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Todo eso duró unos pocos segundos, pero fue como si lo hubiera vuelto a vivir y a sentir todo desde el principio. Y cuando esas imágenes llegaron hasta el momento en el que estábamos ahora, a lo que estábamos haciendo en ese momento, fui consciente de lo que estaba pasando y le di un fuerte empujón a Kika para alejarla de mí. Ella cayó de espaldas al tropezar con el cuerpo del ciervo en el que se había sentado anteriormente y cuando se reincorporó tenía puesta la capucha de su sudadera, que estaba completamente manchada de sangre negra, igual que la mía. Después se volvió a sentar encima del cuerpo calcinado del ciervo mientras se cubría la cara con la capucha, seguramente por la vergüenza de lo que acababa de hacer o, más posiblemente, enfadada por el hecho de que la hubiera besado y después la tirara al suelo.
Tras un par de minutos de incómodo silencio, sin mirarnos ni decirnos nada el uno al otro, ambos cogimos el cuerpo de un ciervo que no estuviera ni calcinado ni infectado por los inferis, nos los colgamos a la espalda y nos pusimos a caminar para volver con los demás.
—Oye, Kika, siento lo del empujón —me disculpé cuando ya llevábamos un buen rato andando y sin mirarnos—. Es solo que ya no siento eso por ti. No deberíamos haberlo hecho —le dije mientras hacía el esfuerzo de llevar el cuerpo del ciervo a cuestas. Ella siguió caminando lentamente, tambaleándose un poco por el peso de su ciervo. Seguía sin decir nada, con la mirada vaga y cabizbaja todo el camino—. En serio, Kika, no te comportes como una niña. Ha sido solo un beso sin importancia. No quiero que por esto estemos a malas, pero entiende que quiero a Natalie y que no voy a hacerle daño de esa manera —le expliqué intentando poner un tono lo más tranquilo y sereno posible, pero ella seguía sin mirarme y sin apartar la vista del suelo. Parecía que estaba meditando mientras caminaba. Eso o que trataba de ignorarme para asimilar lo que había pasado. Aunque tenía la duda de si ella también había visto esas imágenes y había sentido todo ese cúmulo de sensaciones extrañamente rápido—. Oye, ¿al besarnos tú viste algo? ¿Algún tipo de imágenes o de recuerdos? —le acabé preguntando, aunque sabía que seguramente no obtendría respuesta por su parte.
—El sol poniente… tiñe el desierto… de un tono… carmesí —me respondió entrecortadamente y con la voz ronca y repitió esa frase varias veces hasta que consiguió decirla de seguido. Por la manera en la que hablaba, parecía como si estuviera borracha o drogada desde hacía ya un rato, desde antes de besarme.
Entonces fue cuando caí en la cuenta de la razón tan obvia por la que Kika se había comportado así. No me podía creer que no hubiese reconocido su sintomatología. Solté el cuerpo del ciervo que llevaba a la espalda y dejé que cayera al suelo para poder correr hacia Kika. Cuando la alcancé la obligué a soltar el cuerpo de su ciervo y le quité su capucha de golpe. Al hacerlo, ella se desplomó de golpe en el suelo.
Fue entonces cuando confirmé mis sospechas: tenía fiebre y la cara muy pálida, los labios morados por el frío y las pupilas muy dilatadas. Esos, junto con los delirios y alucinaciones, eran los síntomas típicos producidos por la mordedura de un inferi. Cuando le quité la sudadera y su camiseta de golpe vi que tenía un pequeño mordisco en su costado derecho. Seguramente, se lo habrían hecho en el momento en el que tuvo a más de cinco inferis encima, antes de que yo prendiera mi brazo en llamas por primera vez.
—¡Kika! ¡Kika! ¡Joder! ¡Kika, reacciona! —le gritaba mientras le daba fuertes golpecitos en el entrecejo y en las mejillas para que volviera en sí. Pero estaba completamente inconsciente, lo cual quería decir que no le quedaba demasiado tiempo hasta que llegara el momento en el que su corazón se pararía de golpe.
Me pasé un minuto entero tratando de reanimarla, dándole golpes, soplándole. Incluso opté por romperle un dedo para ver si reaccionaba, pero ni así. Entonces fue cuando volví a escuchar a los inferis. Eran gritos aún lejanos, pero se acercaban rápidamente a nuestra posición.
