Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947

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Ante esta «amenaza», los patrones como el señorito Román acudirán presurosos a su brazo armado, las policías de los pueblos y localidades, quienes prestarán su cuerpo y sus armas a la protección del patrón de fundo. Acto seguido, acudirán los señores a La Moneda, como el patrón Julián Aguirre, exigiendo decretos prohibitivos, garantías, resguardos y seguridades, todo lo cual el gobierno de turno les concede como remedio a sus pesadillas. Finalmente, el patrón tenderá a reeditar el acto del conquistador colonial: mandará des-alojar al campesino-nativo-americano de la tierra, negando su derecho-de-habitar originario, negando la identidad y dignidad de la familia campesina y de los trabajadores de fundos y haciendas.
La conciencia de clase patronal siente miedo, se siente amenazada por la otra conciencia oprimida despertando, levantándose en medio de la noche… y entabla una fuerte «lucha de (su) clase» a nivel ampliado en pos de la defensa de su interés: a nivel político y gremial, a nivel de los aparatos culturales y legislativo-reglamentarios, mientras actúa, con severa frialdad, negando radicalmente la proto-clase-campesina que labora y habita en sus predios, expulsándola y amenazando su vida y la de los suyos. Los patrones también vivieron, entonces, un momento importante de configuración de su conciencia patronal conquistadora, densificándose en cuerpos refortalecidos, contundentes, aglutinados a nivel nacional, entablando –a nuestro juicio– una abierta lucha de clases/terrateniente que se expresa en aquel acto de negación de su otro-trabajador campesino: negación de su «reconocimiento» (Hegel) como otra conciencia y como un-otro al que le asiste el derecho legal de constituirse como cuerpo-conciencia libre.
En suma, quisiéramos plantear que en la tierra chilena en tiempos del FPCh, se despliega una desigual «lucha de clases terrateniente / lucha por el reconocimiento campesino»: el propietario agrícola se manifiesta como una clase patronal propiamente tal, desencadenando una lucha de su clase contra el otro-cuerpo-conciencia-campesina que pugna, a su vez, por el reconocimiento de su vida y su libertad. Lucha desigual en la que el campesinado, al intentar ejercer su derecho social y legal, debe arriesgar su propia vida y la de los suyos: la clase patronal, al rechazar este ejercicio de derecho y de poder campesino, realiza una negación total y radical del mismo, especialmente en su figura inquilinal, despojándolo de su casa o de su habitar, echándolo a los caminos de la patria con sus mujeres, sus guaguas y sus niños como castigo.
La trama central a exponer intenta permitirnos asistir («historiográficamente») al momento crucial del nacimiento de una relación social consciente en el campo chileno, en la que, como nos enseña Hegel, una conciencia-dependiente-campesina se presenta de cuerpo visible y manifiesto frente a su otro: una conciencia-independiente-patrón con la que entabla una «lucha por el reconocimiento» de su propia condición de conciencia-cuerpo libre y autónomo. El movimiento hacia este reconocimiento comienza cuando «un individuo surge frente a otro individuo», rompiendo la pura certeza de sí, reconociendo al otro y autorreconociéndose a sí mismo en esta otredad. Relación de sí en el otro que es «al comienzo, desiguales y opuestos y su reflexión en la unidad no se ha logrado aún (...): una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí, otra la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro: la primera es el señor, la segunda el siervo». Este reconocimiento de su condición de opresión desde su relación con el otro que le oprime, constituye un desafío que, arriesgando su vida y la de los suyos, gatilla el movimiento de la lucha por su liberación8. Arriesgando su vida, sí… pues esta construcción de su conciencia-campesina como-cuerpos-sindicato le costará, casi, la vida: el des-alojo de la «tierra» o la expulsión de la tierra donde Somos.
Es este despertar de conciencia el que ha hecho que los fundos y haciendas chilenas se transformaran en campos de poder, donde se manifestó el ejercicio de fuerzas no solo provenientes desde el «amo» o el grupo propietario-dominante, sino también desde los «esclavos» o los grupos dominados-desposeídos9. En última instancia, este campo de poder se manifestó críticamente a través del ejercicio radical y primario del poder-de-habitar10: en el acto del desalojo patronal, arriesgando su propia vida el trabajador.
El patrón ha sucumbido a su miedo a la transformación del valiente «Roto Chileno» –hecho estatua gloriosa como héroe nacional en el centro de la ciudad capital– en «roto alzado», quien, a su juicio, amenazaba con destruir el orden social agrario. Es a este «roto alzado» el que el patrón desaloja, lanzándole, con guaguas y petacas, a los caminos públicos, arrancándolo de la tierra de sus raíces, infligiéndole nuevamente la herida de la toma de posesión por la fuerza. La negación radical del otro/roto-alzado toma la forma de su des-posesión de la tierrAmérica.
