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Otro aspecto del milagro es que Jesús no quería ofender a los cobradores de impuestos. Como cualquier otro ciudadano judío, Él pagó sus impuestos y también los de Pedro, así que no hubo más preguntas.
Jesús el Rey
Los cobradores de impuestos le preguntaron a Pedro si Jesús pagaba el impuesto para el Templo. Provocado por su sentido del deber religioso, Pedro contestó precipitadamente: “Sí, lo paga.” Él asumió que Jesús pagaría su cuota anual para el mantenimiento del Templo. No obstante, queriendo estar seguro, Pedro fue a la casa donde estaba Jesús y le contó lo sucedido. Pero antes que pudiera hablar, Jesús le preguntó a Pedro si los tributos e impuestos eran pagados por los reyes y los suyos o por los demás, es decir, por los ciudadanos y los extranjeros que vivían en su país.
La pregunta de Jesús abordó el tema del rey y del reino. En su Evangelio, Mateo aborda este tema repetidamente. Por ejemplo, los sabios fueron donde Herodes en Jerusalén y le preguntaron: “¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos?” Esto significa que Jesús, nacido en la familia real de David, vino a gobernar como rey. De hecho, la Escritura llama a Jesús “Rey de reyes y Señor de señores.” Considerarlo un rey terrenal, de hecho, degrada su incomparable reino. Jesús le dijo al Gobernador Poncio Pilato que Él era un rey de un reino que no era de este mundo, sino de un reino espiritual.
Si Jesús es rey en ese reino espiritual, ¿por qué entonces Él tiene que pagar el impuesto anual para el Templo? Un rey debería estar exento de todas las obligaciones financieras en su reino. Y si los judíos en tiempos de Jesús entendían que Dios era el rey de Israel, entonces Jesús, su Hijo, debía estar exento.
Aun cuando Jesús podía hacer valer su derecho monárquico, Él no quería ofender, especialmente excusándose Él mismo y también a Pedro de pagar los impuestos. Jesús no quería causar ningún problema a los cobradores de impuestos ni a sus superiores. Ciertamente, ellos no habrían aceptado su reclamación.
Por eso Jesús le dijo a Pedro que fuera al Lago de Galilea, arrojara el anzuelo y pescara un pez. Él incluso reveló que el primer pez que picara, tendría una moneda en su boca, la cual era suficiente para pagar el impuesto de los dos.
Pedro, el pescador, lanzó el anzuelo y pescó un pez. Cuando él abrió la boca del pez, encontró una moneda que cubría las necesidades de ese día.
Aunque este episodio parece ser una simple ilustración del pago de los impuestos que se deben, uno puede hacerse la pregunta de si este es un milagro. Sería más natural decir que Pedro, como pescador, fue afortunado de pescar un pez con una moneda en su boca.
Sin embargo, Jesús estuvo en completo control de la situación; el énfasis de este pasaje no está en Pedro atrapando un pez, sino en la soberanía de Jesús sobre la Creación. Él sabía con conocimiento divino que el pez tenía una moneda en su boca. Esta moneda era suficiente para pagar el impuesto de dos personas: el de Pedro y el de Jesús. El punto en este breve relato es que Jesús es el hacedor de milagros. Este milagro fue uno en el que Jesús mismo fue un beneficiario parcial, junto con Pedro. Todos los otros milagros que Jesús hizo fueron para beneficio de otros.
Puntos para Reflexionar
Hay más en esta historia de la moneda en la boca del pez.
Primero, tanto Jesús como sus discípulos podían haber reclamado la exención de pagar el impuesto para el Templo basados en su servicio de tiempo completo como maestros en Israel. Pero este argumento habría creado problemas indescriptibles para todos: cobradores de impuestos, autoridades, Jesús y sus discípulos.
Luego, el pez que atrapó Pedro era un carroñero considerable conocido como “pez gato.” Este había visto el parpadeo brillante de una moneda descendiendo hacia el fondo del lago y la había atrapado e intentado tragarla pasándola por su amplia garganta, pero no pudo hacerlo hasta que Pedro lo atrapó. No había manera de encontrar al verdadero propietario de la moneda, así que Pedro no podía ser acusado de robo al tomarla.
