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—¡Ven aquí de inmediato! ¡No, no, no ha sido contigo, estaba hablando con el perro! ¡Tú te quedas exactamente donde estás! ¡Lo nuestro ya llegó a su fin! No somos una buena pareja. Tienes que buscarte a una sirvienta más sumisa. Yo soy una mujer independiente, con una buena profesión y pretendo continuar siendo así como soy. No acepto a un picaflor como compañero. La vida es demasiado hermosa y demasiado corta para perder el tiempo de esa manera. ¡Me has herido mucho!
Sollozando, la joven lanzó el teléfono dentro de la bolsa de papel. Un total silencio volvió a reinar en el tranvía, que, finalmente, pudo ponerse otra vez en marcha. Dos policías en monopatines, más un transeúnte que ayudó a manejarlo, lograron mover el automóvil que bloqueaba las vías.
El tranvía avanzó hasta Paradeplatz. Las puertas se abrieron y la mayoría de los pasajeros salió y comenzó a esparcirse en todas direcciones. Cerraron las puertas y el convoy continuó adelante.
Fuera del tranvía, en uno de los dos bancos situados en la parada, la hermosa joven se había sentado. Estaba completamente derrumbada, con todos sus paquetes tirados a sus pies. Rompió a llorar con gran dolor. Casi todo el mundo reparaba en ella, pero nadie estaba interesado en saber qué le pasaba.
El hombre elegante, que continuaba aún con el perro en sus rodillas, miró a través de la ventanilla y vio el llanto de la mujer sentada afuera. Quedó pensativo.
El tranvía avanzaba hacia adelante. Mientras le fue posible, continuó siguiendo con la mirada a la joven sentada en el banco. Comprendió que el perro que estaba abrazando y que tan amistosamente le había lamido la cara era de ella. Sintió el caluroso cuerpo del perro pegándose más a él y le acarició la piel.
El tranvía se detuvo en la próxima estación y otro grupo de personas descendió de él. Uno de los últimos en hacerlo fue el hombre elegante, acompañado del perro. Quedó allí de pie, en la parada, con la correa del animal en una mano y la tableta electrónica en la otra. Comenzó a llover. Le fue imposible abrir y sostener el paraguas plegable, así es que lo mantuvo cerrado en el bolsillo de su abrigo y volvió el rostro en contra de la lluvia. Empezó a caminar, desandando el camino que segundos antes recorriera en el tranvía.
Tenía veintinueve años, vivía solo y trabajaba cerca de ochenta horas a la semana. Era especialista en leyes de economía internacional y había abierto una oficina propia hacía tan solo un par de meses. Era lo que llamaban un cerebrito y había hecho una brillante carrera hasta la fecha. Para lograrlo, tuvo que estar noche y día durante muchos años sentado entre libros y archivos. Aun así, siempre le quedó un espacio para practicar deportes y para apreciar el arte. Pero en cuestión de mujeres era bastante inexperto. Eran en verdad bien raros los momentos en que se veía envuelto en algún que otro flirteo con una dama. Era algo tímido y lo ponían tenso los asuntos del corazón. Este particular aparentemente no lo molestaba, pero en lo más profundo sentía a veces que ciertas cosas lo removían y lo hacían darse cuenta de que algo le faltaba a su vida. En las fiestas, las féminas reparaban en él de inmediato, adoraban tantearlo; pero después de un corto tiempo perdían el interés y se volvían en busca de otro varón como blanco de sus conquistas.
Caminó con el amistoso perro a su lado y sintió de pronto que un sentimiento completamente nuevo se apoderaba de él. A través de los grandes ventanales del café de la próxima esquina, todos sonrieron al verlo con el perro en la lluvia. En la ventana de la peluquería, situada en la casa siguiente, se miró a sí mismo junto al can, reflejados en el cristal, y encontró la imagen absolutamente encantadora.
Aumentó el ritmo de sus pasos mientras pensaba: «Uno debería salir a pasear más a menudo y así mostrarse al mundo».
