Hijas del viejo sur

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Los líderes estudiantiles formaron el Student Nonviolent Coordinating Committee (SNCC), más radical y con menos lazos con la jerarquía eclesiástica que los seguidores de Luther King. Las mujeres de esta organización se hicieron cada vez más conscientes de la discriminación sexual, ya que las tareas se distribuían según los roles tradicionales. Las activistas Casey Hayden y Mary King escribieron el famoso artículo “Sex and Caste: A Kind of Memo” (Liberation 10, April 1966), sobre las mujeres en el SNCC, en el que quiparaban el tratamiento de la mujer con el de los afroamericanos. La polémica que siguió a este documento tan importante para el feminismo de finales del siglo XX llevó, entre otras peripecias, al chiste infame del líder Stokely Carmichael de que la posición de la mujer en la organización era la postrada. La Nación del Islam, grupo radical al que perteneció Malcolm X, se distinguió también por sus posiciones conservadoras con respecto al papel de la mujer en el movimiento.
A pesar de la participación activa de muchas mujeres blancas en el movimiento por los derechos civiles, no se logró un movimiento feminista interracial, fundamentalmente porque el feminismo blanco luchaba sobre todo por el acceso de la mujer al mundo laboral y no canalizaba las necesidades de la mujer negra y pobre. Aunque las feministas blancas erigieron a varias mujeres negras del sur (Fannie Lou Hamer, Gloria Richardson, Rosa Parks, Daisy Bates) como modelos para su lucha, la verdad es que el feminismo fue un movimiento eminentemente blanco. Al convertir el racismo en un problema incardinado en el problema del patriarcado, el feminismo era consistente con las jerarquías raciales imperantes en el país, y las experiencias de la mujer blanca constituían la base de su pensamiento. Así, según decían algunas feministas negras, “All the women are white” (Gilkes 283).
Consciente de las limitaciones del feminismo blanco para abordar los problemas de la mujer negra, cuya historia y experiencia desconocían las feministas blancas, Alice Walker acuñó el término womanism en 1981. Quizás la escritora que más se ha esforzado por conectar la cultura negra del sur con cuestiones tanto nacionales como globales, Alice Walker ha dedicado su vida y su obra a combatir la invisibilidad de la mujer negra, a dignificar y dar reflejo literario a la mujer negra corriente. En su labor como crítica y editora literaria, ha destacado por la recuperación de obras de otros escritores negros preocupados también por la mujer negra, como Zora Neale Hurston o Jean Toomer.
Alice Walker empleó por primera vez el término womanist en una reseña de 1981 sobre Gifts of Power, el estudio de Jean Humez acerca de la escritora negra Rebecca Jackson. Walker rechazó la consideración de Rebecca Jackson como “lesbiana” simplemente porque viajaba en compañía de otra mujer, y propuso el término womanism como más consistente con la tradición cultural negra y con unos valores de afirmación de la conexión con todo el mundo, independientemente de la orientación sexual de cada uno. Según Walker, “to be consistent with black cultural values … it would have to be a word that affirmed connectedness to the entire community and the world, rather than separation, regardless of who worked and sleeped with whom” (“Gifts” 81).