También, antes que Pedro pudiera decirle a Jesús que debían sus impuestos, él supo que Jesús conocía el asunto por la pregunta que Él le hizo acerca de que la realeza no tenía que pagar impuestos.
Por último, la pesca del pez no fue simplemente un milagro que les proporcionó una cena a Jesús y a Pedro. Eso destaca la omnisciencia y el poder de Jesús sobre la Creación, incluyendo un pescado con una moneda en su boca.
Capítulo 7
La Maldición de una Higuera
Mateo 21:18-22 • Marcos 11:12-14, 20-24
El Desayuno
Aparentemente, Jesús y los discípulos habían dejado la casa de María y Marta en la aldea de Betania. Él no había tomado aún el desayuno y estaba en camino a Jerusalén. En el recorrido, Él se fijó en una de las muchas higueras en el área cercana a Betfagué (que significa “casa de los higos”), un suburbio de la ciudad capital. Jesús se dirigió al árbol y buscó algunos pequeños higos para comer, los cuales son diferentes a los higos que se cosechan durante el verano. Estos primeros higos aparecen junto con las hojas a finales de Marzo y a comienzos de Abril y son predecesores de la cosecha de finales del verano.
Jesús buscó higos y no encontró más que hojas; no era la estación de los higos. En resumen, lo suyo era un ejercicio inútil, pues aun si Jesús hubiera encontrado fruto lo habría tenido pero de muy poco valor nutricional para sostenerlo durante las horas de la mañana.
Sin embargo, la lección que Jesús enseñó por medio de este incidente no apuntaba a sus necesidades físicas sino a la vida espiritual de la gente. Ellos vivían una vida tan estéril como las ramas de la higuera, llena de hojas sin fruto. Esta gente quería hacer rey a Jesús y hacerlo su líder para que los liberara de la opresión romana. Pero sus intentos de hacer a Jesús un rey terrenal, en lugar de reconocerlo como su Mesías, nunca los liberaría de la carga del pecado y la culpa.
La Maldición
Jesús miró el árbol y pronunció una maldición sobre él. Dijo: “¡Nadie vuelva jamás a comer fruto de ti!” ¿Jesús castigó este árbol por no dar fruto cuando Él lo buscó en una época del año cuando los higos no estaban en cosecha? ¿Estaba Jesús frustrado porque necesitaba alimento y la higuera no se lo proporcionó?
La respuesta a ambas preguntas es no. Jesús simplemente usó la higuera y la maldición como el tema de una lección para sus discípulos. Así como la higuera mostraba follaje pero no fruto, los judíos mostraban una adoración externa en el Templo, pero no crecimiento espiritual. El área del Templo se había convertido en un mercado y una cueva de ladrones. Aquí los mercaderes vendían los animales para el sacrificio a precios altos y los cambistas de dinero cobraban tasas exorbitantes a la gente que necesitaba la suma estipulada por los guardias del Templo. Al maldecir la higuera y referirse a la limpieza del Templo, Jesús demostró simbólicamente por qué la religiosa Israel no daba fruto y enfrentaría una eventual desaparición.
Un día después que Jesús maldijo la higuera, esta mostró señales de marchitamiento. Las hojas estaban débiles y empezaron a caer. Incluso un observador casual podía ver que la higuera había sido seriamente afectada por la maldición de Jesús. El árbol moriría en pocos días y entonces sería leña seca lista para el fuego.
Como el cumplidor de las promesas mesiánicas, Jesús había venido a los suyos, pero los suyos no lo aceptaron. Ciertamente, las autoridades religiosas lo rechazaron a pesar de toda su enseñanza, todos sus milagros y toda su compasión.
Las multitudes en Jerusalén mostraron una horrorosa falta de sinceridad y una deplorable inconstancia. Ellos lo recibieron con un sonoro “¡Hosanna!” el Domingo de Ramos pero lo despreciaron cinco días después gritando, “¡Crucifíquenlo!”
