Alamas muertas

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Chichikov tiene una personalidad camaleónica que se adaptará a la forma de negociar de cada terrateniente. Pese a ser un cuerpo extraño en medio de esos propietarios, se afana por cumplir las normas sociales por las que, en cierta medida, está obsesionado.
Chichikov además está representado, según Karlinsky (véase 1976, pp. 226 ss.), como un personaje asexuado cuya única libido se proyecta sobre el cofrecito que lleva, que tanto para Bielyi como para Nabokov sería su verdadera «esposa». El interés por la hija del gobernador surge en Pavel Ivanovich en tanto en cuanto su belleza no es «femenina», como demuestra el que su súbito interés por la joven, cuya identidad aún desconoce y que va en el carruaje con el que sufren el percance en el capítulo 5, se despliega en uno de los apartados más abiertamente misóginos de la obra:
¡Excelente mujercita! [...] Pero, ¿qué es lo mejor de ella? Lo mejor es que ahora, como se ve, apenas acaba de dejar el internado o el instituto; y que, en ella, como suele decirse, no hay nada de femenino, lo que quiere decir que le falta lo que las mujeres tienen de más desagradable. Ella ahora es como una niña, para ella todo es sencillo, ella dice lo que se le ocurre, se ríe donde quiere reírse. De ella, puede hacerse cualquier cosa, puede llegar a ser maravillosa o también puede irse a la mierda ¡y se irá a la mierda! Para ello, basta tan sólo con que la cojan su mamaíta y su tía. En un año o así, la llenarán de tanta femineidad que ni su propio padre la reconocerá. (P. 180, las cursivas son mías.)
Cuando en el baile del capítulo 8 Chichikov despliegue su atolondrada cháchara con la joven, muerta de aburrimiento, el narrador observará que el discurso del mismo era una repetición maquinal de otros ya empleados en veces anteriores. Tampoco en la consideración del papel central del amor en la construcción de los personajes de la novela romántica y posromántica encaja este peculiar mostrenco gogoliano que es Chichikov.
En los fragmentos conservados de la «segunda parte» de Almas muertas, la posición de Chichikov es sumamente inestable. Por un lado, él y su empresa son el único vínculo necesario entre la «primera parte» y sus consecuciones; pero, por otro, resulta estridente en un mundo que «camina hacia su redención». Tal vez, en esa «segunda parte», el autor hubiera debido hacer como el editor que aparece en el cuento de Ilf y Pietrov «Cómo se creó Robinsón», que, tratando de publicar un Robinson soviético, le propone al escritor moldavo encargado de escribirlo cambios y más cambios sobre la historia original de Defoe, hasta el punto de que al final, el individualismo insoportable de Robinson le parece prescindible y acaba proponiendo la eliminación del personaje de la obra que lleva su nombre. Seguramente, Gogol habría debido eliminar este personaje, demasiado autónomo ya como para dejarse manipular. El alma de Chichikov resulta intransformable y pese a las huecas «misiones piadosas» a las que le somete su autor, siempre logrará convertir cualquier situación en un nuevo delito o en una nueva traición. La única forma que encuentra Gogol de seguir manteniendo a Chichikov y expresar piedad, es sacándolo de escena o relegándolo a un segundo plano.
Manilov
Al igual que ocurre con otros personajes, lo verdaderamente peculiar de Manilov es su carencia de atributos, su ser un «ni fu ni fa, ni en la ciudad Bogdan ni en la aldea Sielifan» (tal como les ocurría a Chichikov o al gobernador). Gogol imprime a esta figura toques manieristas y de «atracción onírica» (inscrita ya en su nombre, derivado de манить, manit = atraer, tentar, seducir, encantar). El talante de Manilov vendrá definido por la distancia entre sus ideales estéticos y la deficiente realización práctica de los mismos: quiere ser un intelectual y sólo tiene un libro abierto que no lee; quiere que sus hijos lleven la impronta clásica y sus nombres, ridículamente medio griegos, medio romanos, contrastan en su grandilocuencia con lo pobre de su educación, etc. La personalidad «incompleta» de Manilov se plasma en las butacas que quedaron sin tapizar, o en la palmatoria inválida que no está a la altura del candelabro de bronce que la acompaña.