Según el filósofo M. Heidegger, alojar, entendido como «habitar», define el «ser» en tanto «ser-estar» sobre la tierra y bajo el cielo11. Este habitar-ser tiene la doble dimensión: a) del cultivar como criar y cuidar, y b) del construir construcciones, en torno a las cuales se delimita el espacio de nuestro cuadrante vital. Este habitar es, antes que un lugar de trabajo, el lugar de alojamiento, donde nos enraizamos sobre el suelo de nuestras raíces y bajo las estrellas de nuestra noche, en el espacio espaciado por nuestros cultivos y construcciones. Des-alojar o des-habitar es negar al otro el propio ser como habitante sobre la tierra y bajo el cielo. En esto consiste el absolutismo del poder patronal hacendal: no tanto en la propiedad de la tierra en sí, sino que, a nombre de la propiedad de la tierra, en el dominio sobre el ser-del-campesino como mortal que habita la tierra bajo el cielo. Sobre este acto radical, consistente en el poder de negar el ser-habitar del otro, construye la clase patronal hacendal el fundamento de su poder histórico.
Esta política des-alojante en el plano agrario, si bien es una práctica que remite a un comportamiento conquistador-colonial, se vincula, al mismo tiempo, a la «necesidad» del capitalismo agrario en esa hora histórica de hacer ajustes para la maximización de su beneficio, lo que se expresará en un fenómeno de des-inquilinización que buscó liberar la tierra de regalía y/o de mediería para los fines económicos del capitalismo agrario, fundándose en una proletarización ampliada de la mano de obra. El capitalismo agrario de ese etapa exigía, en reemplazo del inquilino –que ocupaba tierra para su subsistencia familiar y para trabajo en mediería–, fuerza de trabajo proletaria, asalariada, sustentada con la ración de galleta y poroto, sin regalía de tierra. El inquilinaje había actuado históricamente como un «capital de reserva», el que ahora busca ser re-apropiado, generando una nueva acumulación de capital para el propietario, proceso de des-inquilinización económica que se realizó como despojo violento y des-alojante, es decir, como un castigo político: como un golpe de fuerza conquistador-neocolonial lanzado sobre los cuerpos campesinos como castigo por «insubordinación», aprovechando de reforzar, de este modo, el autoritarismo de clase-neoconquistadora-patronal como fin último.
En la negación a su otro-conciencia campesina, la clase patronal se niega simultáneamente a sí misma como autoconciencia libre, evolucionada, abierta al saber de sí misma reconocida por otro-libre, quedándose anquilosada en su miedo y su autoritarismo de conquistador: dependiente del otro-trabajador, debiendo parapetarse tras nuevas fortalezas y castillos, mostrándose empequeñecida tras sus fosas y puentes levadizos, sentada en los tronos parlamentarios de su reconquista, encerrada ante la faz de la historia… La negativa de la clase patronal a «reconocer» al campesinado como conciencia libre en la plenitud de su derecho impidió que esta lucha diera paso a una relación de personas o autoconciencias libres, bloqueando el positivo fluir de la historia de todos.
Aún más, a nivel de la sociedad-país, la clase terrateniente-conquistadora apuntó a des-alojar de la ciudadanía a aquellos intelectuales orgánicos que calificó como «agitadores», degradando la democracia y la nación. Respuesta re-conquistadora des-alojante –tomando a la nación como fundo propio– que tendió a afianzar y a consolidar el poder de la «clase-terrateniente-chilena», que asumió un rostro autoritario y antidemocrático.
Pero la acción de negación de la clase terrateniente no logra eliminar el «reconocimiento» que hace un segmento ampliado de la sociedad histórica chilena de la clase campesina como un cuerpo-oprimido. Este «reconocimiento social» generará una lucha política e ideológica ampliada en el seno de la clase política y en la sociedad chilena del momento, la que, a través de la denuncia de la opresión del campesinado y de la defensa del mismo, hace surgir fuertes voces que prestan su habla y su cuerpo al campesinado impedido de conformar el suyo propio. Esta acción de «reconocimiento social» del derecho de los trabajadores agrícolas como clase campesina oprimida, si bien no logró que esta consolidara la formación de su cuerpo/clase (sindicatos), le permitió sacar a la luz su demanda a través de cartas, documentos, prensa y, especialmente, por medio de sus textos-Pliegos de Peticiones que, sin duda, constituyeron claras y contundentes manifestaciones del despertar de su conciencia libre y de un movimiento campesino en ciernes, y contribuyeron decididamente a presionar y a mejorar las precarias condiciones de vida y trabajo en los campos.
