- -
- 100%
- +
—¿Sí, lo crees? —respondí.
—Sí, soy muy afortunado.
—Ernesto, ¿tienes pareja?
Fue la pregunta mas difícil, la que no se necesitaba hacer. Era como paralizar todo lo bonito que estaba surgiendo.
—Sí, me estoy divorciando —respondió.
Típico en hombres que quieres coger. Quedé pasmada, sabía que un hombre que me estaba empezando a parecer interesante no iba a estar soltero, era demasiado hermoso para ser real.
—¿Y tú? —Ernesto devolvió la pregunta.
«Puta mierda, ¿por qué pregunté?». Iba a terminar de arruinar aquella mañana si daba mi respuesta. Pero me llené de valor y respondí mintiendo:
—Sí, tengo novio.
Los dos nos quedamos pensativos, pues ya estábamos hablando de alguien más. ¿Qué podría destruir lo que ese día estaba a punto de pasar?
Obvié el tema, él creo que también; solo quería disfrutar de lo nuevo que estaba experimentando en mi vida.
—¿Qué harás el fin de semana? —preguntó.
—Iré a Punta Cana. ¿Quieres ir conmigo?
—Mi vuelo es el domingo; no podría ir. Partiré de regreso a mi destino.
«¿Quééé? O sea, que toda esta aventura llegará a su final. Porque él ya partía», pensé.
Nuevamente, salió ese príncipe encantado que, poco a poco, te va ilusionando e involucrando en un sentimiento extraño al que aún no podía llamar «amor». Él, con aquella voz dulce, pero estúpido y cursi a la vez, exclamó:
—Pero si me convences con otra de tus sonrisas, cancelo el vuelo y nos vamos.
—¿Qué? ¿Cancelarás tu vuelo?—pregunté.
—No me creíste cuando te dije, en nuestra primera cita juntos, que por ti haría todo.
—Tampoco exageres, pero ¿estás dispuesto a vivir esto conmigo?
—Hasta que te vayas —respondió él.
No podía creer lo que estaba escuchando. Un hombre estaba dispuesto a cancelar un viaje por mí, por permanecer a mi lado. Por seguir viviendo juntos esa sensación maravillosa de aventura, de retos, pero de miedos a la vez.
—Debo reconocer que me has impactado; es que mirarte a los ojos es irresistible, tu olor, tu risa…, es más, quédate a mi lado —le dije.
Quería sentir eso y despertó ese deseo que los humanos llamamos carnal. No tuve que insistir mucho cuando me respondió:
—Pues me quedo.
Fue maravilloso escuchar eso. Estábamos comprometidos, pero ambos deseábamos entrar en ese infierno interesante de ser amantes.
—Tengo mucho que hacer hoy; te veo mañana en el apartamento, quiero cocinar para ti —le dije.
Otra cita más, las cosas cada vez se volvían más significativas. Qué le podíamos hacer si dos personas comprometidas buscaban desesperadas ahogarse en una aventura de amor maravillosa.
Llegó la siguiente noche romántica, ya mis amigas habían partido a sus casas. Estábamos solos, en el balcón de aquel piso número 9, en una torre y con dos copas de vino. Sentía que él esperaba de mí todo lo que un hombre y una mujer desean. Penetrarnos.
¡Pero no! Había una confesión antes de iniciar este juego de amantes, incluso antes de que cambiara su vuelo aquel domingo.
—Soy casada —dije fríamente, como dispuesta a enfrentar lo que venga—. Y sé que a partir de que se acabe esta cena no querrás verme y te sentirás feliz de no haber cancelado tu vuelo aún.
—Soy casado con niños —respondió él.
Tragué lento, no podía creer que estuviese entregando mi tiempo a una persona casada, aunque yo también lo estaba. Era algo egoísta este pensar.
Y entonces él continuó:
—Ahora, por tu honestidad, te admiro más, y estoy dispuesto a pagar un precio y correr el riesgo para tenerte a mi lado.
—¿De verdad? Yo tenía miedo de que pensaras lo contrario —le dije.
—Solo déjame decirte que eres una mujer increíble.
—Entonces, ¿amantes? —pregunté atrevidamente.
