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En segundos, él hizo un plan. Rápidamente regresó el tesoro a su lugar, lo cubrió y se fue a su casa. Él sabía que el actual propietario del campo no había puesto el tesoro allí. Por lo tanto, si el propietario le vendía el campo, él tendría el tesoro en su propiedad y sería legítimamente suyo.3 Él necesitaba recursos y estaba dispuesto a vender todo lo que tenía. La gente tal vez sacudía su cabeza ante tal temeridad, pero el hombre sabía lo que estaba haciendo. Con el dinero, él compraría el campo para obtener el tesoro.
Con unos pocos trazos de su pincel verbal, Mateo pinta la parábola de la perla que Jesús narró. Un comerciante está buscando perlas y encuentra una de excepcional valor. Él va, vende todo lo que tiene y compra la perla.
En sí mismo, el relato es un paralelo cercano a la del hombre que encontró un tesoro. La misma dedicación se encuentra en las dos parábolas. Cada hombre debe tener el objeto de su deseo aun si eso le cuesta su medio de vida. Ambos hombres literalmente venden todo lo que tienen para obtener el tesoro o la perla.
En tiempos del Antiguo Testamento, aparentemente las perlas no eran conocidas, pero para el primer siglo de la era cristiana, estas se habían convertido en un símbolo de gente rica.4 Jesús le dijo a su audiencia: “no echen sus perlas a los cerdos” (Mateo 7:6), y Pablo quería que las mujeres de su tiempo se vistieran de manera modesta, “sin peinados ostentosos, ni oro, ni perlas ni vestidos costosos” (1 Timoteo 2:9). En el Libro de Apocalipsis, una voz desde el cielo dice: “Los comerciantes de la tierra llorarán y harán duelo por ella, porque ya no habrá quien les compre sus mercaderías: artículos de oro, plata, piedras preciosas y perlas” (Apocalipsis 18:11-12).
En los tiempos de Jesús y los apóstoles, las perlas tenían gran demanda. Los comerciantes tenían que ir al Mar Rojo, al Golfo Pérsico e incluso hasta la India para encontrarlas. Las perlas inferiores venían del Mar Rojo; las mejores venían del Golfo Pérsico y de las costas de Ceilán e India.5 Un comerciante tenía que viajar en su búsqueda de las perlas más grandes y mejores.
El hombre descrito por Jesús estaba buscando perlas finas. No sabemos qué tan lejos ha viajado, pero cierto día él encuentra una perla en particular y de gran valor. Para él, esta es la oportunidad de su vida. Él no estará feliz hasta que la perla sea suya. Él la observa por encima, hace toda clase de cálculos, evalúa sus activos y decide vender todas sus pertenencias para comprar esa perla perfecta.
Observemos que el comerciante no va de un pescador de perlas a otro en la búsqueda deliberada de una perla excepcional. Mientras busca perlas en el curso de sus negocios normales, él encuentra la perla más fina que jamás ha visto. Como el hombre que descubre el tesoro, el comerciante de repente ve la perla. Es una propuesta de ahora o nunca: ¡vender todo y comprar! Un típico comerciante oriental mantiene un rostro serio mientras hace la transacción. Cuando él adquiere la perla, es tiempo de celebrar.
“«¡No sirve, no sirve!», dice el comprador, pero luego va y se jacta de su compra.”
Proverbios 20:14
Aplicación
Los amigos y conocidos de los dos hombres en las parábolas deben haber sacudido sus cabezas cuando vieron que vendían todo lo que tenían. Ellos deben haberse sorprendido cuando poco después supieron cuánto los hombres habían ganado. Tenían que respetarlos, pues estos dos hombres sabían lo que estaban haciendo.
Sin embargo, los dos hombres no especulaban. No había riesgo en la compra del campo o de la perla, pues los artículos comprados mantendrían su valor. Lo que hicieron fue más sensible. Ellos habían tropezado con estos objetos sin intención e ignorarlos sería tonto. Las oportunidades se les habían presentado y todo lo que ellos tenían que hacer era adquirir el tesoro y la perla.
En la compra del campo y la perla, los dos hombres no hicieron un sacrificio, aun cuando vendieron todo lo que tenían. “Hay una diferencia básica entre el valor de una compra y un sacrificio. La compra está dirigida a adquirir un objeto de un valor equivalente. Por su parte, el sacrificio es algo que se hace sin esperar recompensa.”6 Tanto el hombre que encontró el tesoro como el que halló la perla pagaron el precio pleno de los bienes adquiridos. Ellos oyeron a la oportunidad tocar a su puerta y estaban listos para pagar el precio. Ellos dieron todo lo que tenían para obtener lo único que deseaban.
