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Durante el Periodo Preclásico (1500 a.C. a 200 d.C.), los mayas desarrollan la agricultura y construyen poblados. Los lechos de los pantanos y los ríos de las tierras bajas selváticas proporcionan el material fértil para productos de elevada producción como maíz, cacao, chile, tomate, chayote, henequén, tabaco, mamey, papaya, aguacate y algodón. Los ríos Hondo (Belice), Usumacinta –nace en Guatemala– y Grijalva –emana en la meseta central de Chiapas– proporcionan el acceso al mar mediante canoas. Esta cuenca de los ríos Usumacinta Grijalva tiene una superficie de 32.760 kilómetros cuadrados y recibe la mayor cantidad de agua de México.
Los primeros mayas
El área maya fue poblada hacia el 11000 a.C. por pequeñas bandas de cazadores-recolectores. Tras un proceso evolutivo, en el que interviene un cambio climático, los hombres alteran su tecnología y organizan su sociedad. Se convierten en agricultores y domestican plantas; otros grupos se adaptan a las costas y recolectan alimentos en los esteros y el mar. Desde tiempos remotos, por este territorio se asientan numerosos grupos, cuyos restos materiales provienen entre otros de Chiapa de Corzo, Tonalá, Izapa, Mazatán, Padre Piedra, Santa Rosa, en Chiapas; Kaminaljuyú, El Baúl, La Victoria, Zacualpa, Uaxactún, Champerico, en Guatemala; playa de Los Muertos, Yojoa y Cobán, en Honduras; Barton Ramic, Benque Viejo y Mountain Cow, en Belice; Santa Rosa Xtampac, Edzná, Xicalango y Tixchel, en Campeche. Cenote Maní, Yaxuná, Dzibilnocac, Holactún, Dzibalchaltún, y otros, en Yucatán; Cobá, en Quintana Roo, y Balancán, en Tabasco.
La evidencia lingüística de que estos hombres son mayas, proviene de los inicios del Preclásico. Se establecen los patrones básicos de la civilización, con sistemas agrícolas, poblados sedentarios e introducción de la cerámica. Según lingüistas como Campbell y Kaufman, citados por Soustelle, los antiguos olmecas habrían hablado la lengua zoque, confinada en la actualidad a ciertas zonas montañosas de Oaxaca. Ese pueblo zoque se habría incrustado como una cuña en la masa premaya, empujando a dos fracciones, una hacia el norte de Yucatán y otra hacia el sudeste por Guatemala. Según Alfonso Toro, la lengua maya “es aglutinante”: los monosílabos, que son muy abundantes, no se alteran al reunirse para formar nuevas palabras, sino que se modifican por medio de afijos y sufijos. La lengua “es gutural, abundante en vocales y onomatopeyas” y se expresan en ella “toda clase de ideas, debido tanto a su riqueza cuanto a su facilidad para formar nuevos vocablos”. El maya tiene verbos y palabras para expresar acciones y cosas “que no tienen correspondencia en español”. Su diccionario contiene más de treinta mil voces.
Desde el punto de vista lingüístico, el territorio maya parece un bloque homogéneo. Jacques Soustelle compara las semejanzas en Europa entre el italiano, el francés o el español, con el tronco del latín, y los dialectos del chol, el tzeltal y el tzotzil de Chiapas, el quiché, el mame, el cachiquel de Guatemala o el chorti de Honduras, con el maya de Yucatán. A excepción de la lejana rama huasteca desligada del tronco maya hace tal vez unos tres mil quinientos años y establecida en el noreste de México, todos los indios que hablan maya se concentran en la parte de la América Media.
Sobre la naturaleza de la lengua maya, Tozzer admira la “unidad geográfica” de los pueblos mayas: “parecen haberse contentado con permanecer largo tiempo en un mismo lugar y es evidente que no tenían por costumbre establecer colonias en regiones distantes del país”.
Los grupos que finalmente ocupan el territorio maya, puntualiza Piña Chan, se parecen por cultura y lengua a los primeros pobladores de la Costa del golfo, los cuales desde 1800 antes de la era, comienzan a extenderse de Pánuco hasta Centroamérica, “desarrollando variantes regionales e interrelacionándose e influyendo algunas sobre otras, como sucedió con los olmecas en tiempos tempranos”. Esto explica la relación lingüística de huastecos y olmecas.
