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En 1997, abundó sobre el tema. Empezó situando el Informe de ese año en el contexto de hechos tan trascendentales como
el desplome de las economías dirigidas de la antigua Unión Soviética y de Europa central y oriental; la crisis fiscal del Estado de bienestar en la mayoría de los países con tradición industrial; el importante papel desempeñado por el Estado en el ‘milagro’ económico de algunos países del Asia Oriental y el desmoronamiento del Estado y la multiplicación de las emergencias humanitarias en varias partes del mundo”.
Y luego agregó:
En este Informe se hace patente que el factor determinante de esos acontecimientos tan diversos ha sido la eficacia o ineficacia de los poderes públicos. Un estado eficaz es imprescindible para poder contar con los bienes y servicios —y las normas e instituciones— que hacen posible que los mercados prosperen y que las personas tengan una vida más saludable y feliz. En su ausencia no puede alcanzarse un desarrollo sostenible ni en el plano económico ni en el social. Aunque hace cincuenta años muchos hablaban en términos muy semejantes, esas ideas en general involucraban el protagonismo del Estado en el proceso de desarrollo. Lo que la experiencia nos ha enseñado desde entonces es bastante diferente: el Estado es fundamental para el proceso de desarrollo económico y social, pero no en cuanto agente directo del crecimiento sino como socio, elemento catalizador e impulsor de este proceso60 (cursivas del autor).
El cuadro 2.1 aporta más argumentos sobre la falsedad de la dicotomía en cuestión. En él se cruza la lista de los 12 países clasificados por el World Economic Forum (WEF) como los más competitivos del mundo en 2013, con datos correspondientes al tamaño de los gobiernos en cada uno de ellos, en 2012, tomados del Índice de Libertad Económica que anualmente publican conjuntamente La Heritage Foundation (HF) y el Wall Street Journal (WSJ).
Al respecto, y para iniciar el análisis, conviene dejar en claro los diferentes puntos de vista desde los cuales trabajan estas dos organizaciones. El WEF, con una concepción fundamentalmente analítica, caracteriza a la competitividad
como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país. El nivel de productividad establece el nivel de prosperidad que puede ser alcanzado por una economía. Determina además las tasas de rendimiento que las inversiones obtienen en una economía, las cuales, a su vez, son las principales impulsadoras de sus tasas de crecimiento. En otras palabras, mientras más competitiva sea una economía, mayores son sus posibilidades de un crecimiento rápido a lo largo del tiempo.61
La HF y el WSJ, en cambio, con un enfoque claramente ideológico postulan que “aquellos países que practican alguna versión del capitalismo de libre mercado, con economías abiertas al comercio y a la inversión global tienen mejores resultados que los proteccionistas y rehúsan a establecer nexos económicos con otros” y añaden que “los gobiernos que dominan las economías de sus países empobrecen a sus ciudadanos a través del estancamiento económico”.62
CUADRO 2.1. Tamaño de los gobiernos en los 12 países más competitivos del mundo, 2012 y 2013

Fuentes:a) World Economic Forum, The Global Competitiveness Report, 2013-2014, 15
b) The Heritage Foundation, 2014 Index of Economic Freedom, páginas de los países respectivos
En el cuadro 2.1, al analizar detenidamente el ordenamiento de los países y sus concordancias con las cifras correspondientes a las del tamaño de sus respectivos gobiernos, no es difícil llegar a las siguientes conclusiones:
•Suiza, a pesar de tener cifras de carga impositiva y de gasto público equivalentes al doble de las correspondientes a Singapur, en competitividad está tan solo en un puesto por encima. De igual manera, Suecia, que en los indicadores en consideración llega a niveles el triple de los de Hong-Kong, también está a un puesto por delante, y Noruega, con una presencia del Gobierno muy superior a la que aparece en Taiwán, también está a un puesto de este país. En otras palabras, y en franca contravía con la dicotomía que nos ocupa, no deja de llamar la atención que países con distancias tan lejanas en sus ideologías estén tan próximos en sus capacidades competitivas.
