- -
- 100%
- +
Mientras tanto, a lo largo del siglo xix, intrépidos aventureros extranjeros se fascinaron recorriendo el territorio mexicano y se enamoraron de sus habitantes, sus paisajes, las pirámides prehispánicas y los palacios coloniales. Uno de ellos fue el político, geólogo y naturalista británico Charles Joseph La Trobe, quien elogió las obras de México, los acueductos monumentales, las iglesias y los caminos, y llamó con admiración “Ciudad de los Palacios” a la Ciudad de México.
Los migrantes ashkenazis vivieron un asombro muy similar al descubrir casi 100 años después las bondades del país y de su señorial capital, los cuales servirían de escenario e inspiración a la cultura sincrética que desarrollarían aquí. Esa cultura es el objeto de esta antología.
CUENTOS, NARRACIONES Y PARÁBOLAS DE NUESTRA TRADICIÓN ORAL Y ESCRITA
El hombre sabio oye una palabra y entiende dos.
Proverbio judío
La tradición oral, como todas aquellas expresiones culturales que se transmiten de generación en generación, tiene el propósito de difundir conocimientos y experiencias a las nuevas generaciones. Forma parte del patrimonio inmaterial de una comunidad y se manifiesta a través de diferentes expresiones habladas y escritas, como pueden ser los cantos populares, los cuentos, los mitos, las leyendas, la poesía o el lenguaje corporal.
La tradición oral tiene dos fundamentos principales: la identidad cultural, que es la manera en que se concibe una comunidad con respecto a otras, y la memoria colectiva, es decir, los acontecimientos que son parte de su historia, lo que la define ante otras comunidades. La memoria colectiva reafirma la identidad comunitaria, y es frecuente que las narraciones o expresiones orales se vayan modificando o deformando con el paso del tiempo.
Este primer capítulo se nutrió de la investigación de diversas fuentes escritas, de pláticas con miembros de la comunidad ashkenazi, inmigrantes o nacidos en México y que conocían en menor o mayor grado la lengua y el folklor; además, enteradas de este proyecto, otras personas aportaron diversos materiales, lo cual agradecemos infinitamente.
Entre los judíos de origen ashkenazi que inmigraron a México, se siguen contando anécdotas y cuentos transmitidos en forma oral y aún se usan expresiones o refranes en ídish. Sin embargo, esta particular riqueza del folklor judío está en riesgo de perderse. Las generaciones más jóvenes, formadas por los hijos o nietos de los migrantes, desconocen el ídish, sus relatos, su fuerza literaria.
Esperamos que esta pequeña recopilación sirva de motivación para profundizar en este fascinante universo de cultura y despierte curiosidad, reflexiones, interés, evoque recuerdos, permita una mayor comprensión y acercamiento a la cultura ashkenazi; o al menos nos conformamos con que lo disfruten.
Rabinos
Érase un artesano muy pobre que tenía mujer, 10 hijos y una suegra, todos viviendo bajo el mismo techo. Harto del ruido, el desorden y el hacinamiento, fue con el rabino y le pidió ayuda para resolver su problema.
Después de escuchar atentamente al artesano, el rabino le dijo:
−¿Tienes un chivo?
− ¡Claro que tengo un chivo!
−Pues mete el chivo a tu casa.
El hombre se quedó muy intrigado, pero volvió a su hogar y siguió el consejo del rabino. Una semana más tarde, el artesano volvió con el rabino. Se veía exhausto y desesperado.
−¡Ya no puedo más! −exclamó−. Además de que los niños hacen ruido, lloran y tiran cosas, el chivo se come todo y destruye cuanto encuentra a su paso.
−Entonces vete a tu casa y saca al chivo −le dijo el rabino.
Al día siguiente, el artesano fue a darle las gracias al rabino, y le dijo:
−Ahora sí, sin el chivo, mi casa se siente ordenada y tranquila.
§
Un día le avisaron al rabino de un shtétl que había muerto prematuramente Bóruj, un yeshive bójer (estudiante de la escuela rabínica).
−¿De qué murió? −preguntó el rabino.
−De hambre.
−No puede ser. Ningún judío puede morirse de hambre −repuso el rabino−. Si hubiera venido a verme, yo lo habría ayudado.
−Es que Bóruj se avergonzaba de su lamentable situación.
