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Dentro de las universidades, esta idea de que la vida está en deuda con quienes han «sufrido» y que ese sufrimiento es constitutivo de su identidad se ha promovido en lo que la neolengua de la corrección política ha llamado «espacios seguros». Un estudiante de George Mason University los definió para The Washington Post como «un lugar donde usualmente las personas que están marginadas hasta cierto punto pueden reunirse, comunicarse, dialogar y desentrañar sus experiencias»50. Se trata, en otras palabras, de un espacio de encuentro entre supuestas víctimas, donde está prohibido disentir y poner en duda sus sentimientos, ideas o creencias y en el cual se cultiva un ánimo de intolerancia con cualquier opinión incómoda que no se ajuste a su ideología.
Ahora bien, ciertamente no es objetable que existan espacios en que personas similares compartan sus experiencias sin ser expuestas a conflicto. El problema es que las universidades constituyen instancias de reflexión y discusión de todo tipo de ideas y visiones, incluso las más desagradables, pues su compromiso es, siguiendo a Goethe, con la verdad y la razón. No es casualidad que el lema fundacional de Harvard sea «veritas» —verdad— y el de Yale «lux et veritas» —luz y verdad—. Hoy, sin embargo, la mentalidad del «espacio seguro» ha llevado a que ni en Harvard ni en Yale, ni en muchas otras universidades del mundo, exista el mismo compromiso con la verdad de antaño dado el miedo que prevalece a la reacción de los estudiantes, administrativos y académicos. En Harvard, por ejemplo, los profesores de derecho encuentran crecientes dificultades en enseñar el delito de violación debido a que muchos alegan que es demasiado traumático para los estudiantes51. Pero es peor, porque de acuerdo a muchos de sus alumnos de color, Harvard es un lugar donde campea la opresión y la discriminación. Así lo «demostró» en 2013 una estudiante afroamericana que inició un proyecto de investigación para saber precisamente cómo se sentían los estudiantes de color en la universidad. Las devastadoras conclusiones fueron viralizadas en forma de imágenes que ilustraban las experiencias de los alumnos en la plataforma Tumblr, y fueron el inicio de toda una campaña llamada «I Too Am Harvard» o «Yo también soy Harvard». Su fin era exponer el sufrimiento que implica para la gente de color convivir con otros —sobre todo blancos— en esa universidad. Según lo que declara la plataforma oficial del proyecto, I Too Am Harvard se trata de «una campaña fotográfica que destaca las caras y las voces de los estudiantes negros en Harvard College». Y luego agrega: «Nuestras voces a menudo no se escuchan en este campus, nuestras experiencias son devaluadas, nuestra presencia es cuestionada. Este proyecto es nuestra forma de responder, de reclamar este campus, de pararnos para decir: Estamos aquí. Este lugar es nuestro. Nosotros, también, somos Harvard»52. Lo anterior revelaría un marcado tono de victimización y exageración, ya que quienes pertenecen a Harvard forman parte de la ínfima élite mundial, asistiendo a una de las universidades más progresistas y cuidadosas con los derechos de estudiantes de color en el mundo.
