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El concepto de un lugar donde Dios ejerce su gobierno es el segundo uso más frecuente. Por ejemplo, Salmo 103.19 dice, “Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos.”
Tal como estos pasajes indican, El reino de Dios es universal y perpetuo. ¿Cómo entonces puede venir? La respuesta es que su reino viene cuando él manifiesta su soberanía en un mundo de apostasía y rebeldía, restaurando la vice regencia del hombre en Cristo (expresada en el relato de la creación en la forma del cuidado y el dominio sobre la tierra). La venida del reino es proclamada inmediatamente después de la caída, cuando el pecado había hecho humanamente imposible lograr la tarea que Dios le había dado al hombre, sin intervención divina. El Creador-Rey gobierna, poniendo enemistad entre la serpiente y la mujer, entre sus simientes respectivas - un decreto divino que conlleva la promesa de la victoria final sobre el malo (Génesis 3.15).38 La simiente de la mujer triunfará, pero con sufrimiento; la serpiente herirá al Redentor en el calcañar, antes de ser fatalmente pisoteado debajo de sus pies.
Jesús comenta sobre el tema del conflicto real en su explicación de la parábola de la cizaña entre el trigo (Mateo 13.37-43):
“Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga.”
El reino viene cuando Dios ejerce su soberanía en un mundo caído, trayendo salvación y juicio. El salmo 29.10 dice, “El Señor se sentó como rey cuando el diluvio; sí, como rey se sienta el Señor para siempre” (LBLA).39 En el diluvio trajo juicio sobre la humanidad apóstata, pero por su gracia también trajo salvación a un remanente. En el éxodo, Dios también reinó, salvando a su pueblo escogido, pero trayendo juicio sobre los poderes - humanos y demoníacos- que se opusieron. “Y [Jehová] fue rey en Jesurún” (Deuteronomio 33.5). Aunque Dios es rey sobre toda la tierra y gobierna sobre todas las naciones (Salmos 47.7-8), es rey sobre los judíos en un sentido especial. Es el creador y redentor de Israel (Isaías 43.15; 44.6). “Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará” (Isaías 33.22). El reinado de Dios en el Antiguo Testamento estableció una comunidad de personas que constituyeron su propio reino y recibieron sus dones y sus leyes (Vea Mateo 8.11-2, 21.43).40
Aunque el reino se manifestó en la redención y la historia subsecuente de Israel, el Antiguo Testamento anticipa un reino que dará comienzo a la realización plena del reinado de Dios, no solamente sobre Israel, sino sobre todas las naciones (Salmos 96.10-13, 98.8-9). Los profetas hablan de una visitación final de Dios, en que llevará a su conclusión el plan de redención (Zacarías 2.11; Daniel 7.13-14). La venida del reino en que el Señor ejerce su soberanía en el sentido pleno está vinculada con el Mesías. Como explica Herman Ridderbos, el Mesias es el futuro gobernador del mundo (Isaias 11.9-11), y su reinado es sobrenatural (Miqueas 5.2-5). “En resumen, todo lo que se refiere a la manifestación divina venidera apunta al hecho de que el Señor establecerá su reinado sobre Israel de nuevo, y mantendrá su reinado sobre el mundo entero, en y por medio del Mesías-Rey que viene.” 41
El reino mesiánico viene en etapas correlativas a la obra de Cristo. Ned B. Stonehouse capta bien el punto:
“Varios aspectos de la manifestación del reino deben ser diferenciados. El reino es uno, y se puede identificar básicamente como “escatológico”, debido a su consumación por medio de la intervención divina. Sin embargo, no es una contradicción reconocer que, antes de la consumación al final de las edades, habrá manifestaciones previas significativas del reino, que también son consecuencias de la intervención divina en la historia. La acción divina sucede en Cristo y a través de Cristo. Por lo tanto, las etapas de la venida del reino corresponden a las etapas del ministerio de Cristo. Las acciones del Hijo de Dios en su retorno darán comienzo a la etapa final del reino en su gloria y poder. Su exaltación a la diestra de Dios también constituye un triunfo culminante de Dios, al cumplir su propósito de la redención, y al marcar un hito en el establecimiento del reinado divino. Aun antes de este desarrollo, la presencia misma del Hijo de Dios en la tierra, y su victoria sobre Satanás y sus obras, señala la llegada del reino.”42
