vida de fantasía: «Los chicos son fuertes. Los chicos no lloran. Los chicos no se rinden. Los chicos no temen nada. Los chicos hacen la guerra. Los chicos deben tener una erección espectacular cuando llega “el momento”. Los chicos no se encariñan. Los chicos siempre tienen que dar prueba de que son “varoniles”». ¿Y cuál es la principal característica de este ser «varoniles»? No ser sensibles, naturalmente.
Pero obviamente los chicos están asustados. Y son sensibles. Esta es la realidad. Y tienen «derecho» a estar asustados y a aceptar su sensibilidad y a rechazar el contraproducente ideal de Superman. Tan solo así podría empezar a darse un verdadero cambio en las dinámicas de las relaciones, rompiendo el los moldes deteriorados y el prototipo.
Las chicas necesitan sentirse capaces e influyentes, en lugar de víctimas; los chicos necesitan sentirse humanos, seres humanos: vulnerables, auténticos antihéroes, en lugar de campeones invencibles.
Desgraciadamente sabemos que si en este mundo un chico sensible trata bien a una chica solo obtiene el resultado de ser suplantado por un cretino caradura que la tratará como a una mierda. Hablo de mujeres educadas y liberadas que tienen amigos, amantes, maridos sensibles esperándolas en casa… Hay algo profundamente equivocado en la psique femenina que constantemente surte a estúpidos machos alfa de filas de mujeres disponibles y complacientes. Louis Lane es un ejemplo de este corrientísimo espécimen femenino. Y esta es la razón por la cual también las mujeres deben actuar en este proceso de cambio. Todo esto me hace pensar en cómo a las mujeres se nos enseña, consciente o inconscientemente (no hay mucha diferencia) a amar a nuestros torturadores (el famoso síndrome de Estocolmo). Esto me hace pensar en cómo yo, por ejemplo, sentía una perturbadora atracción sexual hacia hombres predadores y egoístas, los mismos que odiaba cuando usaba el cerebro en lugar de la libido: en la arrogancia masculina había algo que me atraía (y no me da vergüenza admitir que a veces aún me gusta un poco esa arrogancia, cuando no pasa el límite de mi ego y de mi dignidad). Esto me hace pensar también en las tendencias al masoquismo y de cómo pueden arruinar una relación (y una vida entera) si se convierten en parte de un modelo relacional destructivo, en lugar de ser un simple juego sexual entre dos adultos que consienten.
En cuanto a este punto, es hora de explicar por qué me gusta tanto el marqués de Sade, más allá de lo mucho que significa para mí el hecho de que me liberó como escritora y de que nunca ha diferenciado entre actitudes normales y anormales en la sexualidad, algo fundamental en mi filosofía y en mi escritura. Claro que la admiración que siento por él para muchos es una aberración, puesto que se le considera como el escritor misógino por excelencia. Pero no le quiero ver como un misógino. Para mí no se le puede ver solo como alguien que odiaba obsesivamente a las mujeres y gozaba torturándolas en sus páginas. Era un valiente aventurero del alma humana, uno que supo escarbar más profundamente que cualquiera, incluso a día de hoy. Además, creo que la imaginación erótica no debe (y no debería) ser sometida a las políticas de género. Cuando el principio de la igualdad entre hombres y mujeres se lleva al terreno del sexo puede transformarse en una carga y en una fuente de inhibición, y deja de ser una puerta hacia la excitación sexual. Es por esto que muchas mujeres fuertes y realizadas tienen fantasías sexuales de sometimiento y sado-masoquismo, y aman jugar a rendirse. El deseo sexual se encuentra más allá de la voluntad y del pensamiento. Las expresiones «políticamente incorrecto», o «discriminatorio», o «no permitido» no tienen lugar entre dos adultos que consienten que están en la cama, siempre que la situación no se extrapole, y tanto el hombre como la mujer sepan que «lo que pasa en la cama se queda en la cama».

Seguramente no mejoraba la situación el hecho de que me sintiera apagada, en cuerpo y alma, por la asquerosa doble moral que tenía a mi alrededor, viendo a algún supuesto superhéroe y/o a algún cobarde capaces de negarlo todo. Pero lo aceptaba. Los aceptaba a ellos, quiero decir. Si no hay grandes expectativas no hay grandes decepciones. Es una fórmula segura, ¿no?
Sin embargo, cuando llegué a los cuarenta (¿acaso no sería más acertado decir: cuando los cuarenta me llegaron?), pensé: «He ayunado durante cuarenta años. ¿Dónde estará ese diablo tentador?». Cuando llegué a los cuarenta me cansé de las fórmulas seguras, me cansé de los «hombres del momento», y decidí hacer un salto mortal; empecé a desear al «hombre ideal». Fue entonces cuando decidí dejar de entrar en las relaciones con un previo desencanto. Entendí que entre «descuido» y «despreocupación» hay un abismo que tenía que superar, sangrando pero ilesa. Decidí arrepentirme de las cosas que había hecho, más que de las cosas que no había hecho. Y decidí decirme: «Basta de entrar y salir. Ahora quiero un proceso de entrar y quedarse. Culpable de los cargos, los ojos bien abiertos».
No fueron necesarios muchos hombres para demostrarme que estaba equivocada: solo uno. Mi alma gemela. El único que podría sabotear sin quererlo mi intencionado sabotaje.
Pero ¿al crecer no deberíamos abandonar nuestras ilusiones? ¿Acaso estoy creciendo al revés? O esto o los cuentos de hadas son parte de la inevitable debilidad humana. Ser un poco esquizofrénicos es normal si eres libanés: es algo que viene con el paquete.