Pero si de llevar la fragilidad psicológica y la capacidad de victimizarse a niveles inverósimiles se trata, pocas universidades superan a Yale. En 2015, la profesora de psicología Erika Christakis desató la ira de los estudiantes tras instar a la burocracia de la universidad a no involucrarse en los disfraces que estos usarían para la fiesta de Halloween. Por lo visto, para Yale, los disfraces que los alumnos escogerían para dicha fiesta era, y sigue siendo, un tema de alta sensibilidad y potencialmente devastador para la comunidad universitaria. Vale la pena reproducir parte del mail enviado a los alumnos en octubre de 2015 por el Comité de Asuntos Interculturales de la universidad para hacerse una idea del nivel al que ha llegado la cultura del safetyism en Estados Unidos:
Queridos estudiantes de Yale,
El fin de octubre se acerca rápidamente y, junto con las hojas caídas y las noches más frescas, llegan las celebraciones de Halloween en nuestro campus y en nuestra comunidad […] Sin embargo, Halloween también es, lamentablemente, un momento en el que a veces se puede olvidar la consideración y sensibilidad normales de la mayoría de los estudiantes de Yale y se pueden tomar algunas decisiones erróneas, como el uso de tocados de plumas, turbantes, usar ‘pintura de guerra’ o modificar el tono de la piel o usar la cara negra o la cara roja […] esperamos que las personas eviten activamente aquellas circunstancias que amenazan nuestro sentido de comunidad o que no respeten, alienen o ridiculicen a segmentos de nuestra población por motivos de raza, nacionalidad o creencia religiosa o expresión de género. Las elecciones culturalmente inconscientes o insensibles hechas por algunos miembros de nuestra comunidad en el pasado no solo se han dirigido a un grupo cultural, sino que han impactado en las creencias religiosas, nativos americanos/indígenas, estratos socioeconómicos, asiáticos, hispanos/latinos, mujeres, musulmanes, etc. En muchos casos, el estudiante que usa el disfraz no tiene intención de ofender, pero sus acciones o falta de previsión han enviado un mensaje mucho mayor que cualquier disculpa después del hecho...53.
Luego de afirmar que «existe una creciente preocupación nacional en los campus universitarios sobre estos temas» y alentar «a los estudiantes de Yale a que se tomen el tiempo para considerar sus disfraces y el impacto que puede tener» los administrativos ofrecieron un catálogo de indicaciones sobre cómo decidir un asunto tan complejo:
Por lo tanto, si planea disfrazarse para Halloween o asistir a alguna reunión social planeada para el fin de semana, hágase estas preguntas antes de decidir sobre su elección de disfraz:
¿Lleva un disfraz divertido? ¿El humor se basa en ‘burlarse’ de personas reales, rasgos humanos o culturas?
¿Lleva un traje histórico? Si este traje pretende ser histórico, ¿es más información errónea o inexactitudes históricas y culturales?
¿Lleva un traje ‘cultural’? ¿Este traje reduce las diferencias culturales a bromas o estereotipos?
¿Lleva un traje ‘religioso’? ¿Este disfraz se burla o menosprecia la profunda tradición de fe de alguien?
¿Podría alguien ofenderse con tu disfraz y por qué?
La historia de los disfraces de Halloween adquirió un cariz violento, con protestas masivas que finalmente terminaron en la renuncia de Christakis y de su marido Nicholas, también profesor de la universidad, que se desempeñaba como encargado del campus donde ocurrieron los hechos y quien osó cometer el «crimen» de sugerir que si a alguien le molestaba un disfraz lo conversara con la persona o mirara para otro lado. El video del encuentro entre Nicholas Christakis, que fue encarado y rodeado por un grupo de estudiantes que le exigía que se disculpara, muestra la histeria a la que se está llegando en las instituciones educacionales de élite estadounidenses. Luego de callarlo con un grito, una alumna le espetó que su rol como Master del college en que vivían ellos era «crear un lugar de confort, un hogar para los estudiantes». Al manifestarse en desacuerdo, la alumna le gritó a la cara: «¿Entonces por qué carajo aceptaste la posición? ¡¿Quién diablos te contrató?! ¡Deberías renunciar! Si eso es lo que piensas de ser un maestro, ¡debes renunciar! ¡No se trata de crear un espacio intelectual! ¡No lo es! ¿Entiendes eso? Se trata de crear un hogar aquí. ¡No estás haciendo eso!... ¡No deberías dormir en la noche!, ¡eres un asco!»54.
