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Excedente de excitación que puede darse también en la niñez, tal como se produce por ejemplo en el pequeño Hans.
Lacan nombra al goce fálico que invade al niño, como goce hetero, con ese nombre destaca la extimidad de un goce que el pequeño vive como un peligro frente al cual no sabe como responder. En cambio en la pubertad, la particularidad de esta irrupción de ese quantum de excitación autoerótica, es que aparece vinculada al empuje del encuentro con el Otro sexo. Esa irrupción no solo divide al sujeto y por sí mismo lo angustia, sino que también tiene una pregnancia especial que compromete al joven a una respuesta efectiva en acto. Respuesta para la que muchas veces el adolescente no está preparado, si es que alguna vez se puede estar preparado para ello… veremos qué modulaciones tiene esto.
Esta investigación propone a la clínica de la orientación a lo real en el psicoanálisis con adolescentes, como un modo de tratamiento posible del despertar a lo real, bajo la consideración de lo que Lacan postula como lo más propio de la adolescencia. Hay un único texto en que Lacan aborda íntegramente la cuestión adolescente, es el “Prefacio a El despertar de la primavera”, se trata de un escrito a pedido de Miller para el programa de la obra teatral El despertar de la primavera de Frank Wedekind. Pieza que se estrena en París en 1974, y que se convierte en Prefacio con la publicación para Freud, quien le dedicó una reunión en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, en uno de los encuentros que realizaba todos los miércoles. (34)
Allí Lacan nos aporta desde su primer párrafo lo que considera más propio de la adolescencia planteando la irrupción sexual como despertar del sueño. Dice: “De este modo aborda un dramaturgo, en 1891, el asunto de que es para los muchachos hacer el amor con las muchachas, marcando que no pensarían en ello sin el despertar de sus sueños”. (35)
Lacan está articulando aquí dos perspectivas de lo real que se ponen en juego en la adolescencia. Una la que ya mencionamos ligada al despertar, la urgencia de una irrupción pulsional frente a la cual el sujeto no está preparado y que está vinculada al goce del propio cuerpo, goce autoerótico.
La otra dimensión de real que es propia de la adolescencia, es la pregunta por la relación sexual que no hay: “¿Qué es para los muchachos hacer el amor con las muchachas?”. Interrogante que pone en juego el malogro que caracteriza a la sexualidad humana. No hay un saber en lo real, acerca del goce sexual. No contamos los seres hablantes tal como los animales con la respuesta automática del instinto, con lo cual debemos apelar a respuestas singulares. Esta dimensión de real pone en juego a mi modo de ver la perspectiva del Goce del propio cuerpo en dirección al Deseo (o al Goce) del Otro.
Se podría afirmar que la pubertad es justamente eso, el malogro de esa articulación del Goce del Uno al Goce del Otro sexo, y como se las arregla sintomáticamente el sujeto con eso.
4. Huellas del despertar a lo real en Freud
Podemos encontrar huellas del despertar a lo real, en Freud en sus textos previos a la invención del método psicoanalítico. En la correspondencia con Fliess, aborda la causa, la etiología psicopatológica en términos de trauma sexual.
En el “Manuscrito K” plantea que el ocasionamiento de la histeria, la obsesión y la paranoia, debe cumplir “dos condiciones que sea de índole sexual y debe suceder en el periodo anterior a la madurez sexual”. (36) Lo más interesante vinculado con el despertar, de este interés freudiano por la etiología es que plantea un trauma en dos tiempos, es decir una doble causalidad del trauma. Nos habla de una vivencia sexual infantil traumática causa primera y como tal insuficiente en el desencadenamiento de la enfermedad, y de una causa segunda esta sí eficiente, vivida en la pubertad y que produce el recuerdo retroactivo de la vivencia sexual infantil. Freud es claro, lo que separa la causa primera y segunda es la pubertad, como madurez sexual.
