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—Están trabajando en ello hace un rato ya, pero por aquí han pasado los empleados del hotel, los profesores, los sanitarios: el escenario puede estar bastante contaminado.
—Bueno, saquemos todo lo que podamos. De momento lo único cierto que tenemos es que dos adolescentes han sido agredidos y una adolescente sigue sin aparecer. Encima, niños de papá. ¿Sabemos si han hablado con los padres? —preguntó Antonia.
—Los menores están a cargo de Gemma Roca, que es su tutora en el EIAR. Hemos contactado con ella y nos ha confirmado que se ha encargado de hablar con los padres de los tres menores, que llegarán hoy mismo las tres familias a Palma en un jet privado y se dirigirán al Hospital Principal.
—Bueno, un trago menos, siempre es desagradable dar una mala noticia a los padres. De todas formas, quiero hablar con ellos lo antes posible, ahora voy al Hospital Principal a ver qué más nos pueden decir.
La sargento Borrás se dirigió al Hospital Principal en Palma capital, entró por la puerta de urgencias, se aproximó al mostrador y sacó su identificación de guardia civil.
—Buenas tardes, soy la sargento Borrás de la UCO de Palma. Han traído a dos jóvenes desde el Hotel Night Beach: Tania Cardona y Gerard Puig.
—Buenas tardes. Están ingresados en la UCI. Suba a la primera planta y nada más salir del ascensor, a mano derecha, allí hay un mostrador. Vaya subiendo mientras yo aviso de su llegada.
—Muchísimas gracias.
La sargento Borrás se dirigió al ascensor y subió hasta la primera planta. Al abrirse las puertas, se acercó al mostrador de UCI, donde ya le esperaba el médico responsable. De nuevo sacó su identificación para mostrársela al doctor.
—Buenas tardes. Sargento Borrás de la UCO. Necesito hablar con el doctor que ha atendido a los adolescentes que han traído del hotel de Magaluf.
—Soy el doctor González, yo he atendido a los jóvenes. Podemos pasar al despacho de UCI para hablar más tranquilos.
El doctor abrió la puerta de la zona de UCI, acompañó a la sargento Borrás hasta el despacho y le franqueó la entrada. Había una mesa y una silla en la que se sentó el doctor González; frente a la mesa se podían observar dos sillas más para atender a los visitantes.
—Tome asiento, por favor —le indicó el doctor a la sargento.
—¿Cómo se encuentran los chicos?
—Están fuera de peligro, sus constantes son prácticamente normales, pero siguen en un estado…, cómo decirlo, están en una especie de coma inducido, cosa que no debería ser posible por la cantidad de alcohol y cocaína que hemos encontrado en su cuerpo. La marca del cuello es sin duda de algo que les han inyectado. ¿El qué? Aún lo desconocemos, lo cierto es que nos tienen totalmente desconcertados. Sea lo que sea, es algo que les ha puesto el cerebro, por decirlo de alguna forma, al ralentí. Apenas lo suficiente para seguir respirando y poco más. Lo único que podemos hacer de momento sin poner en peligro sus vidas es suministrarles suero fisiológico a través de una vía. Ya he solicitado unos análisis de sangre más exhaustivos, pero tardarán unas horas, unas horas que serán a su vez críticas. El cuerpo poco a poco irá limpiando las toxinas y podremos hacer algo más, pero ahora mismo yo no me atrevería a decir cuándo podrían despertar. Quizá en unos días o quizá en unos meses, es imposible preverlo sin saber qué demonios les han inyectado.
—Los jóvenes fueron maniatados y amordazados, ¿hay heridas defensivas?
—En la chica no se observan, parece que fue maniatada sin oponer resistencia y no se observa tampoco marcas de haber intentado soltarse. El chico tiene algunas marcas de haberse resistido a ser atado y después tiene marcas de haber intentado soltarse.
—¿Hay signos de agresión sexual? —preguntó la sargento.
—Hay indicios de relaciones sexuales recientes, pero ningún signo de agresión. A priori yo diría que mantuvieron relaciones consentidas entre ambos.
—¿Alguna otra cosa extraña o fuera de lo común que haya podido observar?
