- -
- 100%
- +
—¿Quién diantres eres? Menudo susto me has dado.
—En este lugar no tienes enemigos… aquí somos todos amigos, no te alteres hijo. Soy Bhima, padre de Thyrsá, creo que aún no hemos sido presentados. —Dispuso de su mano derecha abierta sobre el pecho, en señal de presentación y seguida de una ligera inclinación corporal.
—No me habló bien de ti —respondió Ixhian instantáneamente y sin percatarse de lo inadecuado de su respuesta.
—Vaya, pareces bastante espontáneo y sincero a su vez, cualidad o defecto según se mire; cuida de tus palabras como si fuesen un tesoro, hijo. Aunque de seguir así, te aseguro que te proporcionarán algunos dolores de cabeza.
—Disculpa no pretendía importunarte, me salió así, sin pensarlo… —Levantando la mano, le interrumpió el caballero.
—No importa hijo, la franqueza es un lujo en estos tiempos. Además nunca fui un buen padre, por lo tanto bien ciertas deben ser las palabras de mi hija. Aun así, y proviniendo de Thyrsá, no dejo de reconocer que sus palabras suponen una espina que se clava muy dentro de uno.
Paseaba envuelto por una suntuosa capa amarillenta de dorados bordados, bajo la que se dejaba entrever una túnica de raso blanca que resplandecía en la noche. Hombre de baja estatura y algo chaposo, vencido por el paso de la edad. De barba llamativa, tan abierta como si fuese un cepillo, gruesos labios y entrecejo abundante.
—¿Decías que si hablo en la boca del pozo mis palabras se oyen en Casalún?
—Sí, pero tú no puedes hablar, ni tampoco oír. Su sonido pertenece a un código que solo lo pueden interpretar ciertos caballeros llamados Adentores, una especie de versados en la materia. —Frunció Ixhian el entrecejo, contrariado.
—¿Podría algunos de esos caballeros servirme de intérprete?
—El pozo solo se usa en caso de necesidad y no está para chismorreos. Déjala ir Ixhian, ella debe de convertirse en lo que es. No te preocupes demasiado por Thyrsá, te puedo asegurar que tras su delicada piel blanquecina se guarda un volcán. Ahora necesitas espacio para ti, y este es el lugar más adecuado para dicho menester. Volverás a verla, no te preocupes por ello; que la avidez amorosa encuentra siempre su cauce. Fíjate en el Ánima —dijo señalando el torrente de agua—, tan impetuoso y bravo parece en sus primeros impulsos… y quién diría que es el mismo río que atraviesa el prado, colmado de calma y sosiego. No juzgues a quienes no tuvimos elección para ser ni disponer. La mayoría de las veces reprochamos actitudes y conductas ajenas, desconociendo la causa que las originó; otorga una oportunidad a los demás y la misma se te brindará a ti.
—Se dice que estuvisteis en la batalla de playa Arenas, que pusisteis vuestra voz y que con vuestro canto inspirasteis y llevasteis a la victoria al ejército comandador.
—Se dicen muchas cosas Ixhian. Pero lo cierto es que en esa batalla canté más con la espada que con la voz y… ¿quién fue el necio que te habló de victoria?
—Pero eso que cuentan, es imposible que pueda ser cierto Bhima, han pasado casi cuatrocientos años desde el fin de la guerra.
Comenzaba a descender la bruma sobre el poblado, hacía un frío terrible así que Ixhian se arropó lo más que pudo, por nada del mundo deseaba dar por concluida la conversación.
—Te lo vuelvo a repetir Ixhian, se juzga demasiado a la ligera… el tiempo, el concepto del tiempo. Veo que el abuelo aun no te habló del péndulo de la Clepsidra[22] , dejémoslo pasar, no soy tu instructor y no está la noche para prolongarla en demasía, podríamos coger frío.
—Entiendo aún poco de cuanto me rodea, ya se lo comenté a Noru. Aunque reconozco que no he parado de recibir consejos y cierta cordura desde que salí de la Sidonia; presiento que aun así, estoy muy lejos de comprender el mundo en que resido.
—Nunca lo conocerás Ixhian, te lo puedo asegurar. No existe nada cierto bajo el sol y mucho menos en la oscuridad de la noche.
—Es hermosa tu hija —cambió de conversación el joven bruscamente, originándose un prolongado silencio entre ambos.
