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“La conclusión lógica, aceptada por Nygren, es que—ya que el hombre no puede amar a Dios en el sentido de eros, y no puede amarlo en el sentido de ágape, porque la criatura no puede ‘buscar el bien’ del Creador—el amor requerido en el primer gran mandamiento no se distingue de la fe, que es la única actitud correcta del hombre hacia Dios; además, el amor del cristiano hacia su prójimo no es nada más que el ágape de Dios mismo que fluye a través de los corazones humanos.”92
Nygren, para apoyar su posición, arguye que Pablo evita hablar del amor del hombre hacia Dios. “La entrega del hombre a Dios, sin reservas, es todavía el aspecto central en la vida cristiana, pero Pablo resiste usar el término ágape para describir esta actitud. Si lo hiciera, sería como decir que el hombre tiene una independencia y una espontaneidad en su relación con Dios, lo cual no tiene.”93 Seguramente Pablo estaría de acuerdo que el hombre no tiene tal independencia, pero en realidad ¿Pablo será tan reacio para hablar del amor del hombre hacia Dios? Típicamente habla del pueblo de Dios como “los que aman a Dios” (Romanos 88.28; 1 Corintios 2.9; 8.3). Los creyentes leen la bendición que él escribió, “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable” (Efesios 6.24). El hecho de que se usa el verbo agapaō aquí, y no el sustantivo agapē, no es importante. Además, Pablo no utiliza el sustantivo ni en la famosa frase acerca de la fe, la esperanza, y el amor (1 Corintios 13.13), donde sería difícil excluir una referencia al amor del hombre hacia Dios. Es especialmente claro en 1 Tesalonicenses 1.3, donde hay expresiones paralelas: “de la obra de vuestra fe [en Dios], del trabajo de vuestro amor [para Dios] y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”. Pablo no resiste hablar del amor hacia Dios, y el amor ágape es más complejo de lo que plantea Nygren. Aun así, todavía hay muchos que aceptan el enfoque de Nygren.94
Para ver un ejemplo reciente, un teólogo evangélico respetado escribe, “Eros tiene dos características principales: es un amor hacia algo o alguien digno, y es un amor que desea poseer. Agapē es distinto en los dos puntos: no es un amor hacia algo o alguien digno, y no es un amor que desea poseer.”95 En otras palabras, Eros es el deseo de poseer un objeto digno, y Ágape es el deseo de hacer beneficio para un objeto que no es digno. El autor encuentra que es necesario modificar los dos puntos. Citando el evangelio de Juan acerca del amor del Padre hacia el Hijo, y el amor del Hijo hacia el Padre (Juan 15.10; 17.26; 14.31), comenta, “Estos pasajes muestran que el agapē puede ser dirigido hacia un objeto digno.” Sin embargo, para rescatar su teoría, agrega, “Ya que este amor es espontáneo, se ejerce sin depender de los méritos del objeto, y se puede ejercer no solamente hacia un objeto digno, sino también hacia un objeto indigno.” El amor, según esta teoría, es más irracional que espontáneo. El autor también tiene que modificar la idea de que el ágape no tiene ningún deseo del objeto del amor. Dice, “por supuesto, hay un sentido en que Dios nos desea a nosotros; la Biblia entera expresa esta verdad.”
Ya que el contraste comienza a tener dificultades en los dos puntos críticos, se puede concluir que no debemos ni tratar de hacer tal contraste. Es totalmente apropiado insistir que Dios ama a los pecadores sin mérito. Sin embargo, van muy lejos cuando dicen que todo amor verdadero es “espontáneo y sin motivo”. Dios ama a los pecadores porque él los creó para sí mismo, y aunque no merecen su gracia, no son sin valor para él. Calvino, alguien que no se puede acusar de ser antropocéntrico, o blando en su trato de la depravación humana, lo expresa así:
“Porque Dios, suma justicia, no puede amar la iniquidad que ve en todos nosotros. Hay, pues, en nosotros materia y motivo para ser objeto de ira por parte de Dios. Por tanto, según la corrupción de nuestra naturaleza, y atendiendo asimismo a nuestra vida depravada, estamos realmente en desgracia de Dios y sometidos a su ira, y hemos nacido para ser condenados al infierno. Mas como el Señor no quiere destruir en nosotros lo que es suyo propio, aún encuentra en nosotros algo que amar según su gran bondad. Porque por más pecadores que seamos por culpa nuestra, no dejamos de ser criaturas suyas; y por más que nos hayamos buscado la muerte, Él nos había creado para que viviésemos. Por eso se siente movido por el puro y gratuito amor que nos tiene, a admitirnos en su gracia y favor.”96
Aunque están caídos, los pecadores todavía son criaturas de Dios y pueden ser redimidos—pero la salvación tiene un costo terrible. Esta disposición de pagar el costo demuestra la increíble profundidad del amor de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3.16). Lejos de ser “espontáneo y sin motivo”, según las Escrituras, el amor de Dios es volitivo y teleológico. “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1.4-6).