—Ninguna otra cosa, no hay signos de maltrato aparte de las heridas en las muñecas mencionadas y las irritaciones en los labios debido al pegamento de la cinta con la fueron amordazados.
—Por favor, doctor, en cuanto puedan hablar necesitaré hacerles unas cuantas preguntas. No tiene ni pies ni cabeza todo lo sucedido. ¿Han comunicado los padres cuándo van a llegar?
—Vuelan en jet privado desde Barcelona. En teoría dentro de una hora como mucho deberían estar en la isla.
—Gracias, doctor. Si no le importa, me quedaré en la sala de espera de la UCI. Cuando lleguen y tengan la ocasión de hablar con usted, me gustaría hacerles unas preguntas. ¿Podré utilizar este despacho? Solo serán unos minutos.
—Por supuesto. Cuando los padres sean informados del estado de sus hijos, les avisaré de que quiere hablar con ellos.
La sargento Borrás se puso en pie y se trasladó a la sala de espera de UCI.
Aproximadamente una hora y media más tarde, la sargento Borrás pudo observar como llegaban los padres de Tania y Gerard, a quienes el doctor González hizo pasar al despacho.
Habían transcurrido no más de veinticinco minutos cuando el doctor González salió en busca de la sargento Borrás.
—Puede usted pasar, los familiares aguardan.
—Gracias, doctor, intentaré ser breve.
La sargento Borrás entró de nuevo en el despacho de UCI.
—Buenas tardes, soy la sargento Antonia Borrás de la UCO.
—Buenas tardes, somos Artur y Joana, padres de Tania.
—Buenas tardes, sargento, nosotros somos Miquel y Julia, los padres de Gerard.
—El doctor González ya les debe haber puesto al día de la situación médica de sus hijos. Sé que es un momento complicado, pero necesito hacerles unas preguntas.
—¿Qué podemos saber nosotros? —preguntó Julia, la madre de Gerard, con voz angustiosa.
—De momento estamos recabando toda la información posible y les repito que sé que es un momento delicado, con sus hijos ingresados en la UCI. Además, han tenido que tomar un vuelo privado desde Barcelona precipitadamente. Pero no olvidemos que, aparte de sus hijos, hay una chica desaparecida. ¿Saben dónde están los padres de Mireia?
—Se han ido directamente al hotel. Nos alojaremos allí todos mientras permanezcamos en la isla —respondió Artur.
—Son ustedes y los padres de Mireia gente bien posicionada, ¿tienen idea de alguien que podría querer perjudicarles de alguna forma? ¿Tienen algún enemigo conocido?
—Somos hombres de negocios, mucha gente querría hacernos daño o chantajearnos con tal de sacar dinero, pero no tengo idea de quién podría ser —respondió de nuevo Artur.
—Mireia es la compañera de cuarto de su hija, entiendo que deben ser buenas amigas —preguntó la sargento a los padres de Tania.
—Mi hija y Mireia son amigas desde niñas y son las mejores amigas —respondió Joana, la madre de Tania.
—Disculpe, sargento, pero creo que en lugar de andar perdiendo el tiempo haciéndonos preguntas absurdas debería estar ahí fuera buscando al cabrón que le ha hecho esto a nuestros hijos —le recriminó Miquel a la sargento usando un tono poco amable.
—Le aseguro que daremos con él, ella o ellos, pero necesitamos su ayuda, cualquier cosa que crean que pueda ayudar, por insignificante que les parezca. El más mínimo detalle puede ser el inicio de un hilo de donde tirar.
—Así lo haremos, se lo aseguro. Somos los primeros interesados en que atrapen al canalla que le ha hecho esto a unos críos —respondió Joana.
—Ahora tengo que ir al hotel para hablar con los padres de Mireia. Necesitamos cualquier información que nos pueda ser de utilidad en el caso.
La sargento Borrás salió del hospital, se subió a su coche y arrancó camino de Magaluf de nuevo. Cuando se incorporó a la autopista llamó a través del manos libres al agente Iñaki, que se encontraba aún en la habitación 412.
—Buenas tardes, sargento —respondió Iñaki a la llamada.
—¿Alguna novedad?
