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—¿Qué hubieras preferido: que te hubiera dejado allí tirado, que no hubiera hecho nada por ayudarte? No, no... Este mundo ya es suficientemente difícil como para no ayudarnos entre nosotros. ¿Sabes lo que nos está pasando? Nos estamos convirtiendo en gente sin corazón, sin sentimientos. ¡El egoísmo está pudriendo este país!
—¡Amén, hermana! —Se burló Guido levantando los brazos al aire.
—Pero nosotros no somos como la mayoría, no; nosotros somos una familia. ¡Y tú ya formas parte de ella, cariño, así que ve acostumbrándote!
—¿De vuestra familia? —pregunté extrañado.
—¡Claro! ¡La familia de las almas libres e inconformistas! Se ve a la legua que tú quieres pertenecer a ella. ¡Lo estás pidiendo a gritos! ¡Miembro honorario! Te daremos en los próximos días una insignia para tu chaqueta y el gorrito reglamentario.
—También se nos conoce como la familia Addams. —Se rio Guido.
—Y como buena familia americana que somos…
—Conservadora, republicana y tradicional —apuntó Guido irónicamente.
—… contamos con un acaudalado benefactor que nos ayuda a sufragar los gastos tontos del día a día.
—Como el pan, la carne, las revistas porno y las medias de rejilla.
—¿Eres rico? —le pregunté extrañado a Guido.
—Se gana bien la vida —contestó Sasha.
—Tú has venido a Nueva York a ser escritor, ¿no? —me preguntó él; yo asentí—. Pues déjame decirte, Robert, que los escritores no suelen hacerse ricos. Si quieres ganar dinero, tienes que buscarlo. ¿Y sabes dónde se esconde el dinero?
—¿Dónde? —pregunté intrigado.
—El dinero se esconde… en las carteras de los hombres aburridos.
24
Guido era prostituto: de los mejores de la ciudad. Se acostaba con hombres por dinero y disfrutaba haciéndolo; ¿qué había de malo en ello? Conocía a la perfección buena parte de los hoteles de Manhattan y sus servicios habían sido requeridos por conocidos políticos del Capitolio, que regresaban a casa durante el fin de semana para estar con sus esposas e hijos; mandatarios internacionales, que acudían a las Naciones Unidas y aprovechaban la oportunidad para conocer los atractivos de la ciudad; banqueros al cierre de la jornada, jugadores de béisbol y de baloncesto, que deseaban un poco de acción fuera de la cancha; artistas que buscaban inspiración…
—¿Por qué lo haces? —quise saber.
—¿Por qué escribes tú? —me preguntó él.
—Porque me gusta —respondí. Contarle aquella historia de la biblioteca de Pittsfield, Vicky, los beats, En la carretera, la señora Strauss, el rescate de los libros… que finalmente habían acabado calcinados en aquella papelera del Washington Square Park, no me pareció oportuno. Tampoco tenía muchas ganas de recordar.
—¡Exacto! A ti te gusta escribir al igual que a mí me gusta chupar…
—¡Guido, por Dios! ¡Sólo es un crío! —le interrumpió Sasha.
—¿Un crío? ¡Pero si apenas tiene cinco años menos que yo! ¿Sabes qué estaba haciendo yo cuando cumplí los veintidós años? Estaba en el Plaza con… bueno, eso no importa ahora. Lo que quiero decir es que yo a su edad ya tenía una reputación, una cartera de clientes asiduos y una tarifa estándar con suplementos especiales. Además, ¿qué hay de malo en chupar pollas?
—¡Guido! —se quejó de nuevo Sasha.
—¡Chupar pollas! ¡Chupar pollas! ¡Chupar pollas! ¡Vamos todos!
Guido se levantó de la silla y empezó a marchar dando vueltas por todo el salón como si fuera una majorette, lanzando su imaginario bastón metálico al aire y recogiéndolo al vuelo, haciéndolo girar mientras repetía una y otra vez su consigna. Al cabo de unos segundos, se sentó otra vez y siguió hablando.
