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Para el siglo XVI, a la par del altépetl simple se encontraba el altépetl complejo (huey altépetl), forjado mediante confederaciones o la supeditación jerárquica de varios a uno superior. Al respecto afirma Lockhart: «Un conjunto de altépetl, dispuestos numéricamente y, de ser posible, simétricamente, iguales y separados y, no obstante su igualdad, jerarquizados en orden de precedencia y rotación, constituía el estado más grande, al que también se consideraba un altépetl y también se le llamaba por ese nombre».12 En el periodo posterior al de la conquista, los españoles reorganizaron los asentamientos poblacionales basándose en la antigua estructura de los altepeme prehispánicos en lo que recientemente se ha denominado altépetl colonial, híbrido resultante de las formas de asentamiento español e indígena, que los primeros empezaron a denominar, de manera genérica, como pueblo, en lugar de las categorías usadas en la península: ciudad, villa y aldea. El pueblo de indios se refiere, entonces, tanto a un conglomerado de personas como al espacio ocupado por las mismas.13
El lapso que corre entre 1521 y 1550 fue testigo de la escisión de los altepeme prehispánicos. La división del territorio en encomiendas tuvo la finalidad de amasar considerables recursos por medio del tributo en especie, posteriormente en metálico, y servicios personales. Los indios fueron encomendados a un español que se encargaría de su prosperidad y de que recibieran instrucción religiosa; los naturales, a cambio, le compensarían con el usufructo de su trabajo. A su vez, la llegada de las primeras órdenes mendicantes en 1524 originó la división eclesiástica de «doctrinas» y «visitas», además de las «parroquias» del clero secular. Este tema se analizará a detalle en el siguiente apartado.
Aunque el sistema de encomiendas se mantuvo vigente hasta los primeros años del siglo XVII, entre 1530 y 1550, los altepeme se organizaron siguiendo el modelo español de los municipios bajo la administración de un cabildo; sin embargo, el cabildo indígena resultó ser un híbrido entre las formas judiciales españolas y la organización del calpolli indígena.14 Las atribuciones más importantes de este cuerpo fueron las de compartir la jurisdicción civil y criminal tanto con el gobernador como con el corregidor de indios y contar con personalidad jurídica para determinar la manera de repartir, usar y usufructuar las tierras comunales.15
El otro momento que llevó a la fragmentación del altépetl fue el proceso conocido como congregación de indios, programa que se aplicó de manera alternada entre 1550 y 1625 y que condujo a la urbanización del altépetl a partir de los cánones de asentamiento español. Según el pensamiento de los conquistadores, los indios vivían dispersos y desarreglados por laderas y cerros, sin policía alguna.16 La solución fue reunirlos en lugares asentados preferentemente sobre planicies o valles de fácil acceso y cercano a veneros de agua y parajes donde se encontraban los bastimentos básicos, a la manera de los asientos poblacionales de la península ibérica.
Los altepeme claramente reconocidos y completos fueron reducidos mediante dos procedimientos: uno era trasladar a los indios desde sus prístinas residencias a un nuevo asentamiento, conocido generalmente como pueblo cabecera; el otro consistía en aglutinar a diversos y antiguos calpotin menores en torno a la cabecera que, por lo regular, había sido un calpolli significativo; estos serían llamados pueblos sujetos. En un altépetl con ordenación distinta o totalmente desorganizada se aplicó el procedimiento de juntar indios de diversas comunidades, «lo que implicaba concertar diferentes linajes gobernantes, estructuras familiares y hasta lenguas».17
En este trabajo no se detallará sobre la fábrica material de los altepeme novohispanos en aspectos tales como la erección del sitio, la construcción de las casas, la elección de autoridades, el reparto de tierras, entre otros; pero sí se describirán sus partes constitutivas mediante el modelo hipotético que plantean Marcelo Ramírez y Federico Fernández. Los asentamientos tendrían un entramado urbano en forma de damero o tablero de ajedrez, es decir, el sitio presenta una estructura cuadriculada donde las calles se cruzan en ángulo recto, también conocido como plano hipodámico.
