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“Finalmente vamos a poder entrar y buscarlo, falta poco”, anima el abogado.
“¿Cree que mi hijo todavía se acuerde de mí?”, pregunta Sonia.

Tobias contiene el gesto de dolor e intenta caminar lo más derecho y rápido posible.

La mujer le sirve un café. “Podemos recuperar a Cristián”, dice él. “¿Usted cree? “, dice ella. “Yo ya he perdido las esperanzas. Solo quiero saber cómo está mi hijo, si está bien, si está feliz. Hace cuatro años que no me dejan verlo”.
Exterior. Puertas hospital colonia – Día

Tobias sale del hospital. Renquea al caminar y parece algo atontado. Se detiene. Una enfermera lo vigila desde la puerta, incitándolo a seguir adelante.
Interior. Casa principal colonia / Pasillos / Cocina – Día

Tobias entra por la puerta trasera de la Casa principal.

...y camina por un largo pasillo pintado de amarillo ocre.

Tobias sigue por el pasillo y cruza la cocina. En unos inmensos fogones industriales, una veintena de mujeres trabaja sin descanso. La actividad es febril. Todas llevan uniforme azul claro, delantales y cofias blancas. Ni siquiera miran a Tobias cuando pasa.

Hay una fila de literas. Todo tiene una apariencia pulcra, militar. Tobias busca su cama, se sienta en ella. Mira alrededor con aire ausente.

En un costado se abre una puerta desde la que se ve el Salón de Actos: dentro, un grupo de jóvenes, el coro de la colonia, ensaya temas tradicionales alemanes.

Tobias abre la puerta de su habitación. Entra.

Entra un anciano; en los brazos lleva una muda de ropa y unas botas. Se acerca a la cama de Tobias. Es su ABUELO. “Sabes que si lo vuelves a hacer, no podré interceder de nuevo por ti”, le dice secamente.

Hablan en alemán. Y aunque es su abuelo de sangre, Tobias se dirige a él como “tío”. Tobias pregunta por su madre. “¿Por qué nunca contesta a mis cartas? Es tu hija, tú debes saber por qué no quiere saber nada de mí”.

Cuando el Abuelo se va de la habitación, Tobias le da la vuelta a las botas: las suelas tienen unas marcas especiales hechas a cuchillo, para dejar huellas fácilmente reconocibles.

“Si le escribieras la verdad. Pero solo le cuentas mentiras”, contesta el Abuelo. “Renate ha perdido el camino, y no entiende la vida que llevamos aquí”. El Abuelo le entrega unas botas, le indica que se las ponga y que regrese al trabajo, lo esperan en la carpintería.
Interior. Restaurante hotel – Noche

