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En cierto modo, sabía que era algún tipo de excusa que ponía o para pasar tiempo conmigo o para hablar a solas de algo que ella considerara importante. En cualquier caso, no me gustaba demasiado la idea, porque siempre que Kika te oculta algo hay un plan por detrás seguro. Aunque, pensándolo de una manera más inocente, sería pasar tiempo con alguien a quien dabas por muerta y, además, lo que había dicho era cierto: teníamos que comer y seguramente los poderes de Natalie no funcionarían igual de bien con un ciervo o un animal más grande. Teníamos que salir de caza.
Después de la comida volvimos a recoger todo y emprendimos la marcha. Esta vez procuré no pensar demasiado y traté de divertirme un poco. Al principio nos costó un poco entablar conversación, pero finalmente Cristina se abrió a mí, y yo a ella supongo que también, ya que nos pasamos gran cantidad de la caminata hablando. Hablamos tanto que acabamos conversando sobre políticas nacionalistas cuando habíamos empezado charlando sobre su comida favorita, que, por cierto, era la tarta de chocolate.
A medida que caminábamos también nos íbamos fijando en el paisaje, árboles enormes que impedían que la luz del sol llegase al suelo y vegetación por todas partes. A pesar de haber tanta naturaleza, al ir adentrándonos más en el bosque vimos que los árboles empezaban a estar más secos, que ya no había tanta vegetación y que la luz del sol empezaba a llegar al suelo porque los árboles casi no tenían hojas ni ramas…
Decidimos no prestarle mucha atención al entorno, ya que solo era un bosque, y yo seguí mi conversación con Cristina hasta que Natalie nos interrumpió, chistándonos para decirnos que no hiciésemos ruido, ya que acababa de ver cómo un grupo de ciervos pasaba cerca sin percatarse de nuestra presencia.
Cuando vimos las lejanas siluetas de los ciervos, mi mente y la de Kika se sincronizaron, ya que pensamos en lo mismo. Seguramente por distintas motivaciones, pero en lo mismo al fin y al cabo. Aunque no nos dio tiempo ni a sacar los arcos para acecharlos, ya que todos salieron corriendo en dirección contraria a la que nosotros seguíamos, así que seguimos nuestro camino sin decir ni una sola palabra al respecto, aunque se notaba que Kika quería que yo dijese algo. Pero en ese momento estaba demasiado ocupado hablando con Natalie.
—Pero si ya lo sabes, Percy. Mi comida favorita siempre han sido y serán las judías —comentó Natalie entre risas cuando vio que puse cara de asco al escuchar la palabra «judías»—. No pongas esa cara, porque ahora mismo harías lo que fuera para que alguien te cocinara un plato de judías —bromeó ella en tono acusica, pero yo seguí sin cambiar la expresión de mi cara. Yo el comer verduras y legumbres nunca lo había llevado muy bien. Siempre había preferido la carne u otras cosas con más proteínas.
—Oye, Kika y yo hemos estado pensándolo y nos gustaría salir a cazar algo para comer mañana mientras vosotras entrenáis. Una o dos horas como mucho. —A Natalie le cambió la cara al instante y esa sonrisa que tenía hacía un momento se le borró de golpe—. Sé que no te hace gracia que vaya a cazar, y menos con ella, pero tú también cazas a veces y yo necesito desahogarme y soltarme un poquito. Pero si te molesta mucho le puedo decir a Kika que vaya sola y ya está. No pasa nada —le dije esbozando una pequeña sonrisa, con lo que ella me miró y acabó por sonreírme también.
—Bien, ve, yo me fío de ti. Pero no hagas mucho el bestia —me pidió, aún con la sonrisita en la cara—. Ah, y por favor, traednos algo rico que podamos comer, porque no es que no aprecie los durísimos bocadillos precocinados de Cristina, pero un poco de carne y caldo nunca viene mal, ¿no? —Me pegó en el hombro mientras nos reíamos por lo bajo de su broma sobre los bocadillos de Cristina.
Después de eso seguimos hablando de trivialidades como cuáles eran nuestros animales o películas favoritos.
