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La observación del desmoronamiento de los edificios produce en el personaje sensaciones de pesadez y una atmósfera teñida de abandono y de una soledad nostálgica. Escenas de contemplación se repiten en muchas situaciones del relato. Ellas captan la atmósfera y el vínculo “tonado” del protagonista con su milieu, expresando la vivencia subjetiva, la sensación afectiva y el humor existencial de Barroso. En otras situaciones, los datos sensoriales de su percepción le provocan una fuerte actividad mental y evocan recuerdos de su pasado con Benavente. Surgen entonces imágenes de la memoria con fuertes colores que evocan vivas impresiones del pasado y crean, de ese modo, una atmósfera de nostalgia y de duelo por la pérdida de un tiempo pasado más feliz. La mente de Barroso muestra rasgos de una actividad excesiva que, en la mayoría de los casos, lo aparta de la realidad externa de su entorno. La voz de una mujer desconocida en la calle evoca en él recuerdos nostálgicos con Benavente; la observación de una figura arquitectónica lo hace pensar en su vieja casa, en la que Benevante lo había visitado al inicio de la relación. Las impresiones sensoriales, en gran parte visuales, llevan al personaje a ahondar en pensamientos rumiantes. Barroso empieza a medir las distancias entre las casas, a calcular los ángulos entre diferentes objetos accesibles para su visión o a averiguar la distancia de una tormenta que observa en la lejanía. La actividad mental del protagonista es excesiva, y se pone en marcha por estímulos del mundo exterior. Estos lo interpelan y, aunque la dirección de estos impulsos exteriores no sería previsible, lo impulsan a estar activo. Barroso se muestra, en este sentido, muy susceptible a las fuerzas de su milieu.
Ante las trasformaciones de los hábitos sociales en su entorno, Barroso parece estar consternado. No entiende lo que pasa en los ámbitos que atraviesa durante sus excursiones. Esto se manifiesta de manera condensada cuando Barroso se confronta con las nuevas reglas del pago. Cuando hace compras en un supermercado, se entera de que el dinero había sido reemplazado por el vidrio. Sus intentos de adaptarse a las nuevas modalidades parecen torpes, la gente que lo rodea le comunica esto y hasta algunas personas se burlan de él. Son situaciones en las que se abre una gran distancia entre Barroso y el mundo en que vive, en las que Barroso parece un ser ajeno, un “extranjero” (Berg, 2012). Esta característica del personaje en tanto extraño y ajeno se manifiesta en los pocos contactos que mantiene con su entorno social, pero más todavía en su modo de vincularse con su mundo, en su existencia que parece profundamente “enajenada”. La contigüidad de su propia decadencia corporal, del empeoramiento de su estado de salud y la disgregación del mundo externo, de la civilización urbana, es otra realidad en la que se manifiesta la extrañeza del personaje.
La metáfora central de la novela es el aire, homónimo de su título. El cambio de estado de los gases atmosféricos es un comentario recurrente de la voz narrativa, que sin embargo no describe la repercusión de los cambios meteorológicos en Barroso. La constelación de las fuerzas y dinámicas en el aire depende del clima y constituye la atmósfera, o sea la relación entre el sujeto y el mundo. Barroso parece una caja de resonancia pasiva abierta a los efectos de las fuerzas atmosféricas exteriores. Mientras la descripción físico-meteorológica de la atmósfera tiende al léxico atmosférico-psicológico –“convertía el espacio de la casa en un ambiente irrespirable, pesado y sin embargo –debía aceptar– tan hostil como extranjero, desconocido” (157)–, el cambio de las atmósferas es todavía más evidente cuando el texto describe los efectos que las fuerzas externas causan en Barroso: “Ese aire solitario y enigmático que se había visto enfrentado a respirar de manera sorpresiva estaba oprimiendo su cuerpo y sentimientos” (107).