Karlinsky (1976, p. 229) destaca el toque de malicia empleado por Gogol para describir la estúpida vida matrimonial de Manilov, que parecía una justa consecuencia del sentimentalismo fofo del que era resultado, una vida llena de estúpidos gestos de cariño, de regalos cursis y de besos lánguidos, que parecerían ser la causa del desastroso estado de su hacienda. La deficiente formación de la esposa de Manilov (símbolo de la nefasta «buena educación» de las mujeres rusas), a la que sólo habrían enseñado francés, piano y manualidades, contribuiría sobremanera a agravar estas circunstancias (véanse pp. 117-118).
Manilov acarrea por tanto el gran peso de la fobia del autor al sentimentalismo imperante en su tiempo, tanto en su vertiente literaria como, sobre todo, en su vertiente cotidiana...[14]. Desde el «templo de la meditación en soledad» hasta el «cumpleaños del corazón», Gogol desenmascara con él la profunda ñoñería de parte de la intelectualidad de su tiempo. Bajo el empalagoso caparazón de Manilov no hay nada[15].
Korobochka
Esta mujer desconfiada y simple es, en buena medida, el contrapeso de Manilov. Donde el otro hacía evidentes sus ínfulas intelectuales, ésta resulta una propietaria con pocas luces y presa de recelos derivados de su propia ignorancia. El contraste entre Manilov y ella le sirve al autor para marcar los límites del infierno de los terratenientes, de los que Nosdriov, Sobakievich y Pliuskin serán sólo especímenes intermedios. De hecho, el propio narrador señala: «¿Está acaso Korobochka tan completa y exactamente abajo en la escalera sin final de la perfección humana?» (p. 148).
Chichikov llega a Korobochka por casualidad. Ella no forma parte del mundo urbano ni reconoce al resto de los terratenientes. Aunque parece un personaje a primera vista inocuo, algunos autores (véase Fusso, 1993, p. 26) la ven rodeada de rasgos propios del mundo demoníaco de la brujería (un siervo suyo llegó a entrar en combustión por sí solo), lo que hace de la señora un personaje inquietante.
Korobochka es el sumo opuesto al cosmopolitismo. En su cerrazón y en lo limitado de su entendimiento, interpreta la propuesta de Chichikov como una compra de las que hacía normalmente y recela porque es incapaz de convencerse de las ventajas de vender «nada». Su suspicacia parte de que no conoce el precio en el mercado de las almas muertas y tiene miedo de verse engañada por un desconocido. Sólo la promesa de que en el futuro le comprará mercancías más convencionales (centeno, trigo, garrotillo o ganado) ablanda a la buena señora (véase Morson, p. 210).
Tal vez en la figura de Korobochka Gogol esté dibujando también a su propia madre, viuda[16] y, al parecer, totalmente ineficaz a la hora de dirigir su hacienda. Pese a haber estado casada, Korobochka no ha tenido hijos. Esa esterilidad parece extenderse a todo su entorno e incluso podría ser un reflejo de la propia esterilidad de Chichikov. Si, como se ha dicho, para Bielyi, la auténtica esposa del héroe de Almas muertas parecía el cofrecito del que jamás se separaba, Korobochka (коробочка = «cajita» en ruso) sería el trasunto de ese cofrecito que encierra todos los elementos del vacío personal de Pavel Ivanovich.
Nosdriov
Lo desconocido y el azar se muestran siempre como un peligro para Chichikov y su empresa. Nosdriov, lo mismo que Korobochka, no entraba en los planes de Chichikov (como tampoco lo hará la hija del gobernador) y su aparición tendrá para él unas consecuencias funestas[17]. La relativa seguridad que exhibe Chichikov cuando se mueve en una situación prevista se ve trastornada cuando entran en escena factores imprevistos. Tanto confiando el secreto de las almas muertas a un truhán como Nosdriov, como confiándoselo a una mente simple como la de Korobochka, Chichikov se la juega, pues se está sometiendo a lo desconocido. No obstante, un héroe que se pasa la obra planteándoles a los terratenientes una compra incomprensible (en cierto sentido, «lo desconocido»), se niega a jugar a las cartas con Nosdriov aludiendo precisamente a su temor a «lo desconocido». Y ¿cuál es la respuesta de Nosdriov a eso?