Era extraño que hubiésemos pasado tanto tiempo uno junto al otro y que casi nunca hubiéramos hablado de ese tipo de cosas. La verdad es que me sorprendí bastante al averiguar que teníamos gustos muy parecidos en cuanto a música o cine. Hasta hablamos de bailar, algo que nunca me había gustado demasiado, pero era algo que a ella le encantaba. Sabía bailar merengue, bachata, tango, chachachá, pasodoble y bolero. Nunca antes nos habíamos contado ese tipo de cosas, por extraño que fuera. Antes del fin del mundo nuestra relación era un tanto extraña y después nos pasamos los días pensando y tratando de sobrevivir, así que rara vez hablábamos de cosas anteriores al estallido inferi.
—La verdad, me da mucha pena tener que cazar animales tan bellos como los ciervos. Los animales son de las pocas cosas que siguen siendo lo que eran antes del estallido. Por cierto, ¿tú antes por qué despreciabas a los animales? —Escuché cómo me decía la voz de Natalie de fondo, aunque yo estaba un poco en mi mundo, sumido en mis pensamientos—. ¡Percy! —me gritó ella mientras se reía de mí—. ¿Me estás escuchando? Porque tienes una cara de estar empanado mentalmente —dijo entre risas.
—¿Eh? Sí, desde luego que sí —respondí yo sin saber con certeza lo que me acababa de preguntar.
—¿Y bien? —añadió ella expectante. Sabía que no la había escuchado.
—¿Y bien qué? —repetí yo directamente.
—Estás empanado —concluyó ella mientras se reía de mí—. Te he preguntado qué te pasaba antes con los animales. No los podías ni ver.
—Ah, era eso. Sí, bueno, ya sabes que yo siempre quise tener un perro, pero mis padres nunca me dejaron tenerlo. Y cada vez que llevaba un perro o un gato callejero a casa mis padres lo echaban a la calle de nuevo a patadas. No les gustaba nada. Y me pasé varios años de mi preadolescencia enfadado con todos los animales por no poder tener uno. Sé que es estúpido, pero por entonces yo era bastante mal bicho —le conté. Tenía la sensación de haberle narrado esa historia a alguien hacía relativamente poco tiempo, lo cual era prácticamente imposible.
—Pues tus viejos eran unos amargados —afirmó Natalie exagerando su voz con un tono bastante cómico, lo cual no venía nada a cuento y por eso mismo me hizo reír.
Así nos pasamos un buen rato, hablando y hablando sin parar, haciendo bromas y hasta cantando a dúo algunas canciones de los Beatles y de Queen. Era algo fuera de lo normal esa situación, pero me encantaba eso de poder sentirme así de unido con ella. Hacía ya demasiado tiempo que ninguno de los dos se reía o hacía un chiste. Abusamos tanto de los chistes malos que hasta Hércules tuvo que rogarnos que lo dejásemos y nos estuviéramos callados un rato. Cuando nos quisimos dar cuenta, de nuevo era de noche y estábamos ya a punto de no ver nada a más de unos metros de distancia.
—Mejor acampar ya, chicos. No es sensato que sigamos caminando si no somos capaces de saber dónde estamos. Además, no se ve ni una estrella por las nubes, así que tampoco podemos orientarnos —indicó Hércules en un tono que nos daba a entender que estaba agotadísimo de la caminata de ese día. Más o menos, tanteándolo, yo diría que habríamos recorrido casi veinticinco kilómetros con las mochilas a cuestas.
Como siempre, montamos las tiendas y encendimos la hoguera. Dado que no teníamos mucho espacio de visión, intentamos hacer que el fuego fuese más grande de lo normal para ahuyentar a posibles depredadores y para poder ver mejor, lo cual requería bastante madera.
Tras asegurarnos de que el fuego estuviera estable Kika y Cristina se fueron a dormir, dejándonos a Natalie y a mí solos de nuevo para hacer la primera guardia. Aunque, como en ese momento la noté un poco desganada, me ofrecí a hacer yo esa guardia para que ella pudiera descansar en la tienda.
—Qué va. Hoy tengo la sensación de que voy a dormir poco. Hace demasiado frío como para que consiga dormirme, incluso dentro de la tienda. Me quedo aquí contigo y así me cuentas en lo que piensas, que se te ve diferente desde hace un par de días —me dijo sin mover ni un solo músculo de su cara mientras miraba fijamente a un punto entre los árboles. Yo me tomé unos segundos, respiré hondo, extendí la manta que tenía entre mis piernas para cobijarla también a ella y traté de abrirme sentimentalmente todo lo que pude.