A pesar del anterior escepticismo, es así como empecé a pensar que estamos partidos en dos. En el mejor de los casos. Tan solo fragmentos y pedazos. Y sin embargo la pregunta no es «¿dónde está la otra mitad?», sino «¿existe la otra mitad?» ¿Debemos creer que existe o mejor mirar para otro lado? ¿Prevenir o curar? Debe existir una tercera alternativa. Tiene que existir.
No me malentendáis: no me he convertido en una torpe romántica. Aún quiero encontrar mi «marqués de Sade». Pero ahora quiero enamorarme de él. Y como me conozco, debería añadir: durante más de dos semanas.
4. EL DESASTROSO INVENTO DEL MONOTEÍSMO
El verdadero eje del mal está constituido por el cristianismo el judaismo y el islam. La religión organizada es la mayor fuente de odio en el mundo: es violenta, irracional, intolerante, aliada del racismo, del tribalismo, de la intolerancia, que apuesta por la ignorancia, hostil a la libre investigación, desdeñosa con las mujeres y opresiva con los niños.
CHRISTOPHER HITCHENS
El poema
Dar las gracias
Gracias Señor
por el tsunami en Indonesia
por el huracán Katrina
por el último terremoto en Japón.
Gracias por la Primera Guerra Mundial,
por la Segunda Guerra Mundial,
y por las secuelas que nos enviarás
la Navidad que viene.
Gracias Señor
por los niños que mueren de hambre en África
por los niños que mueren por el odio en Palestina.
Gracias por George Bush, Mahmoud Ahmadinejad
y por el adorable Adolf Hitler.
Gracias por las erupciones volcánicas, los ciclones y los impactos
de meteoritos;
por Hiroshima, Chernobyl y la masacre de Qana;
por el sida, el cáncer y el párkinson.
Gracias Señor
por la ceguera, por los accidentes de coche,
por los racistas, los violadores y los pedófilos.
Y gracias por las monjas
y gracias por los curas
y gracias por los ayatolás
y gracias por los wahabitas.
Gracias por el cólera y los accidentes de avión,
por los huérfanos, las viudas y los niños pordioseros.
Gracias por las minas terrestres
y por esos extraordinarios juguetes
que son las armas de destrucción masiva.
Oh, y antes de que se me olvide:
gracias, gracias por el agujero en el ozono
(quiero un tono de bronceado más oscuro).
Luego gracias Señor por Al Qaeda,
por el burka y por Playboy,
gracias por la opresión de las mujeres, por los delitos de honor,
por la venganza y la injusticia.
Gracias por los desamores, los engaños y las decepciones,
por las falsas promesas y los sueños robados.
Gracias por las pesadillas
y por las vidas reales que se les parecen.
Gracias por las personas de mente estrecha
y por el estúpido y por el cruel.
Gracias por los que apuñalan por la espalda, por los que golpean
[a las mujeres,
por los tiburones de Wall Street y los asesinos en serie.
Gracias por las cucarachas y los dictadores
(es bueno saber que sobrevivirían a la bomba atómica).
Gracias Señor
por el juicio final, por la comida rápida,
por el vello corporal y los penes pequeños.
Y gracias por el matrimonio, y gracias por el infierno
(que son un amable detalle).
Pero sobre todo, Señor amado,
gracias por Dios.
Porque entre todos los desastres que cometiste,
la verdadera obra maestra
eres TÚ.
La diatriba
Por qué no
No puedo creer en un Dios que quiere constantemente ser alabado.
FRIEDRICH NIETZSCHE
No creo en Dios porque prefiero ser esposada por mi amante que por una ilusión.
No creo en Dios porque al andar prefiero dar traspiés y cojear, en lugar de usar muletas sobrevaloradas.
No creo en Dios porque prefiero crear mis propias reglas (y luego romperlas).
No creo en Dios porque no quiero un Gran Hermano que me controle.
No creo en Dios porque quiero ser buena por amor a la bondad, y no por una especie de premio ulterior.
No creo en Dios porque quiero ser disuadida de hacer el mal por mi elemental decencia humana, no por el terror a ser quemada.
No creo en Dios porque no soy experta en monólogos y conversaciones de un solo sentido.
No creo en Dios porque prefiero los inventos que mejoran la vida.
No creo en Dios porque no quiero posponer infierno y paraíso. Me gustaría más vivirlos aquí y ahora.
No creo en Dios porque si verdaderamente existe y todo lo que pasa depende de su voluntad, no merece mi fe, después de todo.
No creo en Dios porque soy mujer, y él prefirió verme como una costilla y no como un todo.
No creo en Dios porque he aprendido a darme palmadas en el hombro sola, y a señalarme la cara con mi propio dedo.
No creo en Dios porque, para ser omnipotente, hizo un pésimo trabajo al elegir a sus representantes.
No creo en Dios porque sé muy bien cómo arruinarme sola.
No creo en Dios porque prefiero la libertad y la elección a la intimidación y el soborno.
No creo en Dios porque todo niño que sufre en el planeta hace más difícil que crea en él.
No creo en Dios porque necesita ser temido y adorado, lo que demuestra su inmensa inseguridad.
No creo en Dios porque yo soy mi propio dios.
Y prefiero creer en mí.
La narración
No desearás la mujer de tu prójimo, y tampoco su asno
Está bien. Entonces iré al infierno.
MARK TWAIN
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