En el centro de esta cuadrícula, que se dividía en cuatro barrios, se encontraba una plaza que albergaba, en uno de sus costados, la representación del poder religioso (conjunto conventual); de igual manera, estaba asentado el poder civil en la casa del cabildo y la cárcel, y una bien representada jerarquía social encarnada por los antiguos tlatoani, ahora llamados caciques, y demás principales (pipiltin), quienes ocupaban las residencias erigidas en las cuadras más cercanas a la mencionada plaza. Las demás manzanas eran habitadas por el resto de los indios (macehualtin). Si el sitio estaba conformado por dos altepeme, cada uno se establecía en dos barrios, y si se encontraba compuesto por cuatro, a cada cual le correspondía un barrio.18 El esquema español de cabeceras y sujetos se fracturó paulatinamente desde el propio siglo XVI, pues algunos altepeme secundarios empezaron a buscar la categoría de cabeceras independientes (altépetl cabal), aunque fueran localidades lejanas a los asentamientos principales; sin embargo, fue hasta el siglo XVIII cuando esta dinámica se practicó con mayor asiduidad en los asentamientos que conformaban el núcleo central de los altepeme.19
Los españoles mantuvieron las unidades de gran envergadura, es decir, una cabecera rodeada de varios sujetos, ya que significaban grandes entradas de dinero procedentes de la mano de obra indígena, primero por la encomienda y posteriormente, por el repartimiento, en tanto que los frailes requerían una gran cantidad de indios para la construcción de los conjuntos conventuales. Sin embargo, en el primer cuarto del siglo XVII, al verse terminadas estas magnas construcciones, al caer el repartimiento en decadencia, incrementarse el número de polos productivos en el entorno rural y ser más libre la negociación entre contratantes y contratados, además de elevarse el número de individuos dispuestos a servir como curas en las parroquias o funcionarios en los corregimientos, no hubo ya motivo para conservar unidos estos grandes altepeme novohispanos, lo que dio pie a su atomización.20
En el caso de los indígenas, la preservación del esquema de grandes unidades aseguraba el puntual pago de las cargas tributarias, lo que ocasionaba una mejor representatividad para salvaguardar sus intereses ante las autoridades españolas. Su antiguo sistema de mercados subregionales podía continuar vigente dando cohesión al territorio; lo mismo ocurrió con la interrelación de clase, como las uniones matrimoniales y la obediencia a un solo tlatoani, ahora cacique, y posteriormente al cabildo; además del orgullo de contar con un gran templo. Empero, conforme se fue implantando el proceso de aculturación y se adquirió una mayor experiencia en diversos campos administrativos y gubernamentales de estilo español, los pequeños asentamientos buscaron su separación del altépetl complejo; prueba de ello fue la construcción de iglesias locales o la contratación laboral directa con los españoles sin depender de terceros.21
Para Lockhart, la independencia de un altépetl secundario no fue una mera adopción del modelo organizativo español (a pesar de que pudo influir en el pensamiento indígena), sino la consecuencia de una aspiración que se había buscado desde tiempos antiguos. Este proceso descentralizador debe entenderse, entonces, como algo innato a la organización sociopolítica de los indios.22
Si bien, aunque el altépetl sufrió una transformación durante estos primeros años y jurídicamente se constituyó el pueblo de indios, el término continuó usándose como parte del lenguaje de los naturales para designar sus territorios; así lo apuntan María Elena Bernal y Ángel García:
Prueba de lo fundamental que resultó ser la organización del altépetl respecto a la vida socio-cultural de los grupos mesoamericanos es que todavía en los documentos de los siglos XVII y XVIII los nahuas pocas veces sustituyeron el término europeo pueblo por el suyo de altépetl, y en lugar de usar los conceptos de pueblo cabecera y pueblo sujeto prefirieron emplear altépetl y barrio.23
Dentro de este gran escenario que era el altépetl novohispano, se construyeron una serie de iglesias y parroquias donde se dio continuidad al proceso de evangelización iniciado por los primeros misioneros. La separación de los altepeme secundarios y la consiguiente construcción de templos trajo consigo el ingreso de más personal para el mantenimiento y atención de los nuevos recintos religiosos, incluidos por supuesto, los grupos de músicos.
