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«Si no eres la solución eres el problema». Esa frase me acompaña desde entonces. «Si no eres la solución eres el problema», es un principio que te obliga a actuar. Expliqué en mis deberes que quien calla ante la injusticia merece estar en la jaula de los gorilas. Sin embargo, no podía olvidar que, cuando me sentí en la jaula, mi reacción fue bajar la mirada y callar.
***
Irene llegó puntual a nuestra primera reunión en Green, donde entré a trabajar gracias al curso Segunda Oportunidad. Tenía la suerte, al menos eso pensé en un principio, de conocerla, pues había sido una profesora muy fregona. Decía que con la puntualidad se demuestra el respeto, y que a partir del respeto se construye todo lo demás. Como ya la conocía del curso de formación con los Salesianos, no me sorprendió la limpieza de sus zapatos, una limpieza sin reflejos ni brillo, una limpieza funcional. La suela era de hule para caminar sin hacer ruido, sin querer perturbar a quien no quiere ser molestado. No tenían agujetas enceradas ni hebilla, sino un elástico para ponérselos sin esfuerzo, dispuestos a meterse y quitarse fácilmente. El color era mate, elegido para no deslumbrar. Yo diría que eran zapatos hechos para alguien centrado en los demás.
–Hola, Irene, de lejos creí que eras mi compañera becaria, pero cuando acercaste te he reconocido. Te ves espectacular.
Irene sonrió, pues estaba claro que era un piropo desmedido, pero también una declaración de mis ganas de agradar.
–¡Qué amable eres, Chucho! ¿Cómo te hemos tratado en estos primeros días? Recuerda tener paciencia, acabas de aterrizar.
Quería contarle a Irene lo extraño del comportamiento de Hernán y el miedo que provocaba en el equipo, pero ella me pedía paciencia. Parecía como si supiera lo que le iba a decir, así que dude y callé. Callé al igual que callan los cobardes, callé cuando no debía callar. Para los del Departamento de Marketing, Hernán era sinónimo de peligro y vivían entre el temor y el sinsabor de una situación que alguien debía denunciar. Yo sentía hervir en mis venas las ganas por combatir a los injustos, a los acosadores y a los elitistas. Mis ganas por luchar y mostrar que un mundo mejor era posible me decían que debía hablar. Irene, sin embargo, solo se interesó por mi comodidad en la empresa, los horarios, el locker o el seguro médico. Quizá Irene pensó que yo tenía que aprender a esperar para hacer un juicio, aunque fuera algo tan patente como Hernán.
Su actitud me frustró, se caía el mito de la gran directora de Recursos Humanos, no entendí qué estaba esperando para actuar. Sus huecas palabras me parecieron excusas para no afrontar su responsabilidad, tan inservibles como los rezos de mi mamá a un dios cansado de desaparecer. ¿Sería Irene una líder desaparecida, de esas demasiado comprensivas, educadas y cobardes? No me estaba gustando aquella primera reunión. «Irene y yo no nos parecemos en nada», pensé para mis adentros. Ella parecía saber leer mis pensamientos y pidió más paciencia:
–Eres muy joven, Chucho. Date tiempo para entender lo complejo de Green. Todo el mundo necesita comprensión. En los trabajos hay que entender a la gente para ayudarle a mejorar.
Estaba confundido. Irene, en sus clases, hablaba de actuar, de ser la solución y no el problema, de defender el respeto, la educación y la sinceridad; sin embargo, en aquella primera reunión, no me dejaba ni hablar. Yo había imaginado una Irene fulminando a los malos en defensa de los débiles y necesitados. Muy al contrario, sentí que Irene nada quería cambiar.
***
Sonreí, sonreí y sonreí, confiando en que mi sonrisa cambiaría las cosas en la grabación de aquella campaña de publicidad. Al menos, pensé, hago la vida agradable al camarógrafo y al resto de compañeros. Sonreír me recordó que me encantaba la idea de ser imagen de marca y poder así sentir el orgullo materno desde Monterrey. Pero estar delante de Hernán me hacía cuestionar si Green era mi lugar. Ajeno a mis pensamientos, encendió otro cigarrillo desobedeciendo la prohibición de fumar. Se lo chingó de una fumada y, señalando con su dedo índice al camarógrafo, insistió:
–Debes sacar su cara de minusválido, que se note que es latino, que ha pasado necesidad.
Tras la grabación Hernán estaba exultante. Pensaba que todos aplaudían su liderazgo arrollador. Al ser yo el recién llegado se quiso congraciar conmigo, así que me susurró:
–Esta campaña va a ser un éxito. Soy la hostia, si no fuera por mí, esta empresa hace años que se habría ido al garete. Tú también eres la hostia, ven a mi oficina, tenemos cosas serias que hablar.