•Si se centra la atención en Finlandia, Alemania, Países Bajos y Reino Unido, se encuentra que, en promedio los porcentajes de carga impositiva (38,8 %) y de gasto público (49,7 %) están en plena concordancia con regímenes de “estados de bienestar” que prevalecen en esas naciones, pero estas siguen siendo parte de los 12 países más competitivos del mundo.
•En el caso de Estados Unidos y Japón, a pesar de que las cargas impositivas y las del gasto público son muy parecidas, no se ha oído que se los considere exponentes del “libre mercado”, como Hong-Kong o Singapur, o de los “estados de bienestar” como Suecia o Noruega. Sin embargo, a pesar de su eclecticismo, se mantienen como miembros del club de los campeones mundiales en competitividad.
En resumen, los resultados precedentes dicen que los 12 países tienen en común que han logrado llegar a la cima de la competitividad mundial como economías mixtas, por medio de combinaciones ingeniosas en las proporciones de participación de sus respectivos mercados y gobiernos, construidas en función del devenir histórico de sus circunstancias ecológicas, sociales, políticas y económicas de cada uno de ellos. Nuestra definición ampliada se sentiría muy en casa.
CIENCIA VS. DISCIPLINA
Según Schumpeter, erudito en estos temas, que la Economía sea ciencia o no intelectualmente no la hace ni de mejor ni de peor familia. A este respecto son lamentables, desde todo punto de vista, los esfuerzos ingentes que se han hecho en la profesión, y se siguen haciendo para tratar de estar, por medio del uso de virtuosismos matemáticos, a la par de los profesionales de la física, con el cuestionable afán de poder autocalificarse como “científicos” y, de este modo, pasar a ocupar categorías de presuntos intelectos superiores.
En las ciencias naturales y biológicas, los diseños maestros de la materia y de los seres vivientes han existido desde hace millones de años. Lo que los humanos hemos hecho durante todo este tiempo es avanzar pasito a paso de preguntas a creencias, a descubrimientos y a grandes verdades sobre cómo funciona el universo. Lo hemos hecho con obstinación, primero a tientas y luego por intuición, para llegar, por fin, con el apoyo del método científico, a lo que Peter Watson llama “la sangre de la ciencia”: la capacidad de hacer predicciones precisas.63
En la Economía, en cambio, simplemente no existen los diseños maestros del mercado, del Gobierno, del intercambio comercial y del resto de sus componentes. La humanidad ha ido creando al andar sus anatomías y sus fisiologías, con todos los aciertos y desaciertos que caracterizan todo lo que hacemos en este mundo. Y en lo que a predicciones se refiere, los economistas tenemos una muy bien ganada reputación de acertar solo de vez en cuando. Entendidos sobre este tema han llegado a la certeza de que la razón más evidente detrás de esta ineficiencia es que los sujetos de estudio en las ciencias sociales son seres pensantes capaces de construir sus propias verdades y de modificar, sobre la marcha, cualquier pronóstico.64 Como indica el físico Murray Gell-Man, ganador del premio Nobel: “Imagínense lo difícil que sería la física si las partículas estuvieran en capacidad de pensar”.65
Por lo expuesto, mal se puede decir que la Economía es una ciencia y, en realidad, no hace falta que lo sea. Categorizarla como una disciplina del conocimiento que progresa por medio de la aplicación sistemática y creativa del método científico parece ser más que suficiente.
EFICIENCIA VS. EFICACIA
Esta es una dicotomía relativamente fácil de documentar. Como alguien ya lo puso, la eficiencia es el segundo nombre de la Economía tradicional. Por ejemplo, según Lazear, adalid de esta, hay tres factores que hacen que la Economía sea diferente de las demás ciencias sociales: la existencia de un individuo racional, la existencia de equilibrios en los modelos y el principio de eficiencia que lleva a los economistas a hacer preguntas que nadie más hace.
