Heredera por sorpresa

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—¡Creo que la serie hizo un buen trabajo! Al menos no retrató a Wu Zetian como una ramera de la corte sin corazón que mató a su propia hija para inculpar a una rival.
La mujer que pasa junto a mí en la acera me mira alarmada. Le dedico una sonrisa que dice: «De verdad, soy una persona totalmente normal que solo está hablando de rameras de la corte y de infanticidios en una calle pública muy concurrida». La mujer se apresura sin mirarme a los ojos. Bajo la voz:
—Pensé que apreciarías una representación de Wu Zetian como una madre que llora el asesinato de su hija en lugar de una emperatriz sedienta de sangre.
—Por favor —responde mamá con desdén—. ¡Hicieron que Wu Zetian pareciera una inocente enamorada que dejaba que todos la pisotearan! Esa chica no podría haber dirigido una casa, ni mucho menos un país entero.
Coincido con ella. La emperatriz Wu no fue la única mujer gobernante de China por ser la damisela en apuros que La emperatriz de China muestra. Aun así, la experiencia me recuerda que no debo darle la razón en una discusión.
—Mira, solo digo que Fan Bingbing nos mostró a una Wu Zetian mejor que la que nos dieron los historiadores masculinos de la corte.
—La serie solo cambió un detalle incorrecto por otro que también lo era, lo cual no la hace mejor. —Así que ¿ahora mi madre pretende saber lo que sucedió en la época de la dinastía Tang? Eso solo demuestra, una vez más, lo cabezota que puede llegar a ser. Mi madre es la persona con más fuerza de voluntad y determinación que conozco. Por eso habla un inglés casi perfecto, a pesar de que llegó a Estados Unidos ya en la edad adulta—. Además, no me gustan las ideas que te ha dado esa serie.
—¡Lo que realmente quieres decir es que no apruebas nada que me inspire a ser actriz! ¡Quieres que sea doctora, abogada o algo similar!
De acuerdo, reconozco que es una acusación injusta. Mi madre nunca me ha presionado para que me matricule en una carrera concreta. Además, tampoco se podría decir que su propia formación en Historia del Arte sea un camino convencional hacia el éxito.
—¿Quieres ser actriz? ¡Muy bien, sé actriz! Pero ¡actúa con cabeza y ve a la universidad primero! ¿Crees que llegué a ser directora de un museo porque vi un cuadro y me «inspiré» de la nada? —Toma aire de forma audible—. Pero no se trata de que quieras ser actriz. Es que no me gusta esa serie. ¡Luan qi ba zao! Te llena la cabeza de tonterías. ¡Kai wan xiao!
Ahora sé que no está diciendo la verdad. Acaba de utilizar sus dos insultos más mordaces. Luan qi ba zao, que significa «desordenado y caótico», y lo emplea en ocasiones para referirse al estado de mi habitación. Kai wan xiao, que quiere decir «tienes que estar de broma», está reservado para los precios demasiado altos. Nunca ha utilizado ninguna de las dos frases para describir algo artístico. Uno pensaría que mamá, como directora de un museo, sería una esnob en lo que a arte se refiere, pero es todo lo contrario. No le gusta criticar ningún tipo de arte, y mucho menos a sus queridos dramas chinos. Por eso sé que el verdadero problema está en que yo quiera ser actriz.
—¡La serie no es una tontería, y lo sabes! ¡Y tampoco lo es que aspire a ser actriz!
Ella ignora mi arrebato:
—¿Ya tienes un trabajo?
Mi silencio responde a su pregunta, y añade con tono suave:
—Podemos darte qian para el alquiler.
«Dinero». En el fragor de nuestra peor pelea, mamá juró que no me apoyarían si no iba a la universidad este otoño, pero debería haber sabido que al final se retractaría de su amenaza. Estoy segura de que no le ha resultado fácil dejar atrás su orgullo de esa manera, pero yo también tengo el mío.
—No, gracias.
Ella suspira:
—Tu padre creció en la pobreza, ¿sabes?
Parpadeo sorprendida. Mis padres nunca hablan de su pasado.
—Está muy preocupado por ti —admite mamá—. Delun —eleva el tono de voz—, ¡ponte en la otra línea y dile a nuestra hija lo mucho que te preocupa!