−En ese caso, Bóruj no murió de hambre, murió de orgullo.
§
Un día se presentó ante el rabino un matrimonio para tratar de dirimir sus problemas. El rabino habló primero con el marido y al escuchar sus quejas, le dijo:
−¡Tiene razón!
Después habló con la esposa, quien contó su versión. Tras escucharla cuidadosamente, el rabino le dijo:
−¡Tiene razón!
Mientras tanto, la esposa del rabino había estado escuchando todo detrás de la puerta. En cuanto se fue la pareja, ella le comentó a su marido:
−No te entiendo. Viene el esposo y le das la razón; viene la mujer y le das la razón. No se puede dar la razón a los dos.
El rabino la miró fijamente unos momentos y luego le dijo:
−¿Sabes qué? ¡Tú también tienes razón!
§
El rabino de una pequeña ciudad polaca envió a su hijo de incógnito para que averiguara la opinión que de él tenían los feligreses. El joven deambuló por calles, tiendas y mercados, en donde escuchó algunos comentarios muy favorables y otros muy negativos sobre la labor de su padre. De regreso a casa, preocupado, relató al rabino los comentarios negativos. El religioso lo tranquilizó diciéndole:
−No te aflijas, hijo, no es relevante si hablan bien o mal, lo verdaderamente importante es que lo hagan; me preocuparía si no opinaran, pues querría decir que no estoy haciendo bien mi trabajo.
§
Un fabricante de jabones fue a la casa del rabino para informarle:
−He pensado en dejar la religión.
−¿Por qué? −preguntó el rabino.
−Se supone que la religión predica la paz, la justicia, la caridad, la humildad y el amor al prójimo, pero yo no veo que nada de esto se lleve a la práctica.
El rabino le propuso al fabricante salir a dar una vuelta para discutirlo.
Mientras paseaban, se encontraron con un grupo de niños sucios y andrajosos. Entonces el rabino comentó:
−Cuando vemos a estos muchachos tan sucios, ¿podríamos concluir que el jabón no es eficaz?
−¿Cómo quiere que estén limpios si no usan jabón? −dijo el fabricante.
Y el rabino repuso:
−Lo mismo sucede con la religión. ¿Cómo pueden obtener buenos resultados si no practican los preceptos?
§
Un rabino joven se percató de que uno de los feligreses que solía ir al templo con regularidad había dejado de asistir. Preguntando entre sus conocidos, se enteró de que recientemente se había alejado también de ellos. El rabino decidió ir a visitar a aquel hombre para preguntarle la razón de su distanciamiento. Cuando llegó a su casa, lo encontró frente a la chimenea, mirando el fuego. El hombre saludó y le trajo una silla al rabino, quien se sentó a contemplar el fuego sin decir nada. Después de un rato tomó la tenaza y separó un leño que ardía. Poco a poco el leño separado empezó a apagarse. Ninguno de los dos pronunció una sola palabra. Al cabo de unas horas, el rabino se levantó para irse. El anfitrión extendió la mano amistosamente y le dijo:
−Gracias, rabino, por su mensaje. Lo comprendí bien, nos vemos en el shul (sinagoga, templo) el próximo Shabes.
§
Una viuda pobre fue a casa del rabino muy preocupada a pedirle consejo. Resulta que ese día iba a casar a su hija, pero no tenía candelabros para poner en la mesa de la boda, como era la costumbre.
−No te preocupes −contestó el rabino−, toma mis candelabros prestados para la ocasión.
Aquella noche, la rébetzn (esposa del rabino) llegó a casa, y al ver que faltaban sus candelabros, hizo un escándalo porque creyó que se los habían robado.
−Calma, mujer −le dijo el rabino−. Nadie te robó nada. Los candelabros sólo fueron a iluminar un poco nuestro camino al Óilom Haboh (mundo venidero).
