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«Ahora nos haría falta un Movimiento como el que era Schoenstatt en los años treinta. Creo que estamos en el buen camino para anunciar al tiempo actual una verdadera buena nueva». Esto será suficiente.
¿En qué consiste lo que he dicho entonces? ¿Qué esperamos? ¿Qué esperamos de la vivencia de Navidad? La consolidación de la corriente del Padre.
En realidad, para tocar todos los puntos y no olvidar a nadie, ahora tendría que volver a recordar con brevedad lo que entendemos propiamente por la corriente del Padre y de la Victoria o por la corriente victoriosa del Padre. Pero estoy empezando a pensar que esto está todavía asentado con tal profundidad en la memoria y también en el corazón —ya que desde octubre hasta ahora no ha pasado mucho tiempo—, que en cierta medida se encuentra aún más o menos firme en la memoria. Al respecto diré una que otra frase.
Victoria del Padre sobre el hijo del Padre. ¿A través de qué? Por un lado, a través de las tres virtudes teologales y, por el otro, del perfeccionamiento de dichas tres virtudes gracias a los dones del Espíritu Santo.
Repito de nuevo que sin embargo movimiento del Padre, victoria del movimiento del Padre, corriente Victoria Patris significa también, a la inversa, la victoria del hijo del Padre sobre el Padre Dios. ¿A través de qué? Del cultivo de la pequeñez, un cultivo esclarecido en todos sus aspectos.
Dicho de otra manera: ¿qué pretende en sí la corriente Victoria Patris en nuestras filas? Pretende construir y desarrollar un reino universal del Padre con tintes marianos a fin de vencer, en el lado opuesto, el reino del mundo sin Dios.
Al repetir estas pocas frases lo hago con una intención muy determinada: me gustaría plantear en la plática introductoria todo aquello de lo cual más tarde pueda esperarse un desarrollo.
2. Y ahora la gran pregunta: ¿qué cosas implica lo que denominamos corriente Victoria Patris o la consolidación de dicha corriente? Les proporciono a continuación un esquema amplio y profundo:
Significa ante todo la integración de la corriente del Padre. ¿Qué quiere decir esto? En breve les daré la respuesta. En segundo lugar, significa una continuación de esa corriente del Padre. Y, en tercer lugar, una profunda consolidación.
Ahora bien, deben tener presente en todo momento que se trata de la posesión que Dios nos ha regalado. ¡No debemos perderla nunca! ¿Y cuándo no la perdemos? ¿Cuándo continúa desplegándose hasta alturas de vértigo? Respuesta: cuando los tres momentos que acabo de mencionar llegan a tener en nosotros viabilidad y vitalidad.
Tal vez para mencionar de nuevo con rapidez todo lo que presumiblemente está sucediendo en nuestros corazones, puedo plantear aquí una vez más esta pregunta: ¿no estamos acaso un poco decepcionados? ¿no esperábamos algo distinto?
La verdad es que lo que anuncié en la Semana de Octubre he tenido que tacharlo. Pero ustedes ya no lo recuerdan: probablemente hasta han olvidado lo que les había anunciado. Sin embargo, posponer no significa suprimir. Y creo que más tarde quedarán ustedes contentos, sobre todo los que querían recibir una introducción a la problemática moderna. Pero otros deseos grandes o pequeños, tal como los he guardado en mi interior, permiten reconocer que el deseo principal reside en mantener la corriente de seguimiento el año próximo. La respuesta es fácil: esta corriente está esencialmente comprendida dentro de la integración. Más tarde se les hará palpable. O bien consideremos la corriente de José Engling, que está viva aquí y allá. ¡Por supuesto! En algún que otro lugar he encontrado referencias a una frase de un hombre sabio —sí, hay libros sapienciales en la Sagrada Escritura y también existen hombres llenos de sabiduría— según la cual una vez dije que este año todas nuestras Hermanas deberían hacer una peregrinación a José Engling. De verdad lo haya dicho o no creo que todos deberíamos hacerlo. ¡Se han hecho tantas propuestas en esa dirección! A todas quisiera darles mi apoyo. Sin embargo, quisiera permanecer en todo lo que significan las tres palabras. Ustedes saben lo que habría que responder: en José Engling tenemos el espejo clásico de la integración, de la consolidación y de la continuación. O sea, todo coincide. Si tienen otros deseos… creo que ya son ustedes capaces por sí mismos de integrarlos y de incorporarlos en esta tripartición. Así pues, de todos modos ¿qué esperamos especialmente este año como milagro de gracia, como milagro de la Nochebuena? Esperamos adentrarnos y crecer más profundamente en la integración; crecer, adentrarnos y crecer más profundamente en la continuación; y crecer, adentrarnos y crecer más profundamente en la consolidación de la corriente del Padre.
