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—Que eso ya lo sé, Percy. ¿Pero y si las cosas mejoran? Intentémoslo, por favor —volvió a pedir, ahora acariciándome la cara con ambas manos.
«No sabe lo que está diciendo, debería pensarlo más. No quiero que luego nos arrepintamos», pensaba mientras me negaba nuevamente a aceptar su petición.
—Mira, Nat, no lo voy a hacer porque te quiero y no quiero una vida así para ti si tienes otras opciones. —Ella me miró, frunciendo el ceño de nuevo, y abrió la boca para seguir replicando—. No obstante —proseguí, ante lo cual ella cerró la boca—, en un caso de extrema necesidad te prometo hacerlo. Lo juro, en serio. Pero ahora mismo puedes vivir de una manera mejor y más segura. Ponte en mi lugar, Natalie. ¿Tú qué harías? —le planteé, dándole a entender que en mi cabeza esa era la única solución con un poco de sentido.
—Pues… supongo que lo mismo que tú —reconoció cabizbaja.
—Anímate. En serio, vive el presente ahora que podemos estar juntos —le pedí con una pequeña sonrisa algo forzada y le di un beso. Al principio ella hizo un amago por apartarse, pero rápidamente cambió de idea y me siguió durante un buen rato.
—Vale, Percy —acabó por decir ella cuando nos separamos el uno del otro.
—Está bien, pero no quiero que hagas ninguna tontería —le advertí sabiendo las cosas que era capaz de hacer con tal de estar conmigo.
—No las haré, te lo prometo.
Me dio un abrazo. A mí, antes de conocerla, nunca me habían gustado demasiado ese tipo de muestras de afecto, pero sentir que se resguardaba en mi pecho por las noches me gustaba. Sentir su calor corporal me ayudaba a conciliar el sueño. Era una sensación agradable.
Cuando conocí a Natalie ella era como yo, callada, algo tímida, pero cuando ya tuvimos cierta confianza era genial. Constantemente me iba a dormir a su casa para pasarnos las noches enteras viendo películas o tocando la guitarra o el piano juntos. Hasta llegamos a componer un par de canciones. Era una de esas amistades en las que nunca pensarías en tener algo más con tal de no estropearlas. Y la verdad es que estábamos genial. Hasta que todo cambió el día del estallido.
*****
Esa mañana hacía frío; acababa de rociar y los pájaros adornaban el hermoso paisaje con sus cantos y su piar. Era increíble cómo a pesar de estar viendo que acabábamos de salir de un bosque enfermo y destrozado me seguía pareciendo que todo eso era precioso. Me sentía libre y a gusto viendo aquel paisaje mientras el viento me daba en la cara. Aunque en el fondo sabía perfectamente que no era libre por los dioses, por la misión, por mis propios instintos, incluso por Natalie, pero trataba de no pensarlo e intentaba autoengañarme diciéndome que yo era dueño de mis acciones y de mi destino.
—¡Eh, muchacho! ¡Ven aquí! —me gritó Hércules desde lejos. Estaba en un lugar donde había una extensión de hierba enorme, casi sin árboles ni vegetación. Comencé a caminar hacia él para ver lo que quería mientras el anciano me hacía gestos con las manos. Ese hombre me ponía muy nervioso con demasiada facilidad. Cuando estuve a menos de veinte metros de él dejó de gritar y también de hacer gestos para adoptar una posición imponente y muy seria—. Hoy el entrenamiento empieza pronto. Veamos lo que puedes hacer, hijo de Hades.
Unos instantes después el viejo empezó a palidecer de una manera asombrosamente rápida. Su cuello se estiró y creció junto con sus brazos y piernas, entre las cuales parecía empezar a asomar una puntiaguda y escamosa cola de reptil.
Pegó un grito atronador, un grito largo que a medida que pasaban los segundos se fue convirtiendo más bien en un rugido una vez que hubo completado su transformación. Yo me quedé inmóvil y alucinado cuando vi que el que antes era un viejo con una ligera joroba se había convertido en un majestuoso dragón. Su piel rojiza y escamosa era increíble, las enormes escamas de su cuerpo parecía que hacían el efecto de miles de espejos minúsculos.
Pero poco duraron mis pensamientos de asombro, porque unos instantes después me vi esquivando un pisotón de un dragón de unos siete u ocho metros de altura.
—¿Pero qué haces? —le chillé al dragón tras rodar varias veces por el suelo esquivando sus pisotones, los cuales dejaban levantada la tierra debajo de él.