Y él, con su encantadora voz, respondió:
—Sí, amantes, aunque pertenezcamos a camas diferentes, aunque juzgue la gente.
Hubo risas, estábamos tan felices que no importaba nada más que nuestro mundo. Un beso cerró aquella propuesta.
Aunque esa noche no hubo sexo, empezamos a ser amantes de corazón, de almas, de necesidad el uno del otro. Otra noche más que terminaba conociendo a un ser increíble, que aún seguía aceptándome con mi cruz.
Ernesto viajó a Punta Cana, primero que yo. Y nuevamente, esperaba horas por mí.
Otra vez llegué tarde, pero ahora sentía tristeza por haberlo dejado esperando tres horas más. No era justo. Aunque él estaba dispuesto a esperarme, no se lo merecía.
Llegué, él me miró, me abrazó y se olvidó del tiempo de espera. Me besó y dijo:
—Si hay alguien a quien estaré siempre dispuesto a esperar el resto de mi vida, es a ti, Leny. Te lo juro. Eres mi alma gemela.
—No me digas eso, Ernesto.
Eran las palabras que necesitaba escuchar desde hacía años. Lloré por un momento, no podía creer que una noche en un restaurante pudiera ser tan maravillosa y que, esa noche que brindamos, sellásemos un pacto de un amor que estaba empezando a renacer. Volví, me dirijí hacia él y le pregunté:
—¿Te arrepientes de cancelar tu vuelo?
—La próxima vez que me llegue a arrepentir de algo será de no haberlo intentado.
Llegamos al apartamento, estábamos en el sofá cuando llegó el momento de volvernos a besar, a tocar. Con una pasión salvaje, empezamos a desvestirnos y nos entregamos con intenso deseo. Me rompió el sostén, con su boca me quitó el panty y empezó a lamer mi vagina; sentí que volaba, era algo inexplicable. ¿Dónde estaba escondida tanta pasión, tanta química? Cuando nuestras pieles se tocaron, pecho con pecho, era como si nos hubiésemos conocido de toda la vida, éramos almas gemelas y llegó el momento esperado: la penetración fue mágica, suave pero salvaje e intensa a la vez; tan deliciosa que sentí que lo amaba. Nos desconectamos de este mundo y entrábamos en otro. Un mundo donde no importaba nadie más, convirtiéndonos en uno solo. En una sola piel, en una sola alma, un solo respirar, en un solo orgasmo. Fue una noche prohibida, pero fue una noche para siempre.
Era algo desenfrenado, cada cinco minutos queríamos estar encima del otro y así pasamos toda la noche.
Al día siguiente me desperté y vi que no estaba a mi lado. Me puse nerviosa. «Será que fue un sueño. No, no, ahí está su ropa». Vi una nota en la mesa: Amor, fui a comprar desayuno.
Así que, rápidamente, aproveché la oportunidad para llamar a mi esposo y decirle que todo estaba bien, aunque sé que él fue a hacer lo mismo y que quizás por respeto no me lo dijo. Estuve más tranquila cuando llamé a mi esposo.
Empecé a recordar cada minuto de esa noche y me dije: «¿Quién es este hombre?».
Será que Paulo Coelho tenía razón cuando mostró en su libro, La bruja de Portobello, que si un hombre, que no conocemos en lo absoluto, nos llama hoy por teléfono, charlamos un poco, no insinúa nada, no dice nada especial, pero aun así nos presta la atención que realmente no recibimos por nuestra actual pareja, somos capaces de acostarnos con él esa misma noche relativamente enamoradas. Y, es que, somos así, y no hay nada de malo en ello; es propio de nuestra naturaleza femenina: abrirse al amor con gran facilidad.
Después de tanto tiempo de leer este párrafo, entiendo que sí tenía razón, porque no solo fue su conexión, sino que estaba también en la necesidad de encontrar a un hombre que no fuera mi esposo, aunque me convirtiera en su amante. Un amante que volviera despertar lo que despertó Ernesto anoche.
Y la necesidad hace que los ladrones no sean tan culpables. «Adiós, culpa, disfrutaré de esta semana». Sonreí.
Llegó Ernesto con unos shorts, sandalias y una bolsa en la mano.