Dice Freud: “Es que aquí se realiza la única posibilidad de que, con efecto retardado (nachträglich), un recuerdo produzca un desprendimiento más intenso que a su turno la vivencia correspondiente. Para ello solo hace falta una cosa: que entre la vivencia y su repetición en el recuerdo se interpole la pubertad, que tanto acrecienta el efecto del despertar de aquella”. (37)
El trauma como causa sexual pasada y olvidada, sigue activo aunque el sujeto no lo sepa. Con el excedente de excitación que se produce con el despertar sexual de la pubertad, ante nuevas vivencias o recuerdos que se conectan asociativamente a la escena infantil se genera un displacer nuevo, poniendo en funcionamiento la defensa bajo la forma de la represión.
La pubertad y su despertar a lo real del sexo, son en Freud causa traumática eficiente de la neurosis durante toda la primera parte de su obra y hasta el descubrimiento de la sexualidad infantil. En donde esta idea parece perder valor, dándole toda su importancia al factor traumático infantil como punto de fijación, y condición para la neurosis infantil en sí misma, al descubrir la existencia de las pulsiones parciales y la perversión perversa polimorfa del niño. Sin embargo sigue afirmando en sus “Tres ensayos” la doble temporalidad de la sexualidad, dice:
“El hecho de la acometida en dos tiempos del desarrollo sexual en el ser humano, vale decir, su interrupción por el periodo de latencia, nos pareció digno de particular atención. En ese hecho parece estar contenida una de las condiciones de la aptitud del hombre para el desarrollo de una cultura superior, pero también de su proximidad a las neurosis”. (38)
El efecto nachträglich del recuerdo traumático se sostiene en la continuidad de su obra como los muestran sus aportes en sus Conferencias de introducción al psicoanálisis y el Historial del Hombre de los Lobos. En la Conferencia 23º “Los caminos de la formación de síntomas” aporta el concepto de “series complementarias” en donde presenta una ecuación etiológica: (39)

Lo esencial de estas elaboraciones freudianas sobre la etiología de la neurosis como doble causalidad, más allá de que Freud dé relevancia mayor en un momento u otro de su obra a un acontecimiento infantil o a uno posterior a la pubertad, es que trata a ambos como acontecimientos causales. Acontecimientos traumáticos, en la medida en que el sujeto no puede darles sentido. Es más, se podría afirmar que lo que los hace traumáticos es que son acontecimientos sin sentido. Al introducir el traumatismo en dos tiempos, plantea una articulación entre el traumatismo y el sentido, llegando a decir que el acontecimiento infantil cobra valor traumático cuando puede tener sentido en forma retroactiva en la pubertad. Freud realiza desde los orígenes de su obra un interjuego en dos tiempos entre el trauma y el sentido, entre la causa y la posición subjetiva, entre el trauma y el fantasma. Entre la sexualidad infantil y la sexualidad adulta tomando como brecha la pubertad.
Entonces el despertar a lo real lacaniano tiene antecedentes en Freud, con sus aportes del despertar del sueño y el despertar sexual. Lo real del sexo, es el centro de su concepción de la adolescencia, en tanto es traumático y pensado en dos tiempos. Esto echa por tierra cualquier intento de pensar a la adolescencia como un tiempo de desarrollo en la evolución de la sexualidad normal.
Es desde la doble temporalidad sexual desde donde a nuestro modo de ver deben leerse los aportes de Freud en “Las metamorfosis de la pubertad”. Las metamorfosis del cuerpo adolescente, las transformaciones de los caracteres sexuales secundarios, deben ser pensadas como acontecimientos del cuerpo sexuado, cuerpo de goce, y no como cambios evolutivos de carácter madurativo.
En este texto Freud plantea el concepto de pubertad oponiéndolo al término adolescencia. Con este concepto da cuenta de la irrupción de lo real del sexo rompiendo con toda una tradición de escuelas evolutivas en psicología, que reducen el despertar a una etapa más en lo que llaman la continuidad del desarrollo madurativo de la sexualidad.