La importancia práctica de reconocer las etapas de la llegada del reino es doble. Por un lado, no podemos ser pesimistas acerca de la historia y la cultura, como si su primera venida y su exaltación presente no hicieran ninguna diferencia. Por otro lado, no debemos esperar una teocracia utópica antes de su segunda venida. Ya que la perspectiva de la llegada del reino en etapas tiene mucha incidencia en la práctica social cristiana, conviene hacer un repaso de los puntos principales de la enseñanza bíblica acerca del tema.43
EL MINISTERIO TERRENAL DE CRISTO
El Nuevo Testamento comienza con el nacimiento del Rey. El anuncio a María (Lucas 1.30-33), el anuncio a los pastores (Lucas 2.10-12), y la visita de los magos (Mateo 2.1-6) están relacionados con asuntos de la realeza. La canción de Maria (el Magnificat, Lucas 1.46-55) y la cancion de Zacarias (Lucas 1.68-79) exaltan la llegada del reino del Mesías como cumplimiento de los pactos con Abraham y David. Jesús mismo comienza su ministerio público con un anuncio de la llegada del tiempo de la salvación mesiánica: “Hoy se ha cumplido esta Escritura [Isaías 61.1-2] delante de vosotros” (Lucas 4.21). La presencia del Rey en la tierra marca la primera fase de la llegada del reino prometido. Las enseñanzas y las obras de Cristo proveen confirmación de esto, como lo hacen también algunos pasajes explícitos como Mateo 11.12, “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan”, y Mateo 12.28, “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios.”
El acto culminante del ministerio público de Jesús fue su sacrificio en la cruz. Lejos de ser una derrota, la cruz fue su manera de ganar la victoria decisiva sobre todos sus enemigos y los nuestros. “...Perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2.13-15, vea también 2 Timoteo 1.10; Hebreos 2.14-15). Tal como lo explica Anthony Hoekema, “el evento escatológico más grande de la historia no está en el futuro, sino en el pasado. Ya que Cristo ha ganado la victoria decisiva sobre Satanás, sobre el pecado, y sobre la muerte en el pasado, los eventos escatológicos futuros deben entenderse como la culminación de un proceso redentor que ya comenzó.”44
LA EXALTACIÓN CELESTIAL DE CRISTO
El Catecismo Mayor de Westminster contesta la pregunta acerca de cómo ha sido exaltado Cristo a la diestra de Dios, “Cristo ha sido exaltado en sentarse a la diestra de Dios en que como Dios-hombre fue elevado al más alto favor con Dios el Padre, con toda la plenitud de gozo, gloria, y poder sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra: en reunir y defender a su iglesia y subyugar a sus enemigos, en enriquecer a su pueblo y a sus ministros con gracias y dones, y en interceder por ellos” (pregunta 54). Cuando Cristo resucitó y ascendió a los cielos, comenzó a ejercer toda su autoridad como Mediador, sentado a la diestra de Dios.
Jesús hace un comentario sobre la profecía del Mesías en el Antiguo Testamento, destacando las dos etapas de su obra de redención: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” (Lucas 24.26). Como consecuencia de la muerte y resurrección del Mesías, se exige el arrepentimiento, y se proclama el perdón a todas naciones en su nombre, comenzando en Jerusalén (Lucas 24.47). El Cristo crucificado está sentado en el trono, reinando como Señor (Hechos 2.36). Ha sido exaltado a la diestra de Dios como el Príncipe y el Salvador, otorgando arrepentimiento y perdón por los pecados de Israel (Hechos 5.31), y de todas las naciones (Hechos 11.18).
El gran programa de la etapa actual del reino es la misión de hacer un pueblo para Dios de todas las naciones (Hechos 15.14). La oración de Pablo para el crecimiento espiritual de los colosenses refleja esta perspectiva: “con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1.12-14). El reino es un asunto de experiencia actual, y no solamente de esperanza futura. La Iglesia ha sido llamada a seguir el ejemplo del Mesías en su sufrimiento y en su gloria (Romanos 8.18-21).
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
La manifestación plena del poder de Cristo en el establecimiento de su reino será cuando vuelva en gloria. Aunque Cristo tiene toda potestad sobre el cielo y la tierra, todavía no vemos todas las cosas sujetas a él (Hebreos 2.8). Como dice Pablo, “Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Corintios 15.25). El último enemigo, la muerte, será vencida en la segunda venida. “Luego el fin [telos], cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia” (1 Corintios 15.24). En las palabras de la profecía de Jesús mismo, “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria,... Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.” (Mateo 25:31, 34).