—Pues no sé, me siento extraño. No por este tema de los dioses, por ser licántropo o por los inferis. Creo que con el tiempo he aprendido a asimilar rápido ese tipo de cosas —empecé a contar y entonces ella giró su cabeza para poder mirarme desde cerca—. Por lo que me siento raro es, bueno, porque siento que te quiero —esperaba que se asombrara cuando se lo dije, pero pareció no sorprenderle en absoluto esa afirmación— y es algo frustrante el saber que hemos pasado por cosas impensables, hemos vivido aventuras juntos, hemos recorrido miles de kilómetros uno al lado del otro… y es raro que te quiera y que hasta hoy no supiera que imitas la voz de Freddy Mercury a la perfección —le comenté con una pequeña sonrisa y ella se sonrojó un poco—. No sé, es raro que te quiera por el simple hecho de que nunca he querido de esta manera a nadie. Y al mismo tiempo siento que te conozco muy poco, pero, si te soy sincero, me da un poco igual. Tal y como están las cosas ahora mismo, no sabemos si mañana estaremos muertos y deberíamos aprovechar el tiempo que tenemos. Quiero que el tiempo que te quede seas feliz, pero no sé si un monstruo como yo podría hacerlo.
Ella se quedó callada. Ahora la que respiró hondo varias veces seguidas fue Natalie. Después me volvió a mirar y clavó sus preciosos ojos en los míos. Entonces me abrazó y empezó a sollozar.
—Lo sé. Ninguno hemos pedido nada de esto. Y créeme cuando te digo que me hubiera encantado que nos hubiéramos podido conocer mejor en otras circunstancias, pero, como has dicho, estamos en un momento en el que es mejor no ponernos trabas si sentimos algo. Yo también te quiero y confío en ti. Y si crees que el problema es que eres un monstruo, entonces seamos monstruos juntos —me respondió ella muy seria, dándome a entender claramente sus intenciones y a lo que se estaba refiriendo.
—¿Qué? ¡No! ¡Ni hablar! —contesté horrorizado al pensar en la idea de tener que convertirla a ella también cuando vi que extendía su brazo y comenzaba a arremangarse.
—¿Incluso si de ello depende mi felicidad? Yo también quiero estar contigo y lo tengo muy claro. Si crees que el problema es lo que eres, pues aquí tenemos la solución. Un simple mordisco y listo, ya podemos estar juntos del todo —expuso ansiosa, como si creyese que yo aceptaría encantado esa propuesta tan descabellada. Y aunque lo hiciera tenía el presentimiento de que eso no arreglaría las cosas, que sería todo mucho más difícil.
—Natalie, no sabes lo que estás diciendo. Estás cansada; pásate a la tienda e intenta dormir. Mañana, cuando pienses en frío lo que me has dicho, verás que no es una buena idea —afirmé extremadamente seco y cortante para darle a entender que no cambiaría de opinión al respecto. Ella resopló, puso los ojos en blanco y se hizo la ofendida, pero finalmente acabó asintiendo y se levantó para ir hacia la tienda.
—Vale, pero sé lo que estoy diciendo. Es una manera de que podamos estar juntos del todo —insistió, dándome un beso en la mejilla para después meterse en la tienda.
Aquella conversación me había dejado muy descolocado y las cuatro horas que estuve haciendo guardia hasta que desperté a Cristina le estuve dando vueltas sin parar al tema. Por más que intentara verle los puntos positivos a convertirla, los puntos negativos siempre pesaban mucho más. Aun sabiendo que nunca llegaría a hacerle eso a Natalie, no podía evitar sonreír al pensar en lo que ella era capaz de hacer por estar conmigo y por entenderme. Finalmente, acabé por no saber si era una idea mala, pésima o simplemente era un poco insensata.
*****
Cuando me hube dormido, a pesar del malestar con el que me acosté, acabé soñando con cosas bonitas. Sueños felices de los cuales seguramente nunca me acordaría, pero sabía que esa noche fui feliz. Al menos en mis sueños. Eso hasta que un grito estrepitoso proveniente de la tienda de Kika y Cristina nos levantó de golpe e interrumpió mis sueños.
Natalie y yo nos miramos al mismo tiempo y mientras ella cogía su arco e iba montando una flecha yo saqué mis espadas. Ambos salimos de nuestra tienda en tensión y nerviosos para después ver la cómica situación de cómo Kika trataba de matar una araña con su espada en el interior de su tienda mientras estaba en ropa interior. Lejos de ayudarla a matarla, nos quedamos fuera riéndonos descontroladamente mientras Kika y Cristina intentaban ponerse algo de ropa mientras huían despavoridas de la araña, la cual correteaba por toda su tienda.
