El desafío de la cultura moderna: Música, educación y escena en la Valencia republicana 1931-1939

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Estos elevados datos de depuración republicana o franquista, en Valencia o en España, perturban a quien parta del supuesto erróneo de considerar que los profesores universitarios estaban volcados con la causa republicana. La realidad era distinta: los profesores, como la misma sociedad, estaban ideológicamente divididos, polarizados. Desde mucho antes habían mostrado trayectorias ideológicas plurales: nunca faltaron liberales, republicanos o algunos socialistas, abiertos a la modernidad y a la utopía republicana que cautivó a una parte, pero nunca faltaron tampoco profesores de la derecha católica y algunos fascistas que defendían los valores católicos, tradicionales y hostiles al pensamiento laico y liberal (Baldó, 2011).
LOS ESTUDIOS
Con la guerra, que moviliza a los estudiantes y a los profesores jóvenes, se abre una dinámica nueva en la Universidad: las actividades ordinarias –la docencia y la investigación– se vieron modificadas y fueron capturadas por las emergencias del momento. Por cuanto a la docencia se refiere, durante el curso 1936-37, en un primer momento, mientras se esperaba una pronta resolución del conflicto, se suspendieron las clases. Sin embargo, pronto fue menester hacer mudanza, al convertirse el golpe de Estado en guerra civil. La Universidad, con la mayor parte de sus estudiantes movilizados, se planteó desde el verano del 36 una reorganización de estudios capaz de compatibilizar las obligaciones militares con el estudio. Esta tarea, que comportaba remodelar métodos, planes y calendarios de estudio, se aplazó unos meses. Se abrió la Universidad a aquellos alumnos alistados en el ejército republicano o que prestasen servicios en el frente o la retaguardia, para que pudiesen presentarse a cursillos extraordinarios, pruebas de suficiencia y pruebas de fin de carrera de diversos distritos en Valencia. La propuesta la hizo la FUE en octubre «por el deseo de utilizar para la causa de la República el mayor personal posible». A finales de ese mes, las facultades de Medicina y Ciencias, las más activas en estos años y las que mejores servicios prestaron a la situación bélica, por el carácter profesional (la clínica y el laboratorio) de sus especialidades, presentaron proyectos de cursillos para estudiantes que estaban movilizados (AUV, Junta de Gobierno, 5 de octubre de 1936 y 29 de octubre de 1936). Pronto se firmaron los decretos de 18 de noviembre de 1936 y 25 de enero de 1937, que regulaban los cursillos, y además se prepararon conferencias.
Hubo cursos de carácter general –para alumnos a los que les quedasen tres asignaturas para finalizar la carrera–, y otros de habilitación profesional, con una duración de dos, tres o seis meses, dándose permisos a los soldados con este fin. El énfasis se puso en los estudios que habilitaban provisionalmente para ejercer como «médicos de campaña» a estudiantes de medicina que tenían casi toda la carrera aprobada, y como «practicantes de campaña» a aquellos otros de esta facultad que tuviesen determinadas asignaturas aprobadas. Fueron 251 estudiantes de medicina los que siguieron estos cursos (AUV, Registro oficial 1936-37, Medicina),2 que se repitieron –a petición de los estudiantes de la FUE de Medicina– durante toda la guerra. En las demás facultades, los estudiantes fueron muy escasos: en Derecho constan 44, de los que 35 superaron los cursillos, y en Ciencias y Letras, aunque hubo alumnos, se desconoce el número. La procedencia, si atendemos a los datos de Medicina, se diversificó: la mitad eran valencianos y los demás del resto de España, mayoritariamente de la zona republicana.
A estos cursillos se añadieron los estudios de idiomas, reabriéndose el Instituto de Idiomas de la Universidad desde enero de 1937, bajo la dirección del profesor de Letras Dr. Gonzalvo, añadiéndose, en esta ocasión, a los cursos de francés, alemán, inglés, portugués, italiano y ruso, el de valenciano por vez primera, con estudios de lengua, literatura y cultura valenciana (AUV, Junta de Gobierno, 22 de enero de 1937). Se remodeló también en ese momento, a propuesta de la FUE de Magisterio, el Seminario de Pedagogía, dedicado a la formación continua del profesorado de primaria para «organizarlo y orientarlo con arreglo al nuevo espíritu social» (contaba, cuando empezó la guerra, con 350 maestros como alumnos que acudían a seminarios en verano, distribuidos en tres cursos). Los estudiantes que se hicieron cargo de este seminario entendían que la nueva pedagogía debía «sembrar» en el niño «la semilla» de unas nuevas ideas que los socializaran y «forjaran» hombres nuevos para una revolución popular que estaba en marcha.
