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Un poco antes de Port Camargue está La Grande Motte, que se distingue desde el mar por sus bloques de apartamentos como Torremolinos pero con forma de pirámides. Es una visión horrible, que recuerda a las pirámides de Egipto pero en el siglo XXI pues están en mitad de una llanura baja, casi al nivel de mar, y desde la lejanía solo se ven los bloques de apartamentos surgiendo del agua. El típico sitio en que no se nos ocurriría quedarnos. Llegamos con buena nota a Port Camargue a las 20 h, después de hacer 34 millas en 8 horas.
La marina de Port Camargue (43º 31,28’ N; 4º 7,33’ E) es uno de los mayores puertos deportivos del mundo, con 4.000 barcos. Está en la esquina Nordeste del Golfo de Aigues-Mortes, el cual tiene varias comunicaciones, a través de canales estrechos, con las lagunas interiores que ocupan el interior de la costa Sur de Francia, como el Mar Menor en Murcia, por las que navegaríamos a la vuelta. De hecho, una milla más al Sur se encuentra la desembocadura de un pequeño canal, el de l’Espiguette, que conduce a otro pequeño puerto con el mismo nombre que es gestionado por la misma marina. Port Camargue también se reconoce de lejos por los bloques de apartamentos. Aunque en su aproximación hay algunos bancos de arena con fondos de dos metros que se hacen peligrosos cuando hay mar de fondo, el principal problema es esquivar la cantidad de barcos que entran y salen del puerto en verano a través de una bocana relativamente estrecha para los 4.000 barcos que la utilizan. Como llegamos en temporada baja, al anochecer y entre semana no salía ninguno. La capitanía y los atraques de visitantes están en la misma entrada de un “étang” extensísimo (70 hectáreas) que produce una gran corriente de agua cuando se llena con la poca marea del Mediterráneo. Los demás atraques están en el interior de la laguna, en torno a varias islitas con casas al borde del mar y, en este caso, en vez de pequeños atraques privados enormes pantalanes perpendiculares a la orilla. La laguna se dragó hace unos 40 años en unas salinas preexistentes en esta zona del delta del Ródano, y se le dio una profundidad de tres metros para construir la marina. La circulación dentro de la laguna es tan compleja, por lo intrincado de las islas y canales, que la Guía Imray advierte de lo fácil que es perderse en ella, tanto por tierra como por el mar.
Nos amarramos en el muelle de capitanía, uno de hormigón como de treinta metros absolutamente vacío de barcos, pero lleno de pescadores de caña que se tuvieron que apartar al vernos hacer la maniobra. Estaba subiendo la marea y había una corriente entrante que empujaba al barco para pasarse de largo y seguramente es la que aprovechaban ellos para pescar. Lo más curioso es que estaban encima de un enorme letrero pintado el suelo que decía “Pesca prohibida”, y desde el primer piso de la capitanía, donde hacíamos los papeles, se veía una imagen divertidísima con la gente pescando encima del cartel que lo prohibía. Se lo comenté a los de las oficinas pero me dijeron que ellos no podían hacer nada. Por lo menos eran discretos y se apartaban al ver entrar a un barco, para no entorpecerle la maniobra. Nos asignaron un atraque muy cerca de la capitanía y por tanto en plena corriente de entrada y salida del agua del “étang” que nos iba a perjudicar a la salida, con la popa justo hacia el Oeste. La marina tenía muchos servicios, entre otros uno de bicis gratuitas para los amarristas, muy práctico para los que no llevan bicis a bordo pero para el que pedían 250 euros de fianza. La tarifas del wifi eran igual de prohibitivas que en Cap d’Agde. Como ya era de noche cenamos a bordo sin visitar nada. La noche fue heladora como si hubiera témpanos en el aire. Hasta tuvimos que sellar con cinta aislante la rejilla de ventilación del tambucho, para que no se colara la fría cuchilla del viento del Oeste. Además tanto Mario como yo estábamos griposos después de los días que llevábamos mojándonos y de la ducha fría de Cap d´Agde la noche anterior, que más que ducha fue una prolongación de la llovida. Por si fuera poco, y por una extraña razón que no nos aclararon, el entorno estaba plagado de ranas y toda la noche nos amenizaron con su croar. Aquello no parecía el Mediterráneo.
