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Permítanme aquí una nota y una invitación importante. La película El señor de La Salle, sin duda una bella obra artística de difusión de la vida del Fundador, está más inspirada en una novela que en la historia. Su objetivo no es la rigurosidad de los hechos, sino una versión visual para comunicar el valor de una vida como la de Juan Bautista de La Salle. Sin embargo, ha quedado tan grabada en la mente y el corazón de los lasallistas, especialmente del mundo hispanohablante, que podemos tener la tentación de no ir a las fuentes y a la historia que dan una visión de la realidad basada en la evidencia.
La biografía de B. Hours es una construcción de la vida de un hombre en el contexto de su época, que nos acerca a la verdad histórica y a la contrastación de los hechos con los datos comprobables. La invitación es, por tanto, a abordar tanto los trabajos investigativos previos, así como esta biografía crítica que desnuda al personaje, y permite verlo en su realidad desde donde la ciencia histórica da licencia para situarlo.
Entre las tantas bendiciones que el buen Dios me ha dado, está la de haber compartido muy de cerca con el Hno. Gerard Rummery durante los últimos tres años, mientras hacíamos la tarea encomendada de la redacción de la Declaración. Gerard es también un investigador sobre La Salle, un religioso íntegro, un hombre fascinante, un scholar. En estos años, él estaba haciendo la traducción al inglés de la biografía de B. Hours. Así que, de su mano y con su pasión, fui emocionándome por el valor del trabajo de esta biografía crítica y aprender de Gerard otros datos y hechos que él mismo ha investigado. Espero que algún día él los publique o aproveche la versión inglesa para glosarlos, especialmente un trabajo (inédito) que hizo sobre el «Voto heroico». B. Hours refiere el hecho histórico tal como lo supieron los Hermanos al regreso de Gabriel Drolin de Roma, pero no ahonda en los antecedentes que tiene en la tradición sulpiciana.
En este punto, es de justicia reconocer y agradecer el trabajo extraordinario de José María Siciliani, quien se dio a la tarea de traducir el libro de Bernard Hours; me alegró mucho que le hubieran encomendado la tarea porque aquí no se trataba solamente de transvasar del francés al castellano un texto. Para hacerlo bien, hay que tener no solamente un manejo excelente de ambas lenguas, sino también un contexto y el manejo de un vocabulario que puede resultar ajeno o, incluso, impreciso para alguien que conozca bien los idiomas, pero no mucho los lenguajes eclesiales y teológicos. José María lo logró y con creces. El libro tiene una cadencia cautivadora que pareciera haber sido escrito en castellano. Un agradecimiento enorme para José María por su pasión, dedicación y profesionalismo. Sus ya excelentes aportes previos sobre la espiritualidad lasallista lo capacitaban para hacer esta tarea gigantesca.
Quiero rendir aquí un homenaje a un hombre que nos ha permitido conocer en castellano muchos textos clásicos para entender a La Salle. Y lo hago, porque sé que siempre anheló realizar la traducción de esta biografía: el Hno. Bernardo Montes. Cuando serví de mensajero para entregarle el libro en francés, le sentí el dolor de que no podría hacerla. Desgastó su vista con los años, entregándonos con generosidad mil textos que por él pudimos conocer en castellano. También a otros que nos legaron traducciones maravillosas como Edwin Arteaga y Fernando Granada, quien se le midió a la obra del Hno. Alfred Calcutt (también citado por Hours), y que tuvo que ser publicada en dos tomos para poder cubrir las mil páginas del texto.
Finalmente, va mi agradecimiento a la Universidad de La Salle, al Hno. Niky Murcia —Rector—, y al extraordinario trabajo de Ediciones Unisalle por hacer posible esta biografía, así como otros muchos libros relacionados con la vida y obra de san Juan Bautista de La Salle. No obstante, el objetivo de esta y de las demás publicaciones va mucho más allá de saciar nuestra curiosidad intelectual sobre La Salle.
Si hoy es importante publicar la biografía crítica de La Salle, es porque su conocimiento nos debe permitir acrecentar la admiración de un santo en una época, «un místico en acción» y continuar su riquísimo legado para seguir haciendo de la educación un medio para construir un mundo mejor y generar las oportunidades para el servicio educativo de los pobres y la promoción de la justicia en un presente que clama transformaciones, un nuevo humanismo, una nueva primavera, una educación para la paz, la equidad y la fraternidad universal. En pocas palabras: ser fieles al legado de La Salle.
Carlos G. Gómez Restrepo, FSC
Introducción
Escribir la vida de Juan Bautista de La Salle
Que un instituto religioso quiera tener una vida de su fundador que se vuelva referencia es algo habitual. Que la evolución cultural y religiosa conduzca a cada generación a producir una nueva vida más conforme al gusto del tiempo no tiene nada de sorprendente. Tampoco lo son las campañas de publicaciones, muy a menudo repetitivas, al filo de las largas etapas que jalonan una causa de canonización.
Lo que más bien atrae la atención en el caso de Juan Bautista de La Salle es, primero, la política muy voluntarista del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y, segundo, el control estrecho que supo guardar hasta hoy sobre esta producción. Acerca del conjunto de autores, la mayoría fueron miembros del instituto, mientras que los laicos, historiadores de profesión, son muy minoritarios. Y, en un caso como en otro, la escritura encontró su origen en una solicitud del instituto: desde entonces hasta el presente, la empresa ha tenido un objetivo hagiográfico. Georges Rigault (1938, L’oeuvre religieuse et pédagogique…), convertido en historiador oficial del instituto, recordaba que él había sido solicitado «por el muy honrado hermano superior general, en realización del voto formulado por uno de los capítulos de su congregación» (p. 1). La presente biografía resulta de una demanda idéntica y querría inscribirse en la continuidad de una política concertada desde hace más de sesenta años. En efecto, la tercera comisión del Capítulo General reunido en Roma a comienzos del verano de 1956 emitía una sugerencia que iba a revelarse decisiva:
la continuación de los trabajos sobre la vida y los escritos de san Juan Bautista de La Salle, con estudios críticos cuyo conjunto constituirá los Monumenta lasalliana, base inicial de una futura biografía crítica y de un estudio profundo de la espiritualidad del santo. (Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, 1956, p. 51)
Probablemente, los hermanos tenían como modelo la colección Monumenta Historiae Societatis Jesu. Ese fue el punto de partida, en particular de los Cahiers lasalliens (Cuadernos lasallistas), que, a lo largo de setenta entregas, han publicado fuentes y estudios que hacen hoy posible esta biografía crítica. Responder a esta solicitud es inscribirse en esa continuidad crítica y rendir homenaje a todos los hermanos que de manera paciente y minuciosa han puesto al día otras fuentes inéditas y han hecho posible su explotación.
Sin embargo, escribir la biografía de Juan Bautista de La Salle plantea un problema. La recolección de las memorias sobre la vida del fundador se decidió poco después de su muerte, en el mes de abril de 1719, por el