Curiosamente, para Thaler, líder de los economistas del comportamiento, la eficiencia es premisa esencial de la teoría económica. Postula que cuando la gente toma decisiones lo que busca es optimizar sus resultados, lo cual resume en la expresión Optimización + Equilibrio = Economía. Según él, ninguna ciencia social tiene una combinación tan poderosa. Sin embargo, también sostieneque el problema es que esta se asienta en premisas deleznables. Para empezar, los problemas de optimización que la gente confronta son tan difíciles de resolver que ni siquiera intenta hacerlo. Cualquier supermercado ofrece al comprador tal variedad de opciones que están al alcance de su presupuesto que es imposible pretender que una familia escoja la mejor de ellas. Por otra parte, las creencias con base en las cuales la gente hace sus selecciones siempre tienen cantidades de sesgos que los psicólogos tienen claramente documentadas. Por último, hay muchos factores irrelevantes que los modelos de optimización dejan por fuera, pero que son determinantes en la toma de decisiones de las personas.66
Rodrik, por su lado, empieza fácil cuando, en su noveno mandamiento anota que “La eficiencia no es todo”, pero se pone severo cuando escribe: “Si hoy en día asociamos con presteza a los mercados con la eficiencia, es en mucho debido —hablando sin ambages— a más de dos siglos de adoctrinamiento sobre los beneficios de los mercados y del capitalismo.67
Por ejemplo, la noción muy generalizada que los “pesos muertos” del monopolio, de los impuestos y de los aranceles afectan negativamente al bienestar de la gente de una nación tiene como única justificación el hecho de que supuestamente interfieren con el funcionamiento del libre mercado. En otras palabras, de no haber estas interferencias, el mercado por sí solo traería resultados de óptimo social, o sea de beneficio común, a productores, consumidores y a la comunidad en general. Esto es precisamente lo que se obtiene, en teoría, en el equilibrio del mercado de competencia perfecta a largo plazo sin intervención del Gobierno. El problema es que los mercados que predominan en la vida real, dentro y fuera de un país, son de competencia imperfecta, como los oligopolios y los de competencia monopolística y, por tanto, como también lo plantea Rodrik en su quinto mandamiento, las soluciones que en ellos se dan casi siempre no son eficientes.
Es aquí cuando resulta oportuno recordar que, en 1963, Peter Drucker, en uno de sus tantos artículos en Harvard Business Review, hizo la ingeniosa distinción entre eficacia y eficiencia. Eficacia —dijo— es hacer las cosas que se deben hacer, y eficiencia es hacerlas bien y en un pronunciamiento al que, ante las circunstancias que está viviendo el país en estos días, deberíamos prestarle toda nuestra atención. Puntualizó: “Ciertamente no hay nada tan carente de sentido que hacer con gran eficiencia las cosas que se sabe que no se deben hacer”,68 verbi gratia Yachay.
El problema con la economía tradicional es que ha tomado el criterio de la eficiencia como un imperativo categórico que la ha llevado a subsumirla con la eficacia. No hay que olvidar que llegar a decidir qué debemos hacer es un ejercicio que va de ignorancias a aprendizajes y hasta sabidurías, mientras que hacerlo bien significa hacer que lo decidido se convierta en realidad en la mejor forma posible. Lo segundo no podría existir sin lo primero. No hay que olvidar que cuando la aguja de una brújula señala el norte magnético, un caminante entendido sabe que esta no es la opción que necesariamente tiene que seguir, sino más bien la oportunidad para saber dónde están los otros puntos cardinales. En este sentido, la eficiencia juega un papel muy importante como referencia de cuál sería la opción óptima a la que se puede aspirar una vez procesadas las ecuaciones y los datos de los modelos teóricos. La confusión que se debe evitar es creer que esta sea la opción más eficaz. Este calificativo emergerá de la validez de las respuestas a los interrogantes que se querían responder y no a la concordancia de estas soluciones con patrones ideológicos que frecuentemente tienen las respuestas antes de ni siquiera conocer las preguntas.