El reino es una realidad actual en la Iglesia, manifestado en la comunión de los que aceptan el reinado divino en sus vidas; también es una realidad futura, la herencia del pueblo de Dios, de los que demuestran fe y amor en sus vidas (Santiago 2.5; Mateo 25.34-46; 1 Corintios 6.9-11; Gálatas 5.21). Pablo destaca la conexión entre la adopción y la esperanza: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8.17). Los “gemidos” de la creación (Romanos 8.22) son “contracciones” que señalan la futura llegada de un mundo mejor cuando vuelva Jesús.45 “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia” (Hebreos 12.28).
LA VIDA ETERNA
Pregunta: ¿Qué consolación te ofrece el artículo de la vida eterna?
Respuesta: Que ahora siento en mi corazón un principio de la vida eterna, después de esta vida, gozaré de una cumplida y perfecta bienaventuranza que ningún ojo vio ni oído oyó, ni entendimiento humano comprendió, y esto para que ella alabe a Dios para siempre.
El catecismo de Heidelberg, pregunta y respuesta 58.
“La vida eterna es el sumo bien y la muerte eterna el sumo mal”.46 Así escribió Agustín, reflejando una perspectiva bíblica que empieza en el huerto de Edén. El árbol de la vida simbolizaba más que una continuación de la vida física; es la promesa de una comunión eterna con Dios. Adán y Eva tenían libertad para escoger la vida, y Dios les advirtió de las consecuencias de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Si hubiesen resistido la tentación de comer de este segundo árbol, habrían conocido el bien por experiencia propia; al comer del árbol, llegaron a conocer el mal.
La historia no termina aquí, sin embargo. Dios interviene y provee una manera de invertir la decisión. El sermón de Moisés acerca de la renovación del pacto concluye con una invitación elocuente: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar” (Deuteronomio 30.19-20). La Tierra Prometida es una representación concreta de la bendición, pero el aspecto más importante de la bendición se encuentra en la afirmación, “él es vida para ti”. Dios mismo es el bien que debemos buscar, y la vida que debemos escoger. La bendición del pacto consiste esencialmente en la unión con él.
La esperanza de la vida eterna en la presencia de Dios, basada en la profecía mesiánica de la resurrección, es la conclusión del salmo del rey David acerca de la herencia. “Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16.11). El Cristo de David arrojaría luz sobre el concepto de la vida eterna al proclamar el evangelio (2 Timoteo 1.10). Cuando comparamos los cuatro evangelios, vemos que “recibir el reino” es una frase típica de Mateo, Marcos, y Lucas, mientras “tener la vida eterna” es una frase usada más por Juan. Pero los conceptos están interrelacionados. Los sinópticos hablan de buscar la vida eterna (Mateo 19.16; Marcos 10.17; Lucas 18.18), y los que entran al reino recibirán la vida eterna como herencia en la edad venidera (Mateo 19.29; 25.46; Lucas 18.30). Además, solo Juan relata algunas de las enseñanzas más conocidas de Jesús sobre el reino (Juan 3.3, 5; 18.18). Sin embargo, el tema unificador del evangelio de Juan no es la llegada del reino, sino el don de la vida eterna.
De interés especial es la definición de la vida eterna que aparece en la oración de Jesús la noche antes de que fuera traicionado: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17.3).47 La perspectiva de Moisés y David - que la vida consiste en comunión con Dios - ahora se confirma con un enfoque particularmente cristológico. Tal como dice Juan en su prólogo famoso, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1.14). Conocer a Cristo es conocer a Dios; tener al Hijo es tener la vida - ahora y para siempre.
La oferta de la vida eterna en Cristo francamente apela a nuestro interés propio, pero esto no significa que la ética cristiana sea ego-céntrica, en el sentido de que normalmente se entiende la palabra. El contexto - la vida eterna en Cristo
- cambia todo. El Señor satisface los deseos de los que se deleitan en él (Salmos 37.4), y en todas las cosas que causan deleite para él - misericordia, juicio, y justicia en la tierra (Jeremías 9.24). El YO que se satisface en la felicidad eterna no es cualquier YO, sino el YO que tiene hambre y sed de justicia (Mateo 5.6), el YO que desea a Dios sobre todo.