También en enero de 1937 se reorganizó la Cátedra Luis Vives y la revista Anales de la Universidad de Valencia, que pronto publicó 3 tomos que, al modo como la revista Madrid antes citada, mostraba la actividad de los profesores universitarios. Publicó conferencias sobre diversos temas y profesores.3 Nos interesa mostrar una pincelada del texto de Julián Bonfante sobre La cuestión de los arios:
El nacionalsocialismo alemán ha fundado su doctrina –si se puede llamar doctrina sin ironía– en la superioridad de la raza germánica, rubia, dolicocéfala, sobre las otras razas. Esta raza superior estaría destinada a dominar el mundo, porque es más pura, más noble, más fuerte, más capaz que todas las demás razas. Esta seudodoctrina ha servido a los nacionalsocialistas para perseguir, robar, encarcelar, torturar y matar a los judíos que vivían en Alemania y a algunos cientos de miles de alemanes puros, Arios, que, a pesar de las ventajas evidentes que les proporcionaba, no estaban conformes con esta doctrina de la raza superior… La dificultad esencial del problema estriba en que la palabra Ario, que representa un concepto esencialmente lingüístico, ha sido empleada por los «nazis» para indicar un concepto racial (Anales, 1937, 3: 49).
Contrastaban con estos cursos y conferencias los que se organizaron en las universidades de la zona franquista, cuyo objetivo era propagar el discurso ideológico del Nuevo Estado, descalificar la obra republicana, alabar las excelencias de la España eterna y sobre todo justificar la sublevación militar.
Pero la guerra se alargaba y las autoridades republicanas, al acercarse el momento de iniciar el curso 1937-38, acordaron reabrir, al margen de los cursillos especiales, el sistema ordinario de cursos (Gaceta, 3-9-1937), aunque adaptándolos a los requisitos que imponía la guerra y recuperando algunas de las propuestas de las reformas universitarias republicanas desarrolladas en la Universidad Autónoma de Barcelona o en la Facultad de Letras de Madrid. Estas novedades eran esencialmente dos: darle a la enseñanza un carácter más práctico y hacer exámenes por grupos de materias y ante tribunales. Se buscaba cualificar especialistas con rapidez, sin duda, y a su vez seguir innovando el sistema docente universitario dándole el carácter práctico de seminario y laboratorio que venían planteando los institucionistas desde principios de siglo. Así pues, se dispuso la apertura de las universidades de Barcelona, Valencia y Madrid, con novedades tan significativas como transformar la Facultad de Derecho e incluir nuevos estudios como a continuación comentaremos.
La reorganización de los estudios fue lo más destacable del curso 1937-38. Las asignaturas se organizaron en semestres, más flexibles dadas las circunstancias; los exámenes se redujeron a grupos de asignaturas; se potenciaron las prácticas, y –lo más sorprendente– se modificaron los planes de estudios de Derecho y Medicina.4 La Facultad de Derecho de Valencia fue reconvertida en Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Económicas, y se organizaron las tres secciones indicadas siguiendo el modelo de la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas y Sociales de Barcelona.5 Como señala Fuentes Quintana, «pese al acertado diseño del plan, la diligente designación de profesores y la rápida presupuestación de sus actividades docentes para 1937, no pudo funcionar por obvias razones» (1999: 252). Veremos que algo sí que funcionó.
El plan de estudios de Medicina, la otra novedad, organizaba la licenciatura, como había hecho Villalobos, en tres periodos, pero ahora –siguiendo el modelo de Medicina de Barcelona– se añadían muchas clases prácticas; cada asignatura tenía sus «trabajos prácticos» o sus clínicas. El primer periodo era un semestre preparatorio, donde se estudiaban Biología, Química, Física y Matemáticas. El segundo, llamado fundamental, duraba cinco semestres y se estudiaban las materias básicas de la medicina (Anatomía, Histología, Fisiología, Anatomía patológica, etc.). El tercero, el clínico, constaba de seis semestres, y en él se impartían las materias médicas con su clínica. Los exámenes, en fin, se organizaban por bloques: uno al final del preparatorio y otros –agrupando materias– se distribuían a lo largo de la carrera, para, finalmente, hacer una reválida de carácter clínico en hospital. Paradójicamente, el desarrollo de la reforma universitaria, tan esperada desde 1931, tomaba cuerpo en plena guerra, cuando era difícilmente aplicable.