—Duele —dijo Bhima mirando abstraído hacia la montaña.
—Tu huida, no se debe solo a ella ¿verdad? —Quedó en silencio, eludiendo contestar y manteniendo la mirada, absorta en un cielo que comenzaba a tronar.
—Comprendo por qué te han elegido. Sin duda eres un joven moldeado en otra materia. Vamos, resguardémonos que vienen tormentas y pronto comenzará a llover.
—¿Lo sabrá algún día? ¿Le contarás a ella toda la verdad? —continuó Ixhian instigándole, mientras se retiraban en busca de refugio.
—Son cosas que sucedieron y créeme que es mejor no remover nada; sacudir el pasado supone el resucitar hechos y personas que ya no habitan entre nosotros. Y por lo tanto, supone el enfrentarse a situaciones que uno ya no tiene posibilidad de enmendar. Ojala pudiera volver…
—Siempre huyes y te escondes, de seguro te fuiste abandonando todo cuanto querías. —El viento arreciaba con fuerza y la lluvia comenzaba a barrer la aldea.
—¿De dónde sacas eso?
—Estas a punto de perder a tu hija y ella te echa demasiado en falta, te lo puedo asegurar.
—¡Basta! ¡Por todos los dioses! Detente por favor, el aprendizaje es ahora para ti; tú eres el que debes comenzar ahora. Nosotros tan solo esperamos una conclusión de todo esto.
—Lo leo en tus ojos, algún día tendrás que enfrentarte a tu carga, como yo a la mía.
—¿Me hablas de Thyrsá?
—No, hablo de otra persona, ella aún sigue aquí; te hablo de algo que debió sucederte, no estás en paz.
—No pude hacer nada por evitar la catástrofe, aún pasados tantos años, me pregunto realmente qué sucedió y Thyrsá se parece tanto a ella…
—¿Por eso huyes de Thyrsá, por eso te das a la bebida? Escapas de cuantos rodean tu mundo y de todo cuanto te hace recordar el pasado. ¿No es cierto?
—Huyo por no poder entender. Tú no sabes el peso que supone vivir sin respuestas. Ya te lo dije antes, vivir con el desconocimiento también mata, lo puedo atestiguar… no se lo cuentes, no le hables de esta conversación a ella. Aún no está preparada ¡Júramelo! —Sobresaltado y fuera de sí se aferraba con fuerza a la camisa de Ixhian, mientras vociferaba con rabia ¡Aún no ha llegado su momento!
—No será necesario, lo descubrirá por si sola —le contestó con determinación nuestro joven.
Y dándose media vuelta se dirigió al interior de su aposento, comenzaba a diluviar y ahora sí que necesitaba de un lugar de reposo y calma. El Gris no estaba, por lo que se hallaba solo en la cabaña, multitud de pesadillas le asaltaron esa noche sin conseguir reposar, pues un conocido desasosiego le trasladó a los primeros tiempos de la Sidonia.
Ya en la cena, compartió mesa con los jóvenes que tocaban música en la noche anterior, necesitaba de una retirada y algo de esparcimiento. El abuelo le observaba desde una mesa contigua, sus ojos de búho reflejaban perturbación y desasosiego. En eso irrumpió en el comedor un señor vestido de oficial comandador. Alto y pelirrojo, de aspecto fornido y cubierto por un voluminoso abrigo de piel. Portaba una frondosa y descuidada barba, su descuidado cabello rojizo le sobresalía rebelde, cayéndole sobre los hombros.
—¡Marcelo! —gritó Dewa haciendo multitud de ademanes, para que tomase asiento a su lado. Sin embargo al instante de entrar el militar, se levantó el comedor a recibirlo.
Apresuradamente, el capitán se dirigió hacia la mesa en donde se sentaban los tres magos, saludando a Noru en primer lugar.
—Toma asiento Marcelo, sé bienvenido una vez más a nuestra casa y la tuya, comparte con nosotros estos alimentos, regalos del bosque —dijo Noru, mientras el visitante se mantenía en pie.
—¿Es él? —dijo dirigiéndose a Ixhian.
—Todo tuyo, acabadito de cazar como quien dice —le contestó el Gris pícaramente.
—Haré de él un hombre y un buen combatiente, no dudéis de ello.