Entonces, ¿qué enseñan las dos parábolas? Padres de la iglesia como Ireneo y Agustín identificaron el tesoro y la perla con Cristo. Eso es correcto. El recién convertido en cristiano dice exactamente lo mismo: “Encontré a Cristo.” Lleno de alegría, regresa a su propio entorno, deja su estilo de vida y se consagra completamente a su Señor. Algunas personas venden sus negocios para tomar una educación teológica, buscar ser ordenados y ser comisionados como ministros o misioneros del evangelio de Cristo.
Es Cristo quien ofrece el tesoro y la perla a quienes viajan por la autopista de la vida.7 Algunos de estos viajeros están buscando. Algunos están deambulando. De repente, ellos encuentran a Jesús y hallan en Él un tesoro invaluable. Su respuesta a Jesús es de total entrega. Llenos de gozo, ellos venden todo lo que tienen para tener a Jesús. Por supuesto, la salvación es completa y gratis y no puede ser comprada. Es un don. Lo que esto significa es que Jesús exige el corazón del creyente. En palabras de un himno:
A Jesús lo rindo todo,
A Él le entrego todo;
Le amaré y en Él siempre confiaré,
Y en su presencia a diario viviré.
Lo rindo todo, yo lo rindo todo.
Todo a Él, mi bendito Salvador,
Yo lo rindo todo.
CAPÍTULO 10
La Red
“También se parece el reino de los cielos a una red echada al lago, que recoge peces de toda clase. Cuando se llena, los pescadores la sacan a la orilla, se sientan y recogen en canastas los peces buenos, y desechan los malos. Así será al fin del mundo. Vendrán los ángeles y apartarán de los justos a los malvados, y los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes.”
Mateo 13:47-50
Sólo el Evangelio de Mateo contiene la parábola de la red.1 Esta parábola es a todas luces paralela de la del trigo y la mala hierba (Mateo 13:24-30); las interpretaciones de ambas están enfocadas en el día del juicio. Sin embargo, hay importantes diferencias que son más evidentes. En la parábola de la mala hierba, Jesús enfatiza la idea de la paciencia. Esta idea no está presente en la parábola de la red.2
La parábola de la mala hierba es mucho más descriptiva que la de la red. Ella menciona al granjero, a sus sirvientes y a los segadores, pero en la parábola de la red sólo los pecadores y sus labores son descritos. La mala hierba es plantada en el campo después de que el granjero ha plantado su cultivo, mientras que el pescado comestible y el no comestible siempre están juntos en el Lago de Galilea. La parábola de la mala hierba describe las condiciones del campo del presente y la cosecha como un evento futuro. Por su parte, la parábola de la red describe la separación de los peces en términos del presente.3
La Pesca
Muchos de los discípulos de Jesús eran pescadores de oficio; ellos habían dejado sus redes y botes para seguir a Jesús y convertirse en pescadores de hombres. Cuando Jesús les narró la parábola de la red, ellos entendieron cada aspecto de la historia. Jesús se refería a su propio medio de subsistencia de aquellos días.
El lado norte del Lago de Galilea es una de las mejores áreas de pesca de Israel. Las plantas arrastradas por el rápido descenso de las aguas del Río Jordán se depositan en su ensenada norte. Estas plantas atraen y alimentan una gran y variada cantidad de peces. Al menos veinticinco especies nativas se han identificado en el lago.4 El pueblo de Bethsaida, que significa “Casa de Pesca”, era el hogar de Pedro, Andrés y Felipe (Juan 1:44), estaba situado a lo largo de la orilla norte del Lago de Galilea, al este del Jordán.
Aunque en los tiempos de Jesús había varios métodos de pesca, el más efectivo era el uso de la red de arrastre, la cual tenía cerca de dos metros de altura y más de cien metros de largo; por medio de corchos, el borde superior de la red se mantenía a flote, mientras que el inferior era lastrado para mantenerlo en el fondo. A veces, los pescadores aseguraban uno de los extremos de la red a la orilla, mientras un bote llevaba el otro extremo al interior del lago, haciendo un recorrido de medio círculo y trayendo de regreso la red a la orilla. Otras veces, dos botes salían de la orilla, formando un semicírculo con la red y tirando ambos de ella para capturar el pescado y sacarlo del lago. El uso de la red de arrastre requería del esfuerzo unido de una media docena de hombres o más. Mientras algunos remaban, otros tendían o sacaban la red, o incluso algunos golpeaban el agua para atraer los peces a la red.5 Los pescadores experimentados trataban de ubicar un banco de peces antes de sacar la red, pero una vez que la sacaban, los hombres tomaban todo el pescado que había en ella. Su pesca siempre era una mezcla; obviamente, ellos no podían ser selectivos mientras pescaban.6
En la red caía tanto el pescado comestible como el que no lo era, el bueno junto con el malo. Peces de toda clase y tamaño batían sus colas mientras eran sacados a la orilla. Muchas clases de peces eran consideradas impuras según las leyes alimenticias judías. Los peces sin aletas ni escamas no podían ser consumidos (Levítico 11:10) y debían ser regresados al agua. También los peces pequeños debían ser liberados. Sólo el pescado que era comercializable era retenido y puesto en recipientes apropiados. La clasificación del pescado era lo que finalmente determinaba el peso de la pesca; hasta el momento de la clasificación, nadie sabía la cantidad exacta.