Cuando pasaron un par de minutos y Natalie consideró que ya habían sufrido bastante, se metió en su tienda y diez segundos después salió llevando a la araña en la mano para dejarla fuera de la tienda sin matarla.
Kika nos miró malhumorada por habernos reído tanto al ver esa situación y Cristina aún se estaba recuperando del susto. Era gracioso saber que podían enfrentarse solas a una manada entera de licántropos y que no eran capaces de coger una arañita y sacarla de su tienda.
—Tenemos… pánico a las arañas —explicó Cristina entrecortadamente mientras intentaba recuperar el aliento y se empezaba a vestir tranquilamente.
—¿No me digas? —le respondió Natalie irónicamente, aún con una sonrisa en su cara. Le había hecho muchísima gracia haberlas visto así.
—Empieza divertido el día —le comenté entre risas a Natalie una vez nos volvimos a nuestra tienda para dejar que Kika y Cristina se vistieran en paz.
Desayunamos un bocadillo de los de Cristina y nada más terminar Hércules apareció de la nada, como siempre. No nos dejó ni recoger el campamento y nos obligó a entrenar. El entrenamiento de esa mañana consistía en movernos sigilosamente y con rapidez por entre los árboles y la maleza.
Cuando Kika y yo, que aprendíamos algo más rápido que Cris y Natalie, le demostramos a Hércules que eso ya lo dominábamos, le planteamos la posibilidad de salir a cazar durante un rato, lo cual no le hizo ninguna gracia en un principio, aunque nos dejó hacer lo que quisiéramos. Nos dio de margen cuarenta y cinco minutos para regresar, antes de que terminara el entrenamiento y recogieran las cosas para ponerse en marcha.
Antes de irnos me quedé mirando un par de minutos a Natalie y a Cristina mientras Kika preparaba su arco y sus flechas. A Natalie no se le daba nada mal el moverse rápidamente entre los árboles, además de que su recién descubierta agilidad le hacía las cosas mucho más fáciles, aunque Cristina le ganaba a la hora de moverse con sigilo.
—¡Venga, vamos! ¡Que no tenemos todo el día! ¿Y tu arco? —me preguntó Kika, dejándome ver lo impaciente que estaba con tal de irse.
—Yo no uso arco —le aclaré mientras me metía en el cinturón el cuchillo de caza de Natalie y mis dos espadas. En cuanto me lo ajusté todo ambos empezamos a correr en dirección norte, en la que se había ido la manada de ciervos que vimos el día anterior.
—Han pasado por aquí —anunció Kika cuando vimos un tramo del bosque con ramas partidas y con la tierra removida—. ¿Podrás encontrarlos? —me preguntó.
—Puedo intentarlo. —Me agaché y al oler varias veces el aroma que había en la tierra comencé a ver las figuras borrosas de los animales moviéndose a cámara lenta por donde estábamos. Al ver que seguían moviéndose decidí seguirlas, ya que casi con completa seguridad me llevarían hacia donde estuviera la manada. Nunca me hubiera imaginado que seguir un olor resultara ser una experiencia tan emocionante—. ¡Sígueme! —le grité a Kika y enseguida me puse a correr siguiendo a esas distorsionadas figuras de los venados.
Corriendo de esa manera me sentía bien, libre. Subiendo troncos, saltando rocas y esquivando árboles. Era algo muy frenético. Me sentía vivo y hasta me divertía. De repente, cuando el olor se hizo más fuerte, dejé de ver esas siluetas borrosas y dejé de correr de golpe. Tras unos veinte segundos Kika me alcanzó y se paró a mi lado, sofocada y con varios cortes en brazos y cara causados por las secas ramas de los árboles.
—¿Por qué te detienes? Si ya casi te había cogido —me dijo ella irónicamente en un tono de voz demasiado alto.
—Calla. Están cerca —respondí en voz baja. Pero había algo raro en ese olor. Era el de los ciervos, sí, pero notaba como un olor a miedo en el aire. No sabía exactamente cómo podía oler una emoción, pero así era y, dado que ni Kika ni yo estábamos asustados, eso me dejaba pocas opciones con sentido en la mente. Eso hasta que capté otro nuevo olor—. Rápido, sube a los árboles —le ordené a Kika en un susurro.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó confundida.