Es una época de influencia olmeca que deja por el Sur, rastros de vida compleja, una ideología y una organización a base de centros (montículos, estelas y altares grabados, sistema de escritura y calendario). En las Tierras Bajas, en una evolución autóctona, aparecen los primeros centros jerarquizados, aunque existe menor complejidad. Antes de nuestra era, allá por el año 400, los antiguos mexicanos estratifican la población de manera que hubiera especialistas económicos y políticos de tiempo completo y que tales hombres “tuvieran acceso preferente a las riquezas que el grupo producía u obtenía por cualquier medio”, escribe Miguel Rivera Dorado en Luces y sombras de la civilización maya.
¿Eran premayas los que poblaron Tikal y Uaxactún que cultivan maíz y usan cerámica monocroma en la época Preclásica, entre los años 800 y 600 antes de nuestra era? Es imposible asegurarlo pero Eric Thompson lo cree así, por las figuras de barro cocido que muestran formas de cabeza y nariz “típicamente mayas”, y por el único cráneo más o menos conservado y descubierto en Uaxactún, que “es extremadamente branquicéfalo”.
En el Preclásico Temprano (2000-1000 a.C.) los pequeños poblados más importantes son los de Cuello (Belice), Maní y Cueva de Loltún (Yucatán), Altamira (Chiapas), Ocós y Salinas La Blanca (Costa del Pacífico de Guatemala). Al final del periodo hay asentamientos en Ceibal y Altar de Sacrificios, en la selva del Petén. En el Preclásico Medio (1000-400 a.C.), como producto de transacciones comerciales en la zona del Pacífico, entre las que destaca la jadeita, aparece la escultura monumental y la escritura, en Padre Piedra (Chiapas), Abaj Takalik (Guatemala) y Chalchuapa (El Salvador). En el Preclásico Tardío, que María Josefa Iglesias sitúa entre el año 400 a.C. y el 100 d.C., se perfilan “con mayor claridad” los rasgos que definen el Periodo Clásico, reflejados en Tikal y el Mirador, en Guatemala, o en Cerros y Lamanai, Belice, donde surgen ya grandes plataformas sustentando templos –que indican una marcada tendencia religiosa–, enterramientos de élite –síntoma de jerarquización social– y calzadas entre los edificios.
Si se modifica levemente el periodo del Preclásico tardío (300 a.C. a 300 d.C.), se observa que mientras se potencia la cultura de élite en el Sur, surge en las Tierras Bajas una iconografía a base de grandes mascarones de estuco colocados en los basamentos de los templos, que son fiel reflejo del poder de los reyes, que se sitúan en el centro del universo interfiriendo en la órbita del Sol y de Venus; se inicia una arquitectura pública monumental en torno a la cual se organizan los centros. Hacia el final del Preclásico algunos sitios del sur como Abaj Takalik o Chalchuapa, decaen en beneficio de la región de Petén, donde ciertos núcleos inician un período de poder sin precedentes: El Mirador, Tikal, Cerros, Lamanai y Uaxactún. Algunos de ellos, sin embargo, decaen. María Josefa Iglesias cree que entre el año 100 y el 250 d.C., hay una etapa de “indefinición” en la historia maya. La decadencia y el cambio habrían nacido de la catastrófica erupción del volcán Ilopango, en El Salvador, que despuebla una amplia zona en su entorno, y causa la emigración de grupos supervivientes “con sus variaciones culturales correspondientes”.
La sociedad primitiva
Los antiguos mayas acostumbran deformar el cráneo de los recién nacidos para obtener una frente aplanada que casi se confunde con el plano de la nariz, como se observa en muchas figurillas, estelas o pinturas. Practican la bizquera intencional y la escarificación principalmente en la cara, “como ideal estético”, como rasgos de nobleza o alcurnia “para distinguirse de otros pueblos”, según Román Piña Chan. “Los mayas son de mejor figura que el resto de los indígenas, de mediana estatura, recios, de brazos muy largos, de cabello negro y poseen por lo general gran fuerza muscular. Branquicéfalos, sus índices cefálicos son los más altos de todos los de las tribus aborígenes del sur de México. La frente es ancha, los pómulos salientes, la nariz aguileña y la mirada audaz”, escribe Alfonso Toro. Para Sylvanus G. Morley, “el color de los mayas es de un vivo pardo y cobrizo; las mujeres, por regla general, son ligeramente más oscuras que los hombres”. Afirma que el trazo de ciertas líneas de la palma de la mano de los mayas modernos y el de los chinos se parecen tanto entre sí “que indican un grado notable de semejanza racial”.
