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No sé ahora qué se imaginan al pensar en una vida crucificada. Pero ya en nuestra última reunión hablamos con detenimiento sobre las decepciones de nuestra vida conyugal. Vale decir entonces que las desilusiones que podamos experimentar por parte del cónyuge sencillamente forman parte del sentido de nuestra vida. De alguna manera tenemos que cargar con una cruz, estar clavados en ella. Si abrazamos con seriedad la vida cristiana, si somos buenos cristianos, no nos asombremos de estar clavados en la cruz de sufrir decepciones, de padecer desprecios. Insisto en que todo ello simplemente es parte de nuestra existencia.
Recuerden, por favor, aquella imagen que les presenté y comenté tantas veces en otros encuentros: De un lado de la cruz esta clavado el Crucificado... y del otro debo estar clavado yo mismo. Les repito, y nunca será excesiva la frecuencia con que lo escuchemos, que el sentido de nuestra vida es asemejarnos a Cristo, y también al Cristo crucificado.
Permítanme avanzar un poco más y extraer una segunda conclusión. Si es verdad que somos miembros de Cristo, que somos otros tantos “pedazos” de Cristo; si por lo tanto también mi esposa es un pedazo de Cristo –aún cuando este enferma o me haya desilusionado-, ¿qué es lo que amaré entonces en ella? Amaré todo lo hermoso, incluso toda la hermosura corporal que haya en ella. Puedo asimismo amar su alma, su corazón bondadoso. Pero ¿qué es lo fundamental, lo más profundo que puedo y debo amar en ella?: Cristo está en ella. Ella es un pedazo de Cristo.
Desde punto de vista habría que reflexionar ahora sobre cómo deberían ser las formas de nuestro amor mutuo. El Señor nos señaló un grado y una forma de expresión del amor mutuo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”7. Vale decir entonces que debo amar a mi esposa como a mí mismo y la esposa a su esposo como a sí misma.
¿Cuál es el motivo más hondo para ese amor?: El hecho de que una esposa sea un “prójimo” y también yo lo sea. Por eso queremos amarnos uno al otro tal como nos amamos a nosotros mismos. Pero aún no basta; porque todavía no hemos tenido en cuenta la realidad de que somos un “pedazo” de Cristo.
De ahí el segundo grado del amor mutuo: amar en el otro a Cristo. Recuerden que precisamente este tipo de amor es por último la norma de discernimiento en el Juicio Final, ¿no es cierto? ¿A qué tipo de amor se alude aquí? Al hecho de que yo ame a Cristo en mi prójimo. Me parece que debería recordarles lo que el Señor dirá en el fin del mundo, cuando se convoque el Juicio Final: Estuve hambriento y me alimentaste; estuve prisionero, sediento, y tú me ayudaste en todo momento. ¿Y qué ocurre si la respuesta es: “Señor, yo nunca te asistí”? ¿Qué habrá de responder el Juez Eterno? Lo que hicieron al más pequeño de los míos, a mí me lo hicieron8.
Ahora bien, no pasen por alto que por el hecho de haber sido redimidos no sólo somos “como” Cristo, sino que en Cierto sentido somos también “otros Cristos”. Ser otro Cristo… Vale decir entonces que lo que les hagan a los demás, me lo han hecho a mí.
Esta reflexión nos brinda una excelente oportunidades para hacer un examen de conciencia. Les pregunto entonces: Mi amor hacia el prójimo, incluso el amor a los hijos, el amor a nuestros amigos... ¿Es un amor puramente natural o es un amor sobrenatural?
Porque si nuestro amor, y también nuestro matrimonio, el vínculo conyugal, debe ser y quiere ser fiel (indisoluble), eso dependerá de que amemos a Cristo en el otro. ¿No es cierto? Es comprensible. Y esto vale lógicamente no sólo para los matrimonios, sino para todos los cristianos, también para los que están en el convento.
Enfoquemos ahora un tercer grado del amor, del amor mutuo. Cristo en cuanto tal quiere amar en nosotros al prójimo, o también se puede decir que quiere amar a Cristo en el prójimo. ¿Qué significa esto? La idea central es la siguiente: El Cristo que está en mí debe tener la oportunidad de amar a Cristo en los demás. Fíjense que yo soy también un miembro de Cristo. Yo soy un “alter Christus”9, un pedazo de Cristo. Por lo tanto debo amar a los demás tal como los ama.