El animal me respondió con un golpe en el pecho por cortesía de su enorme y larga cola escamosa. El golpe me dejó en el suelo y sin respiración durante varios segundos.
Cuando me levanté del suelo y miré fijamente a los ojos al monstruo, vi mi reflejo en sus ojos rojos de reptil. Tenía mis músculos hinchados y más grandes de lo normal, pero no me dejé llevar por la rabia. Era consciente de que todo eso era solo una prueba.
El dragón me miró y no sé si esbozó una sonrisita, aquella sonrisita pícara de Hércules, la cual me indicaba que iba en serio. Aunque podría haber sido perfectamente que me hubiera enseñado los dientes. Antes de que pudiera hacer nada volvió a intentar lanzarme por los aires de un coletazo, el cual conseguí esquivar a duras penas tirándome de nuevo al suelo. Entre tanto, el reptil hinchó su pecho, se le iluminó la garganta al abrir la boca y yo, temiéndome lo que aquello significaba, volví a rodar por el suelo, clavándome piedrecitas en la espalda, para resguardarme tras una roca muy grande. Cuando noté cómo un calor abrasador pasaba a mi lado, casi rozando mi pierna, me asusté bastante.
«No lo subestimes, Percy, que este va en serio», me dije a mí mismo. «No tengo mis armas y no sé cómo hacer que aparezcan en mis manos, pero no me hacen falta las espadas para poder defenderme», pensé al tiempo que cerraba los ojos y trataba de visualizar ese fuego negro rodeándome los brazos. Cuando abrí los ojos ahí lo tenía de nuevo, ardiendo, pero sin quemarme lo más mínimo. Instantáneamente me noté con más fuerza, así que salí de detrás de la roca quemada y me puse en posición, esperando al próximo movimiento de Hércules, pero este no hacía nada por el momento. Se limitaba a mirar a lo lejos para ver como tres impresionadas chicas se sentaban alrededor de la ya apagada hoguera para observar el desenlace de la situación.
«Vamos, venga, muévete», me dije, pero el dragón seguía inmóvil y yo, impaciente, levanté mi brazo derecho e hice estallar una de las dos alas del reptil. Muchos huesos y gran cantidad de sangre salieron volando en todas direcciones a causa de la explosión y el dragón se retorcía de dolor para después levantar su cornuda cabeza hacia mí. Acto seguido empezó a lanzarme golpes, que acababan impactando en el suelo y levantando la tierra.
En uno de esos pequeños espacios de tiempo en los que lanzaba un golpe y cargaba el siguiente vi mi oportunidad y mis instintos me empujaron a saltar, aunque no sabía exactamente el porqué. Al elevar mi cuerpo varios metros de altura conseguí encaramarme en la espalda del dragón para empezar a correr entre las enormes escamas que tenía sobre su columna vertebral. El monstruo, molesto, se movió violentamente, intentando alzar el vuelo usando su única ala, ya que la otra estaba en un estado inservible. Esa situación me recordaba mucho a la sensación de estar subido a un toro mecánico, aunque esto era un poco más peligroso. En una de esas violentas y aleatorias sacudidas estuve a punto de caerme al suelo desde una altura ya bastante considerable, así que intenté agarrarme, pero, para mi sorpresa, hundí mis brazos casi hasta el codo dentro de la piel del dragón. Había conseguido atravesar sus durísimas escamas con mi propio brazo. Pero no a cualquier precio. Había conseguido atravesarlas para sujetarme y no caerme, pero esas escamas rotas me cortaron la piel de los brazos con suma facilidad.
En un principio, cuando vi que brotaba mi sangre junto con la del dragón me dolió bastante, pero después me concentré y traté de ignorar el dolor para no sucumbir por completo a mis instintos de licántropo. Cuando conseguí subirme de nuevo a la espalda del reptil vi que los tremendos cortes de mis brazos habían empezado a cerrarse y a curarse sin necesidad de medicamentos ni suturas. Lo hacían solos.
El asombro al ver mi rapidísima curación hizo que me desconcentrase y caí del lomo del dragón debido a una de sus sacudidas. Era una altura bastante alta como para romperme varios huesos en la caída y cuando sentí que estaba cayendo cerré los ojos, esperando a impactar de lleno en el suelo, ya que no podía hacer nada al respecto. Pero cuando pasaron varios segundos y no tuve la sensación de haberme golpeado contra nada abrí los ojos. Estaba tumbado en la hierba sin un solo rasguño por la caída.
