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—Una tripulación de tres personas. El piloto del submarino tiene cuarenta y cuatro años, se llama Peter Bolger, residencia oficial en Falmouth, Massachusetts. Graduado en la Academia Marítima de Maine, promoción de 1983. Cuatro años en la Guardia Costera, baja honorable en 1987, rango de teniente. Pasó casi una década pilotando barcos para la Institución Oceanográfica Wood’s Hole en Cabo Cod, en cooperación con numerosas facultades, universidades y acuarios. Contratado por la Investigación Internacional Poseidón en noviembre de 1996. A simple vista, es un civil que ha pasado toda su vida adulta en el agua, gran parte de ella realizando investigación. La presencia de alguien como Bolger probablemente esté destinada a darle a la IIP (Investigación Internacional Poseidón) una apariencia de realidad.
—Probablemente él sea el eslabón más débil cuando se trate de sacarlos, —dijo Luke.
Trudy asintió con la cabeza. —Según su expediente, mide un metro setenta y pesa unos ciento cuatro o ciento ocho kilos.
—¿Cómo cabe en el submarino? —dijo Swann.
Ed se encogió de hombros. —Podría ser todo músculo.
Ahora Trudy sacudió la cabeza. —No lo es. —ella levantó una foto de Peter Bolger. No tenía obesidad mórbida, pero no iba va a correr los cien metros lisos tampoco.
—Siguiente, —dijo Luke.
Trudy llevó la siguiente hoja a la cima de la pila.
—Eric Davis, estudiante de posgrado de veintiséis años en la Universidad de Hawái, con una beca de investigación para Wood’s Hole. ¿De dónde sacan estas cosas? Es un soldado de las Fuerzas Especiales de la Marina, de veintiocho años, llamado Thomas Franks. Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva Naval en la Universidad de Michigan, se graduó cum laude. Se alistó en la Marina al graduarse e inmediatamente solicitó ingresar en las Fuerzas Especiales de Demolición Submarina Básica. Viajes de servicio en Afganistán e Irak, uno cada vez, así como misiones clasificadas bajo el Mando Conjunto de Operaciones Especiales. Su misión aquí era proteger a los otros dos hombres y hundir el Nereus en caso de accidente u otro contratiempo. Claramente, no hizo nada de eso.
—Claramente, —dijo Swann.
—Él es nuestro vínculo más fuerte, —dijo Luke. —Si llegamos hasta estos chicos y están vivos, estaría bien poner un arma, o varias, en sus manos. El mayor peligro con Franks es que puede diseñar prematuramente algún tipo de intento de escape por su cuenta, u obtener un arma y abrirse paso disparando. De acuerdo, el siguiente.
Trudy sacó la última hoja de papel. —Reed Smith, comandante de la misión, de treinta y seis años, —dijo. —Un fantasma, un comodín total. Su verdadera identidad y edad son Alto Secreto. No tengo, en absoluto, nada de él, aparte de que le contrataron como investigador asociado en la IIP durante los últimos seis meses. De donde vino, y sobre lo que está al corriente, nadie lo sabe. Es el hombre que más preocupa a la CIA y al Pentágono. Aparentemente hay muchos secretos dentro de esa pequeña cabeza suya.
Swann miró a Luke. —Operaciones clandestinas. Me sorprende que él y Franks no hayan derribado el gobierno ruso aún.
Luke sonrió. —Me encanta tu sentido del humor, Swann. Por eso te dejo vivir.
Miró a Trudy. —Me gustaría tener un poco de contexto, si lo tienes. A dónde llevaron el Nereus y el estado de preparación de Rusia cuando... si... entramos allí.
Trudy asintió con la cabeza. —Algo tengo. El Nereus fue introducido en las bodegas de un antiguo buque de carga, y conducido al Puerto de Adler, justo al sur de la ciudad turística del Mar Negro, Sochi, justo al norte de la frontera rusa con Georgia. Están tratando de ocultar el Nereus y fingir que no lo tienen. Están actuando como si el carguero hubiera hecho una escala normal en el puerto. Y al menos, en el momento en que dejamos Washington, no había pruebas de que hayan movido el equipo del Nereus a otra ubicación. Ha habido muy poco movimiento en esos muelles.
—Saben que les estamos vigilando, —dijo Swann.
—Eso parece, —dijo Trudy.