En el prólogo de la colección In Search of Our Mothers’ Gardens (1984), Alice Walker amplió y elaboró la definición del womanismo, al que considera como expresión de la historia y la experiencia de las mujeres negras, y como una potente fuerza cultural y una dimensión característica de la experiencia humana. La definición de womanist como “a black feminist or feminist of color” incluye el impulso liberador del feminismo en la definición. Pero Walker incardina el término en la cultura negra, en cuya tradición womanish se refiere a las chicas que adoptan comportamientos, a veces sexualmente arriesgados, de mujeres mayores. Además, Walker asocia el término con las responsabilidades de adulta que a menudo asumían las chicas negras para ayudar a sus familias y comunidades. Womanish, en contraste con girlish, apunta a las circunstancias de la mujer negra, que tuvo un desarrollo personal más tortuoso y a menudo más acelerado que la mujer blanca. Así, womanish es equivalente a “Responsible. In charge. Serious”. Womanist es también la mujer que ama a otras mujeres, sexualmente o no, y que prefiere la cultura, la flexibilidad emocional y la fortaleza femeninas, en consonancia con el rechazo del patriarcado. Al mismo tiempo, el womanismo se aleja del individualismo y se compromete con el ideal de “survival and wholeness of entire people, male and female”. El womanismo es, además, “Traditionally universalist” y trasciende todas las barreras, especialmente las de raza y clase social. Es más, el womanismo celebra aspectos de la cultura femenina negra denostados por la cultura blanca imperante. La “womanista” ama el Espíritu, que trasciende el concepto tradicional de un Dios personal, masculino y blanco. La “womanista” “loves love and food and roundness”, en contraste con la ética calvinista y capitalista de los blancos y sus rígidos códigos de género que a menudo provocan trastornos alimenticios. La “womanista” “Loves struggle”, en consonancia con el activismo político que caracteriza a la mujer negra, y “Loves herself. Regardless”, en contraste con el auto-odio producido por una larga tradición de opresión racista (“Womanist” xi-xii). Con el womanismo Alice Walker pretende, como el propio vocablo —calcado del término “feminismo”— indica, no solo dar más profundidad al feminismo sino también dotarlo de toda la trascendencia proporcionada por la larga tradición de creatividad, sufrimiento y activismo de la mujer negra.
La mujer escritora y el reflejo literario de sus problemas
Muchas mujeres sureñas, educadas precisamente para suprimir y silenciar su yo, y para vivir en una feliz ignorancia, encontraron en la ficción el vehículo adecuado para expresarse y encontrar su identidad como mujeres. Muchas veces bajo la excusa de que la ficción es inventada, la mujer escritora pudo expresar públicamente unas verdades que unos ignoraban y otros preferían silenciar, y remover el velo del idealismo evasivo que impedía ver la realidad. En The Awakening (1899), Kate Chopin trató directamente el tema del derecho de la mujer a autoexpresarse y a buscar su propio yo, a deshacerse de la pesada carga de la ladyhood. Y, como todas las escritoras, las del sur han intentado desde siempre encontrar y expresar su voz individual y resistir, así, las fuertes presiones a favor de la uniformidad.
No hay medio más adecuado que la literatura para constatar el desarrollo y las contradicciones de la feminidad en el sur. Prácticamente todas las escritoras de dicha región recibieron una educación orientada a convertirlas en ladies hermosas, frágiles, puras y sumisas. El conflicto entre las exigencias de esta imagen imperante en su cultura y sus propias necesidades como personas constituyó un motor importante de su obra creativa. El conflicto y el rechazo parecen inevitables cuando el propio concepto de la lady suscribía expresamente la anulación de la autonomía personal. Nada mejor que la mujer creativa y a menudo iconoclasta para detectar y denunciar las contradicciones internas del mito que a menudo exige a la vez inteligencia y sumisión, fortaleza y fragilidad, para enfrentarse al complejo entramado constituido por la raza, la clase social y la sexualidad. Las escritoras del sur han expuesto desde hace mucho la pesada carga que supone para la mujer blanca su identificación (no creada por ella) con toda una civilización y su condición de emblema del patriotismo y de la supuesta excelencia del sur, sin olvidar la relación de dicha imagen con un sistema basado en la opresión racial, ni el alejamiento de lo físico y lo sensual al que la obligaba precisamente su condición de símbolo de la supremacía blanca.