En los mencionados recintos se conformó toda una estructura jerárquico-social compuesta por indios que se encargaban de hacer funcionar desde la administración hasta la limpieza. Este escenario secundario fue también el punto medular donde los músicos desarrollaron gran parte de sus actividades laborales relacionadas con el culto.
El componente humano en los conventos y parroquias
El altépetl prehispánico trasladó al altépetl novohispano sus raíces políticas y religiosas. Desde el periodo mesoamericano, la religión encarnada en el dios étnico y su templo fueron los símbolos, a la vez, de su unidad y su poder. No es casualidad, entonces, que tras la conformación de los pueblos de indios (altépetl novohispano)24 la edificación de iglesias cristianas fuera referente de un pasado anterior inmediato en la mente de los naturales; el templo católico sustituyó al adoratorio prehispánico. Como bien señala James Lockhart, los indios colaboraron activamente en la edificación y adorno de los conjuntos conventuales, tal y como lo habían ejecutado con sus antiguos recintos sagrados. La nobleza esperaba ocupar cargos dentro de la nueva estructura jerárquica de las iglesias, e hizo uso de sus antiguos métodos de adquisición de mano de obra y tributos para satisfacer los requerimientos de los templos católicos y mantener con decoro el «esplendor del culto».25
La construcción de los conjuntos conventuales pertenecientes a un altépetl complejo concluyó en el último cuarto del siglo XVI. Sin embargo, se dio un incremento en el número de clérigos nacidos en la Nueva España, los que, básicamente, engrosaron las filas del clero secular y originaron la creación de parroquias dentro de los límites jurisdiccionales de las antiguas doctrinas.26
La erección de parroquias gobernadas por el clero secular y el consiguiente reordenamiento de la jurisdicción eclesiástica, en el marco del conflicto entre el clero regular y secular, recibió un fuerte influjo de los indígenas, ya que las propias comunidades alentaron la edificación de nuevos templos. Las pequeñas unidades dentro del altépetl fueron requiriendo la construcción de iglesias; si bien este proceso había tenido su génesis a finales del siglo XVI, no fue sino al término del siglo XVII y principios del XVIII cuando adquirieron mayor preponderancia y fue desapareciendo la idea de iglesia de visita.27
La construcción de iglesias secundarias y la construcción de parroquias coincidió e interactuó con el aumento de las fuerzas que favorecían la fragmentación del altépetl, que coincidieron en parte con los intereses del clero secular. Una impresionante iglesia del calpolli podía ser argumento para que se creara una nueva parroquia, pero también para independizarse políticamente del altépetl, y muchas construcciones religiosas se llevaron a cabo precisamente con ese objetivo en mente.28
Entonces, la interrelación de la vida política y religiosa en el altépetl novohispano se puede ver reflejada, de manera externa, en el deseo de la comunidad por tener un templo que le diera distinción de ente autónomo y, además, forjara un espíritu de identidad entre sus habitantes. A nivel interno, se estableció un grupo conformado por los propios miembros de la comunidad que se encargarían de servir dentro de los sagrados recintos, eran conocidos como «gente de la iglesia».29
Ya fueran los grandes conjuntos conventuales de finales del siglo XVI o las parroquias secundarias de inicios del siglo XVIII, el clero, regular y secular, siempre requirió, en mayor o menor medida, del servicio de indios para satisfacer las necesidades materiales de sus conventos y casas curales, también fueron necesarios para ayudar en las ceremonias litúrgicas dentro de las iglesias. De los individuos dedicados a ejercer algún oficio dentro del espacio eclesiástico, se pueden distinguir tres categorías: en primer lugar, los indios destinados a la administración y dirección de los recintos: fiscales, alguaciles, escribanos y topiles;30 en segundo lugar, aquellos asignados al servicio dentro de los templos: músicos, sacristanes y acólitos; por último, personal del servicio doméstico: cocineras, conserjes, hortelanos, lavanderas y cargadores. No obstante, en otras regiones de la Nueva España se encuentra una serie de cargos con otras obligaciones.31