Vemos al abogado Fernández comiendo solo en una mesa. Los parroquianos lo observan con curiosidad.
Conozco a Paul Schäfer desde los tiempos de Alemania y yo tenía confianza hacia él, porque así era como se presentaba y así era su personalidad: siempre queriendo buena intención con todas las cosas y con todas las personas, y comprometido con la educación de los jóvenes y con fundar familias en otros lugares.
Llegué a Colonia Dignidad en el año 1963, con mi mujer y mis cinco hijos. Siempre trabajé en forma desvinculada de lo que es el concepto familiar hasta los últimos cinco o seis meses.
El trabajo pesado se hace bajo el concepto de que es una ayuda social y se hace con cariño. Cada uno debe cumplir con lo que se le encomienda. Todo se hace en comunidad y las celebraciones son solo en Navidad y Año Nuevo. Los permisos para salir solo se dan para cuestiones muy justificadas, como ir al oftalmólogo o al dentista, y siempre debe ser comunicado con antelación.-
Walter Johannes Szurgelies,excolono
En el año 1961, debido a denuncias de menores en Alemania, en la ciudad de Gronau, Paul Schäfer huyó a Chile y nos trajo en avión junto a otros tres o cuatro niños. Posteriormente fueron trasladados cerca de 50 niños más, vía Bélgica, pero no todos a la vez. Todos ellos fueron instruidos por él para que no declararan ante la policía, amenazados de que si hablaban estábamos todos en peligro.
Permanecimos breve tiempo en Santiago y al poco tiempo compraron un predio a un grupo de italianos. Allí no había nada. Vivimos primero en carpas y nuestra primera tarea fue la de construir casas. La dirección de todo estaba en manos de Schäfer, nadie más se atrevía a asumir esa función.
Ya en mi época comenzamos a construir nuestra propia cárcel con alambradas en los cercos. El control era para aquellos que querían fugarse. Varios hombres vigilaban.-
Wolfgang Müller Knesse,excolono, fugado en 1966
III
Leí más libros. Me entrevisté con todo aquel que hubiera seguido el caso. Frecuenté el círculo de interesados en el tema, un grupo aparentemente heterogéneo de abogados, escritores, cineastas, psicólogos y periodistas, algunos de los cuales habían arropado y adoptado a uno o dos excolonos, dándoles un lugar en su obra, en sus preocupaciones, algunos pocos hasta en su casa, como Fernández.
Comenzaron a reconocerme como uno de los suyos y me invitaban a algunos eventos: la presentación de un libro, el cumpleaños de una excolona, una lectura de cargos en los tribunales, hasta una visita a la cárcel...
“Tú te sales de la secta pero la secta no sale de ti. Y lo descubro cada día en cosas muy triviales. La manera en la que tiendo la ropa, por ejemplo. En cómo hago la cama. Incluso la manera en la que camino. Cuando camino, no sé si debo pisar o no los rayados de las baldosas. Inconscientemente pienso: ¿seré castigado o no?”, me dijo Efraín, un excolono, en uno de esos actos melancólicos y solitarios. Se trataba de la presentación de un libro de dos periodistas jóvenes. No los conocía pero Fernández me recomendó que los entrevistara, era el libro más completo escrito hasta el momento sobre el tema.
Uno de los periodistas me presentó a Kay (o Klaus, otro excolono, un señor elegante y muy alto, de unos 40 años), que me tomó del brazo como si yo fuera una antigua amiga, o una sobrina, y me llevó caminando hacia la mesa donde servían el vino. A los pocos minutos me confesó que lo habían contactado para una película. Él tenía el archivo más completo sobre la colonia y los cineastas lo querían como asesor. Yo tenía entendido que el archivo más completo estaba en Hamburgo, en casa del primer colono fugado, Wolfgang Knesse, pero él meneó la cabeza e hizo una mueca de desagrado.
–Lo que les he dicho a estos muchachos cineastas es que yo aporto toda la información, pero que ellos podrían darme un papelito en el filme. ¿No le parece justo?
La última parte de la conversación fue escuchada por otro alemán, un poco más joven, no sé bien quién era, nadie me lo había presentado. Se acercó entusiasmado preguntando si él también podía reclamar algún rol, podía hacer del doctor, se parecía mucho, todos se lo decían.
IV
Cuatro meses después de llegar a Chile, inicié el viaje hacia la colonia. Un auto alquilado, una grabadora con casetes y un amigo fotógrafo que terminó siendo mi marido. Partimos un domingo y nos fuimos deteniendo en pueblos que no están en la ruta turística. Me sentía como Truman Capote. En una gasolinera a mitad del viaje le envié un mensaje a mi productor: “Capote desde Holcomb, por favor envía dinero”. En tres días recibí una transferencia. Con ella bastaría para seguir pagando hospedajes, comidas y gasolina.
Al regresar a Santiago le envié un montón de páginas. En mayo recibí su respuesta:
querida, has hecho un trabajo increíble en el tratamiento del guión y lamento que aún no te hayan enviado el contrato ni el primer pago. les estoy presionando. me gustaría hablar contigo este fin de semana porque hay algo en el material que has enviado muy muy poderoso y más complejo que la historia de la que hablamos al principio y que está germinando en mí...