Los estudios de Letras y Ciencias también se estructuraban en seis semestres (dos preparatorios, dos intermedios y dos de nivel superior), aunque no había novedades significativas en la organización y las materias. El de Ciencias, preparado por profesores de Madrid, Salamanca y Valencia, daba importancia al laboratorio. Ambos mantuvieron las secciones.
Sin embargo, la asistencia a las aulas fue escasa, pese a que se autorizó, excepcionalmente, a que pudiesen matricularse alumnos con estudios oficiales «suficientes» (magisterio, enfermería…) aunque les faltase el preceptivo grado de bachiller; se trataba, pues, de ampliar el público universitario, que se presumía escaso.6 El sistema de exámenes adoptado, muy parecido al de la Universidad Autónoma de Barcelona en los años de la República, se hacían por grupos de asignaturas y consistía en presentar la certificación de asistencia reglamentada a clase y dos pruebas: la primera, un examen escrito eliminatorio en el que se contestaba un tema por sorteo de una relación anteriormente conocida; la segunda, un ejercicio oral ante el tribunal de preguntas sobre las materias.
La marcha de la guerra, con todo, era adversa a la República. El segundo semestre del curso 1937-38, dada la evolución del conflicto y la movilización decretada por el Gobierno, fue interrumpido parcialmente en abril del 38, aunque siguieron los cursos de las viejas licenciaturas y el preparatorio de Ciencias y Medicina (AUV, c. Ciencias, 424. 7 de abril de 1938). Los semestres ordinarios de los nuevos planes de estudios se reanudarían después, ya en el periodo lectivo del curso 1938-39.
El curso 1938-39, en las universidades de la zona republicana, sí que fue irregular debido a la desfavorable situación y expectativas de la marcha de la guerra tras la derrota de la batalla del Ebro, a la que no pocos fiaban la recuperación de la República. A principios de septiembre de 1938, la FUE tanteó la posibilidad de organizar cursillos de «especialidades acopladas a los momentos actuales»: los estudiantes de preparatorio de Medicina estudiarían hemorragias, fracturas, vendajes, material sanitario, defensa de gases tóxicos, puestos de socorro y evacuación. Los de Ciencias, química de guerra (explosivos y gases), balística, emplazamiento artillero, fortificación… Las alumnas y alumnos de letras y bachilleres: hemorragias, facturas y vendajes, material sanitario de guerra… Los de artes y oficios harían «cursillos encaminados a preparar a los jóvenes obreros en la técnica de las industrias de guerra». Pero este plan no pasó de propuesta.
De hecho, se hizo una contrapropuesta para reanudar los estudios interrumpidos en abril. En efecto, el 28 de septiembre de 1938, doce mujeres solicitaron la apertura de los estudios tanto para mujeres, exentas del servicio de armas, como para varones no movilizados. La primera firmante era Carmen Conde. En el escrito argumentaban que la cultura «ahora más que nunca debe intensificarse» y que la apertura de los estudios servía también para cualificar a mujeres, que debían ejercer cada vez más «tanto en los trabajos manuales, como los intelectuales», así como a los varones declarados inútiles para el servicio de las armas. Unos días antes de esta petición se iniciaron las clases del Instituto de Idiomas.
En noviembre de 1938, el Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad optó por reabrir el curso semestral (el que se había suspendido en abril) y organizar cursillos y conferencias de «vulgarización», como venía sucediendo desde otoño de 1936. En diciembre de 1938, el Consejo Rector de la Universidad convocó a todos los alumnos que pudiesen asistir a una asamblea para tratar sobre la reanudación de las actividades universitarias y la continuación del segundo semestre interrumpido en abril de 1938. En esa asamblea y en las sesiones de la Junta de Gobierno de los días 19 y 20 de diciembre se acordó: a) proseguir los cursillos semestrales interrumpidos el pasado abril desde esa semana hasta el 31 de marzo de 1939 y empezar los exámenes de los grupos de asignaturas el 15 de abril de ese año, y b) realizar exámenes de ingreso para la primera quincena de abril del 39 y empezar el 16 de ese mes. Nos consta que en Filosofía y Letras empezaron las clases de cursos semestrales el mismo 19 de diciembre de 1938 y los cursillos de divulgación y ciclos de conferencias para el público, el mes de noviembre anterior.