En sí, con lo dicho yo ya habría terminado de cantar mi cancioncita por esta tarde, pero como solamente estaremos un par de días juntos y quiero suponer que no están ustedes demasiado cansados, quizá pueda arriesgarme a empezar desde ya a desarrollar los grandes pensamientos.
Las líneas que queremos acometer son dos.
Por un lado, dicho muy psicológicamente, queremos entrar en sintonía de forma muy general; es decir: no se trata ahora del pensamiento. Es decir, parece no tratarse del pensamiento, pero de todos modos después nos detendremos en él. No obstante, la intención del pensamiento es más el entrar en una cierta sintonía con el contenido de valores, con el contenido de sentido de las tres expresiones. Podemos hacerlo de forma relativamente breve ya por el solo hecho de que se trata de un mero trabajo preparatorio el trabajo principal se realizará después.
Por otro lado, tenemos un segundo desarrollo de ideas que complementa el primero y se trata de hacer transparente, de penetrar intelectualmente en todas direcciones qué pasa ahora con esta integración, esta continuación y esta consolidación.
Ahora voy a intentar explicarles un poco todo esto a fin de transmitir una impresión general de todo lo que nos ocupa en estos días.
Desde luego nos detenemos primero en la integración.
A. Integración de la corriente del Padre
¿Qué se entiende por integración? No quiero hablar de forma abstracta, por lo menos al principio. Quien haya participado en los cursos —sea en el curso para sacerdotes, en el curso de ejercicios o en la Semana de Octubre— y entienda más o menos lo que pretende significar la palabra «integración» podría pensar que se trata de integrar, de complementar, de completar la imagen de Dios por la cual tanto nos hemos esforzado. La imagen del Dios de la vida en dos otras direcciones, es decir girando en torno al Dios de los altares y al Dios de nuestro corazón. Este es un punto de vista, una interpretación.
Pero creo que debería escoger mejor otra interpretación y partir de otro punto de vista. Por supuesto esto entra ya más profundamente en lo que pensamos y queremos en el plano intelectual.
El segundo punto de vista cuando se trata de la integración, parte de la idea de las constantes orgánicas, o mejor dicho de las leyes de desarrollo orgánico y de la estructura integral de la corriente del Padre.
Ya sospecharán qué tan lejos y en qué dirección tendremos que movernos después, aunque vislumbrarán también que, si hacemos todo el recorrido de este discurso, si nos atrevemos a hacer esta investigación, el primer punto de vista10 no quedará insuficientemente tratado. Por el contrario: más tarde veremos cómo de ese modo resuenan todas las necesidades que de algún modo anidan en nosotros.
¿Por qué escojo este punto de vista? Creo que debería señalar dos motivos. Ahora bien, en tal caso comenzamos ya a asumir puntos de vista bien firmes. Así pues, en primer lugar, lo que propiamente me impulsa es una peculiar manera de pensar. ¿He de decir una manera de pensar primigenia, congénita? Si así es, entonces es también una manera de pensar cultivada con el mayor cuidado. Una manera de pensar pronunciadamente orgánica. Y en segundo lugar amor a la ley de contraposición. Con esto empezamos desde ya a cavar hacia lo hondo. Tal vez sea muy imprudente hacerlo ya en la primera tarde juntos. No obstante, como los pensamientos que ahora exponemos son la base para todas las investigaciones posteriores, tenemos que contar con que más tarde serán repetidos con frecuencia, de modo que al final tendremos a pesar de todo la estructura íntegra.
¿Cuáles son los dos motivos de la selección, los dos motivos del punto de vista desde el cual partimos? Permítanme repetirlo: el cultivo arraigado y cuidadoso del amor al pensar orgánico. A partir de allí procedo a desarrollar lentamente el resto.
Este pensar orgánico busca siempre reafirmar las leyes de desarrollo de un proceso de vida que actúan de forma orgánica. Después, cuando el proceso de vida se ha realizado, mantiene también de forma inconmovible la visión orgánica de conjunto de la estructura íntegra. Tienen que perdonarme si lo expreso ahora de forma un poco abstracta, enseguida lo explicaré.