—¿Y el resto? —dijo Luke. —¿Cómo están de preparados?
Trudy frunció los labios. —Puedo darte mi propia teoría.
—Dime, —dijo Luke.
—Están poco involucrados.
Luke agitó una mano. —Todavía no es mi hora de dormir.
Trudy asintió con la cabeza. —Vladimir Putin está jugando al “Guacamole”, con fiascos de varios tipos. El desastre del Kursk. La masacre del colegio de Beslan. ¿Quién sabe cuándo se detendrá? Pero mientras tanto, está progresando en numerosos frentes. Ha cimentado su férreo control sobre el gobierno. La economía rusa, aunque sigue siendo un desastre, comparada con nuestros niveles, está disfrutando de más prosperidad de la que se ha visto en quince años, principalmente debido a los altos precios mundiales del petróleo y el gas natural. Las evaluaciones de amenaza del Pentágono sugieren que el ejército está mejor financiado, algo mejor entrenados, y los soldados están recibiendo una mejor remuneración de lo que se ha visto en mucho tiempo. Están modernizando algunos sistemas de armamento, especialmente los sistemas de misiles balísticos.
—Rusia está en el largo y duro camino de regreso a su antiguo lugar en el mundo. No se sabe si lo lograrán, pero tampoco hay duda de que, desde que Putin asumió el control, están, efectivamente, recorriendo ese camino. Anteriormente, estaban boca abajo en una zanja al lado de la carretera.
—¿Qué significa esto para nosotros? —dijo Luke.
—Significa que interceptaron ese submarino para avisarnos, —dijo Trudy. —El Mar Negro ha sido suyo de forma indiscutible durante generaciones. Excepto por la costa turca, era una bañera rusa. Apenas hemos puesto barcos allí durante años. Nos están diciendo que han vuelto y que no nos van a dejar que pongamos barcos espía allí cuando nosotros queramos.
—Sí, pero ¿es realmente cierto? —dijo Luke. —¿Han vuelto? Si entramos allí e intentamos rescatar a esos hombres, ¿vamos a caer sobre una sierra circular?
Trudy sacudió la cabeza, ofreciendo el rastro de una sonrisa. —No. No han vuelto, aún no. La moral sigue baja, el mando y el control siguen siendo pobres. La corrupción es rampante. Montones de infraestructura y equipos están degradados o no funcionan. Con un plan lo suficientemente inteligente y un ataque rápido, creo que podréis atarlos de pies y manos. No digo esto a la ligera, pero creo que podemos llegar hasta eso hombres.
Luke la miró fijamente. Recordó su plan para eliminar al renegado contratista militar estadounidense Edwin Lee Parr y su milicia en Iraq, y su evaluación optimista de las probabilidades de hacerlo. En aquel momento, Luke la había desdeñado, a ella, a su plan y a su evaluación.
Después, todo resultó muy similar a cómo ella lo había descrito. Luke y Ed todavía tenían que ir allí y hacerlo, pero esa parte era un hecho.
—Bueno, espero que tengas razón, —dijo.
* * *
Luke había caído en un sueño inquieto. Sus sueños eran extraños, aterradores y cambiaban rápidamente. Una noche de paracaidismo. Al caer, su paracaídas no se abría. Debajo de él había una amplia extensión de río oscuro. Los caimanes, decenas de ellos, lo veían caer del cielo y convergían hacia él. Pero su pierna estaba atada a un cordón elástico, por lo que rebotaba en un largo y lento salto, justo por encima del agua, con los brazos colgando hacia abajo, los caimanes arremetiendo e intentando capturarlo.
Entonces era de día. Un Halcón Negro había sido lanzado al cielo. Su rotor de cola había desaparecido, el helicóptero giraba fuera de control y caía con fuerza. Luke corría por un campo, un viejo y vacío estadio de fútbol, hacia el helicóptero. Si pudiera llegar allí antes de que chocara, podría atraparlo y salvar a esos hombres a bordo. Pero la hierba crecía a su alrededor, extendiéndose, retorciéndose, tirando de sus piernas, haciéndolo más pequeño. Tenía los brazos extendidos, casi alcanzando... Era demasiado tarde. Había llegado demasiado tarde.
Dios, el helicóptero estaba cayendo de lado. Aquí... venía...