Yo solo no podría luchar y cuidar de Kika al mismo tiempo. Si no hacía nada, acabaríamos devorados los dos, así que, presa del pánico, la cogí en brazos y empecé a correr, olvidándome por completo de los ciervos. Salvarla era mucho más importante en ese momento.
Sabía que si la llevaba con los demás Natalie seguramente podría salvarla haciendo uso del frasco que le entregó Hércules la noche en que le conocimos. Eso si el viejo había dicho la verdad acerca de que curaría heridas mortales. A la vista de que a Kika no le quedaba demasiado tiempo, corrí todo lo rápido que pude para llegar cuanto antes con los demás, a sabiendas de que habíamos sobrepasado bastante los cuarenta y cinco minutos que nos había dado Hércules para cazar.
«¡Corre! ¡Más rápido!», me decía a mí mismo mientras seguía corriendo a toda prisa tratando de no tropezarme, algo que al llevar a Kika en brazos inevitablemente acabaría pasando. Y así fue: uno de mis pies se enganchó con varias raíces que sobresalían del suelo en una zona con árboles muy juntos entre sí y eso me hizo caer de golpe al suelo, obligándome a soltar a Kika. Cuando pude levantarme y seguir corriendo empecé a ver a unos cincuenta metros de mí las figuras de varios inferis que corrían tras nosotros. Por suerte, acabé encontrando a los demás en un pequeño claro, cerca de donde habíamos acampado aquella noche, donde estaban entrenando aún con ejercicios de agilidad y sigilo. En cuanto salí de entre los árboles empecé a gritar.
—¡Inferis! ¡Inferis! —les grité.
En cuanto me vieron aparecer de entre los árboles con Kika en mis brazos se miraron entre sí aterrorizados; aun así, sacaron sus armas al ver que tras de mí iban apareciendo inferis que salían corriendo y gritando de entre los árboles.
Cuando llegué hasta ellos le dije a Natalie que usara el líquido de su frasco con Kika y que se lo echara sobre la mordedura. Aún respiraba, pero muy lenta y forzosamente, y tenía el pulso muy lento y débil.
Mientras Natalie trataba de echarle la cura a Kika, Cristina había sacado su tridente y también una botella de plástico con agua y Hércules sacó un gran bastón de su túnica, el cual seguramente usaría como maza. Así que me uní a ellos y entre los tres cubrimos a Natalie y a Kika.
Los inferis iban llegando en masa hasta nosotros y eran más de los que podía contar. Una vez que llegó hasta nosotros el primero, el cual murió por un brutal golpe de maza en la cabeza, después fue todo demasiado rápido.
Hércules apartaba a los inferis de las chicas haciendo movimientos muy extravagantes y lentos con su maza, pero eran movimientos efectivos. Cristina, por su parte, sacó el agua de la botella, la hizo levitar para que adoptase la forma de un puñal y mentalmente lo controlaba para matar a los que estaban más lejos, mientras con su afilado tridente atravesaba a los inferis que se acercaban demasiado a Natalie y a Kika.
Yo me limité a hacer lo mismo que Cristina, proteger a las demás matando con mis espadas a los inferis que se acercaban demasiado. A cada inferi que moría por mis hojas, una de esas pequeñas neblinas blancas se metía dentro de mis espadas. En cuanto tenía un par de segundos libres alzaba mi brazo, el cual se envolvía de llamas y hacía estallar a varios grupos de inferis a lo lejos.
Tras un par de minutos conteniéndolos como pudimos, Natalie se unió a nosotros y empezó a disparar flechas con su arco. Y cuando estas se le acabaron se limitó a esperar a que los monstruos se acercaran para poder golpearles en la cabeza y rebanársela usando una de las dos espadas de Kika, ya que esta última no estaba en disposición de luchar.
Pasamos unos cuantos minutos conteniéndolos casi sin problemas, pero cuando los cadáveres empezaron a amontonarse nos fuimos quedando de nuevo sin espacio para movernos bien y eso fue aprovechado por los inferis para ir rodeándonos poco a poco.