La especial atención a los cambios climáticos va en paralelo con la focalización en las oscilaciones mentales de Barroso. La voz narrativa comenta el clima local y sus cambios, dinámicas que directamente producen reacciones en el cuerpo y la mente del protagonista. La subjetividad de Barroso aparece entonces muy permeable a las influencias del clima y las energías del milieu, como hemos visto, también en el sentido que le dio Auerbach como ambiente demoníaco. El entorno se evidencia como una constelación de fuerzas y afectos, realidades de las que la vida psíquica y los procesos mentales de Barroso dan testimonio. El personaje forma parte de una heterogénea ecología de afectos. Las fuerzas de ésta surgen de dinámicas que operan en diferentes ámbitos abarcando contextos sociales –la interacciones sociales partiendo de fragmentadas y polarizadas estructuras sociales–, el entorno objetivo –la materialidad y las infraestructuras tecnológico-mediáticas– como también la atmósfera –de las fuerzas del clima hasta realidades de la psicología colectiva–. El aire pone en escena una gran sensibilidad para captar las fuerzas atmosféricas de los espacios y su impacto en los seres humanos creando alegorías de las fuerzas del milieu. La atención puesta en los espacios incluye también el registro de las desigualdades sociales dentro del espacio urbano, lo que se muestra en pasajes en los que Barroso observa la vida cotidiana de una familia de un “barrio pobre”. En este sentido, aparecen también diferentes milieux sociales, que se distinguen por su estatus socioeconómico –aspecto que profundizamos en otro ensayo (Eser, 2017)–; sin embargo, el trazado de la ecología de los afectos en El aire trasciende la dimensión de los contrastes y desigualdades sociales.
La sensibilidad “ecológica” –ecología en su sentido clásico, como disciplina dedicada al estudio de las relaciones entre los seres vivos y sus entornos– se muestra también a nivel del léxico de la novela, en la que abundan términos ecológicos como “ambiente”, “atmósfera”, “entorno” o “medio”. La exploración del conocimiento del entorno y de sus implicancias espacio-afectivas son un aspecto central en El aire, cuyas construcciones narrativas crean atmósferas imaginadas en las que prevalecen diversos “tonos” del aparato psíquico y perceptivo del protagonista. Tales alusiones permanecen siempre ominosas, sin que se postule una causalidad directa. Las atmósferas afectan al protagonista como figura de la percepción y orientación del relato, pero resulta misterioso el modo en que esto funciona. La ecología de los afectos plasmada en El aire abarca diferentes ámbitos pero sus efectos y afectos parecen quedar flotando… en el aire.
Si Böhme afirma que en el sujeto perceptor reside la capacidad de desarrollar un trato crítico con las atmósferas y de distanciarse de sus fuerzas –“romper con las fuerzas de sugerencia de las atmósferas y permitir un manejo más libre y lúdico con ellas” (Böhme, 2013: 47)–, esta capacidad no parece estar demasiado desarrollada en el caso de Barroso. Los “espacios afectivos” del mundo diegético incorporan a este personaje como un elemento móvil, sin arraigo fijo, por lo cual se establece la impresión de que “el aire” es el verdadero protagonista de la novela: la atmósfera convertida en el sujeto frente al cual el ser humano, representado por Barroso, es una mera caja de resonancia, un ente pasivo, tal como aparecen también la sociedad urbana y el colectivo humano, representados por la ciudad que se está disolviendo de manera apocalíptica.