Los postfreudianos tanto en la línea annafreudiana como kleiniana descuidan esta discontinuidad traumática centrándose en un psicoanálisis adaptativo, o regresivo que posibilite vía la reviviscencia en el seno de la transferencia o la pedagogía posibilitar la evolución “normal” de la sexualidad. La creencia en una sexualidad genital, último escalón de la sexualidad “normal”, lleva a pensar que el amor genital es el ideal al que todo sujeto debe llegar. Pensar a la pubertad como adolescencia evolutiva, es olvidar y descuidar la importancia del real sexual traumático que se pone en juego como discontinuidad.
Freud en “Las metamorfosis…” da cuenta no solo del inicio de la adolescencia, en términos de irrupción, de despertar sino también de la finalización de ese tiempo, con la adquisición de una meta nueva, el acto sexual, como meta última a alcanzar. “La nueva meta sexual consiste para el varón en la descarga de los productos genésicos. En modo alguno es ajena (…) al logro del placer; más bien, a este acto final del proceso sexual va unido el monto máximo de placer”. (40)
Freud nos invita a pensar a la adolescencia como un tiempo lógico con un inicio y un final, que va del despertar como pubertad a una adquisición nueva, acceder al acto sexual. Tiempo lógico que incluye además del instante de ver y el momento de concluir, un tiempo para comprender.
Tiempo para comprender que implica para cada joven una preparación para alcanzar el acto sexual, preparación que supone la asunción y el consentimiento a una posición subjetiva respecto del goce: identificación a un sexo y elección de objeto. Freud propone que la elección de objeto también se realiza en dos tiempos, planteando que en la infancia se jugará esa elección amorosa con los padres según el Edipo, pero la adquisición definitiva de “la separación tajante entre el carácter masculino y el femenino se efectuará en la pubertad”. (41)
Este tiempo lógico de preparación del joven para el acto sexual implica dos momentos. Tal como nos parece nos lo hace entender Lacan en El prefacio al despertar de la primavera.
1- Por un lado Lacan siguiendo a Freud, siendo ortodoxo, plantea que este tiempo de preparación implica al inconsciente, es decir es por la vía del inconsciente como tal y de los sueños que se cifra algo del goce de un sujeto en su singularidad. “Pero ortodoxo en lo tocante a Freud –entiendo: lo que Freud dijo (…) Esto prueba al mismo tiempo que aún un hannoveriano (puesto que yo en un principio inferí que Wedekind era judío) es capaz de darse cuenta de eso. De darse cuenta de que hay una relación del sentido con el goce”. (42) Lacan, alude a que Wedekind se anticipa a Freud al articular el despertar sexual al despertar de los sueños.
Lacan nos muestra que la pregunta por la relación sexual, ¿qué es hacer el amor? será respondida por los y las jóvenes a través del saber inconsciente. Con los sueños pero especialmente con el despertar, se actualizará el fantasma sexual infantil, que brindará en el mejor de los casos representaciones imaginarias que le permitirán al joven identificarse y consentir a una posición de goce. Con esta preparación alcanzarán el acto sexual.
Parafraseando a Lacan en este primer tiempo de preparación a través del sueño y del despertar (en tanto se rompe el velo del fantasma) hay relación sexual, es decir hay soldadura entre el sujeto deseante y su posición de goce.