Cuando al día siguiente Pedro llamó la atención de Jesús sobre la higuera marchita, Él respondió diciéndoles que tuvieran fe en Dios. Pero, ¿qué significa eso precisamente? Fe significa aferrarse a Dios y nunca apartarse de Él. Para ilustrar, la fe puede ser comparada a dos láminas de cristal unidas horizontalmente por la parte superior de cada una. Parecen ser inseparables como si estuvieran pegadas, pues el aire no puede entrar entre ellas. La manera de separarlas es deslizando una sobre la otra. No hay nada entre las dos láminas. Pero cuando por una fuerza externa una de las láminas se desplaza, el aire entra y la adhesión desaparece. Así mismo, la fe en Dios continúa hasta que la duda entra y la elimina.
Jesús afirma que quien tenga fe puede decirle a una montaña “¡Quítate de ahí y tírate al mar!” y así sucederá. Esto no debería ser interpretado literalmente, sino más bien simbólicamente. La persona que tiene fe puede figurativamente mover una montaña de dificultades y tener éxito. Esa persona es un vencedor que ha recibido poder y capacidad de Dios para hacer proezas increíbles en beneficio de la iglesia y el reino de Dios.
El milagro de la higuera marchita es el único milagro que Jesús hizo que no tuvo un impacto benéfico inmediato en los discípulos. Aunque este milagro tuvo un efecto redentor cuando siete semanas después, en el Día de Pentecostés, estos discípulos predicaron el Evangelio y tres mil personas se arrepintieron, se quebrantaron y creyeron en Jesús. Ese fue el comienzo de una cosecha que finalmente vendrá a su término cuando Jesús regrese.
Puntos para Reflexionar
Cinco días después de la maldición de la higuera, Dios se apartó del Templo de Jerusalén. Esto sucedió cuando Jesús murió en la Cruz en la tarde del Viernes de Pascua y la cortina del Templo se rasgó en dos de arriba a abajo y ya no había separación entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Dios salió del santuario interior en el Templo al rasgar la cortina, dejando el lugar sagrado a la vista de todos e indicando que su divina presencia ya no estaba. Desde ese momento, Dios empezó a morar en el corazón de los creyentes. Allí, Él reside y hace su Templo (1 Corintios 3:16; 6:19).
El clero de los tiempos de Jesús desplegaba una apariencia externa de su religión pero no demostraba una fe interna. Debido a su falta de fe, ellos enfrentaban el inminente juicio de Dios. Ellos rechazaron el gobierno de Dios y gritaron que no tenían más rey que César. La equivalencia de ello en estos tiempos puede ser vista en las multitudes que en el mundo rechazan a Dios, su Palabra y sus leyes. Como consecuencia, quienes rehúsan escuchar a Dios no tienen comunión con Él y caminan en la oscuridad espiritual. Apostasía significa estar apartado de Dios para siempre.
En el Día del Juicio serán abiertos dos tipos de libros. Estos libros contienen los registros de los actos que cada persona haya realizado y cada palabra que haya dicho. Uno es el libro de la conciencia, el cual acusa a quien comparece delante del Juez. Todos son responsables de los actos y palabras que testifican contra ellos. El otro libro es el así llamado Libro de la Vida. Todo aquel cuyo nombre está registrado en ese libro es declarado perdonado, absuelto e inocente. Estas personas conforman la cosecha que Cristo recogerá ese día.
Capítulo 8
La Primera Pesca
Lucas 5:1-11
Las Redes Vacías
Jesús se dirigió a multitudes sin la ayuda de un sistema de megafonía, sin embargo todos podían oir cada una de sus palabras. Él hizo uso del escenario y lo puso a su servicio. Por ejemplo, cuando la multitud lo rodeó en la playa del Lago de Galilea, Él vio un bote de pesca vacío que pertenecía a Simón Pedro y a quien Jesús le pidió que lo alejara un poco de la playa. Jesús se sentó, lo cual era una postura común entre los oradores públicos, y luego le enseñó a la multitud que estaba sentada y de pie en la playa y la ladera. Él usó el bote como su púlpito y el tranquilo nivel del lago como su caja de resonancia. La superficie del agua desviaba su voz y llegaba a toda su audiencia.
