Falacias, dilemas y paradojas, 2a ed.

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Al estudiar la posibilidad de medir la calidad en términos económicos, el análisis se centró, al principio, en los índices de precios, pero uno de los defectos de estos índices consistía –y aún consiste– en que no eran capaces de reflejar debidamente los cambios en la calidad de un mismo producto. Para remediar este problema, el análisis económico propuso los precios hedónicos como base para poder analizar los cambios en la calidad. La construcción de índices de precios hedónicos, es decir, de índices de precios ajustados por la calidad para distintos tipos de bienes, se realiza mediante la utilización de métodos econométricos de regresión múltiple, que permiten tomar buena nota de los cambios en la calidad de unos mismos bienes a lo largo del tiempo o de unos mismos bienes entre sí –y, en principio, homogéneos– en un mismo momento del tiempo. En otras palabras, el enfoque hedónico convierte el problema de la «calidad» en una medida de cantidad.
El padre fundador del análisis de los precios hedónicos es Zvi Griliches (1961), aunque el trabajo más ampliamente citado en la literatura que dio origen a esta forma de abordar la medición de las variables cualitativas en economía fue el desarrollado por Andrew T. Court (1939). Aunque Andrew Court se ha llevado toda la gloria, en realidad, este método de medir la calidad tiene su origen, en realidad, en los trabajos pioneros de Haas (1922) para estimar el valor de las tierras agrícolas. Haas desarrolló una metodología consistente básicamente en estimar una regresión con el precio final del producto como función de las características actuales de las casas.
Sea como fuere, la General Motors le encargó a Court un estudio para que demostrara que las quejas que GM recibía por parte de los consumidores sobre los elevados precios de los automóviles no estaban justificadas. Esto era debido a que el aumento en la calidad del vehículo –que el consumidor suponía invariable en el tiempo– no se veía reflejado en el incremento de precios. Partiendo del paradigma del utilitarismo inglés de finales del siglo xviii y de principios del siglo xix, según el cual, el único fin legítimo de cualquier institución era «la mayor felicidad para el mayor número»,8 Andrew T. Court definió las comparaciones de precios hedónicos en los automóviles como aquellas que tenían en cuenta la contribución potencial de cualquier elemento constitutivo del automóvil –como, por ejemplo, el motor– al bienestar material del comprador y de la comunidad.
Además, señaló que los automóviles proporcionaban toda una serie de servicios para el disfrute de los usuarios y que, por lo tanto, sería deseable poder medir directamente el incremento en el bienestar y la felicidad derivado de dichos servicios. Aunque esto es lógicamente imposible, sí que podemos relacionar la satisfacción y el bienestar que recibe con el automóvil el consumidor con las características físicas –como, por ejemplo, el diseño, la maniobrabilidad, etc.– y los atributos operativos y técnicos –como, por ejemplo, la potencia, la velocidad, la seguridad, etc. –del vehículo. Combinando los datos que reflejan dichos atributos se puede construir un índice de utilidad y deseabilidad, es decir, de contenido hedónico, y, si dividimos los precios del automóvil por dicho índice hedónico, podemos obtener comparaciones relevantes en términos de calidad.
Pero la utilidad del enfoque hedónico no se ha limitado a los automóviles o a los índices de precios. Esta metodología se ha usado también en otros productos como, por ejemplo, los ordenadores (Chow, 1967: 1117-1130) o los espárragos, estudiando la influencia de los atributos de los espárragos sobre su precio (Waugh, 1928: 185-196). Y se ha hecho uso de ella con profusión en otras áreas de la economía como las primas en la industria del seguro o los costes del transporte por camión, no mediante una medida de output única –como toneladas por kilómetro recorrido–, sino ajustado por los atributos de lo transportado, dado que el output transportado es muy heterogéneo (Spady y Friedlaender, 1978: 159-178). Idealmente, se podrían construir índices hedónicos para medir la calidad de otras variables económicas con mayor contenido político, y obtener mediciones del gasto público o del PIB, por ejemplo, ajustadas por la calidad. Es muy probable, sin embargo, que las enormes dificultades metodológicas a las que tendríamos que hacer frente hiciesen inviables o controvertidas dichas estimaciones hedónicas.
Otro aspecto de la realidad económica sobre el que también podríamos medir la calidad es la fuerza de trabajo, la cual constituye un elemento determinante en los modelos de crecimiento. Tanto es así, que algunos de los economistas americanos más prestigiosos consideraron clave el deterioro de la calidad de la fuerza de trabajo para explicar la caída de la productividad en EE. UU. después del primer shock del petróleo (Baily y Gordon, 1988: 370).