Evolucionan de una sociedad aldeana a una sociedad teocrática y posteriormente militarista. En la primera etapa, gobiernan la comunidad “jefes de prestigio” gracias a su experiencia y edad. Organizan el trabajo comunal y deciden qué conviene a la sociedad tribal. En la etapa teocrático, aparece un grupo social que basa su poder en la religión para obtener tributos de la masa campesina y artesanal incipiente. De ahí surge una sociedad estratificada con jerarquías sociales y funciones específicas “en la que ya existía la desigualdad y la explotación de unos pocos sobre muchos“, estima Piña Chan.
Este tipo de sociedad militarista se agudiza y trae como consecuencia afanes guerreros, conquista y comercio. Así se fundan los grupos en el poder, como se observa durante las etapas Clásica y Posclásica. En resumen, la estratificación muestra una sociedad divida en clases: en la cúspide, la clase minoritaria, nobles, señores y sacerdotes; en la parte inferior, los mercaderes profesionales, un estrato intermedio entre los nobles y la gente común, según Alberto Ruz Lhuillier. La gran masa por debajo de los anteriores y, aún más abajo, los esclavos, prisioneros de guerra, carne de cañón para los sacrificios humanos. La civilización maya se sitúa en el tiempo desde fines del siglo III de nuestra era, hasta la conquista española. Las fechas extremas que se admiten en esta tesis son, para el principio, el año 292 grabado en la estela más antigua de Tikal (Estela 29) y, para el fin, el año de 1541, cuando los conquistadores se apoderan de Yucatán. En suma, la historia maya empieza en Diocleciano y termina con Felipe II. El principio en Tikal, donde aparecen los primeros mayas, por la muestra desde el siglo I, de la bóveda falsa o de piedras saledizas, tan característica de la construcción maya. Y el fin de este mundo, en la ciudad lacustre de Tayasal, a unos treinta kilómetros de Tikal, donde se registra la muerte de una de las grandes civilizaciones de la humanidad, en palabras de Soustelle. Principio y fin en la selva del Petén.
Los mayas, sin embargo, no se rinden con facilidad.
La transición
“¿Cuál fue el momento preciso en que el cachorro se convirtió en perro, el gatito en un felino mayor?”
J. Eric Thompson
La ruta del Soconusco
La sociedad maya que se empieza a desarrollar en la época Protoclásica toma nuevos derroteros, antes de alcanzar el periodo histórico más importante: la época Clásica, entre 250 a.C. y poco más allá del año 900 d.C. Es una fase que se define por la utilización de los textos escritos, la arquitectura abovedada y la cerámica polícroma. Desde un punto de vista iconográfico, se destaca el desplazamiento de los grandes mascarones con los rostros del Sol y Venus por estelas y altares tallados con las imágenes de los gobernantes, que inscriben textos en los que sancionan la legitimidad de su poder y los acontecimientos más relevantes de su mandato. La civilización maya halla en este lapso su máximo esplendor, que continúa más allá del Clásico, antes de la conquista española.
Antes de llegar a esa fase, tras la etapa protomaya, en torno a los cuatrocientos años antes de la era y después de Cristo, los mayas pasan por una “transición” que se puede fechar en torno a los 200 años a.C. y los 250 d.C. Esta etapa ya caracteriza a la región como propiamente maya. Lo maya no denota una entidad homogénea y unitaria, sino una pluralidad de pueblos pertenecientes a una macrofamilia lingüística. Si bien los especialistas distinguen arqueológica y etnográficamente entre los grupos mayas por las regiones en las que habitan, la división de esta dicotomía vertical también representa una pluralidad de pueblos y prácticas. Los arqueólogos John E. Clark, Richard D. Hansen y Tomás Pérez Suárez, puntualizan que la mayor parte de la divergencia en el lenguaje maya ocurre después del Clásico.