Pero, evidentemente, nada de lo acordado pudo terminar. Había bombardeos, cortes de fluido eléctrico y los estudiantes se quejaban de deficiencias en la alimentación. Cataluña cayó pronto. El 30 de marzo la Universitat de València fue ocupada.
EL AUXILIO A LA GUERRA: LA PARTICIPACIÓN DE LOS ESTUDIANTES Y LA INVESTIGACIÓN
La FUE era la principal organización de los estudiantes de izquierda en los años de la República y la guerra. En los años del conflicto, el núcleo valenciano fue muy activo y su praxis se vio intensificada por la concentración en la Universidad valenciana de gran parte de la gestión de la Universidad republicana y el traslado a Valencia en noviembre de 1936 del comité ejecutivo de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos, que integraba a la FUE. Muchos afiliados marcharon voluntarios al frente y otros se dedicaron a tareas de transformación social y cultural que propugnaba la organización. En guerra, la organización tomó posiciones revolucionarias. Creyó que había llegado el momento de la génesis de una nueva sociedad socialista que comportaba crear una nueva universidad democrática «del pueblo y para el pueblo», que pusiera sus conocimientos al servicio del pueblo (la clase obrera) y los trabajadores (Souto, 2013).
Merece destacarse la participaron de los estudiantes en diversas actividades, más allá de acudir como voluntarios a los frentes de Madrid, Teruel o el Ebro, o como soldados movilizados. Actuaron, en el frente y en la retaguardia, en diversos campos: abrieron nuevamente la Universidad Popular, atendieron las colonias escolares y las ampliaron (Buñol, Canals, Godelleta y Paiporta), participaron en las milicias de cultura, dando clase en el frente y en la retaguardia en las Brigadas de Choque para el Estudio y en el Instituto), llevaron las representaciones del teatro universitario El Búho, que dirigía Max Aub, al frente y a la retaguardia, poniendo en escena obras (Cervantes, Calderón, Valle-Inclán…) para soldados y vecinos en distintos espacios de Valencia y en otras ciudades como Alicante, Castellón, Gandía, Requena, Almansa, Hellín o en los Llanos, para las Brigadas Internacionales. Los estudiantes de Bellas Artes contribuyeron a la elaboración de carteles, folletos y murales dirigidos por el profesor Vicente Beltrán, mientras los estudiantes de Medicina y especialidades sanitarias participaron en muchas de estas actividades como Brigadas Sanitarias, sin que faltasen los de otras especialidades técnicas que lo hicieron en fortificaciones. Políticamente, el rasgo característico fue la unidad de criterio político de la FUE con otras organizaciones juveniles de los partidos y sindicatos del Frente Popular, especialmente las JSU. Con su presión y militancia, consiguieron, a principios de 1938, crear una Residencia de Estudiantes para alumnos de fuera de Valencia, que acabó ubicada en la Casa de la Cultura de la calle de la Paz, cuando esta fue trasladada, con el Gobierno, a Barcelona. También consiguieron becas para estudiantes necesitados, huérfanos de guerra e inválidos, que se concedieron a partir del curso 1937-38, así como matrícula gratuita además de para los becarios, para otros que lo justificasen. Estas becas, que eran de 200 a 450 pesetas mensuales con 12 pagas, se abonaban periódicamente (aunque con retraso) en la caja de la Universidad, a la que le transfería el fondo el Ministerio. Las concedía, previa solicitud de los interesados, una comisión de cada facultad integrada por el decano, el secretario y un representante de la FUE, y se le exigía al solicitante que acreditara «de modo suficiente» la adhesión a la República si no eran hijos de combatientes o huérfanos de guerra.
