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Pero volvamos al artículo de Claude Fell y Florence Olivier, el más reciente que pudimos encontrar en Francia acerca del tema. Los dos autores subrayan una vez más la dificultad de ser escritor a tiempo completo en América Latina e insisten en el penoso y pesado circuito del libro a nivel continental, así como en la escasez de una crítica profesional y especializada. Sin embargo, lo interesante, aunque no mencionan a Vásconez expresamente, es que ponen de relieve características de los escritores latinoamericanos que empezaron a escribir a partir de los años ochenta. Dichas características se aplican perfectamente al escritor ecuatoriano, como si hicieran su retrato:
[Dichos autores] han leído mucho (en particular a Faulkner y Dos Passos, pero también a Joyce y Kafka), han visto muchas películas, han reflexionado mucho acerca de lo azaroso de la creación literaria. Conocen perfectamente la actualidad de los movimientos interesados en la lingüística y los estudios literarios, y se abren a los acontecimientos del mundo. Conciben su vocación como una verdadera actividad profesional y se dedican por completo a su obra. (Fell y Olivier, 2012, p. 118)23
Vásconez se inscribe en la fila de los admiradores de Faulkner, Joyce y Kafka, entre muchos otros, como lo evidencia su obra. Es también un cinéfilo apasionado y un escritor de oficio a tiempo completo. De forma adicional, se aleja de un “nacionalismo cultural” rechazando cualquier inscripción en una literatura que fuera exclusivamente ecuatoriana, como lo declaró en la entrevista que me concedió:
En relación a la idea (para mí errónea) de las “literaturas nacionales”, tengo una hipótesis que he venido desarrollando. No creo en las literaturas nacionales, sino en los autores. No creo en la literatura francesa, sino en Malraux, Proust o Baudelaire. O, mejor, dicho, las literaturas existen a posteriori del autor. Es en la lengua, en el estilo, en la sintaxis de un escritor donde está su nacionalidad. El resto, lo siento, es un decorado o una invención.
Esta opinión rotunda explica tal vez la ausencia de su nombre en los libros o artículos dedicados a la supuesta literatura ecuatoriana, en Francia. Para concluir, citemos otro comentario perspicaz de los universitarios franceses, Claude Fell y Florence Olivier, que reanuda nuestra temática de las fronteras y explica, mal que bien, el estatuto marginal de varios escritores ecuatorianos y de otras nacionalidades del continente americano:
La cultura de aquellos escritores les permite escapar de las fronteras nacionales y escribir sobre las relaciones de América Latina con Europa o con los Estados Unidos. Intentan huir de lo que Carlos Fuentes llama el “nacionalismo cultural”, que tanto daño provocó en la cultura mexicana en particular y en la cultura latinoamericana en general, aunque, al principio (en el siglo XIX), el intento de crear una literatura nacional pareciera conveniente. […] Entonces, aquellos escritores intentan escapar de cualquier definición identitaria reductora en el plano literario y cultural. […] Un amplio proceso de “desterritorialización” de la literatura hispanoamericana se está organizando, y este proceso puede entenderse como un “más allá” de aquella identidad continental latinoamericana que los miembros del Boom reivindicaban, mientras rechazaban los estrechos nacionalismos literarios. (Fell y Olivier, 2012, p. 120)24
El término “desterritorialización” me parece pertinente en la medida en que Vásconez intenta también abolir las fronteras nacionales, especialmente gracias a su metáfora del “país invisible” de la que se vale para designar al Ecuador. Plantea de esta manera la cuestión de una controvertida especificidad andina:
Hay escritores que supieron transmitir “la densidad cultural y sicológica” de regiones como el Caribe, el Río de la Plata y también de México, pero siempre me he preguntado –es una inquietud muy personal– ¿qué ha pasado en los Andes? ¿Por qué este aislamiento? ¿Por qué se nos continúa asociando con el indigenismo? En el mundo andino hay escritores definitivamente urbanos, pero nadie parece darse cuenta de ello. (Querejeta, 2002, p. 22)
Con preocupación se da cuenta de que la literatura ecuatoriana sigue marcada por el sello de la corriente indigenista. Esta reducción de la literatura producida en la región a una corriente literaria que se manifestó en la primera mitad del siglo XX se debe a la asimilación de los Andes con la cordillera que lleva el mismo nombre, lo que silencia las ciudades de la zona, o por lo menos les da menos importancia. El escritor de El viajero de Praga lamenta este tópico que aísla a las ciudades del interior, entre las cuales se encuentra Quito. En otros casos intenta diluir cualquier noción de territorio nacional o continental para reivindicar una universalidad y silenciar una nacionalidad que le parece restrictiva. Una vez más, esta opinión acerca de una literatura moderna coincide con la de los dos universitarios franceses citados:
No importa que las novelas transcurran en Dublín o Quito, ya que de todos modos tienen que “ocurrir” en alguna parte. A menos que te llames Becket o Pablo Palacio. En mi caso, yo debo mucho más a ciertos escritores de lengua inglesa, francesa, rusa o española que a ninguna literatura nacional. (Javier Vásconez, entrevista inédita con AC Morel, Quito, mayo de 2012).
