Del shtétl a la ciudad de los palacios

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−¿Qué actos meritorios has realizado?
−Ninguno, porque mis padres están enfermos y ancianos. Por cuidarlos y atenderlos he renunciado a todo −contestó Nemes.
Entonces el rabi le besó la frente y le dijo:
−Mereces el privilegio de Dios. ¡Será un honor sentarme a tu lado en el “mundo venidero”!
§
El gran talmudista Isróel Meyer Kahan, mejor conocido como Jéfetz Jaim, viajaba en una ocasión de incógnito. Como el cochero no dejaba de lamentarse de su suerte, el rabino le sugirió que orara para que Dios lo ayudara, a lo que el cochero le contestó:
−He orado toda mi vida y no me ha servido de nada. Mejor le voy a pedir a Jéfetz Jaim que ore por mí, ya que es un góen (erudito) y un tzádik.
−No es tan góen ni tan tzádik −contestó el rabino.
Entonces el cochero, furioso, bajó al pasajero y le propinó una tunda por hablar mal de su adorado rabino.
Al día siguiente, el cochero acudió a ver a su rabino y al reconocer al Jéfetz Jaim, le pidió perdón con lágrimas en los ojos.
−No apruebo tu acción porque te dejaste llevar por la pasión y la violencia, pero me diste una gran lección −le contestó el Jéfetz Jaim−. Toda mi vida he predicado en contra de devaluar al prójimo o hablar mal de él, y tú, cochero, me hiciste ver que también está mal devaluarse a uno mismo.
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Un doctor en filosofía le pide a un rabino que le explique el razonamiento talmúdico. Para saber si tiene la capacidad de comprenderlo, el rabino le plantea la siguiente pregunta de lógica:
−Dos hombres bajan por la chimenea. Uno de ellos sale limpio, el otro sale sucio. ¿Cuál de los dos se lava la cara?
Con mucha seguridad el doctor responde que por supuesto se lava la cara el que sale sucio.
−¡Falso! −afirma el rabino−. Piensa bien y regresa en una semana.
A la semana regresa el filósofo y dice:
−Ya lo pensé bien. El que está limpio, al ver al otro sucio, cree que él también está sucio y va a lavarse la cara.
−¡Falso! −dice el rabino−. Piénsalo y regresa en una semana.
A la semana regresa el filósofo y dice:
−Los dos se lavan la cara, pues uno ve que el otro se lava la cara.
−¡Falso! Piensa y regresa.
−Ya lo pensé. Ninguno de los dos se lava la cara. El que está sucio ve que el otro está limpio y piensa que él también está limpio, y el que está limpio piensa que si el otro no se lava la cara es porque lo ve a él limpio.
−Falso. ¿Cómo podrían dos hombres bajar por la misma chimenea y uno de ellos salir sucio y otro limpio? Quien no comprende esto, no es capaz de entender la lógica talmúdica −dijo el rabino al filósofo.
Sabiduría e ingenio popular
El señor feudal lanzó un reto a los judíos de su feudo:
−Uno de ustedes tendrá que enfrentarse a un duelo de inteligencia conmigo −proclamó−, pero en caso de no superar el reto, echaré a todos los judíos del feudo.
Los judíos se preocuparon mucho, pues nadie se atrevía a pasar por tan difícil prueba, ni siquiera el rabino. Finalmente, un individuo con la ropa desgastada y apariencia miserable se ofreció como voluntario. A falta de otro candidato, los demás aceptaron que fuera él quien los representara. El día de la prueba, se presentó el voluntario ante el señor feudal. El señor empezó levantando la mano, y luego la bajó. La respuesta del judío, que con trabajos hablaba ídish, fue señalar el piso con su dedo. A continuación el señor feudal tomó un recipiente con alubias y las desparramó en el suelo, a lo que el judío respondió juntándolas y poniéndolas de nuevo en el recipiente. Finalmente, el señor tomó un queso cuadrado y lo puso sobre la mesa. Acto seguido, el judío tomó un huevo y lo colocó encima.