Mis padres son las únicas personas que conozco que todavía tienen un teléfono fijo además de sus teléfonos móviles.
—Mamá —gimoteo. Lo último que quiero es tener una conversación con papá sobre su preocupación por mí. Hablar de sentimientos siempre le hace sentirse incómodo.
De fondo, escucho que dice:
—Lei, no es necesario.
Mamá lo ignora y añade:
—No quiere que tengas que preocuparte por si podrás comer o encontrar un lugar en el que vivir como le pasó a él. Ahora se pone al teléfono papá.
«Vale. Allá vamos».
Papá coge el teléfono:
—¿Cómo va tu economía, Gemma?
Así es papá, directo al grano. Pero, en su idioma, «¿cómo va tu economía?» significa, más o menos, «te quiero». Además, a diferencia de mamá, él nunca hace amenazas de manera impulsiva que después vaya a contradecir. A él tampoco le gustó que aplazara mi acceso a la universidad, pero no me amenazó con quitarme la ayuda económica.
—Bien —miento.
—Hao.
—Estoy bien —repito.
Se produce un silencio incómodo.
Mamá interviene y me rescata:
—¡No está bien! —Bueno, más o menos.
—Lo estoy, mamá, de verdad. Papá y tú no tenéis que preocuparos por mí. —Hago una pausa—. No sabía que papá había crecido en la pobreza. ¿Tú también?
Mi padre hace un ruido ahogado y oigo el clic del teléfono que indica que ha colgado.
—No —responde mamá—, pero no tenía nada comparado con todo lo que he conseguido hasta ahora. ¿Sabes por qué? —«Aquí viene: porque trabajé duro y porque fui a la universidad». Pero mi madre es demasiado inteligente para hacerlo tan obvio—. Porque tu padre y yo nos tenemos el uno al otro, y te tenemos a ti. Solo quiero lo mejor para nuestro bao bei.
Ahora ha sacado la artillería emocional pesada. Cuando era pequeña, mi madre me llamaba bao bei, que significa «tesoro». Y, en caso de que eso fuera demasiado sutil, mi padre se refería a mí como «Gem» para abreviar. Soy su gema, su tesoro; lo entiendo. No me siento presionada en absoluto.
—Crees que irás a la universidad después de este año «sabático» —asegura—, pero sé lo que es ser joven e impulsiva. Es muy fácil distraerse de lo importante y, créeme, te arrepentirás durante el resto de tu vida si pierdes de vista lo que merece la pena de verdad.
Esta mujer está desaprovechada como directora de museo; podría impartir lecciones de teatro.
Alzo la voz para que se me escuche por encima del estruendo de los coches que circulan a toda velocidad a mi lado y digo:
—Sé lo que es importante para mí, y es actuar. No es una decisión impulsiva ni una distracción. ¡Es mi vocación!
—No te pido que dejes de actuar. ¡Solo digo que primero vayas a la universidad para que tengas otras opciones! ¿Cuánta gente se gana de verdad la vida con la interpretación?
«Es hora de cambiar de táctica».
—Sara Li se tomó un año sabático, y su madre no se lo echó en cara.
Esa pobre chica necesitaba un año sabático tras haber soportado interminables bromas sobre su nombre desde la escuela primaria. Hasta el día de hoy, Sara Li no puede mirar un postre helado sin estremecerse.
Por una vez, mamá permanece impasible ante la mención de la hija de su mejor amiga.
—No tienes que ser como Sara Li.
«¿De verdad?». Toda mi vida he oído a mamá hablar de la perfecta Sara Li, ¿y ahora me dice que no necesito ser como ella? (Si Sara no fuera mi amiga, la odiaría).
Luego, cae en su costumbre de adorar a Sara Li y añade:
—Además, Sara Li se matriculó en Harvard. —Es como si mamá no pudiera contenerse.
Aprovecho lo que acaba de decir:
—E iré a la universidad el próximo otoño, como hizo Sara después de su año sabático. ¿Estarías más contenta si hiciera lo mismo que Sara durante su año sabático? —«Oh, no, no vayas por ahí, Gemma», pero mi estúpida boca es más rápida que mi cerebro—. ¿Ir a Pekín?
