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Lord Ellenborough manifestó en su resumen al jurado: «Igualación… parece claramente significar la reducción forzosa a un nivel común de todas las ventajas de la propiedad, de cualesquiera derechos civiles y políticos y, en resumen, introducir entre nosotros esa dañina igualdad que, en la medida en la que fuese alcanzable, se ha considerado, y quizá con mucha razón, la desgracia y la destrucción de aquellos que se han esforzado por establecerla en otro país». Ellenborough combina dos de las palabras más significativamente igualitarias en el vocabulario político inglés: common y level. La primera se retrotrae a las Cartas de Libertad inglesas y la otra se refiere a los niveladores de la Revolución inglesa del siglo XVII.
El reverendo Winkworth atendió a los condenados, siguiendo instrucciones de obtener confesiones de ellos. He aquí el relato que hizo de sus conversaciones con Despard:
Le pregunté si, siendo irlandés, no había sido educado en la religión católica romana, en cuyo caso podría solicitar un sacerdote que lo atendiera, o de lo contrario yo vendría a prestarle mis servicios. Respondió que en ocasiones había estado en ocho lugares diferentes de culto en el mismo día, que creía en una Deidad, y que las formas de devoción externas eran útiles a efectos políticos; por lo demás, pensaba que las opiniones de anglicanos, disidentes, cuáqueros, metodistas, católicos, salvajes o incluso ateos eran igualmente indiferentes. Después le presenté Evidences of Christianity del Dr. Dodderidge, y le rogué por favor que lo leyera. Me pidió entonces que no «intentara ponerle grilletes en la mente», como en el cuerpo (señalando el hierro que tenía atado a la pierna) […] y dijo que él tenía el mismo derecho a pedirme a mí que leyera el libro que tenía en la mano (un tratado sobre lógica) que yo a pedirle que leyese el mío.
Despard rechazó amablemente los servicios religiosos. Además de militar era un investigador: un amigo, como él decía, de la verdad. En cuanto a confesarse con Winkworth, rebatió: «Yo, no nunca, no divulgaré nada. No, ni por toda la hacienda del rey»[11].
Winkworth sugirió que Despard conocía La edad de la razón de Thomas Paine, publicado en 1794-1795 pero concebido mientras Paine estuvo encarcelado durante el terror revolucionario francés. Lo dedicó a sus «Conciudadanos de los Estados Unidos de América». Al principio fue bien recibido, por tratarse de un cuestionamiento revolucionario y deísta del cristianismo ortodoxo, pero con la contrarrevolución fue objeto de un oprobio creciente. Tanto que, de hecho, en septiembre de 1802, cuando Paine volvió a Estados Unidos (¡al que él había dado nombre!) tras muchos años en Inglaterra y Francia, fue rechazado por todas las pensiones y posadas en el puerto de entrada, Baltimore, hasta que conoció a un «hiberniano honrado» que lo admitió.
Paine no fue el único en cuestionar la religión establecida. Lo precedió Constantin Volney, cuya antropología materialista e histórica de la religión, Las ruinas de Palmira, se había publicado en 1792, y diez años después estaba siendo traducida de nuevo por Joel Barlow y Thomas Jefferson. Este diálogo en el corredor de la muerte, por así decirlo, entre lógica y religión fue un intento de ponerle grilletes en la mente, además de en las piernas, a Despard. Con el «London» de William Blake oímos hablar también de «las esposas forjadas por la mente». Solo que en 1803, las esposas de la mente no estaban en el «Hombre» –un sujeto universal y revolucionario– sino que las imponía el reverendo Winkworth, un eclesiástico anglicano a las órdenes del Gobierno, a Edward Despard, un militar revolucionario irlandés, cuya viva solidaridad moral, espiritual y política con un movimiento de liberación estaba a punto de extinguirse.
Napoleón firmó en 1801 un concordato con el papa, y en abril de 1802, de acuerdo con una de sus disposiciones, se abolió el calendario revolucionario y se restauró el descanso dominical. Las esperanzas revolucionarias del primer año concluyeron con esta vuelta al calendario cristiano y sus nombres cesáreos de los meses. La batalla de las ideas se correspondía con batallas entre países y batallas entre clases.