−¡Felicidades! −exclamó el señor feudal−. Los judíos se pueden quedar, pues superaron la prueba. Cuando yo dije que Dios está en el cielo, su paisano mostró que también está en la tierra. Cuando yo dije que voy a dispersar a los judíos, él dijo que los reuniría, y al fin, cuando dije que la Tierra es cuadrada, él dijo que es redonda.
Más tarde, los sabios preguntaron al judío cómo entendió algo tan profundo. A lo que él contestó:
−El señor feudal señaló hacia arriba y como no sabía qué contestar, le mostré que para mí él está enterrado. Cuando me dijo que va a tirar las alubias para que no podamos hacer cholnt (comida tradicional de Shabes), yo le dije: “Pues yo las recojo y hago cholnt ”. Y cuando me dijo que las blintzes se hacen con queso, yo le contesté que también hacen falta huevos.
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El sabio Yejezkel viajó en su burro desde su natal Galilea hasta Jerusalem y de vuelta. La excursión fue de gran provecho para él, pues aprendió de la vida y de la gente durante el recorrido. Cuando regresó, contó sus experiencias y puso en práctica los nuevos conocimientos que había adquirido en el pueblo, causando la admiración de los habitantes de su pequeña villa. Un comerciante envidioso decidió emprender el mismo viaje, así que participó a su esposa de sus intenciones. La mujer le dijo:
−Como tú dispongas, pero no te afanes tanto, pues el viaje no tiene el mismo efecto en todos. Ya ves, también el burro del erudito Yejezkel recorrió el mismo camino que su dueño… y regresó siendo el mismo burro de siempre.
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Un señor feudal le dijo a un judío:
−Te ordeno que le enseñes a hablar a mi perro. De lo contrario, te mataré.
El judío volvió a casa acongojado y se lo contó a su mujer. Sin inmutarse en lo más mínimo, ella le aconsejó:
−Dile que sí, pero que tardarás cinco años.
−¿Y de qué sirve esperar tanto tiempo?
−Porque mientras tanto es probable que mueran el señor feudal, el perro o tú.
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Cuando falleció un niño de un año de edad, llegaron los vecinos a consolar a la familia. Lo lloraron y le pidieron que fuera un gúter béter (un buen emisario para ellos). Llegó una vecina y al escuchar las peticiones, dijo:
−¿Por qué le piden al pobre que interceda por ustedes? Es chiquito y ni siquiera sabe hablar. ¿Quieren pedirle cosas a Dios? Pues vayan ustedes mismos.
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Un comerciante se vio en la necesidad de vender un valioso diamante para salir de un compromiso. Al saber de su apuro, los posibles clientes le ofrecían un precio por debajo de su valor real.
Un viajero que pasó casualmente por su tienda le ofreció una suma justa y prometió regresar más tarde con el dinero para recogerlo a su salida de la ciudad.
El mercader guardó la valiosa piedra en el lugar acostumbrado, a saber, en una caja debajo de la cama de su padre.
Más tarde, el anciano, fatigado por el trajín, se recostó y se quedó dormido, así que cuando el caminante llegó a pagar la joya y pidió al mercader que se apurara porque tenía prisa, éste se percató de que su padre reposaba. Entonces le explicó a su cliente lo que sucedía: su padre estaba descansando y de ninguna manera alteraría su sueño, aun a riesgo de perder tan afortunada oportunidad de negocios.
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En una pequeña ciudad de Polonia decidieron festejar los 80 años del rabino de una manera peculiar.
Cada uno de los miembros de la comunidad lo obsequiaría con vino, para lo cual se había instalado discretamente un barril vacío en el desván de su casa y cada persona debía verter en el recipiente dos copas de vino.
¡Cuál fue su decepción cuando llegó a probarlo! Era sólo agua.
Todos habían tenido la misma idea: entre tanto vino, ¿quién iba a darse cuenta de que habían vertido dos vasos de agua?