Se hace un silencio glacial al otro lado de la línea y se me seca la garganta.
A lo largo de los años, he elaborado un montón de teorías descabelladas sobre por qué mi madre no quiere que vaya a Pekín. Un pretendiente a quien rechazó convertido en acosador. Un pasado criminal. La mafia china (si es que existe tal cosa) le ha puesto precio a su cabeza. O, tal vez, solo piensa que el aire no es saludable. De vez en cuando, dejo caer una teoría con la esperanza de sorprenderla para que se le escape algún detalle, pero nada ha funcionado hasta ahora. Con el tiempo, aprendí a dejar de insistir. Para ser una mujer a la que le encanta hablar, a mi madre se le da increíblemente bien el «trato silencioso». Aunque no suele usarlo conmigo. Solo cuando le pregunto sobre Pekín o sobre su familia.
Sara Li tiene una hermana, abuelos por ambas partes y un montón de primos, tíos y tías. Algunos viven en Estados Unidos, otros en Taiwán y otros en China, pero lo importante es que los tiene. Lo cierto es que nunca he sentido envidia de sus notas ni de sus premios, pero sí que estoy celosa de su familia, llena de hermanos y parientes. Yo no tengo a nadie más que a papá y mamá, por eso sospecho que la razón por la que no puedo ir a Pekín no tiene nada que ver con acosadores, delincuentes, la mafia o la contaminación del aire.
Tiene relación con la familia de mamá.
Papá, al menos, habla de la suya… o de la ausencia de ella. Es huérfano. He intentado preguntarle a él por qué no puedo ir a Pekín, pero eso tampoco funciona. Papá no permanece en silencio como mamá, pero sí que me mira con los ojos muy abiertos, con pánico, y me otorga un confuso «habla con tu madre» mientras huye de mí.
Por fin, mi madre habla:
—Haz lo que quieras con tu vida —añade con frialdad—. Pero no pongas un pie en Pekín. No tienes ni idea de lo que pasará si lo haces.
Repite lo mismo en un chino lento y preciso. Luego cuelga.
Se me forma un nudo en el estómago. Aquí estoy, de pie, sola en medio del boulevard Washington después de haber fracasado en un casting.
Y ahora me siento aún peor tras haber hablado con mi madre. La ira se apodera de mí. ¿Por qué mencionar Pekín supone un problema? Me enfurece todavía más pensar en que volverá a llamar dentro de una semana y actuará como si no hubiera pasado nada, como si el tema de Pekín nunca hubiera surgido. Dentro de poco, volverá a recordarme lo que me estoy perdiendo por no ir a la universidad. Como si ella supiera a la perfección lo que es mejor para mí.
Sin embargo, lo cierto es que mi madre no me entiende. Cree que soy demasiado impulsiva porque todas las decisiones que ella ha tomado en su vida son muy lógicas. Incluso Sara Li tiene una vena rebelde, pero mi madre no. Ella nunca se ha desviado del camino convencional hacia el éxito. Estoy segura de que nunca ha tomado una decisión precipitada en su vida, y quiere que yo siga sus pasos. Sin embargo, no me parezco a ella en absoluto.
Los coches pasan a toda velocidad por la concurrida carretera, lo que subraya que soy la única que no tiene adónde ir.
Capítulo 5
La multitud a mi alrededor grita en una sala de conciertos con mala ventilación mientras el desaliñado cantante de un grupo indie del que nunca he oído hablar canta una canción a pleno pulmón. Ken, Glory y Camille se divierten. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de mí, pero a estas alturas ya me he resignado a que mis amigos y mi nuevo novio me arrastren a pequeños y oscuros clubes que requieren que cuente con un carné falso. Al menos, la parte del carné fue sencilla. Para conseguir uno solo tuve que pedirle a Sara Li que me diera su viejo carné de conducir y conseguir uno nuevo; le reembolsé la tarifa de remplazo, y eso fue todo. El hecho de que no me parezca en nada a Sara no importa, el portero del club de esta noche ni siquiera ha parpadeado cuando ha comprobado mi identificación.
Camille dice que tengo «suerte», pero yo no lo veo así. Al fin y al cabo, la ignorancia de la gente blanca no suele beneficiarme.