—Te traje un bikini. Vamos a la playa.
Me sonreí nuevamente y con un beso le di las gracias. Caminamos, fuimos a la playa y en un restaurante frente al mar hablamos de negocios. Era todo exquisito, excelente. El clima estaba delicioso, con unos treinta grados y, junto con el viento del mar, hacían el ambiente perfecto.
Al llegar la noche subimos a la azotea de aquel penthouse en Punta Cana. Ese lugar es uno de los destinos turísticos más hermosos y reclamados del país por sus grandes variaciones de hoteles con el «todo incluido», pero lo que lo hace sensacional son sus hermosas playas. La playa es un buen ejemplo de maravillosa costa tropical con blancas arenas y cristalinas aguas azules, rodeada por numerosas palmeras. En esas aguas se pueden practicar todo tipo de deportes acuáticos, como snorkel y buceo, pudiendo explorar el mayor arrecife de coral de toda la isla, de unos 30 km de extensión. Además, se puede realizar un circuito en barco con fondo de cristal en el que se puede observar el arrecife.
Estábamos en un penthouse, en la azotea, y mientras Ernesto se bañaba preparé dos almohadas, un vino y dos copas. La vista eran la luna y las estrellas. Quería cerrar con un broche de oro aquel fin de semana en Punta Cana.
Acompañados de esa hermosa noche, más la sensacion de tenernos el uno al otro. Tirados en el piso mirando al cielo, contemplamos aquella luna y celebramos el encuentro de nuestras partes.
Ernesto comenzó a hablar con voz de plenitud.
—Estamos locos. No pensé vivir tanto en tan poco.
—Tampoco yo me hubiese imaginado una noche tan especial con un desconocido.
—Mi amor, ¿dónde estabas? —me preguntó Ernesto.
—Estaba ocupada, pero no sé en qué.
—¡Qué encuentro, amor, el de nosotros sin planearlos!
—Tienes razón, Ernesto. Al restaurante al que fui esa noche no era al que tenía pensado ir. Y a Santo Domingo tenía planes de venir el próximo mes. Pero todo pasó así.
—El destino te pone personas frente a ti, y no precisamente con un traje de gala. La vida, el universo, te ponen lo extraordinario, en frente de ti. Está en ti si tomas ese amor o lo dejas ir.
—¿Cómo nos damos cuenta de que sí es amor?
—Concéntrate en darle la oportunidad a que tu energía fluya, en cómo habla, en cómo miras la persona que esta en frente de ti.
—¿Sabes? Agradezco a la vida por corresponder a la invitación de la felicidad.
Se acercó más a mi y me besó.
—¿Sabes, mi reina? Anoche, el rato que pudimos dormir, fue como un sueño mágico, porque al sentirte a mi lado era como si nos perteneciéramos. Sentir tu calor, tus suspiros, el latido de tu corazón con el mío, eran como un volcán a punto de entrar en erupción; tus delicadas manos sobre mi pecho, tus piernas enlazadas con las mías. Fue el sueño que no tenía desde hace años —dijo Ernesto.
—Yo dormí de la misma manera, como si estuviera en el paraíso, sin miedo a nada.
Se dice que tienes mejor sueño y puedes dormir la noche completa si estás al lado de la persona correcta.
Volteé y lo miré, con mis grandes y hechizantes ojos, los cuales conteplaban los de mi otra parte, y le pregunté:
—¿Qué es esto? ¿Cómo se llama a lo que sentimos en tan poco?
—No tengo una definición, mi reina, pero sí sé que esto es amor.
—¿Lo crees? —sonreí con picardía.
—Estoy seguro, o explícame cuántos besos van después del primero. —Él sonrió—. Amor, todo lo que declaré será manifestado.
—Hablando de declaraciones, ¿crees en Dios? —pregunté .
—Sí. No solo creo, lo conozco.
—Y esto que estamos haciendo, ¿está mal? Siento que somos amantes inocentes de lo que sentimos.
—Sí, está mal, de eso estamos conscientes.
—¿Podría Dios escuchar la oración de dos amantes?
—Oremos —dijo Ernesto.