La alfombra de la oficina era de esas tan tupidas que frenó mi silla de ruedas al entrar. No estaba hecha para recibir, sino para excluir a quién no la supiera pisar. Alfombra hecha para contentar suelas limpias que no están manchadas por el trabajo. Hernán se sentó en su señorial sillón de cuero, respiró profundo dándose importancia, y… no pudo evitar mirar mi silla y mis piernas ausentes, como si faltara algo.
–Perdona por haberte chillado, Chucho, pero estar rodeado de tontos me saca de mis casillas. Yo quiero que la empresa funcione, tener profesionales de verdad. Sin embargo, la inepta de Irene deja que esta empresa esté llena de mediocres, y a mí me toca compensarlo.
En la pared de aquella oficina había una enorme foto de Hernán. En ella posaba orgulloso, con un birrete en su cabeza y recogiendo lo que parecía un título, con la bandera de Estados Unidos detrás. Mensaje para la galería, pensé. Parecía que aquel enorme sillón estuviera colgado del cielo, tanto que me hacía mirar a Hernán hacia arriba, mientras yo me sentía más y más pequeño. Pensé que cuando alguien tiene que auto-proclamarse importante, es porque quizá no lo sea tanto. ¿A qué venia ese ataque gratuito a Irene? Quizá supiera que había sido mi profesora en el curso, tal vez pensó que yo la apreciaba o puede que solo pretendiera congraciarse conmigo gracias a la vieja estrategia de criticar por criticar.
–Recursos Humanos es un departamento de segunda, todo comprensión y segundas oportunidades, el reino de la mediocridad. Debes saber que Irene os critica a todos los nuevos. Sin embargo, protege, protege y protege a los ineptos que llevan años contratados, tontos como el cámara, monumentos a la incompetencia.
Aquella crítica a Irene fue la gota que derramó el vaso de mi esperanza con Hernán. Noté que mi alma ya no estaba en aquella oficina, me esperaba fuera protegiendo las ilusiones que no quería abandonar. Supe que Hernán era patético. Si obviabas su coraza de mala educación, la alfombra tupida y el sillón colgado del cielo, quedaba su esencia. Hernán no miraba a los ojos cuando mentía, tartamudeaba buscando las palabras en su cabeza y sus manos temblaban al no saberse expresar. De pronto hablaba, de pronto callaba, mostrando que no sabía qué decir. Vi que uno de sus zapatos se movía nervioso, buscando una salida, queriendo salir corriendo. Cuando los zapatos quieren salir corriendo es porque quien los lleva quiere escapar. Nefasto me pareció Hernán en su lucha por ganar entre sus aliados a un batito recién aterrizado. Sus zapatos, manchados por pisarse, habían perdido su perfección pluscuamperfecta. Los zapatos y yo firmamos una tregua, pues ambos estábamos cansados de los esfuerzos de Hernán por resultar veraz.
–Hernán, no se preocupe. He captado el mensaje y tengo claro a quién no debo defraudar.
Hernán se limpió la saliva de las comisuras de sus labios y dejó de tartamudear.
–Sabía que eras de los míos. Nada te va a faltar en mi equipo. Mañana hablo con Irenita y le digo que conviertan tu contrato en permanente. Bienvenido Chucho, me gusta la gente con hambre como tú, con hambre de verdad.
En aquella oficina recordé que yo era un tipo con suerte. Yo era un tipo muy completito y no un retazo de persona, que diría Hernán. Quizá el retazo fuera él pues, si quitabas la coraza que protegía su esencia, quedaba la nada más patética, su falta de humanidad. Me pregunté cómo podía ser Hernán un directivo. ¿Acaso era Green una empresa que contrata personas para tratarlas como monos? Nadé en un mar de dudas, no supe qué pensar. Extrañé mucho a mi mamá, el café con leche por la mañana y los apapachos infinitos.
***
«Irene Díaz de Otazu, Directora de Recursos Humanos», se leía en el cartel de la puerta de la oficina de Irene. Me recordó su entrevista en la revista de los Salesianos, que había leído unos días antes:
–«Irene Díaz de Otazu, experta en Recursos Humanos, experta en personas y en empresas, una referente en el mercado laboral», iniciaba el periodista.
–Mi función en la empresa es ayudar al grupo de personas que la integran a mejorar, y a la empresa a obtener beneficio económico. Estos dos objetivos son complementarios y solo pueden lograrse con ambición por alcanzar las metas, y con respeto los integrantes del grupo.