Explicación
Jesús usa la parábola de la red para describir el día del juicio. Él se dirige a sus discípulos, que sabían atrapar y escoger el pescado. Él les habla en su idioma y de esa manera, comunica eficazmente una verdad espiritual. Sin embargo, Él da una breve explicación de esta parábola: “Así será al fin del mundo. Vendrán los ángeles y apartarán de los justos a los malvados, y los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes” (Mateo 11:49-50). Las palabras son casi idénticas a las dichas por Jesús en su interpretación de la parábola de la mala hierba: “Así como se recoge la mala hierba y se quema en el fuego, ocurrirá también al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar. Los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes” (Mateo 13:40-42).
Decir que la interpretación de la red no encaja en los términos de la parábola porque el pescado no comestible es regresado al agua y no lanzado al horno encendido, es ilógico. Uno también podría decir que la interpretación de la parábola de la mala hierba está errada porque esta no hace rechinar los dientes. Jesús usa un lenguaje simbólico y relaciona el mensaje de la parábola con el destino espiritual del hombre: cielo o infierno. En la parábola de la mala hierba, el destino del hombre es el cielo, donde el justo brilla como el sol, o el infierno, donde hay llanto y rechinar de dientes.
La interpretación dada omite todos los detalles descriptivos de los pescadores recogiendo su red y trayendo el pescado a la orilla; sólo se explica la separación de los peces buenos y malos. Por tanto, es sabio no imponer una interpretación propia sobre los detalles de la parábola.7 Los detalles están orientados a presentar toda la imagen de la pesca. La red representa a todos los peces capturados y los pescadores simplemente no pueden ser selectivos mientras recogen la red. De la misma manera, los seguidores de Jesús, llamados a ser pescadores de hombres, tampoco pueden ser selectivos respecto a cuándo o a quién ellos proclaman el evangelio. Parafraseando otra parábola, los siervos de Cristo salen a las calles y reúnen a toda la gente que pueden encontrar, buenos y malos (Mateo 22:10). El llamamiento del evangelio está dirigido a todos sin discriminación.
La parábola de la red describe a los pescadores que tienden la red, reúnen la pesca y seleccionan el pescado.8 En la interpretación, los ángeles vienen y separan a los impíos de los justos. La implicación es que también los pescadores pertenecen a la multitud de la que los ángeles apartan a los impíos de los justos.
El término impío es integral, y se refiere a aquellos que aparentemente se adhieren a la iglesia, pero en su interior no tienen una verdadera conexión con la iglesia. Ellos pueden confesar con sus labios el Credo de los Apóstoles, pero en sus corazones puede faltar la verdadera fe en Jesucristo.
Estas personas son como los que describe la parábola del sembrador: los de corazón duro (el camino), los superficiales (terreno pedregoso), y los amantes de los bienes y placeres mundanos (espinos). Ellos están en la iglesia pero no pertenecen a ella. En el día del juicio, los ángeles de Dios vendrán y los separarán del pueblo de Dios y los arrojarán al fuego ardiente reservado para ellos.
¿Qué enseña la parábola? Los seguidores de Jesús se dirigen a su tarea diaria: dar testimonio a sus semejantes, quienes quieran que ellos sean; traerlos a la iglesia; recordarles constantemente la necesidad de fe y arrepentimiento; y dirigir su atención al día del juicio, en el cual tendrá lugar la separación final de los impíos y los justos.
Mateo cierra apropiadamente la serie de siete parábolas (el número 7 simboliza totalidad) con la de la red. Esta última parábola expresa una vez más el tema del día de los días, en el que el juicio final tendrá lugar.9 El escritor de la Epístola a los Hebreos lo resume de manera sucinta: “Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio, también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos” (Hebreos 9:27-28).
CAPÍTULO 11
El Siervo Despiadado
“Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
—Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?