¿Qué se entiende por pensar orgánico? Lo contrario es el pensar mecánico, mecanicista. Reflexionen ustedes mismos qué quiere decir todo esto. Pensar orgánico: yo pienso siempre en un organismo, en cierto sentido siempre en círculo y nótese que digo «en cierto sentido». El pensar femenino está por naturaleza predispuesto de esa manera. En cambio, el pensar masculino —como hemos dicho a menudo en el pasado— es un peculiar pensar por bloques: un bloque se agrega a otro bloque; ese modo de pensar puede tornarse problemático si no se amplía hacia un pensamiento circular. Pero en cualquier caso ya sabemos —eso supongo en todo caso— lo que tenemos que entender cuando hablamos de pensar orgánico.
¿Y qué efectos tiene esta manera de pensar orgánica? Presupone que mantenemos siempre una estructura orgánica integral. Y quiero aplicar esto enseguida al caso que estamos tratando. ¿En qué estructura nos estamos moviendo ahora? Poco a poco ya lo vamos sabiendo. Las formas de expresarlo pueden cambiar, pero el asunto al que se refieren es el mismo: aquí se trata de la disposición fundamental del movimiento del padre; en última instancia se trata de la actitud o corriente Victoria Patris. Naturalmente, ahora podría separar la corriente del Padre entera tal y como la conocemos de todas las demás cosas que resuenan con ella. Ese peligro no se da hoy entre nosotros, pero en el pensar moderno sí que existe el enorme peligro de permanecer detenido en un punto y olvidar todo lo que con él resuena.
Dicho a la manera del pueblo sencillo: supongamos que antes cuando hablábamos del ideal personal —o sea hace ya mucho, mucho tiempo, cuando nos ocupamos por primera vez o en los primeros tiempos de ese tema, solíamos utilizar a menudo una imagen. Dicha imagen debía señalarnos que en última instancia todos estamos en condiciones de reproducir todos nuestros ideales con una sola palabra. En aquel entonces utilicé como imagen un dispositivo peculiar, se lo llama «armonista». Tenemos el armonio y el armonista. ¿Cómo está construido el armonista? Tenemos dos teclados: uno arriba y otro abajo. En el teclado de arriba, el del armonista, se encuentra el tono fundamental y en el de abajo, el del armonio, está el acorde que debe relacionarse con el tono fundamental. Por lo tanto, si no sé tocar, si debo hacerlo ya mismo y tengo delante un «armonista», solo necesito tocar con él cada tono fundamental —y en realidad eso puede aprenderse fácilmente—. ¿Qué otro sonido resuena con el fundamental? ¡El acorde! ¿Comprenden lo que quiero decir con eso? Ahí tienen una estructura orgánica integral.
Voy a construir un caso hipotético: podría haber una situación en la que todos dijéramos: mi ideal personal es «padre». ¿Qué presupone eso? Con la palabra «padre» tiene que resonar todo el acorde. ¿Y qué acorde es el que resuena con ella? Y se requiere un tiempo hasta que en la vida concreta yo haya establecido una relación entre la palabra «padre» y toda la originalidad que anida en mí. Pero la situación es clara. Como ven, suponiendo que así fuese, con unas palabras o con otras todos diríamos: nuestro ideal personal común, aunque suene extraño, es «padre». ¿Dónde está, entonces, la originalidad? Esta puede residir en el tinte de la imagen de padre y al mismo tiempo reside también en la originalidad del sonido que resuena con ella. ¿Ven lo que significa, lo que tiene que resonar aquí? ¿Cómo llegamos nosotros a la imagen del Padre, a la entrega al Padre? Hay estaciones, hay procesos de vida, hay acordes individuales que primero han tenido que ser tocados y ser relacionados lentamente con el padre Dios, con la imagen del Padre. Y ¿dónde han estado en nuestro desarrollo, por lo menos en general, los puntos que de alguna manera todos hemos tenido que encarnar? ¿Cuáles han sido esos puntos? Han sido la entrega a la Santísima Virgen, la entrega al Jesús, la entrega al Espíritu Santo. Entonces, ¿qué es lo que hay que mantener, lo que hemos de mantener? La integración, la estructura integral. En realidad, nunca debemos separar el amor al Padre del amor a la Santísima Virgen, nunca separarlo del amor a Cristo. Y percibirán ustedes incluso en qué tendría que consistir próximamente nuestra tarea más central: en preocuparnos de que el acorde esté siempre como corresponde. Tenemos que cuidar de no pasar nunca por alto los diferentes acentos en nuestro desarrollo. ¿Cuáles son esos acentos? Son la imagen de María, la imagen de Cristo, la imagen del Espíritu Santo. ¿Puedo suponer que lo he formulado ya con suficiente claridad para nuestros fines?