Vemos que, en 1997, en el artículo de Claude Couffon, Vásconez parecía pertenecer a un género “cosmopolita” poco definido y a la generación de los autores nacidos en los años cuarenta. Pero lo que más llama la atención cuando leemos los numerosos estudios ecuatorianos y latinoamericanos acerca de la obra del escritor ecuatoriano es que no pertenece a ningún grupo, tampoco reivindica filiación alguna con movimientos o círculos de su país. No está comprometido con ningún combate literario, ni mucho menos político; no es sino el portavoz de sí mismo y de su creación. Esta advertencia me sirve para plantear la cuestión del “derecho a la libertad de expresión y de creación” del escritor: ¿puede o debe manifestarse libremente fuera de cualquier cuadro, por no decir yugo, generacional? Recordemos que en el primer libro escrito por Claude Fell y Claude Cymerman, los críticos se arriesgaron a pronosticar lo que sería la literatura del siglo XXI:
¿Qué será de la literatura hispanoamericana en el siglo XXI? […] Predecimos una mayor producción de la literatura femenina, del cuento y de la novela erótica, de una literatura de tipo “ecológico” (como la de Sepúlveda, Rawson) en reacción contra los excesos y las aberraciones del “progreso”, y presentimos que se ejercerá más la manifestación, que es consustancial de cada escritor, del derecho a la libertad de expresión y de creación. (Cymerman y Fell, 1997, p. 513)
No pretendemos comentar esta profecía enunciada hace más de veinte años, pero notemos que la manifestación del derecho a la libertad de expresión es, por cierto, una de las características esenciales de la obra de Vásconez. Lejos de encerrarlo en un movimiento, un grupo, un género o una generación, esta libertad de expresión y de creación es más bien la garantía de mantenerse a distancia de cualquier tradición literaria ecuatoriana, considerada como una carga y un elemento que transforma los intentos de creación en algo invisible. He aquí uno de los sentidos de mi investigación: mostrar cómo Javier Vásconez no se integra en ningún movimiento, sea continental o nacional, sino que, por el contrario, es el producto de una expresión individual y original.
Pero volvamos ahora al encierro producido por las fronteras y a otra cárcel, inducida por las propias instituciones literarias de Ecuador. Analicemos los límites levantados por la crítica ecuatoriana y las casas editoras nacionales.
17. Izquierdo, J. (productor y director). (2016). Un secreto en la caja [documental]. Ecuador: Caleidoscopio Cine/La Futura Imagen Sonora.
18. Reproducida en los apéndices.
19. “Aujourd’hui de nouvelles voix se font entendre, qu’il s’agisse d’Edgar Allan García, de Gilda Holst, de Marcia Ceballos […]; ou du très cosmopolite Javier Vásconez, l’un des écrivains les plus doués de sa génération, qui, dans les récits de Ciudad lejana (1982) et de El hombre de la mirada oblicua (1989) ou dans son roman El viajero de Praga (1995), descend dans les tréfonds de l’homme actuel, livré à la solitude, à la peur et à la violence.”
20. Fell, C. y Olivier, F. (2012). “Créativité et spécificité de la littérature hispano-américaine contemporaine”. En G. Couffignal. (Ed.). Amérique latine. Une Amérique latine toujours étonnante (pp. 117-125). París: La Documentation Française.
21. Simposio internacional “Formaciones culturales de la nación en México y en Ecuador. Una mirada comparada e interdisciplinaria a Benjamín Carrión y José Vasconcelos”, París, 9 marzo de 2012, Instituto Cultural Mexicano.
22. “Somos, en razón de fatalidades históricas, un país territorialmente pequeño, un pueblo de pocos habitantes, enclavado entre vecindades más considerables por territorio y población. […] De allí nace la gran verdad, progenitora de la Casa de la Cultura Ecuatoriana: tenemos que ser un pueblo grande en los ámbitos de la espiritualidad, de la ética, de la solidez institucional, de la vida tranquila y pulcra. Debemos aspirar a tener el ejército imponderable de la cultura y la responsabilidad democrática. Tenemos que ser […] un “pequeño gran pueblo”, digno del respeto universal, de la consideración afectuosa y admirativa de todos”. (Carrión, 1981, pp. 175-176).
23. “[Ces auteurs] ont beaucoup lu (en particulier Faulkner et Dos Passos mais aussi Joyce et Kafka), vu beaucoup de films, beaucoup médité sur les aléas de la création littéraire. Ils sont très informés des nouveaux mouvements en matière linguistique et d’étude littéraire, ouverts aux événements du monde. Ils conçoivent leur vocation comme une véritable activité professionnelle et se consacrent totalement à leur œuvre.”
