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La primera escuela gratuita para niños comienza a funcionar en Reims, en la parroquia de San Mauricio, en 1679. La tradición lasallista precisa: el 15 de abril, segundo sábado de Pascua. Ninguna fuente confirma esta fecha que supone gestiones muy rápidas: cinco o seis semanas a lo sumo. Desde el exterior, la apertura de la escuela aparece como una iniciativa del párroco. No se trata de la primera escuela «lasallista», propiamente hablando. Juan Bautista cumplió solo una misión de «pura caridad» en la cual se había involucrado. Como lo escribe Blain (1733), «no había más que hacer, según pensaba, sino agradecer a Dios, y a encerrarse en el ejercicio de los deberes de un buen presbítero y de un buen canónigo» (t. I, p. 165).
Bajo la pluma de los tres primeros biógrafos, Nyel aparece como un personaje poco fiable. Ciertamente, «era un gran hombre de bien que tenía un gran celo por la gloria de Dios y que buscaba todos los medios para lograrla» (Bernardo, 1965, CL 4, p. 28). Blain afirma que era «amigo del bien, veía con gozo su práctica y la favorecía con sus ejemplos»; pero Bernardo lo califica igualmente de «insinuante» y Maillefer subraya sus lagunas:
este hombre, aunque lleno de piedad, no era bastante lúcido ni bastante asiduo. Todo su celo se reducía a buscar hacer establecimientos sin esforzarse en perfeccionarlos. Los movimientos continuos a los que estaba obligado para lograr sus fines le quitaban la atención necesaria para proveer a las dificultades que se encuentran en esos comienzos. (Maillefer, 1966, CL 6, ms. 1740, p. 39)
En síntesis, Nyel aparece a modo de un activista un poco oscuro, retrato corregido con razón por Poutet. Recordemos que él llega a Reims con el modelo de Ruan como horizonte. La fundación realizada en la parroquia de San Mauricio le hizo comprender que dicho modelo no se podría transportar de manera idéntica y, en particular, que era preferible no abrigar a las futuras escuelas a la sombra de la institución hospitalaria. Por el contrario, la composición de la asamblea que eligió la parroquia de San Mauricio le hizo comprender que en Reims, como en Ruan, la iniciativa sería grandemente facilitada si ella obtenía el apoyo de la red devota.
Bernardo, retomado luego por Blain y Maillefer, le atribuye la iniciativa de la fundación de la segunda escuela gratuita de niños. «Él tomó la libertad de ir a ver […] una señora, viuda, sobre la parroquia de Santiago, que era muy rica y sin niños, y tenía la intención de fundar una nueva escuela en su parroquia». Esa señora no es totalmente desconocida para Juan Bautista. Se trata, en efecto, de


Los biógrafos insisten también en las dudas del joven canónigo para lanzarse a una nueva fundación: sin embargo, si, según Bernardo, él está «solamente un poco asombrado por esta solicitud», según Maillefer, «[la gestión] le pareció precipitada y, como temía siempre que lo comprometieran demasiado, él sintió renacer sus repugnancias naturales». La misma divergencia continúa en la evolución del relato: según Bernardo, La Salle «fue inmediatamente a encontrar la dicha señora»; en Maillefer (1966) él se hace rogar:
la

Blain (1733) permanece entre los dos:
el joven canónigo, tan circunspecto como celoso y atento a asumir en todo la orden de Dios, no quiso rechazar ni librarse a los deseos del señor Nyel. Tímido en esos encuentros, él temía comprometerse, y un fondo de repugnancia se unió a ese temor […] Él fue, por solicitud de la enferma que esperaba con una santa impaciencia su visita, y que lo recibió con gran alegría. (t. I, p. 166)
La devota tiene prisa porque ella siente que su fin se aproxima. El asunto es así redondamente conducido: ella promete, por una parte, quinientas libras para la Pascua, para el salario anual de los dos maestros y, por otra, la creación, en su testamento, de una renta de quinientas libras. Pero esta «virtuosa dama» muere seis semanas después de la Pascua (o sea, a mitad de mayo de 1679) y solo las quinientas libras de salario se depositan en las manos de Juan Bautista. Los herederos comienzan pagando la renta cada año y luego crean otra en la Alcaldía de París, que se pagará en billetes de banco en 1720. La escuela de la parroquia de San Santiago comienza a funcionar, quizás, al menos en septiembre de 1679 bajo la guía de Nyel y el párroco