Por la mañana nos limitamos a dar un paseo por los muelles, hacer la compra y buscar una farmacia donde comprar lo que necesitábamos para nuestros síntomas. También fuimos a aclarar en capitanía el parte meteorológico de ese día. La francesita de la oficina, una monada amabilísima, delgada como una vietnamita y con la sonrisa de loza, no conocía por el contrario muy bien su oficio. Había colgado en el tablón de anuncios dedicado a los navegantes una fotocopia con pronóstico de fuerza 7-8 del Oeste y, al hablar con ella, vimos que no era consciente de que acababa de colgar un aviso de temporal. Intentamos que nos aclarase la extensión exacta de la zona de riesgo, porque en esa costa los avisos son para zonas parciales definidas por límites geográficos (dan el nombre de un pueblo, de un cabo, etc.) con los cuales aún no estábamos familiarizados. Nos dijo que no nos preocupáramos, que era para mucho más al Este de donde nosotros pensábamos llegar. Nos dio la impresión de estar en las Batuecas y lo dejamos así.

Al abandonar el atraque la corriente de entrada en el “étang”, que no esperábamos en el Mediterráneo, nos dificultó mucho las maniobras pues tuvimos que salir marcha atrás y hacia estribor, justo el lado malo del Tonic 23 (tiene el fueraborda a estribor y en marcha atrás se va sin remedio hacia babor) contra la fuerza del viento y de la corriente. Sin espacio para girar, al dar avante se puso crudamente de manifiesto que la corriente y el viento nos chocarían con los barcos amarrados a nuestro lado. Después de un paralizador momento comprendimos que lo mejor era dejarse apoyar en ellos, pues eran dos Zodiac enormes y con los motores fueraborda bajados, con lo que quedamos apoyados en la terminación de sus inflables, o sea, unas popas bien blanditas que no dejaron ni marca en nuestro costado. Una vez salidos del atolladero recorrimos gran parte del interior del “étang” para conocer ese mundillo de afortunados que viven al lado del mar modoso con el barco bajo su terraza. Ese mar interior es tan grande y tan curioso que había hasta recorridos turísticos guiados en vedettes para recorrer su interior, y motoras de alquiler sin patrón con el mismo objetivo; ¡para las motoras especificaban que no se necesitaba ningún título! Finalmente salimos a las 12 pidiendo gracia y con la intención de ir a un puerto de la desembocadura del Ródano, la última etapa antes de Marsella, donde debía desembarcar Mario.
Empezamos a navegar con una brisa del Oeste de fuerza 4 o 5 que nos permitía navegar con las velas llenas de viento a más de 6 nudos, y a rumbo directo. Como además después de tantos días de lluvia incesante hacía sol, la más hermosa divinidad del marino, nos las prometíamos tan felices. Primero tuvimos que hacer unas cinco millas hacia el Sur para salir del Golfo de Aigues-Mortes, pero a partir de ahí nos esperaba una larga empopada paralela a la costa del delta del Ródano. Es una costa baja y arenosa, parecida a la del delta del Ebro, de unas 50 millas y muy peligrosa por estar mal cartografiada ya que cambia constantemente con los aportes de sedimentos del río y los efectos de los temporales. Se calcula que crece hacia el mar 10 o 15 metros cada año pero no de una manera uniforme, porque en algunas zonas retrocede. Por ejemplo la ciudad de Saintes-Maries de la Mer, donde terminaríamos ese día la etapa, se calcula que en el siglo XVII estuvo 12 o 15 millas tierra adentro, en el siglo XIX estuvo 1.200 metros tierra adentro, y hoy está al borde del mar y teniendo que proteger sus costas con escolleras y rompeolas para no ser engullida por el mar. Por el contrario Port Saint-Louis du Rhône, el puerto por el que a la vuelta entraríamos al río Ródano, está padeciendo el efecto contrario, y el encenagamiento del Golfo de Fos, donde está situado, hace que cada vez esté más alejado del mar. Para proteger a los navegantes de estas incertidumbres, en el delta del Ródano han situado varias boyas cardinales que se ven desde muy lejos y que teníamos que dejar siempre a babor, es decir, pasar por fuera de ellas para no acercarnos a la costa. Están a una milla más o menos de la orilla y cada una de ellas está bautizada con un nombre propio: “Les Baronnets”, “Beauduc”, “Faraman”, etc. La Guía Imray advierte de que los barcos locales a veces pasan por dentro de estas boyas cardinales pero que no se te ocurra seguirlos, porque esas desviaciones no hay que asumir que se deban al profundo conocimiento de la zona sino a veces a la simple imprudencia.