Se despertó en medio de una turbulencia: el avión se estremeció y luego cabalgó por el aire inestable, como si estuvieran en una montaña rusa. Luke miró a su alrededor, las luces estaban apagadas. Por un momento, no estaba seguro de si estaba dormido o despierto. Entonces percibió al resto de su equipo, extendido inconsciente en varias partes de la oscura cabina.
Miró por la ventana, pero no podía ver nada más que una luz parpadeante en el ala. Muy por debajo, el océano era vasto, interminable y negro. El sol estaba muy lejos detrás de ellos, el día había pasado.
Habían estado volando durante horas y tenían más por delante.
Dentro de unas horas, a medida que avanzaran más hacia el este, el cielo comenzaría a iluminarse. Miró su reloj. Justo después de la medianoche en DC, lo que significaba que en Sochi ya eran algo más de las ocho de la mañana.
Mirar el reloj le provocó la sensación de que los acontecimientos se les anticipaban. Los rusos podían llevarse a esos hombres en cualquier momento. Podrían habérselos llevado ya, durante la noche.
Era frustrante estar atrapado en este avión con el reloj corriendo.
Luke no había pegado ojo, pero sabía que no se iba a dormir de nuevo. Estaba agobiado por los fantasmas del pasado, por Becca y Gunner, por el futuro incierto de un bebé nacido en un mundo terrible y por esta peligrosa misión.
Se levantó, fue a la pequeña cocina en la parte trasera del avión. Pasó junto a Ed Newsam y Mark Swann, que dormitaban en lados opuestos del pasillo. Sin encender la luz, vertió media taza de agua caliente de la espita y mezcló un poco de café instantáneo negro con un poco de azúcar. Lo probó. Eh, no estaba mal. Agarró una manzana danesa envuelta en plástico y volvió a su asiento.
Encendió el foco del techo.
Echó un vistazo al otro lado del pasillo. Trudy estaba dormida, hecha un ovillo. Era joven para este trabajo. Debe ser bueno saber tanto a tan tierna edad. Pensó en sí mismo cuando tenía poco más de veinte años. Había sido ese tipo de superhéroe fuera de serie, hecho de granito, cuya respuesta a cualquier problema era poner la cabeza hacia abajo y correr a través de las paredes. No tenía muchas cosas en la azotea.
Sacudió la cabeza y miró el papeleo en su regazo. Ella le había dado una tonelada de datos útiles. Tenía imágenes de satélite del carguero, incluidos primeros planos de las pasarelas de arriba y las habitaciones donde se pensaba que estaban retenidos los hombres, y las bodegas de abajo, donde probablemente se escondía el submarino.
Luke tenía que admitir que el submarino no era una prioridad para él personalmente, pero sabía que los demás no estaban de acuerdo. Querían que esa cosa fuera destruida. Vale. Si era posible y no ponía en peligro a los hombres, lo haría.
Hmmm ¿Qué más tenía? Un montón de cosas: esquemas del carguero, mapas e imágenes satelitales de las calles de la ciudad, los muelles y el largo malecón que protegía el puerto del Mar Negro, mapas de amplia visión e imágenes de toda la zona, con el complejo turístico de Sochi en expansión al norte, la extensión de agua y la frontera con Georgia al sur, tentadoramente cerca.
Tan cerca y, a la vez, tan lejos.
¿Qué más? Evaluaciones de la fuerza de las tropas en el puerto y cerca de las instalaciones, las mejores conjeturas, en realidad. Evaluaciones de las capacidades de primeros auxilios en el Sochi metropolitano: buenas en algún momento, pero ahora no contaban con fondos suficientes y estaban muy degradadas. Evaluaciones de la moral: baja en todos los ámbitos. Las dos guerras chechenas apocalípticas y los ataques terroristas resultantes contra objetivos civiles inofensivos, combinados con el desastre del Kursk, tenían las cabezas dando vueltas entre el ejército militar ruso y las tropas de primera línea en desorden.
Luke no lo dudaba. La conmoción del 11 de septiembre, junto con los repetidos reveses en Irak y Afganistán, la mala prensa en casa... había dejado a mucha gente de este lado de la cerca sintiendo lo mismo. El equipamiento estadounidense, la formación y el personal eran generalmente excelentes, pero las personas eran personas y cuando las cosas se torcían, dolía.
Dejó que la información lo invadiera.