Me levanté tambaleándome y miré en dirección a las chicas, las cuales estaban en pie, gritándome cosas que no llegaba a entender y haciéndome señas que tampoco podía interpretar. Cuando me giré en dirección al dragón me llevé un golpe en el pecho que no sé de dónde vino y acabé estampado contra uno de los pocos árboles que había por allí, partiendo su tronco en dos por la fuerza del golpe.
Me quedé sin poder moverme por el golpe durante bastante tiempo, el cual Hércules aprovechó para ir acercándose lentamente hacia mí. No lo supe porque lo estuviera viendo, sino porque el suelo temblaba con cada paso que daba y cada vez sentía que todo temblaba más a mi alrededor.
—Tal vez me haya equivocado contigo, chico —dijo el dragón sin necesidad de abrir la boca para poder hablar, aunque seguramente esa voz tan profunda solo la habría escuchado dentro de mi cabeza.
Entonces se me pasaron por la mente todos los momentos que había vivido desde el día del estallido: la salida de Sesenya con mis amigos y familiares que no se habían vacunado, cómo los perdimos en Praga a manos de Gerges, cuando Natalie y yo descubrimos quiénes éramos en realidad…
En ese momento volví a sentir ese calor sofocante, pero esta vez no era la llamarada del dragón, el cual estaba mirándome a menos de un metro. Ese calor lo sentía por mi ira, pero no era una ira descontrolada. Era extraño e impulsivamente levanté mis brazos y golpeé lateralmente la cabeza del monstruo, que se desplomó en el suelo por el golpe a pesar de sus tremendas dimensiones.
Aprovechando esa situación de debilidad de Hércules, salté para caer junto a su cabeza para golpearla repetidamente contra la tierra y las piedras y así no dejarle que se levantase ni que pudiera reaccionar. Cuando me cansé de golpear con los brazos agarré con fuerza uno de los dos cuernos que el dragón tenía en la parte posterior de su cabeza y, tras varios tirones, conseguí arrancárselo de cuajo, partiendo el hueso que lo unía al cráneo. Una vez que tuve el cuerno, lo sujeté con ambas manos y lo clavé con fuerza en la testa del reptil, atravesando su cráneo con mucha facilidad mientras borbotones de sangre manchaban la cabeza del dragón. Este se retorció y gimió durante unos segundos y después dejó de moverse.
Parecía que el combate ya estaba ganado, pero como había estado ocupado golpeando su cabeza y clavándole uno de sus cuernos se me olvidó completamente fijarme en el resto de su cuerpo. El dragón utilizó la punta afilada y escamosa de su cola para atravesarme el hombro izquierdo con su extremo.
Yo no me había dado cuenta de ello, no sé si fue por la adrenalina o por mis poderes. El caso era que a pesar de tener el hombro descolocado y sangrando seguía sin sentir nada de dolor, solo notaba el calor de mi sangre mezclada con la fría del dragón. Ignoré el nauseabundo olor que esa mezcla producía y prendí de nuevo mi brazo. Con solo hacer un gesto de muñeca corté el cuello del enorme dragón en un tajo perfecto. Cuando la cabeza del reptil se separó de su cuerpo, una neblina negra rodeó al monstruo y me obligó a alejarme, ya que no podía ver nada mientras estaba metido en ella.
—Impresionante, muchacho… Muy impresionante… —Volví a escuchar como la voz de Hércules me hablaba en tono irónico—. Ahora me gustaría ver cómo te las apañas contra esto —me dijo entre risas la voz del viejo.
Yo estaba exhausto, me costaba respirar de otra manera que no fuera entrecortadamente. Cuando la niebla negra se disipó y vi cuál era la nueva transformación de Hércules me quedé inmóvil y atónito al ver que había adoptado la forma de Natalie. En ese momento los lejanos gritos de las chicas cesaron y nos quedamos todos en silencio para observar como la falsa Natalie se paraba frente a mí, a varios metros, y me miraba fijamente.
—Adelante —me indicó Hércules, pero con la inconfundible voz de Natalie.
Yo no sabía qué era lo que pretendía exactamente con eso. ¿Obligarme a matar a Natalie? ¿Jugar con mis sentimientos tal vez? Fueran cuales fueran las intenciones de Hércules, decidí no pensar en ello y lentamente me fui acercando a Natalie. Conforme me iba aproximando, ella me lanzó un cuchillo que iba hacia mi cabeza, el cual esquivé fácilmente.