—No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces — le contestó Jesús—. Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo.” El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió. Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo pagaré.” Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía. Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano.”
Mateo 18:21-35
La Historia
¿Acaso Jesús rechaza al que se vuelve a Él en arrepentimiento y con fe? Por supuesto que no, nunca, sin importar cuán grave sea el pecado que haya cometido. Esa es nuestra respuesta y lo sabemos porque “la Biblia nos lo dice”. Pero, ¿cuántas veces debemos perdonar a nuestro prójimo? Una cosa es que Jesús perdone a quien ha cometido un crimen atroz, pero otra muy diferente es que nosotros perdonemos a nuestro prójimo que cae constantemente en el mismo pecado.
Pedro, entrenado en la Ley y los Profetas así como en la tradición judía, sabía que él tenía que perdonar a su compañero. Él conocía su deber. Pero, ¿cuál es el límite? ¿Hay límites en todo? Pedro pensaba que él debía hacerlo hasta por siete veces. Él pensaba que eso debía ser suficiente y que Jesús probablemente diría: “Sí, Pedro, eso es suficiente.” ¿Una misericordia ilimitada no animaría a una vida de pecado? Jesús no concuerda con Pedro: “¿Suficiente es suficiente?”
Pero la respuesta de Jesús fue: “No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces.” Jesús multiplica los números 7 y 10 (números que simbolizan la plenitud) y agrega otro 7, es decir, absolutamente todas las veces.1 Él transmite la idea de lo infinito. La misericordia de Dios es tan grande que no puede ser medida; así que como usted, Pedro debería igualmente mostrar misericordia a su prójimo.
Para explicar la magnitud del amor perdonador de Dios que debe reflejarse en su pueblo, Jesús enseña la parábola del siervo despiadado y la narra muy bien.
En cierta ocasión, un rey llamó a todos sus oficiales (siervos) para ajustar cuentas.2 Uno de ellos le debía la asombrosa suma de 10.000 talentos, una cantidad equivalente hoy a millones de dólares. De hecho, la palabra para 10.000 tiene un significado básico subyacente de que es algo indescriptible, incontable e infinito.3 Más aún, en aquellos días, el talento era la mayor denominación en el sistema monetario. Por comparación, los ingresos anuales de todo el reino de Herodes el Grande eran de ٩٠٠ talentos. Las áreas de Judea, Idumea y Samaria pagaban anualmente ٦٠٠ talentos en impuestos; Galilea y Perea pagaban ٢٠٠ talentos; y Batanea junto con Traconite y Auranitis pagaban ١٠٠ talentos.4 Un ministro de finanzas responsable de un área mucho más grande que la de Herodes, tendría que pagar la renta de 10.000 talentos.
Claramente, el ministro de finanzas debía a su amo una tremenda suma. No se nos dice lo que él hizo con el dinero; eso no es importante aquí. Él debía la suma de 10.000 talentos y tenía que pagar. Él sabía que nunca tendría todo ese dinero.
Cuando se presentó ante su amo, él oyó el veredicto: él, su esposa, sus hijos y todas sus posesiones serían vendidas para pagar la deuda. Eso era demasiado para él, así que se arrojó a los pies del soberano, clamando por misericordia y gritando: “Tenga paciencia conmigo, y se lo pagaré todo.” Él clamó por misericordia, no por remisión. Él prometió restitución, sabiendo que no podía hacer más que comenzar. En respuesta, él recibió lo que al menos esperaba: absolución. Su amo tuvo lástima de él, canceló la deuda y lo dejó ir.5 ¡Increíble! ¡Qué alegría! ¡Qué gentileza!
Este es sólo el primer acto de la historia.6 El segundo acto es similar al primero: el ministro de finanzas se convirtió en amo y se encontró con otro funcionario del rey.
Al descender los peldaños del palacio real, el funcionario público absuelto encontró a uno de sus compañeros que le debía la suma de cien denarios. Realmente, eso no era nada; unos pocos días de trabajo y él habría podido pagarlo. Pero el funcionario público agarró al hombre por el cuello y exigió el pago inmediato. “¡Págame lo que me debes!”7 El deudor se arrojó a los pies del ministro de finanzas y le rogó: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Él no tuvo que decir, “se lo pagaré todo” pues la cantidad era tan pequeña que era más que evidente que él le pagaría todo. Pero el ministro de finanzas rechazó la súplica de su compañero, enviándolo a prisión, esperando que alguien pagara la fianza para cancelar la deuda.
El tercer acto involucra a los testigos del segundo acto y es la segunda y última confrontación del rey y el funcionario público.