La participación de la mujer en cargos de representación de los estudiantes debe señalarse como aspecto novedoso, común a otros ámbitos, aunque era debido a la marcha de los jóvenes al frente. En la Junta de Gobierno se sentaron Nieves Rivot, Isabel Picazo o Ángeles Carrasco, que sustituyeron a Ricardo Muñoz Suay o Luis Galán. También participaron en colonias escolares, clases en barriadas, fábricas de guerra y talleres, en el teatro universitario El Búho y en talleres de la Escuela de Bellas Artes (Mancebo, 2003).
En cuanto a la investigación, suspendidas las tareas ordinarias, se activaron proyectos y actividades relacionados con las emergencias bélicas: trabajos de apoyo logístico a la defensa y difusión cultural y propaganda. Las principales actuaciones afectaron a los profesores de Medicina y Ciencias, o a las escuelas de Ingeniería. Entre las aportaciones más destacables de la investigación universitaria se distingue el estudio y la praxis médica de los problemas de alimentación de la población civil, campo en el que trabajaron los fisiólogos José Puche, catedrático de Valencia y rector, su maestro Augusto Pi Suñer, de Barcelona, y Grande Covián, joven investigador y discípulo de Negrín. Cuando las tropas franquistas sitiaron Madrid, Puche fue nombrado director del Instituto Nacional de Higiene y Alimentación, y estudió, con otros colegas, los problemas planteados por la carestía alimentaria y la dieta mínima para atender a la población y a los soldados del frente (aporte de proteínas, etc.), cuestión de la que se ocupó al principio del conflicto. En los últimos meses de la guerra fue nombrado por el presidente Negrín para ocuparse de la Dirección General de la Sanidad de Guerra, con lo que se trasladó a Barcelona. En su ausencia, Ramón Velasco Pajares, vicerrector y catedrático de Letras, actuó como rector en funciones. Desde el nuevo cargo, Puche dirigió la organización sanitaria del frente, que consistía en la preparación de unidades de asistencia en primera línea que atendían de inmediato a los heridos para poderlos evacuar en condiciones a instalaciones hospitalarias próximas y de la inmediata retaguardia. Acabada la guerra, se dedicó a organizar la asistencia a los refugiados políticos (Barona y Mancebo, 1989).
Otros campos de interés científico fueron las innovaciones en el tratamiento de heridas, donde Joaquín d’Harcourt, médico militar y jefe del Servicio Quirúrgico del Ejército republicano, en colaboración con otros colegas, usó vendajes oclusivos con sulfamidas para el tratamiento de las heridas y publicó trabajos relevantes sobre las fracturas, los trastornos tróficos por enfriamiento y la aplicación de sulfamidas (Baldó, 2002; Otero, 2017; Sánchez, 1999).
Los profesores de Ciencias de Valencia o los agregados de otras universidades trabajaron en la preparación química del vidrio para su utilización en la fabricación de fulminantes, investigaron sobre tetranitroanilina, aparatos reconocedores de sonidos (fonolocalizadores de aviones, en colaboración con el Instituto Nacional de Física y Química), descifrado de telegramas y estudio de claves, investigación de combustibles o sobre cuestiones de meteorología. Atendieron diversas necesidades militares y civiles como la enseñanza de matemáticas de utilidad inmediata en la guerra a alumnos preparados de los reemplazos llamados a filas; formaron a alumnos para el ingreso en las escuelas militares; dieron cursos de trigonometría y topografía a militares, así como manejo, interpretación y levantamiento de planos; prepararon a ayudantes de ingeniería militar; dieron clases teóricas y prácticas sobre el uso de transmisiones, cursos sobre explosivos y sustancias antigás, balística y emplazamiento artillero y fortificaciones; trabajaron en industrias militares; dirigieron fábricas de armamento, e instruyeron a obreros. Y, por supuesto, atendieron funciones de laboratorio. El Laboratorio de Química Orgánica de la Facultad fue adscrito al Ejército.
Los profesores de Medicina valencianos trabajaron en hospitales, clínicas y laboratorios atendiendo a soldados y población civil, y constituyeron equipos médicos especializados, además de formar a médicos y practicantes de campaña en la Facultad. Dieron además cursillos de tres meses sobre hemorragias y fracturas, vendajes, material sanitario de guerra y nociones de anatomía y fisiología.