Los autores de la Confesión de fe de Westminster hicieron bien en poner en paralelo el gozarse en Dios con el glorificar a Dios en la primera pregunta acerca del fin principal del hombre (note que no dice los fines principales del hombre). A veces los teólogos tratan de eliminar el interés propio de la ética cristiana. Duns Scotus, por ejemplo, enseñaba que “el interés propio debe ser totalmente eliminado, y esto se logra solamente si al final el YO deja de desear aun su propia existencia”.48 No obstante, como lo señala John Burnaby, esto haría que la doctrina de la creación no tuviera sentido. “¿Por qué Dios crearía de la nada un mundo que solamente le puede glorificar cuando desea cesar de existir?”49 Samuel Hopkins, sucesor de Jonathan Edwards (pero no su heredero teológico) planteó en “Dialogue between a Calvinist and a Semi-Calvinist” [Diálogo entre un calvinista y un semi-calvinista] que el interés propio debe ser tan ausente en el amor verdadero para con Dios, que el cristiano debe estar dispuesto a ser condenado eternamente para glorificar a Dios, si Dios lo desea así.50 ¡Pero esto es una idea seriamente equivocada del amor! Esto no tiene nada que ver con la religión bíblica, basada en la verdad de Juan 3.16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.16). La idea de que Dios, después de todo lo que ha hecho para asegurar la vida eterna para los que creen, desea ser amado con tal supuesta “benevolencia desinteresada” es un desprecio increíble del don de Dios. Lejos de amar al Dios verdadero, el “calvinista” de Hopkins está postrándose delante de una deidad falsa de abstracción filosófica.
C. S. Lewis lo dijo bien, “Sería una criatura atrevida y absurda la que se presentara a su Creador jactándose, ‘No soy mendigo. Te amo desinteresadamente.’”51 Jesús vino a llamar a los cansados y trabajados - no a los auto-suficientes y desinteresados - para darles descanso en sus almas (Mateo 11.28).
Glorificar a Dios y gozarse de él no son dos propósitos distintos y separados; los cristianos gozan de Dios cuando lo glorifican, y Dios es glorificado cuando se gozan de él. Un teólogo evangélico ha sugerido que deberíamos expresar más precisamente el telos bíblico: “El fin principal del hombre es glorificar a Dios por medio de gozarse de él para siempre”.52 Esto es claramente un aspecto importante de la verdad - la presentación de Piper es rica en exposición bíblica acerca de la búsqueda cristiana del gozo - y este aspecto necesita ser enfatizado. No obstante, no podemos reducir la glorificación de Dios solamente a nuestro gozo en él. Dios es glorificado en la santidad también, por ejemplo, y no solamente en la felicidad de sus hijos.53 Es mejor mantener la palabra “y” en la pregunta del catecismo (glorificar a Dios y gozar de él para siempre), para representar los aspectos inseparables del telos bíblico, el aspecto objetivo y el aspecto subjetivo.
IMPLICACIONES PRÁCTICAS
El secreto de escribir un drama es comenzar con el final. Hay que desarrollar primero un buen fin, y después escribir la historia desde el final hacia adelante.
Woody Allen, God (A Play) [Dios (un drama)]
Un análisis muy perspicaz del carácter americano durante la década de 1980 fue Habits of the Heart [Hábitos del corazón], por Robert Bellah y cuatro colegas.54 Los autores, respaldados con su investigación sociológica, observan que “los americanos tienden a pensar que las metas fundamentales de una buena vida son un asunto de elección personal”.55 Los americanos estiman la libertad como el valor cultural más alto. Esto significa que la libertad ha llegado a definir lo que es bueno en la mente americana. Pero la manera en que típicamente describen la libertad es un summum bonum sin contenido.