A lo largo de la historia las escritoras sureñas reaccionaron de distinta manera ante la situación de conflicto entre los códigos de género imperantes y sus aspiraciones y creencias personales. Fueron varias las que rechazaron cualquier apariencia de conformismo y criticaron la sociedad sureña con fiereza. A menudo la crítica iba unida al abandono del sur, y la residencia en otros ambientes proporcionaba nuevas perspectivas a los posicionamientos de dichas mujeres sobre los problemas del sur. Convencidas de que no eran seres inferiores, las famosas hermanas Grimké, de Charleston, se fueron al norte (Sarah en 1821 y Angelina en 1829), desde donde atacaron los presupuestos en los que la sociedad sureña basaba su imagen de la mujer, incluyendo, por supuesto, la esclavitud. En 1852, Sarah Grimké escribió que “the powers of my mind have never been allowed expansion; in childhood they were repressed by the false idea that a girl need not have the education I coveted” (en Jones 27; en Scott 64). Según Anne Firor Scott, hubo algo en las experiencias juveniles de estas dos hermanas que les proporcionó una independencia mental poco común en la mujer del siglo XIX y que las hacía comparables a Mary Wollstonecraft y Margaret Fuller (64). En 1837 Sarah Grimké publicó Letters on the Equality of the Sexes, que para Scott constituye “a lucid critique of the whole nineteenth-century image of women” (61-62).
Aunque según sus biógrafos fue una devota esposa y madre, Kate Chopin se rebeló, al menos en su imaginación, desde sus primeros escarceos con la literatura, contra las restricciones que convertían a la mujer en una esclava. Significativamente, tituló su primer sketch, escrito al menos veinte años antes de convertirse en escritora profesional, “Emancipation”, título que supone un paralelismo intencionado entre la situación de la mujer y la de los esclavos. El sketch trata de la emancipación de un animal que un día encuentra su jaula accidentalmente abierta. Dicha jaula es un anticipo simbólico del espacio restrictivo y protegido de la esfera doméstica en la novela The Awakening, en la que la protagonista Edna Pontellier vive la vida restringida de la esposa y madre convencional. El animal se siente atraído por “the spell of the unknown” y, una vez que abandona la jaula en la que tenía garantizada la protección y el sustento, se niega a regresar y prefiere vivir la vida con toda su carga de “seeking, finding, joying and suffering” (“Emancipation” 177, 178). En The Awakening, Edna se comporta como el animal que prefiere la exploración de su ser y del mundo a la seguridad de la jaula del matrimonio convencional en una sociedad patriarcal, incluso a sabiendas de que el precio de la libertad es a menudo la inseguridad y el sufrimiento. Una vez superado el miedo inicial, tanto el animal como Edna se encaminan hacia lo desconocido para acabar despertando a un nuevo mundo y, eventualmente, un nuevo yo.
En la última década del siglo XIX, Ellen Glasgow, de una familia aristocrática de Virginia, inició su carrera literaria postulándose como una férrea defensora de nuevos ideales de conducta y nuevos modelos literarios, defendiendo un realismo hasta entonces ausente de la literatura del sur. Glasgow conmocionó a la rancia aristocracia de Richmond con sus planteamientos abiertamente feministas, su lucha activa por el sufragio femenino y su renuncia a amoldarse al prototipo de la lady. En las primeras fases de su carrera se convirtió en una auténtica iconoclasta con su rechazo de las tradiciones heredadas del Viejo sur y su ataque despiadado a muchas convenciones sociales y actitudes intelectuales que consideraba caducas. Era una época en la que la mayoría de sus coetáneos todavía nutrían su imaginación con las ilusiones, los mitos y las leyendas propagadas por las novelas románticas del período, en las que el sur seguía glorificando unos valores ya derrotados en la guerra civil. En la mejor y más lograda de sus primeras novelas, Virginia (1913), Glasgow satiriza con acierto y maestría lo que ella llamaba el “idealismo evasivo” de unos individuos incapaces de aceptar cualquier aspecto de la realidad que entrase en conflicto con su idealismo. La novela traza la trayectoria vital de Virginia Pendleton, la lady sureña que fracasa estrepitosamente debido a su incapacidad para adaptarse al dinamismo de los nuevos tiempos. Incapacitada por una educación que fomenta el sometimiento y la pasividad, Virginia carece de recursos para afrontar acontecimientos inesperados, y ni sus elevados ideales ni sus buenas intenciones tienen relevancia alguna en un mundo nuevo que acaba por hundirla.