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La bobe (abuela) no creía en Dios y contaba que dos amigos muy estudiosos habían hecho un pacto: el primero que se fuera le iba a avisar al otro si existía el más allá, pero si no regresaba, significaba que no había nada. El amigo que murió antes no regresó, de modo que la bobe solía repetir que a qué iban al shul, sis dortn gornisht do (ahí no hay nada).
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Un padre solía pasear a su hijo por un parque que tenía una hermosa fuente. Cada vez que pasaban enfrente, el hombre le daba una moneda al pequeño para que la arrojara y disfrutara el sonido y el movimiento que producía en el agua.
Pasaron los años y el muchacho creció y empezó a trabajar. Un día volvieron a aquel lugar y, al ver la fuente, el padre le preguntó:
−¿Por qué no echas una moneda como cuando eras niño?
A lo cual el joven respondió:
−Antes la arrojaba porque era tuya, pero ahora que trabajo y sé lo que cuesta ganar dinero, sería muy tonto si lo tirara.
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Un hombre fue a la sinagoga a solicitar el puesto de shámesh, pero no lo obtuvo porque no sabía leer ni escribir. Sin trabajo, el pobre se dedicó a ropavejero. Pronto su negocio prosperó y se convirtió en un rico comerciante.
Tiempo después, volvió para dar un donativo, y los dirigentes del templo le preguntaron:
−¿Cómo es posible que después de haberlo rechazado nos quiera usted ayudar?
El magnate contestó:
−Precisamente por eso, pues si ustedes me hubieran dado el puesto, seguiría siendo un pobre shámesh.
Mística
Los viernes, en la sinagoga, una congregación jasídica solía cantar alabanzas para recibir el Shabes. En la comunidad había zapateros, carpinteros y en general gente muy sencilla. Una noche tuvieron el honor de recibir la visita de un jazn (cantor profesional). Su voz era tan hermosa que poco a poco los fieles dejaron de entonar sus cánticos y guardaron silencio para escuchar el recital. Esa misma noche el rabino tuvo un sueño. Los ángeles se le aparecieron lamentándose de que la noche del sábado no habían escuchado las bellas melodías de costumbre. El rabino respondió que no se había podido, ya que un jazn profesional había entonado los cantos con su potente voz.
−Es posible −respondieron los ángeles−, pero aquí en el cielo no se oyó nada.
§
Un joven hereje se acercó al rebe jasídico de Kotzk y le preguntó:
−¿Dónde vive Dios?
El rebe le contestó:
−En cualquier lugar donde lo quieran recibir.
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Año con año, Móishele, el aguador, solía ir a Lublin a pasar Rosh Hashone. Sabía que el rebe lo recibía como a un príncipe y de esa manera recobraba fuerzas para resistir todo el año.
En una ocasión, llegó a Lublin la víspera de la fiesta y, a diferencia de otros años, el rebe lo recibió con frialdad.
−Móishele, no te puedo recibir −dijo−. Regresa a tu pueblo inmediatamente.
−Pero, rebe...
−No discutas, ¡es una orden! ¡Regresa a tu pueblo de inmediato!
Y entonces el rebe, que solía ser tan cariñoso, le cerró la puerta en las narices.
Ante tan inesperada e incomprensible actitud, Móishele sintió que el mundo se derrumbaba a sus pies y, con el corazón destrozado, emprendió el camino de regreso. Al anochecer se detuvo en una posada, donde se encontró con un grupo de jasidim. Estos hombres estaban relucientes de alegría ante la idea de reunirse con su amado rebe de Lublin. Móishele entró y se sentó en una mesa del rincón, triste y abatido. Al verlo, los jasidim lo invitaron a sentarse con ellos.
−¿Por qué estás tan triste? −le preguntaron.
−No entiendo qué pasó. Hoy mi benefactor, el rebe de Lublin, me prohibió el acceso a la sinagoga y me ordenó que regresara a mi pueblo justo en la víspera de la fiesta.
Los jasidim lo invitaron a bailar, cantar y brindar. Todos lo bendijeron y le desearon larga vida. Cantaron y bailaron con tal fervor, que contagiaron a Móishele, cuya tristeza se desvaneció milagrosamente.