Además de una enfermedad física, Barroso muestra signos cada vez más acentuados de un trastorno de consciencia y de percepción. Parece desvinculado de la realidad mientras que en el centro de su vida psíquica reside un vacío depresivo y melancólico, huella del duelo por la ausencia de su mujer. El espacio de la acción narrada es en este sentido un espacio sintonizado, en el que la vivencia subjetiva de Barroso está en el centro. Como el punto narrativo neurálgico, el personaje se pierde en el inmenso plano de las fuerzas atmosféricas, de su entorno social, de la ciudad, de los afectos que el entorno provoca en él, de las imaginaciones y ensoñaciones que produce y en las que se sumerge. El espacio diegético se vuelve entonces mucho más que un mero escenario en que trascurre la acción, más que el “lugar” de Barroso, en la medida en que articula con él intensos vínculos. Auerbach identificaba estos vínculos como la unidad demoníaca-orgánica de las fuerzas ambientales que repercuten en los personajes literarios, por obra de la cual ellos también influencian el entorno mediante sus hábitos, modos de vida y usos del espacio. La demonología aquí implicada crea “afectividades situadas” y relaciones recíprocas entre diferentes fuerzas y afectos, lo que implica la emergencia proliferante de percepciones e imaginaciones. “El aire” es la metáfora central del relato, a cuyo estado gaseoso el protagonista –en términos narratológicos– se acerca: Barroso, impregnado por los humores, emociones, afectos de sus entornos, se disuelve en las atmósferas y se convierte en aire. Su estar-en-el-mundo confirma esta extrema metáfora de la ecología de los afectos.
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Encarar las fronteras: rostros, algoritmos, emociones35
Massimo Leone
Universidad de Turín
Universidad de Shangái
Las fronteras son líneas. Millones de hombres han muerto por causa de estas líneas. Millones de hombres han muerto porque no consiguieron cruzarlas: la supervivencia estaba ahora vinculada a la superación de un simple río, de una colina, de un bosque tranquilo: del otro lado, Suiza, el país neutral, la zona libre… (Perec, 1974: 88)36
1. Las fronteras de las caras
Las caras, nuestras propias caras, son fronteras: entre la naturaleza y la cultura, nosotros y los demás, lo interior y lo exterior, la herencia genética y la modificación individual, el ser humano y el animal (Leone, 2021). Que estas fronteras se manifiesten como tales o como umbrales, o sea como fronteras difuminadas, depende mucho de la ideología semiótica predominante (Leone, 2019, Apuntes). La fisiognomía criminológica de Cesare Lombroso concebía la frontera entre naturaleza y civilización como impenetrable (Knepper y Ystehede, 2012): la cara con la que se nacía llevaba inscrita en su morfología el destino psicológico y comportamental del individuo; otras búsquedas, al revés, incluso aquellas que conduce el grupo de investigación FACETS en Turín,37 problematizan más y más esta línea de demarcación, incluso en los rasgos que parecen más innatos: ya en el 1939, en el ensayo Nutrition and Physical Degeneration, el ampliamente citado dentista canadiense Weston Price indicaba cómo había casos de mala oclusión dentaria por consecuencia de la difusión de comida preparada a partir de cultivos domesticados (Price, 1939). En otro ámbito de pensamiento sobre el rostro, el de la filosofía moral, se perfila una oposición análoga entre los partidarios de una teoría de la cara como baluarte de la singularidad, como Montaigne (Glidden, 1993), y los defensores de una idea del rostro como lugar clave de una apertura al otro, como Lévinas (1967). Similarmente, en el campo psicológico, se enfrentan desde décadas las teorías que subrayan el origen evolutivo de las expresiones faciales, de Darwin a Paul Ekman hasta la neuropsicología contemporánea (Caruana y Viola, 2018), y los estudios antropológicos de estas expresiones (Gramigna y Leone, 2021), de Margaret Mead hasta la semiótica cultural de la sonrisa (Leone, 2019, Semiotica). Incluso la distinción entre la cara del ser humano y el hocico del animal, fundamental en muchas lenguas y culturas, se difumina en la filosofía posestructuralista, en las reflexiones al respecto de Deleuze y Guattari, de Derrida, de Donna Haraway (Leone, 2020).