Despard fue ahorcado, y después decapitado. Podría haber sido peor. La sentencia real era un ejemplo sanguinario de la carnicería tradicional. Él y los otros fueron conducidos en carreta a la horca, «donde seréis colgados por el cuello, pero no hasta la muerte; porque mientras estéis vivos, se bajarán vuestros cuerpos, se os arrancarán los intestinos y se quemarán delante de vosotros; vuestras cabezas y extremidades quedarán entonces a disposición del rey; y que Dios Todopoderoso se apiade de vuestras almas».
El destripamiento y el descuartizamiento se evitaron gracias a Catherine Despard y sus incansables protestas. La ejecución formó parte de esa transición del castigo público sobre el cuerpo al castigo de encarcelamiento del alma, descrita por Michel Foucault[12]. Aludiendo a un antiguo tipo de teatro callejero representado en Inglaterra e Irlanda en la festividad de Plough Monday (6 de enero), en la que el malo de la obra recibía el nombre de Slasher [navajero], Despard calificó la repugnante elaboración de la pena de muerte de «pantomima». El Dublin Evening Post informó el 1 de marzo de 1803 que mientras las cabezas decapitadas «se exponían, los observadores del pueblo llano se quitaron el sombrero».
Nelson cenó con lord Minto, o Gilbert Elliot, diplomático y administrador colonial escocés, que había sido virrey de Córcega en los años en los que se cercaron los bienes comunales de ese territorio (1793-1796) y más tarde se convirtió en gobernador general de India (1807-1813). He aquí lo que escribió este: «Mi cena en casa de Nelson fue bastante entretenida. Se habló mucho de Despard. Nelson nos leyó una carta que le mandó Despard… extremadamente bien redactada y habría sido muy emotiva de provenir de cualquier otra pluma… Adjuntaba una petición de perdón, pero no decía prácticamente nada sobre ese tema». Nelson le pasó la carta y el escrito de súplica al primer ministro, Henry Addington, que le dijo «que él y su familia la habían leído después de comer y les había hecho llorar». Nelson también le dijo a Minto que «la señora Despard estaba profundamente enamorada de su marido». Es una frase formidable. Nos hacemos una idea de su significado cuando lord Minto continuó, «lord Nelson solicitó una pensión o alguna otra ayuda para ella, y el Gobierno estaba bien dispuesto a concedérsela; pero el último acto en el patíbulo tal vez haya acabado con cualquier oportunidad de indulgencia con cualquier miembro de su familia»[13]. Estas palabras costaron algo más que las vidas perdidas en el patíbulo.
Despard fue uno de los siete que sufrió la muerte en la horca reservada al traidor. Los otros representan a los obreros en aprietos de diferentes partes de Inglaterra e Irlanda: los trabajadores textiles de los condados occidentales; los artesanos degradados de Londres; los estibadores, cargadores y soldados de Londres; los obreros no especializados de Irlanda, los huérfanos de las fábricas. En el primer censo de 1800, se habían convertido en números, cuyos alojamientos aparecían identificados y enumerados en el gran plano de Londres, confeccionado por Horwood en 1799. Echando la vista atrás, en 1827, William Blake escribió: «Desde la Revolución francesa los ingleses son todos intercambiables: ciertamente un feliz estado de concordancia, del que yo por mi parte disiento».
