- -
- 100%
- +
Le lavó el río Amazonas
el cuerpo sangriento
y le secaron las ramas
los doce vientos.
A ninguno se dio.
Por virgen se la queman.
Al indio se le da
la dura que es la tierna.
Está lo que es mejor
que hombre y luz en ella,
están tantos misterios
que en noches espejea.
A ver si se la entienden
y a ver si me la dejan.
El blanco no merece
su techo de tristeza.
Si viene por el río,
mejor que se devuelva.
Las bestias que ella cría,
sus troncos aprietan
y el indio a quien la dieron,
si la ha de dar, la quema.
La selva que caminan
es cosa verdadera
con hálitos oscuros
se borra cuando llegan
o muda, y ellos siempre
se buscarán la selva.
Los blancos toma-todo,
que dejen la selva.
Cuando se acabe el indio,
al que la dieron, vuelvan.
Siesta en el trópico
A esta hora de sol sobre el Trópico
huelen fuerte cafeto y caña.
Tanto es el azul que no hay otra cosa,
tanto el mundo que, ¿para qué el alma?
El cafetal florido en lomas
llega a criaturas y casas.
E irrita de densa y molida
muriendo en las muelas, la caña.
Hay que hacer los cantos de aquí,
los de ultramar se desmigajan
con este azul y esta fragancia.
Hay que entender negros de zumo
y olvidarse robles por palmas
y hay que llevar, cuerpo del Sur,
la blusa del cafeto, blanca
y caminar grave y ligero:
cual camina quieta, la palma.
Valle nuestro
En el Valle que llaman Elqui
pastoreados por montañas
y llevados por el río
de la mañana al crepúsculo,
juntos se siembra y se riega,
mano a mano se vendimia
en corro se canta o llora
y juntos se nace, vive y muere.
El hambre de vernos en corro unos
como el pedúnculo y la hoja,
viene, se allega y se arrepiente
como ladrón o fascineroso.
Y va el pan de mano en mano
en paloma amaestrada
y en Santo Espíritu baja
cuando es la hora sobre todos.
Y la Muerte, de vernos unos
y con los ojos en los ojos
a veces toma y suelta nuestros brazos.
Juntos son los bautizos
y las bodas y los natalicios,
y el atajar al río lobo
y al rodado de la piedra.
Con pocos nombres nos llamamos,
dos o tres sangres nos riegan
y los gestos y los ademanes
son iguales de rostro a rostro
y las higueras gesticulantes
y las vides bailadoras.
Y al dejar el Valle
y al bajar los cerros
con los dientes apretados
y la extrañeza y el estupor en los ojos,
nos aprendemos la agriura
del pan y el vino de cada uno,
las puertas duras de cerrojos,
el toma y daca de la costa,
los nombres duros a la lengua,
el ceño de hiel oscura,
la lengua de piedra majada,
el Dios oblicuo
y el mar que aúlla.
Amor
Junto a una fuente
Junto a una fuente de agua estremecida
y esbelto surtidor nos detuvimos
y el corazón más fuerte lo sentimos
que el fulgor del cristal en la caída.
En un remanso el agua viva unía
por un juego de luz nuestras cabezas,
y era una quemadura la terneza
y el callar parecía una agonía.
Y cuando tú me hablaste la blancura
de una muerte subió hasta mi semblante
y rompí en llanto como de locura.
Porque tú me dijiste que me amabas
junto a los surtidores de una fuente
que como un pecho se despedazaba.
¿Dónde cantan Juana y María?
¿Dónde cantan Juana y María
cortando papaya y granada
y regresan atardeciendo
de racimos embalsamadas?
¿Por qué fue que olvidaron mi nombre
las que conmigo a la tarde cantaban
si soy la misma que les contara
todas las fábulas, todas las fábulas?
¿Por qué de mí ya no se acuerdan
en la pela y en la cosecha,
en la oración de la mañana?
Voy a volver y a volver
cualquier mañana cualquier día
por devolver lo que me disteis:
el amor de la tierra,
el amor de la madre Gea.
¿Dónde están los que eran míos
en el mar, costa y montaña,
los nombro, los llamo y no llegan?
No están en el canto del río
no están ni en prado ni en cabañas.