Eran monstruos muy rápidos a la hora de correr, pero muy lentos a la hora de atacar, aunque sus movimientos eran casi imprevisibles. Cuando los cuatro nos vimos acorralados juntamos nuestras espaldas, dejando a Kika en medio de nosotros, parcialmente protegida. Pero seguía habiendo demasiados enemigos a nuestro alrededor y, aunque fuésemos mejores luchadores que ellos, su número acabaría por superarnos.
—¡Chico! ¡Este sería un buen momento para sacar esa parte que tienes de licántropo! —me gritó Hércules cuando vio que no podíamos matarlos lo suficientemente rápido.
—¿En serio? ¿Ahora me pides que me descontrole después de todas tus putas charlas? —le respondí gritando mientras empujaba a varios inferis que se estaban aproximando a Kika demasiado.
—¡No te lo diría si tuviéramos una opción mejor! —me volvió a gritar al mismo tiempo que le aplastaba la cabeza a otro inferi con su maza.
—¡Yo eso no lo controlo! —le dije al tiempo que agarraba a Natalie para echarla hacia atrás, ya que se estaba empezando a ver superada por la enorme cantidad de inferis que nos rodeaban—. ¡No sé cómo activarlo! —grité lo suficientemente alto como para que Hércules me escuchase.
—¡Yo sí! —me contestó e inmediatamente se dio la vuelta y me asestó un fuerte puñetazo en la cara. No lo suficientemente fuerte como para marearme, pero sí lo justo como para hacer que me enfadase. Y ese golpe tuvo un efecto casi instantáneo en mí, el efecto que Hércules esperaba.
Mientras seguía conteniendo a los inferis usando mis espadas, ya que no tenía espacio suficiente como para estirar el brazo completamente, me iba cabreando cada vez más y más, notando que cada vez que mataba a un inferi y me manchaba con su sangre mi enfado y el calor del estómago aumentaban en igual medida, hasta que llegó un punto en el que se me hizo imposible seguir teniendo el control y mis músculos empezaron a hincharse y a cubrirse de pelo, mis dientes se volvieron más grandes y afilados y me crecieron garras para sustituir a mis uñas.
Había adoptado una forma que no llegaba a ser ni de lobo ni de humano, igual que la que adopté hacía unos días cuando casi maté a Kika. Estaba a medio camino entre ambos: no era ni hombre ni lobo.
Pero al completar la transformación dejé de sentir tensión, miedo y cansancio por la lucha. Todas esas sensaciones se evaporaron y lo único que sentí era que una rabia desmedida se apoderaba de mi cuerpo y también de mi mente, haciendo que matara a absolutamente todo lo que tuviera enfrente. Cuando Hércules se dio cuenta de que corrían más peligro por mí que por los inferis ordenó a las chicas que cogiesen a Kika y que subieran rápidamente a un árbol, aprovechando que los inferis ahora centraban toda su atención en mí.
Estando transformado me daba igual todo. Recuerdo que lo único que quería era acabar con todo lo que se me pusiese delante. Y en este caso era una horda entera de inferis. Si antes de la transformación me resultaba fácil matarlos, así casi ni notaba cuando aplastaba un cráneo o cuando arrancaba una extremidad. No tenía que hacer ningún esfuerzo físico porque en ese momento yo no era quien controlaba mi cuerpo.
Los inferis intentaban rodearme y morderme, pero gracias a la enorme cantidad de pelo que me había salido sus mordiscos nunca llegaban a tocar mi piel.
Desde lo alto de un árbol, el viejo y las demás miraban cómo un monstruo mataba a otros monstruos, haciéndoles volar por los aires, arrancándoles la cabeza, aplastándosela, empujándoles y zarandeándoles como si fueran muñecos de trapo. Era hasta divertido ver cómo intentaban arremeter contra mí en vano.
Podía llegar a saltar una altura de más de dos metros sin despeinarme y tenía una fuerza, una agilidad y una velocidad trepidantes. La mayoría de las veces, antes de que me atacaran ya había reaccionado. Era como poder usar todos mis sentidos agudizados al mismo tiempo y para una única cosa…, matar.
Tras otro par de minutos los inferis, al ver que no podían hacer nada, optaron por retirarse, pero yo no dejé que se escapasen y los cacé uno a uno sin que ninguno consiguiera salir del claro para internarse de nuevo en el bosque.