Unos días después de la ejecución múltiple, en las calles y capillas de Londres se difundió un panfleto de una sola hoja que costaba dos peniques. Es confuso, ambiguo y pretencioso, al estilo que pueden parecer ser los esfuerzos literarios no convencionales; no obstante, en medio de su aparente incoherencia se trata de un subtexto revelador. En los Archivos Nacionales se conserva una copia rota y sucia, recogida en su momento por las autoridades para su estudio. Presentado en un revoltijo de tamaños de fuente y plagado de errores tipográficos, se titulaba «Un esfuerzo cristiano para exaltar la bondad de la Divina Majestad, incluso en un recuerdo, con Edward Marcus Despard, Esquire, y otros seis ciudadanos que sin duda están ahora con Dios en la gloria». Con su declaración de «ciudadanos» que descansan en la «gloria», el título mezcla fraseología revolucionaria y cristiana. Comienza citando el Juramento de la Oakley para formar una nueva Constitución; alude a Irlanda y a George Washington; resalta la carnicería de la decapitación; compara a Despard con Job y con san Esteban (lapidado por Pablo), y con Urías (asesinado por el rey David); califica las guerras de Inglaterra de guerras contra las repúblicas. Subtitulado «Poema heroico: en seis partes», es formalmente heroico en su uso del pareado y en su contenido. La segunda mitad presenta un grito asombroso y casi incoherente contra los cercamientos y los ganaderos, para concluir con insinuaciones de que las pruebas del juicio fueron compradas con dinero del Gobierno. Una nota a pie de página en prosa cita al agrónomo político y partidario de los cercamientos Arthur Young y da a entender que la alta burguesía terrateniente niega a los campesinos hasta una vaca o un cerdo. La quinta parte del poema es un comentario sobre «Deserted Village» [La aldea desierta] de Oliver Goldsmith, el más conocido de los poemas contra los cercamientos de los bienes comunales publicados en el siglo XVIII. Escrito por un irlandés, enseña que la política colonial prefigura la política interior. Y así, con un aire sagrado, el panfleto conecta la insurgencia de Despard con la lucha por lo común. Entendemos por qué le interesaba al Gobierno.
Cuando describí la influencia de Catherine al ablandar piadosamente la sentencia de muerte de Despard en el seminario de historia laboral organizado por la Universidad de Pittsburgh, Dennis Brutus, el poeta sudafricano, se conmovió y le dedicó un poema.
«Para Catherine Despard “la esposa misteriosa”, ante la aprobación de la Ley sobre Delincuencia en septiembre de 1994»
Ahorcado sí, pero no descuartizado,
eso no, ese horror no,
evitadle esa agonía,
que lo condenen por traidor,
sí, sí, que eso permanezca
porque él tuvo su elección
y querría que el mundo supiera,
querría que se dijera de él
que era amigo de la justicia,
que estaba de parte de la verdad
que era un hombre del común.
Morirá, no ansioso por acabar su vida
pero tampoco reacio a afirmar creencias
y pensando que su muerte
y las noticias de la causa por la que murió
encenderán una llama en el corazón de los hombres
y las mujeres protegerán las llamas con sus manos unidas:
muchos mirarán el patíbulo y su cadáver oscilante
y se irán con la cabeza erguida.
[1] NA, HO 42/70, 20 de febrero de 1803. Al ser prisionero de Estado y traidor convicto, los archivos estatales contienen mucho material respecto a la causa contra Despard. Un análisis completo de estas fuentes puede encontrarse en las biografías sobre Despard escritas en el siglo XX por Clifford D. Conner y Jay Mike.
[2] NA, HO 42/70, 20 de febrero de 1803.
[3] Ibid
[4] C. F. Volney, The Ruins: or, Meditation on the Revolutions of Empires, Baltimore, 1991, p. 70.
[5] Francis Place Papers, BL, Add MSS 27808/224, British Library.
[6] M. Jay, The Unfortunate Colonel Despard: Hero and Traitor in Britain’s First War on Terror, Londres, 2004; C. D. Conner, Colonel Despard: The Life and Times of an Anglo-Irish Rebel, Conshohocken, PA, 2000; y P. Linebaugh y M. Rediker, The Many-Headed Hydra: Sailors, Slaves, Commoners, and the Hidden History of the Revolutionary Atlantic, Boston, 2000, recalcan la dimension atlántica, o la dimensión irlandesa, de Despard. En esto se apartan del estudio clásico de E. P. Thompson, The Making of the English Working Class, Nueva York, 1963.
[7] P. Pinel, Medico-philosophical Treatise on Mental Alienation, Londres, 1800.
[8] R. Moran, «The Origin of Insanity as a Special Verdict: The Trial for Treason of James Hadfield (1800)», Law and Society Review 19, 3, 1985, pp. 487-519.