2.3. ARROGANCIAS Y HUMILDADES
Con el tiempo, entre propios y extraños, la arrogancia de los economistas ha llegado a ser casi axiomática. Tal es así que, de cuando en cuando, eminentes exponentes de la profesión se han sentido con la obligación de llamar a la humildad a sus colegas. En esta sección nos ocupamos de los dos lados de esta curiosa medalla.
IMPERIALISMO DE LA ECONOMÍA
En 1977, George Stigler y Gary Becker, los dos ganadores del premio Nobel en Economía, escribieron:
Según el punto de vista tradicional, cuando la explicación de un fenómeno económico llega al punto de la diferencia entre los gustos entre las personas, el argumento se queda en un callejón sin salida: en este punto, el problema se lo hace a un lado y se lo deja en manos de los que estudian y explican estos gustos (¿psicólogos? ¿antropólogos? ¿frenólogos? ¿sociobiólogos?). Pero siguiendo nuestra interpretación preferida, nosotros nunca llegamos a este dilema: el economista continúa en la búsqueda de diferencias en precios e ingresos para explicar las diferencias o cambios en el comportamiento (cursivas del autor).
Todos los cambios en el comportamiento se explican por cambios en precios e ingresos, que son precisamente las variables que organizan y dan poder al análisis económico. Adicciones, publicidad, etc., no son los que afectan los gustos [...] son los precios y los ingresos los que lo hacen (cursivas en el texto original).
Nuestra hipótesis es trivial, por cuanto solo asevera que lo que debemos hacer es aplicar la lógica económica estándar tan extensamente como sea posible. Pero esta hipótesis es también un desafío exigente por cuanto nos urge a no dejar por fuera problemas opacos y complicados con la fácil sugerencia de que explicaciones adicionales puedan surgir, ojalá algún día, por el lado de nuestras ciencias hermanas del comportamiento69 (cursivas del autor).
Llama la atención la arrogancia de la última oración. Según estos autores, para las “ciencias hermanas”, la existencia de los economistas es una verdadera bendición de Dios, por cuanto los profesionales de dichas disciplinas, por ineptitud u otra extraña razón, intelectualmente no están a la par de lo que ellos pueden hacer.
En este orden (o desorden) de ideas, en el año 2000, Edward Lazear, que llegó a ser jefe de los consejeros económicos del presidente George W. Bush, en un artículo intitulado sin reticencias “Economic Imperialism”, hizo un elogioso recuento de cómo, de la mano de Becker principalmente, la incorporación del marco conceptual de la maximización, el equilibrio y la eficiencia había generado nuevos entendimientos en tareas tan diversas como los gustos, la demografía, la discriminación racial, la familia, las interacciones sociales, la religión, la determinación de la calidad de la mano de obra, la administración de personal, la contabilidad, la estrategia corporativa, el comportamiento organizacional, el derecho, la economía política y la economía de la salud. No es de extrañar, por tanto, que con evidente autosatisfacción diga:
En este ensayo sostenemos dos postulados. El primero es que la economía ha sido imperialista, y el segundo que ese imperialismo ha sido exitoso [...] Definimos imperialismo económico como la expansión que la Economía ha hecho sobre tópicos que van más allá del alcance clásico de estos asuntos como son las preferencias del consumidor, la teoría de la firma, mercados (explícitos), actividad macroeconómica, y los campos que han surgido directamente de estas áreas. Los imperialistas económicos más agresivos intentan explicar todo comportamiento social utilizando herramientas de la Economía (cursivas del autor).
