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En ese tiempo Melanie Klein era, para Alix Strachey, a la vez la única analista de niños que sabía lo que hacía y una persona confusa. “Su mente es un horrible desorden; sin embargo, creo que contiene la clave de muchas cosas.” “Una mujer más bien limitada..., pero es tan extraño cuando se descubre lo perspicaz y realmente inteligente que es en sus análisis.” “Es una mujer loca. Pero no hay duda de que su mente está llena de cosas de gran interés” (Meisel y Kendrick, 1985).
Los primeros años de Londres fueron el inicio de una productividad y un reconocimiento que no cesarían de crecer. Pronto se encontró analizando a los hijos de Ernest Jones, el patrón del psicoanálisis inglés, su admirador, y quien la había invitado a residir en Inglaterra. Muchos de los hijos de los colegas ingleses pasaron por su consultorio al tiempo que ella observaba y pensaba..., y escribía.
La International Journal of Psycho-analysis, fundada por Freud en 1910 y dirigida entonces por Jones, dio cuenta de esa etapa en que cristalizaron los principios teóricos y clínicos del psicoanálisis de niños. La importancia del juego en el desarrollo infantil; los estadios tempranos del complejo de Edipo; la calidad de las primeras ansiedades; la formación del pensamiento a través de la simbolización… Los puntales del psicoanálisis kleiniano fueron puestos en los primeros cinco años que siguieron a su llegada a Londres. Esos escritos (doce trabajos seminales) se recogieron en su primer libro, dedicado “A la memoria de Karl Abraham con gratitud y admiración”. El psicoanálisis de niños (1932), escrito en alemán, fue traducido al inglés por Alix Strachey. En los agradecimientos Klein menciona a algunos de quienes entonces formaban su mundo de relaciones: Ernest Jones, Edward Glover, Alix y James Strachey, Nina Searl, Joan Riviere y su propia hija, Melitta.
El entusiasmo que causaron en Londres las ideas kleinianas parece reflejado en un incidente recogido por Winnicott: James Strachey, su analista, habría interrumpido una sesión para hablarle, emocionado, de Melanie Klein (Winnicott, 1993: 225).
Pero las diferencias con la teoría clásica produjeron una creciente hostilidad en Viena. La discusión con Anna Freud que ya había surgido desde 1927 a propósito de las distintas maneras de concebir el psicoanálisis infantil comenzaron a tornarse amargas.
Un episodio depresivo tal vez desencadenado por la partida a Israel de Kloetzel, el amante intermitente que la visitaba, y por la muerte de Sandor Ferenczi en 1933, la llevó a emprender un tratamiento con Silvia Payne. En abril de 1934 su hijo Hans cayó por un precipicio durante una excursión por las montañas. Melitta sentenció: suicidio. Y aunque Erich, el hijo menor, lo negó categóricamente varios miembros de la Sociedad Británica lo creyeron. Melanie habría sido la culpable por su deficiente desempeño como madre.
En un estado de profunda conmoción describió —en “Contribuciones a la psicogénesis de los estados maníaco depresivos”, (1935)— uno de los intentos más exitosos de elaborar las propias emociones. El pensamiento británico en torno a la teoría de las relaciones objetales proviene de la ideas contenidas en ese texto.
Después de las prohibiciones nazis en Alemania a partir de 1933, las asociaciones psicoanalíticas de Viena y de Londres fueron las únicas que quedaron vivas. Los embates vieneses contra Melanie Klein no cesaban. Ernest Jones en su papel del más eficiente diplomático organizó en 1935 una serie de intercambios entre ambas asociaciones para analizar la obra de Klein y mantener la discusión en un nivel científico. Melitta, distanciada de su madre, acusó a Klein de plagio, de no entender la naturaleza del amor materno; Glover, en otro tiempo amigo, ahora apoyó a Melitta, su paciente. Otto Fenichel y Michael Balint atacaron; Nina Searl, Ella Sharpe, John Bowlby, John Rickman, algunos de ellos amigos, ex pacientes, supervisados, se mantuvieron a distancia y evitaron el compromiso (Zaretsky, 2012: 385ss).
Las descripciones de Melanie Klein en esa época eran las de una persona siempre preocupada, en un estado de ensoñación en el que constantemente surgían nuevas ideas. Virginia Wolf la describió en 1939 como “...una mujer de carácter y fuerza, con cierto —¿cómo diría?— no oficio, sino sutileza sumergida: una especie de trabajo subterráneo. Un tirón, un giro como una corriente submarina, amenazadora. Una señora campechana, con unos ojazos brillantes e imaginativos” (Zaretsky, 2004: 386).