[9] En 1802, Amelia Alderson Opie escribió un formidable poema titulado «Address of a Felon to His Child on the Morning of His Excution» [Charla de un reo a su hijo la mañana de su ejecución»]. ¿Es la vergüenza el único legado de los crímenes cometidos por necesidad?, preguntaba Alderson.
[10] The Trial of Edward Marcus Despard, Esquire, for High Treason at the Session House, Newington, Surrey, on Monday the Seventh of February 1803, Londres, 1803, pp. 36-37, 220, 265.
[11] «Chaplains Letters and Notes», MS, Mr. and Mrs. M. H. Despard Collection.
[12] M. Foucault, Discipline and Punish: The Birth of the Prison, Nueva York, 1990 [ed. cast.: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, 1978].
[13] J. Farington, The Farington Diary, Londres, 1923, p. 83.
4. El humor patibulario y la horca de la civilización
Entre quienes se movieron con la multitud y se alejaron del patíbulo con la cabeza erguida se encontraba un muchacho de trece o catorce años llamado Jeremy Brandreth, que catorce años más tarde, en 1817, sería a su vez ahorcado por ludista y líder del Levantamiento de Pentrich, «una insurrección completamente proletaria»[1]. Brandreth recordaba el proyecto y la muerte de Despard, de modo que cuando encontró la suya propia, la recibió con paz y generosidad. «Dios os bendiga a todos», exclamó.
La extrema división de clase entre ricos y pobres se mantenía mediante el último recurso, es decir, el ahorcamiento público, que a menudo era de hecho el primer recurso. Los aspectos cínicos, embrutecidos y sangrientos del proletariado inglés, especialmente en Londres, fueron creados por estos actos frecuentes y atroces de terrorismo de Estado. Tyburn, el «árbol mortal», fue el altar de esta tanatocracia. En 1794, John Binns, un radical dublinés residente en Londres, asistió al ahorcamiento de veintitrés hombres y mujeres. «Estaban todos aparentemente sanos, rezando, temblando, y esperando la muerte. En un momento imprevisto, la trampilla se abrió repentinamente bajo sus pies, y en pocos minutos sus cuerpos sin vida estaban a merced del viento, moviéndose de un lado a otro, más parecidos a prendas vacías delante de una tienda de ropa de confección, que a los restos de lo que, solo un instante antes, eran seres humanos animados por el aliento de la vida»[2].
Este medio de imponer disciplina en las relaciones de clase fue severamente puesto a prueba en junio de 1780, en el momento culminante de la Guerra de Independencia estadounidense, por los disturbios de Gordon. Una marcha para exigir al Parlamento que impidiera a los católicos entrar en las fuerzas armadas fue el detonante de una ira de clase, que de repente se convirtió con furia en la insurrección urbana más peligrosa del siglo. Atacaron el Banco de Inglaterra, y liberaron cientos de presos. En respuesta, el ejército disparó y mató a varios cientos de manifestantes, Londres se convirtió en un campo armado, y treinta o cuarenta personas fueron ahorcadas en diferentes lugares de la ciudad.
Los cercamientos y la mecanización afectaron a la horca, al igual que a todo lo demás en aquellos tiempos. En Londres, tras los disturbios de Gordon (1780), la administración de la pena capital experimentó varios cambios. Por una parte, se abolió la procesión de tres millas entre la cárcel de Newgate y Tyburn, y los ahorcamientos se cercaron en la cárcel. Por otra, la mecanización de la muerte avanzó mediante la introducción de la «trampilla nueva», por la que se introdujo en el patíbulo una trampilla que se abría bajo los pies de los condenados, cuya muerte se producía por rotura del cuello, y no por el estrangulamiento que resultaba cuando se les retiraba la carreta o la escalera[3].