Peor aún sería el hecho de que el nivel de agresión al que se vieron expuestos los Chrsitakis por intentar introducir un mínimo de sentido común en un ambiente patológico no fuera condenado por las autoridades universitarias sino celebrado. En lugar de expulsar o sancionar a los alumnos y proteger a los profesores, el presidente de Yale, Peter Salovey, anunció que la universidad haría aún más esfuerzos por incrementar la diversidad en la burocracia universitaria y daría más apoyo a los centros culturales de los campus. El tono de la reacción de Salovey es un buen reflejo del tipo de sentimentalismo o distorsión de la realidad que se ha tomado la esfera pública al más alto nivel: «En mis treinta y cinco años en este campus —escribió— nunca me han movido, desafiado y alentado simultáneamente por nuestra comunidad, y todas las promesas que encarna, como en las últimas dos semanas»55. Enseguida, agregó que había «escuchado las expresiones de aquellos que no se sienten totalmente incluidos en Yale, muchos de los cuales han descrito experiencias de aislamiento e incluso de hostilidad durante su estancia aquí», concluyendo que era la universidad la que tenía que cambiar y no los estudiantes, cada vez más fragilizados, incapacitados de tolerar una opinión diferente y violentos: «Está claro que debemos realizar cambios significativos para que todos los miembros de nuestra comunidad se sientan realmente bienvenidos y puedan participar por igual en las actividades de la universidad, y para reafirmar y reforzar nuestro compromiso con un campus donde el odio y la discriminación nunca se toleran». Toda esta declaración producto de unos disfraces de Halloween.
Este no ha sido el único episodio que da cuenta de la progresiva decadencia de la educación en Estados Unidos. Otro que vale la pena mencionar se produjo en 2015 en el Pierson College de la misma universidad de Yale, cuando alumnos de color se quejaron de que la palabra «Master» con la que históricamente se ha denominado al encargado del college les traía a la memoria la forma en que los esclavos se referían a sus dueños en el sur de Estados Unidos. Ante la queja de los estudiantes, el Master del Pierson College accedió a eliminar el uso del título argumentando que él debía crear un ambiente de bienvenida para los estudiantes de color en una universidad dominada por la cultura blanca anglosajona y masculina, cuyas tradiciones podían resultar ofensivas para minorías. La decisión unilateral fue tomada a pesar de que, como cualquier persona con un mínimo de conocimiento sabe, el título «Master» en el contexto de una universidad significa algo enteramente distinto a lo que significaba en los tiempos de la esclavitud. Peor aún, luego de la decisión del administrativo de Pierson College, la universidad completa anunció que ya no utilizaría más dicho título para referirse a los directores de los college. Esta anécdota fue relatada con alarma por el ex decano de derecho de Yale y profesor de esa universidad Athony Kronman en la introducción de su libro The Assault on American Excellence. Según Kronman, entre muchas otras, ella refleja el ataque que está teniendo lugar en contra del principio de excelencia —y de las jerarquías que este supone— de manos de activistas e ideólogos igualitaristas en Estados Unidos. En el fondo se trata de una visión radical que impide reconocer, aun en casos específicos como la universidad, un espíritu aristocrático según el cual algunas personas se encumbran por sobre otras en un sentido integral. Kronman explica que esto es grave ya que pequeñas islas de aristocracia son fundamentales por dos razones: por la belleza de lo que estas protegen y porque la democracia depende de la independencia de pensamiento cultivada por la excelencia de universidades como Yale. En consecuencia, señala Kronman refiriéndose a las universidades, «un ataque a la idea de la aristocracia dentro de ellas perjudica no solo a los pocos que viven y trabajan en el espacio privilegiado que ofrecen, sino a todos los que, en la frase de Edward Gibbon, ‘disfrutan y abusan’ de los privilegios democráticos que pertenecen a todos fuera de sus muros»56. Siguiendo a Alexis de Tocqueville, Kronman formula una convincente defensa de la idea de la excelencia cultural, moral e intelectual como necesaria para mantener un orden civilizado y libre, tesis que contraviene de frentón el relativismo promovido por cierta izquierda y su virulento esfuerzo por desmantelar las jerarquías occidentales basadas en la idea de que hay cosas grandiosas y otras que no lo son. Para Kronman, es solo gracias a la presencia de un espíritu aristocrático que se pueden juzgar los hechos y las personas desde un punto de vista resistente a la inercia de la opinión común tan propia del instinto igualitarista y democrático. En ese