Al amanecer, los jasidim invitaron a Móishele a regresar con ellos a Lublin. Lo rodearon entre todos y lo obligaron a subir a la carreta.
Al llegar a la sinagoga de Lublin, Móishele advirtió que el rebe estaba en la puerta. En cuanto vio al aguador, el rebe se precipitó sobre él, lo abrazó y le dijo:
−¡Me da tanto gusto que hayas regresado! Te esperaba, amigo mío.
Confundido, Móishele preguntó:
−Pero si ayer me echaste de la sinagoga, ¿por qué hoy sí me recibes?
El rebe le respondió:
−Ayer, cuando cruzaste el umbral de la sinagoga, vi al ángel de la muerte sobre tu cabeza. Pensé que era mejor que regresaras a tu pueblo a pasar tus últimos instantes al lado de tu mujer y de tus hijos. Pero cuando te encontraste a los jasidim, con la fuerza de sus cantos y el gozo de sus bendiciones hicieron que el ángel de la muerte se alejara. ¡Te espera una larga vida! ¡Lejáim y bienvenido!
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Jaim, de siete años, subía una escalera eléctrica de la mano de su papá. De repente, al padre se le ocurrió subir por la escalera que descendía.
−Papá, no puedo, es muy difícil subir cuando la escalera baja.
Pensativo, le dijo a su hijo:
−Qué verdad tan grande has dicho. Así es la vida: es fácil subir si la escalera sube, pero es difícil si baja. Este mundo es como una escalerota que desciende. Nosotros tenemos que tratar de subirla. Si nos quedamos parados, ella sola nos llevará abajo.
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Rójele le preguntó a su abuelo:
−¿Por qué algunas personas cuando enriquecen se vuelven egoístas?
El abuelo la condujo a la ventana y le preguntó:
−¿Qué ves a través del cristal?
−Gente −contestó Rójele.
Entonces el abuelo la llevó frente al espejo y le preguntó:
−¿Qué ves ahora?
−Me veo a mí misma.
−¿Ahora entiendes? −dijo el abuelo−. Cuando ves a través de un cristal, ves a otras personas, pero si el cristal está cubierto con un poco de plata, sólo te ves a ti misma.
§
Había una vez un judío polaco muy pobre que arrendaba tierras al señor feudal. Un día se vio en aprietos y no pudo pagar la renta, por lo que no le quedó más remedio que ir a pedir una prórroga. Apesadumbrado, se despidió de su esposa y se encaminó al castillo, pero apenas puso un pie en el patio, unos feroces perros se abalanzaron sobre él, lo mordieron y le desgarraron toda la ropa. Por azares del destino, el noble había presenciado el ataque desde una ventana, así que se compadeció de aquel pobre hombre y decidió perdonarle la deuda.
Maltrecho y adolorido, pero feliz, el judío regresó a casa y le contó a su mujer lo que había sucedido. Ella empezó rápidamente a maldecir al señor feudal y a los perros, hasta que el hombre la detuvo:
−Calla, mujer, no maldigas. ¿No te das cuenta de que no eran perros, sino tu papá y mi mamá −que en paz descansen−, que vinieron del otro mundo para ayudarnos?
De la bobe Jaye, Clara Peretzman de Gurvich
Mujer judía, madre, abuela, maestra y cuentacuentos de corazón, Jaye nació en Kruk, Lituania, una pequeña aldea con una sola calle habitada por judíos. En ese entorno rural se inspiró para dedicarse a lo que más le gustaba: aprender y compartir los conocimientos de nuestros sabios, úndzere jajómim, como ella solía decir.
A los 12 años dejó su casa, su familia y su calle judía para ir a estudiar al gimnázium (secundaria-preparatoria) en Teldz y más adelante se trasladó a la entonces capital lituana, Kovne, donde ingresó en el seminario hebreo para maestros. Mientras estudiaba en el seminario, recibió una carta-invitación para trabajar en el Colegio Israelita de México y así llegó al que sería su nuevo país en 1932. Fue maestra de ídish de las primeras generaciones de niños judíos en México e impartió clases de Historia Judía.