Mucho depende de que después de haber alcanzado una cierta altura, no nos arriesguemos a dar un salto de Ícaro. Pero no tenemos por qué temer. No lo digo porque exista el temor de que mañana o pasado mañana suceda tal cosa, ¡para nada! Lo digo solamente para que ahora, después de haber alcanzado un cierto punto culminante mantengamos esa altura dentro del organismo íntegro. Ahora se podría examinar si no se habla demasiado del padre, de la paternidad y de la piedad en torno al Padre. Por ejemplo, un extraño podría escucharlo y entenderlo mal. Pero si se nos escucha con atención, notarán que la palabra «padre» como tono fundamental va siempre acompañada del acorde entero.
Y tenemos que prestar atención en primer lugar a que no constituye carencia alguna que, transitoriamente, el sentimiento hacia la Santísima Virgen se haya hecho más débil. Es algo normal. O de que el sentimiento hacia Jesús se haya hecho más opaco. Todo eso es pasajero, nada más. Solamente tenemos que cuidar de que lo que Cristo es para nosotros hoy y era ayer y anteayer no sea trasladado al Padre de manera unilateral. El gran ideal, el acorde completo tiene que estar siempre en orden.
El gran ideal —también para nosotros como directores espirituales—. No debemos actuar como uno de los nuestros, oriundo de Westfalia, de Paderborn, una figura marcial11 —es algo que he contado a menudo en el pasado; se dice, por lo demás, de mortuis nil nisi bene12—: este feliz de haber sido ordenado preguntaba enseguida en el confesionario:
— ¿Dónde se encuentra usted?
— Aquí.
— No, no, tiene que bajarse de ahí. ¡Amor a María!
Por supuesto eso es erróneo. Aquí ven ustedes el organismo entero. Lo que tenemos que hacer en nosotros mismos, tanto en la dirección espiritual como en la auto educación es escuchar siempre lo que late en el alma como punto de enlace vivo: eso mismo es lo que tenemos que mantener, alentar, desarrollar. Pueden estar seguros de que si el Espíritu Santo actúa en nosotros no tardará… ¿mucho?: pues sí, en realidad también puede tardar mucho, pero seguramente llegará el tiempo en que el organismo entero se replique con todo tipo de matices.
Por eso ¿de qué se trata? ¿Comprenden ahora lo que esto significa? ¡Integración de la idea del Padre!
Así pues, estamos hablando de la integración en el sentido de esta estructura integral, que debe verse siempre como una totalidad. Por supuesto eso no impide dejar que el Espíritu Santo haga resonar una vez este tono, otra vez ese otro y otra vez aquel otro. Si hemos reflexionado alguna vez por nuestra propia cuenta estos sencillos pensamientos y podemos mantenerlos, podremos conducirnos y gobernarnos a nosotros mismos en innumerables casos sin correr el peligro de extraviarnos en modo alguno.
Pero hay una segunda cosa que he dicho. Antes he mencionado también la ley de desarrollo orgánico. Creo que también en este punto puedo decir que las constantes a las que me refiero pueden considerarse de abajo a arriba o de arriba a abajo. Todos nosotros conocemos muy bien esas leyes. Permítanme enunciarlas rápidamente de una vez:
• la ley del desarrollo lento,
• la ley del desarrollo de dentro hacia fuera,
• y la ley del desarrollo de una totalidad orgánica a una nueva totalidad orgánica: un desarrollo simultáneo, pero no parejo.