Veamos una muestra de este ambicioso empeño. En el artículo “An Economic Analysis of Marital Instability”, Becker, el principal exponente de esta corriente, y sus coautores hacen los siguientes supuestos:
Las personas se casan cuando la utilidad esperada del matrimonio excede la utilidad esperada de permanecer solteras. Adicionalmente, es natural suponer que las parejas se separen cuando la utilidad esperada de permanecer casados cae por debajo de la utilidad esperada del divorcio o de la posibilidad de volverse a casar. Una manera de hacer compatible la alta utilidad esperada del matrimonio cuando este ocurre y la relativa baja utilidad que se espera en el momento de su disolución es introducir incertidumbres y desviaciones entre las utilidades esperadas y las realizadas. En otras palabras, las personas que se separan probablemente obtuvieron de su matrimonio resultados menos favorables de los que esperaban en el momento en que este ocurrió.70
No sin razón, por tanto, Lazear, en forma algo inesperada, dejó entrever temores cuando dio a conocer a los lectores que había un interrogante que traía entre pecho y espalda:
Sabemos ya que los economistas se sienten cómodos cuando trasladan los instrumentos del análisis estándar al estudio de asuntos que afectan a las sociedades como un todo o a partes de las estas. Lo que queda por verse es si quienes no son economistas puedan ser persuadidos eventualmente que nuestro enfoque es útil (cursivas del autor).
Como quedó demostrado en la segunda sección de este capítulo, el tiempo y las aguas no han sido generosos con este anhelo, ni por el lado de los economistas ni por el lado de los no economistas. En 2002, por ejemplo, recibióel Nobel en Economía un sicólogo, y en 2017, un economista del comportamiento, dos personajes cuyo trabajo ha dejado en ascuas al “imperialismo de la Economía”. Bajo su inspiración, en el mundo entero, la corriente que está tomando mucha fuerza es el trabajo multidisciplinario de los profesionales de las ciencias humanas, en los cuales están participando hasta los economistas.
AUTOSUFICIENCIAS OFENSIVAS
Las relaciones de los economistas con las demás disciplinas sociales no son de las mejores. En un artículo de Fourcade, Ollion y Algan publicado en el invierno de 2015, intitulado con el doublé entendre intencional de sus autores, como “The Superiority of Economists”, lo primero que nos comunican es que en una encuesta realizada a principios de 2000, el 77 % de los estudiantes de posgrado en Economía, en instituciones de élite, estaban enteramente de acuerdo con el enunciado de que “La Economía es la más científica de las ciencias sociales”, presunción que a estas alturas del capítulo no es nueva para los lectores. Los autores luego informan cómo, al examinar las 25 publicaciones más prestigiosas en Economía, Ciencia Políticas y Sociología, encontraron que entre 2000 y 2009, en todos los artículos publicados en el American Economic Review (portaestandarte de la profesión), el 40,3 % de las referencias citaban a otros artículos publicados en las otras 24 revistas de la disciplina, pero que tan solo el 0,8 % de las citas provenían de las principales revistas en Ciencias Políticas y un mínimo, correspondiente al 0,3 %, a las de Sociología.
A continuación, en el mismo artículo, se resumen los datos de una encuesta de 2006 a una muestra conformada por 100 profesores universitarios estadounidenses en cada una de las disciplinas que aparecen en el cuadro 2.2. El enunciado sobre el cual se recogieron los pronunciamientos fue: “En general, el conocimiento interdisciplinario es mejor que el conocimiento obtenido en una sola disciplina” y, como se puede ver en las respuestas, mientras en todas las otras disciplinas los encuestados estuvieron apabullantemente a favor (desde un 59,8 % entre los científicos políticos a un 86 % entre los dedicados a la enseñanza de las finanzas) solo los profesores de Economía estuvieron mayoritariamente en contra (57,3 %).