—Seguimos recopilando todas las muestras y pistas que encontramos, pero no vemos nada de momento que sea definitivo.
—Los padres de Mireia deben haber llegado al hotel. Por favor, averigua en qué habitación se alojan y diles que estoy de camino y que necesito hablar con ellos lo antes posible.
—Sargento, un detalle que antes no habríamos podido confirmar con tanta ropa revuelta y tanto lío: hemos observado que, así como el bolso de Tania estaba tirado por el suelo con todo su contenido volcado, no encontramos el bolso de Mireia. Es extraño que alguien se lleve a la fuerza a una menor de la habitación de un hotel y se preocupe por coger el bolso.
—Eso es bastante extraño. Si lo que quieres es llevarte a la chica para poder pedir un rescate, no perderías el tiempo en llevarte el bolso. Aunque puede ser tan simple como que la chica lo llevara tan fuertemente cogido que no lo soltara. Eso dando por supuesto que se la llevaran de la habitación del hotel.
—No hemos encontrado nada que corrobore o descarte esa teoría, así que seguiremos buscando indicios —aseguró Iñaki.
—Bien, estoy llegando al hotel para hablar con los padres de Mireia. Terminad de recopilar todo lo que podáis y habla con la científica para que nos faciliten lo antes posible toda la información que hayan podido procesar. ¿Se ha repartido ya la foto de la chica a todas las fuerzas de seguridad?
—Sí, hemos repartido varias fotografías a todas las unidades habituales, además del aeropuerto, aeródromos, puertos y puertos deportivos.
—Estudiaremos todo lo que tengamos mañana a las ocho de la mañana en el cuartel. Sé que es una putada, pero necesito que proceses todo lo que puedas para esa hora, y ve pasándome ya lo que tengas para que pueda echarle un primer vistazo esta tarde noche.
—Va a ser una noche de cafeína, sargento.
—Cualquier cosa que se te ocurra, sea la hora que sea, llámame. Estamos en las primeras veinticuatro horas y sabemos que son cruciales.
—Descuida, Antonia, este caso lo vamos a resolver como que me llamo Iñaki.
—Venga, voy colgando, que estoy llegando a Magaluf. Averigua la habitación y nos vemos en el hall.
La sargento Borrás llegó al hotel apenas unos minutos después de finalizar la llamada.
Se dirigió al hall del hotel y se encontró de nuevo con Iñaki.
—¿Has hablado con los padres? ¿Les has comentado que necesitamos hacerles unas preguntas.
—Sí, se alojan en la 815.
—Pues ya estamos tardando.
Ambos se dirigieron hacia un lateral del lujoso y moderno hotel. Mientras la música chill out sonaba por la megafonía, se abrieron las puertas del ascensor. Dejaron salir a unos huéspedes antes de entrar ellos.
Iñaki pulsó el botón para subir a la planta octava.
—No esperes que nos reciban con los brazos abiertos —exclamó Iñaki mientras el indicador de nivel aumentaba progresivamente hasta el número 8.
—No lo espero —respondió la sargento.
A la salida del ascensor giraron por el pasillo hasta la habitación 815.
Una vez frente a la puerta color cerezo, el agente Iñaki y la sargento se miraron uno al otro. La sargento frunció el ceño, levantó el puño y golpeó tres veces con sus nudillos.
La puerta se abrió y les recibió Oriol, el padre de Mireia.
La sargento borras se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón y sacó su identificación como agente de la UCO.
—Buenas tardes. Sargento Antonia Borrás de la UCO. Soy la responsable de la investigación sobre la desaparición de su hija. Me acompaña el agente Iñaki Suengas. Necesitamos hacerles unas preguntas.
—Adelante, les estábamos esperando.
Los tres avanzaron a través del pasillo de la lujosa suite hasta llegar a la pequeña sala de estar donde se encontraba sentada en el sillón Aina, la madre de Mireia.
—Tomen asiento, por favor. Soy Oriol padre de Mireia.
—Yo soy Aina.
—Sargento Antonia Borrás y el agente Iñaki Suengas. Como ya le he comentado a su marido, estoy a cargo de la investigación sobre la desaparición de su hija y la agresión a sus dos compañeros.