—¡Rápido! —le volví a decir mientras la empujaba hacia el árbol más cercano y la obligaba a empezar a escalar. Yo la seguí unos segundos después. Cuando nos quedamos los dos a una altura razonable, Kika abrió la boca para volver a decirme algo, pero yo me adelanté antes de que ella hablara demasiado alto de nuevo—. No hagas ruido —susurré.
Ella cerró la boca y se quedó callada. Unos segundos después empezamos a escuchar como algo se empezó a mover a nuestro alrededor y de golpe apareció un grupo enorme de ciervos, que se detuvieron justo debajo del árbol en el que nosotros estábamos subidos para después agruparse y juntarse entre sí, dejando a los machos con sus enormes cornamentas en la parte más externa del círculo y a las crías en el centro, protegidas por sus madres.
Kika estaba a punto de sacar una flecha para montarla en su arco y disparar a los ciervos, pero yo la detuve y volví a decirle que no hiciera ruido. En cuestión de unos pocos segundos mis sospechas acabaron por confirmarse cuando de entre la maleza muerta empezaron a salir inferis por todas partes y de todas direcciones.
—Nos han seguido —dijo ella muy bajito mientras los inferis comenzaron a arremeter contra los ciervos. Los animales cargaron también contra los muertos haciendo uso de sus puntiagudas cornamentas. Consiguieron aguantar un poco, pero no dejaban de salir inferis de todas partes e inevitablemente acabaron por superar en número a los ciervos, los cuales empezaban a caer mientras los monstruos se paraban a devorarlos. Antes de que los pobres animales pudieran darse cuenta estaban completamente rodeados—. Hay que hacer algo o nos quedaremos sin comida. Yo ya estoy lista para hacerles frente —aseguró Kika.
Pero antes de que me diera tiempo a contestarle ella ya había saltado del árbol para caer justo encima de un grupo de inferis y nada más tocar el suelo se puso a lanzar rayos, apuntando como objetivos tanto a los ciervos como a los inferis, que se acababan de percatar de la presencia de Kika y estaban empezando a avanzar en su dirección.
Al ver que casi un centenar de inferis empezaron a arremolinarse alrededor de mi compañera, me vi obligado a bajar yo también a pesar del enorme respeto y temor que les tenía a esos monstruos porque ya había vivido en mis carnes lo que eran capaces de hacerle a una persona.
Cuando caí al suelo empecé a asestar golpes en la cabeza a los inferis que se iban acercando demasiado, pero una vez empezaron a llegar seguidos, uno tras otro, tuve que empezar a hacer uso de mis espadas mientras Kika seguía a lo suyo con sus rayos, los cuales me dejaban sin visión durante un par de segundos cada vez que uno estallaba cerca de mí.
Un inferi no representaba una gran amenaza de por sí. Si sabías defenderte más o menos bien no tendrías ningún problema en poder matar a unos cuantos. Lo realmente peligroso de los inferis era que a veces viajaban en grupos muy grandes y era eso lo que realmente hacía que fueran tan letales, el número de los grupos.
Los ciervos no tardaron mucho en caer todos, ya fuese a causa de los inferis o de los rayos de Kika. En cuanto el último ciervo se calcinó, empezamos a vernos rodeados por más enemigos de los que podíamos matar o contar y poco a poco nos fuimos quedando sin espacio para poder movernos con libertad.
Durante un instante a Kika la agarraron de las manos y se quedó indefensa, sin poder lanzar ningún rayo. Al ver que la tiraron al suelo, dispuestos a devorarla viva, volví a alzar mi brazo de manera instintiva y apunté con él al grupo de inferis que estaban arremolinados sobre Kika. En cuanto pensé en matarlos noté un fuerte cosquilleo por todo el brazo, el cual se me acababa de envolver completamente por las llamas de un fuego de color negro que me rodeaba y cubría todo el brazo. No me quemaba ni me dolía, pero justo cuando pensé en la muerte de aquellos inferis todos a los que estaba apuntando con mi brazo estallaron en mil pedazos. Otros cayeron desplomados al suelo sin razón aparente y otros salieron despedidos por el aire.
En un primer momento me quedé flipando viendo como el fuego me envolvía el brazo, pero cuando vi que Kika se volvió a poner en pie para seguir lanzando rayos me centré en mí y apunté a los inferis que iban llegando hacia nosotros, los cuales morían directamente nada más apuntarles con la palma de mi mano.