No sé si debo explayarme ahora en el tema. En este momento se trata solamente de posibilitar una captación empática en el plano del sentimiento. Sin duda también aquí creo poder decir —más tarde podré hablar más extensamente al respecto— que ahora no se trata tan solo de adentrarse y crecer en el orden sobrenatural, sino también en el orden natural. La estructura integral de un hombre religioso abarca no solamente el plano sobrenatural, sino también de la forma más amplia el plano natural. ¿Qué significa esto en la práctica? Significa un lento desarrollo del influjo de la gracia en la naturaleza y a la inversa un lento desarrollo de la disposición de la naturaleza para la gracia. Esto es hoy muy importante. Estas cosas aunque solo se las aborde brevemente son hoy de una importancia elemental ya por el solo hecho de que hoy existe un desgarro que afecta a todas las dimensiones: lo sobrenatural ya no existe más o casi y la naturaleza… ¿qué será de la naturaleza? ¿Habrá de ser quizá tocada todavía por la gracia? ¿Se ha de disponer para la gracia? Potentia oboedientialis13: ¿acaso se la ha de desarrollar para lo divino? Pienso que si ven estas cosas frente a ustedes tendrán por lo menos un concepto de lo que se está queriendo decir aquí con integración.
Pero he dicho que la integración va también de arriba a abajo. Esto es del todo posible y es también muy frecuente. A propósito: ustedes pueden encontrarlo explicado con exactitud en las viejas jornadas, desde el comienzo. Instintivamente ha sido siempre un intervenir en los engranajes del tiempo venidero: siempre hemos vivido a partir de lo que se va suscitando y hemos intentado establecer y poner de manifiesto las grandes constantes con la mayor rapidez y profundidad posibles. Es así por ejemplo en el caso del cardenal Newman. Él es uno de esos tipos de personalidad en los que se daba con una fuerza extraordinaria el camino inverso. Él llegaba de forma relativamente rápida a Dios, pero no sin la criatura, lo cual sería un error. Y cuando era anciano llegó a la integración de la idea de Dios, de la idea del Padre y descendió tanto hasta la criatura, que como anciano podía hacer celebraciones piadosas y letanías a todos los santos. Por supuesto hoy dirá todo el mundo: «esas son cosas periféricas, cosas del pasado, todo eso no es piedad ninguna, hoy hay que eliminar todo eso». Con ello toco lo que más tarde quiero exponer por extenso: un punto extremadamente candente del pensamiento actual. Quizá lo diga en otro contexto. Resumo brevemente: cuando hablé del punto de vista desde el cual queremos ver ahora la integración, hice referencia a dos puntos: al pensar orgánico y después a la ley de contraposición.
¿Qué significa ley de contraposición? También aquí podríamos detenernos larga, muy largamente. Sí, ley de contraposición. ¡Cuán a menudo han oído ustedes desde que estoy de vuelta aquí la expresión utamur haereticis14! Una frase clásica de la pluma de san Agustín. No es que hayamos sido personas que estaban constantemente sentados tras los muros. No, no. Tal vez, como pocos, nos hemos orientado siempre por las contraposiciones en el mundo actual. Utamur haereticis. Lo que san Agustín dijo en aquel entonces sobre los herejes lo hemos retomado y aplicado a todo lo que hoy está fermentando en el mundo y se establece como contraposición frente a nosotros o frente a la Iglesia.
Lo que Juan XXIII estableció una vez como ley fue para nosotros lo más evidente del mundo desde el comienzo. Ustedes lo saben porque ya hemos hecho referencia a eso con frecuencia. San Agustín piensa: por supuesto, Dios nos ha hablado a través de la Sagrada Escritura; pero quien quiera interpretar la Sagrada Escritura tiene que hacerse siempre dependiente del tiempo. Dios habla a través del tiempo. El tiempo interpreta las distintas verdades de la Sagrada Escritura. Y lo que hoy es nuevo, por lo menos en lo fundamental —y aunque ya se lo haya practicado aquí y allá— ha sido para nosotros nuestro alimento cotidiano desde el comienzo. Siempre hemos partido de la idea de que, si quiero comprender el lenguaje de Dios en el tiempo, tengo que ir al campo ajeno o sea, a los campos extra eclesiales pues estos llevan en sí de la forma más extrema, todo aquello que está fermentando en el tiempo. Aunque, desde luego, después hemos hecho siempre la distinción: a partir del espíritu negativo del tiempo tenemos que destilar, en cada caso, el espíritu positivo del tiempo.