El primer biógrafo de Edward Marcus Despard fue James Bannantine, que había sido su secretario en la bahía de Honduras. Bannantine publicó un libro de chistes en 1800, cuando Despard fue encarcelado, con posteriores ediciones el año que Despard fue detenido por traición (1802) y el año siguiente a su ejecución (1804). Contiene casi 2.000 chistes. Los dos compartían bromas entre sí. Empecemos contando dos, acerca de la horca[4]. Así, Bannantine nos cuenta: «A un condenado a muerte en el Old Bailey, le preguntan, como es habitual, qué tiene que decir acerca de por qué no debería aplicársele la pena. “¡Decir!”, respondió él, “mire, señor, me parece que el chiste ya ha ido demasiado lejos, y cuando menos se diga al respecto, mejor. Si no le importa, señor, mejor dejemos caer el tema”». «Dejar caer el tema» hace referencia a la nueva tecnología de la horca, así como a la oportunidad de responder a la sentencia del juez. Eran años en los que a una persona podían encarcelarla por decir algo que no debía en su jardín delantero, como le ocurrió en 1803 al poeta William Blake. El chiste invierte la correlación entre amabilidad y clase social, en la que el delincuente condenado asume aires de refinamiento ofendido.
El otro chiste hacía referencia a John «Walking» Stewart (1747-1822). Este filósofo, amigo de Thomas Paine y William Wordsworth, había llegado a pie [de ahí su apodo de «caminante»] desde Madrás, atravesando India, Persia, Arabia, Abisinia y África, a Europa, para finalmente instalarse en Londres en 1803. Se le atribuye la famosa deducción irónica de que, después de naufragar, vio a un hombre colgado en una horca y concluyó que «estamos en una sociedad civilizada». El chiste estaba en que mientras que la mayor parte del mundo no ahorcaba ni exhibía el cadáver de sus convictos, Inglaterra se sentía superior por hacerlo.
De hecho, la «civilización» estaba experimentando poderosos cambios. Instituyó estructuras que perjudicaron profundamente a sociedades humanas de todo el mundo y a la geología de toda la Tierra. Tres de estas estructuras –los cercamientos, la esclavitud y la mecanización– demostraron ser tan dinámicas como opresivas. «Algo debe de ir mal en el sistema de gobierno cuando, en países llamados civilizados, vemos a los viejos enviados a asilos para pobres y a los jóvenes al patíbulo», escribió Thomas Paine[5]. En Inglaterra y Gales, esas magnitudes superaron a las víctimas del terror revolucionario francés. Entre 1770 y 1830 fueron condenadas a muerte treinta y cinco mil personas, y quizá fueran ejecutadas de hecho siete mil[6]. En Irlanda, treinta mil personas murieron violentamente en la represión que siguió a la Rebelión de 1798.
El término inglés gibbet podía hacer referencia tanto al patíbulo como a un poste con un brazo perpendicular con una cadena de la que colgaba el cuerpo de los criminales ejecutados, como carroña para las aves y advertencia para otros (fig. 4)[7]. Esta «civilización» estaba sostenida por un proletariado cuya morbidez era de tanto interés para el Estado como su generación o «creación». La horca proporcionaba el espectáculo de la tanatocracia. El humor patibulario ayudó a devolver la jugada.

Figura 4. Ahorcamiento múltiple de Marcus Despard, John Francis, John Wood, James Sedgwick Wratten, Thomas Broughton, Arthur Graham y John Macnamara en la cárcel de Horsemonger Lane, Morning Chronicle, 22 de febrero de 1803.
Criados, artesanos, marineros y esclavos eran los principales componentes del proletariado, correspondiendo, respectivamente, al capitalismo en sus modos financiero, fabril, agrario y mercantil. Fue a este tipo de trabajadores, como los hombres que lo acompañaron en el patíbulo, al que apeló Despard, esperando encontrar, mediante la palabra o el ejemplo, a quienes prefiriesen el riesgo de la insurgencia que padecer la degradación. Unos cuantos ejemplos de cada uno muestran que el procedimiento de la horca empezaba a resultar contraproducente. También pueden sugerir quiénes estaban del lado de lo común.
En una población aproximada de nueve millones de habitantes, 900.000 eran criados, y de estos, 800.000 eran mujeres. El historiador moderno de estos trabajadores observa que «los criados domésticos constituyeron una especie de primera fuerza de trabajo moderna por su enorme número, y por la cantidad de “contrato” hablada por ellos y sobre ellos»[8]. El estilo de vida de las clases altas y medias dependía de sus trabajos: fregaban suelos, lavaban la ropa, vaciaban los orinales, limpiaban retretes, cocinaban y servían cenas, encendían chimeneas y retiraban las cenizas, desempolvaban habitaciones, barrían escaleras, hacían las camas, ordeñaban las vacas, desmalezaban los huertos, cambiaban pañales, guardaban secretos, consolaban a los niños, pelaban patatas, etcétera, etcétera.
