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Creo que la idea de Lacan –y en eso es una idea que nos da porque está aludido, nos da para tomar distancia de toda una otra manera de pensar la cuestión en psicoanálisis–, es que hay ahí un error. Yo lo llamé el error de deseo –porque no hay una represión–, el error de deseo de dirigir la pregunta de la feminidad a la madre.
Llevaría mucho tiempo justificar por qué Lacan dice eso, por qué uno podría incluso tratar de contradecirlo desde la clínica y decirle: ¿qué querés? ¿Otra vez hay que articularla a ella en relación al hombre? Si ella ya ha tenido la experiencia de que tampoco consigue demasiada subsistencia para su feminidad del lado de los hombres. Y Lacan diría: sí, pero es un error completo que se dirija a este pacto y a esta búsqueda de ser sostenida como mujer en esa relación con la madre, de la cual se ven los estragos –que yo traté de comentar clínicamente–, si es llevar una pregunta a nivel de estrago a otra persona igualmente víctima de ese estrago.
Bueno, ¿en qué quedamos? Por un lado, podríamos decir que hay el retorno a Freud, por una insistencia que, a nivel inconsciente, y más del lado del síntoma, el deseo inscripto en ella también, es un deseo que se articula a nivel del significante paterno, y sus sustitutos. Cualquier movilización de deseo sólo puede ocurrir en esa dirección, que lo otro sólo va a ser ese dúo fantasmático con la condición del objeto a constante, y que igual habría que encontrarle la manera de interpretarlo o articular la relación de su deseo con significantes de la línea padre-marido-hermano, más allá de la dificultad que plantee esto en la clínica.
Pero si es un Lacan que en cierto modo vuelve a Freud
–porque Freud fue el que tenía realmente una orientación muy precisa, dada por los elementos de lo inconsciente, de que el deseo de la mujer era y se constituía en el Edipo, pasando por el hombre, y aun cuando Freud, y por supuesto, Lacan lo sigue–, rápidamente se da cuenta de que es por esa vía que ella plantea la cuestión de la feminidad en relación a otra mujer, y tenemos el fundamento de la constitución del posicionamiento histérico en el deseo. Para sostener ese posicionamiento histérico, que da lugar, sin solución definitiva, a una variación de respuestas sobre qué es una mujer, es necesario reconocer la articulación con el deseo del hombre. Porque no se puede plantear a nivel de qué es una mujer, qué es la otra, sino es que es una otra porque es deseada por un hombre. Y si con la otra, originariamente la madre, el pacto es: “Vamos a ser nosotras, hija, más allá del deseo de los hombres”, observamos esa dimensión estragante, y lo verificamos clínicamente.
Así que podríamos decir que Lacan, en esa frase, insiste en ser freudiano en cuanto a la interpretación del deseo inconsciente. Y eso tendría un valor respecto a la historia del psicoanálisis en la medida en que el fracaso de los analistas para lograr analizar la histeria, el límite que encontraron en la práctica, respecto de qué resuelve ella en su articulación al deseo de los hombres, fue dando cada vez más importancia al análisis posible de una fase preedípica madre-hija, y eso tomó su despliegue máximo –y su efecto en la Argentina–, desde el kleinismo.
Y el kleinismo produjo en sus análisis, vía análisis de mujeres –lo he observado, mucho, por años–, un punto de hostilidad respecto de los hombres. Claro, cuando yo digo un punto de hostilidad se puede oír a coro, perfectamente, que sí, no es ese el tema. Y que favoreció posiciones muy obsesionadas, y búsquedas en las mujeres de resolver las cosas con más distancia, evitar esos estragos con los hombres, –no querrían saber nada de la segunda frase de Lacan, la del síntoma–, y el comienzo de dúos de mujeres, del estilo madre-hija, con todas estas otras características que hemos descripto. Además de todos los enormes problemas doctrinarios que por eso se producen, suponiendo la existencia de una fase preedípica madre-hija.