EL AMOR HACIA EL PRÓJIMO
El primer gran mandamiento nos insta a amar a Dios con todo el corazón, mente, alma, y fuerza. Para que no entendiéramos mal, pensando que la vida cristiana no tiene nada que ver con otras personas, Jesús agrega inmediatamente, “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22.37-40). La “semejanza” no es nada superficial—Jesús afirma que la revelación bíblica de la voluntad de Dios se revela en estos dos mandamientos. El segundo es como el primero en su importancia, y en su alcance. Según el apóstol Pablo, el amor hacia el prójimo es el resumen (objetivamente) y el cumplimiento (subjetivamente) de la ley. El texto clásico es Romanos 13.8-10:
“No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros. De hecho, quien ama al prójimo ha cumplido [peplērōken] la ley. Porque los mandamientos que dicen: «No cometas adulterio», «No mates», «No robes», «No codicies», y todos los demás mandamientos, se resumen [anakephalaioutia] en este precepto: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento [plērōma] de la ley.” (NVI)97
El mandamiento de amar a nuestro prójimo aparece por primera vez en Levítico 19.18. El contexto (capítulos 17-26) a veces se llama el “código de santidad”, debido a la expresión clave, “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Levítico 19.2). Se repite constantemente el fundamento de la conducta, “Yo soy vuestro Dios”, o más conciso, “Yo soy el Señor”. El mandamiento de amar ocurre dos veces (Levítico 19.18, 34); en cada caso, ayuda leerlo junto con el contexto del versículo anterior.
“No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.” (Levítico 19.17-18)
“Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios.” (Levítico 19.33-34)
La revelación en el Antiguo Testamento de la voluntad de Dios no es solamente moralidad externa. Se prohíbe el odio en el corazón; se condena tanto la actitud de resentimiento, como el acto de vengarse. Cuando se habla del amor, se ve que debe producir actitudes y acciones apropiadas—incluyendo cuando uno debe reprender en amor. Como dice Peter Geach, el amor no es “una fatua amabilidad hacia cualquier conducta pecaminosa o cualquier falta de fe”.98 Tampoco se puede reducir a una interpretación muy estrecha del “hermano” o “prójimo”, con la intención de justificar la discriminación basada en raza o situación social. Israel recibió el mandamiento de amar al extranjero, y no solamente a los propios judíos. Para apoyar esto, Dios les recuerda de su experiencia en Egipto. Cuando Dios liberó a su pueblo, era un ejemplo que ellos debían seguir. “[Dios] hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al extranjero dándole pan y vestido. Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Deuteronomio 10.18-19, vea también Efesios 5.1-2). El amor hacia el prójimo, tal como el amor hacia Dios, se debe entender como un complejo de disposiciones de afecto y voluntad. Pensar, “Amo a mi prójimo, pero no me gusta”, significa hacer una separación entre actitud y acción. El amor es un afecto que desea el bien para la otra persona. Jonathan Edwards destaca la relación entre el amor hacia el prójimo y el amor hacia Dios:
“Amor hacia Dios es el fundamento del amor hacia las personas. Amamos a las personas, o porque tienen alguna semejanza con Dios en su naturaleza o espiritualidad, o porque tienen una relación con Dios: son sus hijos, son sus criaturas, son amados por Dios, reciben la misericordia de Dios, o están relacionados con él de alguna manera.”99
El afecto hacia Dios produce un afecto hacia otras personas que están en relación con él, resultando en acciones apropiadas de acuerdo con cada relación. Por ejemplo, debemos amar a los que nos persiguen, no odiarlos, porque son la imagen de Dios, y reciben también la oferta del evangelio (Mateo 5.44; Santiago 3.9; 2 Pedro 3.9). Si nuestro enemigo tiene hambre, debemos darle de comer, y no dejar que se muera de hambre; es una criatura de Dios, y debemos mostrarle misericordia (Lucas 6.35; Romanos 13.20; Proverbios 25.21). El pasaje de Pablo sobre el uso de la libertad cristiana une el afecto con la volición cuando dice, “servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5.13).100 Las acciones, aunque sean loables en sí mismas, como dar las posesiones a los pobres, no valen como obediencia cristiana, si falta la actitud afectiva (1 Corintios 13.3). Por otro lado—y esto es más frecuente—profesar amor, sin que esto lleve a la acción, no es el amor. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” (1 Juan 3.17-18).