Ahora bien, ese modelo se construye, en realidad, con base en una documentación parcial. En efecto, esto ocurre cualquiera que sea el rigor del biógrafo a quien se le confía este material, incluso si él hace un reagrupamiento para conservar solo los testimonios convergentes (pero muy pocos autores revelan su metodología) o si estos testimonios pretenden guardarse de toda deformación hagiográfica. No obstante, las primeras biografías descuidan una parte esencial de la documentación que permitiría escribir una historia según las reglas de la disciplina. Ellas ignoran los archivos muy variados de la vida de cada día, que sufren el desgaste del tiempo. También descuidan muy a menudo los escritos y, si estos se mencionan, a veces en citas, no se ubican históricamente ni se estudian. Pero hay que reconocer que, sin ese trabajo de los primeros biógrafos, muchas causas, llamadas históricas en la jerga técnica de la Congregación para las Causas de los Santos, apenas estarían documentadas. No le conviene al historiador de hoy rechazar esta literatura bien particular; sin embargo, debe asumirla como lo que es: igual que todas las fuentes de su trabajo, no se produjo para servirle de material a su tarea. Entonces, hay que comprender cómo y por qué se produjo, a qué sesgos está sometida, y sería vano preguntarle a ella misma.
En el caso de Juan Bautista de La Salle no se produjo una, sino tres biografías. Ninguna logró la unanimidad. Una de ellas, escrita por el canónigo Blain (1733), permaneció como la referencia oficial en el instituto hasta la segunda mitad del siglo XX (hasta el capítulo de 1956 justamente). Sirviendo de punto de vista inevitable a toda nueva tentativa biográfica, ella suscitaba, sin embargo, reservas, incluso críticas. Hasta el punto de que hoy el título de la biografía crítica esperado por el instituto podría casi declinarse así: ¿Para terminar con Blain? Y no es seguro que la respuesta sería positiva…
El manuscrito del