¿A dónde fueron que no lo supe?
Eran los míos, eran los míos.
¿Por dónde caminan cantando
con el canto que era el mío
y se olvidaron de mi nombre
siendo su canto el canto mío
y si voy no me reconocen
trascordadas, ricas de olvido?
¿Sientes allá abajo?
¿Sientes allá abajo
el ardor delicado de la Primavera,
a través de la tierra? ¿Te llega
el olor agudo de las madreselvas?
¿Te acuerdas del cielo en las albas,
del surtidor claro con la cimera fresca,
de sendero con hondos tapices,
de mi mano plácida en tu mano trémula?
Esta primavera perfuma y afina
el dulce licor de las venas.
¡Si bajo la tierra, pegada
la boca bella no tuvieras!
Orillando el río, a esta apretadura
de fronda vinieras,
la tibieza que tengo en la boca
me gustaras, sutil y violenta.
Pero estás abajo,
bien desmenuzada de polvo la lengua.
No hay modo que cantes conmigo canciones
dulces y encendidas esta primavera.
He apegado la boca a la tierra
que te cubre con leves pañales,
y te he deslizado palabras
unas cálidas y otras sollozantes.
Sentidoras, las hierbas
que aparté para hablarte,
temblaron, temblaron,
comprendiendo el decir insinuante.
Te dije: ¡Ah! mi amado,
ya como descanso es bastante.
Despereza tu cuerpo; he venido
esta siesta olorosa a buscarte.
Parece una huida
esto de en la tierra adentrarte,
esquivando el mirar de mis ojos
y velando con polvo el semblante.
He venido hasta aquí por senderos
apretados de rosas, jadeante
por un sol que te cae en la huesa
con la intención dulce de que te levantes.
Traigo llenos el pecho y los ojos
de esta primavera de entrañas fragantes.
Si no dejas tu cama de tierra,
si en rebelde callar te empeñaste.
Es que abajo se vuelven los seres
mucho más miserables,
y ya no mereces que yo haga jornadas
por venir, como ahora a buscarte.
A la noche
La nieve cae, silente
y la noche va a llegar.
Y yo tengo lumbre para
ver mejor mi soledad.
Tengo un leño que arde para
que mientras se quema en paz
mire yo mi vida y mire
mi tremenda soledad.
Si fuera a campo traviesa,
si me rasgara las manos
sobre un surco en abril,
no mirara yo las vivas
llagas de mi corazón,
no mirara con el leño
retorcerse mi aflicción.
Pero hay nieve, y noche larga,
y silencio insigne, y hay
una llama que desvela
más salobre
que la lengua del mar.
Yo creí que ya eras
la ceniza del hogar;
y te vienes noche a noche
en mi silencio a sentar.
Llegas en la soledad
y te sientas a la lumbre
a mirarme sollozar.
Miras mudo hacia la llama,
miras pálido a mi faz.
Me interrogas, me interrogas,
no te puedo contestar.
Cierto, cierto que hubo algún día
en que quise levantar
un amor como esta llama
en mi negra soledad.
Pero ves: vuelvo a estar sola
y a buscarte y a estrujar
en el hueco de tus sienes
mi locura y mi pasión.
Tú me miras al regazo,
se suaviza tu mirar,
el infante que tú buscas
yo lo busco hasta al dormir.
Lo he soñado bajo el cielo,
lo he nombrado junto al mar,
de los sueños que he soñado
¡ay! ninguno mordió más.
Lo he llamado junto a mi lino,
lo he palpado entre la mies,
por ti fuera fino y leve
y por mí supiera arder.
Y rezar, y retorcerse
de ternura y de emoción.
Me aromara las rodillas
como fruto y como flor.
Tú dirás a Dios el día
de la confusión por qué
yo no mezo por las noches
un infante como miel.
Por qué yo me he vuelto amarga
cual las salinas...
Si no hubiera tierra sobre
tu semblante, yo gozara
al fulgor del pino ardiente
la ternura de tu cara.
A la llama temblorosa
te miraba, te miraba
la tristeza de los ojos
tan profunda cuando amabas.
Pero tú en la tierra negra,
como arroyo te adentraste
y yo estoy en esta tierra
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.