Pero... ¿Cómo ha amado Cristo a los hombres? Él no dice expresamente: Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los amé10. ¿En qué consiste el mandamiento nuevo? ¿Cómo amó Cristo a los hombres? Ya en el Antiguo Testamento encontramos el mandamiento de amar al prójimo11.
Pero en nuestro caso, ¿cómo amó Cristo a los hombres a diferencia del Antiguo Testamento? Entregando todo, incluso su vida, por los demás.
¿Cómo amaré entonces a mi prójimo, vale decir, el esposo o la esposa la esposa al esposo? Si nos contemplamos mutuamente a la luz de la fe, se nos hace claro que debemos estar dispuestos a dar todo por el otro, ¿no es cierto?
Pero existe un tercer12 grado del amor mutuo. El Señor lo expresó de la siguiente manera: Donde dos o tres oren o se reúnan en mi nombre, yo estoy en medio de ellos 13. ¿Qué quiere decir “yo estoy en medio de ellos”‘? Significa, prácticamente, que esta es una nueva forma de amor; que en ellos, en y con la comunidad, yo amaré a cada persona en particular.
Podemos imaginarnos esta realidad de la siguiente manera: Todos somos miembros de Cristo; el esposo, la esposa y los hijos son miembros de Cristo. Y cuando la corriente de amor que existe en Cristo, fluye a través de todos nosotros, vale decir, a través del padre, la madre, los hijos, los hermanos, estamos entonces en presencia de un nuevo grado del amor mutuo; un grado de amor original, novedoso y bendecido.
Si volvemos a echar una mirada retrospectiva sobre nuestra propia vida y nos preguntamos: ¿Cómo he vivido en verdad del amor mutuo? Si comprobamos que hubo falencias en una u otra oportunidad, tenemos que detectar, desde el punto de vista que acabamos de exponer, donde podría estar la falla.
Una de las causas más importantes de esas falencias radica en el hecho que nuestros ojos de fe son muy débiles. Quizás nuestros ojos de mosca sean sabe Dios cuándo grandes, incluso muy “saltones”. Pero eso sólo no nos ayudará mucho para que nuestro amor sea un amor auténtico y fiel tal como Cristo lo exige de nosotros.
Y si ahora nos preguntamos por qué esos ojos de la fe son tan débiles, habría que citar varias causas. Por lo común sucede que si bien tengo un entendimiento claro, no lo utilizo como corresponde. O quizás dispongo de buenos ojos pero no los utilizo, sino que los mantengo siempre cerrados y duermo. Fíjense que algo similar puede suceder con los ojos de la fe. Hay que usar esos ojos para volver a contemplar con mayor intensidad el mundo de la fe.
No hace mucho les señalaba la importancia de realizar todos los días una pequeña lectura espiritual, una meditación. ¿Qué se persigue con una lectura espiritual, con una meditación? Calar con nuestros ojos de fe en el mundo de la fe. Porque si no usamos esos ojos, tarde o temprano habremos de perder, naturalmente, todo el mundo de la fe.
Fíjense que es muy buena la costumbre que tienen aquí en Norteamérica, de salir a veces en busca de un poco de “relaxation”, vale decir, un momento de esparcimiento y descanso. Pues bien, aprender a contemplar en profundidad a Dios al mundo de Dios, es también una forma de recreación que ofrece descanso para nuestra fatiga. Por eso, si queremos fortalecer los ojos de la fe tenemos que usarlos con mayor asiduidad.
En segundo lugar, ¡vivir de la fe! Vivir de la fe es, por ejemplo, ver conscientemente en mi esposa, o en mi esposo, al hijo de Dios, al Cristo que hay en ella o él. Esa mirada se transformará entonces, conscientemente, en un acto de respeto y amor para con el prójimo. Y así amaré en el otro a Cristo. Por este camino podremos comprender cuan verdaderas son aquellas palabras de San Juan: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”.
Fíjense que a María Santísima solemos llamarla “Madre de la fe” y “Modelo de fe”. ¿Qué queremos expresar con tales términos? ¿Qué anhelamos aprender de ella? ¿Qué dijo Isabel de ella?: “Feliz la que ha creído”14.