La recolección de testimonios iniciada por el





En el mes de septiembre de 1720, Juan Jacquot le confió la organización de la documentación al




él solo actúa por capricho. Yo no tengo ningún poder sobre su espíritu y cualquier cosa que se pueda decir no produce ninguna impresión. Él sale cuando le parece bien, hace todo lo que él quiere y actúa mucho más libremente que un hermano director […]. Yo nunca vi en nuestros hermanos lo que veo en este hermano. Nuestros hermanos siempre han guardado las reglas y la observaban (sic) bien de otra manera desde que el hermano Bernardo perturba todo con su antojo1. (Hermans, 1960b, CL 3, p. 55, n.º 13)
¿Por qué razón lo escogieron para escribir la biografía de Juan Bautista? El misterio permanece: era muy joven (veintitrés años en 1720), no había aún pronunciado sus votos perpetuos (lo hizo el 16 de junio de 1726) y parecía difícilmente controlable. Sin duda, él aparecía como una de las raras y buenas plumas del instituto que, en efecto, no tenía vocación de atraer a los escritores. Pero ¿por qué no se solicitó a un autor reconocido en el seno de una orden con la que se tenían buenas relaciones, por ejemplo, a un jesuita?
El

un manuscrito que se encontró, escribe con su propia mano, que él guardó escondido durante más de veinte años, y que afortunadamente se descubrió, durante su viaje a Provenza, hasta el decimocuarto año de su institución […]. Por eso será de ese manuscrito que nosotros sacaremos todo lo que vamos a decir hasta el año catorce de su institución3. (Bernardo, 1965, CL 4, p. 22)
Si a él le causó «mucho placer» leerlo, y hay que creerlo sin dificultad, tenía necesariamente que constatar las lagunas de otras memorias que le habían entregado: «yo vi muy bien que ellas no eran suficientes para hacer un libro tal como se deseaba». Esta observación resuena como la de un experto que conoce la tarea. El

Se solicitaron nuevos testimonios —muy probablemente por el





Comprendiendo que no obtendría más información, el





Los superiores lo envían a Reims para que el canónigo de La Salle examine la totalidad de ese segundo manuscrito, «a fin de que, después de esto, se le pudiera dar la última mano, lo que todos los hermanos desean con apremio»6. Como él estaba ocupado en dictar clases, es posible que haya llegado para la entrada al colegio en el mes de octubre. Pero en una carta del 4 de mayo de 1723 el

tomarse la molestia de leer el manuscrito entero de la Vida del señor de La Salle… a fin de que usted tenga la bondad de ver si todo está en buen orden, si no hay nada falso o algo que se contradiga. (Bernardo, 1965, CL 4, pp. 102-104)
Debido a que




Las Observaciones (Remarques) del hermano Bernardo y la carta del hermano Juan nos revelan algo que plantea un problema. Sus términos, un poco alambicados, son muy explícitos para quien conoce, aunque sea un poco, este difícil periodo de la Iglesia galicana. El segundo precisa:
varias personas desearían mucho que se dejase lo que está reportado en dicho manuscrito de sus verdaderos sentimientos sobre los asuntos del tiempo y de diversos sentimientos, agregando como razón que ahí está en juego el interés de nuestro instituto; los otros, que de lejos son muy pocos, dicen que no se debe hacer nada. Por lo demás, señor, si es posible que yo diga mi pensamiento al respecto, yo creo que parece bien e incluso necesario que se expongan las cosas tal como son, sin chocar a nadie, sin embargo, lo que nos resultará provechoso.
La piedra de choque es la bula Unigenitus Dei Filius del 8 de septiembre de 1713, con la cual el papa