Para resumir, la frase que he comentado de la relación madre-hija, vinculándola con la segunda, el término ravage, ya ahí también habría que hacerlo resonar en la problemática de lo ilimitado, y del problema de lo que entre madre-hija toca esa dimensión en la cual algo hay de falta de límite. Y por eso es también que muchas veces esas situaciones mejoran por el solo hecho de que alguien introduzca el límite, y que no sea la madre la que tenga que usurpar supuestamente ese lugar. Se hacen insensatos los límites de la madre porque es una mujer, porque ya ha sido ser en ese estrago. Y entonces siempre hay una manera caprichosa e insensata de establecer todos los principios y las reglas con las cuales la hija se podría conducir.
Muchas de esas situaciones se alivian si un tío, el abuelo, le dicen: “Búscate hija un novio, alguien que te ponga límite, déjame en paz a mí”. A veces las dos se dan cuenta de qué es lo que falla ahí.
Uno podría decir ¿por qué? Porque si se ponen en feministas hostiles no tiene salida la cuestión, trato de ir a otro punto. ¿Por qué vemos clínicamente, que una ley sostenida por un idiota es mil veces más eficaz que la que quiere sostener esa astutísima madre? Porque la ventaja del idiota es que –aparte de que no la pone muy bien a la ley, o se olvida, está un poco ausente, pero no importa, con que diga algo está bien, es otra la cosa–, viene esa ley de alguien que es sexualmente y en su goce un limitado, y permite la identificación de ella a algo acotado, a un conjunto cerrado.
Y es en eso que para ella es la referencia a esa identificación en un hombre, le es algo de enorme estabilización respecto de una angustia, angustia que excede la teoría de la angustia como objeto a, porque es la angustia de un cuerpo que funciona fuera de límite. Y no es que ellas vayan a adorar a ese hombre que sostiene una ley, ni nada por el estilo, pero hay que preguntarse el porqué de ese referente. Y por qué el mismo referente es superyoico e insensato sostenido por una mujer.
Es un dato que les doy, cuando se dice: bien, la mujer también puede reemplazar al padre y sostener la ley. Sí, por supuesto, pero a la larga se va a encontrar este problema, porque para ella la cuestión de la feminidad no puede sino planteársele, y en formas más o menos sintomáticas aparece en la madre, indefectiblemente, que ella también es mujer, y que ella también es una ilimitada.
Creo que hay que ir más allá, no es un problema ni de machismo, ni de paternalismo, ni de negar las lacras concretas de los hombres, y de su manera un poco bruta de relacionarse con las mujeres –no vamos a hacer ningún panegírico, ni elogio de nada–, hay que ir a algo más estructural. Y creo que Lacan ya en L’étourdit (15) tenía la idea de que es agotando, y articulando, pero llevando hasta el final para ella la referencia al significante del hombre, como podría ubicar un más allá de su feminidad, para alguna chance que no fuese de estrago.
Para terminar, diría que Lacan veía para ella –es un tema de fin de análisis–, alguna ubicación respecto de su feminidad en lo que podríamos decir un paso más que el Edipo. Pero no buscando a la mamá originaria mucho más acá del Edipo. No es que a Lacan no le interesó cómo resolver que ella encuentre algo más de sustancia en la cuestión de su cuerpo abierto e ilimitado y la cuestión de su feminidad, pero en Lacan ese tema fue siempre sobre la base de un recorrido de toda la lógica del falo como tal. Y es, al fin de cuentas, por una lógica de no-todo respecto del falo que va a ubicar la feminidad –es decir que en su definición se necesita del falo para ubicarse en eso como no-todo–, y no por la decepción, el rechazo a jugarse a la aventura de volver a amar a algún hombre que se pueda resolver la feminidad, salvo bajo las formas fantasmáticas, superyoicas, y de estrago en el sentido fuerte que hemos comentado.
Esa me parece la orientación lacaniana en el tema, pero es un comentario, porque como les digo, son frases muy complejas que están siendo trabajadas.
Bien, estoy abierto a las preguntas. Voy a esperar tranquilo hasta que aparezca alguna, no puede ser que vayan después todos a preguntarle a la mamá de cada uno de ustedes algo.