Los ojos de fe de la Madre del Señor estaban extraordinariamente desarrollados.
Mañana es día dieciocho, día de memoria. Pidámosle especialmente a María Santísima en esa jornada que interceda por nosotros para que recibamos el don de tener ojos de fe fuertes y muy claros.
Podríamos orar, por ejemplo, con aquellas palabras del ciego: “¡Señor, que vea!”15. Sería una jaculatoria muy valiosa y nos ayudaría muchísimo para hacer que nuestra vida familiar y conyugal sea de nuevo una vida de plena adhesión a los ideales.
Creo que esta reflexión es suficiente para esta tarde. Breve pero de muchos contenidos…
1 El P. Kentenich se refiere a los artículos sobre el “Proceso Eichmann”. Bajo el régimen de Hitler, Carlos Adolfo Eichmann, ex comandante de la SS, había organizado el transporte de los judíos hacia los campos de concentración. Apresado en 1960 en Argentina por el servicio de inteligencia israelita, fue llevado clandestinamente a Israel y presentado allí ante el tribunal el 11.4.1961. Los medios relataban en detalle sobre este proceso que conmovía al mundo entero. El 15.12.1961 Eichmann fue condenado a muerte por crímenes de guerra contra el pueblo judío y ejecutado en Jerusalén el 1.6.1962
2 1Jn 5, 4.
3 Se refiere a los contenidos enunciados anteriormente, que tanto ayer como hoy conservan su vigencia.
4 Jn 5, 4.
5 En la antropología pedagógica del P. Kentenich aparece con frecuencia la división en los siguientes estratos: animal, ángel e hijo de Dios. A ellos corresponden tres tipos de ojos, según se considere al hombre como ser biológico, intelectual-espiritual o bien como dotado de gracia divina.
6 El P. Kentenich tenía especial interés no sólo en lograr que tomase conciencia de las verdades de la fe, sino en que ellas captasen y marcasen nuestro sentimiento vital.
7 Cf. Mc. 12,3.1
8 Cf. Mt. 25, 31-46.
9 Otro Cristo.
10 Cf. Jn. 13,34.
11 Cf. Lv. 19,18.
12 Posiblemente se refiere aquí al cuarto.
13 Cf. Mt. 18,20
14 Lc. 1, 45.
15 Cf. Mc 10,51: “Jesús dirigiéndose a él (a Bartimeo), le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!
24 de Abril de 1961
ESQUEMA
Una escuela de fe para nuestro matrimonio
Idea directriz tomada de San Juan:
“Quien ha nacido de Dios, vence al mundo”
¿Cuál es el panorama del mundo actual?
Abundancia de estímulos
Enorme desarraigo
Muchas cosas que no se comprenden
En nuestro matrimonio y familia hallamos un eco de esa misma crisis
El remedio: una fe viva en la persona y la enseñanza de Cristo
Es necesario poner también nuestra vida sexual a la luz de la fe
Volver a recordar:
Los tres ojos que tenemos:
los ojos del cuerpo,
los ojos del entendimiento y
los ojos de la fe,
Los tres bienes que nos regala la fe:
luz para el entendimiento,
fuerza para la voluntad y
calidez y energía para nuestro corazón
Repetición y profundización: A la luz de la fe reconocemos nuestra condición de hijos de Dios y miembros de Cristo; nuestro destino de participación en la vida de Cristo; en la vida de sufrimiento y en la vida de amor de Cristo:
l. Grado: amar a mi cónyuge como a mí mismo
2. Grado: amar a Cristo en mi cónyuge
3. Grado: amar a mi cónyuge como a Cristo
4. Grado: amar en comunidad
Continuación: A la luz de la fe comprendemos el sentido del acontecer mundial
Desde el punto de vista de Dios: repatriación victoriosa al Padre de los hijos del Padre, en Cristo y por María Santísima
Repatriación victoriosa:
porque también el demonio extiende su mano hacia nosotros;
porque hay personas que quieren retenernos;
porque nosotros mismos queremos retenernos
Aceleramiento de la repatriación a través de las dificultades extraordinarias de nuestro tiempo, por ejemplo:
Desgracias en la familia:
confinamiento en el campo de concentración
Repatriación al Padre
Muchos cristianos tienen una imagen falsa de Dios
Nosotros vemos a Dios como Padre y queremos ser niños ante Él