A continuación, algunas de las frases e ideas que nuestra madre nos repetía, y que con toda seguridad tienen su origen en la sabiduría popular o algún libro sagrado.
Máximas para tener a la mano
“Más vale un marido de plata que cinco hijas de oro”.
“Cinco dedos tengo en la mano,
todos son diferentes pero a todos los necesito
y quiero por igual”.
“La mejor mentira es la verdad”.
“El gusano que vive en una raíz amarga cree
que ésta es dulce”.
“¿Quién es feliz? Aquel que está contento con lo que tiene”.
“Tengo lo que necesito y necesito lo que tengo”.
“Tengo más carne, como menos pan, tengo menos carne como más pan”.
“¿Quién es inteligente? Aquel que aprende de los demás”.
“Únicamente aquello que te da placer estudiar,
es fácil de aprender”.
Al hombre se le conoce según:
Kaasó (su ira, su forma de enojarse)
Kisó (su bolsillo, su forma de gastar)
Kosó (su copa, su forma de beber)
§
“Si todos los niños son bonitos e inteligentes, ¿de dónde salen tantos adultos feos y tontos?”
“La diferencia entre un inteligente y un tonto estriba en que el primero contesta y se olvida del asunto, mientras el tonto después se lamenta por todo lo que pudo haber dicho”.
“Si Dios nos pidiera envolver nuestras penas en un paquetito, arrojarlo en un recipiente y después nos diera la oportunidad de escoger uno de esos envoltorios, cada quien escogería el propio”.
“Si tu marido dice que vio una vaca volar y poner un huevo sobre un tejado, dile que es cierto, que tú la viste volando y luego recogiste el huevo”.
De alturas y grandezas
Un día, el rabino de la yeshive de Kovne andaba paseando por el parque cuando, al ver a dos niños que jugaban, se detuvo a observarlos. Los pequeños trataban de convencer uno al otro de quién era el más alto. Uno de ellos buscó un hoyo donde paró a su amigo y desde la orilla le dijo: “¿Ves? Soy más alto que tú”. Enseguida, el otro se subió a un montículo de tierra y repitió: “¿Ves? Soy más alto que tú”.
Después de un momento de reflexión, el rabino decidió que el niño que metió a su amigo en el agujero jamás llegaría a ser alguien en la vida, ya que para demostrar su altura había preferido rebajar al otro; en cambio, el que subió al montículo sería una persona importante porque había optado por elevarse él sin humillar a su compañero.
De tal palo, tal astilla
Un día, un padre decidió llevar al abuelo al asilo, pues ya no había suficiente lugar en la casa. Empacó su ropa y una cobija en una pequeña maleta y se lo llevó. A su regreso, encontró a su hijo cortando una manta. Sorprendido, le preguntó:
−¿Qué haces, hijo, por qué estás cortando esa cobija?
−Es que como le diste una cobija al abuelo, ésta es la única que queda, así que la estoy cortando en dos: una mitad es para mí y la otra es para ti −le respondió tranquilamente el hijo−, para cuando me toque llevarte al asilo.
La mercancía más valiosa
Una vez se encontraron en un barco dos comerciantes y un estudioso de la Toire y comenzaron a discutir. Cada uno de los comerciantes mostraba orgullosamente sus mercancías, comentando lo valiosas que eran y todo el poder y las riquezas que les habían otorgado. Mientras tanto, el estudioso de la Toire afirmaba que en verdad él era quien poseía la mercancía más valiosa, lo cual lo convertía en motivo de burla de sus compañeros de viaje. A la mitad del trayecto los sorprendió una tormenta tan violenta que el barco se fue a pique y los pasajeros a duras penas lograron salvarse. En el puerto adonde llevaron a los náufragos, sanos pero empobrecidos, los comerciantes buscaron ganarse la vida, lo cual les resultaba difícil sin sus mercaderías. Por su parte, el estudioso de la Toire se dedicó a la cátedra: “Les dije”, afirmó con orgullo, “la Toire es la mejor mercancía que puede uno tener”.