La amargura del odio de Melitta se compensaba con una relación cálida y frecuente con su hijo Erich y su familia. En 1937 nació su nieto Michael a quien Melanie amó siempre.
La llegada a Londres de los analistas alemanes y austríacos emigrados, con los Freud a la cabeza (1938), expulsados por el nazismo, complicó las cosas para Klein, que entonces contaba con muchos seguidores. La Asociación se convirtió en un remedo de la guerra en que las hostilidades no eran menos violentas. Freud murió en 1939 y Anna se constituyó en la heredera universal de su legado. Los bombardeos alemanes sobre Londres dificultaban el trabajo; Melanie se trasladó a Cambridge con Susan Isaacs y más tarde a Pitlochry, en Escocia, en donde residiría durante un año mientras trataba a Richard, un niño de siete años, el personaje central de su último libro.
Las Controversias (Controversial Discussions), el nuevo intento de Jones por mantener la disputa en términos civilizados después de 1935, iniciaron formalmente en 1941 y finalizaron en 1945. El tema central del debate sería la validez y el estatus de las ideas introducidas por Melanie Klein. Para ella y para sus seguidores, se trataba de “salvar la vida”, es decir, si podían ser considerados psicoanalistas o no. Las vilezas y las abyecciones menudearon en uno y otro bando; amigos se convirtieron en enemigos acérrimos.
Un grupo que reconocía deber tanto a Freud como a Klein, optó por mantenerse a igual distancia de unos y otros. Se hablaba de “la ambición y el egoísmo sorprendentemente desinhibido de Melanie Klein”. Bowlby sentenció que si bien Ana Freud rezaba en el altar de san Sigmund, Melanie Klein lo hacía en el de santa Melanie. La propia Melanie Klein recriminó a Jones el haber llevado a los Freud a Inglaterra cuando hubieran podido ir a otra parte.
James Strachey sintetizó:
Mi propio punto de vista es que la señora K.[lein] ha realizado algunas importantísimas aportaciones al psicoanálisis, pero es absurdo creer que (a) estas ideas cubren la totalidad del campo o (b) que tienen un valor axiomático. Por otra parte, pienso que es igualmente absurdo que la señorita F.[reud] sostenga que el psicoanálisis es un coto reservado a la familia F. y que las ideas de la señora K. son fatalmente subversivas.
Estas actitudes de ambas partes son puramente religiosas y constituyen la antítesis misma de la ciencia (Grosskurth, 1991: 275).
Las Controversias terminaron en un “arreglo” que identificó al grupo kleiniano, al annafreudiano y al intermedio, pero dividieron al psicoanálisis en tres grandes tipos de práctica: Escuela kleiniana, Escuela de relaciones de objeto y annafeudismo, más tarde, Psicología del yo.
La tradición inglesa y las condiciones externas favorecían al pensamiento kleiniano. La Segunda Guerra produjo una modalidad de sufrimiento que no había estado presente en la Primera. Londres fue bombardeado intensamente; más tarde lo serían las ciudades alemanas. El Holocausto, las invasiones nazis de otros países, precipitaron un cambio decisivo en la concepción del psicoanálisis.
Tres millones y medio de niños fueron evacuados de Londres. La sociedad se convirtió en una familia sufriente. La imagen paradigmática fue la escultura de Henry Moore, Madonna and Child, que fue develada en 1943. El reverendo Hussey diría en esa ocasión: “La Santísima Virgen es imaginada como cualquier niño pequeño pensaría esencialmente en su madre, no como pequeña y frágil, sino como el grande, seguro y sólido origen de la vida” (Zaretsky, 2012: 396). El grupo social no se entendió como un fenómeno contingente al que se sumaban los individuos, sino como el medio en el cual las personas encuentran su realización o su sufrimiento.
Eran, pues, los temas kleinianos y post kleinianos.
Melitta, que había dejado de creer, si alguna vez lo hizo, que la suya era una madre suficientemente buena, emigró a los Estados Unidos al término de la Guerra. Madre e hija nunca volvieron a dirigirse la palabra.