en las escuelas establecidas sino solo haciendo la parte que la caridad le inspira hacia todo lo que lleva el nombre de buenas obras. Así, contento con el éxito de esta, él no llevaba su mirada más lejos: él descargaba incluso el cuidado de los maestros sobre el señor Nyel. (Blain, 1733, t. I., 167)
El agrupamiento progresivo de los maestros (Navidad de 1679-24 de junio de 1681)
En septiembre de 1679, el mismo Nyel asegura la clase en la parroquia de San Santiago con su joven compañero58. Para la escuela de la parroquia de San Mauricio, que funciona ya desde hace algunos meses, él contrató a dos maestros. El número de estudiantes aumentaba con rapidez y él recluta de manera veloz a un quinto maestro. Hay que asegurarles el techo y la comida, y en un primer momento es



El germen del compromiso personal se comienza a formar en el otoño de 1679, cuando Juan Bautista se da cuenta de que el pequeño grupo de maestros reunidos por Nyel, según él lo hacía en Ruan, vive sin regla ni disciplina. Es exactamente eso lo que lo interpela y no su eventual pobreza material. Por lo demás, él ya ha remediado este último punto sin que su generosidad implique más que a su bolsillo. Por el contrario, el mal funcionamiento de los maestros, atribuido por los autores a las ausencias demasiado numerosas de Nyel, le plantea un caso de conciencia y él se siente interpelado por el deber de remediar el asunto. Maillefer (1966) es quien lo expresa mejor:
los maestros se relajaban en su asiduidad, este pequeño desorden comenzó a repercutir sobre los estudiantes que ya no eran instruidos con tanto cuidado. Los padres comenzaban a darse cuenta y murmuraban […] Por lo demás, [las escuelas] no podían producir todo el fruto que se había prometido primero, porque los ejercicios no estaban ordenados y porque no había allí una conducta uniforme. Cada maestro seguía su genio particular sin molestarse por aquello que podía contribuir a dar más fruto. (ms. 1740, CL 6, p. 39)
Se sabe que Nyel visita a Juan Bautista: ¿le rinde cuentas de las dificultades que tienen las dos escuelas o este último ya está informado de otra manera, por

A finales del año, él firma un contrato de arrendamiento —que comienza a regir el 24 de diciembre— de una casa situada en su parroquia de San Symphorien, «cercana a la muralla», y no lejos de la casa de La Salle que él ocupa con sus hermanos. Esta proximidad le facilitará también «hacer preparar su alimentación en su casa». Las preocupaciones financieras no son extrañas en esta decisión, que permitirá algunos ahorros. Pero hay que meditar un poco sobre esta etapa decisiva. Al alquilar esta casa para hospedar a los maestros, Juan Bautista eclipsa a Nyel y a la

Dios, que gobierna todas las cosas con sabiduría y suavidad, y que no acostumbra a forzar la inclinación de los hombres, queriendo comprometerme a que tomara por entero el cuidado de las escuelas, lo hizo de manera totalmente imperceptible y en mucho tiempo; de modo que un compromiso me llevaba a otro, sin haberlo previsto en los comienzos. (Blain, 1733, t. I, p. 169)
La vocación de Juan Bautista nació, pero ella solo se le revelará de manera progresiva. En lo inmediato, Nyel se alegra porque le parece que su misión se realiza con facilidad. Como los maestros viven de ahora en adelante en la parroquia de San Symphorien, ¿por qué no proponer a su párroco que abra allí una nueva escuela? Juan Bautista asiente y la tercera escuela abre, seguramente, en los primeros meses del año 1680. Según Maillefer, «ella se volvió más numerosa que las otras dos en muy poco tiempo». Es muy seguro que haya que reclutar en ese momento a un nuevo maestro, lo que aumenta el grupo a seis, según Bernardo. Sus jornadas se comienzan a regular en horas fijas para la dormida y la levantada, la oración, la misa y las comidas. Desafortunadamente, se ignora todo de esos primeros maestros: su identidad, su origen, su calificación, su reacción frente a este primer reglamento de vida que se parece al de un seminario. La única indicación —bien rápida y bien vaga— que nos da Bernardo es su juventud.
A partir del comienzo de 1680, se hace evidente que Juan Bautista y Nyel no comparten las mismas prioridades. El segundo busca la misión que se le ha confiado: la fundación de escuelas gratuitas para los niños salidos de familias pobres. A inicios de abril de 1681, durante la Semana Santa, él va a Guisa. La ciudad, gracias a una fundación de María de Lorena, última