En Their Eyes Were Watching God (1937), Zora Neale Hurston nos legó el retrato de Janie Crawford, una mujer negra que busca su propio espacio tanto físico como espiritural. En su empeño por liberarse del control masculino y de todos los que quieren dictar y definir su realidad, Janie habita en una sucesión de espacios que representan diferentes modalidades de identidad, hasta que consigue triunfar en su rechazo del espacio como medio de opresión. En el caso de Janie vemos cómo las mujeres encerradas en la esfera doméstica por maridos opresores, y disminuidas en lo personal por una sociedad que las considera inferiores, tienen restringido el acceso tanto al mundo exterior como a su propio espacio interior.
El sur ha sido tradicionalmente un hogar que hace difícil la vida de las hijas cuya feminidad anticonvencional cuestiona el dominio del llamado cult of true womanhood. Carson McCullers compartió con su coetánea y admirada Lillian Smith la oposición a una falsa lealtad a fantasías como la tradición sureña o la supremacía blanca, y el rechazo de las rígidas y opresoras dicotomías entre los masculino y lo femenino, lo blanco y lo negro. Las dos coincidieron en la inclusión en su producción literaria de la conexión entre la opresión de los negros y la de la mujer. El intento de clasificar el deseo sexual como inequívocamente heterosexual u homosexual es el producto de una polarización arbitraria e injusta, comparable en muchos aspectos al empeño por establecer una distinción radical entre los blancos y los negros. La bisexualidad de McCullers y el lesbianismo de Smith las convertía en transgresoras de las normas, y la soledad y exclusión que sentían en el sur pudo tener mucho que ver con su oposición a la exclusión de los negros y a cualquier ideología opresora. Los pronunciamientos de estas dos escritoras en contra de la segregación, junto con su sexualidad no convencional, les granjearon la crítica y el rechazo de muchos sureños conservadores. Mientras que Lillian Smith permaneció en el sur instando a las mujeres a denunciar la segregación racial como una práctica moralmente inaceptable y a rechazar una ideología según la cual la segregación era necesaria para preservar la santidad y la excelencia de la mujer sureña, Carson McCullers se fue a Nueva York a los diecisiete años, en 1934, y otra vez en 1940, ya casada con Reeves McCullers, y con la intención de no vivir nunca más en el sur. En Nueva York McCullers encontró una ciudad famosa por su floreciente cultura de sexualidades alternativas, que contrastaba con la insistencia de la cultura sureña en imponer definiciones sexuales rígidas y en reprimir cualquier comportamiento sexual anticonvencional. En un artículo titulado “Brooklyn Is My Neighborhood” expresó su satisfacción por la variedad de gente y costumbres que la rodeaba y por la complejidad y diversidad de un entorno en el que todos aceptan las excentricidades de los demás. En contraste con el conformismo y la homogeneidad de la cultura sureña, Brooklyn le satisface por ser un lugar en donde “everyone is not expected to be exactly like everyone else” (226).
Los personajes femeninos de Carson McCullers que más han atraído a los críticos no son los heterosexuales, escasos en su obra, sino los más autobiográficos, los que reflejan la ansiedad provocada por la ambivalencia sexual de la autora: las adolescentes poco “femeninas” Mick Kelly en The Heart Is a Lonely Hunter y Frankie Addams en The Member of the Wedding, así como la hombruna adulta Miss Amelia en The Ballad of the Sad Café. Se trata de mujeres que sufren angustiosamente su problemática indefinición sexual, la inadecuación de sus cuerpos y de sus psiques al ideal sureño de feminidad. Tanto Mick como Frankie sienten las penalidades de su estado liminal, no solo entre la infancia y la vida adulta sino también entre lo masculino y lo femenino. El cambio imparable y brusco que caracteriza a la propia adolescencia contribuye a expresar el rechazo de McCullers y de estos personajes hacia la noción de una identidad sexual rígida e inmutable. Las dos adolescentes oscilan entre el deseo de incorporarse al mundo femenino y el rechazo de una feminidad que supone pasividad y renuncia a toda ambición. Con sus nombres y aspiraciones “masculinas”, Mick y Fankie luchan inútilmente por escapar de los códigos de género imperantes. Frankie llega a fantasear con un mundo de transitividad sexual tan radical en el que “people could instantly change back and forth from boys to girls, whichever way they felt like and wanted” (Member 116). Miss Amelia, la protagonista de The Ballad of the Sad Café, retiene sus rasgos masculinos en la vida adulta, lo que la convierte en una seria amenaza para un statu quo basado en rígidas demarcaciones de género.