Así, Chiapa de Corzo (Chiapas) se distingue por una cerámica roja, pulida, marrón y negra pulida, bayo y rojiza burda, negra con borde blanco pintado y vasijas bicromas; en arquitectura, se usa el adobe y la piedra cortada, la plataforma y la balaustrada. Este tránsito va de 250 a 0 a.C. Hasta el año 100, las vasijas son tetrápodos con soportes mamiformes, con efigies, tienen una capa de estuco y se pintan al fresco; hay vasijas con vertederas. Su arquitectura tiene plataformas revestidas de piedra, habitaciones con techos planos y paredes de mampostería, basamentos y tumbas con ofrendas. Dice Piña Chan que los entierros pueden ser flexionados o secundarios, tienen cerámica, grandes cuchillos de obsidiana, ornamentos y huesos humanos con bajorrelieves. Hacia el año 250 d.C., y sin salir de esta zona, los mayas hacen una cerámica negra con bordes blancos, roja pintada de negro-naranja veteada, rojo oscuro pulido, crema con manchas negras y roja amarillenta; sus vasijas tienen rebordes labiales y basales montículos de tierra y entierros dentro de ellos.
Por otro lado, desde el Formativo Temprano, los ríos San Isidro y Grijalva ponen en contacto la costa del golfo de México con Chiapas y con ella, el paso de una de las regiones mesoamericanas más ambicionadas durante la etapa prehistórica, y a partir de la región del Soconusco, por la costa hasta Guatemala. En la costa Pacífica de Chiapas, en un lugar conocido por Tonalá, aparecen monolitos con influencia olmeca, estelas lisas, cerámica, y estructuras de piedra cortada “que pueden corresponder a esta etapa transaccional a la cultura maya”. En Izapa aparecen montículos de tierra y construcciones con revestimiento de cantos de río, lápidas y monolitos con bajorrelieves de fuerte influencia olmeca que penetran por la costa en Guatemala. En Kaminaljuyú, en los barrios occidentales de la moderna ciudad de Guatemala, la fase Miraflores se distingue por la faceta cívico-religiosa, con plataformas y basamentos de tierra recubiertos con lodo, en los cuales se asientan edificios hechos de materiales deleznables. Las construcciones ya se alinean o agrupan alrededor de plazas rectangulares: anuncian el patrón de centro ceremonial típicamente maya. Hay ricas ofrendas, de hueso, concha y jade, espejos de pirita, máscaras en mosaico de jade, vasos con incisión fina, platos, trípodes con anillo basal, vasijas estucadas, pintadas al fresco, figurillas con ojos perforados, o cerámica blanca.
Inicio del urbanismo
Poco a poco, el progreso se expande y los mayas perfeccionan su tecnología. Aumenta la población. Este fenómeno incrementa la complejidad social y crecen las zonas urbanas. En Tikal se confirma una larga ocupación que arranca desde los tiempos preclásicos, cuando menos desde 700 a.C. En Yucatán hay cerámica y subestructuras de esta época, en sitios como Chichén Itzá, Mayapán, Dzibilchaltún, Kabáh, o Sayil. Eso indica, según Piña Chan, que los mayas “establecen algunos rasgos que pasan a integrar la tradición propiamente dicha maya durante el Clásico Temprano”. Y más aún, el desarrollo cultural presenta estructuras arregladas en torno a plazas rectangulares, plataformas para habitaciones y basamentos escalonados y montículos para templos. Se adornan las escalinatas con mascarones estucados que soportan templos hechos de bajareque o de mampostería. Este fuerte aroma de influencia olmeca que se aprecia en toda la región a partir de la expansión que sale de Chiapas y llega a Guatemala, da pie al inicio del urbanismo y caracteriza a los centros ceremoniales mayas del Clásico Temprano: entre otros, Tikal, Uaxactún, Piedras Negras, Chiapa de Corzo, Izapa, Kaminaljuyú, Dzibilchaltún, Altar de Sacrificios, Holmul o Mayapán.