—¿Por qué a lo desconocido? –dijo Nosdriov–. ¡No hay nada de desconocido! Si la suerte está de tu parte, puedes ganar una fortuna del diablo. ¡Aquí está! ¡Qué suerte! –dijo él empezando a tirar para despertar su ardor–. ¡Qué suerte! ¡Qué suerte! Bueno: ¡Así se gana! ¡Aquí está el maldito nueve con el que perdí todo! Presentía que me iba a traicionar, sí ya, pero cerrando los ojos, pensé para mí: «¡Al diablo contigo! ¡Traicióname maldito!» (p. 169.)
Es como si en toda esa escena hubiera algo de exorcismo o como si la propia construcción de Chichikov, y toda la obra por ende, no fuera otra cosa que un conjurar el temor de Gogol a lo desconocido (неизвестность). Ello habría de conectarse con la cuestión de la historia en Almas muertas, a la que dedicaré más espacio al final de esta introducción. Entre el Nosdriov-Gogol y el Chichikov-historiador hay un soterrado ajuste de cuentas: Chichikov le comunica a Nosdriov su «búsqueda del pasado» y, en la escena culminante, éste (travestido de teórico) le hace la pregunta decisiva: «¿Para qué has comprado almas muertas?», «¿Por qué has indagado en el pasado?». Mirar al pasado es mirar a lo desconocido; pero, cuando Chichikov no quiere jugar a las cartas aduciendo miedo a lo desconocido, en realidad, truca su discurso pues lo que le perturba es la posibilidad de ser víctima de una trampa (que las cartas estuviesen marcadas; véase Fusso, 1993, pp. 23-27). El historiador, que en realidad es un tramposo, teme a su vez a la trampa y el despreciado Nosdriov volverá para hacerle la pregunta fatal. Esa pregunta será cúspide de la obra; el texto completo de Almas muertas parecerá querer responder a la cuestión análoga de ¿cómo dar cuenta de lo pasado cuando la historia ya no sirve?
El papel de Nosdriov, para Fusso, puede asociarse en muchos aspectos al del artista creativo[18]. En realidad, este personaje aparece como poco interesado por el beneficio personal y movido más bien por una suerte de inspiración, por una pura creatividad. Es más, acusa a Chichikov de ser un сочинитель (en ruso, a la vez, «embustero» y «autor» y «cuentista» en nuestra traducción, véase la n. 30 del texto) y éste le espetará que el сочинитель es él, «sólo que sin éxito». Ahora bien, ello abre una inquietante asociación entre narración y mentira, que quedará realzada cuando se muestre al indolente Nosdriov extenuado tras haberse dedicado cuatro días sin descanso a preparar una baraja de cartas marcadas (véase p. 283). El artista, encarnado en el tramposo, rompe las reglas prescritas del juego y se esfuerza por establecer un orden propio sujeto a su control, tratando de transformar el caos del mundo en un cosmos propio. «No es una coincidencia que Nosdriov pierda su vitalidad en este momento, pues al buscar controlar los caprichos de la suerte, está abandonando su propio reino de sorpresa e impredecibilidad creativa» (Fusso, 1993, p. 48).
Pese a su carácter mendaz, Nosdriov aparece como un personaje que no oculta nada (se le percibe tal cual es), algo que no puede decirse precisamente de Chichikov. Sus expresiones, paradójicamente, harán continua referencia a la verdad, al honor, a la palabra de honor. ¡Qué curioso que sea justo el más mendaz de todos quien destape el escándalo de las almas muertas! Pues su versión sobre las almas muertas es por completo cierta.
Nosdriov además será el único personaje con el que la habilidad de Chichikov para vender su «mercancía» no funcione. Tal vez ese «estar libre de culpa» (de la culpa de la «adquisición» de almas muertas) sea lo que le permita «tirar la primera y certera piedra» que frustrará algunas de las expectativas chichikovianas. Hasta cierto punto, puede decirse que Nosdriov y Chichikov representan las dos grandes fuerzas en liza dentro de la obra. Frente al cierto afeminamiento de Chichikov, Nosdriov es el representante de la promiscuidad heterosexual masculina, por lo demás deprimente y asociada a unas cualidades bastante poco recomendables[19].