Entonces, más allá, frente al gran edificio de la sucursal, divisó a la joven sentada aún en el banco de la parada anterior del tranvía, encogida y llorando.
Dudó un momento. Pero luego empezó a correr. El perro se esforzó por seguir a su lado. Ambos llegaron jadeantes junto al banco. El hombre elegante se sentó, tomó las bolsas del piso y las puso a su lado. La lluvia arreció.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó.
No hubo ninguna reacción por parte de la joven. Desde una de las bolsas, volvió a escucharse el seductor y fuerte gemido del teléfono móvil. Ella se llevó ambas manos a los oídos y gritó:
—¿Por qué él no me deja tranquila después de todo lo que ha pasado?
El hombre elegante rebuscó entre las bolsas y encontró el teléfono. Apretó el botón y contestó la llamada:
—¡Yo soy su abogado! ¡Por favor, déjela en paz ahora! ¡Vuestra relación ha terminado!
La joven lo miró atónita. Él abrió su paraguas y se acercó un poco más a ella en el banco. El perro saltó a su regazo. Por un momento, una débil sonrisa comenzó a dibujarse en el rostro de ella.
—Le gustas al perro —dijo.
Por qué expresó él lo que expresó, no sabía. Pero lo cierto fue que dijo:
—¿Y a ti? ¿Te gusto también?
El perro se quedó quieto y pareció expectante mirándola a ella y meneando la cola.
Ella tomó la grapa que sostenía su pelo y se peinó con los dedos. Luego se enjugó las lágrimas y dijo:
—En circunstancias normales, yo sería más alegre y condescendiente contigo, pero ahora tengo otras preocupaciones. Debo buscarme un nuevo alojamiento. Luego, ir a trabajar. No puedo permitirme una ausencia en mi empleo. Soy trabajadora por cuenta propia. ¡Recientemente he abierto un pequeño negocio! ¡Es tan maravilloso!
—¿Y qué tipo de negocio es? —preguntó con curiosidad el hombre elegante.
—¡Un atelier para el diseño de almohadas exclusivas! —respondió ella llena de orgullo.
Él no pudo esconder su deleite. Finalmente, había encontrado a una mujer hermosa, muy dispuesta para los negocios y, encima de eso, con inclinaciones artísticas.
Incesantemente llegaban tranvías, se detenían y, antes de seguir de largo, soltaban un chorro de pasajeros que desaparecían con prisa en todas direcciones.
El hombre elegante se puso en pie, tomó las bolsas de ella y le dijo con alegría:
—¡Ven conmigo, quiero acompañarte hasta tu atelier! ¡Tomaremos un taxi!
Caminó hasta la esquina, donde justo en ese instante había arribado un taxi para dejar pasajeros. Los dos entraron al automóvil, cargaron las bolsas en las piernas y el perro se sentó feliz entre ambos.
Durante el trayecto, el hombre elegante hizo algunas llamadas telefónicas y ella aprovechó para observarlo exhaustivamente de soslayo.
«Esta mañana empezó de una forma terrible, pero parece que va a acabar como un cuento de hadas», dijo para sí.
Él, por supuesto, notó que ella lo escrutaba profundamente y pensó: «Ajá, parece que ahora muestra algún interés. ¡Ojalá no haga o diga yo algo equivocado!».
El taxi se detuvo delante de una casa de tres pisos, situada en una calle con muchos árboles a izquierda y derecha. El hombre elegante pagó el taxi. La joven abrió la puerta de una diminuta tienda y desapareció en el fondo. Él la siguió, pero se detuvo a esperarla en la parte delantera, que era una especie de sala de muestras.
—Debo cambiarme de inmediato estas ropas mojadas y entonces haré un té de menta para nosotros. Por favor, siéntete libre para echar mientras una mirada en derredor —llegó la voz de ella desde la trastienda del inmueble.
Él se puso a caminar por la sala, inspeccionando las maravillosas decoraciones de las almohadas de todas las formas y tamaños. Se sentía en el paraíso.
Desde la trastienda llegó su voz:
—El té está servido. Por favor, pasa.