Tres maneras de Ser niños:
Niños adultos: Nunca queremos serlo en nuestra relación con Dios
Niños recién nacidos: vivir en dependencia de Dios
Niños no nacidos: vivir en el corazón del Padre
Desde nuestro punto de vista: Regreso al Padre, vale decir, ofrecerle el corazón al Padre, procurarle alegría
Cuando nos hable a través de las desgracias:
No plantear enseguida la pregunta por la culpa
Hacia el Padre va el camino
Confiamos en que en el Santuario la Sma. Virgen nos conduce hacia el Padre
Mucha gente no tiene una imagen correcta de Dios
porque hay muy pocas imágenes auténticas de Dios Padre
Procuremos que en la familia los niños vuelvan
a experimentar al padre
Oremos para que la Sma. Virgen encienda
en nosotros la luz de la fe
En nuestra última reunión del lunes comenzamos una especie de “escuela de fe” o bien una “clase de fe”, por llamarla así. ¿Quién fue nuestro maestro? El apóstol y evangelista San Juan. ¿Recuerdan el tema que exponía y trataba San Juan? Era una idea directriz muy hermosa y que calaba en lo hondo: Quien ha nacido de Dios vence al mundo1. La fe es la que vence al mundo. Dicho con mayor exactitud, ¿quién es el que por último vence al mundo de hoy con todas sus dificultades? Aquel que tenga una fe viva en Cristo y su enseñanza.
Volvamos a plantear el interrogante: ¿Cómo es este mundo de hoy? Recordemos brevemente todos los estímulos que nos envía el mundo de hoy, cuánto desarraigo y cuántas cosas incomprensibles se observan en él.
Basta recordar de nuevo lo que se escucha sobre Israel2, Cuba3, o bien Argelia4.
¡Ah! ¡Cuánta confusión, cuántas revoluciones por todas partes! ¿Quién habrá de vencer un mundo de estas características? Aquel que tenga una fe profunda y viva en Cristo y su enseñanza.
Podríamos aplicar estos pensamientos a nuestro caso. Basta con plantearse la siguiente pregunta: ¿Qué dificultades enfrentamos en nuestra familia, en nuestro matrimonio? Advertiremos que en ellos quizás existen las mismas crisis que hemos constatado a nivel mundial.
¡Cuánto desarraigo puede haber también en el matrimonio! ¡Cuántos peligros puede haber también en la familia para nuestra interioridad, para nuestra vida moral y religiosa! ¡Cuántas desilusiones hemos sufrido ya en la relación de unos con otros! Por favor, hagan un examen de conciencia y recuerden las crisis y dificultades concretas de su familia y matrimonio...
¿Cuál es el remedio que nos propone San Juan? Quien tenga una fe viva en Cristo y su enseñanza, ése superará todas las dificultades. Lo repito: una vida de fe ardiente nos ayudará a superar todo eso.
Ahora bien, ¿qué significa esto a la hora de enfocar específicamente nuestro caso de personas casadas? Que tenemos que poner nuestra vida sexual a la luz de la fe. Me parece que debería recordarles lo que hemos venido hablando en el transcurso de los últimos meses5. Pero ahora lo haremos desde un nuevo punto de vista que, podríamos formular así: Es posible contemplar nuestra vida sexual desde tres ángulos diferentes:
Desde un punto de vista biológico,
desde un punto de vista antropológico y
desde un punto de vista teológico.
Creo que habría que recordar con frecuencia estas ideas y otras similares, para tener lineamientos claros.
¿Qué significa contemplar desde el punto de vista de la biología nuestra vida sexual, y en particular el acto sexual? Desde este punto de vista el acto sexual es un acto puramente animal; es simplemente un contacto de órganos motivado por una sensación de placer.
Desde el punto de vista antropológico, hay que recordar que nosotros, los seres humanos, no sólo participamos del mundo animal, sino que también tenemos vida intelectual y espiritual. Somos personas dotadas de espíritu. Por lo tanto el contacto entre ambos sexos es asimismo contacto entre dos personas dotadas de espíritu y no sólo un contacto entre dos órganos.