«No te lo pienses, Percy. Sabes que no es ella», me repetía una y otra vez mientras seguía avanzando hacia ella, así que decidí correr antes de cambiar de opinión, prendí mis brazos y cuando llegué hasta ella intenté asestarle varias cadenas de golpes sucesivos, pero por muy rápido que yo me moviera ella lo hacía más y me los esquivaba todos sin despeinarse.
Cuando vi que intentar golpearla era inútil alcé mi brazo y le apunté directamente con la palma de mi mano. Ella se quedó quieta, sin hacer ni decir nada. Solo me miraba a los ojos. Cuando comprendió que eso no podría esquivarlo abrió sus brazos de par en par y cerró los ojos, esperando su final. Pero a la hora de actuar… no pude. Era consciente de que ella no era real, pero me bloqueé. No podía matarla; era exactamente igual que ella, con los mismos ojos, la misma expresión en la cara, la misma manera de moverse y de hablar.
Sabía que, si la mataba, esa imagen no se me iría de la mente nunca, así que poco a poco bajé el brazo e hice que las llamas que lo envolvían desaparecieran con un simple movimiento de muñeca. Cuando Natalie se percató de ello se acercó hacia mí lentamente y, antes de que pudiera decirle nada a Hércules, me asestó un golpe en la cabeza y me dejó sin conocimiento, noqueándome al instante.
*****
Me desperté dentro de mi tienda. Ya era de noche, porque no se veía ninguna luz afuera. Abrí los ojos y vi a todas las chicas a mi alrededor. Me empezó a dar un dolor muy fuerte en la parte de la cabeza en la que la falsa Natalie me había golpeado.
—¿Percy? ¿Estás bien? Oh, Dios mío. Dime que te encuentras bien —me decía Natalie mientras me sujetaba la cabeza desde atrás con mucha delicadeza. Yo no pude evitar apartarme, dudando de si era ella o Hércules.
Las chicas parecían preocupadas por mí y hablaron conmigo durante unos minutos, hasta que escuchamos cómo se abría el cierre de la tienda y, seguidamente, Hércules asomaba la cabeza por la cremallera semiabierta.
—Gracias, chicas. Ya podéis iros a dormir. Natalie, ¿nos dejas a solas unos minutos? —le solicitó el anciano, así que ellas se fueron tras darme las buenas noches, pero antes dejaron a mi lado un tazón con caldo de carne caliente. Yo les di las gracias y empecé a comer mientras Hércules cerraba la cremallera de la tienda tras de sí y se sentaba frente a mí, mirándome con cara de admiración, pero también de lástima—. ¿Y bien? —preguntó él después de un rato.
—¿Y bien qué? —contesté enfadado mientras me terminaba el caldo de carne a una velocidad de competición—. ¿Qué coño pretendías? —le grité indignado.
—Esperaba que pudieras decírmelo tú —respondió el viejo con su típico tono sarcástico envuelto de misterio. Yo lo miré de la forma más intimidante y agresiva que pude, pero él continuó hablando—. Relájate, muchacho. Yo solo te he querido enseñar lo que te niegas a ver: que eres el semidiós más fuerte que he conocido a lo largo de los siglos, no te lo voy a negar. —Al oír esto esbocé una falsa sonrisa a modo de agradecimiento por el supuesto cumplido—. Sin embargo, también eres el más débil —agregó con cierta tristeza.
—¿Por qué? No lo entiendo; explícame eso —respondí yo, aunque ya me estaba oliendo por dónde iban los tiros y no me gustaba nada.
—En el fondo lo entiendes, pero te niegas a admitirlo por tus sentimientos. No te preocupes, yo te lo aclaro. Sí, eres el semidiós más fuerte que he conocido. Tus habilidades son impresionantes, puedes hacer cosas con las que otros solo han podido soñar y sumándole eso a tu… condición eres el soldado perfecto, como lo fueron muchos otros antes que tú. Pero tú no sirves para ser soldado, no aguantas a la gente que te dice lo que tienes que hacer. No obstante, como líder tal vez ejerzas un papel determinante en la guerra que va a comenzar —aseguró con ilusión—. Pero si algo tenéis en común esos soldados perfectos y tú es que todos tenéis un punto débil. Y como en Aquiles fue su talón o en mí lo fue mi arrogancia, en ti es Natalie. Dependes completamente de sus sentimientos para no venirte abajo. Y nunca serás el líder perfecto ni serás completamente libre para actuar si dependes de otro que no seas tú mismo. Todo esto te lo digo desde mi punto de vista y el de los dioses. No sé si tú pensarás lo mismo al respecto —dijo para terminar.