Habiendo establecido que el amor es tanto afecto como volición, ahora falta explicar cómo debemos entender la frase, “como a ti mismo”.101 ¿Será cuestión de cantidad? (Amar a tu prójimo tanto como a ti mismo.) ¿O será cuestión de calidad? (Amar a tu prójimo de la manera en que te amas a ti mismo.) Si lo entendemos como cantidad, en el sentido estricto, debemos amar al prójimo ni más ni menos que a nosotros mismos. Sin embargo, la Biblia no exige un amor igual hacia todos, un amor que provee los mismos beneficios para todos. Además, la Biblia honra a la persona que se sacrifica a sí misma, dando preferencia a los demás. Por otro lado, el hecho de reconocer que mi prójimo es una persona como yo despierta empatía acerca de sus necesidades, y voy a tratarlo de la misma manera en que me trataría a mi mismo. Si entendemos el segundo gran mandamiento en el sentido de calidad, esto encaja bien con el otro gran principio de amor establecido por Cristo: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7.12, vea también Lucas 6.31).102
Amar al prójimo significa mostrar afecto en beneficio de personas como nosotros mismos. El amor actúa para el bien de los demás, por cariño. El cariño influye en la manera en que percibimos los intereses de los demás y cómo expresamos el amor en las diferentes circunstancias de la vida. Las personas se relacionan con nosotros en distintas maneras, y debemos tomarlas en cuenta. El amor cristiano se extiende a los que probablemente no responderán. Pero si esto fuera la única expresión válida del amor, no podríamos amar a nuestros amigos, sino solamente a los enemigos. La distinción aguda entre el amor sacrificial y el amor mutuo haría imposible de entender Juan 15.13 (y muchos otros pasajes acerca de la ética): “Nadie tiene mayor amor [agapē] que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15.13). El mandato de amar al prójimo tiene aplicación universal, pero se expresa en distintas maneras, dependiendo de la relación que existe, sean miembros de la familia, miembros del Cuerpo de Cristo, miembros de la sociedad, miembros de la aldea global— todas las comunidades en la cuales participamos por la providencia de Dios.
Lo distinto del amor cristiano es que todos sus objetos son amados por causa de Dios. Si alguien objeta que debemos amar a las personas por su propia causa, y no por algún motivo ulterior, debe leer la respuesta de Illtyd Trethowan:
“’Estás diciendo’, alguien responderá, ‘que debemos amar a otras personas por causa de Dios. Eso es justamente lo que no queremos hacer. Queremos amarlas por su propia causa.’ Yo contesto que amar a las personas porque son criaturas de Dios, porque reflejan a Dios, es la única manera de amarlas tal como son. Decir que son criaturas de Dios no es simplemente un hecho interesante; es una verdad esencial acerca de ellas. Es verdad que tienen valor en sí mismas, pero solamente porque Dios les dio ese valor. Si no vemos a Dios como la fuente de su valor, no veremos su verdadero valor.”103
No debemos entender que el gran mandamiento y el segundo gran mandamiento están distribuidos en las dos tablas de los diez mandamientos, como si el amor hacia Dios se manifestara solamente en los cuatro primeros mandamientos del decálogo. Hay buenas razones para pensar que las “dos tablas” mencionadas en Éxodo y Deuteronomio son realmente copias del mismo pacto, uno para el Rey y otro para los súbditos, tal como era la costumbre en aquella época. Cuando Dios dice, “Ámenme y guarden mis mandamientos”, significa que debemos guardar todos los mandamientos por su causa, por amor hacia él. Esto incluye tanto el servicio en beneficio del prójimo, como el servicio en la forma de adoración. El decálogo es el texto del pacto con Israel; todas las diez “palabras” explican cómo debemos expresar el amor y la lealtad como el pueblo redimido de Dios.