§
El rebe jasídico Zusha, de Hanipol, solía visitar la ciudad de Berdichev y siempre se hospedaba en casa del melámed (maestro de la escuela), sin que los dignatarios de la comunidad le hicieran mucho caso. En una ocasión se sintió cansado de caminar y uno de sus discípulos le prestó un magnífico carruaje tirado por hermosos caballos. En cuanto llegó a la sinagoga, los jefes de la comunidad corrieron para invitarlo a que se hospedara con ellos. El rebe se negó:
−He venido muchas veces a Berdichev, pero ésta es la primera invitación con la que se me honra. Supongo que se debe a que siempre llegaba a pie y, ahora, a que llego en un elegante carruaje. Como de costumbre, me quedaré en casa del melámed, pero les agradeceré que den hospedaje a los caballos, pues es a ellos a quienes ustedes otorgan el honor.
§
Un alumno le preguntó al rebe:
−¿Qué es eso de la teoría de la relatividad? ¿Es tan difícil de estudiar como la Toire?
−No, hijito −le contestó el profesor−. Es muy sencillo de entender: si yo pongo mi dedo en tu boca, ambos tenemos un dedo en la boca: tú tienes un dedo en la boca y yo tengo un dedo en la boca. Eso es la relatividad.
§
Se acercaba Péisaj y un ama de casa se sentía agobiada por todo el trabajo que tenía que hacer previo a la celebración. Simplemente no sabía por dónde empezar: si limpiar la casa, sacar el jómetz, cocinar, preparar la ropa del marido y los hijos... Desesperada, fue a buscar al rabino para que la ayudara a decidir con qué labor iniciar sus preparativos. El religioso tranquilizó a la mujer diciéndole:
−No te angusties, habrá tiempo para todo. Vuelve a casa y cuando llegues comienza por lo primero que veas y se te ocurra.
Más calmada, regresó la señora y al abrir la puerta de su pequeño patio vio al ganso. Acto seguido lo atrapó y se sentó a desplumarlo para rellenar cojines.
§
En cierta ocasión, un comerciante resentido y envidioso propagó un chisme sobre otro mercader. Al darse cuenta de la magnitud del daño que había causado, se arrepintió y pidió consejo al rabino sobre cómo poner fin a la malintencionada habladuría. El estudioso le preguntó:
−¿Tienes un cojín de plumas?
−Sí.
−Pues vete a tu casa, saca el cojín a la calle, ábrelo y esparce las plumas al viento.
Una vez hecho lo anterior, el hombre regresó con el rabino:
−Ya seguí su consejo. ¿Ahora qué hago?
−Ve, recoge las plumas y vuelve a llenar el cojín −le recomendó el religioso.
−¡Pero eso es imposible! −replicó el negociante.
−Lo mismo sucede con los chismes que diseminaste −concluyó el rabino.
§
El rebe Zusha de Hanipol solía decir:
−Cuando tenga que despedirme de este mundo y llegue a la Corte Celestial, no me preocupa que me pregunten por qué no fui justo como Abraham Avinu o Moshé, ya que yo no soy Abraham ni Moshé y Dios no espera que sea como ellos. Pero me preocupa que me pregunten:
−Zusha, ¿por qué no fuiste como Zusha? ¿Por qué no alcanzaste tu máximo potencial?
§
El rabino de una pequeña ciudad envió a sus dos hijos, cada uno por separado, a ver la metrópoli para saber su opinión. Uno de ellos regresó y comentó:
−No entendí por qué me mandaste a un lugar lleno de malvivientes, gente mala, con calles peligrosas y sucias.
En cambio, el otro muchacho regresó feliz.
−Gracias, padre −dijo−, por darme la oportunidad de visitar esa gran urbe llena de cultura, yeshives (centro de estudios de la Toire y del Talmud), parques y cosas hermosas.
§
El rabino Bunam solía contar la historia del rabino Eisik, hijo del rabino Yekel, en Cracovia, a los jóvenes que acudían por primera vez a él. La historia es la siguiente:
Después de muchos años de una gran pobreza, que nunca socavaron su fe en Dios, el rabino Eisik soñó que alguien le ordenaba buscar un tesoro oculto bajo el puente que conduce al Palacio Real de Praga. Cuando el sueño se repitió por tercera vez, viajó hacia esa ciudad, pero el puente estaba custodiado día y noche y no se atrevió a empezar a cavar. No obstante, siguió yendo al puente cada mañana y allí se quedaba merodeando hasta el anochecer. Finalmente, el capitán de la guardia, que lo había estado observando, le preguntó cortésmente si estaba buscando algo o esperaba a alguien. El rabino Eisik le contó el sueño que lo había hecho venir desde un país tan lejano. El capitán sonrió.