Tomemos entonces este último caso, por ser un ejemplo importante y porque nos concierne de cerca, pues recordemos que el Consejo Europeo de Lisboa de marzo del 2000 estableció como objetivo para el año 2010, entre otros, obtener «más y mejores puestos de trabajo». Esto se ha traducido en una serie de importantes trabajos elaborados por la Comisión Europea, que ha sido la encargada de reflexionar sobre el mejor modo de alcanzar «mejores» puestos de trabajo, y de analizar y medir las transformaciones que los cambios tecnológicos asociados al desarrollo de la nueva economía podían inducir en la calidad del trabajo.
Teniendo en mente todo lo anterior, sería interesante explorar las posibilidades que puede ofrecer el enfoque hedónico en el análisis de la calidad del trabajo, ya que puede resultar relativamente fácil transponer el mismo procedimiento que se utiliza en la construcción de índices de precios ajustados por la calidad, para construir índices de ganancias salariales ajustadas por la calidad del trabajo.
Del mismo modo que ocurre en el estudio de Andrew T. Court, sería plausible asociar la satisfacción de los trabajadores en el trabajo al conjunto de atributos de ese puesto de trabajo. Aunque los salarios son un elemento importante en la calidad de un trabajo, no son el único. Sin embargo, dado que hay una estrecha relación entre ganancias salariales y calidad en el trabajo, sería razonable considerar las ganancias salariales como una variable (proxy) que se aproxime a la calidad del trabajo. Por consiguiente, podríamos defender que la calidad de un trabajo, medida por el nivel de sus ganancias salariales, puede ser ajustada a un conjunto de características adicionales de calidad, y que dicho conjunto de atributos puede evolucionar a lo largo del tiempo. Se trataría de atributos tales como el nivel de educación, la formación profesional, la formación profesional en el puesto de trabajo, las condiciones de salud y seguridad en el trabajo, la satisfacción en el trabajo debido a la distancia entre el lugar de trabajo y el domicilio del trabajador, el tipo de trabajo y las condiciones del contrato de trabajo según fuese a tiempo completo, a tiempo parcial, contrato indefinido, contrato temporal, etc.
Bibliografía
Adelman, Irma y Zvi Griliches (1961): «On an Index of Quality Change», American Statistical Association Journal, septiembre, pp. 535-548.
Baily, Martin Neil y Robert J. Gordon (1988): «The Productivity slowdown, Measurement Issues, and the Explosion of Computer Power», The Brookings Papers on Economic Activity, 2, Washington, D.C., pp. 347-431. Bentham, Jeremy (1990): Falacias Políticas, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 227 pp.
Berndt, Ernst R. (1990): «The Measurement of Quality Change», capítulo 4 de The practice of Econometrics, Addison-Wesley, pp. 102-149.
Chow, Gregory C. (1967): «Technological Change and the Demand for Computers», American Economic Review, 57:5, diciembre, pp. 1117-1130.
Comisión Europea (2001): Políticas sociales y de empleo: un marco para invertir en calidad, Comisión Europea, Bruselas, COM(2001) 313 final.
Court, Andrew T. (1939): «Hedonic Price Indexes with Automotive Examples», en The Dynamics of Automobile Demand, The General Motors Corporation, Nueva York, pp. 99-117.
Griliches, Zvi (1961): «Hedonic Price Indexes for Automobiles: Аn Econometric Analysis of Quality change», The Price Statistics of the Federal Government, General Series, 73, Columbia University Press for the National Bureau of Economic Research, Nueva York, pp. 137-196.
Haas, G. C (1922): «Sales prices as a basis for farm land appraisal», Technical Bulletin, 9, University of Minnesota, Agricultural Experiment Station, St Paul, Minnesota.
Spady, Richard H. y Ann F. Friedlaender (1978): «Hedonic cost functions for the regulated trucking industry», The Bell Journal of Economics, primavera, pp. 159-178.
Waugh, Frederick V. (1928): «Quality Factors Influencing Vegetable Prices», Journal of Farm Economics, 10:2, abril, pp. 185-196.
ejercicios
1 Indique si es correcta la siguiente frase y justifique su respuesta: «Un argumento es válido o correcto en el ámbito de la lógica formal si no puede darse el caso de tener las premisas verdaderas y la conclusión falsa».
2 Indique si es correcta la siguiente frase y justifique su respuesta: «En lógica formal es posible que un argumento sea correcto y, al mismo tiempo, falso».
3 Indique si es correcta la siguiente frase y justifique su respuesta: «Un argumento es válido o correcto en el ámbito de la teoría de la argumentación si es válido desde el plano de la lógica, coherente desde el ámbito de la semántica y cogente para la psicología del receptor».
