- -
- 100%
- +
Son muy pocas las personas afortunadas que realmente tienen un empleo que les haga felices, el cual puedan ejercer con el corazón y, por lo tanto, con efectividad, el resto sencillamente trabajamos por una supervivencia o porque se tiene que trabajar y punto. En ocasiones, la carrera profesional puede ser decidida soñando en la imagen que nos pueda proporcionar, pero una elección de este tipo podría costarnos verdaderos esfuerzos de mantener más tarde, pues podríamos estar nadando contra corriente en relación con nuestra verdadera naturaleza. Por otra parte, hay ciertos empleos que son sinónimo de estatus social y económico, de inteligencia o de elegancia, todo un icono que se ha creado en torno a ello en nuestro mundo, y los cuales elegiremos desde la ignorancia de nuestra propia realidad, y aunque es cierto que muchos profesionales dedicados a ello lo harán por verdadera vocación, la razón para otros, sin embargo, será la de seguir la tradición familiar, la de mantener el estatus sin el que no podrían vivir u otras decisiones materiales como el dinero, todas ellas muy respetables aunque carentes de identidad propia. Sin dudar ni por un momento que existen buenos profesionales en cada función existente en nuestra sociedad, los valores con los que nos movemos quedan alejados de la autenticidad. Es curioso como el hecho de trabajar en un banco es motivo de admiración entre familiares y amigos de la persona en cuestión, considerándolos realmente afortunados por haber conseguido un empleo de estas características. Sí, es cierto que es mucho más cómodo este tipo trabajo que hacerlo en una mina, a no ser que picar piedra fuera una elección libre y personal, pero no puedo ignorar las caras serias y desganadas perdidas en papeles y números carentes de vida que veo en alguno de los empleados de las oficinas bancarias o similares cada vez que tengo que ir a hacer alguna gestión, y no es raro encontrar a la persona que te atiende con un semblante malhumorado y casi sin mirarte a la cara, contestándote como si fueras idiota cada vez que le haces una pregunta sobre el funcionamiento tan «transparente» que tiene la banca, aunque afortunadamente también los hay que son grandes profesionales, los cuales atienden con mucha paciencia y educación ofreciendo lo mejor de ellos.
En ocasiones nacemos con la profesión ya decidida por herencia, como pudiera ser el caso de pequeñas o grandes empresas familiares. Sin embargo, si se carece de una buena base de autoconocimiento, esto, en vez de una ventaja, se podría convertir en una auténtica mochila pesada, ya que la posibilidad de conocernos y descubrir qué somos verdaderamente y qué queremos, puesto que cada individuo es único, quedará limitada considerablemente.
No puedo obviar una experiencia vivida recientemente, la cual me dejó verdaderamente perpleja, pues va más allá de lo que verse atrapado en la vida de nuestros predecesores puede significar. Necesitaba comprar una olla exprés y decidí hacerlo en una pequeña tienda de mi barrio como apoyo al pequeño comerciante, aunque debo reconocer que en este caso en concreto no fue una buena idea. Mi madre, al igual que el resto de las vecinas, solía hacer sus compras en este establecimiento en los tiempos en los que yo era niña, el cual está actualmente gestionado por el hijo de los antiguos dueños, al que recuerdo haber visto toda la vida en el mismo lugar. La cuestión es que unos meses después de haberla comprado, y tras haber comprobado que estaba defectuosa, decidí llevarla a la tienda para que este señor me diera una solución, puesto que estaba en garantía, a lo que mirándome como si fuera idiota y hablándome en tono despectivo me dijo que la dejase allí, que lo comprobaría y que ya me avisaría. Una semana más tarde me llamó para informarme de que podía ir a recogerla, después de haberla arreglado. Cuando llegué, lejos de atenderme como lo haría un profesional, sin razón alguna y fuera de sí, empezó a acusarme de una serie de barbaridades verdaderamente surrealistas, como fue el decir que la había roto yo misma con un destornillador, a lo que yo me quedé atónita, pues no podía creer lo que estaba viendo ni escuchando, era tremendamente ridículo. Frente a la cantidad de sandeces que estaba diciendo, le contesté que no le consentía que me hablara así y, como reacción a esto, perdiendo los nervios y temblando por la inmensa rabia que existía en él, desmontó la pieza reparada de la olla para entregármela en el estado anterior, es decir, rota. En aquel momento lo único que pude ver fue al hombre de las cavernas, encerrado en la misma cueva durante toda su vida, sin alegría, sin evolución, sin profesionalidad, sin elección. En los negocios más