Pero las caras son también el lugar somático donde se manifiestan las fronteras, las que existen entre las emociones y sus expresiones, por supuesto, pero también las que demarcan etapas de edad, estados de salud, géneros, clases económicas y sociales, entre distintas pertenencias políticas y religiosas. En muchas sociedades políticamente polarizadas, la decisión de llevar barba o de quitársela manifiesta una frontera política (Desnoes, 1985), o por lo menos la simula: en la Italia de los años setenta, llevar la barba larga y medio desarreglada era signo de pertenencia política a la izquierda, la barba de chivo a la derecha; en el Irán de los años dos mil, la perilla desarreglada era signo de adhesión al régimen del gobierno de Ahmadineyad; la barba muy larga y desarreglada, al fundamentalismo islámico; la barba larga y bien arreglada, a los hípsters; la barba de chivo, a los intelectuales críticos, y la barba afeitada, a los individuos sin pertenencia ideológica o religiosa manifiesta.
En las caras se delinean, además, fronteras entre ricos y pobres. Decir de alguien que tiene “cara de rico” o “cara de pobre” es una expresión bastante brutal, ya que condena el individuo a revelar en la parte más idiosincrática de su cuerpo el entorno socio-económico en el que creció; en efecto, el nivel económico determina el acceso a prácticas de distinción somática de la cara, desde la ortodoncia para menores a la nutrición, de los productos higiénicos a los cosméticos, hasta llegar a las inyecciones de Botox o las operaciones de cirugía estética.
Las fronteras de género también se dibujan prepotentemente en las caras, como producto de una imposición social contundente en las sociedades conservadoras, más difuminada y sutil en las culturas posmodernas, donde abundan las provocaciones que rechazan y reescriben las fronteras tradicionales. En el 2014, Conchita Wurst triunfó en el Festival de la Canción de Eurovisión 2014 con una cara que manifestaba al mismo tiempo rasgos somáticos femeninos, una larga melena negra y una barba perfectamente arreglada.
En las caras se revelan igualmente los estados de salud, a partir del de la piel y del pelo hasta la condición del funcionamiento de los órganos interiores. En agosto del 2020, un grupo de investigadores de cardiología publicó el artículo “Feasibility of Using Deep Learning to Detect Coronary Artery Disease Based on Facial Photo” [“Viabilidad de utilizar el aprendizaje profundo para detectar enfermedades de las arterias coronarias basándose en una foto facial”] (Lin, 2020), indicando la posibilidad de utilizar las selfies, junto al “deep learning”, el aprendizaje profundo, para diagnosticar enfermedades de la arteria coronaria.
Pero incluso las fronteras de edad se manifiestan en la cara. La estimación de la edad suele ser necesaria en las poblaciones de refugiados migrantes, ya que muchas disposiciones legales se relacionan con esta variable. En varios países, un refugiado adulto solo puede traer hijos a su cargo menores de dieciocho años. Si el acompañante es mayor de dieciocho, debe evaluarse por separado para determinar si califica para el estatuto de refugiado o no. Del mismo modo, en países como Italia, una persona menor de dieciocho años que llegue sola a un país no puede ser deportada. La edad de un individuo puede ser estimada a partir de varios signos, algunos de los cuales se concentran en elementos de la cara, como la evaluación del grado de desarrollo dentario y de erupción dentaria o la morfología de la superficie auricular. Sin embargo, hay que subrayar que en este caso también la cara se manifiesta como una frontera entre naturaleza y cultura, ya que muchos estándares de envejecimiento son específicos por sexo y/o población (Netz, 2020).
En fin, las caras se manifiestan como fronteras emocionales, no solamente en términos de transiciones entre expresiones de estados interiores opuestos, sino también como pasajes de una cultura emocional a otra: la sonrisa y el llanto son expresiones universales, pero en cada grupo humano se sonríe y se llora de manera distinta, aunque bajo la influencia más y más determinante de semióticas faciales globales. Eso también afecta las representaciones de estas emociones en simulacros digitales. Los chinos utilizan redes sociales diferentes de las occidentales –por ejemplo, WeChat en vez de Facebook– pero además utilizan emojis con distinciones ligeras pero significativas. Uno de los más utilizados es el comúnmente denominado “facepalm” en inglés o “palmada facial” en español, o sea un emoji que reproduce el gesto propio de poner la palma de la mano en la cara en una muestra de exasperación. El emoji de la palmada facial es utilizado en China como en Occidente, pero con una distinción: el facepalm chino es sonriente, en tanto que el occidental no lo es.38 Esta diferencia constituye una frontera importante entre las dos culturas sociales de las emociones: los emojis occidentales avergonzados son tristes, mientras que los chinos, a pesar de la vergüenza, no pierden completamente la cara, concepto fundamental en la sociedad china (Hu, 1944), desarrollado en la etnometodología de Erving Goffman (1955).