4 Indique si es correcta la siguiente frase y justifique su respuesta: «En la teoría de la argumentación, el triángulo RAS define las condiciones de relevancia, aceptabilidad y significatividad que debe cumplir todo argumento genuino».
5 Indique si es correcta la siguiente frase y justifique su respuesta: «falacia, sofisma y paralogismo son términos equivalentes entre los que no existen matices».
6 En una de las píldoras se menciona: «El señor Trichet se enfrenta a un nuevo dilema: gestionar una política monetaria que sea eficaz tanto para países con inflación, como para otros en peligro de deflación». Defina dilema y explique por qué podemos hablar de ello en este caso.
7 Indique si es correcta la siguiente frase y justifique su respuesta: «La economía no tiene nada que ver con la teoría de juegos y con los dilemas».
8 Acuda a un periódico de información económica y descubra titulares o noticias que contengan argumentos económicos falaces del tipo: «Si no aumenta la productividad laboral o aumenta la tasa de empleo, la economía española no crecerá». ¿Por qué es falaz este argumento? ¿Qué tipo de falacia representa?
9 Acuda a un periódico de información económica y descubra titulares o noticias que contengan argumentos económicos falaces del tipo: «Si se reducen los salarios disminuirá el consumo agregado». ¿Por qué es falaz este argumento? ¿Qué tipo de falacia representa?
10 Indique si es correcta la siguiente frase y justifique su respuesta: «Los datos económicos son siempre fiables pues reflejan la cruda realidad, y utilizarlos como observaciones de una muestra estadística nos permite elaborar predicciones económicas, lo que constituye uno de los atributos de la economía y nos permite hablar de ella como de una ciencia».
11 El director del Servicio de Estudios de FUNCAS, Ángel Laborda, escribió en el periódico El País (18 de enero del 2009, p. 22): «... la inflación se redujo bruscamente, cerrando el año [2008] en un 1,4%. [mientras que] La inflación media anual se situó en el 4,1%, la más alta desde 1995». Explique cómo es posible que la economía española tenga dos cifras de inflación tan distintas en un mismo año.
actividades de la web
En la dirección de la página web se pueden encontrar una serie de actividades relacionadas con este capítulo que se consideran de alto nivel formativo.
cuestionario de autoevaluación
1. La teoría de la argumentación...
a) ... no tiene nada que ver con la ciencia.
b) ... no tiene nada que ver con la economía.
c) ... sólo es útil en el ámbito de la lógica simbólica y la retórica.
d) Sin la argumentación el avance de las ciencias no sería posible.
2. Una disciplina es ciencia porque...
a) ... sus leyes se pueden demostrar.
b) ... sus leyes no se pueden demostrar.
c) ... se apoya en conjeturas y falacias.
d) Ninguna de las anteriores respuestas es correcta.
3. La economía es una ciencia porque...
a) ... se pueden demostrar todos sus teoremas y lemas.
b) ... en época de crisis, manifiesta anomalías y contraejemplos.
c) ... hace un uso intenso de las matemáticas.
d) Ninguna de las anteriores respuestas es correcta.
4. En economía, la frase «la renta nacional ha crecido dos veces más que el año pasado» significa...
a) ... que somos el doble de ricos que el año pasado.
b) ... que somos el triple de ricos, o sea, tres veces más ricos que el año pasado.
c) ... que somos dos veces más ricos y que, a este resultado, le añadimos una más.
d) Ninguna de las anteriores respuestas es correcta.
5. En economía, la expresión caeterisparibus equivale...
a) ... a que las variables permanecen constantes.
b) ... a que todo permanece constante.
c) ... a que las variables económicas se convierten en parámetros.
d) ... al concepto de derivada parcial en matemáticas.
6. Cuando decimos que la economía está en una fase de «desaceleración acelerada» estamos queriendo señalar que...
a) ... se desacelera pero luego se acelera.
b) ... la desaceleración con el tiempo sigue una función lineal.
c) ... el ritmo de desaceleración es constante.
d) ... la desaceleración con el tiempo sigue una función no lineal.
7. Si utilizamos datos económicos en investigaciones económicas sabemos...
a) ... que reflejan con rigor científico la realidad económica.
b) ... que aportan un conocimiento objetivo, seguro y científico.
c) ... que pueden contener errores de medida, estar cargados de teoría o sufrir el dilema Goodhart.
d) Ninguna de las respuesta anteriores.