Al frente de la estructura jerárquica de quienes servían dentro de la Iglesia estaba el fiscal. Lidia Gómez García, en concordancia con Luis Reyes García, afirma que el cargo fue creado por los franciscanos para que apoyaran las tareas tocantes a la evangelización, aunque su importancia dentro del altépetl, al parecer, se dio a finales del siglo XVI.32 Al menos en teoría, el fiscal tenía que ser un hombre virtuoso y con gran influencia en la comunidad, por lo general, de noble estirpe; era, por decirlo así, «la mano derecha y el principal intermediario del sacerdote español».33
Para Lockhart, en cuestiones de orden eclesial, el fiscal tenía una autoridad similar a la del gobernador, pero en la jerarquía del altépetl se encontraba por debajo de éste; sin embargo, Gómez García asienta que para la región Puebla-Tlaxcala, se ocupó de tareas que recaían tanto en el ámbito eclesiástico como en el civil; esto último lo llevó a gozar de un lugar en el cabildo indígena y, por lo tanto, contaba con poder dentro de la esfera cultual y en la administración pública. Incluso, al ser considerado «ministro eclesiástico», las autoridades políticas españolas, como el corregidor y el alcalde mayor, no tenían competencia alguna en sus actividades, lo que originó una gran autonomía del cargo.34
Si en principio, la fiscalía había sido creada para ayudar en las labores de adoctrinamiento y vigilancia, posteriormente, también recayó entre sus funciones realizar tareas administrativas tocantes al culto: adquisición del ajuar y cuidado del templo, desembolso de efectivo para sufragar materiales y servicios durante la fiesta del santo patrón y supervisión de las actividades de los indios que estaban al servicio del clero en los claustros y casas curiales. Todas estas responsabilidades requerían de dinero para ser solventadas, por tanto, los fiscales contaban con capitales y terrenos llamados bienes de propios —caudales comunales que podían ser administrados o arrendados—. Dentro de sus atribuciones en el ámbito civil tenía la facultad de rubricar sentencias en causas criminales, actuar como notario o, a falta de gobernador, se convertía en portavoz de la comunidad, etcétera.35
En los últimos años del siglo XVI, el fiscal adquirió importancia como funcionario, por lo que muchas iglesias consagradas, incluso las de menor rango, contaban con uno de estos personajes. Por ejemplo, llegó a tener tanto peso en la comunidad, que, para solventar alguna misa o misas incluidas en un testamento, se vendía alguna propiedad del difunto y era este funcionario quien recogía el metálico y se encargaba del «aspecto corporativo de las ceremonias fúnebres».36 En ésta y otras labores era auxiliado por dos funcionarios bien identificados: el alguacil y el escribano.37
No obstante, existen ejemplos de la malversación de los fondos testamentarios por parte del fiscal y de sus ayudantes.38 Además, debido a su capacidad de acción dentro de templos y conventos, el cargo le permitió, no sólo exigir dinero y maltratar a los miembros del altépetl, entre otros excesos, sino también a los propios servidores de la iglesia.39 A pesar de lo anterior, la fiscalía siguió funcionando hasta finales del periodo novohispano.40
El elevado número de indios al servicio de los conventos del clero regular y las casas curales del clero secular fue notorio durante toda la época virreinal;41 uno de los casos más escandalosos fue el exceso de aquellos dedicados a la práctica de la música.42 Estos individuos obtuvieron tanta influencia dentro de su comunidad, como se observa en la labor del fiscal, que en muchos altepeme donde la presencia de los frailes o curas era nula, fueron ellos los verdaderos patrones de los templos. Aún en los centros religiosos donde había una presencia bien establecida del clero, su importancia fue clara.