Los profesores de la Facultad de Filosofía y Letras, en fin, atendieron la docencia en su facultad y en institutos de secundaria cuando se les asignó esta tarea, dieron ciclos de conferencias y clases en la Universidad Popular y explicaron «antifascismo» en centros militares; trabajaron en las oficinas de propaganda y, sobre todo, contribuyeron a la salvación del patrimonio artístico, bibliográfico y archivístico (a veces catalogando obras o documentos por vez primera). De la Facultad de Derecho no nos constan actividades de auxilio a la guerra, aunque no cabe duda que se hicieron.
En 1937 se crearon dos importantes instituciones culturales que, de haber continuado, hubiesen cambiado en profundidad el panorama cultural valenciano. La primera, en febrero de ese año, fue l’Institut d’Estudis Valencians, creado por la Conselleria de Cultura del Consell Provincial de Valencia a iniciativa y estímulo de Francesc Bosch i Morata y que presidió el rector José Puche Álvarez, con cuatro secciones: Histórico-Arqueológica (Ballester Tormo), Filología Valenciana (Gonzalvo París), Ciencias (Puche) y Estudios Económicos (Font de Mora) (AA. VV., 2014). La otra institución importante fue el Centro de Estudios Históricos del País Valenciano, que se creó en junio de 1937 (Gaceta de la República, 4-6-1937). Se instaló en el Colegio del Patriarca, y en su consejo rector tenía a profesores de la Universidad, a la que estaba adscrito: Luis Gonzalvo, José Deleito, José Ots Capdequí y Emili G. Nadal. Su función era la investigación de la historia del País Valenciano mediante seminarios y monografías, así como la divulgación de la historia y cultura mediante cursos, conferencias, exposiciones y estudios musicológicos (aprovechando y potenciando el rico fondo de documentación musical del antiguo Colegio del Patriarca). No menos destacables fueron las tareas que comportó la Junta de Patrimonio para el Traslado y Conservación del Tesoro Artístico en el Portall de Serrans y el mismo Colegio del Patriarca, en las que participaron los profesores del Centre d’Estudis Històrics del País Valencià. A estas instituciones debe añadirse la mejora del Museo de Ciencias Naturales, al incorporarle el Herbario del Dr. Carlos Pau Español, que fue comprado por el Ministerio al fallecer su propietario, adscrito a la Facultad de Ciencias y primer paso del Herbario del País Valenciano, creado en junio de 1938 (AUV, c. Ciències 424; 1938).
LA DERROTA DE LOS REPUBLICANOS
El 29 de marzo de 1939 la Universidad fue ocupada por el quintacolumnista Manuel Batlle, catedrático de Derecho de Murcia incorporado a Valencia. Se presentó en el rectorado con un grupo de profesores antirrepublicanos, estudiantes miembros del SEU y quintacolumnistas, y tomó posesión de la Universidad en nombre de Franco. Los militares franquistas que estaban ocupando la ciudad habían encargado a otros profesores esta tarea, pero Batlle, voluntarioso y sagaz, se adelantó. Inmediatamente empezaron las depuraciones, que recababan informes, avales, declaraciones y certificados, y se procedió a «sanear» la Universidad y ajustarla a la «nueva España». Paralelamente al proceso depurador, funcionaron el tribunal de responsabilidades políticas, que imponía multas (y que afectó a profesores como Mariano Gómez, Ots Capdequí o el propio Peset), y los consejos que guerra. En Valencia uno de ellos acabó en ejecución, el de Peset, pero los franquistas fusilaron a 28 profesores de enseñanza superior y profesional y a una bibliotecaria, que se reparten así: 8 de Granada; 5 de Madrid que, con Juana Capdeville, bibliotecaria, suman 6 víctimas en este distrito; 4 de Salamanca; 4 de Zaragoza; 3 de Valladolid; 1 de Oviedo (Leopoldo Alas), 1 de Sevilla; 1 de Alicante (Eliseo Gómez Serrano), y Peset en Valencia; más otros que murieron en la cárcel. La violencia política republicana fusiló a 9 profesores de enseñanza superior y profesional: 4 de Barcelona, 1 de las universidades de Madrid, Oviedo, Valladolid y La Laguna, y un profesor de la escuela de náutica de La Coruña. En Valencia, el emblema de la represión franquista en la Universidad y en la misma sociedad lo encarna el fusilamiento de Joan Peset Aleixandre el 24 de mayo de 1941.