8. La calidad de un bien, de una variable económica como pueda ser la inflación, el gasto público o el PIB,...
a) ... sólo se puede intuir o describir.
b) ... representa características o atributos del bien, pero no se puede medir.
c) ... se puede medir mediante regresiones hedónicas.
d) Ninguna de las anteriores respuestas es correcta.
1. Agradezco a los profesores Rafael Beneyto Torres, Jesús Alcolea Banegas y concepción Ferragut Domíngez los comentarios y las sugerencias a un borrador inicial de este texto; cualquier error que subsista es, por supuesto, de mi exclusiva responsabilidad.
2. Del latín seducere (se: preverbio que indica separación; y ducere: llevar, conducir), que significa llevar a parte o apartar de su camino a alguien y conducirlo a nuestro terreno.
3. Еn lo que sigue nos hemos apoyado en las notas manuscritas del curso sobre teoría de la argumentación del profesor Jesús Alcolea (2006).
4. Del verbo en latín cogere (cum: con; y, agere: llevar, mover). El verbo cogere significa empujar, impeler hacia un lugar, excitar a hacer una cosa, constreñir. Еп términos filosóficos se usa en el significado de deducir, concluir, inferir en sentido lógico, extraer una conclusión. Por ello, un argumento cogente nos pone en movimiento -como guiados por él, como por un auriga- para hacernos concluir lógicamente.
5. Sobre este asunto recomiendo la resolución de los ejercicios y la realización de actividades propuestos en Tomás Miranda Alonso (2002: 79-100).
6. Agradezco al profesor Francisco caballero Sanz sus comentarios al borrador de este texto; cualquier error que subsista es, por supuesto, de mi exclusiva responsabilidad.
7. Agradezco al profesor Enrique Sanchis peris sus comentarios al borrador de este texto; cualquier error que subsista es, por supuesto, de mi exclusiva responsabilidad.
8. Véase, Jeremy Bentham (1990: 175). En efecto, Jeremy Bentham es el padre del utilitarismo -en el que beberá su joven discípulo John Stuart Mill̶. pues fue él quien formuló con mayor claridad la doctrina utilitarista. Sin embargo, no hay que olvidar que, con anterioridad, John Locke había establecido el principio de utilidad y, sobre todo, que fue Hobbes quien desarrolló una filosofía política utilitarista y hedonista. A Mandeville, por su parte, le cupo el honor de establecer la carta simbólica del utilitarismo en la Fábula de las abejas (1723), donde convierte los vicios privados en virtudes públicas.
Introducción. Falacias, dilemas y paradojas en economía
Píldora 1
Sobre la teoría de la argumentación y las falacias1
En un libro sobre falacias, dilemas y paradojas en el ámbito de la economía española, quizá valga la pena introducir la materia con algunas referencias, aunque sólo sean muy someras, a la teoría de la argumentación y a las nociones de argumentación, argumento, falacia, sofisma, paralogismo, dilema y paradoja.
Se denomina argumentación o argumento a aquel enunciado o conjunto de enunciados que se expresan con el ánimo de establecer algo con el fin de que aquel ante quien se presenta la argumentación o argumento acepte como verdadero o falso aquello que se le presenta como conclusión, o bien siga un determinado curso de acción.
Aunque las nociones de argumento y de argumentación pueden ser utilizadas de forma indistinta, se entiende por argumento, en un sentido general, aquel razonamiento o conjunto de razonamientos, enunciados o proposiciones que se utilizan para justificar, apoyando o refutando, una afirmación o una tesis. Por su parte, se entiende por argumentación un conjunto de argumentos o razonamientos como los anteriores a los que hay que añadir una intención de persuasión o seducción2 con el fin de conseguir que alguien acepte la verdad o falsedad de una tesis o su acción siga un curso determinado.
Existen diferencias de matiz, aunque importantes, entre tales términos (Quintás Alonso, 2002: 32-33). Mientras el argumento se encuentra en un plano más conceptual, abstracto y nocional, la argumentación se sitúa en el plano lingüístico-retórico, y el razonamiento en el psicológico-mental. Cuando hablamos de argumento en la lógica simbólica, matemática o logística, nos estamos refiriendo a pruebas demostrativas y concluyentes que se derivan de aplicar las reglas del cálculo lógico, o del álgebra lógica. Es decir, hemos utilizado como materia prima el lenguaje natural, lo hemos vaciado de cualquier contenido, incluido el lingüístico o semántico, y lo hemos transformado en nuevo lenguaje, el lenguaje lógico.