−¡Y para satisfacer el sueño gastaste tus zapatos viniendo aquí! −dijo−. Te compadezco. Por lo que respecta a creer en los sueños, si yo creyera en ellos ¡habría tenido que ir a Cracovia y buscar un tesoro oculto bajo un hornillo en la habitación de un judío, Eisik, hijo de Yekel! Eso fue lo que me reveló el sueño. ¡Imagínate lo que hubiera sido: allí la mitad de los judíos se llaman Eisik y la otra mitad Yekel!
Y se rio de nuevo.
El rabino Eisik se despidió, volvió a casa, y efectivamente encontró el tesoro debajo de su hornillo y construyó la casa de oración conocida como la sinagoga del rabino Eisik. El rabino Bunam solía añadir: “Guarda esta historia en tu corazón y haz tuyo lo que dice. Hay algo que no podrás encontrar en ninguna parte del mundo, tendrás que buscarlo y encontrarlo dentro de ti mismo”.
§
En una ocasión falleció un judío que era violento, usurero y soplón. El día del entierro, el rabino no tenía nada bueno que decir acerca de este hombre vil, pero tres hijos del difunto lo amenazaron:
−Si no habla bien de nuestro padre, le daremos una paliza.
Al momento del discurso, el rabino lanzó un suspiro y empezó:
−Aquí yace un hombre que era un tzádik (justo, sabio)… en comparación con sus tres hijos.
§
Un jósid (seguidor del jasidismo) fue a ver a su rebe para decirle:
−¡Rebe, tuve un sueño en el que yo era el líder de trescientos jasidim!
−Bien −contestó el rebe−, vuelve cuando trescientos jasidim sueñen que tú eres su líder.
§
Un estudiante de yeshive se acercó a un eminente talmudista y comenzó a llenarle los oídos con sus propias –y poco originales– interpretaciones de los profetas. Al fin agotó la paciencia del sabio, quien le dijo:
−¡Es una lástima que no hayas vivido en los días de Rámbam!
−Muchas gracias, rabino, muchas gracias −repuso el estudiante, feliz con el halago−. Pero dígame, por favor, ¿qué habría sucedido si me hubiera conocido el Rámbam?
−Pues que lo habrías fastidiado a él y no a mí.
§
Dos amigos de distintos pueblos hablaban de sus respectivos rabinos.
−El mío es tan inteligente −dijo uno de ellos− que puede hablar durante una hora de cualquier tema.
−Eso no es nada −dijo el otro−. El mío puede hablar durante dos horas de absolutamente nada.
Sabios
Hílel es uno de los personajes más destacados de la historia judía. Vivió en Éretz Isróel en el siglo i antes de nuestra era. Fue presidente del sanhedrin (asamblea de ancianos) y director de la yeshive también llamada la Casa de Hílel. Sus enseñanzas son la base de la Mishne y la Guemore (el código legal y el comentario que constituyen el Talmud), y su doctrina moral, el fundamento de la ética religiosa judía. Es recordado por su modestia y paciencia.
§
En el siglo i antes de nuestra era, además de la Casa de Hílel, estaba en Jerusalem* la Casa de Shamai, conocida por su rigidez en el estudio de la Toire.
En una ocasión se presentó ante el rabino Shamai un gentil (persona no judía) y le dijo:
−Quiero convertirme al judaísmo, pero con una condición: me tiene que enseñar toda la ley judía mientras yo me sostengo en un solo pie.
Furioso, el sabio se negó ante tal pretensión. Entonces el gentil acudió a la Casa de Hílel, quien le contestó sencillamente:
−No hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan a ti. Ésa es la ley, el resto son comentarios. Ahora ve y estudia.
§
Cuenta la Guemore que Hílel era muy pobre y trabajaba como leñador para ganarse el pan. Una parte de lo que obtenía lo empleaba para alimentar a su familia y, con la otra, pagaba al shámesh (ayudante en la sinagoga) de la casa de estudios para que lo dejara entrar y estudiar la Toire de boca de los grandes maestros Shemayá y Abtalión. Una mañana salió Hílel a vender su leña. Iba de casa en casa, pero no logró vender nada, ya que todos se habían preparado con suficiente leña para el invierno. Tenía frío, estaba hambriento y preocupado. ¿Qué podría hacer para alimentar a su familia? Y lo más importante de todo: ¿dónde conseguiría dinero para pagar al shámesh?