EL AMOR PROPIO
El mandamiento de amar al prójimo como a mí mismo implica que realmente me amo a mí mismo en algún sentido. La pregunta es si este amor propio es un pecado, si es simplemente natural, o si es bueno.104 ¿Debemos entender el mandamiento como, “Ama a tu prójimo como te amas [pecaminosamente] a ti mismo”; como, “Ama a tu prójimo como te amas [naturalmente] a ti mismo”; o como “Ama a tu prójimo como te amas [correctamente] a ti mismo”? Históricamente, cada interpretación ha sido defendida. En algunos casos, como en el caso de Agustín, se ha interpretado el amor propio como algo ambiguo, que en un momento expresa rebeldía contra Dios, y que en otro momento expresa sumisión a él.105
EL AMOR PROPIO COMO ALGO PECAMINOSO
Ágape , según Nygren, excluye todo amor propio. “Es el amor propio que separa al hombre de Dios, impidiendo que se entregue sinceramente a Dios, y es el amor propio que endurece el corazón en contra del prójimo.”106 El amor propio es el adversario principal del cristiano, que debemos vencer. Nygren dice de Lutero que “se ha apartado tanto de la idea tradicional, la cual descubre un mandamiento de amarse a sí mismo en el mandamiento de amar al prójimo, que él considera que este mandamiento en realidad prohíbe todo tipo de amor propio.”107 Hay algo parecido en Calvino, quien dice que el amor propio es “el padre de toda iniquidad”, y que “es una pasión venenosa que nace dentro de nosotros y permanece profundamente en nosotros.”108 El hecho de que aparece en el segundo gran mandamiento no significa que sea en sí un mandamiento. Calvino arguye:
“Por el contrario, en toda la Ley no se dice una sola palabra para dar normas al hombre sobre lo que debe hacer o dejar de hacer para su provecho particular. Pues como los hombres por su misma naturaleza están mucho más inclinados de lo justo a amarse a sí mismos, y por más que se aparten de la verdad, siempre permanecen aferrados a este amor, no fue necesario darles ley alguna para inflamarlos más en este excesivo amor de sí mismos. Por donde se ve manifiestamente que no es el amor de nosotros mismos, sino el amor de Dios y el del prójimo el cumplimiento de la Ley; y, por tanto, que el que vive recta y santamente, es el que vive lo menos posible para si mismo; y que nadie vive peor ni más desordenadamente que el que vive solamente para sí y no piensa más que en su provecho propio, y de esto sólo se cuida.
“Incluso el Señor para mejor exponer el afecto y amor que debemos tener a nuestros prójimos nos remite al amor con que cada uno se ama a sí mismo, poniéndolo como regla y modelo, pues no hay afecto ni amor más vehemente que éste. Y debemos considerar diligentemente la fuerza de la expresión. Pues no debemos entenderla como neciamente lo hicieron algunos sofistas, los cuales pensaron que Dios mandaba que cada cual primeramente se amase a sí mismo sobre todas las cosas, y en segundo lugar amase a su prójimo; sino más bien ha querido transferir a los otros el amor que naturalmente nos tenemos a nosotros mismos. De aquí lo que dice el Apóstol; que la caridad “no busca lo suyo”.
“Y así, el Señor no ha establecido una regla en cuanto al amor propio, la cual deba estar subordinada al amor al prójimo. Pero él muestra que la emoción del amor, la cual por nuestra depravación natural reside dentro nosotros, debe ahora ser extendida a otros a fin de que con no menor solicitud, alegría y entusiasmo estemos dispuestos y preparados para hacer bien al prójimo como a nosotros mismos.”109
A pesar de la importancia de Calvino, es difícil entender como un “amor vehemente”, especialmente cuando surge de una naturaleza “depravada”, podría darnos una regla sana para juzgar nuestra conducta hacia los demás. No hay nada en el contexto de Levítico que nos lleve a la conclusión de que un amor propio indebido sea la pauta para saber cómo amar a los demás. Lo que se pide es que amemos a otros como nos amamos a nosotros mismos, sin ni una leve sugerencia de que el amor propio sea depravado.
Por supuesto, existe un amor propio depravado, llamado philautos en la descripción de Pablo de la naturaleza humana en los últimos días:
“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos [philautoi], avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural [astorgoi], implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites [philēdonoi] más que de Dios [philotheoi]” (2 Timoteo 3.1-4).
Philautos tiene las mismas connotaciones negativas en griego como la palabra egoísta en español. Se usa aquí para hablar de un amor propio que excluye a los demás, un amor propio que ni tiene el afecto natural de relaciones humanas, un amor propio que coloca el placer en el lugar de Dios. Sin duda, el egoísmo es un pecado; es adoración de sí mismo, egolatría. Pero tal como la existencia de la idolatría no elimina un amor apropiado de la creación de Dios, la existencia de la egolatría tampoco niega la legitimidad de un amor apropiado de sí mismo como la imagen de Dios. El enfoque de Calvino no permite hacer una distinción entre el amor propio egoísta, y el respeto propio como criatura de Dios. El deseo loable del teólogo de animar al amor y a las buenas obras, y su deseo de dejar al lado distinciones escolásticas que solamente quitan fuerza a la Palabra de Dios, han fallado en este caso. El amor egoísta no sirve como paradigma, y esto podría explicar por qué Calvino no mostró mucho interés en el mandamiento.