sentido, el espíritu aristocrático fomenta la autonomía de aquellos que, precisamente por entender la diferencia entre lo que es excelente y lo que es común, no basan sus criterios en lo que «todo el mundo sabe» o lo que está de moda, buscando en cambio niveles más elevados de verdad y justicia57. Hoy, por el contrario, la universidad, el espacio natural de ese espíritu, se ha pervertido producto del irracionalismo que la ha infectado: «El ataque a la idea de una comunidad de conversación, dedicada a la búsqueda de la verdad, en nombre de una comunidad de inclusión donde no se herirán los sentimientos ni se cuestionará el juicio, es también un ataque al ideal socrático de una aristocracia de buscadores de la verdad que nuestros college y universidades deberían defender», escribió Kronman58. Pero esta tendencia en contra de la libertad de expresión como vehículo para alcanzar la verdad no es la única que está destruyendo la excelencia en las universidades. Kronman es casi más duro cuando se refiere al daño que en ellas ha hecho la búsqueda de diversidad como un fin en sí mismo. Según Kronman, «la creencia de que la diversidad racial, étnica y de género es buena para la educación superior […] ha hecho un daño tremendo a la cultura académica» de la universidades en Estados Unidos59. Esto porque la forma en que se ha dado ha afirmado el tribalismo animando a los estudiantes «a verse a sí mismos como víctimas y malhechores; actuar como portavoces de los grupos raciales, étnicos y otros a los que pertenecen; y creer que están fatalmente limitados en sus lealtades y juicios por características más allá de su poder de cambio». Además, ha convertido en sospechosas «todas las formas de jerarquía, excepto las de logro inocuo en actividades vocacionales estrechamente definidas».
Vale la pena repasar algunos ejemplos más de la revolución cultural que han experimentado las universidades en Estados Unidos para entender mejor las reflexiones de Kronman. Evergreen College vivió manifestaciones violentas luego de que un profesor se negara a segregar por un día a los estudiantes y administrativos blancos de las instalaciones universitarias. Históricamente, Evergreen había celebrado un día en el cual los estudiantes y miembros de color podían ausentarse para reflexionar sobre la historia de abusos en contra de la población afroamericana en Estados Unidos. El año 2017, sin embargo, se propuso que, en lugar de permitir a la gente de color ausentarse, se prohibiera a los blancos asistir. Fue entonces que Bret Weinstein, un profesor de biología que siempre había apoyado a las minorías, envió un mail oponiéndose a la idea. «Hay una gran diferencia —dijo Weinstein, él mismo un liberal de izquierda— entre un grupo o una coalición que decide ausentarse voluntariamente de un espacio compartido para resaltar sus roles vitales y poco apreciados […] y un grupo que alienta a otro grupo para irse». El primero, afirmó, era un llamado a tomar conciencia y combatir la opresión, mientras el segundo constituía «una demostración de fuerza y un acto de opresión en sí mismo»60.
Las reacciones a este mail llegaron incluso a amenazas de violencia física en contra de Weinstein, quien, al igual que Christakis, fue increpado por estudiantes mientras lo acusaban de ser un racista que había «validado el nazismo». El presidente de Evergreen, George Bridges fue insultado y mantenido como rehén por un grupo de alumnos exaltados en su propia oficina, donde le exigían que despidiera de inmediato a Weinstein, además de otras demandas entre las que se encontraba el desarme de la policía del campus y la implementación de entrenamientos obligatorios de «sensibilidad» para los funcionarios de la institución. La respuesta que Bridges daría después de los hechos a un incrédulo periodista en una entrevista con HBO News ante la pregunta sobre si él era efectivamente un supremacista blanco, como alegaban los estudiantes, es sintomática: «No lo creo, depende de lo que quiera decir con la expresión supremacista blanco. Soy una persona blanca en una posición de privilegio»61.
Nuevamente el presidente de una institución educativa, en lugar de defender la libertad de expresión y condenar la violencia y agresividad con que se habían comportado los estudiantes, las validó alimentando su fragilidad psicológica y el mito de que viven en un sistema de opresión racial que deben desbancar por la fuerza si es necesario. Al concederles casi todo lo que pedían, a pesar de haber sido él mismo humillado públicamente por sus alumnos, Bridges permitió que avanzaran en su pretensión de crear una opresión real sobre los demás integrantes de la comunidad educativa, muchos de quienes, como muestra la misma nota de HBO News, ya declaraban temor de manifestar su opinión por las consecuencias que caerían sobre ellos.