“La libertad llega a significar que los demás deben dejarme tranquilo, sin imponer sus valores, sus ideas, o su estilo de vida sobre mí. Significa no tener autoridad arbitraria sobre mí en el trabajo, en la familia, y en la vida política. Pero es mucho más difícil definir lo que puedo hacer con esa libertad.”56
La libertad en la tradición bíblica significa libertad para hacer la voluntad de Dios; en la política, significa libertad para trabajar para el bien común de la sociedad. Pero en el individualismo actual, la libertad significa “libertad para escoger”, sin referencia a criterios morales objetivos. “¿Qué son los derechos humanos?”, le preguntaron a un niño. “Derecho de ser libre para hacer lo que quiera”, contestó. Esto es el concepto que tienen muchas personas acerca de la libertad. Defienden su propia libertad, a como dé lugar. Los que están a favor del aborto reclaman la libertad de la mujer embarazada, y los que están en contra del aborto reclaman la libertad del bebé. Los que están en contra de la matanza de animales defienden la libertad de los animales, y los que venden pieles defienden su libertad para realizar su negocio.
Frecuentemente la gente prefiere hablar de “valores” y no de “deberes”. Se habla de los valores que tiene la gente, sin hablar de normas éticas, porque este último podría llevar a discusiones conflictivas, incluso a la crítica o a la intolerancia. Hablar de lo que es bueno en sí mismo implica normas universales, y se da por sentado que no existe tal cosa. Muchos ya no hablan de lo que es “bueno”, sino solamente de lo que son sus propios valores. Hablan de lo que es “bueno para mí”. Con sus palabras, hablan de la moralidad, pero con sus manos, actúan de acuerdo con su preferencia personal.
Como destacan los autores de Habits of the Heart, “si nos definimos según preferencia personal, y esas preferencias son arbitrarias, entonces cada uno constituye su propio universo moral”.57 El bien y el mal se determinan, no de acuerdo con normas objetivas, sino de acuerdo con lo que el individuo encuentra útil para satisfacer sus propios deseos y suplir sus propias necesidades. “¿Qué tipo de mundo”, preguntan, “es habitado por este tipo de persona que está siempre en desarrollo, pero que no tiene ningún fin moral? En ese mundo, cada individuo tiene derecho a su propio ‘espacio’, y no tiene límites impuestos.”58 En la cultura moderna, Madonna es el símbolo de este tipo de persona “improvisada”, libre para ser lo que quiera, y para cambiar cuando quiera. Según este esquema, ninguna decisión es buena o mala en sí misma; lo que vale son los resultados que satisfacen las preferencias del individuo, sin restricciones de un universo moral que él no ha hecho.
Este principio no satisface, sin embargo, y es difícil vivir consecuentemente con él. Hace preguntarse si en realidad no existe algún fin moral que cada ser humano debe buscar. Hace preguntarse si es posible simplemente inventar el sentido de la vida sobre la marcha. Esta pregunta se ve en muchas de las obras de Woody Allen, incluyendo el ejemplo del teatro del absurdo que contiene la cita que usamos al principio de esta sección. El punto es que, sin el fin del drama, no hay mucha esperanza en la búsqueda del significado de la vida.59
La pregunta acerca de la meta de la vida humana no pertenece a una sola cultura. Aunque el summum bonum ha sido el tema especialmente de muchos filósofos occidentales, es una pregunta humana. Cuando el antropólogo Jacob A. Loewen preguntó a los indígenas del Chaco de Paraguay, “¿cuál es el deseo más importante que usted lleva en lo más profundo su ser interior?”, recibió la respuesta, “Uno quiere ser una persona,...sí, uno quiere llegar a ser un ser humano”.60 Esa respuesta refleja una conciencia profunda de que existe una norma para la naturaleza humana que define su verdadera realización. El evangelio toca este punto, porque son verdaderas buenas noticias para los que quieren ser aquello para lo que el hombre fue creado.
Comenzando con la pregunta de nuestro fin principal no solamente provee un punto de contacto para el evangelio; también mantiene la orientación personal de la ética cristiana. El principio clave de la vida cristiana no es la obediencia de una ley impersonal, sino la lealtad a Dios, el autor personal de la ley. La obediencia viene de un deseo de agradarlo y conformarse a su carácter. El interés personal está incluido, porque Dios ha hecho que nuestro interés sea el interés propio de él. Incluso, él ha dado a su único Hijo, para que podamos escuchar las palabras, “Bien, buen siervo y fiel...entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25.21, 23).
¿Qué, me preguntas, será mi premio?
¿Cuál es el secreto para hacerme sabio?
¿Qué de la riqueza que estimo más?
¿Cuál es el Nombre que gloria me dará?
¡Jesús, Jesucristo, el crucificado!
3 El motivo de la vida cristiana