Aunque nunca se distinguió por reivindicaciones políticas explícitas ni por una oposición manifiesta a las convenciones sociales de su región, Eudora Welty reflejó en su narrativa una concepción ambivalente de la familia como fuente simultánea de sustento y de factores restrictivos para la personalidad individual. Las respectivas familias de sus novelas Delta Wedding y Losing Battles tienden a categorizar a los individuos de forma estrecha y absoluta, y a vivir una vida aislada y cerrada, de manera que cada familia ve la realidad como le conviene. En The Optimist’s Daughter (1972), la mejor novela de Welty y la más abiertamente autobiográfica, la protagonista Laurel McKelva descubre que el apego a la familia y al hogar paterno es fuente de regeneración pero también de opresión, y que hay que dejar de vivir exclusivamente en el pasado familiar. La hija pródiga que ha vuelto a casa con motivo de la muerte de su padre, Laurel encuentra finalmente la manera de aceptar el pasado representado por la casa paterna sin dejarse atrapar por él. Al final se va para siempre —regresa al norte— y en adelante su lugar de origen va a ser una fuente de energía vital, pero alojada en el recuerdo, y nunca como objeto de posesión física.
Las autoras de fechas más recientes reflejan de manera diversa y variada los cambios vertiginosos en la cultura sureña: la creciente urbanización, las nuevas relaciones interraciales, los nuevos roles femeninos, la disminución del apego a la familia y al lugar de origen, y las complejas relaciones del individuo con la tradición familiar. Las protagonistas creadas por las nuevas escritoras del sur de la era posmoderna están a menudo confundidas por los nuevos constructos de su cultura e inmersas en la lucha por forjarse una identidad mientras todo en su entorno está cambiando, y las estructuras familiares y comunitarias se resquebrajan irremisiblemente. Los cambios acelerados tienen un componente negativo para el individuo, que se siente desorientado sin el sostén de la institución familiar, y sin lugares ni relaciones estables. Pero el cambio tiene también su vertiente positiva, y en el sur contemporáneo de la ficción de autoras como Bobbie Ann Mason, Lee Smith o Jill McCorkle el cambio social se ve como algo que, aunque tenga aspectos traumáticos, es siempre positivo, sobre todo para las mujeres. Estas encuentran más estímulos y diversidad en sus vidas, más libertad para expresarse y realizarse, y mayores facilidades para liberarse de estereotipos paralizantes. La pérdida de los supuestos beneficios de la comunidad tradicional (estabilidad, sentido de pertenencia, protección) resulta más que compensada por la desaparición de los aspectos negativos (la negación de flexibilidad, movilidad y autonomía personal a la mujer).
Las escritoras contemporáneas han cambiado el foco de la lady sureña a la mujer ordinaria, para tratar las nuevas preocupaciones de la mujer en una región cuyas tradiciones de apego a la tierra y a la familia han perdido toda su autoridad. Es más, estas escritoras muestran también que los valores idealizados del pasado a los que se aferran los nostálgicos incapaces de asimilar el flujo imparable del mundo posmoderno no eran tan sólidos ni tan sanos, sino portadores de horror, angustia y culpa, como descubre la protagonista de la novela Tending to Virginia (1987), de Jill McCorkle. Nacidas en un mundo en transición, estas escritoras analizan los conflictos entre los valores conservadores de las pequeñas comunidades en las que se criaron y las nuevas costumbres del mundo cosmopolita y progresista al que ellas mismas accedieron precisamente gracias a las oportunidades proporcionadas por los cambios culturales.