La habitación trasera era en sí su atelier, presidido por una enorme mesa de trabajo. Dos paredes estaban llenas de un sinnúmero de perchas, con almohadas a un lado y muchas cintas, tejidos, botones y artículos decorativos al otro. La tercera pared estaba repleta de bocetos. Y, frente a la cuarta pared, descansaba una máquina de coser en una mesa. Al lado, un pequeño espacio que servía de cocina y, en un extremo, lo que venía siendo una minioficina con su computadora.
Ella estaba de pie delante de la gran mesa. Se había puesto un pulóver de cachemira azul, tan largo que casi le cubría las rodillas, unos pantalones vaqueros negros y botines hasta los tobillos. Su pelo largo estaba recién peinado y le caía sobre los hombros. Los ojos azules contrastaban muy bien con el pulóver de cachemira. Se veía sumamente hermosa. Él quedó mudo, consternado y feliz.
Le sirvió primero a él una taza del delicioso té y luego llenó una para ella. Quedaron por un tiempo allí de pie, mirándose y tomando sorbos de la infusión.
Luego, ella rompió el silencio diciendo:
—Existe un refrán que reza que uno no debe saltar a una próxima relación si aún no se ha recuperado totalmente de la anterior. La sabiduría popular afirma que primero se debe terminar lo pendiente. Ahora bien, en mi caso, habrá un divorcio y los trámites podrán demorar tal vez algún tiempo; pero la relación en sí está más que acabada desde hace mucho a causa de las repetidas infidelidades por parte de mi pareja.
Un ruido fuerte llegó desde la entrada, al tiempo que una voz profunda gritaba:
—¡Aquí tienes tus estúpidas porquerías, del resto puedes ir olvidándote!
Los dos, con las tazas de té en la mano, se encaminaron hasta la habitación delantera. Allí estaba de pie un hombre con unos vaqueros desgastados y una chaqueta de cuero. Tenía el rostro colérico y muy cerca de él reposaban dos grandes maletas.
Pareció quedarse totalmente en shock cuando la vio aparecer en aquel sitio en compañía del hombre elegante, tomando tranquilamente un té y mirándolo con una sonrisa.
—¿Qué estás haciendo aquí en tu atelier con este petimetre? ¿Es acaso un seguidor de las tendencias más exclusivas de la moda? ¿Qué rayos es esto? Te quejas de continuo de mis pequeñas escapadas con alguna que otra mujer, pero tú calladamente tienes encuentros a escondidas con ardientes caballeros. ¡Esto es increíble! —gritó el hombre en la habitación y furiosamente expulsó el aire que parecía acumularse en sus mejillas.
El hombre elegante dio un paso adelante y comenzó a explicarle:
—Usted tiene que saber que nosotros apenas nos hemos conocido esta mañana en el tranvía, cuando por azar el perro de su esposa compró a través de mi tableta 1.000 acciones de Essb7plusC. Precisamente ahora nosotros nos estamos poniendo de acuerdo en cuanto a los detalles de la custodia de esa cuenta abierta por el perro.
Silencio total. El colérico hombre paseaba la mirada de su esposa al hombre elegante y viceversa. Era obvio que no entendía una palabra. Se sentía incómodo e incluso estupefacto ante ellos. Probablemente, hasta pensaba que los dos se habían vuelto locos.
Levantó los brazos a la altura del pecho como si quisiera protegerse a sí mismo y, muy despacio, comenzó a caminar hacia atrás. Ya en la puerta, se detuvo un momento.
—Mira, yo no quiero armar ningún problema, puedes pasar por el resto de tus cosas cuando quieras y hacer con tu parte del mobiliario lo que estimes más conveniente. Les deseo lo mejor a los dos y espero que nuestro divorcio salga rápido. ¡Adiós! —dijo y desapareció a toda prisa.
Los dos, más el perro, quedaron allí en medio de la habitación, cerca de las dos maletas. Él la miró y sonrió. También ella lo miró y también sonrió.
Caminó hacia él, lo besó y le dijo:
—¡Nuestro perro es un fabuloso comprador de acciones y también un excelente casamentero, un todo en uno!
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