—¿Tienen alguna idea de dónde está mi hija? —preguntó entre lágrimas Aina.
—Desgraciadamente no, pero necesito hacerles unas preguntas.
—Por supuesto, sargento, estamos a su disposición para cualquier cosa que podamos aportar a la investigación que permita recuperar a nuestra hija.
—Son ustedes personas de buena posición, al igual que los padres de Tania y Gerard. ¿Alguien se ha puesto en contacto con ustedes para solicitar un rescate?
—No, en absoluto, nadie ha contactado con nosotros —respondió Oriol.
—¿Tienen una idea de quién podría querer hacerles daño? ¿Qué motivos podrían tener para querer secuestrar a su hija?
—¿Bromea? Somos una de las familias más influyentes de Barcelona, mucha gente nos envidia o nos odia, pero lo que más quieren es nuestro dinero. Sin duda, esa gente quiere dinero y se lo daremos si es necesario con tal de recuperar a nuestra hija.
—Escúcheme bien, si contactan con ustedes para pedir un rescate, háganmelo saber de inmediato. No se les ocurra pagar sin contar con nosotros, no tienen ninguna garantía de que una vez esté efectuado el pago la vayan a liberar —insistió la sargento.
—¡Es mi hija! Decidiré yo lo que considere oportuno si llega el momento. No crea que me voy a quedar de brazos cruzados esperando que una sargento y un agente de la Benemérita encuentren a mi hija. Tengo detectives privados investigando para mí. Sea quien sea esa gente, no sabe con quién se está jugando los cuartos —exclamó con cierto enfado Oriol.
—No intervenga, señor Grau i Moncada, solo va a empeorar las cosas, aunque ya vemos que no nos vamos a entender. Le advierto que además podría ser constitutivo de delito.
—¿Hemos terminado, sargento? —exclamó Oriol, haciéndole saber a Antonia que no iba a quedarse esperando a ver pasar los acontecimientos.
—De momento. Buenas tardes. Vamos, Iñaki, aquí no tenemos nada más que hablar. Por el momento.
La sargento y el agente salieron de la habitación y se dirigieron por el pasillo de nuevo al ascensor.
—No ha ido tan mal, ¿no? —comentó Iñaki.
—Podría haber sido peor.
—Buen colofón a un jodido día de junio.
Bajaron en el ascensor hasta el hall y se dirigieron al aparcamiento del hotel.
—¿Sigue en pie lo de mañana a las ocho? Porque me va a tocar poner un poco en orden toda esta cantidad de mierda —preguntó Iñaki.
—Joder, lo dices como si fuera una cita. Y sí, mañana nos veremos a las ocho con las legañas en los ojos, pero este tipo de casos son los que me revientan, una cría desaparecida y nosotros solo podemos intentar encajar las piezas de un puzle para salvarle la vida.
—Mañana nos vemos, sargento —respondió Iñaki con una risa jocosa.
La sargento se subió a su vehículo y se marchó. Iñaki por su lado también abandonó el hotel.
Camino de casa, la sargento Borrás no podía dejar de darle vueltas a todo lo sucedido durante el día, pensando en la complejidad del caso que le había tocado resolver. Con la mirada perdida, conducía su vehículo como si fuera una autómata. Se pasaba una y otra vez la mano derecha por la cabeza, desde su frente hacia atrás llegando hasta la nuca y se masajeaba las cervicales, que le dolían fuertemente.
Al llegar a su domicilio entró descalzándose, ya que sus pies la estaban matando. Se dirigió al cuarto de baño, tomó una ducha caliente y se preparó un sándwich en su pequeña cocina en forma de isla de su pequeño apartamento en un barrio popular de Palma con vistas a la Catedral.
La sargento se sentó con las piernas cruzadas sobre un sofá poniendo el plato con el sándwich sobre la tapicería azul.
De su habitual mochila negra extrajo su ordenador portátil y lo colocó sobre una mesa baja que se encontraba frente al sofá del salón comedor. Clavó sus negros ojos en él sosteniendo con los dedos índice y corazón de su mano derecha un botellín de cerveza. Así se mantuvo unos segundos y, acto seguido, levantó la tapa del ordenador portátil diciendo en voz alta:
—¡Voy a por ti, cabrón!
