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Para nuestro tercer encuentro, el domingo 22 de diciembre, yo debía conducir hasta el hotel Embassy Suites en Bing-hamton con varios bolsos con atuendos: ropa de viaje para los 580 kilómetros de ida y vuelta; corsé, medias, ligas; las prendas de vestir de secretaria golfa; y un atuendo recatado y de buen gusto para cambiarme más tarde, cuando me llevara a cenar con su hija. Esto estaba empezando a parecerse demasiado a trabajar doble turno de copera o prostituta. Y después estaba la peluca y la manicura; el carmín rojo fuerte, el delineador líquido y el espantoso aceite corporal hippie con nombres como jazmín, madera de sándalo y rosa.
El martes 17 de diciembre, tarde por la noche, mi amigo G. murió repentinamente en la habitación de una amiga mientras visitaba Nueva York. Yo estaba a 360 kilómetros, en Thurman, y durante todo el miércoles, todo el jueves, y el viernes por la tarde, mientras compraba el atuendo de golfa en Saratoga, estuve hablando por teléfono con amigos en Los Ángeles, Nueva York, Chicago, Londres y Auckland, tratando de ver cómo hacer para sacar el cuerpo G. de la morgue de Brooklyn y enviarlo a su familia en Nueva Zelanda. Su amiga Isabelle, con quien se había estado quedando en Nueva York, tenía un billete para viajar a casa en Auckland ese domingo y estaba fuera de sí, haciendo doscientas llamadas al día, intentando juntar fondos para pagar a una empresa funeraria de Brooklyn para que la morgue “liberara” el cuerpo. ¿He mencionado que todo esto pasó mientras yo trataba de escribir un libro sobre el Holocausto? Por un momento, existió el plan de realizar el velatorio el domingo por la tarde. En ese caso iba a tener que conducir hasta Brooklyn para que Isabelle pudiera tomar su avión.
El jueves por la noche, le envié un email muy cuidadoso a Martin. Asunto: posible cambio de planes. Querido Martin, escribí, es posible que no pueda ir a Binghamton este domingo. Le escribí que mi amigo había muerto, le hablé del cuerpo, el velatorio y toda la confusión. Que de todas formas tenía ganas de verlo y que le haría saber cómo se solucionaban las cosas. No respondió. El viernes por la tarde, se tomó la decisión de no transportar el cuerpo hasta después de las navidades, entonces volví a escribirle: El domingo está libre. Los preparativos, finalmente, no incluyen Nueva York. Nos vemos en el Embassy a la 1.30. Mientras el cuerpo de mi amigo seguía en la morgue, lo imaginé: una etiqueta amarrada al pulgar de su pie, en Brooklyn.
Durante varios años, hubo una escena en torno a la casa de Bronk en Pearl Street. Bronk vendió la carbonera poco después de cumplir sesenta años, en 1978. Paul Pines abandonó su isla cerca de Barbados y se mudó al estado, y también estaba Sheldon Hurst y otros amigos a los que Hurst les consiguió empleos a tiempo parcial en el departamento de Humanidades del colegio comunitario. Lorin French y Dan Leavy estaban allí. Después de establecerse como artistas, sacaron provecho de las oportunidades que daban los fondos de las artes y los museos regionales. Se trataba a menudo de residencias e intercambios con otros artistas en Québec, Maine y Provincetown, y les gustaba traer a sus nuevos amigos “a casa” para conocer a Bronk en Pearl Street. A veces, esos visitantes se quedaban durante meses, y sus conversaciones nocturnas terminaban en colaboraciones.
La artista Jo Ann Lanneville de Three Rivers, Canadá, hizo un libro de artista de impresiones respondiendo a la poesía de Bronk. Dan Leavy hizo una talla de madera llamada The light, The trees [La luz, los árboles] en respuesta al trabajo de Bronk en Life Supports. Todos estos trabajos son parte de la colección de Bronk. La colección documenta una clase de reciprocidad que solo podía tener lugar a lo largo del tiempo. Durante años, Bronk escribió poemas inspirados por la contemplación de las pinturas de Canadé, Maril y otros artistas visuales contemporáneos de él. Después, artistas visuales más jóvenes produjeron obras inspiradas por esos poemas.