Pienso en el nuevo material, en los que han vuelto a la colonia y en los que no volverán. Pienso en evitar el melodrama y el enfoque romántico.
En agosto viajé a Madrid para reunirme con él y discutir la primera versión del guión, que le había enviado hacía unas semanas. Aún no había contrato firmado, pero yo trabajaba confiada, segura de que lo que hacíamos, mi productor y yo, era algo que tenía sentido. Era una sensación curiosa. Por primera vez, al escribir, no estaba sola. Aunque investigaba, anotaba, pensaba y escribía a solas, no estaba sola en realidad. Escribía para alguien. El mundo del libro es un camino solitario. Allí nadie más nos necesita. Podemos estar o no. Podemos escribir o no. Da lo mismo. Aquí, en cambio, hay alguien que necesita tus páginas, tus párrafos, porque solo ellos le darán sentido a su idea, a su proyecto. Mi productor me necesitaba. Necesitaba mi investigación, mi punto de vista y, sobre todo, mis palabras para echar a andar la maquinaria que implica rodar una película.
En cuanto llegué a Madrid, la asistente de mi productor me llamó para informarme que él se acababa de ir a Londres: comenzaba el rodaje de una película de zombis y tenía que estar al pie del cañón. Claro, yo no era prioridad. El mundo audiovisual es así. Veleidoso. Me derrumbé. Mi historia, que a mí me parecía tan significativa, de pronto perdió puntos.
A las tantas de la noche recibí un mensaje en el teléfono: ven a Londres, tenemos que hablar.
A las seis de la tarde del día siguiente aterricé en Heathrow. Un taxi me depositó en la puerta del piso que compartía mi productor con el director de la película de zombis. Un ático con una pacífica y hermosa terraza habitada por solitarias tumbonas y maceteros con flores, un amplio salón con doble altura, todo en neutros colores beige: la alfombra, los sofás, los muebles de la cocina abierta al comedor, la escalera de caracol que conducía al segundo piso.
Bajamos a cenar a un restaurante asiático, ya era más de medianoche pero las calles aún estaban llenas de gente; el calor del verano, templado y agradable, lanzaba a los londinenses a la calle.
Debería llamarse Dignity, me dijo de pronto, balanceando peligrosamente un dumpling entre su par de palillos. Debería ser una película más coral, en la que a través de varios personajes descubriéramos el Gran Personaje Principal: la propia colonia.
Bueno, no era eso lo que yo había escrito.
Mi historia se centraba solo en dos personajes. Tres, a lo sumo.
Tenemos que abarcar más, continuó mi productor. Tenemos que incluir a muchos más personajes. Ampliarlo para ir configurando la colonia como un lugar mítico, al mismo tiempo paradisíaco e infernal. Una especie de Casa Encantada, un Triángulo de las Bermudas donde la gente desaparece. Y también la colonia como una especie de estado mental, claustrofóbico, obsesivo y carcelario que impregna la vida de todos los demás personajes. Hay que contar la historia de los que se quedaron y de los que se fueron, y de cómo estos últimos, secreta y enfermizamente, la añoran, presos del síndrome de Estocolmo.
(Una pausa, otro dumpling)
Y al final, reflejar cómo la colonia es el espejo de lo que puede suceder en todo un país.
Tenemos que darle “vida” a nuestro Gran Personaje a través de los edificios, a través del proceso de construcción que tuvo lugar desde que aquello era un campo vacío y salvaje hasta el recinto “civilizado” y ordenado en que lo convirtieron los alemanes.
(Otro dumpling más)
Tenemos que quitar todo el melodrama, el falso lirismo, presentar la trama casi como si fuera un documental, de manera seca, contenida. Tal vez necesitemos buscar a alguien para que nos eche una mano con los diálogos, pero es lo de menos. Lo importante es que la emoción y el dramatismo deben nacer de los hechos contados, no de una intención de hacerlo dramático.
Estaba mareada. Aquel tenemos me quitaba el hambre. Y el sueño. Apenas pude dormir aquella noche.
Al día siguiente mi productor partió muy temprano al rodaje y yo me quedé en el silencioso ático intentando seguir sus instrucciones para reformar el guión con las pautas que él había esbozado.
Esa tarde un chofer de la producción me recogió en el ático y, de camino al aeropuerto, hicimos una parada en Canary Wharf, la locación de la película. La acción transcurría en un futuro cercano, después de que una terrible infección que convertía a las personas en zombis asesinos arrasara con gran parte de la población británica. Era domingo y el distrito financiero de Londres estaba vacío, que era lo que necesitaban para poder rodar. El director, al que no vi, estaba subido en una torre altísima y daba instrucciones por walkie talkie al director de fotografía, quien se mecía en una lancha con la cámara en mano, y que a su vez daba instrucciones a varios asistentes que gritaban en el muelle a otros varios asistentes de producción.
El despliegue del rodaje era, por decir lo menos, monstruoso.
En un descanso de la filmación me presentaron a los actores principales y a los productores ingleses. She’s my writer, anunció mi productor. Y explicó que estábamos preparando un proyecto juntos. Me miraron con curiosidad. Me estrecharon la mano y me hablaron como si fuera uno de los suyos.