Lo malo fue que empezaron a emitir un aviso de temporal cada 15 minutos, para ese mismo día, con vientos borrascosos del Suroeste de fuerza 7 y hasta 8 por la tarde en nuestra zona. No entendíamos nada porque esa misma mañana, como dije, habíamos consultado el parte en capitanía y la chica nos aseguró que era para mucho más al Este. O el aviso ampliado se emitió después de hacer público el parte meteorológico estándar y la capitanía no lo había publicitado, o la chica realmente estaba en Babia, o simplemente no nos entendimos bien. Nos parecía increíble que con el día que estábamos disfrutando pudiera venir un temporal, con el cielo totalmente despejado y sin los típicos cirros como hilos de algodón anunciadores de la llegada de un frente. Más adelante nos acostumbraríamos a estos temporales “secos” del mistral, tan diferentes a los del Norte donde además del viento atemporalado tienes que lidiar con la lluvia y los nubarrones negros como murciélagos que le dan un aire aún más deprimente a la situación comprometida. En ellos el barco está resbaladizo por la humedad, y la visibilidad muy disminuida, lo que los hace más peligrosos si cabe. Pero el hecho cierto es que nos avecinábamos a la única zona de la costa mediterránea francesa sin puertos de refugio, por las características que acabo de mencionar el delta del Ródano, de manera que en la etapa de ese día, entre Port Camargue de donde veníamos y el Golfo de Fos, 50 millas más adelante, solo había un posible puerto de refugio, Port Gardian, que estábamos a punto de rebasar cuando escuchamos el aviso de temporal. Si nos pasábamos de largo ya sería difícil retroceder a él ciñendo contra ese viento de fuerza 5 del Oeste, o de fuerza 7-8 por la tarde, y hacia el Este nos quedarían 30 millas de aguantar el temporal. Me sorprendió tanto el aviso con ese cielo raso y sin frentes a la vista que llamé por teléfono a Cross Med, que es como nuestro Salvamento Marítimo, y su confirmación nos sentó como un manoplazo. De común acuerdo Mario y yo decidimos cambiar nuestro destino, y hasta pareció que el barco mismo estuviera totalmente de acuerdo con nosotros. Total, que nos fuimos a ese puerto de refugio, Port Gardian, donde llegamos a las 16:30 h sin comer. No lo hicimos seguros al cien por ciento de acertar porque a los dos nos costaba creer que viniera un temporal, pero no me apodo Juan sin Miedo y optamos por la prudencia, resignados a perder ese round. Murphy: 4, Corto Maltés: 1. La consecuencia era que nos quedaba para el día siguiente una etapa agotadora de 46 millas hasta Marsella, y eso si conseguíamos salir de Port Gardian y el temporal no se prolongaba.
Además del contencioso del aviso de temporal, estuvimos toda la mañana entretenidos con las conversaciones por radio acerca de una explosión controlada en una de las áreas que el ejército francés tiene en esta costa para ejercicios de tiro. Las coordenadas eran 43º 19’ N y 4º 36’ E, es decir, aproximadamente a 9 millas al Este de nuestra posición. Si no hubiéramos cambiado nuestro rumbo a Port Gardian habríamos pasado cerquísima de la zona y posiblemente hubiéramos tenido que maniobrar para alejarnos (estaban definiendo un área de exclusión de un kilómetro). A la hora exacta vimos en la lejanía el efecto de la deflagración, en forma de un géiser de cientos de metros de altura que tardaba algunos minutos en volver a posarse en la superficie del mar. Impresionante pensar que hubiéramos estado más cerca.

