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Un, dos, un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.
Se puede interpretar, lógicamente, a velocidades distintas y también admite variaciones. Por norma general, el compás flamenco es frenético en las bulerías, sereno en las alegrías y pesaroso en las soleares. Dominarlo es una de las pruebas olímpicas que todo profesional del flamenco debe acometer.
aflamencar, aflamencamiento Algunos cantes, más que nacer en los albores de los tiempos y tener auténtica genealogía honda, surgieron como adaptación de canciones folclóricas o populares a la expresividad flamenca. Eso es el aflamencamiento. No confundir, por favor, con un proceso terrible y casi inverso que consiste en meter por rumbitas o por tangos machacones cualquier cosa que nos parezca. A eso yo le llamo desflamencamiento, y es el artículo número uno de la Constitución del Flamenquito.
Soleá de la soleá
Me asomé_a la soleá
pa ver cuál es mi futuro.
No te cuento lo que vi,
que no llores por el tuyo.
Yo quiero viví_en el campo,
regando la yerbabuena,
tu cariño por salario.
Las soleares
La soleá, soleares en plural, encierra con un bonito nombre («soledad») toda la carga dramática del flamenco. Junto a seguiriyas, fandangos y tangos, conforma la bóveda monumental del cante, la cuadratura de ese círculo que es poner voz y música a todo el dolor y la belleza que la vida encierra.
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