Entre tanto, la creatividad de Melanie no cesaba y nuevas ideas fluían. En 1952 Melanie cumplió 70 años. Las celebraciones incluyeron la publicación de Desarrollos en psicoanálisis (1952), que reunía artículos de Joan Riviere, Susan Isaacs y Paula Heimann, sus colaboradoras más cercanas hasta ese momento, además del trabajo central de
la propia Klein, “Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé”, la gran síntesis que ponía a punto la teoría. Igualmente,
apareció el número doble de homenaje de la International Journal of Psycho-analysis dirigido por Paula Heimann y Roger Money-Kyrle, que incluía artículos de muchos de sus colaboradores, y que constituyeron el corpus de Nuevas direcciones en psicoanálisis (1955).
Podía hablarse con rigor de una Escuela kleiniana y ésta se implantaba en el mundo: Françoise y Jean Baptiste Boulanger traducían al francés El psicoanálisis de niños, traducción para la que Jacques Lacan se había ofrecido. Arminda Aberastury había iniciado años antes (1948) la traducción de lo que estaba conformándose como las Obras completas de Melanie Klein al español, y desde la Argentina el psicoanálisis latinoamericano quedó impregnado de las concepciones kleinianas en ocasiones de una manera predominante. Sólo los Estados Unidos, en donde los refugiados fieles al annafreudismo eran mayoría, y constituyeron la llamada Psicología del yo, mostraron siempre su rechazo a las ideas kleinianas.
En 1955, en el Congreso de Ginebra Melanie Klein leyó un provocador artículo “A Study of Envy and Gratitude”, que es su última aportación al corpus teórico y clínico del psicoanálisis, y que ocasionó fuertes reacciones de rechazo incluso entre amigos y colaboradores cercanos como D. Winnicott y Paula Heimann, quien se sintió directamente aludida y ofendida (Grosskurth, 1991: 434).
La salud y las fuerzas menguaban. Como Cervantes en sus últimos días, Melanie Klein llevaba la vida sobre las ganas que tenía de vivirla: siempre aparecía elegantemente arreglada aunque la artritis la obligara a caminar con bastón. Era evidente que se fatigaba con facilidad, pero la capacidad creativa no disminuía. Envidia y gratitud, como libro, apareció en 1957 después de haber sido presentado en 1955 y publicado en 1956. Aun a pocos días de su muerte, seguía corrigiendo el manuscrito del Relato del psicoanálisis de un niño, que recogía el tratamiento de Richard y que aparecería póstumamente. Era el último de los grandes casos clínicos del psicoanálisis en el siglo XX.
A principios de 1960, con la esperanza de recuperar sus fuerzas perdidas como consecuencia de la anemia, intentó una estancia en un sanatorio suizo. Un poco más tarde, en Londres, se le diagnosticó cáncer de colon.
Melanie Klein murió el 22 de septiembre de 1960.
En la ceremonia funeraria, su amiga cercana, la pianista Rosalyn Tureck, interpretó el Andante de la Sonata en re menor de Bach, una de las melodías más hermosas y sencillas del gran maestro.
NOCIONES ESENCIALES
ANTES DE ABORDAR EL TEXTO
HISTORIA DE LA OBRA
“Freud fue el primer analista en emplear el concepto de envidia tanto en la idea de envidia del pene como en el proceso en que los miembros de un grupo pueden experimentar una rivalidad envidiosa en el curso de una idealización común del líder (Freud 1921). Abraham (1919) empleó la idea de envidia para explicar un ataque destructivo que ciertos pacientes emprenden contra el trabajo psicoanalítico. Eisler (1922) observó que la envidia deriva del instinto oral. En su trabajo de 1932, ‘Los celos como mecanismo de defensa’, Joan Riviere considera los celos patológicos como un mecanismo de defensa frente a la envidia oral inconsciente hacia los padres en coito. Fue Melanie Klein, sin embargo, la primera en hacer de la envidia un concepto central de su teoría psicoanalítica” (Spillius, 2007: 140).
Hacia 1957, después de casi cuarenta años de trabajo, tres años antes de su muerte, Melanie Klein se había forjado un prestigio mundial como creadora del psicoanálisis de niños y, más importante aún, como refundadora del psicoanálisis de adultos: había ampliado los horizontes de la disciplina al tratamiento de la psicosis y había cambiado para siempre algunos de los paradigmas del psicoanálisis clásico.