Cuando Jesús terminó su sesión de enseñanza y la multitud se dispersó, le habló a Pedro y a Andrés, quienes junto con sus compañeros pescadores estaban lavando y remendando sus redes. Jesús observó que los hombres habían desembarcado con las redes vacías después de haber estado en el agua toda la noche. A media mañana, Jesús les dijo a Pedro y a sus hombres que fueran a la parte profunda del lago y echaran sus redes para pescar. Esta instrucción viniendo de Jesús, quien había sido carpintero en Nazaret, era demasiado para Pedro, un pescador de Cafarnaúm. Simón Pedro sabía cuándo y cómo pescar, y la mitad de la mañana no era el momento correcto. Ciertamente él no estaba listo para aceptar una orden de un carpintero convertido en maestro y pasar por un tonto.
Simón Pedro dijo que él y sus amigos pescadores habían estado trabajando duro toda la noche y no habían pescado nada. No obstante, él tenía un gran respeto por Jesús, quien le había dado el nombre de “Pedro” en un encuentro previo, cuando Juan el Bautista estaba predicando en el Río Jordán. Así que cambió de parecer y estuvo de acuerdo en salir de nuevo y echar las redes.
La Pesca Milagrosa
Tan pronto como Pedro y sus compañeros habían remado y alejado el bote de la orilla y arrojado las redes en lo profundo, ellos supieron que estaban teniendo una buena pesca. Así que empezaron a halar lentamente las redes y se sorprendieron con la cantidad de peces que habían atrapado. La cantidad de peces era tan grande que las redes empezaron a romperse y algunos peces escaparon. Necesitados de ayuda adicional, los hombres hicieron señales a Juan y Santiago, que también eran pescadores y estaban en la playa, para que vinieran a ayudar a recoger la pesca. Cuando ellos llegaron, la extraordinaria cantidad de peces llenó ambos botes hasta rebosar. De hecho, el peso del pescado era tal que los botes estuvieron a punto de hundirse.
Para los experimentados pescadores, una pesca así en mitad del día era increíble. Nunca habían visto algo como eso. Ellos se habían esforzado toda la noche y habían regresado a la orilla con las manos vacías, pero cuando Jesús les dijo que lanzaran sus redes al agua, su pesca fue fenomenal. Ellos pensaron en el valor comercial del pescado, el cual fue muy bien recibido. Esta pesca ayudaría a sus familias en el futuro próximo. Pero ahora había trabajo por hacer, pues tan pronto como los botes llegaran a la orilla, el pescado necesitaba ser empacado y enviado al mercado.
Simón Pedro estaba más que temeroso en la presencia de Jesús, a quien él reconocía como el Santo, en tanto que él se veía a sí mismo como un pecador. Jesús, el carpintero, había realizado un milagro que pasmó a este experimentado pescador. Pedro caía ahora a los pies de Jesús y le pedía al Señor que se apartara de él. En la presencia de alguien con un poder sobrenatural, él se consideraba pecador e indigno. Entre más cerca estaba de la santidad de Jesús, más veía su propia vergüenza por causa del pecado. Él comprendía ahora el predicamento de Isaías, quien vio al Señor en su trono y dijo: “Soy un hombre de labios impuros” (Isaías 6:5). En este caso, el enfoque estaba de lleno en la divinidad de Jesús y en la pecaminosidad de Pedro.
Sabiendo dónde podía migrar un banco de peces, tener una gran pesca no es un milagro del todo. Los pescadores han afirmado que a veces los bancos de peces en el Lago de Galilea están tan densamente poblados que la superficie del agua se agita por los innumerables peces que saltan. Eso produce la apariencia de una fuerte lluvia cayendo sobre el lago.
Pero cuando Jesús le ordenó a Simón Pedro que arrojara las redes al agua, lo hizo con el conocimiento divino, así que la manera natural de pescar se convirtió en un milagro. Al realizar esta maravilla, demostró que debido a su divinidad, Él controlaba los peces en el Lago de Galilea.
El Llamado del Maestro
Pedro, Andrés, Santiago y Juan estaban asombrados por la increíble pesca. Ellos habían conocido a Jesús antes, en el Río Jordán, cuando Juan el Bautista estaba bautizando. Después, ellos regresaron a Galilea a apoyar a sus familias como pescadores. Ahora Jesús los había sorprendido más allá de toda medida, al realizar un milagro en el contexto de su propio negocio.