—Mide tus palabras antes de pronunciarlas Marcelo, el enemigo se haya acechando y no sabemos desde donde —dijo el abuelo, invitándolo a compartir una mesa apartada y silenciando así sus palabras.
—No debéis preocuparos, Miyard. Las costas están bien guardadas por mis tropas y no hay señal alguna de nuevas invasiones, en la Ensenada reina la calma.
—No viene de afuera cuanto nos preocupa —contestó Dewa, mientras Marcelo le lanzó una mirada cargada de interrogaciones.
—¡Esa boca! ¡Este hombre me mata! —le reprochaba enfadado el abuelo.
Terminada la cena se retiraron los cinco a conversar en un pabellón contiguo. Por lo que aprovechó nuestro joven para salir a pasear, la noche se presentaba fresca y por primera vez desde hacía mucho tiempo, echaba de menos su vieja caverna.
Se hallaba tremendamente desolado, un nudo le oprimía la garganta y tenía ganas de llorar. Bajo una suave llovizna intentó apartarse de todos y alejarse de la aldea.
No conseguía avanzar, la lluvia y la niebla se habían aliado en su contra, así que se detuvo bajo un arco de piedra que daba paso a un sendero llamado Ascensión, el cual llegaba hasta el Ánima y a lo más profundo de la selva. Un pequeño santuario se hallaba justo en el cruce del camino y aunque anteriormente nunca hubiese rezado, esa noche sí lo hizo. Rezó por Thyrsá y madre Latia, dándoles gracias por todo cuanto habían hecho por él. Hundido y profundamente deprimido, imploró que lo llevasen lejos de allí, de vuelta a casa y al plácido hogar en el altozano. Repentinamente se percató que bajo el arco de Ascensión, unos hombres de piel oscura lo contemplaban bajo la lluvia; eran los panteras. La tribu del Ánima lo protegía, y dándose media vuelta echó a correr en dirección de su aposento. Estaba claro que el control de su vida se le escapaba de las manos.
[22] El Péndulo de la Clepsidra, es un concepto del tiempo.
X - Thyrsá
Recuerdos desde el Castillo de la Batida
Despierto, mi garganta me aprieta y siento ahogo. Quiero morirme, he vuelto a soñar con una celda solitaria, me encuentro sola, estoy aislada y no tengo con quien llorar… son los peores recuerdos, aquellos primeros días en Casalún en los que me encontraba tremendamente sola y desamparada.
El fuego continúa chispeando en la chimenea, el mar rompe con fuerza y parece que estas gruesas paredes, se vendrán abajo de un momento a otro. Anette se haya sentada a mi lado, remienda ropa vieja y desgastada hasta que sus ojos la venzan y dé por concluido el día. Espero la llegada de Globa, quedamos en eso; él vendría a por mí llegado el momento, justo antes que la gran ola sepulte la isla y siempre que antes no lo hiciese el comandador. Si tal cosa no ocurriese, yo sería trasladada a la tierra subterránea de Ania, junto al pueblo de los Túmulos. Globa me prometió llevarme lo más cerca posible de la Lunai; la luz que alumbra el corazón del mundo, para cumplir el último deseo de esta vieja condenada.
Intento evadirme, no recordar aquellos primeros meses en Casalún, cuando descubrí que Celeste había partido y que no volvería a verla nunca más. Ese era el golpe del destino que menos esperaba, ya que tan solo la ilusión de volver a estar junto a ella, fue lo único que hizo posible aceptar con cierta complacencia y agrado la despedida de Ixhian.
Apenas había sido consciente del paisaje y los recintos que me rodeaban, era muy avanzada la tarde cuando accedimos al Valle y recibiera la aciaga noticia en labios de la gran madre del sur.
La Sunma Ana me recibió personalmente en sus aposentos, ofreciéndome la bienvenida a Casalún, llevándome la enorme sorpresa al comprobar que era la misma persona que me visitara años antes en el altozano, justo al día siguiente de la muerte de la yaya. Madre Latia estuvo presente durante este primer encuentro, manteniéndose aferrada a mi mano, ofertándome su apoyo y compañía.