Don le había prometido más efectivos a su llegada a Turquía: operarios encubiertos con conocimiento local, fluidez en ruso y experiencia en operaciones encubiertas de movimientos rápidos y contundentes. Don no le había dicho de dónde venían, solamente que serían los mejores disponibles. Le había prometido a Luke métodos para él y para Ed, moviéndose por separado, para entrar en Rusia sin ser detectados. Le había prometido a Luke cualquier material que quisiera, dentro de lo razonable: pistolas, bombas, coches, aviones, lo que fuera.
Una imagen comenzó a surgir...
Sí. Comenzaba a imaginar los contornos generales de la operación. En un mundo ideal... si obtuviera todo lo que quisiera... con el elemento sorpresa... total compromiso... y moviéndose a gran velocidad...
Podía ver cómo esto podría funcionar.
* * *
—Solían llamarme Monstruo.
Luke miró a Ed. Eran los únicos despiertos, sentados en los asientos traseros del avión. Pero ahora Luke se estaba adormeciendo. Más arriba, Trudy seguía acurrucada y Swann estaba tendido, sus largas piernas cruzando el pasillo.
Las persianas de las ventanas estaban bajadas, pero Luke podía ver fragmentos de luz solar asomándose a lo largo de los bordes inferiores. Dondequiera que estuvieran del mundo, ya era por la mañana.
Luke acababa de exponerle la misión a Ed, mientras ya se estaba empezando a imaginar cómo sería. Pensaba en obtener otro punto de vista. ¿Parecía posible esta parte? ¿Había un agujero enorme que estaba pasando por alto? ¿Qué tipo de armas deberían llevar? ¿Qué tipo de equipamiento necesitaban?
En cambio, recibió esto: —Solían llamarme Monstruo.
Era toda la respuesta que necesitaba, suponía. El hombre era un monstruo. Llegados a ese punto, se enfrentaría al problema con un plan a medias y un puñado de clavos oxidados.
—De alguna manera, no me sorprende, —dijo Luke.
Ed sacudió la cabeza. Él mismo estaba medio dormido. —No por mi tamaño, sino porque era muy malvado. Crecí en Crenshaw, en Los Ángeles. Cuatro niños, yo era el mayor. Lo más parecido a una tienda de comestibles en el vecindario era un lugar que vendía licores, décimos de lotería y latas de sopa y atún. Mi madre a veces no podía mantener las luces encendidas.
—Dije, no-no. Esto no va a quedar así. No está bien que tengamos que vivir de esta manera y lo voy a arreglar. Estaba trabajando en la esquina a las doce, tratando de conseguir dinero. Me estaba dejando llevar por lo peor de lo peor a los quince años y era peor que ellos. Dentro y fuera del reformatorio. No estaba arreglando nada.
Ed suspiró profundamente. —En diez de aquellas noches, podría haber muerto fácilmente, como otros. Me habían disparado muchas veces antes de ver Irak, Afganistán o cualquiera de estos otros lugares clasificados, a los que supuestamente nunca he ido.
Entrecerró los ojos y sacudió la cabeza. —Llegué ante una jueza cuando tenía diecisiete años. Ella me dijo que ahora podría ser juzgado como un adulto. Podía ver en tiempo real la cárcel de los mayores o podía conseguir que me suspendieran la condena si me unía al ejército de los Estados Unidos. Dependía de mí.
Él sonrió. —¿Qué más iba a hacer? Me uní. Me encontré con un sargento de instrucción, de nombre Brooks, inmediatamente me cogió manía. Sargento Mayor Nathan Brooks. Yo no le gustaba y decidió que me iba a hacer la vida imposible.
—¿Lo hizo? —dijo Luke. Tenía problemas para imaginarse tal cosa, pero esta no era la primera vez que había oído algo por el estilo. —¿Te hizo la vida imposible?
Ed se rio. —Oh, sí, lo hizo. La tomaba conmigo una y otra vez. Nunca lo he pasado tan mal en mi vida. Me veía venir a un kilómetro de distancia. Me convirtió en su proyecto personal, dijo: “¿Te crees duro, negrata? Tú no eres duro. Ni siquiera has visto nada duro todavía, pero yo te lo voy a enseñar.”
— ¿Era un hombre blanco? —dijo Luke.