Si bien el fantasma se conforma en la infancia, su uso queda en suspenso hasta la pubertad. El fantasma sexual infantil tal como señala Eric Laurent pone en juego una elección de deseo, pero lo que queda en suspenso es la elección de goce, que se va a poner a prueba en la pubertad. Dice Laurent:
“La neurosis infantil es, con seguridad una elección del deseo perfectamente decidida. La neurosis como tal nos remite a una elección sobre el uso del fantasma. En este sentido es menester esperar una verificación del deseo por el tratamiento del goce que irrumpe (…) la elección sobre el uso del fantasma se decide en el après-coup de la prueba de la verificación, que no es simplemente la pubertad como maduración biológica sino como puerta abierta a una nueva dimensión de goce“. (43)
Ahora bien, muchas veces en la adolescencia se producen dificultades en la soldadura de la elección de deseo con la elección de goce, muchas veces el sujeto no consiente a su posición deseante o de goce en el fantasma produciéndose impasses, vacilaciones del fantasma, que llevan al desencadenamiento de una neurosis. (44)
2 - Por otro lado hay un segundo momento en la preparación de los jóvenes para el acto sexual, momento del no hay relación sexual. Lacan en el Seminario 22, contemporáneo a “El prefacio a El despertar de la primavera”, se desmarca de Freud declarándose hereje, criticando su creencia en el padre y en el Edipo. (45) Lacan está tratando de dar cuenta de un goce que excede el goce fálico, que es irremisible al significante y al sentido. Si bien el fantasma puede velar por la vía del inconsciente el agujero que la sexualidad cava en lo real. Hay límites. Dice Lacan: “Que lo que Freud delimitó de lo que él llama sexualidad haga agujero en lo real, es lo que se palpa en el hecho de que al nadie zafarse bien del asunto, nadie se preocupa más por él”. (46)
Hay un segundo momento en esta preparación de los jóvenes para el acto, en el que experimentan que el goce es irreductible, no hace relación. Momento en que el adolescente experimenta el goce como tal, al cual Lacan denomina goce femenino.
Dice Lacan: “Notable por haber sido puesto en escena como tal, es decir, para demostrar allí no ser para todos satisfactorio, hasta confesar que si eso fracasa, es para cada uno”. (47)
El goce es puramente autoerótico, no hace relación, no hay modo de resolver el goce innombrable por la vía de la relación al Otro, eso fracasa para cada uno, y se resuelve por la vía del síntoma.
5. Pubertad en singular. Adolescencias en plural
El término pubertad, tiene toda su pertinencia como concepto psicoanalítico tal como vimos, para dar cuenta del despertar. Alexander Stevens plantea a la pubertad como “el encuentro con un imposible” se trata del imposible de la relación sexual, imposible que puede pensarse como una interrogación, la pregunta por la relación sexual. (48) Frente a ese interrogante los jóvenes arman, uno por uno diferentes respuestas posibles y singulares. Respuestas todas de carácter sintomático. Respuestas que por ser múltiples y variadas podemos llamar en plural, adolescencias.
Se puede entonces plantear a la adolescencia como la respuesta sintomática posible siempre malograda que cada joven arma respecto a lo imposible de la relación sexual. En tanto respuesta individual tiene un margen de libertad e implica una elección del sujeto no solo en términos de estructura –neurosis o psicosis–, sino también en términos del consentimiento que puede dar el joven o no a su posición sexuada.
Además de las respuestas singulares que en tanto semblantes los sujetos pueden construir, la sociedad en sus diversos momentos históricos ofrece diferentes respuestas simbólicas posibles, es decir diferentes construcciones de la adolescencia para afrontar el trauma sexual de la pubertad.
LA ADOLESCENCIA: UN SEMBLANTE SOCIAL
Podemos afirmar que la pubertad en tanto despertar a lo real como trauma sexual, es universal y tiene existencia desde el comienzo de los tiempos. Las adolescencias como respuestas al agujero en lo real de la sexualidad, son creaciones que tienen una historia. La adolescencia como concepto social, psicológico, antropológico fue construido históricamente y como tal es un semblante.
El término adolescencia, proviene del latín adolescens participio presente de adolescere, que significa crecer, y se diferencia del participio pasado adultus, que marca el hecho de haber dejado de crecer. (49) Las dos expresiones surgen alrededor del siglo XVI, en un momentos en que la diferencia de las edades comienza a cobrar importancia en las clases sociales privilegiadas. Antes de ese siglo tener una cronología exacta y un dato preciso del año de vida de un menor no era algo importante. Será recién en el siglo XVIII y especialmente en el XIX con la instauración de la Escuela Secundaria Obligatoria, que se inventa el concepto de infancia y se pone en uso la noción de adolescencia, para dar cuenta de un tiempo en que los menores quedan al cuidado de los educadores.
