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No podemos confundir ser miembro de una iglesia con el verdadero cristianismo. Se puede ser miembro de una iglesia sin ser cristiano, y si tu cristianismo consiste tan sólo en pertenecer a una iglesia como miembro, o incluso en trabajar en la iglesia, si te falta este sentido de gratitud a Dios, si lo importante es lo que estás haciendo tú y lo que eres tú más que tu alabanza a él, entonces no es un verdadero cristianismo neotestamentario.
No hay vuelta de hoja. Los cristianos comprenden que se lo deben todo a la gracia de Dios en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Por lo tanto, ésta es la prueba principal, la más importante: ¿Hay alabanza a Dios en tu corazón? ¿Quieres responder a la invitación de este hombre, que dice: “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia. Díganlo los redimidos de Jehová”? ¿Quieres ser uno de ellos? ¿Esta respuesta está dentro de ti? ¿Lamentas no alabarlo más de lo que lo haces? ¿Lo sientes de verdad? ¿Puedes hacer tuyas estas palabras de William Cooper: “Señor, mi queja principal es que mi amor es débil; y aun así, te amo y te adoro, y por gracia, quiero amarte más”?
¿Puedes decir por lo menos eso? Si no puedes decir de manera rotunda que estás alabando a Dios, ¿puedes decir por lo menos que quieres hacerlo? ¿Puedes decir que lamentas no hacerlo más? Yo creo que el hecho de querer alabar cuenta, porque de alguna manera, con el deseo ya estás alabando. Ésta es la primera y principal característica de los verdaderos cristianos. El cristianismo es una filosofía que adoptamos; no es una moralidad que practicamos; es saber que se lo debemos todo a Dios.
LA ALABANZA:
CARACTERÍSTICA DE TODOS
LOS CREYENTES
El segundo principio es que esto es algo que les pasa a todos los creyentes. Y quiero insistir en esto. “Díganlo los redimidos de Jehová”, dice el salmista, “los que ha redimido del poder del enemigo, y los ha congregado de las tierras, del oriente y del occidente, del norte y del sur.”
Este aspecto es muy importante. Este hombre está invitando a personas de distintas partes del mundo a congregarse; a pesar de todas sus diferencias, los está animando a unir sus voces con un propósito común. Es una invitación para que todos canten juntos este himno universal.
Lo explico de esa manera por las ideas modernas que se tienen del cristianismo. Hoy en día somos todos tan buenos psicólogos que creemos que podemos explicar fácilmente el porqué del cristianismo. Decimos: “Claro, es que hay personas que son religiosas, cristianas, y lo son porque nacieron así; fueron hechas así; son del tipo religioso. O si lo prefieres, tienen el complejo religioso. Existen varios tipos de temperamento: algunas personas son volubles; otras, pragmáticas; algunas son meticulosas; otras, descuidadas y negligentes; a algunas les interesan la música, el arte, la literatura, la política, la ciencia y todas esas cosas. Así se divide la raza humana y entre los distintos tipos está el religioso. Por supuesto, la tragedia del pasado fue que la Iglesia solía enseñar que todo el mundo tenía que ser religioso. No comprendían; no tenían el conocimiento que tenemos ahora, por el que sabemos que la religión está bien para algunos, pero no para todos; es sólo para cierto tipo de personas.” Así se desarrolla este argumento.
Una Invitación Universal
Pero al enviar su invitación, el salmista contradice frontalmente esta teoría moderna. Invita a personas “del oriente y del occidente, del norte y del sur”. Dice que todas estas divisiones y distinciones son completamente irrelevantes. No tienen ninguna importancia. Está pidiendo que se unan en una misma alabanza personas de distinta procedencia, y eso es algo que ha caracterizado a la iglesia de Cristo a lo largo de los siglos y que la caracteriza aún hoy, algo de lo que puede presumir. No importa de qué país proceda una persona, ni de qué color sea su piel, ni cuál sea su herencia biológica, ni su trasfondo cultural, ni cómo sea su temperamento, ni cómo sea psicológicamente, ni a qué siglo pertenezca. Su experiencia no tiene la menor importancia. La invitación para que se una con las mismas palabras, en el mismo himno de alabanza, se extiende a todos. “Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (versículo 8).
