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Dos hombres, que esperaban impacientes a unos metros del hall, sentados en un discreto automóvil negro, sonrieron desganadamente, dejando escapar un huff... huff por las narices juntamente con el humo del cigarro, acompañado de un leve meneo de su cabeza.
– ¡Eso se llama una juerga!
Capítulo 12. New York
Una llovizna había dejado reluciente la acera, a su lado pasaban figuras sin rostros, con paraguas y en silencio, por la atestada avenida ronroneaban cientos de automóviles con autómatas ceñudos aferrados al volante, cada uno a lo suyo, solos entre millones de solitarios. Inmediatamente tomaron compostura al doblar la primera esquina, pararon un taxi, y Fire, con acento firme, pidió los llevasen un par de cuadras antes de una de las agencias Herz, precisamente la que está ubicada en New Jersey, cerca del Little Ferry Terteboro Airport, sin que Malcon objetase el ilógico destino. Estaba tan espantado, que ni siquiera sospechaba que podría ser una trampa.
Durante el trayecto, mirando por la ventanilla los empinados rascacielos, recelosos, no se dirigieron ni la palabra ni la mirada, tan sólo se percibían por el rabillo del ojo, calculando las posibles implicancias de la locura que los estaba arrastrando por un despeñadero sin fondo.
Al bajarse, Fire, parada en la acera frente a la agencia de Herz, lo dijo fríamente:
– ¿En qué aeropuerto tienes los dólares?
– En el JFK. Respondió sumisamente.
– Dame algo de dinero, alquilaré un automóvil en este sitio y los retiraremos inmediatamente, antes que tus amigos descubran a Anatoli Skrosnov.
– ¿Anatoli Skrosnov? ¿Quién es ese tipo? Preguntó Malcon perplejo.
– El que intentó matarte era otro ruso, aunque imitaba el siciliano. Lo supe en cuanto empezó a hablar. Conozco demasiado bien el tono de los verdaderos sicilianos y este, sabía tan sólo un par de palabras y las pronunciaba mal, quizás para involucrar a la mafia, al menos en tu cerebro.
– ¿Dónde aprendiste a moverte así?
– ¡No conoces la vida de los latinos en este país tan democrático! El que no tiene agallas de acero, piel de elefante, boca de perro y mucha suerte, no sobrevive. Necesitamos ese dinero para huir, aunque sea el precio de otra de tus traiciones.
Malcon no dijo nada. El brazo le palpitaba y el corazón le aseguraba que la traición era una serpiente enroscada en el cuello, helada y demasiado peligrosa.
Fire condujo el automóvil de Herz entre el maremagnun de la hora pico y tomando la ruta 678, que pasa bordeando Queens, se remetió luego por la Van Wyck Aproach Rd. arribando al John F. Kennedy International Airport con algunas gotas de sudor perlando su frente.
– ¿Por qué te fuiste a New Jersey sin preguntar en donde tenía el dinero?
– ¿Crees que esos rusos son idiotas? Ya estarán rebuscando a su compinche y quizás violentando tu puerta. Lo que harán al momento será ponerse como fieras porque los hemos engañado como nenes de pecho, y sospechar que los dos “enamorados” éramos nosotros. ¡Precisamente nosotros, que jamás en la vida pondremos los corazones al unísono! Y preguntarán por aquí y por allá, seguramente a los taxistas de la zona, hacia donde fuimos... Si funciona, los despistaremos por un par de horas.
– Ve y retira el dinero, tú solo, debemos seguir despistándolos hasta salir del país, porque ahora, la única forma que tienes de sobrevivir, y creo que a mí también me incluyen, es desapareciendo de la faz de la tierra.
Cuando Malcon se retiró unos pasos, escuchó un grito...
– ¡Espera! Es mejor que crean que la bolsa sigue adentro, deja este bolso de ropa en reemplazo del que retires y mantén el mismo casillero alquilado. ¡No devuelvas la llave!
Malcon sabía que tenía razón, y también sabía que la supervivencia sería mucho más difícil sin dinero. Al cabo de unos interminables minutos regresó con un ingente bolso de lona sujeto a su mano derecha, que metió en el baúl del automóvil, donde esperaba Fire con creciente impaciencia.
– ¿¿¿Eso está lleno de dinero??? ¿Acaso has vendido toda Norteamérica a los rusos?