Tras unos minutos llenos de tensión, caos y gritos muy agudos, conseguimos acabar con todos los inferis sin tener demasiados percances.
Cuando hubimos terminado y no quedó ni uno en pie nos apoyamos en el tronco del árbol que antes habíamos escalado y nos quedamos allí, sin decir nada durante varios minutos, hasta que un inferi sin piernas, seguramente víctima de los rayos de Kika, empezó a gritar cerca de nosotros. Me acerqué al cuerpo del inferi, que no podía moverse, y al pensar en su muerte mi brazo se volvió a ver envuelto en llamas. Cuando le apunté directamente el inferi se puso a gritar mientras se descomponía, tal como haría si le diera directamente la luz del sol, hasta que quedó reducido a esa papilla de sangre, piel y huesos que me resultaba tan desagradable de ver y de oler.
—¡Podríamos haber muerto! —le grité a Kika, la cual me miró con una cara de circunstancias bastante sarcástica. Cuando vi que no tenía ningún sentido discutir con ella, le dije que me ayudara a amontonar los cadáveres de los ciervos que no estuvieran calcinados o infectados por los inferis.
—Tarde o temprano todos vamos a tener que enfrentarnos a ellos y a cosas mucho peores. ¿No viste a esos gigantes de la visión? No nos viene mal prepararnos; esto es lo que nos espera a partir de ahora —me dijo ella una vez que recogimos un par de ciervos grandes no contaminados por los inferis.
Yo no le respondí nada porque estaba intentando contener mi enfado. No porque me hubiera obligado a luchar, eso me daba igual, sino porque había actuado sin pensar, arriesgando su vida sin tener ninguna estrategia ni ningún plan. Por suerte, había salido todo bien, pero perfectamente podría haber salido de una manera muy diferente.
A pesar de lo enfadado que pudiera estar con ella, sabía que no le faltaba razón en lo que había dicho. Todos sabíamos que nuestras vidas peligrarían mucho más de lo normal al aceptar la misión de los dioses. Y ahora nos tocaría apechugar con las consecuencias.
—Oye, Percy —comenzó a decir Kika cuando se sentó encima del cuerpo de un ciervo carbonizado—, ¿tú que rollo te traes con la Natalie esa? —me preguntó con un tono de voz que no era muy propio de ella, ya que era muy poco firme y muy parecido al de una persona que se hubiera tomado diez cervezas.
—Pues la quiero. Y ella a mí. Hemos pasado muchas cosas juntos. ¿A qué viene esa pregunta? —le respondí algo cortante, ya que no me parecía que, estando rodeados de cadáveres, aquel fuese el mejor momento para hablar de ese tema. Además, me resultaba bastante incómodo hablar de ello con Kika.
—¿Ah sí? —dijo ella sorprendida—. ¿Seguro que la quieres? —me interrogaba usando aún ese tono de borracha que no me gustaba ni un pelo
—Eh… Pues sí, estoy seguro —contesté algo ofendido e incómodo.
—¿Y entonces por qué llevas todos estos días pensando en que hiciera esto? —agregó ella levantándose del cuerpo del ciervo y acercándose a mí para, sin previo aviso, besarme.
En un principio, cuando lo hizo mi primer instinto fue apartarla de mí, pero al sentir el contacto de mis labios con los suyos llegaron a mi mente flashbacks de todos los momentos que había pasado con ella: los de aquel último verano en el campamento, esas noches que salíamos a escondidas para mirar las estrellas, las charlas hasta las cinco de la mañana, las bromas pesadas que les gastábamos a los monitores, también las semanas que pasamos enviándonos e-mails con emoticonos de corazones, las noches que me quedaba despierto por echarla de menos, la tristeza que sentí cuando dejamos de hablar, la rabia que inundó mi cuerpo cuando la vi con otro chico… También recordé perfectamente cómo me gritó barbaridades mientras le limpiaba la sangre de la cara al otro chaval y también los días que habíamos pasado juntos desde que ella y Cristina nos salvaron de los lobos, la tensión que había entre nosotros, la discusión en el bosque, conocer a Hércules, las montañas, los entrenamientos… Todo. Y mientras esas imágenes pasaban una a una por mi cabeza, inconscientemente yo seguí besándola.