Para mí, éste es uno de los principios más importantes que podemos llegar a comprender. Lo fundamental es que no importa que nuestras experiencias sean totalmente diferentes. Aun así, llegamos al mismo sitio. No existe un tipo de conversión estándar. No importa cómo haya sido la vida de una persona. Me explico: Conozco a gente que piensa que sólo cierto tipo de personas necesita convertirse. Una vez, siendo pastor de una misión en una zona portuaria de Gales del Sur, prediqué un sermón evangelístico como éste en una ciudad muy religiosa, y después me dijeron que un pastor de aquella respetable ciudad había hacho el siguiente comentario: “Bueno, eso está muy bien para su iglesia, pero aquí no lo necesitamos.”
Y en otra ocasión le oí decir a una señora que estaba tranquilamente sentada en la Capilla de Westminster: “Este hombre predica como si fuéramos todos pecadores”. Como se ve, la idea es que hay ciertas personas que son pecadoras y necesitan convertirse, que necesitan ser regeneradas, pero no todas. En otras palabras, la gente hace una gran distinción según el tipo de experiencia que hayamos tenido. Los borrachos, por supuesto, necesitan convertirse. Los adúlteros necesitan convertirse. Pero la gente agradable y educada que lleva asistiendo a una iglesia desde la infancia, ¡ellos no necesitan convertirse! Eso es lo que se enseña.
Una Naturaleza Común
Pero ésta no es la doctrina de la Biblia. La Biblia enseña que no importa cuál sea tu pasado o tus antecedentes, quienes sean tus padres o tus abuelos, el apellido que lleves o dónde te hayas criado, todas las personas necesitan convertirse, necesitan nacer de nuevo. Es un llamamiento universal: este y oeste, norte y sur; todas estas divisiones y distinciones son completamente irrelevantes. Todos nosotros, en algunos aspectos, nos hacemos uno cuando aceptamos a Cristo.
Éste es el argumento que se presenta en forma de imagen cuando el salmista reúne al coro y es lo que vemos también, por supuesto, en el Nuevo Testamento. ¿Puedes pensar en doce hombres más distintos unos de otros que los doce discípulos? Comparemos, por ejemplo, a Pedro y a Juan: Juan el místico, el poeta, el contemplativo; Pedro el atrevido, el activista, el valiente.
Y ahora piensa en un hombre como Pablo, que era totalmente distinto de los otros, o Natanael, o Andrés. Podemos mirar la lista entera y pensar en todos ellos. Si simplemente aplicamos los cánones de la psicología, o si los analizamos según nuestra filosofía, diríamos que todos estos hombres eran fundamentalmente diferentes. Y es que lo eran, pero sin embargo eran uno en su mensaje, en su alabanza. Eran uno en este himno, en este coro. Y eso pasaba no sólo con ellos, sino con toda la iglesia de Cristo después de ellos.
Por eso las biografías son tan importantes para mí. Lee las vidas de hombres y mujeres cristianos y verás que por naturaleza son personas totalmente distintas las unas de las otras, pero que llegan todos a un lugar común. Todos hacen lo mismo. No son como sellos de correo, claro, pero en esencia todos experimentan lo mismo, testifican lo mismo. Se unen en un mismo himno.
Es difícil pensar en dos hombres más diferentes que Martín Lutero y Juan Calvino, que fueron parcialmente contemporáneos. El volcánico y explosivo Lutero y el cuidadoso, preciso y lógico Calvino. Y ambos hicieron exactamente lo mismo. Y lo mismo pasa con cualquiera que haya destacado en la historia de la iglesia a lo largo de los siglos.
Entonces, voy a repetir la segunda idea: Si la característica principal de los cristianos es que alaban a Dios, es una característica de todos los cristianos, de cada uno. No importa lo que seas por nacimiento, naturaleza o antecedentes. Si vienes a Dios en Cristo, habrá en ti lo mismo que hay en todos los otros cristianos. Aceptar a Cristo nos lleva a un denominador común; introduce en nosotros un factor común.
¿QUÉ PRODUCE LA UNIDAD DE ALABANZA?
Y finalmente me gustaría hacerte una pregunta: ¿Qué produce esta unidad en alabanza? El salmista invita a personas del norte, sur, este y oeste, y les pide que canten exactamente lo mismo, con las mismas palabras. ¿Qué los lleva a hacerlo? ¿Qué produce esta sorprendente unidad? Él mismo nos da la respuesta en estos tres primeros versículos.