– Son tan sólo dos millones, pero están en billetes chicos.
– Huff... debo pensar en cómo sacar esta fortuna del país. No será fácil.
– Nadie puede sacar dinero por las fronteras, aseguró Malcon. Nuestras leyes son extremadamente rigurosas y los controles son perfectos, la alta tecnología está ahora en contra nuestra.
– ¡Si ya has vendido a tu patria una vez, no creo que te importen mucho sus leyes ni sus mierdas! Perderemos una parte, pero pasaremos esos dólares hacia México y de allí, ya veremos.
– No veo la forma de hacerlo...
– Los latinos seremos pobres, quizás porque miramos con más atención las caras con churretes de nuestros hijos que las estampadas en esos malditos billetes verdes, pero muy unidos, y cuando uno pide un favor a otro se juegan el pellejo. ¡Los hombres de mi sangre tienen las bolas en su sitio!
Malcon no contestó, pero asimiló el golpe dolorosamente. – ¿Por qué haces esto por mí?
– No lo hago por ti, lo hago por el ruin padre de mi hijo. Nosotros, cuando fundimos la sangre aguantamos las consecuencias pase lo que pase, y tú para mí eres una mierda, pero a la vez el padre de mi hijo. Es tu hijo el que te lleva de la mano, no yo. ¡A mí no me toques en tu perra vida!
– Yo creía que...
– Cállate, ya has hablado bastante y has dicho lo que tenías que decir, ahora debemos salir de esta ratonera, porque tú serás un traidor, pero yo soy una asesina, ¡y nada menos que de un diplomático ruso!
– Si nos agarran confesaré que fui yo. Tú no tendrás nada que ver.
– ¿Por cuánto tiempo? En cuanto empiecen los careos y a recomponer las circunstancias encontrarán el arma mortal, mis huellas y eso que tú debes saber mejor que yo sobre la genética...
– Es verdad, una sola célula basta para identificarte. La ciencia ha llegado demasiado lejos con estas cosas, ahora el hombre, al menos si todos son como yo, nos hemos esclavizado a...
– ¡Deja de lloriquear! En este momento no necesito un filósofo lacrimoso a mi lado, necesito un esposo, que frente al mundo aparentemos ser lo que nunca seremos, sólo así nos ayudará mi familia.
– ¿Qué quieres decir?
– Que debemos casarnos.
Capítulo 13. Glenville
– Yo creía que tú eras...
– ¡Cállate! ¿Tienes el brazo lo suficientemente fuerte como para aguantar una hora y hacer el trámite del casamiento en algún Registro cercano?
– Creo que sí... contestó obnubilado, sin saber si lo casaban a la fuerza o era consciente de sus actos.
– ¡Bien! Cambiaremos de automóvil y de Agencia y nos iremos hacia Glenville, en Grenwich, Conneticut, cerca tenemos el Westchester County Airport.
– ¿Por qué hacia Glenville?
– Tengo parientes, que nos vincularán con otros parientes, y estos con otros, de tal manera que se forme una red donde dispersaremos el dinero, quizás podamos comprar unos pasaportes falsos y escapar de la ley de este país y de los rusos. ¡Espero que no tengas más enemigos que esos dos!
– Quizás también me busquen los que robaron el SSD, no tienen la clave de apertura...
– ¿Qué SSD?
– Una unidad de estado sólido que costó este dinero y otros noventa y ocho millones que jamás serán depositados. Una bomba genética.
– Malcon, ¿sabes una cosa? Creía que eras una mierda, pero no lo eres, eres mucho menos que eso; pero no conozco nada más bajo que la mierda en este mundo. Jamás creí que un científico fuese tan...
– Quizás algún día me perdones y sepas que yo no querí...
– ¡Basta! Para conocer a una persona basta y sobra con un hecho, y el hombre que prefiere asesinar a su hijo antes que criarlo y afrontar lo que venga a lo macho, ni es hombre ni mereció nacer como ser humano. ¡Tiene las bolas de adorno! Una hiena siente más cariño por sus cachorros... ¡y ninguna los dejaría matar!
– Malcon calló por unos instantes, apesadumbrado, y mirando fijamente al infinito por el parabrisas del coche, dijo en tono de consulta conciliadora: ¿No deberíamos alejar el automóvil de este aeropuerto? Sabrán que hemos estado aquí.