Al caer la tarde, Hílel se fue a casa y comió el poco alimento que pudo encontrar. Después, según su costumbre, se dirigió a la escuela. Al llegar a la puerta, el shámesh le hizo la misma pregunta de siempre:
−¿Dónde está tu pago?
−No pude conseguir ningún trabajo hoy −murmuró Hílel−. Te pagaré mañana.
−Si no tienes dinero, entonces no puedes entrar −le contestó severamente el shámesh.
Hílel echó una mirada a su alrededor para buscar alguna solución. Y la encontró. No dejaría de asistir a la escuela, ni siquiera una tarde. Se dio cuenta de que sobre el techo había un tragaluz, y en el tragaluz, un pequeño agujero. Entonces subió sin hacer ruido y se tendió, poniendo su oído en el pequeño hueco.
Mientras tanto, la nieve empezó a caer. Iba cayendo cada vez más y más espesa, pero Hílel estaba tan concentrado en lo que decían los sabios maestros que no se percató de que la nieve lo estaba cubriendo poco a poco hasta casi congelarlo. Algunos discípulos notaron que el salón se oscurecía y descubrieron que una sombra cubría la ventana. Cuando subieron a ver de qué se trataba, encontraron a Hílel entumecido y desmayado, lo bajaron y rápidamente le dieron calor. Hílel les contó cómo y por qué había llegado al techo. Conmovidos por tal avidez de conocimiento, los sabios profesores le rogaron que en lo sucesivo aceptara tomar las clases sin pagar.
Años más tarde, Hílel llegó a ser director de esa misma yeshive.
§
En Pirquei Avot (libro que recaba la sabiduría de los padres o ancianos) está escrito:
Cierta vez vio Hílel un cráneo flotar en el agua y le dijo:
−Porque ahogaste a tu prójimo, alguien te ahogó a ti, y los que te ahogaron también serán ahogados.
§
En una ocasión el Góen de Vilna le preguntó al predicador de Dubno cómo lograba encontrar la parábola indicada para cada asunto, a lo que éste contestó:
−Te voy a contar mi método con una parábola: había una vez un noble que decidió meter a su hijo a una academia militar para que aprendiera el arte de la mosquetería. Tras cinco años de arduo estudio, el muchacho aprendió todo lo que se requería. De regreso a su casa después de su graduación, pasó por una villa y notó que había una pared con círculos de gis y, justo en el centro de cada uno, un agujero de bala. Muy admirado, el joven se preguntó quién tendría tal destreza para atinar a cada blanco, y al indagar por tan hábil tirador lo dirigieron a la casa de un pobre niño judío. “¿Quién te enseñó a tirar con tanta precisión?”, lo interrogó el noble. “Es muy sencillo”, contestó el niño, “primero tiro y luego marco el círculo alrededor de los agujeros”.
Después de contar esta historia, el predicador de Dubno concluyó:
−Yo hago lo mismo: no busco una parábola especial para cada caso; por el contrario, cuando oigo una buena parábola o una historia sabia, la guardo porque sé que tarde o temprano encontraré una ocasión adecuada para utilizarla.
§
Rabi Akiva fue uno de los más grandes rabinos y maestros de la antigüedad, pero llegó a la madurez como un hombre ignorante que trabajaba como pastor para un hombre acaudalado llamado Kalba Shavua. Mientras andaba por los campos, reflexionaba y comprendía que había muchas cosas que no podía entender por falta de estudios y maestros. Sufría por no alabar propiamente a Dios y además le dolía no poder aspirar a casarse con Rójl, la hija de su patrón, de quien estaba profundamente enamorado. Pensaba que quizá si fuera erudito, el padre de Rójl podría aceptarlo como esposo de su hija.
Rójl, bella y gentil muchacha, también lo amaba y, adivinando la sensibilidad e inteligencia del pastor, accedió a casarse con él en contra de la voluntad de su padre. Siempre lo animó a estudiar, y cuando rabi Akiva cumplió 40 años, ingresó a una academia talmúdica. Su mujer se quedó sola y tuvo que trabajar arduamente para subsistir y ayudar a mantener los estudios de su marido; en una ocasión, incluso se vio en la necesidad de vender sus hermosas y largas trenzas para sufragar los gastos.