A cambio del acortamiento de la etapa conocimos un bonito rincón y la escala no programada fue muy interesante. Es bonita esta vida en puntos suspensivos... Port Gardian (43º 26,79’ N; 4º 25,38’ E) es un pequeño puerto pero muy bien dotado. Los únicos peligros en su acceso son los bancos de arena en la desembocadura del Pequeño Ródano, un ramal secundario del Río Ródano una milla hacia el Oeste, donde los fondos son de solo medio metro pero que estaban mucho más cerca de la costa que nuestra derrota, y el mar confuso y desordenado que se forma cuando hay mistral, que puede impedir la entrada. La capitanía es un edificio modesto pero por ejemplo los aseos son de lo mejor que hemos visto en este viaje, con más de diez duchas para cada sexo y separadas por tabiques en vez de por prefabricados de madera, secamanos que se podían subir y bajar por una guía en la pared (te podías poner desnudo debajo y te secabas entero), etc. El wifi era gratuito de verdad y funcionaba. Poco después que nosotros entró un velero de unos 10 metros de eslora, con un solo tripulante, como si el diablo le pisara los talones. Era de una empresa de alquiler y estaba haciendo el porte a La Ciotat, al Este de Marsella, para entregarlo allí a los que lo habían alquilado, y a pesar de la premura que se tiene en estos casos por no fallar en la entrega había decidido refugiarse en Port Gardian como nosotros. Por cierto, aunque llegó solo, por la noche le vimos acompañado por un pibón y supusimos que era su pareja que había venido a cenar con él por carretera, porque si no fuera esa la explicación habría sido un prodigio de conquista.
Port Gardian es el puerto de un pueblecito llamado Saintes-Maries de la Mer, así en plural, porque está dedicado a las dos Marías, la Salomé y la Jacobé. Las últimas casas del pueblo dan a la orilla de uno de los mares interiores que he mencionado, llamado “Étang des Launes”. Después de comer fuimos a visitar el pueblo con las bicis bajo un sol abrasador. Todos los años los gitanos de Europa se concentran aquí en mayo para celebrar a su patrona, Sarah, los días 24 y 25. Encontrar el pueblo tan abarrotado de autocaravanas y de roulotes nos sorprendió tanto como un conejo sacado de la chistera. Habían habilitado todo tipo de espacios públicos para que se acomodaran: el paseo marítimo, los paseos interiores, los descampados, los espacios entre los bloques de viviendas, etc., con grifos y puntos de luz, y todo, pero es que todo, estaba lleno con sus caravanas. Por supuesto estaban rodeados de niños, lo que me sorprendió pues estábamos en fechas hábiles escolares (mediados de mayo) y los niños, obviamente, se estaban perdiendo el cole. La tradición dice que a esta costa llegó una almadía a la deriva llena de santos: María Magdalena, María Jacobé (la hermana de la Virgen María), María Salomé (la madre de los discípulos Santiago y Juan) y otros, así como algunos de los curados por Jesucristo: Lázaro, el resucitado, el ciego al que devolvió la vista, y otros. También venía Sarah, la sirviente negra de las Marías. Habían sido expulsados de Jerusalén por los judíos en un botecito que derivó hasta esta costa. Desde aquí se dividieron para predicar el evangelio, quedándose las dos Marías y Sarah predicando en esa región de Camargue. Otras versiones afirman que Sarah era la mujer repudiada de Poncio Pilatos o, en la leyenda gitana, que era la reina gitana de Camargue cuando el botecito arribó a la costa y fue la que dio refugio a los náufragos, en vez de venir ella misma dentro del esquife.
No se sabe cuándo ni por qué los gitanos empezaron a venerar a Sarah y a peregrinar a Saintes-Maries de la Mer. Se homenajea a las dos Marías con una procesión dentro del mar con sus reliquias, acompañadas por jinetes a caballo por la orilla. Sarah no entró a formar parte de la procesión hasta 1935. Desde luego no es oficialmente santa aunque en la cripta de la Iglesia de Notre Dame de la Mer o de las Dos Marías (una iglesia fortificada que se ve desde el mar) hay una escultura suya que es objeto de veneración supersticiosa. Vimos a fieles haciendo todo tipo de malabarismos y rituales raros para tocar o besuquear la imagen hasta sacarla brillo, y estaba rodeada de recuerdos, notas escritas de agradecimiento por ayudas o supuestos milagros, medallas, exvotos, etc. También había un rinconcito donde se veneraba al primer beato gitano, Ceferino Giménez Malla, alias “El Pelé”, del que tuvimos conocimiento el año anterior en la navegación a Bretaña, pues tiene una capilla dedicada en una iglesia de Nantes. Era catalán y antes de su conversión era tratante de caballos y artesano de cestería. Ingresó como laico en la Orden Franciscana y se casó con una prima hermana. Murió fusilado en la guerra civil española y fue beatificado en 1997. Su relación con Nantes o con Saintes-Maries de la Mer la desconozco, y entendería que le dedicasen una capilla en Cataluña pero no he encontrado explicación a esa veneración en Francia.