EL AMOR PROPIO COMO ALGO NATURAL
Un segundo enfoque del amor propio es verlo en un sentido amoral. Según este enfoque, el amor propio no es ni pecaminoso ni bueno; es simplemente una característica humana que se da por sentada en el mandamiento. Como lo expresa John Stott, “El amor propio no es una virtud que la Biblia aprueba, sino un hecho acerca de la humanidad, algo que la Biblia reconoce y utiliza como una pauta.”110 Tal como deseamos y buscamos el bien de nosotros mismos de una manera natural, también debemos desear y buscar el bien del prójimo. Según este enfoque, no es necesario mandarnos a amarnos a nosotros mismos, porque lo hacemos naturalmente. El amor propio, aunque no es pecaminoso, tampoco es moralmente positivo.
Posiblemente el mejor argumento para este enfoque está basado en las instrucciones de Pablo para los maridos en Efesios.
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, ...Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Efesios 5.25, 28-30).
A primera vista, esto se ve convincente. Si nadie ha odiado su propia carne, ¿no significa esto que el amor propio es algo natural, y no una obligación moral? Podría indicar simplemente que el ser humano tiende a cumplir ciertos deberes morales, cuando es para su propio beneficio. Por ejemplo, la gente normalmente cuida su propio cuerpo, y esto es un deber moral. Sin embargo, esto no describe cómo funciona la naturaleza humana siempre. Pablo no está haciendo una afirmación absoluta. No es difícil pensar en ejemplos de prácticas dañinas, como el abuso del alcohol, tabaco, y drogas, que algunos siguen haciendo, aunque saben que no son buenas para su salud.
La afirmación general de Pablo no excluye el hecho de que algunos se odian y se hacen daño, algo que los psicólogos frecuentemente tienen que tratar. Pablo tampoco ignoraba el hecho de que algunos se destruyen a sí mismos, como en el caso del suicidio. Judas es un ejemplo de esto.
Si el abuso del cuerpo es moralmente malo, ¿por qué no es moralmente bueno cuidar el cuerpo? Es sano vivir de acuerdo con las normas morales de Dios, incluyendo el cuidado de sí mismo. Un libro lo explica bien:
“Podría parecer innecesario hacer un compromiso especial para cuidar a sí mismo, ya que todos tienen el instinto de vivir. Sin duda, el deseo de vivir, crecer, y funcionar bien es innato. Es el fin de todo organismo. Sin embargo, en el caso de los seres humanos, que no viven solamente de acuerdo con sus instintos, sino que son libres en lo más profundo de su ser, este compromiso no se da por sentado; es una decisión que la persona tiene que tomar.”111
A veces pasa inadvertido el hecho de que la interpretación del amor propio como algo simplemente natural introduce un error en el mandamiento; según este enfoque, el mandamiento usaría el término “amar” en dos sentidos distintos. Sería como decir, “Ama a tu prójimo moralmente, tal como te amas a ti mismo naturalmente”. ¿Cómo puede servir como pauta moral algo que es simplemente un fenómeno natural? No es realista pensar que podamos convertir un instinto orgánico natural en un paradigma moral para nuestra conducta hacia los demás.
EL AMOR PROPIO COMO ALGO MORAL
El enfoque tradicional del amor propio como una obligación moral tiene sus raíces en Agustín.
“Es imposible que alguien ame a Dios, sin amarse a sí mismo. Incluso, solo el que ama a Dios también ama a sí mismo de una manera apropiada. Se considera que el hombre tiene suficiente amor propio cuando busca el bien supremo y perfecto, y esto es nada menos que Dios mismo, tal como se demuestra en lo que hemos estado diciendo. Por lo tanto, ¿quién puede dudar de que el que ama a Dios también se ama a sí mismo?”112
Tomás de Aquino continuó con la perspectiva de Agustín, y presentó el orden del amor así:
“Así es necesario que el afecto del hombre sea inclinado de tal manera que, primero y principalmente, cada uno ame a Dios; segundo, que se ame a sí mismo: y tercero, que ame al prójimo. Y entre los que sean sus prójimos, debe prestar ayuda mutua a los que estén unidos más cercanamente con él, o que estén relacionados más cercanamente con él.”113