Jesús se dirigió a Pedro y le dijo: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.” Con estas palabras él involucró no sólo a Pedro sino también a Andrés, Santiago y Juan, en una clase de estudiantes que recibirían diariamente la instrucción de Jesús. Eventualmente ellos se graduarían y seguirían adelante como sus apóstoles. El milagro que Jesús realizó era para revelar su divinidad a los discípulos y que ellos llegaran a ser plenamente competentes para su llamado. El suyo era un llamado santo que significaba ser devoto a su Señor, estar ansioso de dejar su oficio y de ausentarse de sus familias.
Jesús habló en el contexto de los pescadores. Él no dijo, “Yo los haré sembradores de la Palabra de Dios.” Y tampoco dijo, “los haré pastores de ovejas.” Los agricultores que siembran semilla pueden asumir con relativa certeza que ellos tendrán una cosecha en algún momento al final de la estación. Ellos no siempre pueden tener una cosecha abundante, pero rara vez enfrentan un completo fracaso en una cosecha. Y los pastores pueden estar seguros que los corderos nacerán en primavera. Aunque hay la posibilidad que ellos pierdan uno o dos corderos, confían que casi todos ellos vivirán y alcanzarán la madurez. Pero cuando los pescadores salen, no pueden predecir con algún grado de certeza si ellos regresarán con pescado. Por lo tanto, Jesús llamó a sus discípulos a ser pescadores de hombres, es decir, tendrían que confiar en Dios para realizar el milagro de una pesca.
El llamado de estos hombres a ser discípulos fue instantáneo y urgente. Pedro y sus socios desembarcaron en la playa, se despidieron de sus familias y siguieron a Jesús. Observe que estos hombres no sabían:
¿Dónde dormirían?
¿Qué comerían o beberían?
¿Dónde irían?
En obediencia al llamado de Jesús, ellos lo dejaron todo y lo siguieron. Ellos sabían que Jesús prestaría atención a sus amados cuidando de ellos.
Puntos para Reflexionar
El propósito de este milagro era que Jesús atrapara, por así decirlo, los primeros discípulos en su red. Esto significaba que estos discípulos dejarían su oficio para convertirse en alumnos de tiempo completo de su maestro, Jesús. Ellos tendrían que confiar en que Él proveería para todas sus necesidades físicas y que también cuidaría de sus familias mientras ellos estuvieran lejos. Si Jesús les dio una abundancia de peces para satisfacer sus necesidades y las de sus familias, ellos podían confiar en que Él continuaría proveyéndoles cada día.
Estos antiguos pescadores no se ocuparían más de atrapar peces vivos que pronto estarían muertos. En su lugar, ellos traerían las buenas noticias de salvación a la gente desprovista de una vida espiritual para que pudieran vivir y recibir el don de Dios de la vida eterna. A estos pescadores se les daría la tarea de proclamar la Palabra de Dios. Así como ellos presenciarían el fenomenal crecimiento de la iglesia, también verían el milagro de la gente muerta en el pecado volviéndose a Jesús y llegando a estar plenamente viva en Él.
Cuando el Señor nos llama a hacer algo para Él, no deberíamos sólo mostrar obediencia, sino también fe y confianza en Él. Cuando Él llama, Él también suple nuestras necesidades físicas y espirituales. Él nunca nos falla. De manera similar, tampoco debemos fallarle.
Capítulo 9
La Segunda Pesca
Juan 21:1-14
La Primera y la Última
En la primera pesca, Jesús llamó públicamente a los hombres a convertirse en sus discípulos. Al realizar el milagro de la pesca abundante, Él les enseñó que su futura labor consistiría en traer a la gente a su reino. A mediados del primer siglo, ellos estarían asombrados con el fenomenal crecimiento de la iglesia.
Unas pocas décadas después de Pentecostés, la iglesia se había extendido de Jerusalén a Samaria, Antioquía en Siria, Asia Menor, Grecia, partes de África y Roma. Desde Roma, el evangelio avanzó hasta los límites del Imperio Romano. Según la evidencia disponible de la Escritura y los Padres de la Iglesia, Pablo viajó a lugares tan lejanos como España (y es muy probable que hasta Portugal).