Los registros de los monasterios españoles hacen hincapié en el alto grado en que los frailes dependían de los funcionarios indígenas que en algunos casos mantenían sus propias cuentas, custodiaban todos los fondos de la iglesia incluyendo los que debían gastar los miembros de la orden, convertían en efectivo el ingreso en especie, hacían compras y préstamos y pagaban los salarios.43
Si bien los clérigos ocupaban para su beneficio a muchos indios, éstos aceptaban las tareas porque, de algún modo, obtenían provecho de su condición, aunque no dejaran de ser simples sirvientes. Se han mencionado tres grandes grupos al servicio de las iglesias; cada uno recibió recompensas de distinta índole, sobre todo, aquellos enrolados dentro del primer y segundo grupo. El dedicado a la administración y dirección encontró poder, prestigio e influencia dentro de su comunidad, tal como se ha visto para el caso de la fiscalía. El asignado al servicio dentro de los templos obtuvo exenciones tributarias, liberación de cargas de trabajo y cierto prestigio social entre los miembros del altépetl o subaltépetl, como se verá a lo largo de este trabajo para el caso de los músicos. Estas razones fueron un poderoso aliciente para que los indios «aceptaran» ser oficiales dentro de los recintos cultuales.
Uno de los oficios que fomentaron los frailes con mayor éxito y trascendencia, el cual fue destacado con orgullo en sus crónicas, y que tuvo gran arraigo entre los indios, fue precisamente el de músico, ya que formaba parte de su tradición laboral desde la época prehispánica. El estudio de la estructura interna de las agrupaciones musicales indígenas es primordial para entender su importancia, no sólo dentro del ritual sagrado, sino como parte del sistema de trabajo en la Nueva España y mucho después de la Independencia de México.
Organización de las capillas y los ternos
Si bien la enseñanza del canto llano y de órgano estuvo a cargo de los frailes en los albores del periodo novohispano, fueron los propios indígenas quienes, posteriormente, enseñaron a los que pretendían ingresar a las capillas. Por ejemplo, fray Antonio Tello relataba que un indio llamado Pablo Juan había sido un «gran músico y cantor, […] enseñó a muchos naturales a leer música y canto, con que salieron muchos buenos músicos, cantores y ministriles para el servicio de la iglesia».44
Las organizaciones donde se agrupaban los músicos indígenas novohispanos se pueden dividir en dos: los músicos que se encontraban insertos en una iglesia, los cuales se subdividen a su vez entre las capillas de música y los ternos músicos y, por otro lado, los músicos independientes. Estos últimos son difíciles de rastrear porque, al no estar ligados a la estructura eclesial, la documentación sólo hace referencia, de manera aleatoria, a su quehacer musical. Por lo menos desde 1628 se tiene noticia de este tipo de músicos indígenas, pero no es descabellado pensar que desde mucho antes deambularan por los atrios de los templos.45
La capilla de música funcionaba para los altepeme importantes, quienes contaban con más dinero para sostener a estos grupos numerosos de indios, en tanto que los ternos (que como su nombre lo indica estaban compuestos por tres individuos) prestaban sus servicios en los subaltepeme cuya capacidad económica era modesta. Para desarrollar esta idea, se permitirá que sean los propios músicos indígenas quienes expliquen esta diferencia. En un documento de 1799, los músicos de Zumpango afirmaban que en los curatos foráneos:
no se verifica haber Capillas, sino unos cuantos cantores, que ofician en sus funciones con el órgano si lo tienen, de suerte que si como en nuestro pueblo y otros como en Teotihuacán, Chautla y Tulancingo, que se han dedicado a mantener capilla compuesta de voces y diversidad de instrumentos, […] supuesto que no es lo mismo oficiar una misa con canto llano por dos o tres cantores que oficiarla con composiciones pomposas de mucha música y trabajo así antiguas como modernas por sus correspondientes voces de tiples, tenores y bajos y sus equivalentes instrumentos de violín, viola, contrabajo, trompas, oboe, flautas y timbales pues todo es digno de distinto premio como que para desempeñar los deberes de nuestro oficio nos han costado muchos pesos, así los instrumentos como las obras, que se han compuesto y escrito de misas, villancicos, arias, oberturas y tríos por diversos autores de nuestra América y de la Europa para el mayor lucimiento del coro.46
Es evidente la distinción que hacen entre las capillas integradas por instrumentistas y cantores y los ternos o duetos de cantores. La diferencia gira en torno a la capacidad económica; sin embargo, el reducido número de estos últimos había sido establecido por real cédula en 1618,47 pero resulta obvio que nunca se cumplió, como se verá más adelante. Otra razón pudo haber sido la falta de una escoleta para la formación de nuevos músicos o la merma de integrantes debido a las epidemias. Los ternos pudieran haber estado compuestos por los mencionados tres cantores acompañados por un organista o bien, dos cantores y un instrumentista (bajonero) como se muestra en un segmento de la extrema derecha del retablo de Nuestra Señora del Carmen en Tamazulapan, Oaxaca y donde entonan canto llano (Imagen 1).
Cuando los altepeme contaban con capillas de música en sus conventos o parroquias, éstas se conformaban a la manera de las grandes organizaciones catedralicias, es decir, estaban integradas por un maestro de capilla (en ocasiones eran dos), los músicos (cantores y tañedores de instrumento o ministriles) y un organista.

Imagen 1. Fragmento del retablo de Nuestra Señora del Carmen, Tamazulapan, Oaxaca.48
El maestro de capilla tenía bajo su cargo la dirección musical del grupo, por ser, supuestamente, el músico mejor preparado y más apto en la materia. Entre sus funciones se encontraba la composición de cantos y la enseñanza de los niños en el arte de tocar y cantar, esta última mucho más trascendente que la primera.49 Un individuo con poca o nula preparación resultaba pernicioso para la educación de los infantes y esto iba en detrimento de la propia capilla de música.50 Pero, además, era quien hablaba en nombre del resto de los miembros de la capilla; por tanto, fungía como líder en lo extra musical. En 1744, en el altépetl de Cuautitlán (Estado de México), Francisco Xavier Amaro insistió en que su capilla debería de estar exenta de tasa y tributo: «…la que yo como maestro de capilla que lo soy, no puedo dejar de la mano…».51 Esto evidenciaba la preocupación y responsabilidad que tenía para con el resto de sus compañeros de oficio.
La elección del maestro de capilla podía realizarse por los mismos cantores o por una autoridad española eclesiástica o civil, como los sacerdotes o el corregidor; desafortunadamente, no se han encontrado más documentos sobre el asunto para definir cuál era el procedimiento común. En el convento de San Francisco en Santiago de Querétaro, eran los primeros quienes por «costumbre» nombraban al más perito como maestro de capilla.52 En un lugar tan lejano del centro como Coyotepec, Oaxaca, sólo algunos antiguos cantores tomaban esa decisión, porque, para «elegir y proponer son los maestros mayores como quien tiene conocimiento de su obrar e inteligencia…» En el caso de Coyotepec, la confirmación del nombramiento corría a manos del corregidor, una vez que había visto el informe del ministro de doctrina. Por último, los autos, con parecer del fiscal, eran enviados a la ciudad de México para que el arzobispo diera su aprobación.53 En 1748, la elección recayó en el cura de El Sagrario de Santiago de Querétaro.54