Cuando no hubo más enemigos a los que matar empecé a relajarme y a poder volver a controlar mis pensamientos y, más tarde, mis actos para finalmente volver a mi forma humana tras otra dolorosa «destransformación» y volver a quedarme parcialmente desnudo. Rápidamente llegó Natalie hasta mí y me cubrió con el que era mi abrigo de pieles para darme algo de calor, aunque no sentía nada de frío a pesar del ambiente y de estar casi desnudo. Justo después llegaron Hércules y Cristina, que entre ambos llevaban a Kika, que seguía inconsciente.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Hércules mientras intentaba recuperar el aliento después de haber hecho tanto esfuerzo físico en tan poco tiempo. Todos nos revisamos buscando algún indicio de posibles mordeduras y cuando vimos que estábamos limpios asentimos a pesar de tener las caras y los brazos llenos de arañazos y manchados de sangre negra y de tierra—. Oye, chico, tenemos que hablar —me dijo mirándome muy serio. La verdad, esperaba que me pidiera alguna explicación acerca de lo que le había pasado a Kika, pero no lo hizo.
*****
Después de todo aquello nos pasamos el resto de la mañana en el campamento atendiendo a Kika, que parecía mejorar muy rápidamente tras haberle aplicado la solución del frasco de Natalie. Cuando se despertó tenía dolores horribles y ardor en la zona del mordisco, pero por suerte llegamos a tiempo para que el daño de la infección por la mordedura no fuera letal.
Cuidamos de Kika por turnos mientras el resto vigilaba la zona, pero no hablamos casi nada. Nos limitamos a vigilar y a hacerlo todo en silencio para que cuando Kika se recuperara, ya por la tarde, recogiéramos el campamento todo lo rápido que pudiéramos y nos pusiéramos a caminar siguiendo a Hércules. Lo haríamos a un paso mucho más lento que el resto de días para no forzar a Kika, la cual podía caminar, pero no muy rápido a causa de los dolores, aparte de que seguía teniendo un poco de fiebre, que se le fue pasando a lo largo del día.
Mientras caminábamos hubo un momento en el que pude hablar con Kika a solas para preguntarle qué tal se encontraba. Al parecer, no se acordaba de nada desde momentos después de recibir el mordisco, así que se lo conté todo de nuevo, aunque omití varios detalles relacionados con su comportamiento antes de desmayarse. Creí conveniente que el momento del beso debía quedarse en el olvido, así que decidí no contárselo, al igual que las palabras que había dicho bajo los efectos del mordisco: «El sol poniente tiñe el desierto de un tono carmesí». No sabía lo que significaban esas palabras.
Cuando le dije que cargué con ella corriendo durante casi diez minutos por el bosque se echó a llorar, para después agradecérmelo, y pasó lo mismo al contarle cómo la defendimos entre todos de las hordas de inferis. Como Cristina y Natalie seguían sensibles después de esa experiencia, al escucharla llorar ellas también lo hicieron.
A partir de ese momento hablamos mientras caminábamos hasta que se hizo de noche y Hércules nos dijo de acampar de nuevo en una zona con muy pocos árboles y mucha visibilidad. A pesar de que la luna se encontraba en estado decreciente, entre su luz, la de la hoguera que encendimos y la de nuestros dos farolillos esa noche teníamos una gran visibilidad para poder estar atentos.
En cuanto terminamos de montar las tiendas todas las chicas se metieron en ellas directamente y sin decir nada y en menos de cinco minutos ya estaban dormidas y nos habían dejado a Hércules y a mí solos frente al fuego, mirándonos fijamente durante un buen rato.
—Tenemos que hablar —me volvió a decir el anciano cuando vio que no tenía intención de empezar yo la conversación.
—No ha sido mi culpa —le dejé claro tras un rato al ver que me miraba incriminatoriamente. Él me hizo un gesto de indiferencia, demostrándome que no le interesaba lo que había pasado antes de que llegara al claro con Kika en brazos—. ¿Y entonces qué? ¿De qué querías hablar? ¿Me vas a explicar algo de todo lo que me ha pasado hoy? —le pregunté en tono prepotente.