Evidencias adicionales sobre la “insularidad” de los economistas son más bien episódicas, pero no por eso menos informativas. Paul Krugman, en su discurso de aceptación del premio Nobel en 2008, hace un recuento de cómo para llegar a sus modelos de comercio intraindustrial, trabajo que le valió la concesión del premio, tuvo que esperar hasta que Stiglitz y Dixit publicaran su modelo de competencia monopolista en 1977. Sin embargo, en ningún momento se refiere a que, desde principios de los setenta, en el mundo empresarial se venía utilizando, y con excelentes resultados prácticos, el “modelo de las cinco fuerzas” de Michael Porter, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, que, en su esencia, es una guía muy didáctica de cómo generar una ventaja competitiva en mercados de competencia imperfecta. De igual manera, tampoco hizo referencia alguna a la publicación, en 1990, de los resultados del monumental estudio de la economía internacional hecho también por Porter en los ochenta, que este condensó en su famoso “diamante” que ha sido, desde entonces, el caballito de batalla ampliamente utilizado por los países que han salido, con diferentes grados de éxito, al desafiante mundo del comercio intraindustrial.
CUADRO 2.2. “En general, el conocimiento interdisciplinario es mejor que el conocimiento obtenido en una sola disciplina” (porcentajes)

FUENTE: Fourcade, Ollion y Algan, “The Superiority of Economists”: 95 (Trad. por el autor)
Si se revisa el índice analítico de textos de comercio internacional tan conocidos a nivel de pregrado, como los de Krugman y Obstfeld, de Salvatore y de Carbaugh, Porter nuevamente brilla por su ausencia. Y si de textos de posgrado se trata, en el de Feenstra, considerado por The Economist referencia obligada para cualquier candidato al PhD que quisiera prepararse para sus exámenes en el área de comercio internacional, el nombre de Porter tampoco aparece por ningún lado.71
LLAMADOS A LA HUMILDAD
Durante de la primavera y el verano de 1942, desde el techo de la capilla del King’s College de la Universidad de Cambridge, John Maynard Keynes, de casi 60 años, y Friedrich Hayek, de 41, vigilaron diligentemente los cielos para dar su voz de alerta sobre la aproximación de bombarderos alemanes. Lo hicieron como ciudadanos muy pendientes del bien común y como los buenos amigos que eran.72 Sus diferencias doctrinarias e intelectuales eran por todos conocidas, pero lo que ninguno de ellos podía anticipar es que, con el correr del tiempo, los dos iban a coincidir en un llamado a la humildad a los economistas. En 1930, Keynes dijo:
No lleguemos a sobreestimar la importancia de los problemas económicos, o a sacrificar en nombre de sus supuestas necesidades otros asuntos de mayor y más permanente trascendencia. Esto debería ser materia para especialistas como la odontología. Si los economistas pudiésemos conseguir que se nos piense como gente humilde y competente, como si fuéramos dentistas, sería simplemente espléndido.73
En 1974, y ampliando sobre el tema, Hayek, al recibir el premio Nobel en Economía, puso con admirable precisión varios puntos sobre varias “íes”:
El premio Nobel confiere a un individuo una autoridad que, en economía, ningún hombre debe poseer. Esto no tiene trascendencia en las ciencias naturales. En ellas, la influencia que un individuo puede ejercer es principalmente sobre sus colegas profesionales, quienes, de inmediato, lo pueden poner en su sitio si es que se excede en sus competencias. Pero la influencia de los economistas que de verdad cuenta es la que este ejerce sobre gente no versada en sus temas: políticos, periodistas, empleados oficiales y el público en general.
No hay ninguna razón por la que un hombre que ha hecho aportes distinguidos a la ciencia de la Economía tenga que ser omnicompetente en todos los problemas de la sociedad, en la forma como la prensa tiende a tratarlo hasta cuando él mismo termina convenciéndose de que sí lo es. Le hacen creer a uno que tiene como obligación pública pronunciarse sobre problemas a los que posiblemente no haya prestado mayor atención.