Mientras volvíamos nuestro rostro al cielo, decíamos: «No somos dignos de hablarte, pero aquí estamos sabiendo que somos pecadores. Solo queremos agradecerte por ponernos en el camino. Y que nos perdones por sentir esta energía sobrenatural tan fuerte; al final queremos ser dirigidos por tu camino. Amén».
—¿Crees que Dios escuchó a estos dos amantes? —pregunté.
—Dios no tiene acepción de personas . Cuánto me hubiese gustado encontrarte en otra circunstancia y ser feliz en los estatutos de Dios. Eres la mujer perfecta para mí, pero qué tarde te conocí.
—Ernesto, nunca es tarde para amar y cumplir con los estatutos de Dios.
A pesar de ser una pecadora , tenía un cierto temor a un ser supremo. Lo sorprendente de esto es que ambos sentíamos el mismo fervor hacia Dios, aunque nuestras almas estuvieran descarriadas.
Estaba a punto de terminar otra noche, donde la luna y las estrellas se hicieron las anfitrionas. Se terminó la botella de vino, se terminó el deseo de hablar, el deseo de preguntar; ahí fue cuando las estrellas brillaban más que nunca. Empezó su cuerpo frío por la noche a calentar como el mío, empezaron sus ojos marrones claros a llenarme todo mi cuerpo, empezaron sus manos a acariciar las mías, empezaron nuestros corazones a latir rápidamente. La noche estaba a nuestro favor, y el universo conspiró para abrazanos. Nos pusimos de pie y bailabamos; empezó a nublarse y una nube de lluvia cayó sobre nosotros, pero bailabamos, bailabamos al ritmo de la noche. Dos extraños bailando bajo la lluvia convirtiendonos en amantes al compás.
Dos extraños bailando como si se conocieramos de toda la vida, como si en una época pasada hubiesemos estado juntos y ahora nos hubieramos reencontrado. Mientras bailabamos nuestros cuerpos estaban más y más cerca, la sensación de su suspiro era maravillosa, era un exquisito éxtasis. Nuevamente empezamos a besarnos, y ese beso volvió a llevarnos a lo prohibido. Pero para nosotros era la gloria.
De esos momentos pasamos muchos días y noches juntos de esa última semana, aún regresando a Santo Domingo. Ya casi se acercaba la hora de su partida; estaban llegando las horas de volver a la realidad. Ya en la madrugada él partía a su destino, con su vida, y en dos días yo a la mía. Era difícil dar tanto en una semana y perderlo así, de repente.
No sabíamos si nos volveríamos a ver o qué pasaría con nuestras vidas. A Santo Domingo, desde ese día, la llamé «la ciudad del reecuentro», y no cualquier reencuentro, sino el de dos almas que se reecontraron teniendo sus parejas, pero sí, sabíamos que eramos mitad. En la comida del día anterior, mientras estábamos en el bar del hotel en el que él estaba hospedado, volví a mirarlo, pues era mi parte favorita al estar junto a el: mirarlo. Le comenté:
—Estoy segura de que eres mi otra parte.
—¿Por qué lo piensas? ¿Qué es para ti la otra parte?
—Según la leyenda, en la antigüedad, no había tantas personas como ahora, y creo en la rencarnación, en una vida después de la muerte. Confirmo que con lo que nos pasó en este poco tiempo, y ese amor que resurgió, no es normal ni una casualidad. Tuviste que ser parte de mi existencia en una vida pasada.
»Cuando una persona muere, según la leyenda, su alma se divide en dos mitades: una masculina y otra femenina. Y solo cuando se siente un amor inmediato, ese brillo en los ojos cuando me miras confirmó que eres mi mitad.
»Y nos basta con saber que ambos somos felices. ¿Hay días que te has sentido triste y no tienes idea de por qué? En ese momento tu mitad está pasando por una mala situación. Tu alma gemela, que esta en alguna parte del mundo, necesita un abrazo tuyo.
»Entonces es cuando la desesperación de encontrar a la otra parte se apodera de nosotros, y, aunque tenemos una pareja, no nos sentimos llenos, porque sabemos que no es nuestra otra parte. Y es ahí cuando empezamos a buscar el amor en otras almas.
—¿Cómo sé que eres mi mitad?