Capítulo 2
Una pizarra en blanco
Martes, 25 de junio, 08:00 h Cuartel de la UCO, Palma
Tal como la sargento Borrás había comentado, a las ocho de la mañana tenía que reunirse con el agente Iñaki para empezar a componer las piezas del rompecabezas del caso.
Con los ojos rojos de haber dormido poco y entre bostezos, la sargento Borrás entró en la sala operativa donde establecería el centro de mando de la investigación. Allí de pie ya le esperaba Iñaki con dos vasos de café de la máquina de bebidas calientes.
—Buenos días, Antonia, parece que hemos dormido poco esta noche.
—Poco y mal. Quemando la salud, como decía una vieja canción que escuchaba mi padre, no recuerdo ahora de quién era.
—Aquí tienes un café cargadito.
—Gracias, hoy voy a necesitar media docena de estos.
En uno de los laterales de la sala operativa color verde oscuro se encontraba la pizarra blanca donde se iría creando el tablero de investigación con las fotografías y anotaciones que fueran relevantes. En ese momento aún se encontraba totalmente en blanco.
La sargento Borrás se quedó de pie frente a la pizarra y la miró fijamente. Pasó unos segundos mirándola en silencio, unos segundos que parecían eternos, hasta que al final se giró y se acercó a la mesa donde Iñaki tenía preparadas las carpetas con los datos que había podido recopilar y procesar. Para Iñaki también había sido una noche larga.
—¿Tienes la foto de Mireia? —preguntó a Iñaki.
—Aquí la tienes.
La sargento se dirigió de nuevo hacia la pizarra y se detuvo unos segundos con la fotografía de Mireia en las manos.
—No hay nada que me dé más miedo que este momento, Iñaki, el momento en que la pizarra está totalmente en blanco y hay que colocar la primera foto. Esa primera foto que te dice que estamos al principio del todo, esa primera foto de la cual irán saliendo flechas hacia otras fotos y notas, esa primera foto que nos recuerda que sabemos desde dónde y cuándo empezamos, pero que no tenemos ni puta idea de cuándo y a dónde llegaremos.
—Siempre es un momento jodido, Antonia, pero es necesario dar el primer paso para recorrer el todo el camino.
La sargento seguía manteniendo la fotografía de Mireia en sus manos, dio un suspiro y la colocó en el centro de la pizarra. De la parte derecha cogió un pequeño imán negro de los varios que había y lo colocó sobre la imagen. En la parte inferior de la superficie había varios rotuladores especiales para este tipo de pizarras. La sargento eligió el rotulador rojo, lo destapó y olfateó la punta del rotulador. Acto seguido escribió bajo la fotografía de Mireia: «DESAPARECIDA».
—Ya está, inaugurado el mosaico. Siempre me ha encantado oler estos rotuladores cuando los abres —comentó la sargento.
—Qué casualidad, a mí también me encanta cómo huelen.
—Venga, vamos al lío. Veamos qué sabemos hasta ahora.
Iñaki permanecía sentado detrás de una mesa con las carpetas abiertas sobre la superficie. El agente buscó entre los papeles los datos que tenían de Mireia y comenzó a responder a las preguntas.
—Mireia Grau i Moncada, diecisiete años, nacida en Barcelona, alumna de EIAR, formaba parte del grupo que está de viaje de estudios en Magaluf. La última vez que fue vista fue pasados unos minutos de las veintitrés horas en la terraza del Hotel Night Beach. Desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ella. Hija de familia bien al igual que el resto de sus compañeros. Por lo que hemos podido averiguar en los interrogatorios a sus amigos, la han definido como «jodidamente rica», «caprichosa», «borde» y que «disfrutaba de ser la más guay y rica del insti». No se le conoce pareja estable, pero, por lo que sus compañeros dicen, sobre todo en las fiestas no le faltaba sexo con chicos, chicas o ambos a la vez. Aunque no solía beber entre semana, al parecer los fines de semana y en las fiestas era una verdadera esponja, sobre todo de champán acompañado de alguna que otra rayita.