importantes, posiblemente la meta estará ya establecida desde pequeños, la cual será la de continuar con el negocio familiar creado en el pasado. Pero no solo significaría esta decisión obviar quizás los propios deseos, sino que en muchos casos se deberá aceptar el condicionante de vivir a la sombra de los padres o abuelos creadores del pequeño o gran imperio aguantando comparaciones y juicios, lo que derivaría en un esfuerzo extra en el intento por demostrar que somos buenos en ello, a la vez que mantener el listón que los antecesores dejaron en su día, aunque a ojos de los demás el haber heredado el gran negocio se pueda percibir como un verdadero éxito. Sin embargo, este no será real a no ser que nuestras acciones se produzcan desde nuestro más profundo ser, sin juicios, libres de cualquier prisión del pasado que condicione el presente.
Para la mayoría de nosotros bastará con encontrar un trabajo que nos permita pagar las facturas, así que en momentos de necesidad, como es mi caso actual, el trabajo de representante podría ser una buena salida «aparente» para muchas desempleadas o desempleados que buscan soluciones a su desasosiego, siendo este tipo de ofertas numerosas allá dónde se busquen y la tentación de intentarlo también, así como la engañosa imagen que nos proporcionará al vestir con traje y llevar una cartera. Pero no todo es oro lo que reluce, pues en muchos casos el empleado en cuestión deberá pagar sus propios gastos en dietas como también el vehículo para desplazarse, además, su sueldo dependerá de un tanto por ciento de lo que venda, algo que en mi opinión debe de causar mucho estrés, pues en caso de ir mal las ventas el sueldo sería inexistente, ahora bien, se trata del negocio redondo para la empresa, pues en estos casos esta no arriesgará nada. Yo misma casi caigo en la tentación de iniciar una aventura como representante no hace mucho tiempo, debido a lo desesperada que me encontraba, sin ser lo que realmente quería. Se trataba de venta de cosméticos a domicilio. Debido a la presión económica y social que tenía en aquel momento no podía pensar con claridad, así que cuando una amiga me habló de una persona que se dedicaba a esto desde hacía algunos años y a la cual le iba muy bien, le pedí su teléfono para ponerme en contacto con ella y así quedamos en vernos en mi casa para que me informara sobre el funcionamiento de dicha actividad. La señora que en aquel momento intentó convencerme para entrar en la rueda de ventas obtendría beneficios no solo de las ventas que ella misma hacía, sino también de las personas reclutadas. Para poder empezar a vender primero tendría que comprar el producto, es decir, pagar dinero antes de ingresar, para intentar venderlos más tarde, si me era posible, y conforme la demanda fuera mayor mi inversión también tendría que serlo, para finalmente quedarme enredada en una rueda de compraventa de difícil salida, a no ser que se diera por perdida toda la inversión. Para iniciarme en ello, según me aconsejó esta persona, debía llamar a familiares y amigos, poniéndolos en un compromiso no solo para que asistieran a la reunión, sino también para que a su vez vinieran acompañados de otras personas a la demostración del producto, con la intención de convencerlas para comprarlo. Evidentemente, el primer día que esta señora vino a explicarme el negocio en cuestión derrochaba simpatía y optimismo, me iba a ayudar prestándome algunos productos para no tener que invertir en un principio y cuando las ventas empezaran a producirse, yo le devolvería este dinero. Me contó algunas historias sobre cómo había llegado al «éxito» profesional, consiguiendo incentivos y algún viaje pagado por la empresa y de lo maravillosamente feliz que se sentía. También me animó a acompañarla a vender por la calle para así coger experiencia, explicándome que iríamos «bien vestidas» con una minifalda, medias negras y unos buenos tacones, además de ir bien maquilladas, para sentarnos en cualquier cafetería dónde al mismo tiempo que tomaríamos algo observaríamos a las posibles presas a las que arrollaríamos muy sutilmente. La verdad es que todo aquello me parecía tremendo y no tenía ningún sentido para mí. Ese fin de semana, muy a pesar mío, llamé a algunas de mis amigas y familiares para concertar algunas reuniones, todo esto me hacía sentir muy incómoda, pero la desesperación me nubló el sentido común por un instante. Dentro de mí existía una lucha entre lo que debía hacer por no tener otra posibilidad y lo que iba totalmente en contra de mí misma, esto me creaba un gran estrés, le daba vueltas y vueltas en mi cabeza sin poder encontrar una solución rápida para huir de aquella oscura pesadilla. Afortunadamente, la solución vino sola.