—Te he visto esta mañana cuando luchabas, tanto antes como después de que yo te pidiera eso, y creo que tu condición de licántropo afecta a tus poderes de una manera alarmante. Porque tu habilidad para el combate es una cosa que parece casi innata y ser semidiós potencia enormemente tu fuerza y velocidad, pero al ser licántropo tendrás poderes que ni te puedes imaginar y que seguramente no podrás controlar. Es algo muy peligroso eso que has hecho esta mañana con el brazo, porque al más mínimo desliz o error de pensamiento podrías matar a cualquiera —explicó muy serio, mirándome a los ojos sin mover ni un músculo. Parecía como si conociera a la perfección cómo funcionaba aquello.
—Pero puedo hacerlo, ya lo has visto. Puedo controlarlo —respondí a la defensiva.
—Sí, pero entiende que las habilidades que tienes son demasiado peligrosas para los que te rodean, porque puedes cometer fácilmente un daño irreparable en los demás simplemente por el hecho de tener un mal día —objetó él, intentando poner un tono que inspirase empatía y comprensión—. Así que mañana no habrá entrenamiento para ellas. Tú y yo dedicaremos la mañana a comprobar lo que puedes hacer. Créeme cuando te digo que soy el último al que le apetece ponerse enfrente de ti, pero es necesario que lo hagamos para que aprendas a controlar tus poderes a voluntad —siguió diciendo sin moverse ni pestañear mientras jugueteaba con los cordones de sus sandalias—. Es lo mejor. Tanto para tu propia supervivencia como para la de los demás —me aconsejó, hablándome como si fuera un niño pequeño yendo al psicólogo—. Así que descansa, vete a dormir ya. Hoy yo trasnocharé por vosotros —acabó de decir y salió del campamento a buscar madera para la hoguera.
«Viejo arrogante… Me trata como si fuese una bomba de relojería», pensaba mientras entraba en mi tienda tratando de hacer el menor ruido posible, ya que parecía ser que Natalie ya estaba dormida del todo. Pero cuando me metí en mi saco de dormir lo pensé todo fríamente y concluí que quizá Hércules tuviera razón acerca de mis poderes. Tal vez no estuvieran hechos para otra cosa que no fuera matar o destruir.
—He escuchado vuestra conversación desde aquí dentro —me comentó Natalie, que al parecer no estaba dormida—. Yo no creo que seas peligroso, al menos para mí, pero creo que sería una buena idea eso que dice de que aprendas a controlarlo. —Se dio la vuelta de golpe para poder mirarme estando tumbados y metidos en nuestros sacos de dormir.
—Ya, puede que tengáis razón —respondí brevemente, pues la verdad era que no me apetecía demasiado hablar de ello—. Bueno, ¿y cuánta carne pudisteis traer mientras yo cuidaba a Kika? —le pregunté por cambiar de tema.
—La suficiente como para poder comer todos durante varios días, pero nos llevó un buen tiempo desollar al ciervo que nos llevamos. Aunque ahora tenemos comida de sobra —me respondió en un tono un poco cortante—. ¿Cómo está Kika? ¿Sigue mal? —preguntó mientras se arropaba con la manta que cubría nuestros sacos.
—Seguía con dolores y fiebre cuando se ha ido a dormir, pero se recuperará. El líquido ese que tienes le ha salvado la vida —le contesté mientras me cubría también con la manta por encima. Tras un rato me di cuenta de que Natalie no se acercaba a mí para que durmiéramos abrazados como siempre—. Nat, ¿estás bien? —le pregunté en voz baja al oído.
—Pues si te soy sincera, no lo sé. Lo de hoy ha sido algo muy intenso y lo he pasado muy mal. Esto ha sido nuevo para mí. Y no sé tú, pero mientras peleaba, por dentro me estaba muriendo del miedo. No por los inferis, sino por mí misma, porque ha habido un momento en el que estaba no disfrutando, sino cómoda entre tanta sangre y tanta muerte. Entonces no lo pensé, pero ahora he estado reflexionando acerca de ello y esos monstruos en su momento fueron personas y no deberíamos tener que sentirnos cómodos a la hora de matar a alguien. No lo sé, supongo que a partir de ahora será todo así y que acabaré por acostumbrarme de una manera u otra, pero no quiero convertirme en algo que no soy —explicó ella con preocupación.
Asentí con la cabeza y durante unos segundos pensé en lo que Natalie acababa de decir hasta que conseguí arrancar y decirle lo que yo pensaba al respecto, sobre los inferis y sobre todo lo que estaba pasando.