24. “La culture de ces écrivains leur permet de sortir des frontières nationales et d’écrire sur les relations de l’Amérique latine avec l’Europe ou avec les États-Unis. Ils tentent d’échapper à ce que Carlos Fuentes nomme le ‘nationalisme culturel’, qui a tant fait de mal à la culture mexicaine et latino-américaine dans son ensemble, même si, au départ (au XIXè siècle), l’intention de créer une littérature nationale semblait louable. […] L’une des visées de ces écrivains est alors d’échapper à toute définition identitaire réductrice sur le plan littéraire et culturel. [...] Un vaste processus de déterritorialisation de la littérature hispano-américain est en cours, qui peut de fait se comprendre comme un au-delà de cette identité continentale latino-américaine que revendiquaient, refusant les nationalismes littéraires étroits, les membres du Boom.”
UNA CRÍTICA ECUATORIANA ABRUMADORA Y UN CIRCUITO EDITORIAL DEFICIENTE
Consideramos que la crítica ecuatoriana debió encontrarse con la Medusa de la mitología griega, que hipnotiza y petrifica a los pobres mortales que se atreven a mirar su rostro; al parecer, se quedó paralizada frente a una “Academia de las Letras”, en el sentido más amplio de la expresión. Las publicaciones de las personas encargadas de “criticar” la producción literaria o artística del país se editan en las universidades, institutos, sociedades sabias u otros círculos cultos que tienen una legitimidad científica. El caso es que dicha “Academia de las Letras” sigue canonizando la literatura realista de los años treinta, como si nada hubiera cambiado desde entonces, como si la posibilidad de una potente “República de las Letras”, fundamento del proyecto político nacional imaginado por el intelectual Benjamín Carrión, no pudiera superarse. Sin embargo, ya sabemos que la propuesta de Carrión desarrollada en la famosa “teoría de la pequeña nación”25, fracasó. A pesar de esta evidencia, la mayoría de los órganos institucionales capaces de alentar y comentar la creación literaria y artística de la nación siguen mostrando poco interés por una producción renovada. En mi opinión, no consiguen poner de relieve una “nacionalidad literaria”, según la expresión de Juan Pablo Castro Rodas, que permitiría una mejor difusión de las obras literarias producidas en Ecuador:
¿Cuáles son esas narrativas nacionales que, en la literatura ecuatoriana, permiten configurar un proyecto nacional? [...] Un país cuya nacionalidad literaria se encuentra en cuestionamiento, quizás en construcción, se convierte, parecería lo obvio, inmediatamente en un país en la periferia, en las fronteras, al margen26. (Castro Rodas, 2013)
Las nociones de margen y de fronteras vuelven a surgir en este cuestionamiento sobre “los márgenes literarios del Ecuador”. Según Castro Rodas, el peso de una tradición, que Leonardo Valencia teorizó en El síndrome de Falcón27, se conjuga con el peso de una academia que sigue venerando las obras de Pablo Palacio o las de los miembros del Grupo de Guayaquil. Hipnotizadas por una generación que bien “hubiera podido” llevar a cabo un proyecto nacional de carácter internacional, la crítica y la industria editorial tardan en dar importancia a obras contemporáneas con otras perspectivas sobre la nación. Es lo que Castro Rodas (2013) subraya otra vez en su ensayo:
Abonamos el hecho tangible de que el Ecuador, en tanto espacio de proyección editorial, apenas es visible en el panorama del mercado global. [...] Estamos al margen de los circuitos editoriales, o de lo que se llama una “república mundial de las letras”, no porque no existan obras literarias […] sino porque no se han creado las condiciones imprescindibles para que esa literatura se desplace de las fronteras nacionales. Aquí convergen elementos diversos: políticas estatales, ineficiencia editorial, carencia de profesionalización, imposición de un discurso académico canonizante, y cierta tendencia al encierro, a la comodidad que supone mantener un campo cerrado, que no se abre ambiciosamente a competir con el mundo. […] Si admitimos, entonces, que el mercado editorial y la academia marcan y determinan el centro canónico, pensar en las literaturas marginales, periféricas, supone encontrarnos con la primera de las complicaciones. Pues el Ecuador […] está fuera, al margen, más allá, es decir, al margen del margen. La literatura producida por autores ecuatorianos apenas transita las fronteras patrias para llegar a Colombia, quizás a una España lejana. El caso del novelista quiteño Javier Vásconez resulta, en ese sentido, un ejemplo evidente, ya que, a pesar de haber sido finalista por tres ocasiones del Premio Rómulo Gallegos, sus obras apenas son conocidas en el extranjero
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