Ed sacudió la cabeza. —Nah. En esos días, si un hombre blanco me hubiera llamado negro, simplemente le habría matado. Era un hermano de mi tierra, de algún lugar de Carolina del Sur, no lo sé. Me partió por la mitad. Y cuando terminó, me volvió a unir, un poco mejor que antes. Ahora yo era algo con lo que otras personas podrían al menos trabajar, hacer algo.
Estuvo en silencio por un momento. El avión se estremeció a través de una zona de turbulencias.
—Nunca encontré la forma de agradecérselo a ese tipo.
Luke se encogió de hombros. —Bueno, no es tarde. Envíale algunas flores. Una tarjeta, no sé.
Ed sonrió, pero ahora estaba melancólico. —Está muerto. Hace más o menos un año. Cuarenta y tres años, veinticinco de servicio. Podría haberse retirado en cualquier momento. En lugar de eso, se ofreció como voluntario para Iraq, y se lo concedieron. Estaba en un convoy al que le tendieron una emboscada cerca de Mosul. No sé todos los detalles, lo vi en Stars and Stripes. Resulta que era un tipo muy condecorado. Yo no sabía eso de él cuando me arrastraba por el suelo. Nunca lo mencionó.
Hizo una pausa. —Y nunca le dije lo que significaba para mí.
—Probablemente lo sabía, —dijo Luke.
—Sí, probablemente, pero debería habérselo dicho de todos modos.
Luke no le contradijo.
—¿Dónde está tu madre? —dijo en su lugar.
Ed sacudió la cabeza. —Todavía está en Crenshaw. Traté de hacer que se mudara al este, cerca de mi, pero ella no quiere oír hablar de mudarse. ¡Todas sus amigas están allí! Así que, entre mi hermana y yo le compramos un pequeño bungalow a seis manzanas del viejo edificio de apartamentos donde vivíamos. Una parte de mi paga de cada mes va destinada al pago de la hipoteca. Justo en el viejo barrio donde solía arriesgar mi vida para intentar sacarla de allí.
Suspiró profundamente. —Por lo menos hay comida en la nevera y las luces están encendidas. Supongo que es todo lo que importa. Ella dice: “Nadie va a meterse conmigo. Ellos saben que eres mi hijo y vas a venir a verme si lo hacen.”
Luke sonrió, Ed también lo hizo y esta vez la sonrisa fue más genuina.
—Ella es imposible, tío.
Ahora Luke se echó a reír. Después de un momento, también lo hizo Ed.
—Escucha, —dijo Ed. —Me gusta tu plan. Creo que podemos lograrlo. Un par de chicos, los correctos... —él asintió con la cabeza. — Sí, es factible. Necesito echar una cabezada y tal vez se me ocurra algo que añadir.
—Suena bien, —dijo Luke. —Estoy deseando, p refiero no tener a nadie en nuestro equipo asesinado por ahí.
—Especialmente nosotros, —dijo Ed.
CAPÍTULO SIETE
26 de junio
6:30 Hora del Este
Centro de Actividades Especiales, Dirección de Operaciones
Agencia Central de Inteligencia
Langley, Virginia
—Parece que el Presidente ha perdido la chaveta.
—¿Eh? —dijo el viejo que fumaba un cigarrillo. Parecía que tuviera que aclararse la garganta. Sus dientes eran de color amarillo oscuro. La retracción de las encías hacía que parecieran más largos. Parecían hacer chasquidos cuando hablaba. El efecto era horrible. —Cuéntamelo.
Estaban en lo más profundo de las entrañas de la sede. En la mayoría de los lugares dentro del edificio, fumar ahora estaba prohibido. ¿Pero aquí, en el santuario interior? Todo estaba permitido.
—Estoy seguro de que ya lo has oído, —dijo el Agente Especial Wallace Speck.
Se sentó en un amplio escritorio de acero al lado del viejo. No había casi nada en el escritorio. Ni teléfono, ni ordenador, ni hoja de papel o un lápiz. Sólo había un cenicero de cerámica blanca, repleto de colillas de cigarrillos apagados.
El viejo asintió. —Refréscame la memoria.
—Ayer sugirió que la tripulación del Nereus se pudriera en manos de los rusos. Lo dijo delante de veinte o treinta personas.
—Sáltate la parte fácil, —dijo el viejo. Estaban en una habitación sin ventanas. Dio una calada profunda a su cigarrillo, lo sostuvo y luego soltó una columna de humo azul. El techo estaba al menos a cuatro metros y medio de sus cabezas y el humo se elevaba hacia él.