A pesar de que las obras en la colección de Bronk puedan parecer dispares, en realidad forman parte de un gran cuerpo creado por un intercambio de influencias. “Soy el esposo de mi obra”, le dijo Bronk al periódico Times Union, de Albany, y el matrimonio resultó prolífico. Compuestas en muchos estilos muy diversos, todas las obras de la colección de Bronk comparten una preocupación por el espacio y el vacío, la luz y la oscuridad. Mientras vivía solo, acompañado solo por sus obras de arte, durante tantos años, Bronk les escribió y escribió a través de ellas.
Una vez dio la impresión
De que los objetos importaban: la luz era para verlos.
Al examinarlos, no producían nada, nada real.
…en ellos, la luz se revelaba a sí misma; tomaba forma.
Los objetos no son nada. ¡Solo existe la luz, la luz!
Escribió Bronk en Life Supports, sentado en su salón junto a una pintura hecha por Canadé. Exiliado por propia voluntad en este pueblo rural republicano, Bronk partió de la maderera para llegar a un mundo de ideas luminosas. Las pinturas lo ayudaron a crear su propio reino imaginario, que luego fue transmitido a otros.
Solo es posible darse cuenta de esto gracias al trabajo de Hurst en It Becomes Our Life. Sus comentarios, a la vez modestos y alucinantes. Como si se dirigiera a una sala llena de estudiantes de colegio comunitario, Hurst describe toda la amplitud de las intenciones de Bronk, de la manera más simple. Ver y mirar. Apreciar las paradojas. Saber lo que importa y lo que no. Aunque mi amigo Mark descarta el colegio comunitario tildándolo de “secundaria con un cigarrillo”, cuando visité a Hurst, me sorprendió ver cuánta gente trabaja allí con gran esfuerzo y por muy poco dinero, para dar a algunas personas como Mark algún tipo de oportunidad. En el colegio, es posible tomar dos años de clases gratis y luego pasar a un grado universitario de cuatro años. Hurst estaba a punto de partir a Rusia, donde había convencido a algunas personas de que organizaran un programa de intercambio en el Hermitage. Volvería al terminar el semestre.
En el hotel, esa tarde en Binghamton, Martin dijo algo que me dejó perpleja. Quería pasarle mi información de contacto a Catherine y yo dije algo sobre lo genial que era su voluntad de arriesgarse a juntarnos.
–¿Qué riesgo? –preguntó–. ¿Crees que hay algo, por mínimo que sea, que podríais hacer para quitarme autoridad?
Más tarde tuvimos una cena extraña con su hija en un restaurante, en la que los dos observaron mis esfuerzos para conversar con ellos, la pareja. Pensé en la madre muerta de la niña. No había ninguna foto de ella en la exposición de fotos familiares que padre e hija habían montado en el salón de su casa.
Después de las vacaciones de Navidad, le dije por a email a Martin que estaba dudando sobre el “encuentro” que planeábamos con Catherine. Le dije que estaba mucho más interesada en ellos que en los bodys, las correas, la ropa de golfa o los peinados.
Me respondió con un lenguaje de oficina: Creo que está claro que estás buscando un objetivo más amplio para una relación que yo, y que la centralidad de mi objetivo en el sexo, en una forma particular de relación sexual (como deseo definirla) no es lo que tú priorizarías. Si no me equivoco, da la impresión de que experimentaremos cada vez más conflictos antes que placer. Es una pena, pero pienso que no tiene arreglo. Nunca más volví a saber de él.
Las canciones de Cole Porter son infinitamente emocionantes porque evocan un mundo que es mucho más “adulto” que cualquier página web: un mundo donde “ennui” puede rimar con “vi”, y la felicidad puede ser saboreada frente a un telón de fondo de pérdida. Un mundo en el que “I get a kick though it´s clear to me/ You obviously don´t adore me4”, y es posible amar sin ser correspondido. Ingeniosas y valientes, estas canciones hacen que sea soportable vivir en medio de la fealdad porque te dan esperanza.