(PREGUNTA DEL PÚBLICO)
Sabemos de los límites que tiene para una mujer el análisis, en tanto culminan en un deseo del falo. El falo, no eso que ellos tienen entre las piernas –ellas saben de su fracaso– sino como dice Lacan en el Seminario 10, (16) el que podría articular la feminidad como tal. En esto se estanca la solución edípica.
De todos los significantes-amo, los significantes-padre, inscriptos en una cadena inconsciente, todos darán como respuesta, siempre, la ubicación del deseo, el deseo del falo. En ese sentido es, yendo un poquito más de su propio inconsciente, por eso es una temática difícil vinculada al fin de análisis y a cierta separación de ese mismo determinismo inconsciente, que Lacan plantea la ubicación de ella, la revelación para ella de la condición de esa lógica de no ser toda para el falo. De averiguar en qué –como dice Lacan–, es medio loca, pero no por una razón moral, consciente, un cuerpo medio loco, fuera de lenguaje, y que se presta al paraíso como a la devastación.
Nunca hizo Lacan de esto una cosa enteramente por fuera de la lógica fálica. Le encontró una vuelta que no podemos elaborar acá, pero digamos, toda la fuerza de sus fórmulas de la sexuación es haber encontrado una manera de entender ese ilimitado femenino, sin embargo, en un modo que se puede articular la función fálica. Eso era lo que decía que se podía tener en cuenta también en la frase que dice en L´étourdit, (17) donde expresa que es un error ir a buscar esa solución del lado de la madre. Por supuesto que, mientras permanezca en una posición histérica, habrá para ella toda la dinámica, la dialéctica y todas las transformaciones de su deseo, no una relación superyoica, pero habrá siempre insatisfacción, porque todas las formas fálicas que los hombres articulan para su identificación son para los hombres fantasmas, lunares, y haciéndose lunar no es como una mujer consigue el rapto.
Hay más ideas en el último Lacan. Ahora ha salido un texto, un pequeño seminario que dio Jacques-Alain Miller en Brasil, que es como un resumen de sus desarrollos más recientes, y donde encontrarán esta lectura de la cuestión de la devastación o del estrago, que ha sido publicada en castellano con el título de El hueso de un análisis. (18) Ahí tienen bien articulado –bien articulado quiere decir: ¡reconocido por fin! por una persona importante del psicoanálisis, el mejor comentarista de la obra de Jacques Lacan–, cuál es el papel estructural como modo de goce que juega el amor en la mujer. Me atrevo a haber sido un poquito pionero en eso, porque escribí un libro que se llama Problemas sobre el amor y el deseo del analista, (19) que los analistas dejaron caer en un tacho de basura, porque la teoría del amor era que el amor era una trampa narcisista, sostenido siempre por la idealización, y que había que atravesar eso. No había otra teoría.
Lo que me pasó es que, a mí, en mis discusiones con las alumnas de tantos cursos, las mujeres jamás me lo creyeron. Yo notaba que explicaba la teoría del narcisismo y los límites del amor, y ellas me miraban como diciendo: “eso ya lo sé, pero el amor es otra cosa”.
Así que lo revisé en Lacan todo lo que pude, y ahora está perfectamente dicho, bien fundamentado, que no es una coquetería, no es un alma femenina, no es un no sé qué de las mujeres en un sentido culturoso, tierno, romántico. Es que hay una razón por la cual el amor es el único modo de acceso al goce femenino. Se lo puede entender como un operador. Con mucha frialdad, si quieren, se puede decir: es que ellas suelen ser tan enamoradas, llegan a tal sin límites en el amor. Bueno, pero no lo veamos desde los hombres sino sobre nosotros; nunca vamos a responder con una cosa tan así, salvo algunos muchachos muy dotados, pero hay que ir a San Juan de la Cruz. Estamos empezando a entender que –no hagamos eso en términos de pullas de un sexo con el otro, de que sean más nobles en el amor y nosotros unos brutos, etcétera– en el exilio de los sexos hasta qué punto están determinadas, podríamos decir, cómo les conviene la locura del amor, porque es el único modo de acceso a ese otro goce.