—Como te iba diciendo, a ti te gusta escribir al igual que a mí me gusta chupar… ¿puedo decirlo ya, mamá? —Sasha lo miró con el ceño fruncido—. Los dos disfrutamos con lo que hacemos, pero sospecho que yo gano más dinero que tú. —Sonrió.
—¿Podemos volver a ser personas respetables, por favor? —pidió Sasha.
—Personas respetables… ¿Cuándo hemos sido personas respetables, Sasha? ¿Cuándo? ¡Si tú eres una drag queen cuarentona que se pasa la noche calentando a un puñado de perras en celo! ¡Dime qué tiene eso de respetable!
—Mi trabajo, cariño —remarcó la palabra trabajo—, es del todo respetable. Yo soy una señorita…
—Una señora entrada en años y carnes, querrás decir —le corrigió Guido.
Sasha enfureció de repente y buscó algo que lanzarle a la cabeza a Guido. Lo primero que vio —y lo primero que vimos también nosotros— fueron las dos tazas de café y el vaso de agua que había dejado yo en el suelo, y por un momento temí que decidiera estamparlo contra la pared o, peor aún, que decidiera abrirle una brecha en la frente al pobre Guido con él; pero no. Sasha agarró uno de los cojines y se lo lanzó con fuerza. Guido se apartó de la trayectoria del cojín y éste acabó cayendo en la mesa coja, que cada vez se veía obligada a aguantar más y más peso.
—¡Y tú eres un chulo que vende su culo por un puñado de dólares! ¡Santo cielo! ¡Mira lo que me has hecho decir!
Guido se cayó de la silla preso de un repentino ataque de risa por ver a Sasha tan descontrolada y empezó a revolverse por el suelo. Sasha se levantó del sofá, se dirigió hacia la mesa y cogió una de las revistas con las páginas rasgadas y regresó a su sitio, abanicándose. Guido dejó de reír, pero no se molestó en levantarse y se quedó tumbado en el suelo.
—Tú podrías ganarte la vida como yo. No tienes tan buen cuerpo como el mío —se levantó la camiseta y acarició sus abdominales—, pero ahora se lleva mucho tu estilo, el de joven flacucho e inocente.
Yo no era un joven flacucho como me acababa de describir Guido, aunque a su lado bien podría dar la impresión de que sí. Yo en realidad me consideraba un chico normal: no muy bajo, pero tampoco muy alto, cerca del metro ochenta —«el estirón» me duró lo que el verano de 1971—. Llevaba mis cabellos negros cortos, no tanto como los suyos, pero tampoco era ningún desgreñado melenudo. Tanto Claire como Shirley —les hablaré de Shirley más adelante— siempre me dijeron que era guapo, aunque yo siempre sostuve que Brian era mucho más guapo que yo. Eso es algo que no ha cambiado con el paso de los años: pónganme al lado de cualquier hombre y les daré un mínimo de cinco razones por las que él es más guapo que yo. Bueno, no importa: somos feos pero tenemos la música.
—Es que ésta es la temporada del raquitismo-chic. Todas las pasarelas lo están implantando en sus desfiles: París, Milán… ¡Fíjate en Laura! ¡No entiendo cómo Yves Saint Laurent no la ha llamado todavía para su colección de primavera-verano!
—¡Sasha! —Guido la miró de forma cortante y ella se calló—. Volviendo a lo que nos preocupa —se dirigió a mí—, lo único que debes tener para poder triunfar en este mundo son tres cosas.
—¿Qué cosas? —pregunté. Guido se puso de pie y se acercó a nosotros.
—Simpatía, discreción… y una buena herramienta como ésta.
Guido se agarró la entrepierna. Sasha se llevó las manos a la cara mientras negaba con la cabeza en señal de resignación. Yo me reí.