—Eh… ¿Qué? —repliqué confuso pero pensativo, ya que sabía que no le faltaba razón. El caso es que yo estaba a gusto con ella ahora. ¿Por qué iba a estropearlo? ¿Por un consejo de los dioses? Ya me habían fastidiado demasiadas cosas. ¿Por qué querían hacerlo con Natalie? ¿No me habían arrebatado ya lo suficiente?
—Tómate tu tiempo para asimilarlo, pero yo tenía que hacértelo ver, porque solo siendo un líder que no dependa de nadie podrás tener un papel determinante en la guerra. Y es bueno que cortes este problema de raíz si de verdad quieres ayudar a cambiar el mundo y a vencer a los titánides —afirmó mirándome como si esperara una respuesta. Cuando yo, tristemente, asentí involuntariamente con la cabeza se le iluminó la cara—. Sabía que lo entenderías. Quieres ser libre, pero así no puedes y lo sabes —añadió con cierto tono paternal.
—Entonces con todo esto me estás diciendo que los dioses consideran que debería terminar las cosas con ella, ¿no? —manifesté para resumir.
—En cierta manera, sí. Imagínate que la perdiéramos en combate, que es algo que os podría pasar a cualquiera. Tú caerías rendido aun pudiendo seguir luchando para ganar la batalla. Lo digo por la seguridad de todos. Eres y serás el más fuerte de tu generación y Natalie es una de las más débiles. No es ningún secreto, se puede ver a simple vista. Tú reflexiona sobre ello. Sé que no te gusta nada de lo que te he dicho, pero es lo que hay que hacer por el bien del mundo.
—Sí, si ya lo sé. ¿Pero qué quieres que haga exactamente? No puedo decirle así, de repente, que se terminó. No sé si aguantará un golpe así. Y más a sabiendas de que yo la seguiré queriendo ——apunté, todavía cabizbajo.
—Pues piénsatelo. Es por el bien de nuestra misión. Además, créeme, hay personas como tú. Tal vez una loba te vendría bien, pero entiendo que no quieras convertirla. Yo tampoco lo haría —reconoció el viejo—. Tú solo piensa en ello —reiteró Hércules mientras ponía su mano sobre mi hombro—. Confío en que harás lo correcto.
Dicho eso, se puso en pie y abrió la cremallera interior para salir de la tienda. Nada más salir él por la puerta entró Natalie, la cual estaba ya dispuesta a meterse en su saco para dormir.
—¿Estás bien, Percy? —me preguntó ella cuando me vio con mala cara. Cuando levanté la mirada para responderle, vi que ella la tenía peor que yo.
—No, la verdad es que no. Este hombre tiene la habilidad de dejarme jodido después de cada charla. Y esta me ha dejado con mal cuerpo, pero supongo que ya se me pasará. No te preocupes, Nat. ¿A ti qué te ocurre?
—¿Por? ¿De qué habéis hablado? —quiso saber ella, que seguramente ya intuía algo de todo aquello de lo que me había dicho Hércules.
—No, nada. Sobre mis poderes y esas cosas —respondí con dificultad, ya que a pesar de que pudiera tener mucha facilidad para mentir, a ella nunca se lo había hecho. La respetaba demasiado como para mentirle, así que al responderle di a entender que no era toda la verdad.
—No me mientas, Percy. Desde fuera he podido escucharlo casi todo. —Al escuchar eso volví a agachar la cabeza cuando vi que me lo dijo con una lágrima en la cara, que le resbalaba por la mejilla—. Es igual, Percy. Lloro no por lo que habéis dicho, sino porque, por mucho que me duela, tenéis razón. Hemos pasado por muchas cosas, pero si queremos devolver el mundo a lo que era es lo que tenemos que hacer. Y como sé que no te ibas a perdonar por hacerme daño, seré yo la que termine esto. Por el bien de todos es mejor que esto se acabe, al menos hasta que arreglemos el mundo —me dijo ella.
Cuando escuché eso me quedé sin habla, sin saber qué decir ni qué hacer, así que me limité a asentir con la cabeza con tristeza. Cada uno se metió en su saco de dormir y, mirando en direcciones opuestas, nos dormimos los dos, ambos con varias lágrimas cubriéndonos la cara.