Y eso nunca se decía con claridad, y si no se dice con claridad se empuja a las mujeres al goce pulsional, al desengaño, a engañar a todos y a sí misma, pensando que por puro sexo se la pasa fenómeno, y que se puede vivir sin pasar por los riesgos de la devastación. Acomodarse al día de hoy y decir: “Bueno, él se bajó tres, yo me bajé cuatro” –dicen ellas-. Salir con un chabón, con otro y con otro, pum, tum, en un clima general de gran dificultad de retomar la cuestión del amor.
En realidad, estamos en un momento bastante desengañado, terminaremos todos con mamá, pero es muy importante que por fin hay una teoría que empiece a dar cuenta de que hay un real de goce en juego en eso. Que no es sólo un tema de querer fundirse con el otro, y que ese carácter insaciable de la demanda de amor de una mujer, no podemos adjudicarlo ya en análisis siempre a la insatisfacción histérica. De querer curarse de la histeria, quitándole, al mismo tiempo, algo en lo que siempre reclama en el amor algo más, pero que en ese algo más se lo puede ver desde un punto de vista distinto que solamente la falta fálica, que nos hace creer que lo que ella quiere es más falo, y entonces es una quejosa. Pero es que habita en esa demanda ilimitada en la mujer algo que no se soluciona por la histeria, sino que hay que entender que es exactamente el modo en que se articula su goce.
Y no cuesta tanto eso cuanto se entiende bien la relación que tiene el amor con ese no-todo. Por eso hay ese carácter ilimitado femenino en la cuestión del amor, tanto en el pedido de amor como en el amor que es capaz de dar, que son locas de amor, como dice Miller: la mujer ama de una manera erotómana, (20) pero es que en eso está el único modo que conocemos de posible acceso a ese goce. No tenemos un modo que decís: bueno, si los hombres se ponen un lunarcito, ellas llegan al goce femenino. No, no, ni con fantasma, ni con esto, ni con todo lo que conocemos para gozar, no es el modo de ese otro goce, y el único del que hay ciertos testimonios, también en los místicos; es por coraje, o por una posibilidad más allá de la angustia de aguantarse un amor sin límites. Eso, dice Lacan, que puede ser para una mujer un hombre. La excusa para dar lugar a ese goce en ella.
(PREGUNTA DEL PÚBLICO)
No se sabe bien qué pierde una mujer cuando pierde un amor, y ni la teoría del duelo, que es una cosa extraordinariamente difícil. Ayuda en esto, porque cuando decimos decepción es una decepción de devastación, no es la decepción de perder un objeto, que puede ser muy fuerte, pero que es un objeto bien enmarcado en un fantasma ilimitado. Entonces es difícil eso, y se ve mucho cuando vos decís: bueno, ¿por qué no quiere intentarlo de nuevo? Conozco mujeres que, por ejemplo, respecto de las maldades mayores que le puede hacer un hombre –vamos a la más simple de todas, que no la quiera más y se fue con otra–, cuando ella había abierto ese amor a la dimensión sin límites, ese agravio no tiene solución. Una mujer puede decir, tres, cinco años después: “Estoy nerviosa porque tengo que ir a una reunión donde va a estar él”.
Hay un chiste muy lindo que salió ayer u hoy en La Nación, de Maitena, que se llama “Superadas” (21) –es muy chistosa en cosas de mujeres–, donde una amiga le dice a la otra así: “pero escuchame, estás loca, si te largó hace cinco años, vos ya te casaste con otro, y has tenido hijos con otro, y ahora porque te enteraste que él tiene una novia estás con un ataque de celos, ¿qué celos son esos?” Y ella dice: “Unos celos residuales”.
Después uno ve distintos acomodos posibles, puede haber hasta el temor. Una mujer desde el lado de la feminidad hace cosas que no se entienden, que siempre se entendían como histeria, y es porque sólo ella tiene en su angustia dimensión de lo que es si le agarra eso. Y puede decir: “no voy a ir, no quiero verlo, única defensa que tengo, porque si lo veo, en un instante, todo lo que he pensado racionalmente de este desgraciado, bum”. Y te dicen que es por una cosita que sienten acá, qué sé yo.