Camino a Heathrow volví a ponerme nerviosa. Toda esa parafernalia, esos cientos de extras, las cámaras, las luces, el equipo, todo era demasiado, y yo tenía que regresar a Santiago, sentarme en mi habitación y lograr sacar adelante mi guión intentando no pensar en lo que pasaría después.
De negro entran TÍTULOS DE CRÉDITO
COLONOS
DIGNITY
Escena 1. Interior. Casa – Día
Un anciano, de 76 años, enfermo, en una cama. Se encuentra en la habitación de una casa de campo en las afueras de Buenos Aires. A través de la ventana alcanza a ver a niños que entran y salen de un colegio que está en la acera de enfrente. Bajo los cuidados de un guardaespaldas y de una joven chilena que lo venera (se llama Rebeca y es su hija adoptiva), desde su cama, el Tío Paul recuerda su vida: su vida antes de la enfermedad, antes del confinamiento en esta casa, lejos de su hogar. En la mesilla se ve una foto antigua, en blanco y negro: un grupo de hombres alemanes, en medio de un campo, cuatro adultos y seis niños; al fondo, las tiendas de campaña donde duermen. En la foto, todos se ven entusiasmados, exultantes, conquistando esa tierra a la que acaban de llegar: son pioneros y van a fundar un paraíso en la tierra.
Rememora los primeros años de la colonia, esos años felices de fundación. Y también el poder que tuvo cuando la colonia era un recinto rico y floreciente, con influencia en la política del país. Pero todo eso acabó hace un año, cuando tuvo que dejar el predio para huir de la policía. Sin embargo, Paul no pierde las esperanzas de que todo vuelva a ser como antes y que él pueda volver, triunfante.
De negro entran TÍTULOS DE CRÉDITO
COLONOS
DIGNITY
Escena 1. Interior. Apartamento – Día
En un pequeño piso de Hamburgo, soltero y sin hijos, Wolfgang vive rodeado de montañas de papeles, periódicos y cintas de audio. Durante años ha estado recopilando información sobre la colonia. Desde que en 1966, tras dos intentos fallidos, logró fugarse del predio alemán (a Santiago y luego a Alemania), Wolfgang ha consagrado su vida a un solo propósito: desenmascarar a Paul, el hombre que lo violó cuando tenía doce años.
Como es guardián de este inmenso archivo documental, un abogado chileno, de apellido Fernández, se ha puesto en contacto con él: quiere convencer a Wolfgang de que regrese a Chile a declarar contra el Tío Paul. Pero Wolfgang tiene miedo de volver. Cree que la colonia y sus jerarcas todavía tienen poder como para encerrarlo de nuevo.
V
Nunca fui una cinéfila empedernida ni tampoco soñé con ser guionista y menos con ganarme la vida escribiendo películas. Me gusta el cine, ¿a quién no? Yo quería escribir, solo eso. Y la gran oportunidad había llegado en forma de guión. Un guión que era un regreso a mi país. Después de tantos años de exilio y de tanto tiempo dando vueltas por el mundo, la historia de una pequeña comunidad sometida a un régimen tiránico en el sur de Chile era una manera de volver al país en que nací.
Sin embargo, igual que llegaban las oportunidades, se iban.
Desde Los Ángeles, California, mi productor me informó que Dignity tenía que aplazarse indefinidamente. Les había caído un proyecto enorme en Hollywood, una superproducción de verdad, con un gran estudio, y no le quedaba más remedio que concentrarse en ello. Entendía que yo no pudiera esperarlo. Me aconsejaba seguir moviendo el proyecto con otro productor, me recomendaba a su exmujer, que tenía contacto con unos productores alemanes, tal vez con ellos podría desarrollarse. Estaba seguro de que alguien lo tomaría. Era una película que tenía que hacerse.
Entonces, hasta ahí llegaba la cosa.
Había sido un año lindo, me dije. Un año agradable: sentarme todos los días a escribir, lo que siempre soñé: escribir, viajar, investigar, esas cosas.
Ahora recuerdo el glamour y el lujo de Londres, todo lo que no tengo ahora. Estoy en la cama de un hotel de mierda en un pueblo de mierda, justo al lado (una burla terriblemente cruel) de lo que iba a ser mi gran oportunidad, y no puedo evitar darle vueltas a todo lo que pudo haber sido y no fue. No vale la pena pensarlo, pero si la película hubiera resultado, ¿tendría mi vida resuelta? ¿Viviría como mi productor, entre Londres y Los Ángeles? De seguro, no tendría que dar talleres en pueblos del fin del mundo.
Yo usé 14 años la misma ropa, un solo pantalón. ¿Cuántos parches tenía? No los conté pero estaba parchado por todos lados. Y si trabajando o pescando me manchaba o me mojaba, no había nada para cambiarme.-
Franz Baar,excolono
Me entregaron un pantalón a los 15 años. Y lo tengo hasta ahora. Hasta los 25 años toda la ropa de las mujeres es común, y había que ir donde una señora y pedirle lo que necesitábamos, una blusa, una falda. Cuando cumplí 25 años, me entregaron una ropa para guardarla. Los hombres, hasta los 40 años tienen que ir a pedir cada cosa, una camisa, un pantalón. Era cómodo. Nos la lavaban, y la arreglaban cuando algo estaba roto.-
Ingrid Szurgelies,excolona
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