Ciudades como Tikal, Uaxactún, Nakbé, Ceibal y Altar de Sacrificios en el Petén; El Mirador y Lamanai en Belice, Kaminaljuyú en el Altiplano; Abaj Tabalik en la Costa Sur o Dzibilchaltún, y Komchén en Yucatán, constituyen algunos ejemplos de este tipo de arquitectura monumental. Realizan este trabajo miles de personas con “la necesaria coordinación de especialistas”. Así se levanta El Tigre, en El Mirador, con sus 55 metros de altura; la estructura II de Calakmul, de la misma altura; la acrópolis norte de Tikal; la pirámide de 33 metros de Lamanai; el foso defensivo de dos kilómetros que encierra a Becán, y el muelle y el canal de Cerros. Sin embargo los centros yucatecos como Dzibilchaltún y Komchén no alcanzan tales dimensiones en sus edificios públicos. Algunos de estos lugares se abandonan “misteriosamente” a finales de este periodo de la historia maya. En cambio, otros como Tikal, crecen y se desarrollan con gran esplendor y magnificencia. En torno al año 300 d.C., con el inicio del Periodo Clásico Temprano, Tikal domina en las Tierras Bajas. Si bien en las tierras bajas centrales los templos se decoran con grandes mascarones de estuco y entre las imágenes, el Sol y el planeta Venus, más al Sur, en Izapa y Abaj Takalik, esta “pasión por la naturaleza” se moldea en estelas y altares de piedra.
Austin y Luján afirman que el estilo, la temática mitológica y las anotaciones de cuenta larga plasmadas en los monumentos de Izapa y Abaj Takalik inducen a muchos investigadores a creer que ambos centros son una suerte de eslabón entre la tradición olmeca y la maya. “Desde esta perspectiva –añaden ambos– las concepciones ideológicas del mundo maya habrían tenido su origen en las costas del Pacífico próximas a la actual frontera entre México y Guatemala”.
A efectos de dejar muy clara la incidencia del entorno geográfico, para el desenvolvimiento de la civilización maya, anotemos la erupción del volcán Ilopango en el año 100 d.C. El estallido del volcán, como sucede con el Xitle en la cuenca de México, ocasiona corrientes migratorias.
En el terreno del arte, hay un fuerte estilo arcaico de influencia olmeca. Las tumbas son de adobe con techos de lozas calizas, tienen paredes estucadas y pintadas con figuras humanas y jeroglíficos; hay restos de cremación, entierros de decapitados y se usa el cinabrio y la pintura verde sobre los muertos, acompañados de suntuosas ofrendas. En varios lugares de Chiapas hay lápidas o estelas con bajorrelieves: representan personajes con rasgos “olmecoides”, individuos esqueléticos, escenas de decapitados, personas que comercian bajo una ceiba, animales como el cocodrilo y otros seres monstruosos relacionados tal vez con la tierra. Este estilo chiapaneco basado en lo olmeca llega al Departamento de Escuintla y consigue ciertas variantes “con fuertes rasgos olmecoides”, figuras de seres humanos rechonchos, lápidas que representan figuras humanas, animales, esqueletos, calaveras, volutas de la palabra, jaguares “y continúan en el Clásico Temprano en varios sitios de esa zona”. De Escuintla se derivan las cabezas de jaguares esquematizados de El Salvador y las esculturas con pedestales y espigas de Nicaragua y Costa Rica, mientras que en los Altos de Guatemala continúa el estilo en algunas lápidas y estelas de Kaminaljuyú y otros lugares, de donde pasa a tierras bajas del Petén guatemalteco.
Piña Chan establece que en esta transición hacia el Clásico, el adelanto cultural es evidente, con grupos organizados con capacidad para construir templos, plataformas, habitaciones, santuarios y otras estructuras menores; hay un sacerdocio incipiente, nobles y señores de importancia, artesanos especializados, agricultores, o comerciantes y “a un paso de la organización teocrática que caracterizará a los mayas del Clásico”. Con esta división de clases se levantan las primeras construcciones para conmemorar la aparición del sol en los equinoccios y en los solsticios. Como el acceso a los bienes económicos y al poder político no está al alcance de toda la población, se entiende que los nobles y sacerdotes explotan al resto en su beneficio. Entre los edificios, se construyen también residencias palaciegas techadas con bóvedas de piedra. Estos centros ceremoniales están dominados por la clase dirigente, mientras que el resto de la población vive en sencillas chozas diseminadas en el entorno. A pesar de que los grupos son básicamente agrícolas, se observa ya en este curso un comercio intensivo entre el Petén y los Altos de Guatemala, entre las Tierras Altas y la costa del Pacífico.