2. Las caras de las fronteras
Las caras son fronteras, las caras expresan fronteras, pero también las fronteras están hechas de caras y de expresiones faciales. El rostro es un elemento central en la definición de lo humano, pero lo es principalmente como resultado de una dialéctica con aquello que, al revés, no tiene rostro, y en particular con los animales –no humanos–, a los que muchas culturas atribuyen no un rostro sino un hocico, un rostro degradado, bestial (Leone, 2021, On Muzzles). A partir de esta dialéctica, se manifiesta también una polarización entre dos procesos: por un lado, la humanización de lo no humano a través de la atribución de un rostro; se humanizan de esta manera los animales de los dibujos animados, los robots humanoides, incluso los objetos de diseño y las configuraciones visuales abstractas gracias al instinto pareidólico de la neurofisiología de la visión. Al artista búlgaro Vanyu Krastev le es suficiente colocar unos ojos saltones sobre manchas irregulares de asfalto para obtener el efecto del “eye bombing”, o sea de la emersión de rostros en el paisaje urbano. Pero como se puede humanizar lo no humano a través de la atribución de un rostro, así se puede deshumanizar lo humano hacia lo animal, o incluso hacia la cosa, a través de la negación del rostro del otro. Ese fenómeno acontece a menudo como consecuencia de la determinación de fronteras geopolíticas con base etnoreligiosa.
Como en muchos países africanos, las fronteras geopolíticas de Nigeria han sido determinadas por los intereses y los conflictos de las potencias coloniales. El resultado es un perímetro nacional que abarca grupos humanos muy distintos desde el punto de vista sociocultural. Nigeria ha tratado de lidiar contra la fragmentación del país a través de la institución de fronteras internas, multiplicando los estados subnacionales –de tres a cuatro, luego doce, luego veinte y ahora treinta y seis– con una fórmula constitucional compleja para elecciones que están constantemente amenazadas por Boko Haram, el grupo islamista que mata o captura a los aldeanos y secuestra y agrede sexualmente a las mujeres, especialmente a las jóvenes colegialas. Algunas de estas, una vez liberadas gracias a las acciones de las fuerzas militares del país, regresan a sus aldeas, a sus familias y a sus maridos, a menudo con bebés que han dado a la luz después de ser abusadas por milicianos de Boko Haram. A la experiencia horrorosa del secuestro, de la violencia, del abuso sexual, de la cautividad, se añade entonces la condición trágica de ser objeto de sospecha y de rechazo en la comunidad de regreso. Pero aún más dramática es la situación de los hijos e hijas de estas mujeres, ya que ciertas creencias ancestrales contribuyen a designarlos como ineluctablemente portadores de “mala sangre”, destinados a heredar el carácter de sus padres y su predisposición al extremismo religioso violento. Las caras de estos niños y niñas se transforman entonces en elementos somáticos de una frontera interna, que divide la comunidad entre la progenie de los aldeanos y la de los terroristas. La frontera se perfila también por medio de una denegación de la humanidad de los rostros de estos niños, a los que las comunidades atribuyen el terrible apodo animal de “hienas entre perros”, donde los perros son los aldeanos y los que nunca estuvieron en contacto con los terroristas, mientras que las hienas son los hijos de las mujeres secuestradas, pequeñas caras en las que se dibuja el destino trágico de una amarga historia de explotación y miseria (International Alert/UNICEF Nigeria, 2016).