Nada fue hecho de manera encubierta; los secretos del palacio eran difíciles de mantener. Otros vieron lo que había pasado y no pudieron guardarlo para ellos mismos. Ellos tenían que contárselo al rey, quien al escuchar la historia, se puso furioso e hizo llamar al funcionario público y lo reprendió. “¡Siervo malvado! Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Con eso, el rey lo entregó de nuevo a los carceleros para que lo torturaran hasta que toda la deuda fuera cancelada.8
La conclusión es que cada persona que ha experimentado el perdón debe estar lista para perdonar a cualquiera que esté en deuda con él y hacerlo de todo corazón.
La Lección
Esta impresionante historia, narrada con colorido detalle, acentúa el contraste entre el infinito amor y misericordia de Dios y el mezquino comportamiento del hombre que intenta justificarse basado en la ley. Jesús usa esta parábola para decirle a Pedro algo acerca del amor perdonador de Dios hacia el hombre pecador. El pecado del hombre es tan grande, que Él tiene que perdonarlo infinitamente más de setenta veces. La inmensa misericordia de Dios simplemente no puede ser medida. Sólo la puede imaginar vagamente al oír la historia del funcionario público que le debía a su amo una suma que rondaba los millones.
Aunque la palabra justicia no se encuentra en la parábola, los conceptos expresados son los de misericordia y justicia. Estos son conceptos bíblicos debido a que repetidamente se expresan en el Antiguo Testamento, especialmente por los salmistas y los profetas.9
“La misericordia y la justicia cantaré;
a Ti, oh Señor, cantaré alabanzas.”
Salmo 101:1
Los judíos sabían muy bien que ellos tenían que ejercitarse en la misericordia y la compasión. Dios les dijo expresamente: “Si uno de ustedes presta dinero a algún necesitado de mi pueblo, no deberá tratarlo como los prestamistas ni le cobrará intereses. Si alguien toma en prenda el manto de su prójimo, deberá devolvérselo al caer la noche. Ese manto es lo único que tiene para abrigarse; no tiene otra cosa sobre la cual dormir. Si se queja ante mí, yo atenderé a su clamor, pues soy un Dios compasivo” (Éxodo ٢٢:٢٥-٢٧).10 Y la justicia era expresada en variadas maneras. Por ejemplo, las exigencias del Año del Jubileo eran impresionantes, pues durante ese año, la tierra perteneciente a los dispersados era devuelta a su propietario original. Incluso quienes habían sido vendidos como esclavos recibían su libertad.11 En resumen, los judíos de los tiempos de Jesús sabían que la misericordia y la justicia no podían ser tratadas separadamente, pues están interrelacionadas.
Es por esta misma razón que Jesús narra la parábola del siervo despiadado. Él enseña que el ejercicio de la misericordia no es un escenario ocasional apartado de la justicia. Jesús muestra que la misericordia y la justicia van juntas. Muy a menudo percibimos la justicia como la norma que debe ser aplicada rigurosamente y la misericordia, como un abandono ocasional de esa norma. Ejercemos esta opción como un “derecho”, y frecuentemente somos elogiados por mostrar indulgencia.12 Reconocemos que la justicia tiene una predisposición a la misericordia, pero generalmente, esta no se muestra con frecuencia.
Sin embargo, en tiempos del Antiguo Testamento, Dios instruyó a su pueblo para considerar la misericordia y la justicia como normas iguales. Ambas deben ser operativas y funcionales, pues reflejan cómo Dios trata a su pueblo. Sin embargo, con el tiempo, el énfasis cambió. Los escritos del período intertestamentario proclaman que en el día del juicio, la justicia prevalecerá y la misericordia cesará. “Luego el Altísimo será visto en el trono del juicio, y no habrá misericordia y paciencia. Sólo el juicio permanecerá” (2 Esdras 7:33-34, Apócrifo).
Aplicación
En nuestra sociedad, en ocasiones hemos insistido en la misericordia a expensas de la justicia. El cuidado del criminal ha llegado a tal punto que los “derechos” del ofensor son observados escrupulosamente, mientras que los derechos del ofendido son completamente ignorados. La Escritura no enseña que la misericordia elimina la justicia o que la justicia anula la misericordia. Las dos son normas igualmente válidas.
¿Cómo Jesús le muestra a Pedro que debe perdonar a su prójimo las veces que sean necesarias? Él narró la historia del hombre cuya deuda era abrumadoramente grande y que cuando se le estaba administrando justicia, pidió misericordia. Su amo canceló la deuda y mostró una misericordia infinita. El hombre fue puesto en libertad y pudo retener a su esposa, a sus hijos y sus posesiones.13 ¡Él estaba libre de deudas!