En cuanto a Weinstein, este tuvo que renunciar a seguir haciendo clases, no sin antes demandar a Evergreen por discriminación racial en su contra por la cifra de 3,85 millones de dólares. El juicio terminó en un acuerdo anticipado en el que Evergreen le ofreció un pago de 500 mil dólares que él aceptó para luego dejar la institución.
Un año después de los hechos, sin embargo, Weinstein testificaría ante el Congreso de Estados Unidos sobre el daño que los «espacios seguros» y la mentalidad que estos engendran había causado a la libertad de expresión en Evergreen —aplicable sin duda a otras universidades—, no sin antes dejar en claro que una nueva jerarquía determinada por la raza, el género y la orientación sexual en la que él no tenía cabida controlaba de facto quién podía hablar y qué se podía decir62.
En la Universidad de California Los Angeles —UCLA— el profesor Val Rust, otro defensor del multiculturalismo, experimentó en carne propia el poder de esa jerarquía siendo sometido a una campaña de descrédito brutal por parte de estudiantes por el simple hecho de haber corregido la ortografía en los ensayos de un alumno que había escrito la palabra «indigenous» con mayúscula. Rust insistió que, al escribir, los estudiantes debían utilizar las reglas del Manual de Chicago —estándar en publicaciones académicas— para realizar citas, lo que le valió acusaciones de faltar el respeto a la ideología del alumno. El conflicto escaló y se desvió hasta que los estudiantes de color que lo denunciaban se quejaron de ser maltratados por los alumnos blancos del curso y, junto a otros estudiantes de color de la universidad, organizaron una protesta irrumpiendo en la clase de Rust, quien fue finalmente suspendido por las autoridades universitarias.
Ahora bien, la verdadera razón de la persecución a este docente se debía a que, como planteó un profesor asistente de la misma universidad, «exigir mejor gramática a los estudiantes» era simplemente visto como «racista»63. En efecto, el grupo organizado por activistas afroamericanos en contra de Rust declaró explícitamente que la gramática era un asunto «ideológico» y que «las preguntas de colegas blancos y clases de gramática del profesor han contribuido a un clima hostil en la clase». Kenjus Waston, estudiante de color organizador del grupo llamado «UCLA Call 2 Action: Graduate Students of Color» y que irrumpió junto a más de veinte estudiantes en una clase de Rust para leer una carta de demandas y quejas, declaró que la intención del movimiento era corregir «microagresiones racistas» entre las que se encuentra la gramática64. Este último concepto de «microagresiones», acuñado también por intelectuales de izquierda, es otra pieza esencial de la neolengua de la corrección política y resulta fundamental para entender la crisis de civilidad y sentido común que afecta a numerosas universidades.
En un trabajo ampliamente conocido sobre el tema, miembros del departamento de psicología clínica de la universidad de Columbia lo definieron de la siguiente manera:
Las microagresiones raciales son indignidades verbales, conductuales o ambientales cotidianas, breves y comunes, intencionales o no intencionales, que comunican insultos raciales hostiles, derogatorios o connotaciones raciales negativas hacia las personas de color. Los perpetradores de microagresiones a menudo desconocen que se involucran en tal tipo de comunicación cuando interactúan con minorías raciales/étnicas65.