—A ver, Ernesto, ¡mírame! ¿Qué sientes?
—Siento que mis ojos se mezclan con los tuyos.
—Ahora, ¡bésame! ¿Qué sientes?
—Siento que tu mundo está ligado al mío.
—Ahora, ¡abrázame! ¿Qué sientes?
—Que somos uno y que tú eres mi otra parte.
—Listo, es todo lo que quería escuchar. ¿Y sabes qué es lo más increíble? Que para volver a juntarnos pasamos hasta más de cien reencarnaciones. Pero hoy estás aquí.
—Nos encontramos, mi amor, nos reencontramos.
Si las demás mujeres supieran que, aunque pasen desengaños, decepciones o malos amores, nunca deben dejar de buscar el amor verdadero… No importa que te digan «puta», no importa que te digan «cuero». Este es el objetivo principal: que vinimos a este mundo a encontrar nuestra otra parte.
Pero ese día teníamos la última cena con mi amiga Yani y su hermano Frank, el cual preguntó:
—¿Qué tal si vamos a la discoteca?
—Lo siento, pero en unas horas me voy y prefiero estar con el amor de mi vida. Hasta el último momento —respondió Ernesto.
—Guau. Es determinado, el niño —respondí.
Llegó el momento en el que empezó a caer la madrugada.
—Amor, ya en unas horas me voy. ¿Qué tal si hacemos cositas ricas? —rió Ernesto.
—A ver, ¡mírame! Ahora, ¡bésame! Ahora, ¡abrázame! Ahora, ¡quítate la ropa! Ahora, ¡quítame la mía! Ahora, haz lo que quieras conmigo.
Y empezamon a sudar nuestras pieles y el placer crecía, y, mientra estaba más adentro, no nos dejabamos de mirar, ni de besar. Era algo más grande que todo, eramos nosotros, eramos uno.
Dormimos un rato.
—Mi amor, ya llegó la hora de irme.
—No, jamás te irás sin que yo te lleve al aeropuerto.
—Amor, pero son las tres de la mañana.
—No importa, es mi última noche, son mis últimos segundos a tu lado.
Aunque tenia tristeza en los ojos, intentaba ser fuerte para no llorar. ¿Cómo es que algo tan mágico podía durar tan poco? ¿Cómo es que ya era hora de volver a la realidad? Hay que renunciar a un amor que no sabemos si volveremos a ver.
Mi amiga me acompañó a llevarlo al aeropuerto , yo estaba muerta de sueño. No te digo de amor, porque no sé si me podrás entender.
Quizás eres de las que piensan que en una semana no puedes sentir lo que alguien no te hizo sentir en años.
Llegamos al aeropuerto.
—Hasta pronto, mi amor —dijo Ernesto—. Fueron las mejores vacaciones de mi vida. Lamento tanto irme.
—No te preocupes, mi amor. He aprendido que el verdadero amor permitirá que cada uno siga su propio camino, sabiendo que este jamás alejará a las partes.
Tenemos que tener paciencia y seguir nuestra vida normal, sabiendo que, más pronto o más tarde, estaremos juntos.
—Mi amor, la otra parte no es egoísta contigo. Si es tu amor verdadero, te deja ser y terminar tu jornada. Continué.
—Dirás, amor , que podemos ahora llegar con nuestras respectivas parejas, y, aun así, esperarnos.
—¡Claro! No podríamos llegar y decir: «Te voy a dejar, porque encontré mi mitad». Sería romper un corazón.
—Lo importante es que ya sé que mi otra parte está en Suiza. ¿Y si nos olvidamos en el camino?
—Siempre serás mi mitad y ya te había conocido. Basta con que las partes hayan sentido un amor tan intenso como el que vivimos en nuestro reencuentro, y ya este justifica el resto de la vida.
—Eres increíble, mi amor.
Me dió un beso mientras sus manos se separaban de las mias y las lágrimas nos caían a ambos. Era como despegar de raíz un árbol.
—Vamos, Yani. ¿Lista para volver a mi realidad?
—Lista. Nos vamos a Suiza.
—A Suiza.
Agradecí a la vida el momento en el que me presentó mi mitad.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.