Al final del ministerio de Jesús, cuando estaba a punto de comisionar a sus apóstoles, Él realizó una vez más el milagro de la pesca. Él hizo esto para prepararles el desayuno en la playa del Lago de Galilea. Él también les mostró, al reinstalar al apóstol Pedro, que ellos irían a alimentar el rebaño y a pastorear las ovejas.
Cuando inicialmente Jesús llamó a los pescadores a convertirse en sus alumnos, ellos habían estado pescando toda la noche, pero regresaron a la orilla con las manos vacías. Ellos presenciaron el poder de Jesús sobre su creación cuando les dijo que echaran su red y como resultado, atraparon abundantes peces. Él probó ser su Amo y Señor, quien los llamaba a ser sus discípulos y les enseñó a ser sus embajadores.
Cerca del final de la vida terrenal de Jesús, Él ordenó a sus discípulos que regresaran a Galilea. Obedeciendo sus palabras, ellos regresaron y por un breve tiempo ejercieron su antiguo oficio para llevar alimento a la mesa de sus familias. Ellos subieron sus redes a un bote, las lanzaron al lago, pasaron la noche a la intemperie e intentaron pescar. Pero después de una noche de ardua labor, ellos estaban cansados y desanimados, listos para regresar a la orilla con el bote vacío. Una vez más Jesús les demostró su poder sobrenatural cuando les pidió que echaran su red. Como resultado, ellos atraparon una cantidad inimaginable de peces grandes.
Jesús Prepara el Desayuno
Habiendo regresado a Cafarnaúm, siete discípulos fueron a pescar. Ellos eran Simón Pedro, Tomás (uno de los gemelos), Natanael, los dos hijos de Zebedeo y dos discípulos cuyos nombres no se mencionan. En el contexto de las necesidades de sus familias, ellos usaron su tiempo de espera de manera productiva. Si podían traer una carga de pescado, ellos podrían sustentar de nuevo a sus esposas e hijos.
Siete hombres salieron a pescar en un bote. Presumiblemente, el bote pertenecía a Pedro, quien había probado ser un experto pescador. Pero toda la noche, sus redes permanecieron vacías. Cuando rompió el amanecer y las vetas de vapor aparecieron sobre el lago, ellos pudieron distinguir la orilla, pero los objetos sobre la playa eran vagos. Ellos podían ver a un hombre parado en la playa pero no podían identificarlo.
Cuando llevaron el bote más cerca de la orilla, ellos oyeron una voz distinta viniendo de esa persona. Él les preguntó: “Muchachos, ¿no tienen algo de comer?” Él parecía percibir que su bote estaba vacío y sus espíritus desanimados. Sus voces demostraban esto cuando respondieron con un apagado “no”.
Luego, el extraño les dijo que arrojaran la red al agua, al lado derecho del bote, y ellos lo hicieron así. Para su asombro, ellos no podían arrastrar la red debido a la multitud de peces atrapados. Inmediatamente, Juan supo que el extraño sobre la playa no era otro que Jesús y le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”
Instantáneamente, ambos hombres vieron la conexión entre esta pesca y la de algunos años atrás, cuando Jesús los llamó a ser sus discípulos. Ahora, al final del ministerio de Jesús, Él demostró una vez más su divino conocimiento al haberles dado una abundante pesca. En resumen, esta era una repetición del mismo milagro.
Simón Pedro, fiel a su impetuosa naturaleza, arrojando la vestimenta que se había quitado, se lanzó al lago, nadó la corta distancia de aproximadamente noventa metros hasta la orilla, y allí encontró a Jesús. Los otros hombres no se precipitaron como Pedro, sino que continuaron con la tarea de arrastrar hasta la orilla la red llena de peces.
Cuando los demás hombres saltaron del bote y llegaron a tierra, vieron que Jesús había preparado el desayuno. Sobre la brasa, Él estaba asando un pescado y había un pan. Él les pidió que trajeran algo del pescado que acababan de pescar. Al hacerlo así, ellos participaron del milagro que acababa de ocurrir. De hecho, la presencia de un fuego, del pescado y del pan puede haber sido un milagro por sí solo.
Mientras tanto, Simón Pedro abordó el barco pesquero, aflojó la punta de la red y ayudó a los hombres a arrastrar la red hasta la orilla. La cantidad de peces que atraparon fue de 153 peces grandes y a pesar del peso, la red no se rompió.