Sobakievich
Este terrateniente aparece perfilado como un ser monstruoso que unas veces es descrito con ecos de la criatura de Frankenstein (véase p. 182) y otras aparece como un animal al que han enseñado unas ciertas normas para comportarse en sociedad, pero que a cada paso deja ver su verdadera naturaleza. En ese sentido, se lo llega a comparar con un oso amaestrado. Sin embargo, como muy agudamente percibe Nabokov, pese a su estolidez, Sobakievich es uno de los personajes más poéticos de la obra: «Las relaciones de Sobakievich con la comida están marcadas por una especie de poesía primitiva, y si se pudiera hablar de un ritmo gastronómico habría que decir que su metro prandial es el homérico» (1997, p. 86). Pero, además, este personaje muestra una pasión histórica inusitada por la Independencia griega, en la que se retroproyecta como un nuevo Byron ruso; de ese modo, Sobakievich se reenuncia a sí mismo como el general Bagration y se sitúa anacrónicamente entre los gigantescos héroes griegos que adornan las paredes de su salón, lugar donde la poesía gastronómica y la histórica experimentan un cierto solapamiento.
Gogol jugará en él parte de las bazas de sus opiniones sobre la dialéctica pasado-presente. Sobakievich aparece directamente retratado como «un alma muerta», pero a su vez hace revivir con su recuerdo a los campesinos muertos, de tal forma que se suscita una discusión entre él y Chichikov sobre la verdadera naturaleza de la existencia (véase p. 190). Su conocimiento y elogio de las que habían sido sus almas muertas (frente a las vivas) tal vez tenga que ver con su propia condición de «alma muerta». Ahora bien, mientras hace revivir el pasado de sus almas muertas, Sobakievich vive frente al pasado histórico que le interesa, con el que se siente identificado y en el que encuentra su propio sentido. Además del poeta que decía Nabokov, este personaje representaría al historiador, que mientras exhibe su «omnisciencia» histórica, «engaña» a Chichikov (al propio demonio), incluyéndole en su lista el nombre de una campesina. Sobakievich sabe que el valor de las almas muertas está en que Pavel Ivanovich las desea y por eso marca unos precios altísimos para ellas. De hecho, las valora casi como almas vivas. Este personaje sabe que el pasado vale más cuanto más interés hay en recuperarlo; sabe también que la «gestión» del pasado puede ser un buen negocio para los que viven en el presente.
Prototipo de alma muerta, Sobakievich presenta los mayores contrastes como personaje: tiene aspecto y maneras de animal (sobre todo en la mesa) y, sin embargo, demuestra una notable cultura y capacidad crítica; es verdad que aparece como un perfecto misántropo (sólo habla bien de los muertos –almas muertas– y sólo admira a los personajes históricos –almas no menos muertas–), pero hace gala de un considerable instinto para las relaciones sociales; es torpe de movimientos y parece petrificado y, no obstante, se muestra muy posibilista en la venta llegando al engaño.
Pliuskin
Si hay alguien inolvidable en esta obra, ése es un viejo terrateniente avaro que vive en su aldea en medio de la inmundicia, hacia el que Chichikov se ve atraído porque en su desastrada hacienda los campesinos estaban muriendo en grandes cantidades. La construcción literaria de Pliuskin es uno de los momentos de mayor inspiración de toda la obra.
Pliuskin se muestra como un retrato en desarrollo. En él aparece no sólo el alma muerta sino el proceso que sigue un alma para alcanzar la muerte. A medida que vamos conociéndolo, percibimos cómo los sentimientos habían ido desapareciendo en él hasta convertirse en alguien completamente insensible y carente de emociones humanas. La tacañería de Pliuskin no es congénita sino que obedece a sus circunstancias vitales y sociales, que habían sufrido un profundo proceso de degradación (véanse Guippius, pp. 502-503). Todas sus búsquedas se encaminarán hacia los bienes materiales; ahora bien, el Erwerbstrieb, el impulso hacia el lucro del que hablaba Max Weber, se satiriza aquí como un impulso hacia la basura. Pliuskin aparece como un predador, cuya predación llega a niveles tan ínfimos que acaba robando artículos insignificantes a sus campesinos. El caudal de almas muertas y fugitivas habría de ser sumado a su caudal de riqueza material basuresca; y es que entre lo que compra Chichikov y la basura de Pliuskin hay una conexión manifiesta.