– Humm... Es verdad, seguiremos con él hasta Bronx, y allí tomaremos un transporte público hacia Conneticut. Se detuvieron al lado de una pared con grafitis dibujados de prisa.
– Podemos casarnos en Queens. Sugirió Malcon sumisamente.
– Lo haremos en Bronx. Contestó secamente Fire, está más alejado del aeropuerto, y estando el paquete dentro lo estarán vigilando día y noche para cazarnos, hasta que sospechen y verifiquen. Espero que entonces sea demasiado tarde para ellos. De todas maneras los únicos interesado en meter las narices en ese casillero son los rusos, y aunque tienen poder de sobra para hacerlo a su manera, no creo que violen ninguna ley ni mucho menos les interese crear un problema de espionaje internacional. Sabrán cuidarse. Solamente estarán al acecho.
Al llegar al Bronx, aparcaron el automóvil y se casaron perentoriamente, como dos atolondrados adolescentes frente a un juez amodorrado y un testigo profesional que sólo se interesaron por sus emolumentos. Hicieron algunas compras y reservaron unos pasajes aéreos en TWA para el día siguiente con destino a Los Ángeles en una agencia de turismo, sin la menor intención de usarlos, tan sólo para complicar la búsqueda. Uno minutos después tomaron un autobús rumbo a Scardale, donde transbordaron a un expreso que los llevó directamente a Glenville.
Durante el trayecto no hablaron nada, Malcon, a pedido de Amelia estaba sentado dos asientos detrás. Se había comprado un sombrero de lona blanco y unas raquetas de tenis Head, además de las zapatillas y un conjunto deportivo también blanco con rayas azules. Debía sobar en todo momento la raqueta, verificando la tensión de sus cuerdas como si de ello dependiera su vida, pero sin revelar que su brazo estaba con una fea herida apenas vendada con unos jirones de su camisa. Transportaba el dinero dentro de otra nueva bolsa marinera, donde remetió un paquete cerrado con un candado, que valía exactamente lo que contenía.
Ella, por su parte, metida en el toilet de una estación de servicio Texaco, con un sachet Soft Color Wella de shampoo tratamiento y otros ungüentos, se había desteñido el pelo a lo Marilyn, y encajándose unos anteojos oscuros de cristales grandes, que juntamente con su vestido abigarrado y largo de una gasa etérea, pletórico de vuelos, le daban aires indostánicos. Tuvo especial dedicación con el maquillaje, que oscureció su cutis a un tostado oriental, discreto y apagado. Intentaba leer un grueso tomo que tenía como título: University Calculus de Taylor y Wade, comprado al voleo en una librería, como si realmente entendiera la simbología de la Matemática Superior, cuando ni tan sólo tenía nociones de lo que era el Algebra Elemental. Todo debía ser diferente.
Ambos viajaban separados y sin hablar con sus ocasionales acompañantes, concentrados en su tarea de desorientación.
Malcon empezaba a ver con otros ojos a esa misteriosa Fire cuyo temperamento no era precisamente discordante con su sobrenombre.
Pensaba en los Laboratorios Sorensen...
Ni siquiera había avisado que faltaría al trabajo, y veía muy dificultoso que alguna vez en su vida pudiese regresar a esos recintos alucinantes. Allí, tarde o temprano, por el cariz que estaban tomando los acontecimientos, también sabrían que había sido un traidor, y esa palabra ya empezaba a molestarle más de la cuenta.
Al arribar a Glenville, cada uno por su lado tomó un taxi a un destino que distaba unos quinientos metros del lugar donde se apearon, y caminaron hasta la puerta de una casa de aspecto sencillo, pletórica de flores en su pequeño jardín.
– Ahora deberé fingir ante mi familia, dijo Fire, debemos aparentar una buena relación y que te aprecien, estaremos unos días, tan sólo los necesarios para hacer los contactos con los parientes que se ocuparán de pasar el dinero más allá de las fronteras.
Ninguno de los dos sospechaba que los grandes servicios de inteligencia tienen los tentáculos más largos que el círculo terráqueo.
Tampoco los servicios de inteligencia sospechaban del intrincado andamiaje familiar que tenía Amelia Salinas Ugarte.
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