En efecto, con mucha rapidez, el joven canónigo juzga que la vida de los maestros no está aún bastante regulada. Los tres primeros biógrafos atribuyen esta situación una vez más a Nyel. Bernardo (1965) es el más concreto:
como el señor Nyel frecuentaba mucho, estaba casi todos los días en su escuela de San Santiago, e iba los domingos y fiestas para hacer asistir a sus escolares a la gran misa, y no permanecía casi nunca en la casa, no podía haber entre los maestros una verdadera conducta de comunidad tal como debía ser. No había ni orden, ni silencio, cuando él no estaba allí. Ellos comulgaban cuando querían y empleaban toda la mañana de las fiestas y los domingos corriendo y paseando a donde querían. (CL 4, pp. 35-36)
Aquí vemos cómo se forja a posteriori la «leyenda hagiográfica» (De Certeau, 1982). Volvamos, en efecto, al comienzo de ese año 1680. Los maestros que viven bajo el mismo techo ¿tienen el deseo de formar una comunidad? Ellos son laicos, célibes y católicos, probablemente. Aceptan su misión en su doble dimensión religiosa y profana: dar una instrucción a los niños para hacer de ellos buenos cristianos. ¿Por qué aceptan estar reunidos en el mismo techo? Muy seguramente porque esos jóvenes célibes ven allí ante todo el modo de vida más económico para ellos, tanto más que esperan ganar un salario, a fin de tener un ahorro. Se les impone regular su jornada: no es seguro que todos hayan adherido de la misma manera. No se sabe nada sobre la forma en que se apropian del modelo al cual se les quiere conformar. No es seguro que ellos tengan algún reproche contra

El mismo Juan Bautista no tiene aún en su mente el modelo de la comunidad religiosa, pero resulta evidente que para él toda forma de vida se debe regular. No se sabe cómo estaba organizada la vida familiar en su infancia. Hay inclinación a creer que los La Salle, aparentemente piadosos, si no devotos, habían puesto orden a las jornadas de sus hijos. Por el contrario, es seguro que en San Sulpicio, donde él vivió durante casi dieciocho meses, Juan Bautista hizo la experiencia de una vida regulada y que esta satisfizo su expectativa espiritual, tanto que para él no podría haber vida cristiana sin orden. Solo se puede suscribir lo que escribe Blain al respecto:
por muy joven que haya estado el señor La Salle, él fue un hombre de regla; la regularidad fue siempre el alma de su conducta, su virtud querida y la que él usaba para dar movimiento a todas sus acciones. Él había visto grandes ejemplos en el Seminario de San Sulpicio, y él mismo, primero, había obtenido los frutos.
Esta es la razón por la cual, cuando regresa a Reims después de la muerte de su padre para asumir sus nuevas responsabilidades frente a sus hermanos y hermanas, comienza regulando su vida cotidiana:
en su casa todo estaba señalado según horas, la levantada, la plegaria, la oración, las comidas, las lecturas espirituales, los ejercicios de piedad y las otras acciones de la jornada. En la mesa se hacían lecturas santas; y lo admirable es que el joven canónigo había sabido, con su ejemplo y sus maneras insinuantes, comprometer a sus tres hermanos que permanecían en su casa, a seguir un tren de vida que parecía más el de un seminario que el de una casa de particulares. (Blain, 1733, t. I, pp. 142-143)
Para los maestros, la puesta en orden se hizo en tres etapas. Según Bernardo, quien sigue seguramente la Memoria sobre los orígenes, desde finales del año 1680:
él duda si continuará arrendando una casa para ellos o si los hospedará en su casa, para tener manera de velar más de cerca sobre su conducta, y para hacerlos llevar una vida más regulada; porque, como él mismo lo dice, él no podía soportar sino con mucha pena que los maestros continuaran viviendo así y que se condujeran tan mal como lo hacían. (Bernardo, 1965, CL 4, pp. 36-37)
Pero si se sigue a Maillefer, Juan Bautista habría pensado en eso mucho antes en el curso del año. Sus dudas dependen de las reacciones de su familia: «él no veía cómo hacer que sus tres hermanos que vivían con él aceptaran esta proposición: temía las contradicciones de su familia que no siempre aprobaba sus proyectos» (1966, ms. 1723, CL 6, p. 40). Bernardo revela también otra razón, más íntima, sobre la cual volveremos:
él tenía una gran repugnancia para llevar a los maestros a su casa y una extrema dificultad para resolverse a eso […], él, que hasta el presente no había conversado sino con personas distinguidas, tanto por su cortesía como por el rango de honor que ellas tenían en la Iglesia o en el mundo. (Bernardo, 1965, CL 4, p. 38)
Sea lo que fuere, a partir del año 1680, sin que sea posible precisar el momento, Juan Bautista admite a:
los maestros en su mesa, en las horas de comida. Allí se hacía la lectura, el señor de La Salle aprovechaba la ocasión para hacerles saludables reflexiones sobre los deberes de su estado. Después de lo cual ellos se retiraban para ocuparse en sus trabajos. (Maillefer, 1966, CL 6, ms. 1723, p. 40)
Entre el final del año 1680 y el comienzo de 1681[59], él va a París por varios asuntos (Bernardo, 1965, CL 4, p. 37)60 y aprovecha para visitar a