25
Guido me dio un abrazo y las buenas noches antes de marcharse a su habitación. Sasha recogió las tazas de café, el vaso de agua y la jarra, y me preguntó si quería que me trajera algo de la cocina, un vaso de leche caliente o unas galletas; luego insistió en que si me entraba hambre en mitad de la noche no dudara en levantarme y coger lo que quisiera: cereales, un sándwich, zumo de manzana… bueno, zumo de manzana no, porque se les había acabado. Le di las gracias y le dije que no se preocupara. Ella desapareció por el pasillo y regresó al cabo de unos minutos arrastrando una gran manta verde, que era incluso más grande que ella. El sofá, pese a lo desvencijado, era realmente cómodo. Coloqué los dos cojines encima de una de las sillas y me recosté apoyando la cabeza sobre uno de los reposabrazos.
—¿Seguro que no quieres nada? Creo que aún queda en la cocina un trozo del pastel de compota de melocotón que trajo Macy el lunes… —me ofreció antes de lanzarme la manta por encima y cubrirme por completo.
—Estoy bien, Sasha. Gracias —respondí—. No sé cómo voy a poder…
—¡Ni una palabra más! Esta noche, ya está todo dicho. —Sonrió ella.
—Pero…
—¡Nada! Lo que tienes que hacer ahora es dormir. Ya verás como mañana, cuando hayas descansado, lo ves todo mucho mejor. ¡De color rosa! —bromeó estirándose el batín.
Sasha se sentó por un momento en el sofá y me acarició la mejilla. Fue una sensación extraña, pero agradable.
—Cuando yo llegué a esta ciudad, hace más años de los que me gusta admitir, sentí un miedo descomunal. Estaba realmente acojonada, y por favor no le digas a Guido que he utilizado esta expresión porque de lo contrario no me lo podré quitar de encima en días. —Sonrió—. Yo también soy de un pequeño pueblo como tú, ¿sabes?
—¿Ah, sí? ¿De dónde?
—Eso no importa ahora, cariño. Lo que importa es que tienes que ser fuerte. Verás, aquí todo es rápido, violento, efímero; todo brilla más de lo normal y todo es más oscuro de lo que parece. —Sasha se quedó en silencio unos instantes—. Seguro que te has fijado ya en esa mesa. Posiblemente tiene más años que tú. Sus antiguos dueños pensaron que ya no servía para nada porque una de las patas era ligeramente más corta que las demás y se tambaleaba en exceso; por ese motivo se deshicieron de ella. La encontré hace años en un contenedor en Rivington con Chrystie, aquí a dos pasos. ¿Sabes qué es lo que más me gusta de ella? Que es fuerte. Quizá se tambalea, sí, pero nunca se viene abajo. Además… aquí es real.
—¿Es real? ¿Qué es real?
—Yo soy real.
La miré extrañado. Sasha se puso de pie.
—En esta ciudad yo soy quien quiero ser. Y si tú te lo propones, joven escritor, serás quien quieras ser. Buenas noches, cariño. —Se inclinó, me dio un beso en la frente, apagó la luz del salón y se fue a su habitación.
Me quedé mirando la tenue franja amarillenta que se proyectaba en el techo y que entraba por la ventana, proveniente de alguna de las farolas que todavía seguían despiertas. De vez en cuando el ruido de algún coche rompía el silencio que imperaba en el salón. Cerré los ojos e intenté dormir. La primera imagen que me vino a la mente fue aquella nevada tarde de diciembre en la que Vicky me enseñó un libro de poemas de Emily Dickinson y me leyó algunos mientras comíamos galletas de jengibre:
Bueno es soñar, pero mejor es despertar
si uno se despierta en la mañana,
si uno se despierta a medianoche mejor es
soñar con el amanecer.
No recordaba cómo seguía el poema. No importaba. De todas formas, ya me había quedado dormido.
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