Ahora, cuando pesan tanto las edades se entiende el papel imprescindible que jugó madre Latia en nuestras vidas. Si no hubiese sido por ella, nada habría sucedido y todo se hubiese consumado mucho antes. Aún me sorprende que no aceptasen mi dolor y rechazo en la aldea, tras descubrir la ausencia de Celeste. Por nada del mundo quería continuar allí. ¡Odiaba Casalún! Llegué a maldecir todo cuanto representaba esa comunidad, envuelta en ese halo de perfección insuperable. Odiaba su mundo y todo cuanto constituía esa red vanidosa de leyes añejas y retorcidas vanidades. Deseaba volver a mi casa en el altozano y poder recuperar la retorcida costumbre de tirar de mi carromato. Ese esfuerzo desesperado que representaba mi único alivio, pues había aprendido como la ira y el dolor, se dispersaban a través de ese camino.
La llegada del niño Ví, había moderado mi dolencia. Dando un giro mi vida, de tal envergadura que olvidé mis padecimientos. En Casalún, me aseaba y vestía apenas sin ganas, luego paseaba por sus blancas calles y sus jardines sin rumbo fijo. No se me impuso disciplina alguna durante los primeros meses de estancia en la aldea, dejándome campar un poco a mis anchas, para que me pudiese integrar y hacerme al nuevo contenido que llegaba. Al atardecer, rota y sin consuelo, me acercaba hasta la gran acacia blanca, un enorme árbol de más de cincuenta metros de altura a las puertas del Manás[23] , y bajo sus ramas me sumergía en la congoja y el llanto. Absorta por la lírica voz de las cortesanas, me dejaba llevar hacia la nostalgia y el recuerdo de mi joven amor, el único desahogo que me quedaba en el mundo.
Pasó un tiempo y aquella luna de las Flores en primavera, no floreció para mí. Ni tan siquiera la alegre festividad del Elán[24] , consiguió encender mi alma mustia y apagada. Entonces madre Latia solicitó trasladarse y compartir la habitación conmigo, tenía diecisiete años recién cumplidos. Ella cuidó de mí, y de una manera u otra, me devolvió los aromas del altozano y en cierta forma, el esplendor de los días pasados. Latia era la gracia personificada y siempre estaba allí cuando a una le hacía falta. Obsesiva y a veces delirante, fue en ella y en nadie más donde me reflejara como adolescente, la mujer que con su afecto y paciencia esclareciera definitivamente mi horizonte.
Perdí a una madre que nunca llegué a conocer, luego se marchó Mamá la yaya, seguida de Celeste y por último el joven Ví, mi amor. Ahora de nuevo rehacía mi vida junto a una desconocida, pero que sin duda era el único vínculo que me unía al pasado.
Poco a poco con su aguda comprensión y un amor desbordado, me fue sacando de mi ostracismo. Me obligaba a cuidarme, a mirarme y a educar mis modales. Refinó mi conducta y esa joven alocada de espíritu bárbaro y bravío, fue transformándose en alguien que consiguiera, al menos, mirarse a sí misma sin complejos. Luego llegó Asia, la que fuera mi gran compañera en los principios. Bajábamos y paseábamos sobre el sendero de los cantos rodados. Descalzamos nuestros pies, y jugábamos a moldear nuestros andares sobre las impávidas piedras. Enseñándome a modular diferentes tonos de voz, mientras realizábamos lo que ella llamaba «el arte de los paseos cantados». Llegó un tiempo hermoso junto a Asia, aprendiendo a valorar y respetar cuanto me ofrecía esta nueva tierra. A la llegada de la noche y cuando caían los rayos y se desataban tormentas sobre el Valle, me imaginaba arropando al niño Ví, protegiéndolo y cuidándolo como si fuese un crío desamparado.
Habían trascurrido ya varios meses desde mi llegada a Casalún, cuando me incorporé definitivamente a su disciplina; algo bastante tardío, pues la edad habitual solía coincidir con el comienzo del ciclo menstrual de la mujer. Aunque, también es cierto que este retraso me ofreciera cierta ventaja, sobre el resto de las jóvenes, fortaleciendo mi posición al ser la de mayor edad del grupo y tener que depender estas de mí. Siendo la «maestra» Amanda quien me propusiera como responsable de las más nóveles, un grupo de niñas llegadas desde las poblaciones colindantes y las aldeas vecinas. La memoria me lleva hasta mi primera clase, hallándome tan nerviosa y excitada que apenas presté atención a la enseñanza. Amanda, era una mujer bondadosa que dirigía el culmen[25] de las educadoras. De rostro afable y pecoso, su pelirrojo cabello se podía distinguir desde la lejanía. Sin duda debió de disfrutar de una belleza portentosa en su juventud.
