7 mejores cuentos de Roberto Payró

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Con esto llamaba llegaba a sus fines -y nosotros al nuestro- y valiéndose de tan estrecha y noble fraternidad explicó a Laucha y a Severo que era preciso echar tierra sobre el asunto, como él estaba dispuesto a hacerlo. Pero ¿cómo echarle tierra si la oposición seguía alborotando el cotorro, sobre todo si La Pampa no interrumpía su campaña? En la conveniencia de unos y otros no estaba quedarse calladitos como en misa, porque, sino, saldrían a bailar con ellos el mismo Silvestre y quién sabe cuántos más...
La sesión se prolongó hasta hora muy avanzada de la noche, pero, el orden del día fue votado por unanimidad.
Días -después El Justiciero hacía saber a sus lectores que el activo e inteligente comisario Barraba había ahuyentado para siempre a los malevos «ajenos a la localidad» que se entretenían haciendo de fantasmas y sembrando el terror en las familias. «Por esta brillante campaña -agregaba- le desearíamos el ascenso que merecía, pero por egoísmo no se lo deseamos, porque nos privaría de los servicios de tan sobresaliente funcionario policial».
En el mismo número del mismo diario se leía una noticia con el título francés de «On dit», confesión de chismografía, en aquel entonces tan en boga:
«La alta sociedad de Pago Chico tiene en vista una fiesta que hará época, si es cierto, como se dice en las tertulias aristocráticas que la bellísima y distinguida señorita Emerenciana Ponce contraerá enlace el mes próximo con nuestro joven y aventajado amigo don Enrique Gancedo, hijo del señor don Salustiano Gancedo, uno de los principales hacendados del partido, vecino acaudalado e influyente con cuya amistad nos honramos. La boda se celebrará con gran pompa en nuestra iglesia parroquial, y como en seguida habrá un suntuoso baile, terminaremos diciendo: ¡A prepararse jóvenes!».
Muy largo era el último luminoso artículo que sobre la cuestión fantasma, escribió el doctor don Francisco Pérez y Cueto y publicó La Pampa. Tomemos esta muestrita:
«En suma, como lo pronosticamos a nuestros queridos lectores desde el punto y sazón en que comenzó a hablarse de la pretendida «ánima en pena», trátase de un bromazo harto pesado y grosero de gente extraña al que se dio con ligereza demasiada importancia inicial, principalmente de parte de la autoridad, que suele verlo todo con vidrio de aumento, para acabar por lo general como la famosa montaña de la fábula, sólo que esta vez no ha salido siquiera el ratoncillo de marras, con lo que la dicha autoridad tiene que apagar su linterna, por lo cual la felicitamos; (caso raro como las alubias de a libra), puesto que al fin ha demostrado cierta discreción y delicadeza, de la que no la creyéramos capaz hasta hoy».
-¡Uf! -exclamó Silvestre que había perdido tres veces el resuello.



Don Manuel en Pago Chico

Una de las frecuentes revoluciones provinciales quedó por milagro dueña de algunos partidos. Entre ellos se contaba Pago Chico, pues la junta central revolucionaria envió como delegado un capitán de línea cuyo marcial ascendiente subyugó a los infelices paisanos que dragoneaban de vigilantes, con medio sueldo para acrecer los gajes del comisario oficialista, quien escapó al primer asomo de revuelta, temiendo la infidelidad y la venganza de los subalternos. Tomose la policía con cuatro gatos, sin disparar un tiro, y como «muerto el perro se acabó la rabia», la comuna quedó en manos de los opositores.
-¡Viva la revolución! -gritaba el pueblo poco después, saliendo de sus casas al saberse triunfante.
El capitán Pérez reunió enseguida a los opositores principales (que habían creído deber patriótico no derramar sangre de hermanos y convecinos) y deliberó con ellos acerca del buen gobierno inmediato de Pago Chico. De la deliberación resultaron, como es lógico, miembros de la Municipalidad, todos los presentes, y el capitán quedó al frente de la comisaría y demás fuerzas armadas.
Pero considerose decorativo y de acuerdo con los altos ideales que se perseguían a tanta costa, nombrar un intendente imparcial, fundamentalmente honrado y universalmente querido. Sólo don Juan Manuel García reunía estas condiciones, y don Juan Manuel García fue puesto a la cabeza de la comuna.
Era un hombre ya maduro, rico para aquel rincón y aquella época, muy bondadoso, muy conciliador enemigo de chismes y politiquerías, y a quien todos rodeaban de la consideración debida a un ente superior por la experiencia, la práctica y el buen sentido natural que ponía gustoso al servicio de cualquiera. Todos esperaban grandes cosas de él... ¡pero no tan grandes!
Pasado el primer momento de entusiasmo y de embriaguez, los demás municipales cayeron en la cuenta de que, «podían comprometerse demasiado», pues como al fin y al postre «los gobiernos son gobiernos», el de la provincia acabaría por rehacerse a la corta o a la larga, en cuyo triste y probabilísimo trance iban a quedar peor que nunca. Estos temores se acentuaban con la falta de noticias fidedignas, pues el telégrafo seguía interrumpido, y sólo llegaban al Pago rumores contradictorios. Silvestre, el boticario, al ver las caras recelosas y la nerviosidad de los municipales, murmuraba epigramáticamente:
-El miedo no es sonso, ni junta rabia.
Para atenuar, en efecto, las futuras responsabilidades y sacar el cuerpo en lo posible a las amenazadoras represalias, los funcionarios comenzaron por ralear y acabaron por no presentarse en la Municipalidad, dejando en manos de don Juan Manuel la suma de los poderes públicos.
Éste, viendo la diserción, pensaba:
-¡No hay mal que por bien no venga! ¡Así, solito y mi alma, podré hacer mucho más!...
El capitán Pérez, buen muchacho, aunque no de largos alcances, le presto incondicionalmente su apoyo material y moral: ya había arriesgado, «metiéndose en la revolución», lo bastante para que no le dolieran prendas.
-Gota más, gota menos, el amargo no aumenta y el veneno es el mesmo -decía aplicando a su situación el proverbio popular.
Y con este poderoso auxiliar, don Juan Manuel, comenzó a poner orden en la administración; reprimió abusos, cortó coimas, castigó defraudaciones, limpió las oficinas y dependencias de empleados inútiles, criaturas del favoritismo, puso a raya a la empresa del alumbrado, persiguió sin cuartel a los cuatreros, convirtió, en fin, a Pago Chico en una Arcadia... salvo los odios que nacían violentos en todas partes.
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El diario oficialista no aparecía. La Pampa, de Viera, aplaudía a todo trapo al intendente, y don Juan Manuel, rodeado como cualquier dictador, de una corte de aduladores, interesados o entusiastas, por muy sensato, prudente y modesto que fuera, no advertía las resistencias, el descontento, la oposición crecientes. Había tomado gusto al poder, usábalo sin fiscalización ni restricciones y se lo pasaba discurriendo proyectos y planes de bienandanza y prosperidad general.
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