—Vamos, una verdadera joyita, la niña.
—Desde luego, la hija que yo no querría tener.
—¿Qué tenemos de Tania?
Iñaki sacó la fotografía de Tania de la carpeta y extendió su brazo para que la sargento Borrás la cogiera. Esta se acercó a recogerla y volvió a la pizarra. Colocó la fotografía de Tania a la derecha de la de Mireia y la sujetó con otro de los pequeños imanes. Con el rotulador rojo que aún conservaba en la mano escribió bajo la fotografía: «AGREDIDA». Dibujó una flecha entre la fotografía de Tania y la de Mireia y anotó: «AMIGAS».
—Tania Cardona, diecisiete años, nacida en Barcelona. La mejor amiga de Mireia y, por lo que sabemos, siempre ha estado un poco a su sombra. Se conocen desde niñas. Parece que le gustan bastante las bebidas caras y no le hace ascos al polvo blanco. Por lo visto, tiene actualmente un lío con Gerard Puig. La encontraron desnuda, maniatada y amordazada, con gran cantidad de alcohol y cocaína en el cuerpo, sin signos de agresión sexual y, al igual que su compañero, con una extraña punción en el cuello —relató Iñaki.
—¿Alguna información del hospital sobre qué les inyectaron?
—Sí, ha llegado un informe médico del doctor González. En resumen, lo que dice es que en los análisis ha aparecido una toxina desconocida. Lo más parecido que han encontrado es la savia de… ¡Vaya cosa impronunciable!, a ver si lo consigo decir… Strychnos. No tengo ni idea si se dice así.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Antonia.
—Es una planta que se encuentra en la selva amazónica colombiana. Al parecer, la usan los indígenas para envenenar flechas. Se sabe que se hicieron estudios y se usó como anestésico, aunque ya te digo que es lo más parecido que han encontrado, porque lo más probable es que esté mezclado con alguna savia de alguna otra planta. En resumen, parece que una cierta cantidad de lo que sea deja KO la parte consciente de tu cerebro. De ahí se cree que los nativos usaban mezclas para hacer sus particulares viajes astrales o conectar con sus otras realidades. Vamos, que se metían unos viajes de no te menees. Si añades cierta cantidad más de eso, te apaga también la parte inconsciente del cerebro y te deja en stand-by, vamos, lo justo para las funciones vitales y poco más. Al no saber exactamente la composición, creen que el efecto no durará más de una semana. Después no deja ni rastro. Si cuando despierten les hacen una analítica, va a ser como si no hubiesen tenido eso en su cuerpo.
—Bien, ahora que saben lo que les inyectaron sabrán cómo despertar a los chicos, ¿no?
—Pues no, como ya te he comentado, siguen sin saber exactamente lo que es. Hay restos de esa savia, pero ¿con que está mezclada? No se sabe. Además, el doctor dice que no puede intentar despertarlos sin poner en peligro sus vidas. Resulta que esa maldita cosa es mortal, una dosis más alta provoca la muerte inminente por asfixia. El doctor teme que cualquier cosa que les pueda dar amplifique los efectos de la toxina y mate a los críos. Ya han pasado al menos veinticuatro horas, así que mientras sigan estables simplemente esperarán, no quieren correr ningún tipo de riesgo —respondió Iñaki.
La sargento Borrás miraba atónita a Iñaki mientras este le iba explicando la situación. Se acercó a su compañero, puso las palmas de las manos sobre la mesa, agachó un poco la cabeza y miró a Iñaki. Este levantó la vista de las carpetas y advirtió la mirada penetrante y desafiadora de la sargento.
—¿Qué mierdas me estás contando, Iñaki? ¿Una toxina que se parece a la savia venenosa de una planta de nombre impronunciable originaria del Amazonas colombiano mezclada con algo que no se sabe ni lo que es? ¿Y qué pinta algo de una selva a miles de kilómetros de aquí en el cuerpo de dos adolescentes de familias bien de Barcelona?
—Ya me gustaría a mí darte algo más consistente, pero es lo que tenemos hasta ahora. Creo que necesitas otro café e intentar ver las cosas con perspectiva.