ellos permanecían en su casa desde las seis horas y media de la mañana61, fuera del tiempo de su escuela, hasta la oración de la noche, cuando regresaban a su casa ordinaria. Y como ya había algunas reglas en la casa de ese piadoso canónigo, que había horas reguladas para la oración, y que se hacía lectura durante las comidas, no hubo necesidad de hacer grandes cambios. Primero los hizo comer en el refectorio, hizo que le dieran a cada uno su porción, y algunas reglas para todas las horas de la jornada. (Bernardo, 1965, CL 4, p. 40)
Su idea es no solo probar si «él podía hacer que ellos permanecieran enteramente en su casa y acostumbrarse así, en su casa, con él», sino también probar las reacciones familiares (Bernardo, 1965, CL 4, p. 40). Al regreso de Nyel, él está decidido a mantener esta nueva organización. Tres meses más tarde el proceso se completa. El contrato de arriendo de la casa de los maestros se termina el 24 de junio de 1681, como es costumbre en Reims62: ese día Juan Bautista instala por completo en su casa a los maestros de las tres escuelas establecidas en la ciudad.

Después de haber sido ordenado sacerdote en el mes de abril de 1678, Juan Bautista desarrolla una actividad pastoral que no parece ser insignificante, aunque casi no se disponga de ninguna información sobre ese aspecto. El 29 de junio siguiente él obtiene los poderes para predicar y confesar en la diócesis, pero no se sabe nada de su actividad de predicador o de confesor, solo que no se extiende a las religiosas (Aroz, 1979, CL 41.2, pp. 461-467). Su reputación, sin embargo, se debe haber establecido bastante rápido, dado que a finales de diciembre de 1678 recibe la abjuración de una protestante,

De manera habitual, este asunto retiene poco la atención de los historiadores, porque el rol de denunciante casi no conviene a la santidad. El 16 de agosto de 1679 Juan Bautista denuncia en el capítulo metropolitano a su colega

por haber tenido y guardado en su casa a una sirviente impúdica (

El proceso ante el oficial del capítulo dura casi un año y el 10 de junio siguiente a Thuret lo destituyen de su beneficio, lo suspenden a divinis, lo condenan a hacer un retiro durante un año en un seminario sin poder salir. Deberá recitar a diario los siete salmos penitenciales, lo que hará de rodillas sobre las escaleras de la casa cada viernes de ayuno. Quizás se trate del caso reportado por Blain, quien no revela ningún nombre:
una ocasión en la cual el joven ministro del señor hace estallar su celo contra un eclesiástico de mal ejemplo […] provee amplia materia para hablar a esta especie de gente ociosa que hacen el oficio de murmurar y que nunca están con el temperamento dispuesto a decidirse en favor de la devoción. El señor de La Salle, después de haber intentado todas las vías imaginables de dulzura, para hacer entrar en sí a un hombre que estaba siempre fuera por una disipación continua […] creyó que había que hacerla pública, a fin de quitar a los otros el motivo de escándalo, si él no podía convertir al escandaloso. Si no venció en ese segundo designio, él triunfó en el primero, puesto que corrigió al incorregible públicamente y con tanta fuerza, que lo obligó a cambiar de cuidad, ya que no quería cambiar de vida. (Blain, 1733, t. I, pp. 133-134)