Si ver a este grupo en directo supone una ventaja, genial. El chillido del vocalista desgarra el ambiente cargado del interior del club. Entonces, alguien me golpea por accidente y me derrama cerveza fría sobre el brazo. Hago una mueca de dolor e intento apartarme, pero no puedo moverme. Por una vez, me gustaría ir a algún lugar donde pueda moverme más de un centímetro sin tocar el sudoroso pecho de un desconocido, y tampoco me importaría escuchar a un grupo con letras inteligibles.
«Llévate tapones si vas a un concierto de rock, Gemma. Cuídate los oídos». Antes de salir de casa, mamá me ha atosigado a consejos, como si yo fuera un frágil jarrón al que hay que envolver en papel de burbujas antes de transportarlo. Aun así, es bueno saber que el hecho de que me quiten la ayuda económica no significa que se acaben los consejos parentales, aunque haya ignorado la mayoría de ellos, incluido el de cuidar mis oídos. No voy a ser la pringada que se lleva tapones a un concierto.
Pero ¿y si mamá me lo hubiera dicho en inglés para asegurarse de que lo entendía y me hubiera repetido exactamente lo mismo en chino para darle más énfasis? En ese caso, me estaría metiendo cilindros de espuma de color naranja en los oídos, sin importar lo que pensaran los demás. Parecer poco sofisticada no es nada comparado con ignorar ese tipo de advertencia. Porque eso es un DEFCON 1 para mamá. Vida o muerte.
Glory y Camille están demasiado inmersas en la música para darse cuenta de que una multitud de fans emocionadas que intentan acercarse al escenario me están apartando a codazos, pero Ken sí que se percata. Me rodea con un brazo de forma protectora, y el roce es tan agradable y me provoca tal hormigueo que no me quejo al sentir más calor y estar más pegajosa por la calidez de su cuerpo.
El grupo termina por fin, y la multitud empieza a alejarse de la pista y a dirigirse a la barra. Me zumban los oídos, así que, al principio, no me doy cuenta de que el teléfono, que está en mi bolsillo trasero, está sonando. ¿Quién me llama un sábado casi a medianoche? Saco el teléfono y miro la pantalla. Entonces el mundo se para y dejo de respirar: es mi agente.
Contesto a la llamada a cámara lenta.
—Hola, Laura —chillo.
Ken deja caer el brazo de mis hombros y Glory y Camille se apartan del escenario para mirarme. No saben lo del casting de Butterfly. ¿Para qué iba a hablarles de todas las audiciones con pocas posibilidades si luego todo acaba en decepción? Sin embargo, eso no impide que la esperanza se me acumule en el pecho.
—¿Estás sentada, Gemma? —pregunta Laura.
—Sí —miento, con las pantorrillas y los pies doloridos por haber estado bailando durante horas en el duro suelo de cemento. Ahora respiro con dificultad. Podría ser… Esta podría ser mi oportunidad.
—Bien. —La emoción se refleja en su voz—. ¡Porque tú, Gemma Huang, acabas de ser elegida para el papel principal de Sonia Li!
Se me para el corazón en el pecho y las rodillas me flaquean; ahora desearía estar sentada.
—Guau —susurro asombrada. Ken, Glory y Camille se acercan para escuchar, y yo doy un paso hacia atrás—. ¿Acabas de decir papel principal? —La incredulidad y la emoción me sacuden el corazón y hacen que me lata de forma dolorosa. Creía que Sonia era un papel secundario. La escena que leí me hizo pensar que era la exnovia del protagonista masculino blanco—. Te refieres a Butterfly, la nueva versión actualizada de M. Butterfly para la que hice la audición, ¿verdad?
Camille jadea mientras se lleva una mano al pecho con dramatismo y Glory hace un pequeño baile de la victoria, pero Ken no reacciona. Una punzada de inquietud me recorre la columna vertebral, pero, maldita sea, por fin me han ofrecido un papel, así que la reacción de Ken debería ser la última de mis preocupaciones.
—A no ser que haya algún otro casting del que yo no sepa nada. —Laura se ríe—. Sí, Butterfly, ¡y, sí, es el papel principal! —Hace una pausa, y oigo papeles moverse de fondo, quizás sean sus notas—. La productora necesita que envíes una copia de tu pasaporte para que podamos conseguirte un visado lo antes posible, el rodaje en China comienza en dos semanas.