Hay toda una clínica nueva posible, en la que la palabra puede ubicarla dándole un lugar a eso, porque ¿quién puede conseguir una solución acerca de cómo manejarse sino ellas? Le daría mucho valor, ya que muy fácilmente, en nuestra cultura, ellos están absolutamente en el lado del consumo fantasmático, con todo un proceso de caducidad de la familia, separación, y ellas también parecen estar destinadas a una solución del estilo masculino, por decir así. “No te metás más en eso porque perdés”, ese es el mensaje fuerte, “no se enamoren porque acá el que se enamoró perdió”. O libros como pueden ser “el problema de las mujeres que aman demasiado”, como si pudieras tener una terapéutica para decir: amá menos.
Pero es que a veces espontáneamente a uno le puede salir eso en un análisis también, “no te lo tomés tan así”. Pero una mujer enamorada está fuera del planeta en eso, es inútil que diga: “Sí, no me lo voy a tomar tan así”. ¿Y qué pasó? “Esperé en un insomnio catorce horas el llamado telefónico de él, y yo me doy cuenta que soy loca porque no tiene sentido, porque incluso él me dijo: no sé si voy a poder llamarte”, y nada del discurso sirve, y están desbordadas, raptadas en ese estado de devastación.
No sabemos mucho, pero se empieza a reconocer el tema, y que no se soluciona tampoco diciendo: “Teléfono… dígame qué asocia con teléfono”, tele-fono, su mamá, qué sé yo, debe ser un ritual de la voz de la madre, porque es un punto en el cual todo un inconsciente está en suspenso, y se trata de ver cómo articular ese plus corporal y de goce a algo.
Me alejé un poco, pero contestaba en el sentido de que no me extraña, no me parece tan raro, que después de algunas decepciones, pueda crecer este punto de defensa hostil y de decir: “Me cansé, me cansé”.
(PREGUNTA DEL PÚBLICO)
Se ve bien eso en la clínica, cuando hay por detrás una especie de reproche de mujer a mujer. Está carcomiendo lo que podría ser la relación de una madre con su hija, de una hija con su madre. Por eso hay que buscar más datos clínicos para ver si es realmente una situación estragante.
No estoy tampoco diciendo que ella puede contar: “Sí, mi marido se queja porque tal día me gusta ir a almorzar con mamá”, o “le dije a mamá que venga a casa” y como él piensa “la suegra” –les estoy haciendo la novela, medio machista, de que las mujeres tienen que despreciar a sus madres o cosa por el estilo–.
Hay que precisar el asunto, y el dato que indica que se van a pasar la cuenta estragante de un reproche de mujer –por detrás de la relación madre-hija–, es lo que les digo de un pacto mutuo de hostilidad y rechazo del deseo masculino. Ahí es cuando ves que, estamos juntas porque somos dos fracasos como mujeres, por esos mierdas de hombres, pero la sociedad en comandita que queda ya toma una dimensión estragante.
¿Está claro eso? Puede haber perfectamente vínculos de hija – madre donde no se plantean, no se articula eso, y que pueden ser con todas las peripecias comunes de un vínculo, y sin este matiz tan especial.
Así que, ojo, hay que comentar muy bien la frase, porque Lacan lo dice muy bien, en qué la relación es un estrago. Lo dice en la medida en que se instala entre ellas una pregunta sin salida.
LUZ CASENAVE: Las observaciones, sobre lo que se puede ver, en algunos tratamientos de antigua data, sobre las posibilidades de salida del estrago de la madre, de la fortaleza, de la imposibilidad de manejar la situación, es la negación de la feminidad, es decir, masculinización, y uno ha visto mucha gente, muchas mujeres como masculinizadas después de un análisis. Es decir, muy puestas en posición de desprecio hacia lo femenino. ¿Qué pensás vos?