En las sociedades premodernas o tradicionales los jóvenes no vivían ese largo periodo de transición cargado de conflicto, más bien pasaban de golpe de la infancia a responsabilidades adultas. En las tribus antiguas, los jóvenes no se hacían hombres por sí mismos, existía todo un artificio social, para ese pasaje o transición, los ritos de iniciación. (50) Estos ritos son un conjunto de enseñanzas orales que tienen como finalidad la modificación radical de la condición no solo sexual, sino también religiosa y social del púber. Estas enseñanzas eran transmitidas en general por miembros elegidos de la tribu como maestros. Mircea Eliade en Iniciaciones místicas plantea que en todo rito, los actos humanos tienen un modelo de legitimación religiosa o cultural proveniente de los antepasados. El rito de esta manera perpetúa y legitima los fundamentos religiosos y culturales de la tribu. (51)
A grandes rasgos las ceremonias de iniciación de la pubertad constaban de tres pasos: 1) separación de los niños de sus madres; 2) aislamiento en un campo para ser adoctrinados; 3) se somete al joven a operaciones en el cuerpo, las más frecuentes son: la circuncisión, la extracción de un diente o mechones de pelo, las incisiones o escarificaciones. También en ocasiones se les imponen actos de riesgo como saltos o salidas de caza. Luego de atravesar las pruebas, el joven se reintegra a la comunidad como un adulto, con un nombre nuevo y algún tipo de marca para ser reconocido como tal por la tribu.
Los ritos de iniciación en tanto artificios sociales constituyeron durante mucho tiempo una orientación simbólica y como tales permitían un anudamiento del cuerpo al orden social. Los ritos hacían nudo de lo simbólico, lo imaginario y lo real. El rito brindaba un saber seguro, consensuado y operatorio, que permitía a los jóvenes el pasaje de los más íntimo –la cuestión sexual– a lo público.
En las sociedades modernas el Orden simbólico se mantuvo vigente, con la constitución de la familia nuclear este pasaje a través de actos rituales comenzó a depender de la familia en sí, y del padre, como agente de una función, la castración. Era la época de una moral civilizada, en que primaba una ética del sacrificio y de la renuncia pulsional del individuo en pos del bien común. En esta época el padre encarnaba el lugar de agente que brindaba los S1 de la tradición que organizaban y ordenaban la familia, los grupos y las comunidades. (52)
La sociedad actual posmoderna, no brinda artificios simbólicos, no hay ritos que permitan hacer ese pasaje sin dudas o conflictos a la adultez. Más bien la época actual parece promover una adolescencia sin fin. La adolescencia hoy parece extenderse como un tiempo para comprender, que no alcanza nunca su punto de capitón. En la época del Otro que no existe, ningún acontecimiento simbólico socialmente marcado, brinda al joven la certidumbre de haber abandonado su adolescencia y de haberse convertido en hombre o en mujer. Ningún S1 parece tener relevancia como para oficiar de marca simbólica que de entrada al mundo adulto. Todos los S1 aparecen juntos y se licúan unos con otros: títulos secundarios desvalorizados, ceremonias religiosas indiferentes, primeros trabajos precarizados, servicio militar inexistente, hablan de una pulverización de las marcas simbólicas.
Por otro lado en la era del hiperconsumo el padre ya no es más lo que era, por dos causas: a) el avance del discurso de la ciencia que reduce al padre a lo meramente biológico (hoy no es necesario un hombre ni un padre para tener un hijo y constituir una familia) y b) el discurso capitalista, que produjo una sustitución de la ley del padre por la ley del mercado. Lo que regula las relaciones entre los hombres hoy no es la autoridad del padre o de la ley, sino el imperativo de goce, bajo la ley del mercado.