Aquellas respuestas de Irene tan medidas, tan perfectas, con su parte personal, su parte profesional y su parte humana, me hicieron saber que había preparado concienzudamente la entrevista. Irene era de esas personas que nunca dejan nada al azar. El resto de la entrevista fue una estudiada exposición de la importancia del respeto y la educación para que el equipo pueda progresar. En la entrevista hablaba de su principio «si no eres la solución eres el problema», que yo había hecho mío. De soluciones precisamente quería hablar. No hizo falta llamar a su puerta porque siempre estaba abierta; no obstante pedí permiso para pasar.
–¿Se puede Irene?
–Por supuesto, mi querido Chucho, mi sapiens preferido, entra hasta el final.
La oficina tenía un piso laminado de esos que parecen madera, funcional para limpiarlo fácilmente y a la vez acogedor, que invita a pasar. Cuando frenas la silla en la oficina de Irene, el piso no resbala y tampoco te atrapa si quieres arrancar.
–Te he llamado porque llevas ya un mes con nosotros y tu jefe ha pedido que te hagamos fijo en la plantilla, sin embargo, no conozco tu opinión sobre Green. Para nosotros es importante la opinión de nuestros jóvenes…
Agradecí el interés de Irene por mí, sin embargo, me pareció que estaba echando el típico choro sobre la importancia de respetar los tiempos en la empresa, de saber esperar y otros tópicos por el estilo. Al ver que se extendía demasiado sentí que no llegaría mi turno y recordé mi primera reunión con ella, en la que ni tan siquiera pude hablar. Mientras ella hablaba y hablaba pude ver encima de su escritorio una placa de agradecimiento de los Salesianos por el programa «Segunda Oportunidad». Pensar en los Salesianos me recordó a mi mamá, la gran luchadora orgullosa de su hijo, la que defiende la sonrisa como receta ante la adversidad. Hacía días que no la llamaba. La tenía más abandonada que aquel dios al que le reza, aquel que haciendo hombres no recordaba ponerles piernas, como si fueran un retazo que se pueda olvidar.
–¡Chucho! ¿Me estas escuchando? Te he preguntado cómo te ha ido con Hernán.
–Para serte totalmente sincero, Irene, esto no es lo que me esperaba, creo que este no es mi lugar.
–Vas demasiado rápido, Chucho, debes tener paciencia. Creo que tu juventud e inexperiencia te hacer ser impaciente con la empresa y quizá con Hernán…
Otro choro de Irene sobre la empresa y la ética. Entonces vi un gran cuadro colgado en la pared. Era una foto de todo el personal de Green Technology celebrando los primeros diez años de la empresa y, en letras superpuestas, el eslogan «Todos hacemos Green». La foto era bonita, aunque había perdido el color por el paso de los años, y el ancho marco de madera que la soportaba pedía a gritos una renovación. Aquella foto reflejaba a Irene: con principios excelentes, pero con un formato desfasado. Me molestó darme cuenta de que se había quedado anclada en el pasado, un pasado con otros ritmos, con cambios que se producían muy poco a poco. Bajé la mirada y me tropecé con sus zapatos. Su color mate había tomado una tonalidad apagada, de esas que aburren y aburren porque nunca van a cambiar.
–Perdona que te interrumpa Irene, quizá no me expresé bien. Yo creo que sabes que Hernán critica continuamente, llama tonto a todo el mundo y ataca sin piedad. Yo no quiero trabajar con él pues me quita la alegría por trabajar. Además, perdona mi insolencia, pero si alguien piensa que todo el mundo es tonto, es porque el tonto es él.
–No te puedo consentir estas palabras. Debes ser más respetuoso y paciente con la empresa y, si te toca trabajar con Hernán, tendrás que trabajar con él. Ya eres mayorcito Chucho, ahora toca ser responsable.
Los zapatos de Irene delataron su incomodidad. En los momentos de vergüenza la gente encoge sus pies dentro de los zapatos intentando liberar presión, queriendo aliviar por allí la resistencia que no quieren mostrar. Los zapatos de Irene se abultaron contradiciendo lo que ella estaba diciendo, dejando al descubierto su lucha interna. Agradecí a los zapatos su sinceridad.
–Irene, me pides que tire mi tiempo a la basura, que acepte tu realidad. Me niego a ser parte de este problema, no voy a ser el tonto a quién el tonto hace tontear.
Sonreí y miré fijamente a Irene, pues ya no quedaba nada por decir. Calló, se empañaron sus ojos y la frustración rodó por su mejilla. Salí de aquella oficina que ni resbala ni atrapa. Yo sonreí, sonreí y sonreí, e Irene me dejó volar.

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