Gracias al empeño con que estudiaba, rabi Akiva se convirtió en un gran maestro y su fama se extendió por todo Éretz Isróel. Sus profesores estaban sorprendidos de la inteligencia de su discípulo; cada día tenía más alumnos. Por fin concluyó su preparación y pudo volver a Jerusalem al lado de su esposa. Una gran muchedumbre salió a recibirlo, y ahí estaba ella, pobremente vestida y con la cara y las manos maltratadas de tanto trabajo. Los discípulos, ignorantes de quién era, le impidieron acercarse, pero cuando rabi Akiva la vio, la abrazó emocionado y llorando dijo:
−Todo lo que soy se lo debo a ella y hasta lo que son ustedes se lo debemos a ella.
El Midrash (interpretación explicativa de las escrituras sagradas con el objeto de extraer alusiones legales) nos cuenta el suceso que cambió su vida, aquel que impulsó a Akiva a convertirse en el sabio más grande de su generación: en una ocasión, mientras caminaba, se encontró un agujero en una roca. Se preguntaba quién había hecho ese agujero cuando vio una gota de agua que caía, apenas rozando la piedra, y luego otra y otra. En ese momento encontró la respuesta, que era también la respuesta a su ambición de convertirse en un sabio. Y dijo:
−Si el constante y suave golpeteo de la gota pudo horadar la dura piedra, con más razón la fuerza de las palabras de la Toire podrá penetrar mi suave corazón si estudio con constancia.
§
Había una vez dos condenados a muerte. Ambos eran amigos del rey. Puesto que el rey los amaba, quiso buscar la manera de ayudarlos sin romper la ley. Se le ocurrió la siguiente idea: se tendería una cuerda sobre un abismo y se les daría la oportunidad a los condenados de intentar cruzar al lado opuesto. Aquel que lograra cruzar sin caer, sería perdonado y dejado en libertad.
Se procedió a permitir cruzar al primero, quien ante el asombro de los que observaban, logró atravesar exitosamente. Al ver esto, el otro condenado le gritó que por favor le dijera el secreto para poder cruzar sin caer. El que había logrado cruzar le contestó: no sabría cómo explicarte. Sólo te puedo decir que cuando veía que me inclinaba hacia un lado, me enderezaba y seguía caminando concentrado; es imposible decirte cómo hacerlo, tendrás que experimentarlo tú mismo.
Con esta parábola, algunos rabinos solían explicar a sus discípulos que el camino para llegar a Dios y la espiritualidad era una experiencia única y personal.
§
Un jósid pidió una vez a su maestro, el rebe de Lublin:
−Enséñeme el camino para servir a Dios.
El tzádik repuso:
−Es imposible decirle a los hombres qué camino deben seguir, pues se sirve a Dios enseñando, pero también orando; ayunando, pero también comiendo. Cada uno debe observar cuidadosamente hacia qué camino lo lleva su corazón y, cuando lo ha elegido, seguirlo con todas sus fuerzas.
§
El Baal Shem Tov, fundador del jasidismo, contaba que un rey escuchó que la humildad otorgaba larga vida, por lo que decidió vestirse con ropa vieja, se mudó del palacio a una cabaña y prohibió que le hicieran reverencia. Sin embargo, cuando se examinó a sí mismo honestamente, se dio cuenta de que se sentía más orgulloso que nunca. Entonces un filósofo le dijo:
−Vístete como rey, vive como rey y permite que la gente te muestre su respeto, pero sé humilde en el fondo de tu corazón.
§
El rabi Yehoshúa Ben Janania, uno de los sabios más eminentes de su tiempo, una vez soñó que una voz celestial le decía:
−Yehoshúa, alégrate, pues en el paraíso estarás sentado en una mesa de honor al lado de Nemes, el carnicero.
El rabi se quedó muy intrigado de que estar sentado al lado de un carnicero fuera un honor, así que se puso a investigar cuál era el domicilio de ese hombre para ir a conocerlo. La gente le decía: “Es un ignorante, no merece que lo visite”. Sin embargo, movido por la curiosidad, el rabi llegó hasta la casa del carnicero y le preguntó: