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Una de las causas de la dificultad del tratado son las numerosas alusiones ligadas al contexto en que los discursos fueron concebidos: personas, lugares y controversia del momento. Por medio de estas menciones, Newman hacía frente a polémicas de sus días y respondía a críticas y acusaciones de las que fue objeto. Estas referencias se dan en extensas citas y digresiones que ocupan largas secciones del escrito y pueden confundir al lector moderno no familiarizado con esas circunstancias. Por lo mismo algunas fueron omitidas o reseñadas genéricamente a modo de enfocarse en las ideas que el autor deriva de esas situaciones puntuales.
Por todo lo anterior la edición implicó un recorte no menor para extraer las ideas principales. Esta consistió en la revisión, parafraseo o reformulación de muchas oraciones, la reestructuración de la mayoría de los párrafos del texto, la lamentable eliminación de ideas secundarias, la elisión de las referencias culturales o contextuales ya mencionadas, entre otras. Dado que el objetivo era favorecer el contenido por sobre el estilo, se sacrificaron aspectos de su retórica que le dan un especial encanto al texto, tales como comentarios agudos e irónicos –propios del humor flemático inglés– y un discurso directo, que hoy sería tildado de políticamente incorrecto.
Claramente, la pérdida es grande: el estilo de Newman es uno de los más distinguidos de la prosa británica del siglo xix, pero basados en palabras del mismo en el prefacio de su libro, el objetivo del texto no era servir como una pieza de museo de un estilo particular, sino propagar ideas que serían, y han probado ser, claves en el desarrollo de la educación superior católica.
En términos más formales, la traducción respetó las divisiones internas de cada discurso e intentó mantener el uso de las cursivas y comillas del original, dentro de lo que la edición permitió y de la irregularidad en su uso, a veces incluso en un mismo párrafo. Esta arbitrariedad se observa con mayor claridad en ciertos términos que resalta por estos medios para indicar que él les otorga un sentido especial, distinto y en gran medida propio pero sin proporcionar una definición o explicación de lo que él entiende por ellos. La significación que él les asigna se comprende a lo largo de su trabajo a medida que los va desarrollando, pero aún así, con frecuencia se refiere a estas mismas nociones con nombres distintos a los empleados previamente lo que es causa cierta confusión.16
Cabe mencionar si que el texto se escribió según las nuevas normas ortográficas de la Academia Española de la Lengua (2010), que elimina algunos tildes y pone en minúsculas cargos, títulos, disciplinas, carreras, conceptos y nombres comunes de denominaciones que en inglés van normalmente con Mayúscula inicial. Sin embargo, se procuró mantener en Mayúsculas las denominaciones referidas a Dios, aunque en su tratado el mismo Newman no es siempre consistente al uso de ellas.
Con todas las modificaciones y recortes mencionados, el resultado de la edición fue un poco más de un tercio del texto original. Sin embargo, estas se hicieron con el esfuerzo de no excluir ninguna de sus ideas centrales como se aprecia en las páginas que sigue.
Propósito de la traducción
Pese a la notabilidad de su persona y de su obra, este autor inglés es aún poco conocido en el mundo de habla hispana. El contundente contenido académico de sus escritos, puede hoy contribuir a enriquecer el sistema educativo, de tal modo que se valore la adquisición del conocimiento como un fin que contribuye al desarrollo del pensamiento sin que necesariamente proporcione una recompensa inmediata de este arte.
Sus ideas de avanzada para la época, poco comprendida entonces pero tan evidente hoy, le causaron grandes incomprensiones por quienes no entendieron su concepción de vanguardia e incluso por los mismos que le habían asignado la tarea de la fundación de la universidad de Dublín. Sin embargo, han trascendido y la entendemos ahora cuando discutimos muchos de los temas abordados por Newman, que conservan una sorprendente vigencia en nuestros días, tal como en el momento de su publicación. A pesar de la brecha de 150 años que nos separan, numerosas temáticas tratadas en sus discursos resuenan aún con pleno vigor. Si bien su noción de universidad era en esencia católica, la mayoría de los puntos con que argumenta son de aplicación universal, como ha demostrado el respeto y reconocimiento de esta obra en muy variados contextos universitarios
Newman, insaciable buscador de la verdad y fiel seguidor de la conciencia, no se dejó disuadir por las muchas dificultades que encontró su novedoso planteamiento. Desde su santidad y lucidez intelectual, excedió las aspiraciones académicas de su tiempo y con sus cualidades y sobresaliente categoría, fue mas allá de la mera actividad académica, la que puso al servicio de una realidad aún más sublime: la búsqueda de Dios.
Prefacio
IDEAS CLAVES
Definición de universidad – Relación de la universidad con la Iglesia – Motivo del Papa para fundar una universidad – Búsqueda de la buena formación intelectual para la juventud católica – Definición del verdadero cultivo de la mente por medio de la educación liberal – Beneficios del ejercicio y formación del intelecto
En estos discursos se concibe la universidad como un lugar donde se enseña conocimiento17 universal, lo que significa que su objetivo es, por una parte, intelectual y no moral, y por otra, la difusión y expansión del conocimiento por sobre el progreso. Si su meta fuera exclusivamente el descubrimiento científico y filosófico, no habría necesidad de tener estudiantes, y si fuera solo la formación religiosa,18 ni la ciencia ni la literatura serían necesarias.
Esta formación es la esencia de una universidad, la que, independiente de su relación con la Iglesia, no podría alcanzar por completo su objetivo sin su ayuda. Necesita de la Iglesia para su integridad; sin embargo, las características principales de la universidad no se ven afectadas por su inclusión, ya que su objetivo sigue siendo la educación intelectual, y la Iglesia únicamente la fortalece en su misión.
Estos son los principios sobre los que argumentaré en los discursos a continuación, pero sin llegar a tratarlos con la profundidad necesaria. No obstante, antes de comenzar, les pregunto en primer lugar a los católicos19: ¿Cuál es la razón de la Santa Sede para recomendar la fundación de una universidad católica? ¿La ha recomendado el Papa por el valor de las ciencias en sí mismas, o por el bien de los estudiantes que recibirán esta enseñanza? ¿Se siente comprometido con el conocimiento de temas terrenales? ¿Debiera la Iglesia involucrarse en temas humanos como la teoría de la gravedad o el electromagnetismo? ¿Será que los logros intelectuales solo le interesan en relación con la Verdad Revelada? ¿No se estará distrayendo con estos temas a pesar de ser tan bellos, ingeniosos o útiles?
“La Iglesia se regocija en el más amplio y filosófico de todos los sistemas de educación intelectual, pues está íntimamente convencida de que la Verdad es su auténtica aliada.”
Claramente no. Todo lo que la Iglesia hace es en busca del bien, y si ve con buenos ojos los gobiernos temporales y si promueve y patrocina el arte o la ciencia, es porque ellos también buscan el bien que persigue la religión. La Iglesia se regocija en el más amplio y filosófico de todos los sistemas de educación intelectual, pues está íntimamente convencida de que la verdad es su auténtica aliada, así como cree que la razón y el conocimiento indudablemente son los ministros de la fe.
Cuando el Papa pide a la autoridad irlandesa que establezca una universidad, su objetivo no es la ciencia, ni el arte, ni la habilidad profesional, ni el desarrollo del conocimiento por sí mismo, sino más bien la búsqueda, mediante la literatura y las ciencias, de la formación de hábitos tanto morales como intelectuales; y la Iglesia no puede aspirar a menos que eso.
Al igual que un comandante requiere soldados bien formados y vigorosos no solo por devoción hacia el estándar militar, sino también para que estén bien preparados para la guerra, la Iglesia funda una universidad no solo en busca de talento, genio o conocimiento, sino que lo hace por el bien de sus hijos. Lo hace porque procura su bienestar espiritual y provecho religioso, con el fin de capacitarlos para que sean útiles e influyentes, para que cumplan sus respectivos oficios de la mejor manera, como miembros más inteligentes, capaces y activos de la sociedad.
Con esto, la Iglesia no sacrifica las ciencias, como tampoco se le puede acusar de servirse de la universidad para cumplir su deber misionero. Eso sería pervertir la misión misma de una universidad, que no busca convertir a sus estudiantes en gentleman,20 ni tampoco proteger los intereses o expandir los dominios de la ciencia.
El gran objetivo que persigue la Santa Sede en la fundación de una universidad católica es que los católicos gocen de ventajas similares a las de los estudiantes ingleses con respecto al cultivo del intelecto, sin tener que recurrir a universidades protestantes.21 Sabemos que los católicos de estas islas, por siglos, han sido privados de una educación que les permita acceder a una formación intelectual y social como la de sus pares protestantes, y con la fundación se busca revertir tal tendencia y entregarles esta enseñanza desde la perspectiva católica.
¿Qué ganamos con una universidad católica? Insisto: el cultivo del intelecto. De esta manera, no pretendemos solo formar los modales y hábitos de una persona educada, sino además la fuerza, disciplina, rectitud y versatilidad del intelecto, el dominio sobre sí mismo, y la claridad de juicio sobre lo que acontece. Si bien algunos podrán contar con este don por naturaleza, lo normal será adquirirlo con años de esfuerzo. Este es el verdadero cultivo de la mente.
Por cierto, la educación que planteo se manifiesta en los buenos modales y en el correcto hablar, pero va mucho más allá; pone la mente en forma. Cuando esta ha sido formada de ese modo, concibe una comprensión conectada de las cosas que permitirá a cada individuo desplegar todas sus capacidades, y quienes han recibido dicha formación académica se caracterizan por todo lo anterior, como también por su mesura, sensatez y franqueza. En algunos casos, el intelecto los llevará a emprender en los negocios y a influir de manera positiva en otras áreas, mientras que en otros suscitará el talento de la especulación filosófica y estimulará el razonamiento hacia la consecución de un conocimiento superior en un área intelectual específica. En tal caso, estará preparado para retomar con facilidad cualquier tema de estudio y para desempeñarse con aptitud en cualquier profesión o área científica.
“La educación que planteo se manifiesta en los buenos modales y en el correcto hablar, pero va mucho más allá; pone la mente en forma.”
Los siguientes discursos están dirigidos a la consideración de los objetivos y principios de esta educación, y para ello, el primer paso en la formación intelectual es cultivar la mente de los jóvenes con las ideas de ciencia, método, orden, principio y sistema, y con reglas y excepciones, riqueza y armonía. El resultado de dicha instrucción es una persona intelectual tal como la concibe el mundo de hoy: aquella que tiene opiniones válidas sobre temas de filosofía y actualidad.
A fin de alcanzar este ideal, es urgente para los prelados católicos que sus fieles sean formados en la verdadera sabiduría, la que ha sido custodiada por siglos en reconocidas universidades que han superado múltiples dificultades para resguardar este tesoro. Tal sabiduría ha sido confiada a nuevas generaciones por maestros confirmados a su vez por la coherencia de sus antecesores.
DISCURSO 1
Introducción
IDEAS CLAVES
Polémica sobre la inutilidad y exclusividad religiosa de las universidades inglesas de entonces – La educación como resultado de la experiencia de toda una vida – Filosofía de la educación basada en el orden natural más que en la Revelación – Las universidades consideradas desde la perspectiva de la razón y sabiduría humana – Aprecio e inclusión de la sabiduría de los no creyentes
1.
En el siguiente discurso continuaré mi consideración sobre el fin de la enseñanza universitaria y muy en especial sobre la educación liberal22 y los principios según los cuales debe ser conducida. Mi razón para tratar esta cuestión es porque ella ocupa un lugar muy particular en mi corazón. Pero además me refiero a ella porque ha sido objeto de grandes controversias, cuando después de un profundo debate, quedó en evidencia que durante casi un siglo la universidad ya no educaba a sus jóvenes con propiedad, por lo que se vio obligada a reflexionar sobre sus responsabilidades. Los argumentos en contra de los estudios universitarios hacían referencia a su lejanía con las ocupaciones y los deberes de la vida, es decir, a su inutilidad. La controversia giraba también en torno a la crítica de la conexión de este tipo de educación con una forma particular de fe, o sea, su exclusividad religiosa.
2.
Existen varias razones para abrir la discusión sobre la educación liberal, refiriéndome a algunas lecciones que he apren-dido en los últimos años. En primer lugar, mi solicitud por el tema de la educación es algo que ha llegado a formar parte de mi ser y los fundamentos que ahora presento, conformes con la Iglesia católica, han sido mi profesión desde un temprano período de mi vida, cuando la religión era para mí un objeto más de sentimiento y de experiencia que de fe. Estos se apoderaron de mí cuando me introduje en los escritos de la Antigua Cristiandad y comencé a acercarme al catolicismo; desde entonces, mi percepción de su veracidad se ha ido fortaleciendo cada vez más día tras día.
En segundo lugar, y más importante aún para referirme al asunto de la educación liberal, es que los fundamentos con los que conduzco esta reflexión provienen simplemente de la experiencia de vida, y no proceden de la teología ni implican un discernimiento sobrenatural, como tampoco asumen una relación especial con la Revelación. Los principios que sostienen mis argumentos son dictados por la prudencia y la sabiduría humana, y no requieren de la iluminación divina, puesto que son verdaderos, justos y buenos en sí mismos, de modo que pueden ser reconocidos por el sentido común, independiente de las creencias religiosas de quienes los mantienen.
Lo anterior explica que el cimiento de la filosofía de la educación se funda en verdades del orden natural, de ahí que al abordar el tema de la educación liberal, podemos servirnos de las investigaciones y la experiencia de los no católicos. La aceptación de contribuciones de los no creyentes no descalifica el modo de proceder de la Iglesia católica y, muy por el contrario, la Iglesia nunca ha rechazado las ideas de las autoridades externas cuya sabiduría ha contribuido a la formación del juicio, sino que ha reconocido y valorado el testimonio de no creyentes y paganos como evidencia de su propia verdad.
“La Iglesia nunca ha rechazado las ideas de las autoridades externas cuya sabiduría ha contribuido a la formación del juicio, sino que ha reconocido y valorado el testimonio de no creyentes y paganos como evidencia de su propia verdad.”
La Iglesia reconoce y hace uso de la sabiduría de doctos, críticos y antiguos eruditos que no son de su comunión, formulando y poniendo por escrito las enseñanzas teológicas de sabios de todos los tiempos, desde Aristóteles hasta pensadores contemporáneos. En la plenitud de su iluminación divina, siempre ha hecho uso de toda verdad y sabiduría que ha visto en las enseñanzas de otros, de modo que sus hijos se han favorecido de sugerencias y lecciones externas, incluso cuando esas verdades no hayan sido proporcionadas por ella misma.
3-4.
Finalmente, deseo aclarar que en mi argumentación no apelo a la autoridad de las enseñanzas de la Iglesia católica, sino que consideraré la cuestión de la educación superior en base a la razón y sabiduría humana. Sobre esta premisa, fundo mi investigación en razonamientos y abstracciones, determinando lo que es verdadero y correcto.
Les recuerdo que me refiero aquí no solo a los grandes temas de la verdad inmutable, sino también a los asuntos prácticos. Pero no intento entrometerme en estas materias, puesto que sería atrevido de mi parte opinar sobre aquellas que ya han argumentado personas más importantes que yo, de quienes aún tengo tanto que aprender. Aludo más bien a cuestiones que no son simples, como la unión de la teología y las ciencias, que se ha resuelto diversamente a lo largo de la historia, dependiendo de cada caso. Así también con el antiguo debate de si la teología y las ciencias debieran enseñarse separadas. En el contexto actual, la respuesta puede variar según las circunstancias, aunque para mí esto no sería sino el mal menor.
5-6.
Con todo lo dicho, no atento contra la autoridad de la Iglesia que nos ha guiado sabiamente a lo largo de la historia. A pesar de nuestras raíces católicas, Inglaterra e Irlanda ya no son lo mismo, pero Roma permanece igual. Hoy el Santo Padre nos otorga la misión de trabajar juntos en esta tarea de educación para recuperar nuestros orígenes, la que cumpliremos celosa y entrañablemente.
DISCURSO 2
La teología como rama del conocimiento
IDEAS CLAVES
Tendencia a la exclusión de la teología del currículo – Inconsistencia lógica de omitir la teología si se enseña conocimiento universal – La existencia de Dios como verdad tanto del orden natural como del sobrenatural – La teología como la ciencia de Dios – Discusión sobre la esencia del Ser Supremo – La doctrina católica sobre la fe en Dios – Visiones erradas acerca de la concepción de Dios – Religión y sentimiento – La religión como un acto del intelecto – La teología como conocimiento propio del currículo universitario
Retomando las cuestiones que he planteado en el primer discurso, me referiré ahora a dos puntos de especial importancia: por un lado, si es que es consistente con la idea de universidad excluir la teología de las ciencias que se enseñan y, por otro, si es que estas ciencias y disciplinas, consideradas útiles, deben ser su principal prioridad en desmedro de los estudios liberales y el ejercicio mental que ellos conllevan.
1.
Como su mismo nombre indica, una universidad [Del lat. universı˘ tas, -atis ‘universalidad, totalidad’] es un lugar donde se imparte conocimiento universal, y la teología es por cierto una rama de este conocimiento tan importante como cualquier otra. ¿Cómo es posible, entonces, que una universidad que afirma enseñar todas las áreas del conocimiento, excluya la teología de las disciplinas que dicta?
El concepto mismo de universidad es incongruente con las restricciones de cualquier tipo, ya que lo más propio de ella es su universalidad y es precisamente eso lo que la distingue de otras instituciones educacionales. Si consideramos que la noción de universalidad se deriva de la invitación que hace a todo tipo de estudiantes, la exclusión de cualquiera de las áreas del conocimiento supondría también una exclusión de quienes desearan seguirlas.
¿Sería lógico, por lo tanto, que una institución se llamara a sí misma universidad si es que excluyera la teología? Si así lo hiciera, se entendería que la religión no hace ningún aporte al conocimiento real o que en esa universidad se omite una rama importante del saber; se podría concluir entonces, que en dicha institución se sabe poco o nada del Ser Supremo y, en consecuencia, no debiese llevar el nombre de universidad. Por lo tanto, los académicos que no comparten aquella creencia, debieran consentir que esta sería una gran omisión.
2.
Cuando los seres humanos se juntan con un objetivo común, tienen que sacrificar muchas de sus opiniones y ambiciones individuales, y dejar de lado las diferencias menores que haya entre ellos. Por ejemplo, si dos personas quieren vivir juntas deberán negarse a sí mismas en algunos aspectos. El acuerdo es el primer principio de la convivencia, y cualquiera que imponga sus derechos y emita opiniones sin tolerar las de su vecino, pronto tendrá todo para sí mismo, pero nadie con quien compartirlo. Por cierto, existe un límite obvio para estos acuerdos y es que las concesiones deben ser las “mínimas”, debido a que todo obstáculo que ponga en juego ese objetivo principal va en contra del principio de convivencia.
Del mismo modo, cuando un grupo de personas se unen con el objetivo de cultivar el conocimiento universal, quizá tendrán que sacrificar algunos de sus deseos, su placer, su comodidad, o incluso su reputación, su dinero o sus intereses políticos, pero no el conocimiento mismo, ya que este es su objetivo común. A pesar de ciertas renuncias en lo personal, deberán aprender a defender sus propias opiniones, lo que no quiere decir que no puedan cooperar con otras personas que defienden ideas distintas, sino que tendrán que velar para que el conocimiento como tal no se vea comprometido. Este modo de proceder debe aplicarse también al concepto de universidad.
Si una entidad dice cultivar el conocimiento universal, pero no enseña nada sobre el Ser Supremo, se puede inferir que quienes defienden tal institución piensan que nada se sabe realmente sobre Él y que tal conocimiento no es un aporte al acervo del saber general que ya existe. Por otro lado, si dicha institución, que profesa todas las ciencias, tiene un conocimiento del Ser Supremo y deja de lado su estudio por medio de la teología, tal institución no puede ser llamada universidad y, por tanto, un Ser Divino y una universidad no pueden coexistir en tales circunstancias.
3.
Para muchos, esta puede parecer una afirmación tajante, pero ella se sobrentiende en el marco en que además existen muchas otras esferas del conocimiento, como el humano, el divino, el sensible y el intelectual, entre otros. Una universidad debiera integrar todas las ramas del saber, considerando el enfoque de cada una y, al incluirlas, debiera contemplar estudiar y ordenar cada una de ellas en relación a las otras. Por lo anterior, no puedo referirme al tema del conocimiento de una universidad excluyendo la ciencia de la religión, entonces les pregunto: ¿se limita el conocimiento universitario a la evidencia que captamos por medio de nuestros sentidos? ¿Debemos excluir la ética por ser intuición, la historia por ser testimonio, la metafísica por ser razonamiento abstracto? ¿Acaso no recibimos el conocimiento de la existencia de un dios mediante el testimonio de la historia? ¿No fue él inferido por un proceso inductivo, adquirido por una necesidad metafísica, deseado como una sugerencia de nuestra conciencia? La existencia de Dios es una verdad de orden tanto natural como sobrenatural.
He dicho suficiente con respecto al origen del conocimiento de Dios. Ahora, una vez que se alcanza este conocimiento, ¿cuál es su valor? ¿Es una verdad universal? Digamos que no hay ninguna otra idea religiosa además de esta, y ya es suficiente para rebasar nuestras mentes. La palabra “Dios es una teología en sí misma”; indivisible e inagotable en la vastedad y sencillez de su significado. Admitamos que Dios existe y estaremos introduciendo entre los temas de nuestro conocimiento un hecho que abarca, integra y absorbe todos los otros hechos concebibles. ¿Cómo podemos investigar cualquier otra parte del conocimiento sin adentrarnos en aquello que penetra en todo orden de cosas? Todos los fenómenos convergen en esta verdad; la primera y la última. Parece fácil dividir el conocimiento en humano y divino, en secular y religioso, y decir que nos vamos a referir a uno sin interferir con el otro, pero en realidad es imposible. Es un hecho que la Verdad Divina difiere de la humana y que las verdades humanas difieren entre sí; del mismo modo, el conocimiento del Creador es de un orden distinto al conocimiento de una criatura, así como también la metafísica difiere de la física, de la historia y de la ética. Así, si excluimos y empezamos a despedazar lo divino, pronto comenzaremos a fragmentar la unidad del círculo del conocimiento humano.