El descubrimiento de la colección de arte de Bronk fue la prueba de que una vida llena de sentido puede pasar en cualquier parte, incluso en una ciudad aislada. El recuerdo de la vida de Bronk y la devoción de sus amigos abren una puerta a lo que la poesía nos ofrece: un mundo que desafía la pornografía burocratizada, donde las personas existen y todo cuenta.

(1998)
CANCELEMOS TODO EL ASUNTO
Acabo de volver a Los Ángeles de un viaje a Rumanía a través de Europa del Este y estoy obsesionada con la relatividad. Ayer, en la escuela de arte donde soy profesora, vi el hipnótico video de Julia D’Agostino, Eden Between (1998). La cámara permanece estática durante cuatro tomas, y cada una dura dos minutos. El tema central de la imagen es una cama elástica alquilada. Cielo azul panorámico, setos verdes bien podados, personas apuestas de distintas razas y razas mixtas, con ropa amplia de hip hop, saltan solas y en parejas en el trampolín. Me voló la cabeza que el tema del video fuera realmente el “gesto”: cómo se comportan los saltadores, cómo se relacionan unos con otros. Estamos viviendo en un lugar donde los adultos jóvenes pasan tardes ociosas saltando como niños de guardería. Pensé que era un fragmento del sueño de Benetton.
Hace poco he vuelto a tener contacto con Dan Asher, un antiguo amigo del East Village en los setenta. Durante un tiempo largo, Dan durmió en el sofá del apartamento de 37 metros cuadrados, en Second Avenue, que yo compartía con mi amigo Tom Yemm. Tom estudiaba filosofía post Escuela de Frankfurt en la New School y yo trabajaba durante varios turnos a la semana en el Wild West Topless Bar. Conocí a Dan en la calle. No tenía un lugar para vivir y lo invité a mudarse con nosotros. Dan acababa de volver de París, donde había estado durmiendo junto al Sena y fotografiando el ballet de Maurice Béjart.
–¡Prefiero estar con los vagos, los clochards, son mucho más interesantes que los hijos de puta que dirigen la industria de la cultura! –proclamaba Dan con el gimoteo nasal que era su marca particular. Era uno de esos veranos interminables en Nueva York. Dan llevaba puesto un abrigo muy ancho, típico de esquizofrénico, algo que yo presupuse que era. Se trataba de una persona verdaderamente original y tuvimos conversaciones increíbles, pero luego desapareció, y durante quince años no volví a saber de él.
Hace dos meses, me lo encontré en una fiesta en West Hollywood. Estaba en el negocio del arte de Los Ángeles. Las cosas cambian. Ahora, Dan Asher es artista e inversor independiente en la bolsa. Yo escribo columnas, ya no soy prostituta. Hace varios años, Dan se sometió a pruebas que resultaron en un diagnóstico de autismo. Es una condición raramente diagnosticada que suele ser confundida con esquizofrenia o desorden de déficit de atención. La definición preferida de autismo de Dan es la siguiente: un estado elevado de hipersanidad. Esta definición describe bastante bien también la experiencia de ver sus obras, así como sus ideas sobre la realización de arte. Desde comienzos de la década de 1980, Dan ha viajado constantemente, por su cuenta y por encargo. Deambulando por todo el mundo con su abrigo y cámaras de fotografía y video, Dan ha sido un observador activo en los márgenes del nuevo orden mundial. A donde sea que viaje, lo atraen “los vagos, los clochards” porque ellos son de su misma clase. Se dice que los autistas tienen habilidades prodigiosas que pueden, a veces, extenderse hacia el arte, otras veces hacia las matemáticas. Las imágenes de Dan funcionan como sismógrafos de la cultura global. Anónimas y en apariencia casuales, sus imágenes capturan la rara persistencia de la diferencia, en naciones donde la velocidad del cambio se ha acelerado más rápido en una década que en todo un siglo. No es Allan Sekula, y sus imágenes no muestran una elevación falsa ni una distancia enternecedora. En vez de eso, Dan es un genio delineando las particularidades del deterioro, los comportamientos raros e individuales de aquellos dejados atrás.
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