Por el contrario, si nos encontramos en un domino intermedio en el que se combinan la lógica, la dialéctica y la retórica, con el término argumentación nos estamos refiriendo a la presentación de una o varias pruebas que no son concluyentes y que, por ese motivo, han de ser presentadas de una forma seductora para que atraigan al auditorio a su favor. Aunque la teoría de la argumentación se apoya, en primer lugar, en la lógica, nos encontramos también en contacto con la retórica, que luego se transformó en oratoria con Cicerón y Quintiliano, de donde surgirá la dialéctica a partir del siglo xvi con Petrus Ramus (Pierre de la Ramée).
Diferencias en el ámbito de la lógica simbólica
Incluso dentro del propio ámbito de la lógica formal se observan diferencias entre argumento y argumentación. La distinción fundamental estriba, para algunos lógicos (Falguera López y Martínez Vidal, 1999: 26 y ss.), en que un argumento es una entidad conceptual abstracta, es decir, desligada de cualquier conexión lingüística, vaciada de su contenido semántico y formada por proposiciones, es decir, por lo expresado por un enunciado. Mientras que una argumentación es un pasaje lingüístico concreto, también formado por una serie de enunciados u oraciones declarativas en términos gramaticales, en el que si aceptamos los enunciados que preceden –es decir, las premisas– tenemos necesariamente que aceptar el que sigue –es decir, la conclusión–, a los cuales les corresponde un valor de verdad o falsedad.
Por lo tanto, un argumento lógico o una argumentación formal es aquella estructura constituida por tres elementos: (i) una conclusión, es decir, un enunciado o una proposición susceptible de ser declarada verdadera o falsa a partir de la argumentación; (ii) unas premisas: conjunto de enunciados o razones cuya verdad se aduce para apoyar la verdad de la conclusión; y, (iii) una intención: una conexión, nexo o consecuencia lógica entre las partes, es decir, entre las premisas y la conclusión. La conclusión y la intención (nexo de consecuencia lógica) no pueden faltar. Las premisas, por su parte, son un conjunto finito de enunciados eventualmente vacío (Ø).
Una argumentación o un argumento formalizados contienen enunciados del lenguaje natural que, mediante el uso de fórmulas bien formadas, se ha transformado en un lenguaje lógico formalizado. Un argumento o una argumentación formales son, por lo tanto, entidades conceptuales abstractas que expresan un acto del habla en la medida en que las constantes lógicas tienen un contenido semántico establecido.
Si nos encontramos en el plano conceptual y nocional, hablaremos de argumento inductivo fuerte si la conclusión se sigue probablemente de las premisas, y de argumento inductivo débil si la probabilidad es baja. Por el contrario, hablaremos de argumentación inductiva si nos encontramos en el plano lingüístico o retórico, ya sea en un acto de habla o en un escrito, y ésta podrá ser igualmente fuerte o débil según el grado de probabilidad de que se confirme un determinado valor veritativo.
En lógica clásica de primer orden, los argumentos pueden ser deductivos o inductivos. Los argumentos deductivos sólo pueden ser válidos o correctos y noválidos o incorrectos. Un argumento deductivo es válido o no-válido dependiendo de su estructura lógica. Según los manuales, validez es lo mismo que corrección, de modo que un argumento será formalmente válido o correcto si tiene valor apodíctico, es decir, si de él se deduce inferencia lógica. Dicho de otro modo, cuando la conclusión se siga necesariamente de las premisas; mientras que será no-válido en caso contrario.
Sin embargo, como en la lógica formal los argumentos no contienen valores de verdad, es posible que un argumento sea válido y, al mismo tiempo, sea falso, debido a que su validez o no-validez es de naturaleza óntica, ya que depende de su estructura lógica y no de su naturaleza epistémica, es decir, no depende de lo que sepamos sobre dichas proposiciones y de los valores de verdad o falsedad que correspondan a las premisas y la conclusión, salvo en el caso de premisas verdaderas y conclusión falsa.
De acuerdo con la distinción que acabamos de ver entre validez o corrección (óntica) y verdad (epistémica) de los argumentos, podemos afirmar, siguiendo los manuales de lógica formal (Beneyto y Úbeda, 2008: 21 y ss.) o formalizada, que un argumento es formalmente correcto si no puede darse un caso, en ningún mundo, universo de discurso o colección de entidades reales, abstractas, etc., que hay en él, en el que todas las premisas sean verdaderas y la conclusión falsa, en ese mundo o bajo esa interpretación. Un mundo en el que sí se dé lo anterior constituye un contraejemplo, es decir, un mundo en el que la argumentación falla. El argumento es correcto si no hay contraejemplo, incorrecto si existe contraejemplo, e indefinible si no puedo contestar a la pregunta, pues no se da ni lo uno ni lo otro.