El Carácter de Dios
La primera cosa que produce la unidad de alabanza es el carácter de Dios, su bondad. “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia.” El cristianismo no empieza por nosotros, empieza siempre por Dios. Si hoy nos falta esta unidad es porque a la gente le encanta empezar por ellos mismos y se olvidan de Dios.
Pero el salmista lo pone en el orden correcto. Empieza por Dios, y esto es lo que afirma: que en el momento en que una persona conoce a Dios y entiende algo de quién es Dios y cómo es, lo alabará por su carácter, porque Dios es bueno. Si no estamos alabando a Dios como deberíamos es por una sola razón: porque no lo conocemos. ¿Sabes lo que está ocurriendo en el cielo ahora mismo? Los ángeles más brillantes están alabando a Dios. Están dándole alabanza, honor y gloria al Dios Todopoderoso. “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6.3). Todos los coros angélicos están alabando a Dios. ¿Por qué? Porque él es Dios. “Los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmos 19.1). Si pudiéramos verlo, toda la naturaleza declara la gloria, las maravillas, la grandeza de Dios. Y si la humanidad no hubiera caído, sujetándose al pecado, todo el mundo estaría alabando y adorando a Dios. Para eso nos creó, y eso es lo que hacían los hombres mientras su relación con Dios estaba intacta.
Querido amigo, esto es de vital importancia. ¿Sabes que si acabas en el infierno, será por esta razón, que no has alabado a Dios? Olvídate del pecado por un momento. Olvídate de ti mismo y de tu vida. Lo primero es: ¿estás alabando a Dios? ¡Para eso fuiste creado! Dios debe recibir alabanza por ser quien es, porque es Dios, y no creo que haya ningún pecado peor que no alabarlo. Lo voy a decir abiertamente, a riesgo de que se me malinterprete: ésa es la razón por la que el Nuevo Testamento nos transmite la idea de que no hay esperanza para el fariseo orgulloso. Una persona satisfecha de sí misma y que se cree moralmente superior, según la Escritura, es un pecador mucho mayor que un borracho o una prostituta, y por eso no hay ni una pizca de alabanza a Dios en su vida. Este tipo de persona pasa todo el tiempo alabándose a sí mismo.
Piensa en la imagen que nos presenta el Señor del fariseo y el publicano. Escucha al fariseo: “Dios te doy gracias”. ¿Por qué? Pues “porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano” (Lucas 18.11). “¡Yo soy tan maravilloso!” No alaba a Dios porque Dios es Dios, sino que se alaba a sí mismo por ser bueno. Ayuna dos veces a la semana; les da la décima parte de sus bienes a los pobres; no es como el publicano, el extorsionista, sino que es un hombre bueno. Le da las gracias a Dios por eso, pero realmente no le está dando las gracias a Dios en absoluto. Se está dando las gracias a sí mismo. Le está hablando a Dios sobre sí mismo. Ni pide nada ni agradece nada. El pecado más terrible, por tanto, es el querer ser admirado; es depender de la religiosidad; confiar en tu propia moralidad, en tu propia manera de pensar, o en cualquier otra cosa que no sea la gracia de Dios en Cristo.
Dios debe recibir alabanza porque es Dios, y si no lo alabamos, ésa es la esencia del pecado. No le estamos dando a Dios la gloria que merece por su majestad, su poder, su dominio, su divinidad, su eternidad. “Alabad a Jehová, porque él es bueno.” Y no lo alabamos porque no notamos su bondad: “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5.45). ¡Ése es Dios! El Dios que envía las estaciones una tras otra y que hace fructificar la tierra, que bendice a los hombres a pesar de su pecado. ¡Ése es Dios! Y si lo conociéramos, lo alabaríamos. Debemos alabarlo porque es bueno.
La Misericordia de Dios
Pero él nos da otra razón para alabarlo: que “para siempre es su misericordia”; es decir, aunque no lo hayamos alabado y no lo alabemos como deberíamos, él no ha terminado con nosotros; no nos ha dado la espalda; nos ha mirado con misericordia y con compasión.