Hacia el año 250 d.C., muchos sitios en la región alcanzan el urbanismo, el culto a las estelas y los altares, la cerámica policroma, el conocimiento del calendario, la escritura y la numeración de puntos y barras, la pintura al fresco, las prácticas funerarias y otros logros culturales “que anuncian el advenimiento de lo maya clásico”. Sólo falta, dice Piña Chan, el arco falso o bóveda salediza y el culto formal a las estelas, ya dentro del estilo maya, “cosa que ocurre entre 250 y 300 d.C., ya que la más antigua de Tikal se fecha en 292 d.C.”.
La cuenca de El Mirador
El trueque a larga distancia de obsidiana, jade y conchas marinas también está en su mayor apogeo. La distribución de los principales centros, su organización interna y arquitectura, “dan la impresión de una era de prosperidad y de creciente interacción socioeconómica”, coinciden E. Clark, D. Hansen y Pérez Suárez. Y en el principio de estos movimientos, la defensa “parece haber sido de poca importancia al elegir la ubicación de las capitales”. Hay una “despreocupación por la guerra” y por los ataques de comunidades vecinas, porque la mayoría de los centros se sitúan en lugares abiertos “que hubieran sido en extremo difíciles de defender adecuadamente”.
Sin embargo para el final del Preclásico Medio (350 a.C.), muchos centros en Chiapas se transforman y los que están en construcción parecen frenarse en Chiapa de Corzo; los cacicazgos a lo largo del río Grijalva se abandonan entre el 400 y 300 a.C. Pero hacia el 200-100 a.C, se fundan pequeños sitios en emplazamientos diferentes “y más fáciles de defender”. Siguiendo a Bryant y Clark, en Los primeros mayas precolombinos, es posible que los grupos mayas que se expanden hacia Chiapas, provenientes de las Tierras Bajas, causen el derrumbe de las capitales zoques a lo largo del Grijalva. Aunada al crecimiento del norte del Petén sobre el desarrollo de grandes ciudades en la cuenca de El Mirador, interpretan la intromisión en Chiapas como evidencia de un sistema de estado expansionista en las Tierras Bajas para el 300 a.C. Para entonces, la parte central del área maya está densamente poblada.
Algunos autores explican el desarrollo de El Mirador, a partir del punto geográfico que ocupa, en la cuenca central del Petén, con el Norte seco en Yucatán y al Sur la región boscosa de las montañas de Guatemala, al Este Belice y al Oeste, Chiapas, con sus regiones montañosas y agua abundante en la superficie. La cuenca de El Mirador se define como una hondonada poco profunda, en el extremo Norcentral del Petén, que drena hacia el Noroeste como parte del sistema del río Candelaria. El área está rodeada por escabrosas formaciones de tierra caliza y, en general, lo suficientemente atractivo para los primeros mayas “debido a la gran variedad de recursos animales y vegetales de estos hábitat pantanosos y a la mayor disponibilidad de agua en la superficie durante casi todo el año, en un medio ambiente por demás seco”. Así se desarrollan, en torno a El Mirador, Nakbé, Tintal, Wakná y otros puntos durante el Preclásico Medio, ya florecientes en aquella época. Los individuos que aparecen en sus estelas tienen atuendos reales o divinos. Fuera de la cuenca destacan por su arquitectura de gran tamaño, Tikal, Uaxactún, Río Azul y Yaxuná. Los dos individuos retratados a cada lado de la Estela 1 de Nakbé, nos dicen Clark, Hansen y Suárez, “pudieron haber representado a los heroicos gemelos míticos (Hunahpú y Xbalanqué) descritos en el Popol Vuh y retratados frecuentemente durante el Clásico en vasijas policromas mayas”.
La región y en la mayoría de las Tierras Bajas, la cerámica es más uniforme y desde el punto de vista arquitectónico, espectacular, con edificios colosales sin precedentes, jamás erigidos en el territorio maya. La pirámide Danta se construye sobre dos plataformas superpuestas; su cima se halla a unos 70 metros sobre la primera plataforma. Es una etapa que va del 300 a.C. al 100 d.C. Estas construcciones públicas de gran tamaño jamás son igualadas. Aparece en esta época por primera vez la forma arquitectónica trina. A ambos lados de las escaleras en las fachadas de las pirámides, se construye arte arquitectónico de gran escala, “con imágenes de máscaras de deidades de varios metros de alto”. Junto a ese fenómeno, el uso del estuco es otra de las innovaciones de esta fase “y se convirtió en el principal medio para el arte monumental”.