La alegría que me recorre el cuerpo se congela de repente y un gélido pavor me apuñala el estómago… China. Estaba tan segura de que no conseguiría el papel que no presté demasiada atención al lugar donde se iba a rodar la película.
—¿Sabes en qué ciudad?
«Que no sea Pekín. Que no sea Pekín». La advertencia de mamá sobre no ir a Pekín ni siquiera se puede clasificar como un consejo materno, sino que sobrepasa todos los límites. Más que la vida o la muerte.
—En Pekín —responde Laura.
Me empiezan a sudar las manos y tengo que agarrar el teléfono con fuerza para que no se me escurra. Por supuesto que es Pekín. Después de todo, se trata de la capital.
—¡Esto es increíble! —Mi voz suena como si viniera de la lejanía. «¡Espera!». ¿Estoy aceptando el papel?
Parece que Laura está convencida de que sí:
—¡Genial! Te enviaré el contrato junto con una sinopsis del guion.
Cuelgo la llamada y miro a mis amigos.
—¡Acabo de conseguir el papel principal en una nueva versión actualizada de M. Butterfly!
No les cuento que mi madre me ha prohibido ir a Pekín, porque todavía no me lo creo. Y no quiero que Camille me eche una mirada cómplice y archive la información en la carpeta de «La madre tigresa de Gemma» que tiene en su mente. Quizá estoy siendo injusta con ella, Camille debería recibir algún tipo de reconocimiento por ser la única persona blanca en nuestro pequeño grupo de amigos.
—¡Genial! —A Glory se le iluminan los ojos—. ¡Ni siquiera sabía que habías hecho el casting!
Camille exclama con alegría:
—¡Me encanta esa ópera! ¿Eso significa que tienes que cantar?
—No es la ópera de Puccini, Madama Butterfly —le explico—. M. Butterfly es una obra de teatro y una película de David Henry Hwang que transgrede los roles de género. No tiene nada que ver.
—Por ejemplo, una mujer asiática no se suicida por un hombre blanco —apunta Glory con tono irónico.
Glory y yo nos identificamos como asiáticas, pero, cuando una película hace un casting para una actriz asiática, no piensan en alguien como ella, sino en alguien como yo: de complexión pequeña y rasgos delicados. Esa es la idea que tiene la industria cinematográfica. Scarlett Johansson tiene más posibilidades de ser elegida como una mujer asiática para una película que Glory. Al fin y al cabo, cuando la escogieron para protagonizar la versión de acción en vivo de la película de anime japonesa Ghost in the Shell, añadieron toda una intrincada trama para explicar por qué el personaje tenía el aspecto de una mujer blanca. Con esto quiero decir que podrían haber contratado a una actriz asiática. Es una auténtica chapuza. Glory está convencida de que su única oportunidad de actuar es con papeles en los que tanto el género como la raza sean «ambiguos». Una vez me enseñó un casting en el que se requería a una actriz «étnicamente ambigua». «Esa soy yo», dijo con una sonrisa irónica.
—Pero… —Ken toma la palabra por fin—, no hay ningún papel protagonista femenino en M. Butterfly.
Me tenso ante su tono seco.
—Ya os he dicho que es una versión nueva.
Sin embargo, Ken tiene razón. A mí tampoco me viene a la mente un papel protagonista femenino en M. Butterfly. Por eso, en un principio pensé que estaba haciendo una prueba para un papel secundario. Me pregunto si me han elegido para el papel interpretado por BD Wong en Broadway y John Lone en la versión cinematográfica. Y, si es así, ¿cómo voy a interpretar a una mujer que interpreta a un hombre que interpreta a una mujer?
—Una versión nueva. —La cara de Ken se vuelve inexpresiva. No hay muchos papeles para hombres asiáticos, y Song Liling, el cantante de ópera chino que seduce a un diplomático blanco al hacerse pasar por una mujer, es un papel que Ken habría matado por interpretar.
Se me incendian las mejillas de la indignación. Hay tan pocos papeles para mujeres asiáticas como para hombres. Ken lo sabe, así que no estaría de más que se alegrara por mí.
—¡No me digas que han hecho una historia heterosexual! —protesta Glory.