En Tending to Virginia, Jill McCorkle analiza los efectos perniciosos de una excesiva nostalgia por un pasado y unos valores a los que se atribuye una ilusoria estabilidad. La protagonista, Virginia Sue, asustada por las responsabilidades de su primer embarazo e insegura del amor de su pareja, intenta evadirse de un entorno competitivo, fragmentado y cambiante mediante el retorno a la cooperación y al sustento espiritual del hogar familiar. Virginia termina por descubrir que el hogar paterno y la familia extendida albergan horrores y corrupción, y que la seguridad que prometen es en gran medida ilusoria. Se da cuenta al fin de que tiene que asumir el control de su propia vida, de que el precio a pagar por las nuevas oportunidades de la mujer es la incertidumbre y la ansiedad del presente mutante en el que no existe la protección de la familia extendida. A Virginia le aguarda un nuevo comienzo y un nuevo yo que surge, como en The Optimist’s Daughter, de la reevaluación del pasado.
En sus primeras obras, Bobbie Ann Mason reflejó su convicción de la pérdida de vigor de valores como el apego al pasado, a la tierra, o a la familia que tradicionalmente habían distinguido a la literatura y cultura sureñas, y se distinguió por la creación de personajes femeninos expertos en la adaptación a los nuevos tiempos. En el sur contemporáneo, mucho más abierto y flexible, las mujeres creadas por Mason sienten ansiedad y confusión, pero disfrutan de mucha más libertad que las de generaciones anteriores, y son conscientes de que en la sociedad presente la movilidad y el cambio son indispensables para el desarrollo personal. Sin dejar de ser consciente de los desequilibrios causados por los cambios bruscos que alteran las relaciones sociales, Mason ha sido siempre receptiva a dichos cambios y los considera beneficiosos, sobre todo para la mujer, al darle la oportunidad de experimentar nuevos modos de vivir y de liberarse de roles sociales caducos y restrictivos. Norma Jean, la protagonista de “Shiloh”, y Aunt Opal, de “Love Life”, son perfectamente conscientes de los beneficios de las nuevas costumbres para la mujer y del efecto paralizante de tradiciones que anulan la creatividad. La primera se alía con la modernización y rechaza el pasado y todos sus rituales, incluido el del matrimonio, en contraste con su marido desorientado que mira al pasado en busca de soluciones. Al final, lo vence fácilmente porque tiene más recursos: tiene un trabajo y algo de educación superior, y el vivir casi siempre sola durante los quince años que su marido fue camionero le ha dado autonomía individual y fortaleza interior.
Jenny, la protagonista de “Love Life”, busca en la tradición cultural y familiar, representada por la burial quilt,1 la seguridad y la estabilidad que no encuentra en sí misma ni en el mundo moderno. En cambio, su tía Opal intenta aprovecharse de las ventajas que le proporcionan los tiempos modernos que le dan una libertad que no tuvo en el pasado. Los viejos edredones de la familia son para Jenny una oportunidad de conectar con un contexto cultural que dé sentido a su vida. Opal, en cambio, tiene las colchas escondidas porque las considera más una carga que un tesoro, un recuerdo de los valores del pasado, que relegaban a la mujer a las duras y monótonas labores domésticas. Según Elaine Showalter, Jenny se asemeja a las académicas feministas que magnifican la importancia de la llamada women’s culture, mientras que Opal sería la voz del sentido común en su deseo de olvidarse de la burial quilt que expresa soledad y opresión, a fin de abrirse a un presente más democrático y flexible para la mujer (Sister’s Choice 165). Mason dijo en más de una ocasión que su interés se centra en los individuos, sobre todo mujeres, que sacan ventaja de las posibilidades que ofrece una cultura cambiante, más que en aquellos que se ciñen a los viejos usos de su mundo restringido y provinciano, los que cierran los ojos y ponen anteojeras a fin de protegerse de influencias externas (“Poised”).