En 1919, en Budapest, alentada por S. Ferenczi, su analista, había iniciado el tratamiento de un niño. A partir de 1921, en Berlín, animada y sostenida por K. Abraham, su segundo analista, había empezado una práctica que pronto culminó en un genuino psicoanálisis infantil. En los primeros años londinenses el psicoanálisis de niños se consolidó como una disciplina por su propio derecho y M. Klein la defendió contra posiciones que ella juzgó siempre menos analíticas, sobre todo las de Anna Freud.
La adhesión de M. Klein a la teoría del instinto de muerte a partir de 1932 le había permitido ver de una manera distinta la destructividad y el sadismo pero, también, había abierto un lugar para los instintos de vida, es decir, el amor. Por vez primera, el concepto de amor adquirió un sentido complejo que trasciende con mucho el ámbito psicoanalítico. A la luz de la importancia y la trascendencia de la idea del amor como preocupación por el objeto, cuidado, reparación y, más tarde, gratitud, el modelo kleiniano no podría ser acusado de pesimista en cualquier sentido serio.
En 1934 tuvo lugar uno de los acontecimientos más significativos de la historia del psicoanálisis: M. Klein presentó su “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”. La Posición depresiva, propuesta en ese artículo, se convirtió en la fuente de todo el pensamiento británico acerca de las relaciones objetales y marcó la diferencia del modelo kleiniano de la mente respecto de las tendencias freudianas prevalecientes. Con ello, la significación de su aportación al psicoanálisis parecía quedar fuera de toda duda.
Y, sin embargo, otra vez tuvo que defenderse, de nuevo frente a Anna Freud. Las llamadas Controversias (1941-1945) fueron una serie de discusiones científicas en las cuales Melanie Klein y sus aliados debían probar —frente a Anna Freud y los suyos— que el pensamiento kleiniano podía llamarse psicoanalítico. De no hacerlo con suficiencia pesaría sobre ella la amenaza de expulsión de la Sociedad Británica. La respuesta kleiniana fue una serie de aportaciones ‘probatorias’ que hoy forman parte del corpus teórico del psicoanálisis.1
En los años que siguieron, la creatividad de M. Klein no tuvo más límite que su capacidad de trabajo.
Quizá su mejor respuesta a las Controversias fue la continuación de su avance en la investigación del desarrollo temprano. En 1946 publicó “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”, ensayo en el cual presenta la Posición paranoide-esquizoide y, en dos párrafos, un nuevo descubrimiento que habría de tener una fortuna inmensa de tal modo que el psicoanálisis quedó permeado por las consecuencias de esa intuición. La identificación proyectiva suscitó un inmenso interés no sólo por su poder explicativo del desarrollo normal y patológico, sino porque permitió entender mejor la comunicación que se establece entre analista y paciente. Su papel en la transferencia ha llevado a que los dos fenómenos sean (mal) entendidos como uno solo.
Entonces, y en el mismo año en que se publicó su minuciosa exploración de la identificación proyectiva, “Sobre la identificación”, 1955 (que en realidad había empezado a escribir desde 1953), leyó, el 24 de julio, en el XIX Congreso de Psicoanálisis en Ginebra, un trabajo sobre la envidia y la gratitud. En febrero de 1956 dictó, en la Sociedad Británica de Psicoanálisis, una conferencia con el título de “Un estudio sobre la envidia y la gratitud”, que era una versión ampliada de su participación de Ginebra. Una ampliación aún mayor fue publicada un año después en forma de libro: Envidia y gratitud. Un estudio de las fuentes inconscientes (1957). Es la última gran aportación teórica de Melanie Klein, y es el texto que aparece en sus Obras completas tanto en inglés como en español. El presentado ante la Sociedad Británica un año antes no fue publicado sino hasta 1986 y no existe de él traducción al español, a pesar de su indudable interés.
En el apartado correspondiente (Trascendencia. Cómo fue recibido Envidia y gratitud) nos ocupamos de las adhesiones y las críticas; pero no podemos soslayar ahora que, en tanto que la mayoría de las reacciones se centran en la crítica hacia la envidia excesiva primaria, el papel que Klein otorga al amor (la gratitud) tanto en el desarrollo del psiquismo como en la determinación de la salud mental pasa casi inadvertido. Y sin embargo, es con respecto a la teoría de la gratitud inmediata, no mediada por la reparación, que el concepto final de envidia adquiere todo su sentido (Petot, 2016b: 318).