El estómago me da un vuelco. Oh, no. ¿Y si Glory tiene razón? Saco el teléfono. Laura ha dicho que me iba a enviar la sinopsis. Necesito saber en qué me estoy metiendo.
Camille nos mira a los tres asombrada.
—¿Cómo sabéis tanto sobre una película de la que nunca he oído hablar?
«Eso es fácil». Todos somos actores asiáticos. Por eso conocemos a todos los actores asiáticos que han triunfado y los papeles que han interpretado. Además, no hay tantos. Ken y Glory se lo explican a Camille mientras yo reviso la bandeja de entrada del correo electrónico. Cuando veo el correo de Laura el pulso se me dispara. Abro el archivo adjunto con la sinopsis y empiezo a leer:
«¡Se acaba de abrir una vacante para negociar contratos comerciales en el extranjero, el trabajo de los sueños de la extrovertida y vivaracha Song Li (todo el mundo la llama Sonia)! ¿El problema? Que Ryan Glenn, su exnovio, será su jefe. Y no se puede decir que fuese una ruptura amistosa. ¿Cómo lo convencerá de que la contrate… mientras evita que vuelva a encenderse la llama de la pasión entre ellos?».
Maldita sea. Glory tiene razón.
Ken entrecierra los ojos.
—Vi esa convocatoria de casting. No buscaban papeles de hombres asiáticos. —Su rostro, que suele estar tranquilo y despreocupado, se ha contraído—. Solo extras. Estoy seguro de que el interés romántico será un hombre blanco y que todos los tíos asiáticos de esa película serán empollones asexuados o chauvinistas dominantes.
«Y hay otro problema, el primer contrato de Sonia será para un acuerdo en China y los empresarios chinos no tomarán en serio a una abogada por ser mujer. No obstante, Sonia trama un plan para solucionar ambos problemas: se convertirá en Song Li. Discreto, reservado… y masculino. Lo contrario de todo lo que ella es».
Mierda. Ken también tiene razón.
Levanto la vista del móvil con una sonrisa forzada en la cara. Todos me están mirando y una gota de sudor frío se desliza por mi cuello. Ken tiene los brazos cruzados, pero me gustaría que, en vez de eso, me diera un abrazo y me asegurara que cuento con su apoyo.
Sin embargo, es Glory quien posa una mano sobre mi brazo y añade:
—Ve a por ello, Gemma. Es la oportunidad de tu vida y lo vas a hacer genial.
—Claro que sí —coincide Camille—. Es un papel protagonista. ¡Es el sueño de cualquiera de nosotros!
—Sí. —La sonrisa de Ken no se refleja en su mirada—. Felicidades, Gemma.
Al menos lo está intentando, tal vez necesita tiempo para hacerse a la idea. Y, quizá, si acepto el papel, podré influir en la dirección del guion. «Sí, claro». Eso es tan probable como que a mi madre no le importe que acepte un trabajo en Pekín. Pero necesito este papel. Como ha dicho Glory, ¿cuándo volverá a surgirme una oportunidad así? Tendré que evitar que mi madre descubra adónde voy. Se me forma un nudo en la garganta mientras digo con tono alegre:
—Gracias, chicos. Espero que todo salga bien.
Capítulo 6
Estoy metiendo la ropa en la maleta de forma desordenada mientras marco en mi lista mental todo lo que he hecho y lo que me queda por hacer antes de partir hacia Pekín en dos días. «Unirme al sindicato de actores», hecho. «Quedar con Eilene Deng para cenar», eso será mañana por la noche. «Conseguir que mis compañeras de piso me cubran si mis padres se presentan en Los Ángeles sin avisar», hecho… más o menos. Glory aceptó de inmediato, pero Camille se mostró más reacia. Aun así, creo que puedo contar con ellas para que no me delaten. «Despedirme de Ken con la esperanza de que no conozca a alguien más mientras estoy a seis mil kilómetros de distancia». Tan pronto como ese pensamiento me asalta, el timbre de la puerta suena.
Trepo por encima de la maleta abierta y de varios pares de zapatos entre los que todavía me estoy decidiendo para llegar hasta la puerta. Ken está de pie en la entrada con un ramo de flores.