La Waltham Black Act de 1723 –el «código sangriento»– calificaba de capitales cientos de ofensas. Entre ellas, incendiar un pajar. Por eso, Elizabeth Salmon fue condenada a muerte en el Juicio de Cuaresma [Lent Assize] de Thetford en 1802[9]. El granero contenía cosas que había reunido. Algunas procedían también de los terrenos comunales vecinos, sin permiso de los propietarios. Le prendió fuego a un pajar perteneciente al hombre que vivía con ella. Él, sin embargo, la abandonó después de venderle el granero a otro, que presentó una demanda contra ella. Tras prometer quemar el granero antes de dejar que lo vendieran, Salmon llamó a algunos vecinos para que presenciaran cómo usaba brasas, que avivaba con sus gritos, para incinerarlo. Los jueces sentenciaron que «la propiedad no se había establecido con precisión»[10]. No está claro si se referían a los tipos de heno del pajar, a las variedades de su apropiación, o a las múltiples reivindicaciones de propiedad. Sin importar a qué se referían, la declaración podría ser representativa de la época. A pesar de la dificultad para verificar los hechos, la criminalización y los ahorcamientos seguían adelante.
Thomas Paine creció en Thetford, cuando la recolección de la cosecha era una labor comunitaria y colectiva. En la Inglaterra de 1802, el respeto a Thomas Paine solo podía expresarse de broma. Bannantine cuenta un chiste que depende de la diferencia entre un libro y un derecho de nacimiento. Un noble rural, al oír que varias personas habían sido castigadas por vender Derechos del hombre, protestó que no conocía castigo suficientemente grande para quienes osaran VENDER los derechos del hombre.
Una de las costumbres, de los derechos incluso, de las mujeres era la de espigar. La gran causa de 1788 por espigar se vio a pocas millas de Thetford, cuando el general Cornwallis, perdedor en Yorktown, vencedor en Irlanda, privatizador de Bengala, intentó prohibir este antiguo derecho comunal entre los recolectores, Mary Houghton en concreto, en los ricos terrenos agrícolas de East Anglia. El tribunal sentenció que espigar no era un derecho establecido en la Common Law.
La noche de su ejecución, los amigos de Despard retiraron el cadáver para enterrarlo. Esa misma noche, el Pantheon abrió para dar un baile de máscaras, aunque al crítico le decepcionó que los bailarines careciesen de gracia, y los trajes fueran insípidos, consistiendo en «el número usual de personajes sin sentido», como criadas y una «hueste de marineros que nunca se había hecho a la mar»[11]. Pero estas eran precisamente las categorías de trabajadores más numerosas en Inglaterra en aquel momento. Lejos de ser «personajes sin sentido», daban a Inglaterra sus significados reconocibles, las mercancías de ultramar y la jerarquía amo-criado, pongamos, la taza de té y el servicio del té a su hora.
Sarah Lloyd, criada de diecinueve años, fue ahorcada bajo la lluvia en Bury St. Edmunds en 1800. Le había robado un reloj a su ama el año anterior. Fue defendida por Capel Lofft, miembro de la Sociedad Antiesclavista, defensor de la reforma de las prisiones y suscriptor en 1789 de la declaración planteada por la Revolution Society, «que toda autoridad civil y política deriva del pueblo; que el abuso de poder justifica la resistencia». Un día de lluvia, Lofft y Lloyd, que estaba embarazada, avanzaron hacia el patíbulo en la misma carreta, él sujetando un paraguas[12]. Subieron juntos al cadalso. Ella se sujetó el cabello cuando el verdugo vaciló, mientras él denunciaba al Gobierno: «Los ricos lo tienen todo, los pobres, nada». Como consecuencia de haber señalado esta verdad obvia, le fue retirada la dignidad de juez de paz.