Además el pueblo tiene una plaza de toros, monumentos a los toros, restaurantes con carne de toro... en fin, algo raro como en el Norte el tiempo seco ver ese culto al toro en Francia. Mario y yo cenamos un bistec de toro que para mí era la primera vez que lo probaba. También tiene un parque ornitológico, y curiosamente consideran una atracción turística el “Digue à la Mer”, el muro que comenté que está evitando que el agua del mar inunde su término municipal por la regresión del delta del Ródano en esa zona. Tiene un recorrido peatonal y ciclable que es uno de los que más recomiendan en la oficina de turismo. Como en Port Gardian ya nos veíamos retenidos varios días por el temporal y éramos tan pesimistas sobre poder llegar a Marsella a tiempo para que Mario cogiese su avión (era jueves y el avión salía el sábado por la mañana) estuvimos mirando todos los transportes alternativos para que llegase. Por desgracia el pueblo está mal comunicado y lo único realista era coger un taxi, que costaba entre 185 y 235 euros. Nos fuimos a dormir preocupados con esa perspectiva. Yo pasé la noche muy revuelto y con dolor de estómago por la cena abundante y las dosis de ibuprofeno que estábamos tomando para los síntomas gripales. Por si fuera poco el surtidor de gasolina no funcionaba, y si fuéramos por mar nos veríamos obligados a salir hacia Marsella, nuestra siguiente etapa, de 46 millas, con solo 22 litros de gasolina, una cantidad demasiado ajustada pues si no hubiera habido viento nos habría dado solo para 44 millas a motor. En el siguiente capítulo os contaré cómo acabó todo.
Capítulo 3
Golpe de mistral en Marsella
y primeras islas
Pues madrugamos para ver el pronóstico en la capitanía de Port Gardian e intentar llegar a Marsella. Lo que pronosticaban eran vientos del Oeste al Suroeste de fuerza 5-6 con posibilidad de refrescar por la tarde a fuerza 7 y el día siguiente a 8. Como nuestra ruta era hacia el Oeste y los vientos serían portantes nos decidimos a salir, lo que hicimos a eso de las 8 h. Y no erramos el tiro, porque hicimos todo el recorrido a vela y no tiramos del motor nada más que unos minutos al salir y entrar a puerto y nuestra preocupación por la gasolina se esfumó. El cielo estaba completamente cubierto, en panza de burro como decimos en el Norte, y en cuanto nos vimos fuera del puerto pusimos el espí amurados a estribor y prácticamente no lo cambiamos en todo el viaje, haciendo una media de 6-7 nudos y puntas de hasta 11,2 cuando cogíamos una ola en surf, como si al Corto Maltés le hubieran puesto las botas de las siete leguas. Increíble. Esa velocidad endiablada a lomos de las olas nos permitió comernos las 46 millas en 7 horas, algo inaudito. Murphy: 4, Corto Maltés: 2. Eso sí, el Corto Maltés discutía tan fuerte con el viento y la marejada que aquello era una coctelera, y en todo el día solo pudimos “comulgar” un café (con tanta ola no sirve la cincha antiescoras, y hay que prepararlo de rodillas frente a la cocinilla y parece que estás haciendo la Comunión) y llegamos a puerto hechos picadillo y sin haber comido. Y luego me preguntan por qué cuando navego me quedo en el fuselaje. En la navegación a Elba ese verano perdí 6 kg.
A media mañana dejamos a babor el Golfo de Fos (43º 21,17’ N; 4º 56,71’ E) uno enorme en el entorno de la desembocadura del Ródano y por el que entraríamos a la vuelta para remontar ese río. Tiene una entrada de más de 7 millas de amplitud, aunque una parte, la del Oeste que es donde desemboca el Ródano, está cerrada por una lengua de arena como El Puntal de Santander. Se le reconoce de lejos por las chimeneas de sus industrias petroquímicas, las más grandes de Francia. Cuando hay poco viento el humo de tanta chimenea llega a reducir la visibilidad en el golfo y a borrar el sol, lo que no era el caso ese día (sobraba viento y faltaba sol). Su entrada y su interior están perfectamente balizados con marcas de enfilación y boyas cardinales y de babor-estribor que hay que seguir a rajatabla si no quieres verte varado en esos arenales, como de hecho se veían algunos barcos. La cartografía también señalaba varios pecios en aguas someras. Además hay un abundante tráfico de mercantes entrando y saliendo de los puertos industriales y tienen preferencia sobre los barcos deportivos, por lo que teníamos que dejarlos pasar.