Algunos personajes secundarios de la «primera parte».
La hija del gobernador
Cuando aún no se tenía ninguna referencia de ella, esta joven tendrá un encuentro accidental con nuestro héroe, en medio del camino e investida con los rasgos arquetípicos de la belleza romántica femenina: cabellos dorados, palidez, etc.; lo traslúcido de su cuerpo llega a compararse con un huevo reciente (véase p. 178). Para Karlinsky, la misoginia de Gogol unida a su maestría literaria conseguirá transformar el paradigma de la belleza femenina romántica en una suerte de engendro descolorido y vacío, muy poco deseable:
Su carácter y personalidad están tan vacíos de rasgos como ese huevo. Ella no tiene nada que decir durante ninguna de sus apariciones en la novela y el lector ni siquiera conocerá su nombre (aunque se le dicen los nombres de toda una multitud de jóvenes mujeres a las que ella recuerda a Chichikov y que no tienen otra función en el libro). En lugar de una heroína, tenemos una suerte de antiheroína, sobre todo por su falta de cualquier rasgo. Comparada con la gente abrumadoramente vívida que la rodea, ella no hace sino decolorarse en el papel pintado; y, sin embargo, es el personaje sobre el que gira el argumento y el desenlace del libro. (1976, p. 228.)
La hija del gobernador sería la plasmación de la pretensión del autor de evitar una trama amorosa dentro de su obra. Su atractivo residiría precisamente en su falta de femineidad (véase p. 180). En ese sentido, será el perfecto contrario de Ulinka, la hija del general Bietrisiev, de la «segunda parte», cuando Gogol parezca sentirse obligado a introducir un romance en la obra.
Por otro lado, este personaje pasivo pero decisivo permite vislumbrar los niveles de la compleja trama del relato gogoliano. Sin saber aún de quién se trata, el lector asiste al encontronazo de la brichka de Chichikov con otra en la que va «una joven» y antes de que ésta aparezca siquiera mencionada ya se le dice «todo estaba enredado» anunciando sutilmente que buena parte del enredo va a venir por culpa de este azar que para el lector no es aún más que confusión; luego surge ella («una jovencita de dieciséis años») y, finalmente, la situación aparece provocada «por los imprevisibles destinos».
Dos campesinos, el tío Mitiai y el tío Miniai tratarán de hacer que los caballos se muevan, intentándolo todo sin suerte: «El flaco y largo tío Mitiai, de roja barba, se subió al caballo central de la troika y se convirtió en algo parecido al campanario de una aldea o, mejor, al gancho con el que se saca el agua de los pozos» (p. 179).
Pero cuando el enredo simbólico de los caballos pase al enredo real de la acción del personaje (véase Fusso, p. 30) (o sea, Chichikov, que se enamora de la joven) la narración seguirá su camino particular vaticinándonos cuál vaya a ser la solución del mismo (no habrá solución), trabajando con los motivos literarios al modo en el que Richard Wagner por la misma época empezaba a trabajar con los motivos musicales.
No –dijo Chichikov para sí–, ¡las mujeres son un tema... –y aquí sacudió él la mano– del que es inútil hablar! Intenta referir e interpretar todo lo que pasa por sus rostros, todos aquellos recovecos, insinuaciones... y sencillamente acabarás por no interpretar nada. Algunos de sus ojos son un reino infinito en el que cuando entra un hombre ¡desaparece sin dejar rastro! A él, de allí no lo sacas ni con un gancho ni con nada. (P. 249. Las cursivas son mías.)
Cuando, una vez desenganchados los caballos, los carruajes sigan su curso, perdemos la pista de la joven y, no obstante, nos quedamos con la impresión indefinible de que en pocas páginas todo ha quedado definitivamente enredado, aunque no haya ninguna evidencia de facto para pensar eso.