Ciertamente, la noción de envidia tenía ya un lugar en la teoría psicoanalítica. Freud había teorizado sobre la envidia del pene en la mujer y sobre sus vínculos con las pulsiones agresivas. La consideraba un elemento fundamental de la sexualidad femenina. La envidia del pene, y todo su complejo simbolismo, aparecía a partir del descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos: la niña desea poseer un pene como el niño. En el curso del complejo de Edipo, la envidia del pene tomaba dos formas derivadas: deseo de poseer un pene dentro de sí (principalmente en forma de deseo de tener un hijo); deseo de gozar del pene en el coito (Laplanche y Pontalis, 2013: 118).
Esta noción siempre tuvo gran importancia para Freud debido a la función central que asignaba al falo en ambos sexos. En la clínica, había anticipado que esta envidia podía conducir a un análisis interminable.
Con el trasfondo de la crítica de la teoría freudiana de la sexualidad femenina iniciado por Karen Horney (1924), M. Klein (1932) pareció entender mejor a Freud: reconocía la presencia de la envidia en los deseos del bebé de destruir todo cuanto posee la madre, en particular, el pene paterno (en el caso de la niña, no por temor de la castración sino de la intrusión). En 1932, igualmente, Joan Riviere estableció el vínculo que une a la envidia con el deseo del bebé de apoderarse del pecho materno y de arruinarlo.
Envidia y gratitud no propone una transformación del modelo kleiniano como podría pensarse de Más allá del principio de placer (1920) o de El yo y el ello (1923) que establecieron una segunda tópica en la teoría freudiana. Se trata de algo que M. Klein “añadió”. La adición sin duda altera concepciones anteriores, supone nuevas propuestas y enriquece otras ya planteadas. De estas adiciones, modificaciones y matices nos ocupamos en los apartados Análisis del texto y Trascendencia.
Finalmente, los trabajos de los años anteriores a Envidia y gratitud, sobre todo los de 1952, se caracterizan por consignar los elementos que componen la Posición paranoide-esquizoide y la Posición depresiva en el proceso del desarrollo del aparato mental normal y en ciertas condiciones de perturbación. En esta descripción, Klein incluye conceptos tales como frustración, gratificación, voracidad, avidez, envidia, celos, culpa, creatividad, reparación, pero su papel y la relación que mantienen entre sí es de una naturaleza distinta.
En cuanto a la noción de gratitud sólo viene a ocupar su lugar a partir de 1955. Entre 1923 y 1955 el término gratitud aparece muy pocas veces y siempre acompañando a otros conceptos.
Un elemento que tiende a ignorarse cuando se habla de esta aportación es que envidia y gratitud es una visión binaria de la mente que concibe a estos dos fenómenos como una matriz. No se trata de dos elementos postulados por separado; son indisociables. Y, sin embargo, la numerosa producción de trabajos consagrados al estudio y a la descripción del fenómeno de la envidia da cuenta, por un lado, del impacto que éste tuvo en la comunidad psicoanalítica, y del escándalo que produjo. Pero, por otro, de la tendencia a olvidar a su par constitucional. En el propio texto de M. Klein es llamativa la desproporción en cuanto al espacio destinado a cada uno de los conceptos: del total de páginas menos del diez por ciento está destinado a la gratitud, lo que corroboró la impresión (equivocada) ya establecida de que a Klein y a sus seguidores sólo interesaba el aspecto negativo de las motivaciones humanas (Steiner, 2017).
En el texto Envidia y gratitud la proporción es, aproximadamente, de cinco a uno: envidia se menciona 246 veces contra 48 de gratitud. En una búsqueda general en los cuatro tomos de los Writings of Melanie Klein (las obras completas) encontramos sólo 72 veces el vocablo “gratitud” en distintos contextos.
En los dos diccionarios clásicos del pensamiento kleiniano (Hinshelwood, 1992; Spillius, 2011), la entrada correspondiente a ‘Gratitud’ tiene apenas alrededor de diez líneas.
11 Susan Isaacs, “Naturaleza y función de la fantasía” (1943); Paula Heimann, “Algunas funciones de la introyección y proyección en la temprana infancia” (1943); Paula Heimann y Susan Isaacs, “La regresión” (1943); Melanie Klein, “La vida emocional y el desarrollo del yo en el bebé con referencia expresa a la posición depresiva” (1944). Posteriormente (1952) éstos, y otros trabajos en los que participó Joan Riviere, fueron publicados en Desarrollos en psicoanálisis (2000).
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