Solo llegando a Marsella y ya a la vista de la ciudad el viento roló al Norte (nos entraba por el través de babor) y arreció tanto que con el espináker el barco se tumbaba mucho y lo sustituimos por el génova. Fijaos cómo soplaría que solo con el génova navegábamos a más de 5 nudos. Por desgracia también se puso a llover y las gotas, que caían como agujas inclinadas, nos deslucieron el final de la etapa. Al ver que a esa velocidad nos quedaba media hora o más izamos también la mayor y llegamos a Marsella a las 17:30 h. Cuando salimos de Port Gardian nadie dijo “damas y caballeros” ni cuando entramos a Marsella “bravo, bravísimo”, pero nosotros estábamos orgullosos por haber hecho las 46 millas con aquel ventarrón, con aquel tiempo tan sucio y en aquel barquito, sí señor.
Marsella es un puerto comercial impresionante, lleno de mercantes y ferris, y numerosas empresas de vedettes que garantizan el tránsito de personas hacia las islas o las “Calanques” de las que hablaré en otro capítulo, como las Pedreñeras en Santander. En la entrada al gran golfo donde se ubica la ciudad, que se conoce como Rada de Marsella, hay un archipiélago de islas preciosas, algunas habitadas, como la Isla de If, con un castillo que fue prisión ocupando toda su superficie, o las de Ratonneau y Pomègues, que al principio estaban separadas pero las unieron por un muro donde ahora está el puerto, y que al haberse convertido en una sola ahora llaman Isla de Frioul (43º 16,73’ N; 5º 18,55’ E). Los próximos días iríamos a conocerlas. Más hacia alta mar, en el horizonte, hay un faro sobre un islote rocoso enano, de 200 metros de lado, conocido como Islote y Faro de Planier (43º 11,87’ N; 5º 13,87’ E). Es sorprendente porque está a 5 millas de la tierra más cercana (a 8 millas de Marsella) pero los fondos a su alrededor ascienden bruscamente, de unos 70 metros en la rada de Marsella a 0,8 en el entorno del faro. Te pone la piel de gallina imaginar lo que debía ser entrar a Marsella antes de construirse el faro. Ahora se le ve desde lejos, está rodeado de algunos pecios, y nosotros nos limitamos a disfrutar de su imagen en la lejanía, tanto por el rodeo a que nos obligaría acercarnos a él (16 millas entre ida y vuelta) como por la peligrosidad de la zona, y más con aquel viento y aquellas olas de tan buena pegada.
De momento decidimos entrar en el Vieux Port o Puerto Viejo (43º 17,73’ N; 5º 21,58’ E), el más céntrico de todos los de Marsella y situado en una esquina al Sur del superpuerto. La vista llegando a Marsella es impresionante, con en primer plano el largo malecón de 8 kilómetros que protege los múltiples puertos interiores (Marsella es el segundo puerto más grande de Francia) por encima del cual asoman los ferris y mercantes amarrados dentro, y sobre ellos la ciudad vieja con sus edificios y, sobre todo, la basílica de Nuestra Señora de la Guarda (en francés, Notre-Dame de la Garde) en lo alto de una colina vigilando todo. Este enorme malecón y los superpuertos interiores se construyeron en el siglo XIX cuando se inauguró el Canal de Suez en 1869 y empezaron a llegar barcos que no cabían en el Vieux Port. Pasado el malecón lo que te guía es la catedral y su enorme cúpula. Entramos sin ninguna fanfarria, y una vez dentro llamamos por radio por el canal 12 para solicitar plaza y alguien salió diciendo que no tenían plazas de atraque. Era el puerto público. La noticia era para destrozar los nervios más templados, porque aunque hay otros puertos más al Norte el cambio de destino nos obligaría a volver a salir al mar por fuera del malecón que protege los puertos (no se puede navegar por dentro en los barcos deportivos) navegar esos 8 kilómetros ciñendo contra el viento que ya era de fuerza 6-7, y confiar en que en alguno de ellos tuvieran plaza. Y eso lloviendo. Podía suponer 2 o 3 horas más de navegación y ya eran las 17:30 h, estábamos desmoronados como si los huesos nos hubieran desaparecido, y no habíamos comido, o sea, estábamos casi en K.O. técnico.