Pasemos, por último, al punto de vista teológico. Este nos dice que en el caso del acto sexual se trata de un contacto entre dos hijos de Dios o dos miembros de Cristo. Pero, ¿cómo lograré considerar al otro como un hijo de Dios o miembro de Cristo y amarlo íntimamente en calidad de tal? Eso sólo se consigue valiéndose de los ojos de la fe.
Fíjense, ahora hay que ser lo suficientemente inteligentes como para recordar aquellos diferentes tipos de mirada sobre los cuales ya hablamos. En primer lugar teníamos los ojos puramente sensibles o materiales; luego aquellos de intelecto, del entendimiento; y, por último, los de la fe. Vuelvo entonces a plantearles la misma pregunta: ¿Quién habrá de vencer de manera eminente el mundo en general, y también el mundo en nuestra vida conyugal? Aquel que en su calidad de hijo de Dios y miembro de Cristo tenga ojos de fe claramente desarrollados.
Pero además dijimos que la luz de la fe, o bien la fe, nos regala tres bienes: luz para la razón, fuerza para la voluntad y calidez y energía para nuestro corazón.
¿Qué significa luz para la razón? Es recién a la luz de la fe cuando sabemos correctamente cuál es nuestro ser y nuestro destino verdaderos. Si, planteémonos la pregunta: ¿qué somos? Somos hijos de Dios y miembros de Cristo ¿Y cuál es nuestro destino? En nosotros debe repetirse el destino de Jesús.
Asimismo destacamos dos pensamientos que tampoco debemos olvidar:
Si somos miembros de Cristo y si participamos del destino del Señor, hay que tener presente lo siguiente: en primer lugar, que el Señor está clavado en una cruz. Por lo tanto es evidente que hay que contar con dificultades en el matrimonio y en la vida. No hay que asombrarse de que sobrevengan tales dificultades; más bien habría que maravillarse si no tuviésemos ninguna cruz. Vale decir entonces que si se nos ha cargado con una cruz grande y pesada, ese don constituye una distinción especial, ya que de ese modo podremos asemejarnos de manera especial a Cristo, el Crucificado.
En segundo lugar, si somos miembros de Cristo no sólo debemos participar de la pasión de Cristo, sino también de su amor. En nuestra vida matrimonial, ¿quién habrá de ser de modo especial el objeto de ese amor? El cónyuge. Pues bien, ¿cómo amaré a mi cónyuge? En nuestro último encuentro mencionamos cuatro grados o formas de expresión del amor. Estos grados valen naturalmente para todo tipo de amor al prójimo, pero en especial para (el amor) hacia quien está más próximo de nosotros. ¿Quién es este? Nuestro cónyuge. De ahí que se hable de amor al “próximo" y no al “lejano”. A los que no están aquí se los puede querer sin impedimento alguno, porque no molestan. En cambio cuando se está continuamente uno dependiendo del otro, uno junto al otro, ésa es (la piedra de toque) para el amor al prójimo.
¿Cuáles son esos cuatro grados? Resumamos ahora todo lo que Jesús nos ha dicho sobre el tema.
Tengo que amar a mi prójimo como a mí mismo6. En mi calidad de esposo debo amar a mi esposa como si yo mismo estuviese en su lugar. Y la esposa debe amar al esposo como se ama a sí misma.
Detengámonos un poco en este punto y preguntémonos: ¿Cuánto me quiero a mí mismo? Porque en esa misma medida tengo que querer a mi prójimo. Fíjense que a menudo olvidamos la envergadura de las exigencias que nos plantea el cristianismo. Y así solemos repetir mecánicamente consignas como: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo" y luego pasamos a otra cosa, sin entender en su justa dimensión lo que significan esas palabras.
Repasemos el segundo grado: ¿Cómo habremos de amar al prójimo, vale decir, cómo amaré a mi esposa o cómo el esposo a la esposa? En él debo ver a un pedazo de Cristo7. Por lo tanto amaré a Cristo en el. Por favor, no pasen por alto que en nuestra condición de cristianos somos, en cierto sentido, “otros Cristos”. De ahí que debamos amar a Cristo en el prójimo. Mediten alguna vez sobre cuán elevado grado de amor al prójimo es este. ¿Y por qué es tan raro de encontrar este grado de amor al prójimo o de amor conyugal? Porque no tenemos espíritu de fe; porque por lo común en el otro vemos cualquier otra cosa pero no a Cristo.
Por último, el tercer grado: en el otro no sólo debo amar a Cristo, sino en Cristo amar a ese Cristo que está en el prójimo. Yo, como una parte de Cristo, tengo por lo tanto que amar la parte de Cristo que está en el otro. Y si me pregunto cómo amó Cristo al prójimo, recordemos entonces aquellas palabras de Jesús: Les doy un mandamiento nuevo8. Pues bien, ¿en qué grado nos amó Cristo? Él se sacrificó por entero, entregó hasta su última gota de sangre por nosotros. Aplicándolo a mi caso podemos decir lo siguiente: Cuando Cristo en mí ama al Cristo que está en el otro, entonces debe haber un celo singular por sacrificarse abnegadamente por el prójimo.
Les vuelvo a pedir (que mediten estas palabras): ¿Acaso no nos volvemos a hallar sobre una cumbre tan alta que nos infunde vértigo? Pero, por favor, no se digan: “Bueno, estas cosas son sólo para religiosos y sacerdotes". No; Jesús lo dijo para todos; son palabras que también valen para nosotros.
¿Y el cuarto grado del amor? Amar en comunidad9. Vale decir, no sólo que se amen el esposo y la esposa, amarnos junto con nuestros hijos.
Todos los miembros de la familia deben integrar un sólo círculo, un circuito de amor. Contemplándonos ahora a nosotros mismos, que entre todos y junto a los demás conformamos una sola familia, podemos decir igualmente que la corriente de amor debe fluir a través de nosotros con la plenitud de su caudal.
Ya hemos conversado sobre esto la última vez. Lo repito: la luz de la fe alumbra nuestra razón, para que en esa luz podamos comprender mejor, y de un modo incomparable, nuestro destino.
Volvamos a decirlo: Debe haber luz en nosotros. La luz de la fe nos da también luz para entender mejor la totalidad del acontecer mundial, tan caótico en la actualidad; más aún, para entender cuál es el sentido de ese acontecer. Recordemos de nuevo la situación del mundo en que vivimos, la confusión reinante en nuestros días a nivel mundial. Y pasen luego a considerar la historia de su propia familia... Se nos plantea así la pregunta: ¿Qué fin persigue Dios con este acontecer universal?
Dos son las cosas que hay que discernir aquí: Por una parte, el sentido del acontecer mundial desde el punto de vista de Dios y, por otra, el sentido del acontecer mundial desde nuestro, desde mi punto de vista.
Hablábamos del punto de vista de Dios, vale decir: ¿Qué quiere Dios, a qué apunta con todo este caos del tiempo actual? Y visto desde mi propio ángulo: ¿Qué habré de responder yo a la confusión de la vida de hoy?
Desde el punto de vista de Dios el sentido del acontecer mundial es la repatriación victoriosa de los hijos del Padre en Cristo y a través de María Santísima hacia el Padre. Lo repito para que lo recordemos bien: repatriación victoriosa en Cristo y a través de María Santísima hacia el Padre.
¿Qué es lo que quiere hacer entonces el Padre con sus hijos? Repatriarlos a su propio corazón.
La repatriación es victoriosa. Bueno... ¿por qué? ¿Dónde están los enemigos que buscan obstaculizar los designios del Padre? ¿Quién pretende apoderarse del corazón de un hijo del Padre? Este es, en primer lugar, el demonio. Sí; él quiere apoderarse de nosotros. ¿Qué fin persigue el Padre al repatriarnos a su corazón? Ante todo, vencer al diablo. El demonio extiende su brazo amenazante, y lo hace también hacia nosotros.
Repito la pregunta: ¿Quién pretende enseñorearse de nosotros? Pues bien, es el mundo; y también esa gran cantidad de personas que quieren hacernos posesión suya. Pero por último somos nosotros mismos quienes queremos retenernos a nosotros mismos. Por eso el hecho de que el Padre realmente nos repatríe a su corazón constituye una gran victoria que él obtiene en nosotros y a través de nosotros.