Progresivamente, sin apenas darme cuenta, se fueron disipando los pesares de la infancia y ese maldito vicio por monopolizar lamentaciones y quejas ante todo cuanto me llegaba. Hoy siendo una anciana de edad incalculable, me pregunto; por qué hemos de vivir tanto las hijas del sur y mantenernos soportando tan larga espera… “Las hijas del sur son como hojas de los árboles que tan solo se caen cuando les llega su otoño” dice la canción.
¡Cuando la oí por primera vez… cuando sucedió…!
Era ella la más delicada de las doncellas que conformaban el círculo, se llamaba Arianna Clara, “La Rosa del Sení”. Su voz hechizaba e incluso forzaba a bajar hasta la acacia, a la Sunma Ana para oírla. Ella nos ofrecía la paz del espíritu y con su voz nos trasladaba a un mundo colmado de esperanzas. Era rubia de un cabello dorado como jamás vi otro igual, sus ojos proyectaban infinitos azules de un universo inexplorado. Tenía ella doce años tan solo, cuando la vi por primera vez. La hija de Edurín, una leyenda antigua y remota ofertó un vuelco a la vida en la aldea, y desde que ella llegó, puedo decir que jamás faltamos a clase, bajo la acacia blanca.
Me fui habituando a la rutina de Casalún, hasta llegar a ser una más de entre todas. Repentinamente madre Latia enfermó, pasando a dormir a un pabellón llamado el Sanatorio y en donde era constantemente atendida por la culmen Eulalia, también conocida como “la hermosa sanadora”.
Me destinaron por entonces a compartir aposento con una chica de edad similar a la mía. Había llegado casi a mi par, durante el verano, y he de reconocer que su presencia me hubiese pasado inadvertida, sino hubiese sido por la extrema mudez que padecía. Se llamaba Eleonora y la Sunma Ana nos unió para siempre, pues la vieja Archa[26] , escudriñó nuestros espíritus y percibió cierta semejanza. Comenzamos compartiendo un minúsculo habitáculo, junto al dormitorio principal donde pernoctaba nuestro círculo de pequeñas damiselas. Estaba a punto de cumplir mis dieciocho años y puedo asegurar que a partir de entonces llegué a ser feliz, muy feliz en Casalún. Por fin mantenía la certeza de que había encontrado mi lugar, aun así y de vez en cuando, suspiraba al carecer de noticias del niño Ví.
Todas las tardes me dirigía a la habitación de Latia, donde se hallaba hospitalizada, aguardándome. Le gustaba que le comentara los detalles acaecidos durante la jornada y que le hablara de las más pequeñas. Reía conmigo y nos emocionábamos juntas, hasta que esta mostraba indicios de cansancio y agotamiento. Entonces me retiraba dirigiéndome a las cocinas y echando una mano en el montaje del comedor.
Más tarde, ya al final del día, cuando todas se retiraban, solía quedarme a solas junto a la mudita Eleonora, como se le llamaba cariñosamente. Y entonces, envueltas en el silencio y la soledad de la noche, se nos solía hacer siempre muy tarde; intentando aprender el lenguaje de símbolos que había creado Eleonora. Arropadas ambas al amparo de los restos del carbón encendido, me contaba a través de sus gestos como era Puerto Hélice, la ciudad cercana a donde Ixhian recibía su formación. Lo que nos daba cierta complicidad en el juego y en la palabra. Pues a Eleonora le encantaba describirme con exagerados aspavientos, a los fornidos y fastuosos comandadores que recorrían a diario las calles de la ciudad, en busca de compañía femenina…
Dichosos años de juventud, cuando todo se haya por llegar y una se mantiene en ese compás de espera, reteniendo el impetuoso recorrido de la sangre y uno sueños que siempre tiran hacia delante, sin mirar nunca atrás.
[23] Jardín de Casalún.
[24] Festividad importante que se celebra a primeros de Mayo.
[25] Las culmens gestionan y dirigen Casalún, cada una de ellas lo hace en un área o círculo determinado.