Mira su misericordia para con los hijos de Israel, quienes le volvieron la espalda y se alejaron de él y lo olvidaron y levantaron otros dioses y lo insultaron adorando a ídolos. ¿Por qué no los destruyó? Sólo hay una respuesta: “para siempre es su misericordia”. Él soportó su maldad, nos dicen. Pero si quieres conocer la misericordia de Dios, mira a Cristo; mira al niño de Belén; mira la cruz. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3.16). “Para siempre es su misericordia.” ¡Sí! ¿Y cómo lo demuestra? Pues lo veremos en detalle más adelante, Dios mediante, pero lo resumo aquí como hace el salmista en estos tres primeros versículos. La misericordia de Dios se nota en que nos mire siquiera. No nos merecemos ni eso. Si recibiéramos lo que nos merecemos, seríamos destruidos. Pero Dios sigue con sus ojos puestos en nosotros y en nuestro mundo, y luego dice: “Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo y los ha congregado de las tierras…” ¡Qué perfecta presentación del evangelio!
La Redención
Dice que han sido redimidos del poder del enemigo. Eso significa que todos nos hemos visto en un estado de aflicción en este mundo. Veremos, a medida que estudiamos este salmo, que no importa si esta gente está vagando por el desierto o encadenada en la cárcel o agonizando en el lecho de muerte o dando tumbos como borrachos en medio de una tormenta en alta mar. Todos ellos “clamaron a Jehová en su angustia”. Las cosas les van mal y están angustiados. Se sienten frustrados, desesperados porque no pueden hacer nada. En su impotencia se acuerdan del Dios al que habían olvidado y claman a él pidiendo misericordia y compasión, y él los escucha y los libra de su aflicción.
Esto es algo común a todos los cristianos, y no se puede ser cristiano sin vivirlo. Los cristianos son personas que han experimentado gran angustia, que se han sentido desesperados por su condición. Entiéndeme bien; si nunca te has sentido desesperado con respecto a ti mismo, no puedo decirte que seas cristiano. Los cristianos son aquellos que se han sentido tan desesperados con respecto a ellos mismos y a su vida que no han sabido qué hacer. Como se nos dice aquí, han estado frustrados, en agonía; no han sabido dónde estaban. Han pasado nuevas páginas; han hecho propósitos de Año Nuevo; han intentado hacer el bien; han hecho más donaciones a causas nobles. Han ayunado, orado y trabajado, y aun así han seguido sin saber qué hacer. Han estado perdidos.
Y en su más completa desesperación, han clamado al Señor. Ése es el cristiano. Los cristianos son personas que lo han intentado todo, han agotado todas las posibilidades pero han visto que nada les sirve y han encontrado todo lo que buscaban en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Sienten desesperación e impotencia con respecto a sí mismos porque se dan cuenta de que no pueden ser sus propios salvadores y se deleitan al oír el mensaje de que Dios los amó tanto que envió a su único Hijo al mundo a rescatarlos, a morir por ellos, a liberarlos, a reconciliarlos con Dios. “Los libró de sus aflicciones.” Nos ha redimido: “Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo.”
A los enemigos los describiré más adelante, Dios mediante, pero todos sabemos quienes son, ¿no es cierto? Lujuria, pasión, celos, envidia, avaricia, odio, malicia, desdén, impureza, vileza, perversión. Ahí están: las cosas que nos desaniman y nos aprisionan, de las que nunca podemos salir. La persona más moral del mundo puede que sea la que el enemigo tenga agarrada con más fuerza. El enemigo la tiene bien atrapada en los grilletes de su farisaísmo, pues se siente satisfecho de sí mismo y se cree moralmente superior a los demás. Ésos son los enemigos de los que nos libra Dios.
Todos los cristianos tienen esa experiencia. No importa cuál sea su pecado o la forma que adopte, ni su temperamento, ni su nacionalidad. Si son cristianos, se han sentido desesperados y han encontrado la salvación en Jesucristo solamente. Por lo tanto, todos los cristianos pueden unirse en el mismo himno porque están alabando al mismo Dios, que es bueno, cuya misericordia permanece para siempre, que los ha redimido, sí, y los ha congregado y los ha traído a este lugar de abundancia, donde tienen una nueva naturaleza, una nueva vida, una bendita esperanza y al Espíritu Santo que mora en ellos para conducirlos y guiarlos. El Dios que les ha dado poder para vencer al pecado los ha congregado y los lleva juntos a su hogar eterno.
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