—Te entiendo. Es normal que pienses eso, es tu naturaleza. No te gusta hacerle daño a nadie, ni siquiera a los monstruos. Y en cuanto a los inferis, a ti te duele al pensar en lo que fueron antes, pero cíñete a lo que son en este mismo momento, unos monstruos sin escrúpulos que lo único que quieren es despellejarte y devorarte. Sé que siempre te ha costado entenderlo, pero esos monstruos no tienen sentimientos, solo se mueven por pequeñas descargas nerviosas en el cerebro. Pero no están vivos, no pueden sentir, no viven, Natalie. Y no sé qué pensarás, pero a mí me gustaría que tú pudieras seguir estándolo —le respondí. Ahora la que se quedó pensativa fue ella. Tras un par de minutos de silencio la miré directamente a los ojos y vi que los tenía humedecidos y que varias lágrimas resbalaban por su cara—. No es por ser duro contigo, pero quiero que sigas viva y para eso tienes que ser del todo consciente de lo que son y de que ya no les queda nada de humano dentro. —Parecía ser que ella no sabía muy bien qué decir, pero pasaron varios minutos hasta que dejó de llorar.
—Sé que te preocupas por mí. En serio, gracias. Pero no sé cómo a los demás os es tan fácil matarlos y luego no sentiros mal. Parece como si os saliera de manera instintiva, como si no os hiciera falta pensar para hacerlo. Pero yo no soy así y no entiendo cómo sois capaces de matar algo y luego no sentir nada —respondió aún con los ojos llorosos y humedecidos.
—No nos malentiendas. No es que no tengamos escrúpulos al matar, Nat. Todos hemos tenido que hacerlo en algún momento y al final acabas pensando que si te ves obligado a matar a alguien o a algo es porque es la única y la mejor opción que tienes. Además, los inferis no merecen que tengamos escrúpulos con ellos. A lo único que te puede llevar eso es a morir —le dejé claro, aunque todo lo que le estaba diciendo ella en el fondo ya lo sabía, pero intentaba resistirse y no aceptar la realidad. Y la realidad era que en este mundo una persona con dificultades para matar no duraría demasiado.
—Ya lo sé, ya lo sé. Pero bueno, dejando de lado ese tema, cada día que pasa se ve que vas mostrando más lo que tienes dentro. No te lo había dicho hasta ahora, pero, aunque no me parezcas peligroso para mí, estás más distante, más agresivo, y he visto cómo miras la luna por las noches. Me preocupas, Percy. ¿Qué te está pasando? —me preguntó ella cambiando completamente el tema de la conversación, no sé si para desviar mi atención de su problema con la muerte o para hacerme ver el mío conmigo mismo.
—Ya, no te lo puedo negar, pero el ser licántropo va a cambiar facetas de mi personalidad. Es así y sé que eso puede echar para atrás a cualquiera a la hora de tener una relación. Lo entiendo perfectamente —le dije sin rodeos, ante lo que ella me miró con decisión y frunció el ceño.
—Pues muérdeme —me pidió con seguridad y sin titubear.
—¿Qué? No. Ya lo hablamos, Nat. No pienso hacerte eso —respondí instantáneamente.
—¡Que sí! ¿Por qué no? Así solucionaríamos ese problema y podríamos estar juntos y compartir las mismas experiencias —siguió insistiendo ella.
—¡Que no! No lo voy a hacer. Te quiero y soy incapaz de hacerte eso. Créeme, es horrible, y eso que aún no he llegado a transformarme del todo o con luna llena. Olvídalo, Natalie —repliqué en un tono de voz más alto de lo normal.
—¡Pero que me da igual! ¿Te crees que no sé a lo que me arriesgo? Si no lo hago sé que tú vivirás mucho más tiempo aunque yo me muera de vieja. Escúchame bien. Yo también te quiero, y si mordiéndome puedo conseguir estar más tiempo y mejor contigo quiero hacerlo. Estoy dispuesta a pasar por todas esas cosas horribles —aseguró acercándose a mí mientras me acariciaba la cara lentamente de una forma muy cariñosa.
—Natalie, es una decisión que no debemos tomarnos a la ligera ni tú ni yo. Que las cosas cambiarían es algo innegable. Tú crees que mejorarían, pero ¿y si no es así? ¿Y si en vez de mejorar empeoran? —le respondí temeroso.