Ahora bien, la hija del gobernador es también un personaje imaginado por algunos otros actores de la obra (principalmente las dos damas y el «bloque de las mujeres») que ven en ella el objeto de deseo de Chichikov y la niñita ligera de cascos que se ha ganado a pulso que el héroe trate de raptarla. En ese sentido, guarda un claro paralelo con la muchachita que le proporciona Korobochka a Chichikov para indicarle el camino de salida de su hacienda. La propietaria le pedirá al héroe que no se la lleve, como una vez le hicieron con otra unos comerciantes. Esa posibilidad del rapto avanzada por el autor quedará suspendida en el inconsciente del lector para que en el capítulo noveno se desate en forma de chisme (véase p. 147).
Las dos damas de la ciudad
Las damas que aparecen en el capítulo 9 son dos creaciones admirables. A través de ellas, el autor puede canalizar muchas de las ideas dispersas a lo largo de toda la obra. En primer lugar, su opinión sobre las mujeres y las actitudes y los valores femeninos, que lo perfilará como un acendrado misógino; en segundo lugar, el extraordinario poder de las mujeres no sólo para hablar de la realidad sino para condicionar la visión del resto sobre esa realidad; las describe como personajes poderosos (lo que se había apreciado previamente en el baile en casa del gobernador). En tercer lugar, las dos damas «agradables» van a servirle al autor para desplegar un ataque furibundo contra el sentimentalismo que impregnaba la «sociedad» rusa. Para Gogol, la literatura del Romanticismo temprano es una especie de companagium de eufemismos y paráfrasis... ése será el lenguaje de las damas, remedo del lenguaje de los Karamsin o Sukovskii, frente al de los Puskin, Griboyedov, Viasiemskii o Fonvisin. No parece casual que la sociedad de la ciudad de NN. se divida luego en dos grandes grupos: el de los hombres, preocupados por el asunto de las almas muertas, y el de las mujeres, preocupadas por el affaire de la hija del gobernador. Ese tipo de romanticismo está lejos de Almas muertas porque está lejos del autor, del narrador y del héroe (que son masculinos y solteros los tres, véase Fusso, 1996, pp. 80-81). En cuarto lugar, frente al lenguaje vacío, de moda, y que tiene a la moda como gran tema, propio de estas dos damas, será el lenguaje del campesino ruso el que caracterice verdaderamente la esencia de Rusia (véase pp. 195-196). Mientras que las primeras tienen dificultades para definir cualquier cosa y se mueven en los límites del eufemismo, eludiendo llamar a las cosas por su nombre, el campesino, con una sola palabra, abre todo un universo de significados precisos[20] (véase p. 244).
En Almas muertas, Gogol plantearía un duelo entre la gente común y las clases altas, que se dirimiría en el campo de la lengua rusa. Percibir la esencia de Rusia, que habita en su lengua, implicará alejarse de las ciudades, «reinos» de damas como éstas.
Retratos en miniatura y personajes periféricos
Ya se ha señalado que una de las ventajas que veía Gogol en el género «poema» frente a la novela es que permitiría la inclusión de muchos personajes de naturaleza efímera que más tarde no desempeñarían ningún papel en la acción principal. Entre éstos, en Almas muertas hay que diferenciar dos tipos: los retratos en miniatura y los personajes periféricos.
Guippius observará la presencia de los primeros (véase Guippius, p. 511). Un detalle del argumento o incluso algún elemento secundario coge cuerpo de pronto en la obra hasta precipitarse en un personaje. Así, Chichikov empieza a imaginarse las vidas de individuos particulares, que pese a ser inventados revelan que todo nombre sustenta una vida completa que, si bien muere con él, es siempre susceptible de ser recreada o reinventada. Miniaturas como Stiepan Corcho, Maxim Tieliatnikov, el criado Popov o Abakum Fyrov son algo así como llamadas de atención. La historia de Almas muertas no se construye sólo sobre la de unos personajes protagonistas, sino que hay toda una masa que es lo contrario a una «masa anónima» que pulula por ella en silencio. Por debajo de nuestra historia hay un entramado de historias de cuyos protagonistas sólo se conservan, en el mejor de los casos, los nombres.