Tal como señala Miller en “Una fantasía” lo que rige a la sociedad de hoy es el discurso hipermoderno, cuya brújula es el objeto a, plus de gozar, empujando a todos al goce sin inhibiciones, desarmando la familia, desintegrando las parejas, desestabilizando todos los semblantes sociales.
Los jóvenes de hoy ya no acuden al Otro del saber al que no respetan, sino a lo que tienen en su bolsillo, sus pequeños –falsos– objetos a, los gadgets, objetos prediseñados que la sociedad capitalista ofrece. Es en Internet, a través de las redes sociales, en constante renovación –para esquivar la mirada indiscreta adulta–, donde los jóvenes canalizan su malestar, las dudas sobre su identidad, donde hacen evaluar su imagen, sus looks o sus gustos, haciéndose reconocer o rechazar, por sus semejantes, en una sociabilidad algunas veces solo virtual e imaginaria.
6. Hacia una clínica de la orientación a lo real con adolescentes
En principio habría que interrogarse porqué usar el término clínica para dar cuenta de esta investigación. Utilizamos este término siguiendo a J.-A. Miller y J. Lacan, tanto por razones políticas como epistémicas.
RAZONES POLÍTICAS
Miller formó un grupo en el año 1973, en torno a las Presentaciones de Enfermos de Lacan en el Hospital de Henri Rousselle, al que llamó Círculo de Clínica Psicoanalítica. Las presentaciones de enfermos se realizaban cada quince días, y el grupo también se daba cita alternadamente para comentar esas presentaciones. Ese grupo fue el preanuncio de la Sección Clínica de París, que fue creada por Miller y su grupo el 5 de enero de 1977, en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII. (53) La Sección Clínica representó a los jóvenes que vinieron a renovar a la Escuela Freudiana de París.
Con la disolución de la EFP, Lacan encomendó a ese grupo de jóvenes que cambiaron el psicoanálisis lacaniano y que se reunían en torno al significante “clínica”, la creación de la Escuela de la Causa Freudiana. Tal como señala Graciela
Brodsky: “El significante clínica fue la bandera, incluso la solución que esa generación encontró para hacerse un lugar entre los psicoanalistas establecidos, que tenían dificultades para orientarse una vez que Lacan se distanció del estructuralismo y de la función y el campo de la palabra y el lenguaje”. (54)
Siguiendo esta línea de renovación de la Escuela y en función de una orientación por la última enseñanza de Lacan, es que escogemos este significante clínica, de la orientación a lo real, como brújula para pensar la especificidad de lo real en el psicoanálisis con adolescentes.
RAZONES EPISTÉMICAS
Lacan no hace coincidir la experiencia de un análisis con su práctica y tampoco con la clínica psicoanalítica. La formación central de un analista pasa por la experiencia de su análisis. Lacan señala en Televisión que la práctica no tiene necesidad de ser esclarecida para operar. Ambas experiencia y práctica pueden permanecer en la obscuridad del consultorio, o pueden ser interrogadas e iluminadas por la clínica respetando la opacidad de lo real. Lacan afirma en la Apertura a la Sección Clínica de París, “la clínica psicoanalítica debe consistir no solo en interrogar el análisis, sino en interrogar a los analistas, a fin de que den cuenta de aquello que su práctica tiene de azarosa, que justifique a Freud haber existido”. (55)
Lacan hizo de la interrogación sobre la experiencia de un análisis lo propio de su enseñanza, al crear el dispositivo del pase. Por su intermedio y a través de él se interroga al analizante (no al analista) acerca los impasses de la experiencia de un análisis, que llega hasta el final.
Lacan conmina a los analistas a que den razones de su práctica, los invita a una enunciación sostenida en un saber precario, saber inconsciente, saber que hizo valer Freud como certeza de lo real en los bordes del olvido.
La clínica psicoanalítica en términos de Lacan debe interrogar a la experiencia de un análisis, es decir al psicoanálisis puro a través del dispositivo del pase y a la práctica del analista, o sea al psicoanálisis aplicado a la terapéutica.