J. C. INDART: Lo que pienso hoy en día es que no se llega tan lejos en ese tema si definimos lo menos masculino, lo supuestamente más femenino, simplemente en el sentido de ser el falo, asumir todos los emblemas de una mascarada femenina.
Con eso digo que no se llega muy lejos, porque para la cuestión femenina el tema de fondo es el amor, y no este lío de cómo se posicionan en términos de aparentemente más viriles o aparentemente más coquetas, frágiles, histéricas, porque hay reinas de ser el falo que no quieren saber de amor.
Estamos hablando de cómo en las mujeres es un tema importantísimo, pero están las que solamente, si el deseo del analista apunta a eso en un análisis, puede esbozarse un poco.
Hay casos en que eso se presenta con más claridad, pero hay casos de mujeres –no importa la posición a nivel del tener-ser el falo, no son ni las conveniencias, ni resolver exactamente los problemas de la vida, ni conseguirse un amigo, ni tener hijos, todo eso puede ir ocurriendo–, en que si se busca un fin de análisis, no lo hay sino sobre la base de en vivo, no recordando sino volviendo a articular algo, ella encuentra un saber hacer algo con eso. Pero para eso necesitamos una práctica analítica y una oreja que dé más lugar, más lugar a los modos en que se presenta lo femenino, y no solamente el modo en que en ella se presenta su falicidad y su histeria.
Hay muchísimos casos en que todas esas manifestaciones son vividas por una mujer como una vergüenza, como su parte tonta, y puede el análisis avivarla, por decir así, en la dirección en la cual no va a ser más tonta, pero al mismo tiempo se sofoca ese tema. Esas son las contradicciones en que estamos.
Para la vida práctica, seguramente una mujer que se endurece más, se arma mejor conjuntos cerrados, para su cuerpo, y para su carrera profesional, puede estar aparentemente mejor.
Hay una cuestión ética en análisis: si vale la pena conducir solamente en esa dirección un análisis. Si retomamos la pregunta de Freud: ¿qué quiere una mujer? Amar y ser amada. Eso quiere una mujer, en un sentido nuevo que hay que darle a esos términos.
Después quiere muchísimas otras cosas, quieren dinero, quieren eso, quieren prestigio, pero eso no es lo femenino de lo que quieren. Eso lo conocemos, pero ahí estamos sin diferencias de sexo, eso es común, nadie está en contra de eso.
Pero si se va a llegar a la pregunta freudiana de fondo, el modo que hay que reelaborar es ése, y no por una ideología valorativa del amor. He insistido en que se trata de poder tomarlo del modo más materialista si quieren, que es un modo de acceder a un goce. Y como todo goce, tiene sus riesgos.
Siendo la una y cuarto, podemos dejar aquí.
1- La conferencia fue dictada en la ciudad de San Luis el 24 de abril de 1999.
2- Lacan, J., “El Atolondradicho”, en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p.489. En el momento en que J.C. Indart dictó esta conferencia aún no se había publicado la versión castellana de L”etourdit. En este libro hemos decidido establecer las citas con la versión publicada en castellano de Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012 [N. de E.].
3- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 99.
Al momento en que dicta esta conferencia J.C. Indart, no se encontraba establecida ni la versión francesa ni la castellana del Seminario 23. Hemos decidido precisar las citas siguiendo la versión establecida en castellano. [N. de E.].
4- Ibíd.
5- Miller, J.-A., EL partenaire-síntoma, Paidós, Buenos Aires, 2008, pp. 277-301.
6- Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1998.
7- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, op. cit.
8- Lacan, J., “El atolondradicho”, op. cit
9- Ibíd., p. 4.
10- Ibíd.
11- Indart, J.-C., y otros., Un estrago. La relación madre-hija, Grama ediciones, Buenos Aires, 2014.
12- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, pp. 53-56 y 296-300.
13- Ibíd., pp. 335-349.
14- Irigaray, I., “Y una no se mueve sin la otra”, DUODA Revista d’Estudis Feministes n° 6, 1994.
15- Lacan, J., “El atolondradicho”, op. cit .
16- Lacan, J.,El Seminario, libro 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006.