—Bueno, luego lo suavizó, pero nos ha dejado fuera del operativo de rescate, a nosotros y a nuestros amigos, en favor de nuestro nuevo hermano pequeño del FBI.
—Sáltatelo, —dijo el viejo.
Wallace Speck sacudió la cabeza. Tratar con el viejo era un infierno. ¿Cómo es que seguía vivo? Había estado fumando cigarrillos en cadena desde antes que naciera Speck. Su rostro era como un periódico antiguo, volviéndose casi tan amarillo como sus dientes. Sus arrugas tenían arrugas. Su cuerpo no tenía tono muscular en absoluto. Su carne parecía estar colgando de los huesos.
La idea le produjo a Speck un breve recuerdo de una vez que comió en un restaurante elegante. — ¿Cómo está el pollo esta noche? —le preguntó al camarero. —Exquisito, —dijo el camarero. —Se desprende del hueso.
La carne del anciano era cualquier cosa menos exquisita. Pero sus ojos seguían tan afilados como cuchillas de afeitar, tan concentrados como láseres. Era lo único que le quedaba.
Esos ojos miraban a Speck. Querían el morbo. Querían las partes que a la gente como Wallace Speck le preocupaban. Podría desenterrar lo más sucio, y lo hacía. Ese era su trabajo, pero a veces se preguntaba si el Centro de Actividades Especiales de la CIA no estaba abusando de su autoridad. A veces se preguntaba si las actividades especiales no equivalían a la traición.
—El tío tiene problemas para dormir, —dijo Speck. —Parece que no ha superado el secuestro de su hija. Confía en el Zolpidem para dormir y a menudo se diluye la píldora en una copa de vino, o dos. Eso es un hábito peligroso, por razones obvias.
Speck hizo una pausa. Podría darle al viejo el papeleo, pero el hombre no quería mirar el papeleo. Sólo quería escuchar, y Speck lo sabía. —Tenemos cintas de audio y transcripciones de una decena de llamadas telefónicas a su rancho familiar en Texas durante los últimos diez días. Las conversaciones son con su esposa. En cada llamada, expresa su deseo de dejar la presidencia, regresar al rancho y pasar tiempo con su familia. En tres de esas llamadas, se echa a llorar.
El viejo sonrió y dio otra profunda calada al cigarrillo. Sus ojos se convirtieron en rendijas. Su lengua salió disparada. Había un trozo de tabaco allí en la punta. Parecía un lagarto. —Bien. Más.
—Tiene una especie de obsesión por el culto al héroe con Don Morris, nuestro pequeño rival advenedizo del Equipo de Respuesta Especial del FBI.
El viejo hizo un movimiento con la mano como una rueda que gira.
—Sigue.
Speck se encogió de hombros. —El Presidente tiene un perro, como ya sabes. Ha comenzado a caminar por los terrenos de la Casa Blanca a altas horas de la noche. Se enfada si se tropieza con cualquier Agente del Servicio Secreto mientras está fuera. Hace unas noches, se encontró con dos en diez minutos y tuvo un berrinche. Llamó a la oficina de supervisión nocturna y les dijo que hicieran retirarse a sus hombres. Ya no parece comprender que los hombres están allí para protegerlo, piensa que están allí para molestarle.
—Hmmm, —dijo el viejo. —¿Intentaría huir?
—Diría que parece inverosímil, —dijo Speck. —Pero con este Presidente, nunca se sabe lo que va a hacer.
—¿Qué más?
—El grupo de acción política ha comenzado a buscar opciones para retirarlo del cargo, —dijo Speck. —La destitución es inviable debido a la división en el Congreso. Además, el portavoz de la Casa Blanca es un aliado cercano de David Barrett y está de acuerdo con él en la mayoría de las cuestiones. Es muy poco probable que siga con el proceso de destitución o permita que suceda bajo su supervisión. Retirarlo del cargo bajo la Vigésimoquinta Enmienda parece estar fuera de lugar también. Barrett probablemente no va a admitir su incapacidad para desempeñar sus funciones y si el vicepresidente trata de...
El viejo levantó la mano. —Lo entiendo, sáltatelo. Dime una cosa: ¿tenemos Agentes del Servicio Secreto en operaciones nocturnas en los terrenos de la Casa Blanca? ¿Hombres que nos sean leales?