El gallo y el cuervo
Un día, en una granja un gallo y un cuervo discutían sobre cuál de los dos era mejor cantante.
−Mi voz −decía el gallo− es más clara y alegre; es tan bella que al oírla, el sol aparece en el horizonte.
−La mía −argumentaba el cuervo− puede parecer áspera, pero mis graznidos se escuchan con claridad en todo el campo y animan a todos sus habitantes.
Como no lograban ponerse de acuerdo, decidieron preguntar su opinión al primer animal que pasara por ahí y acordaron que el triunfador le sacaría un ojo al perdedor. Después de seguir discutiendo, apareció un cerdo y de inmediato aceptó ser el juez y árbitro del concurso de canto. Primero cantó el gallo tan hermoso como pudo, y luego el cuervo se esmeró en su graznido. Tras cavilar un momento, el cerdo dictaminó que el canto del cuervo era más hermoso, y acto seguido se cumplió la sentencia. Pero el gallo empezó a llorar tan desconsoladamente que se acercaron otros animales a preguntarle lo que sucedía, y luego de enterarse de la historia le dijeron:
−No llores, acepta que perdiste, ésa fue la apuesta.
A lo que el gallo contestó:
−No lloro porque me sacaron el ojo ni porque perdí, ¡sino porque el que me juzgó es un cerdo!
Los clavos sabios
Rabi Moishe Leib Gordon, célebre talmudista, fue invitado a dar una conferencia en un seminario para maestros judíos de una pequeña ciudad lituana. Antes de llegar a ser un gran rabino, el estudioso tenía fama de haber cambiado repetidamente de ideología. Se rumoraba en el seminario que en su juventud había sido comunista, luego sionista, más tarde bundista e incluso anarquista.
Cuando terminó la disertación, un joven le preguntó:
−Rabino, ¿cómo es posible que usted haya cambiado tantas veces de ideología?
−¿Por qué te sorprendes, hijo mío? −contestó rabi Moishe con aplomo−. Si clavas un clavo sin cabeza, se queda en el mismo lugar para siempre, pero si el clavo tiene cabeza se puede cambiar de sitio las veces que sea necesario.
El bello y la bestia
Cuentan que el gran filósofo Moishe Mendelssohn, hombre de aguda inteligencia y singular fealdad, un día recibió una carta de una bella mujer en la que le decía: “Me gustaría tener un hijo con usted. ¡Imagínese cuán bello e inteligente sería nuestro hijo, con mi belleza y su inteligencia!”. Así pues, el filósofo le respondió que eso sería muy venturoso. “Pero −le preguntó− ¿qué pasaría si sucediera exactamente lo contrario, que el pobre niño naciera con mi belleza y su inteligencia?”.
El rabino enamorado
Cuentan que una vez, un rabino muy sabio y querido decidió que era tiempo de buscar esposa. La casamentera del pueblo le presentó a tres muchachas guapas e inteligentes para que las conociera e hiciera su elección. El rabino las puso a prueba dándoles una cantidad igual de dinero a las tres. Después de dos semanas, la primera volvió, y cuando el rabino le preguntó qué había hecho con el dinero, ésta le respondió: “Me lo gasté todo en ropa, porque la esposa de un rabino siempre debe lucir elegante y refinada”.
A la pregunta del rabino, la segunda joven contestó: “La esposa de un rabino debe cuidar la economía del hogar, aquí está de vuelta el dinero, lo guardé todo y no gasté nada”.
Finalmente llegó el turno de la tercera, quien le contó al rabino que invirtió todo el dinero y logró duplicarlo.
Así, después de las pruebas, la casamentera curiosa le preguntó, “Rabino, por cuál de las tres bellezas se decidió?”, a lo que el rabino contestó: “¡Por la de los senos más abundantes!”.

* Decidimos utilizar la “m” porque así se pronuncia en hebreo.
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