Así pues, comprenderán ustedes que la ley de contraposición se nos ha metido en la sangre. Si lo comprenden, si lo retienen, entonces no temblarán cuando desde todas direcciones lleguen a sus oídos errores, herejías, afirmaciones que les pongan sabe Dios en qué medida los pelos de punta —si es que aún tienen pelo—. Deberíamos alegrarnos de vivir en un tiempo semejante, en el que todo es un embrollo intelectual. Hemos de tener el coraje de intentar averiguar qué quiere decirnos Dios a través de todas estas corrientes —y queremos hacerlo en el curso de los próximos días, aunque lamentablemente sean solo ocho pláticas, pero queremos al menos empezar desde ya—. Es así: no debemos pensar ni tampoco actuar como si a lo largo de estos días nos volviéramos catedráticos. Pero tenemos que llevarnos con nosotros una posición firme, una idea concreta: eso es lo más importante. Por supuesto en la medida en que las circunstancias lo permitan yo me esforzaré por hablar con mucha claridad y nitidez, también científicamente. Pero ahora la intención no estriba en que podamos resolver todas las cuestiones, porque tampoco podremos hacerlo. Habrá y tiene que haber siempre preguntas que se presentan ante nosotros como enigmas cuya respuesta vendrá solo en el futuro. Pero lo que ya es importante ahora es no esconderse en un agujero, sino alegrarse de poder participar en un embrollo semejante. ¡Dios habla! ¿Y cómo habla Dios? El único problema es que hemos olvidado cómo comprender e interpretar correctamente su lenguaje.
Ustedes tienen consigo el librito15. No lo digo ahora para hacer propaganda, sino porque vale la pena. Acabo de hojearlo: en él se reúnen las actas de fundación. Si consideran ustedes una vez más la segunda acta de fundación, se darán cuenta de que hay en ella frases también palabras colmadas de significado. Ahí pueden ver ustedes cuán antiguas son estas concepciones, con qué soberana serenidad hemos enfrentado siempre las corrientes del tiempo y nos hemos dejado llevar por ellas con gran sosiego. Porque Dios habla. Y cuando habla tenemos que escuchar. Cuando en el ámbito de la Iglesia se suscitó resistencia contra nosotros, la ley: ¿Qué quiere Dios? Quiere que esto se acentúe especialmente16. ¿Y qué es lo que él quiere que se acentúe? ¡Él habla a través del tiempo! Escuchen de nuevo con cuánta claridad lo formuló Juan XXIII. Por eso, lo que tenemos que hacer aquí es no huir como liebres frente a esos ataques, sino escuchar: ¿qué debe acentuarse ahora de manera especial?
¿Y si aplico ahora las leyes? Léanlo ustedes mismos. Del mismo modo sería importante que todos viviéramos de vuelta y en mayor medida en el pasado de la Familia. ¡Todos esos regalos tan grandes que Dios nos ha dado, los enfrentamientos con el tiempo, que deben tomarse en serio! Verán ustedes, esto es así: imagínense que nosotros hubiésemos comprendido y dominado el tiempo hasta 1950 y que de pronto el tiempo se nos hubiese escapado. ¡Compréndanlo por favor!
Pensemos en los grandes puntos que marcan etapas en la historia del pensamiento a nivel universal, sobre todo en Europa y podría remontarme también a más atrás. ¿Creen que todas esas cosas que ya son manifiestas, han sido superadas? ¿Creen que lo que trajo la Reforma ya se ha superado? ¿Creen que ya se ha superado lo que trajeron todas las otras corrientes de pensamiento, que fueron el clímax del naturalismo, en especial la Revolución francesa? ¡Qué va! Ahora todo eso se está sumando. Y pueden retroceder hasta el gnosticismo. Hoy tienen ustedes una mezcolanza de todas esas corrientes de pensamiento y si creemos que antes logramos vivir a partir de esas corrientes, considero a priori que entonces tendríamos que aceptar que también hoy somos capaces de dominar dicha mezcolanza, y eso sin considerar todo lo que el Espíritu de Dios ha obrado en la Familia ni tampoco lo que quiere obrar todavía. Así pues, ¡ley de contraposición! Por eso hemos de tener una clara conciencia de contraposición. Verán que no es así: cuántos hay que tienen miedo y entonces gritan enseguida: ¡empatizar, empatizar! Sí, tengo que captar con empatía, pero no teniendo la intención de salir después corriendo: el captar con empatía debe ayudarme a fortalecer mi clara conciencia de contraposición. Desde luego hay que someterlo a comprobación, pero esto no tiene por qué significar que como algo está siendo atacado yo diga lo contrario. En ese caso cometeríamos el error que atribuimos hoy en día a tantos y tantos. Para estos últimos la cosa es así: lo que era antiguo es erróneo por el solo hecho de ser antiguo. No debemos decir tampoco que porque es antiguo es bueno o correcto, de ninguna manera.