Unos días más tarde, esta persona volvió a venir a mi casa para concretar detalles, pero en esta ocasión la generosidad y la simpatía habían desaparecido misteriosamente y donde dije digo, digo Diego. Ahora ya no me prestaría el producto, debería comprarlo yo misma, es decir, que tendría que pagar para poder empezar a trabajar y además tampoco me guiaría en las primeras ventas, sin embargo, nada de esto me importaba, pues en ese instante pude despertar al miedo que me mantuvo bloqueada durante unas semanas, por no tener ingresos, y reaccionar ante lo que sin duda no quería en mi vida.
Curiosamente, hace poco me encontré con un caso similar, aunque sin buscarlo. Necesitaba una pieza de repuesto para un robot de cocina, así que llamé a una de las agentes de mi ciudad para ver si me la podía proporcionar. Quedamos en que pasaría por su casa a recogerla y así lo hice, pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que no solo me iba a vender esta pieza, sino que primero aprovecharía para venderme la última versión de este robot, al ver que no podía convencerme intentó reclutarme como vendedora, hasta aquí todo más o menos normal dentro del trabajo propio de un representante, aunque el tono utilizado fuera un tanto agresivo, pero lo sorprendente fue cuando casi me obligó a organizar reuniones en mi casa e invitar a otras personas porque tenía que ayudarla en sus ventas, amenazándome que de no ser así no me suministraría más recambios. Naturalmente, entre una conversación y otra me habló de lo maravillosamente bien que le iba en este negocio y de cómo había triunfado tras algunos años de esfuerzo, dando en las narices a amistades que pensaron tal y cual de ella… y mientras ella hablaba y hablaba, yo, boquiabierta, observaba cómo sus palabras estaban vacías frente a un semblante lleno de rabia. Muchas veces nos esforzaremos por crear la imagen perfecta con la intención de ser aceptados por los demás, para acabar siendo tragados por esta hasta perder nuestra identidad, derivando esto en una vida pobre y falsa de la que seremos fantasmas deambulando en la niebla de las contradicciones, puesto que nuestra verdad más absoluta estará oculta bajo el disfraz del ego.
Desde tiempos inmemorables la actividad del trabajo ha sido desarrollada con el único fin de sobrevivir en la mayoría de los casos, y como no podía ser menos nuestro ego ha sacado provecho de esta necesidad llevando al ser humano hacia la esclavitud, la explotación, el sufrimiento y el miedo, una herencia que se extenderá a través de las generaciones en un continuo desasosiego debido a una vida ya decidida a la que en verdad no pertenecemos. Desde muy pequeños nos han enseñado lo que tenemos o no tenemos que hacer y lo que debemos o no debemos ser para poder encajar perfectamente en la sociedad. Estamos influenciados por la educación familiar, cultural, social y escolar, además de la genética; condicionamientos que nos alejarán de nuestro verdadero yo si no despertamos a ello. Debido a todo esto tenemos la creencia o la certitud, pues es una idea bien establecida entre todos nosotros, que el trabajo es algo negativo y desagradable en muchos casos, un esfuerzo irritante que debemos realizar cada día para poder sobrevivir, para pagar nuestra casa, el coche, la comida, la ropa y otros gastos, necesarios o innecesarios. Vivimos atormentados por el dinero y por el temor a quedarnos sin nada, y por ello permanecemos ofuscados y bloqueados sin poder actuar libremente para encontrar nuestro auténtico lugar. Esto es así en la mayoría de los seres humanos independientemente de su estatus social o económico, demostrando esto que la seguridad y la confianza se encuentra en cada uno de nosotros y no externamente. Esta preocupación nos hará caer en el error de mantener o aceptar circunstancias en la vida que en realidad no queremos e incluso actuar egoístamente con otras personas por el hecho de conseguir más dinero. Nadie nos ha mostrado el valor del conocimiento propio ni tampoco el camino para poder alcanzarlo, pero sin duda es esta comprensión la que nos conducirá hacia una vida de bienestar en todos los ámbitos, sabiendo hacia dónde nos dirigimos de una forma plena, siendo nosotros mismos y no algo que se da por hecho que debe ser así. Todo este temor nos mantiene encadenados a trabajos que nos disgustan y a los que acudiremos con pesadumbre disfrazada de responsabilidad cada día. De esta forma, pasaremos la mayor parte del tiempo contando cuántos meses quedarán para las siguientes vacaciones o para el próximo fin de semana, y una vez que este llegue pensaremos en el domingo deprimiéndonos porque al día siguiente deberemos ir a trabajar de nuevo, entonces llegará el horroroso lunes en el que nos encontraremos bajos de energía, de mal humor y poco comunicativos, el martes lo aceptaremos con resignación y resoplando pensaremos que todavía quedan tres o cuatro días para terminar la semana, el miércoles empezará la cuenta atrás porque ya estaremos por la mitad y nuestra alegría comenzará a revivir, nos encontraremos con más energía y hasta conversaremos con los compañeros, cuando llegue el jueves, muy contentos pensaremos que al día siguiente será viernes, ¡genial!; el viernes estaremos eufóricos, e incluso seremos mucho más amables y hasta más generosos, el sábado pasará de forma habitual, pero pensando que el fin de semana es demasiado corto, y de repente llegará el triste domingo dando lugar de nuevo a una depresión porque al día siguiente comenzará la semana laboral. Y así transcurrirán nuestras vidas entre picos emocionales que suben y bajan constantemente sin percatarnos de que no habremos vivido ni un solo segundo de todo este tiempo desde la autenticidad, no habremos apreciado ni un solo instante de todo lo que a nuestro alrededor poseemos a través del corazón, ya que solemos estar demasiado ocupados huyendo del presente y culpando a los que nos rodean y a la vida misma por esa situación que detestamos, aunque mantenerla sea absolutamente responsabilidad nuestra. Un pensamiento negativo tras otro se sucederá, acompañados de lamentaciones por no querer estar en esa situación, de esta forma, se perderá la energía, oscureciendo la fuerza y la claridad que en realidad poseemos para poder modificar todo lo que deseemos. Lo peor de todo es que pasarán por delante de nuestros ojos las personas y los momentos que realmente tienen valor sin haberlas percibido.
Sea cual sea el tipo de faena que realicemos, tanto altos cargos como peones, siempre que se realice como si lleváramos una carga pesada y no exista plenitud en ello, comprenderemos que ese no es nuestro lugar. Pero qué pasaría si borrásemos de nuestra mente el sustantivo «trabajo» y desapareciera cualquier significación o creencia sobre él, quizás, a la hora de elegir profesión sencillamente pensaríamos en hacer lo que en verdad nos gustaría con el corazón, una labor que nos haga felices y en la cual podamos ofrecer lo mejor de nosotros. Si esto se pudiera llevar a cabo habría grandes cambios en nuestra vida y, por consiguiente, en nuestra relación con los demás. Es así como verdaderamente se rendiría en la faena, como también nos encontraríamos con buenos profesionales que a la hora de atendernos lo harían con competencia además de con respecto y no con cara de pocos amigos, prácticamente sin levantar la cabeza cuando se dirigen a nosotros, tratándonos como números o códigos y no dudando en utilizar la mala educación cuando lo consideran. Podremos ser funcionarios o empleados de la empresa privada, altos cargos o peones, médicos, maestros, dependientes, camareros, jardineros, abogados, empresarios, limpiadores, cocineros, mineros…, sin lugar a duda, siempre que no sea una decisión libre y deseada, aunque sea de forma transitoria, antes o después todas nuestras frustraciones saldrán a la luz para ser vertidas sobre los demás.
Por supuesto, habrá que trabajar para poder subsistir en esta forma de vida, y en ocasiones puede ser que tengamos que realizar faenas que nada tengan que ver con nosotros o que no nos agraden, bien porque en ese momento estemos terminando de estudiar y necesitamos algo de dinero o mientras llega lo que verdaderamente queremos, a lo que daremos el tiempo necesario para poder realizarse. Pero claramente se tratará solo de un periodo, sin importar su durabilidad si el camino elegido es el que verdaderamente queremos, y en ese transcurso quién sabe las cosas que aprenderemos al igual que las puertas que se abrirán, puesto que todo es formación, incluido lo que a nuestro juicio pueda ser negativo. Así que aceptar el momento en el que nos hallamos nos dará la calma y el bienestar suficientes para realizar nuestra labor lo mejor posible, además de la suficiente lucidez para ver las nuevas oportunidades que nos guiarán hacia nuestro propósito, y aunque a veces parezca que las cosas van mal, estas serán parte de nuestra enseñanza, y será entonces que habrá que confiar en la vida con más fuerza que nunca, pues ella nos gobierna siempre con sabiduría. Con todo esto, pienso que hay profesiones con las que debería de haber una especial sensibilidad a la hora de elegirlas y ejecutarlas, pues tienen una gran relevancia en todos nosotros al tratar con nuestra salud física, mental o emocional, además de intelectual. Este será el caso de los maestros, que aunque los pilares fundamentales se encuentren en la familia, estos serán parte fundamental en el desarrollo de los niños como ejemplo y guías. Pero desgraciadamente el resultado del aprendizaje de los niños dependerá del o de la profesional en cuestión que le haya «tocado», aquel o aquella que verdaderamente tenga vocación de enseñar y disfrute con lo que hace cada día, el que sea consciente de sus propias debilidades y sea capaz de dejarlas a un lado, aquel o aquella que mantenga alejadas sus ideas políticas o religiosas y sea capaz de impartir el conocimiento desde el desarrollo emocional más profundo sin condicionamientos, limpio y transparente, respetando y dando la oportunidad a los niños de formarse sin influencias para poder descubrir todo su mundo interior, el cual será compartido más tarde con el exterior. Poner especial cuidado en el desarrollo emocional será sumamente importante pues será este el que sin duda les abrirá todas las puertas del bienestar en la vida, incluidos los estudios y el trabajo, y desde este punto podrá realizarse un verdadero cambio en los valores de la sociedad. Sin embargo, si no se ama verdaderamente lo que se hace, si las personas que se dedican a ello no se conocen antes a sí mismas para de esta forma poder actuar con honestidad y en consecuencia, si no educan con el corazón y lo hacen desde su ego, desde una «plaza segura como funcionario y de aquí no me mueve nadie» o desde «el sueldo que voy a cobrar» como también por «el horario y las largas vacaciones de las que dispondré», si no es verdadera vocación que nazca desde la más pura verdad de una persona, entonces la educación que recibirán los niños será vacua y sin sentido.
Salvo excepciones, los resultados escolares de los pequeños estarán enfocados desde la frialdad de unas simples materias dirigidas hacia un examen que no evalúa la inteligencia de cada niño, sino la memoria que tiene para retener una información, para obtener una nota que si bien puede evaluar el conocimiento de unos datos adquiridos, algo que está muy bien, no manifestará quién es realmente la persona, recibiendo luego una titulación bien sea de estudios básicos, medios o universitarios para salir a un mundo sometido a la imagen, al interés y a la ambición, el cual no podrán afrontar si no es desde el entendimiento de la vida y la profundidad de ser. De este modo, serán dirigidos por las situaciones que los rodearán, por las opiniones de los demás y por las ideas establecidas que los llevarán a la confusión y al conflicto interior.
En la mayoría de los casos la elección de unos estudios encaminados a la vida laboral vendrá marcada por la percepción que tienen del mundo, según su propia experiencia, aquellos que nos aconsejen o nos guíen, imponiendo inconscientemente su deseo a la jovencita o jovencito en cuestión, además de transmitirles el miedo que ellos mismos hayan adquirido a lo largo de sus vivencias. Estas decisiones suelen venir acompañadas de frases típicas como: «esta profesión tiene salida», «esa tiene un buen sueldo» o sencillamente inflaremos el ego con aquella que nos proporcione una buena imagen como bien he dicho anteriormente.
Todo esto me hace recordar que no hace mucho tiempo mi hija asistió a clases de ballet en una academia en la que se cuidaba con esmero la imagen de la misma, pues básicamente las clases de las niñas estaban enfocadas a un final de curso compuesto por un gran número de bailes, para los cuales se utilizaba un exuberante despliegue de vestuario, un traje para cada representación, con un importante desembolso económico, en la tienda de la propia academia, por supuesto. Pero en ningún momento pude apreciar sensibilidad, profundidad ni humildad en una actividad que debería guiar a las niñas desde la esencia más pura hacia la expresión, tampoco observé cabida para aquellas que tan solo quisieran practicar la danza como entretenimiento, sin intención de tener sueños sometidos a una imagen irreal de grandeza, la cual, sin una buena base de sencillez y autenticidad, más bien las podría confundir en su camino hacia el descubrimiento de lo que en verdad existe en su interior.
Hay una edad en concreto en la que nos preguntan sin cesar qué queremos ser de mayores. En algunas personas el camino a seguir brillará con luz propia desde bien pequeños, en otros, sin embargo, habrá que permitir que la planta crezca regándola con los buenos pasos guiados por el buen maestro, aceptando las experiencias como enseñanza, nutriéndose de la acción de cada momento presente para que la flor finalmente exprese toda su belleza, viva en colores y fresca en su totalidad, recibiendo así los rayos del sol, la lluvia y la brisa para dejar que el proceso se desarrolle naturalmente. ¿Que qué quiero ser en un futuro? Vamos a dejar tiempo al tiempo mientras hacemos lo mejor de nosotros en cada instante presente, lugar desde el cual florecerá todo nuestro potencial. ¿Acaso tiene que haber un solo patrón diseñado para todos por igual, plazos para decidir, para ser, para vivir…? Cada ser es único en su evolución y en sus capacidades, maravilloso en sus profundidades, luego no puede haber plan generalizado excepto en nuestros pensamientos limitados y en aquellos interesados en el control. Sin duda alguna no será de la mente condicionada de quien recibiremos la respuesta de hacia dónde dirigirnos, sino del corazón, pues este será la brújula que marcará nuestra verdad. En toda esta confusión habrá quien elegirá continuar estudiando cualquier carrera o curso al que pueda acceder según la nota académica que haya obtenido, aunque no sea de su agrado, como también habrá quien dejará de estudiar para terminar realizando cualquier faena sin más objetivo que la de sobrevivir, para luego quejarse por la vida que les ha tocado.
Así pues, la profesión será, en la mayoría de los casos, escogida por diversas razones, pero pocas veces por verdadera vocación, probando a estudiar esto y lo otro por el simple hecho de hacer algo, puede que incluso realicemos varios cursos aleatoriamente y sin conexión alguna entre ellos y sin sentido. Pero se decida lo que se decida deberemos estar abiertos a la vida misma y a sus posibilidades, pues a lo largo de esta surgirán numerosas vías para darnos la oportunidad de evolucionar y encontrar nuestro verdadero lugar, algo que solo podrá ser posible si estamos preparados para caminar con ella, para comprender, aprender y confiar. De otra forma pasaremos toda nuestra existencia realizando actividades sin esencia, mecánicamente, con la única intención de pasar los días lo más rápido posible como buenamente se pueda y cobrar un sueldo a final de mes que nos permita subsistir, ignorantes de quién somos y qué deseamos.