Lo primero que salta a la vista en esta definición es que las microagresiones solamente pueden existir en contra de personas negras, descartando por completo que puedan producirse a la inversa. En otras palabras, los prejuicios raciales son patrimonio solo de los blancos, racismo que, señalan enseguida, se encuentra tan arraigado en la sociedad americana, que resulta «casi invisible»66. Este es un punto central para entender el carácter viral de las microagresiones y por qué, al decir de Mac Donald, constituyen una farsa67. Según los autores, «el poder de las microagresiones raciales reside en su invisibilidad para el perpetrador y, a menudo, para el receptor». La mayoría de los estadounidenses blancos, agregan, «se consideran a sí mismos seres humanos buenos, morales y decentes que creen en la igualdad y la democracia. Por lo tanto, les resulta difícil creer que poseen actitudes raciales sesgadas y pueden participar en comportamientos que son discriminatorios»68. Pero si eso es así, ¿cómo saber entonces cuando ha existido una microagresión? Simple: cuando la supuesta víctima, en este caso alguien perteneciente a la minoría étnica afroamericana, lo diga. No importa que el blanco sea tolerante y esté convencido profundamente de la igualdad de todos, su falsa conciencia racial lo llevará a actuar de una manera que le resulta invisible a él, aunque menos invisible a su víctima. Así, el concepto permite que literalmente cualquier cosa que la mera subjetividad de un individuo considere ofensiva pueda presentarse como una agresión que merece castigo para el que la realiza y reparo para el que la sufre, con lo cual regresamos al tipo de paranoia que se apoderó de Salem. El delirio de esta teoría llega a tal punto que, según los autores, incluso aspectos ambientales como exponer a una persona de color a una oficina con una decoración determinada puede ser considerada una microagresión. Dicho en sus palabras, «la identidad racial de una persona puede minimizarse o hacerse insignificante mediante la simple exclusión de las decoraciones o la literatura que representa a varios grupos raciales»69. Otros ejemplos de microagresión, según los autores, ocurrirían cuando un profesor blanco no nota que un alumno de color está en la clase —no si se ignora a un alumno blanco—, cuando un supervisor blanco conversa con un empleado de color y evita contacto visual y cuando un empleador blanco le dice a una persona afroamericana que «el más calificado debería obtener el trabajo independientemente de su raza»70. El listado de ofensas se vuelve todavía más increíble. Según los autores, si se le pregunta a un afroamericano inocentemente de qué país viene, se está asumiendo que no es estadounidense y por tanto agrediéndolo. Del mismo modo, si se le dice que Estados Unidos es un «melting pot» —una mezcla de todos los grupos— se le está atacando porque es una insinuación de que debe asimilarse a la «cultura dominante». En la misma lógica, si un taxi pasa sin detenerse frente a una persona de color y toma más adelante a una blanca, se está sugiriendo que «las personas de color son sirvientes de los blancos»; si un colegio o universidad tiene edificios que llevan el nombre de «hombres heterosexuales blancos de clase alta», se está diciendo a la gente de color que «no pertenecen ahí y que no pueden tener éxito», y si las películas o shows de televisión tienen predominantemente personas blancas, se les está señalando «tú no existes»71. En todos esos casos y muchos otros que los autores mencionan se producen «microasaltos», «microinsultos», «microinvalidaciones» o «microinequidades».
Como era previsible, el concepto de microagresiones se ha extendido, abarcando todo tipo de minorías étnicas y sexuales que rápidamente declaran sentirse ofendidas por cualquier expresión calificada de homofóbica, transfóbica, islamofóbica y así sucesivamente, creando un ambiente tóxico en el que resulta imposible convivir sin miedo de ser denunciado en cualquier momento por cualquier cosa por grupos que autoproclaman su calidad de víctimas. Esta ha sido la conclusión de los sociólogos Bradley Campbell y Jason Manning, quienes han sostenido que la teoría y práctica de las microagresiones ha conducido a un profundo cambio en la moral de los campus universitarios dando paso a lo que denominan «cultura del victimismo». Campbell y Manning explican que en sociedad los conflictos surgen cuando cierto tipo de conductas son consideradas injustas o inmorales y que al hacerlo requieren de una respuesta, es decir, de alguna forma de control social. Ahora bien, existen básicamente dos formas de respuesta, dependiendo de si se trata de culturas basadas en la dignidad o el honor, que son los dos tipos básicos de organización social. En las primeras hay tolerancia al insulto y las personas «pueden ser criticadas por ser demasiado sensibles y reaccionar demasiado a los desaires», y en los casos graves de agresión —robo, violencia, etc.— se recurre al sistema legal, ya que la justicia por mano propia es mal vista. En las culturas de honor, en cambio, los insultos exigen una respuesta seria, pues hay una baja tolerancia a la ofensa y la búsqueda de justicia suele tomar la forma de venganza violenta, pues «apelar a las autoridades es más estigmatizado que tomar los asuntos en sus propias manos»72.