[26] Archa, Oráculo de Casalún, Culmen de las Hechiceras.
XI - Thyrsá
Asia
Ha llegado una pequeña revoltosa, la he visto venir. Se me ha aparecido en sueños, junto a ella he vislumbrado mi futuro y ella siempre estaba allí.
Es regordeta y de mofletes encendidos, se llama Anette y es hija de una familia del interior del bosque. Su padre es leñador y su madre costurera, se han despedido llorando y formando tal alboroto que ha llamado la atención de toda la comunidad. La florecita salvaje, le han apodado las más pequeñas, luego ha vuelto a liar tal algarabía en el dormitorio que nos ha sido imposible tranquilizarla. Teniendo que intervenir Arianna Clara que le ha cantado una nana, hasta conseguir que se durmiese entre mis brazos. A pesar de todo ha sido hermoso, muy hermoso. Mis sueños se consuman en este día que cumplo diecisiete años, la vida me sonríe y comienzo a respetarme.
La Sunma Ana me ha llamado para que la visite en la tarde; ha pasado casi un año desde que llegué y cuando ella me recibiera por última vez, en sus aposentos.
Ana es la madre de todas nosotras, ella es la regente de Casalún, por lo tanto se le ha de nombrar con el título de Sunma. Me ha pedido que le cuente como me encuentro tras los meses transcurridos en la comunidad. Y lo cierto es que me siento escudriñada tras su mirada complaciente, aunque a la vez tremendamente embaucadora, lo que hace sentirme molesta e inquieta a la vez. Parece que no ha cambiado nada en ella y eso que han pasado varios años, desde la muerte de la yaya. Apenas me ofrece tiempo para responder, es esquiva y no me deja enfrentar mi mirada con la de ella. Quiere saber de mí, mientras permanece callada como si estuviese ausente, jugando nerviosa con las tazas y cucharillas que se hallan sobre la mesa. Se limita a observarme y sonreírme suspicazmente. Supone este un primer encuentro bastante tenso por mi parte, hasta que al fin irrumpe en el aposento Asia, hermosamente ataviada con una única prenda amarilla salpicada de flores. Ojos oscuros y profundos, nariz menuda y rostro afable. Dotada de una mirada afilada capaz de despojar a una de secretos e intimidades. Se asegura que el encuentro transcurre correctamente; ella cuida y asiste celosamente de la Sunma. Le hace señas y esta, nos ofrece una bandeja plateada sobre la que descansan dos tazas de fina porcelana y una pequeña tetera humeante en su centro. Mientras me sirve, la Sunma Ana habla de las propiedades de las plantas, sus palabras componen un monólogo aprendido, recitándolas de memoria. Luego prosigue hablando de flores y más flores, imbuida en sí misma y como si yo no estuviese presente…
La Sunma es de piel muy clara y limpia, de cierto toque sonrosado sus mejillas y huele siempre a primavera. Su cabello pelirrojo y rizado, oculta parte de un rostro parecido a una luna llena, donde collares y cadenas de todo tipo, decoran un pecho engalanado, desde donde cuelgan campanillas y esferas de plata que constantemente se balancean y tintinean. Se levanta con esfuerzo, acompañada por la sutil melodía que producen sus graciosos andares y movimientos. Ella sabe que he crecido entre hierbas y raíces, aunque tengo la plena certeza de que su conocimiento excede con diferencia al mío; aun así no para de examinarme. Conforme avanza la conversación, delata su pasión por el mundo vegetal, solicitándome que descienda hasta los prados y busque entre las hierbas, una pequeña flor que tan solo se abre a últimas horas del día. Es una embaucadora, lo percibo. Hace un gesto con los dedos y la puerta del aposento se abre al instante, en eso que vuelve a entrar Asia y la Sunma le susurra al oído. Esta me mira muy seria mientras recibe el encargo, abandonando a continuación la estancia. Pasado un tiempo regresa con un gran cesto de mimbre del que me hace entrega, invitándome la Sunma para que lo llene con flores de Atardecida, haciendo especial hincapié, en que se las acerque con premura, una vez recolectadas. Me explica de sus propiedades y su manera correcta de recogerlas.
—Asia te enseñará a respetarlas y cómo debes caminar entre ellas. —Haciendo referencia a un arroyuelo que baja, protegido entre enormes pedruscos.