*****
«¡Dios! ¡Menudo ruido!», pensé cuando me desperté por el sonido metálico que había fuera y que se repetía una y otra vez. Me levanté, me desperecé y, cuando vi que Natalie no estaba, me tomé mi tiempo para vestirme y colocar mis cosas. Cuando salí de la tienda vi que las chicas ya estaban entrenando entre ellas. Kika trataba de afinar su puntería con los rayos y parecía estar mejorando enormemente. Mientras, Natalie y Cristina entrenaban esquivando e intercambiando golpes cuerpo a cuerpo e iban cambiando entre la práctica de esas técnicas de combate y el uso de armas, pero Cristina seguía siendo demasiado lenta con su tridente como para poder parar las rápidas arremetidas de Natalie con la antigua espada de Kika.
Entre tanto, Hércules estaba sentado en el tronco partido que yo había roto el día anterior. Le observé durante un buen rato y después caí en la cuenta.
—¡Hércules! ¡Viejo hijo de perra! ¿Lo de ayer lo puedes hacer cuando quieras? —le grité cuando me acerqué lo suficiente a él como para que pudiera escucharme.
—Los insultos no son necesarios, hijo de Hades. Y sí, claro, pero por un tiempo limitado y siempre que no esté demasiado cansado. ¿Por qué lo preguntas? —me respondió el viejo, que acababa de levantarse del árbol partido.
—Porque, si puedes hacer eso siempre que quieras, ¿por qué no te transformas de nuevo en dragón y nos llevas volando hasta Sesenya? ¿O esperas que lleguemos andando en solo unas semanas? ¿Por qué no lo has hecho antes? —seguí gritándole a Hércules, el cual sonreía y me miraba con admiración.
—¿Te cuento un secreto? Es lo que pensaba hacer en cuanto completarais el entrenamiento y estos días repletos de pruebas —aseguró sonriendo con su típica picardía.
—¿Pruebas? ¿Estás diciendo que todo lo que hemos pasado desde que te encontramos aquella noche solo han sido pruebas de los dioses para entrenar? —pregunté incrédulo y enfadado, a lo que el viejo respondió encogiéndose de hombros y sonriendo mientras miraba cómo las chicas terminaban de entrenar. Todos parecíamos haber mejorado mucho en solo unos días—. ¡Estoy harto de los dioses y de sus putas pruebas! Por cierto, lo de Natalie ya está hecho. No sé si era tu intención, pero nos escuchó hablar anoche y decidió terminarlo ella —le anuncié para terminar con la conversación mientras me alejaba de él y me iba acercando de nuevo a mi tienda hecho una furia, pues acababa de pensar que los dioses no se tomarían muy bien que matara a su emisario.
Esa mañana salí yo solo cazar. Casi se había agotado la carne del ciervo que nos trajimos del bosque y cuando volví con los demás traje unas cuantas liebres y un par de ardillas, las cuales nos comimos en silencio para después guardar las sobras en bolsas herméticas dentro de nuestras mochilas.
Cuando hubimos terminado de comer, Hércules les contó la verdad a las chicas sobre lo que habían sido todos aquellos días: las experiencias con los inferis, las caminatas interminables y los entrenamientos. Que solo habían sido una prueba de los dioses para prepararnos de cara a lo que estaba por venir. Al enterarse, a las chicas les hizo la misma gracia que a mí. Después de eso les propuso la posibilidad de ir volando a Sesenya. La idea tampoco les hizo demasiada ilusión, en especial a Natalie por su miedo a las alturas. Para ser sincero, a mí tampoco me gustaba eso de volar, pero así llegaríamos mucho más rápido.
Empezamos a recoger las cosas, a apagar del todo las brasas de las hogueras y a desmontar las tiendas. Cuando terminamos y ya lo tuvimos todo preparado Hércules adoptó la forma de un dragón blanco, algo más pequeño que el del día anterior, pero igualmente muy grande. Seguía teniendo unas dimensiones gigantescas y tenía unos ojos rojos que le daban un aspecto bastante peligroso e imponente, igual que el dragón con el que me enfrenté. Por detrás de la cabeza del reptil asomaban varios cuernos, cuatro a cada lado, y aprovechamos los cuernos que también le sobresalían de la columna, en la espalda, para atar ahí el equipaje y para sujetarnos. Kika y yo nos pusimos juntos a un lado y a un par de metros de nosotros se colocaron Natalie y Cris.