La historia nos muestra que las acciones en pro del reforzamiento del autoritarismo conquistador-colonial-terrateniente de la década de 1940, serán bastante efectivas para resguardar el ejercicio del poder patronal a nivel del campo y la ciudad en la coyuntura. Sin embargo, dicho reforzamiento autoritario no logrará suprimir, a pesar de la represión, la energía de resistencia social que se ha liberado, emanando de una conciencia ya más libre de los trabajadores-campesinos y de la sociedad en general, alimentando el movimiento histórico de las contradicciones y de los cambios por venir. Porque efectivamente «la conciencia humana (…) pasa a ser una variable importante que influye en el proceso de cambio»12.
Así, si bien esta «lucha por el reconocimiento» no alcanzará a realizar la emancipación real del trabajador-campesino chileno, sufriendo la represión y el desalojo del otro/señor ante la seudoimpavidez del Ejecutivo, esta lucha representa un momento histórico de despertar de su conciencia libre y, simultáneamente, de maduración de la conciencia crítica de la sociedad chilena en su conjunto, haciendo suya la certidumbre de que la opresión social del campesinado afectaba el todo de la estructura social chilena, conciencia de la opresión socialmente liberada que fue arando la tierra para los movimientos transformadores por venir.
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¿Cuál fue la orientación y la política de los gobiernos de la época respecto de la cuestión campesina?
Para contestar esta pregunta nos ha interesado estudiar la trayectoria de un proceso de veinte años (1927-1947) reconociendo varios momentos históricos dados principalmente por los distintos proyectos políticos y gobiernos de la época: el del general Ibáñez, del derechista Alessandri y de los tres presidentes radicales (Pedro Aguirre, Juan A. Ríos y Gabriel González), visualizando cómo, desde distinta óptica, se genera una relativa unidad de política hacia el campesinado, articulada principalmente en torno a una postura antisindicalización campesina que pusiera atajo al movimiento orgánico que entonces se levantaba con ímpetu en los campos chilenos. A nivel de todos estos gobiernos existía, sin embargo, un consenso en torno a la necesidad de modernizar contractualmente las relaciones sociales de producción en el agro, así como de mejorar las condiciones de salario y vida de los trabajadores-campesinos.
Simultáneamente a la «lucha de clases des-igual» que se desencadena en el territorio agrario chileno, esta obra escenifica al Estado chileno de la época como un sujeto activo, tomando iniciativas políticas de reforma en pos de prevenir, paliar, provocar e incluso solucionar algunas de las más graves tensiones que se desataban en el agro, pre y postcrisis de 1930. Carlos Ibáñez constituye, sin duda, la figura clave de una voluntad de poder como Estado-de-Reforma que será decisiva en el ámbito agrario, trazando un camino por el que los gobiernos y la sociedad de su tiempo necesariamente hubieron de transitar. El Código del Trabajo, la Ley de Colonización Agrícola, la Ley de Propiedad Austral y la Ley de División de Comunidades Indígenas constituyeron las cuatro patas de una mesa donde la voluntad-de poder-Ibáñez dibujó y diseñó un determinado camino legislativo en materia agraria que impactó sobre las relaciones sociales del trabajo patronal-campesinas, como también intervino en la distribución de la tierra fiscal y en la reestructuración de la tierra mapuche en el sur de Chile.
Los gobiernos que siguieron heredaron este diseño ya trazado, intentando, especialmente Pedro Aguirre y sus gabinetes ministeriales, dar un giro social y societario a algunas de estas leyes que, sin tocar las relaciones sociales de producción y de poder dadas al interior de fundos y haciendas, actuasen por fuera de ellas y fuesen en beneficio de campesinos desalojados y cesantes, de pequeños campesinos atrapados en el circuito patronal de las deudas y de comunidades mapuche empobrecidas; giro a menudo interceptado por la derecha parlamentaria, siempre alerta para obstaculizar cualquier reforma que amenazara vulnerar sus intereses de clase.
Debiéramos plantear, al respecto, que el período que abarca nuestro estudio se sitúa sobre un trecho histórico donde se puede apreciar una amplia intervención del Estado sobre el sistema agrario chileno, concebido como un campo estratégico tanto para la sobrevivencia alimentaria de la nación chilena como para el resguardo de un ampliamente cuestionado orden social que requiere de la intervención disciplinaria del Estado.
Respecto de la discutida cuestión campesina de la época, los tres «gobiernos de concertación radical/izquierda» (Frente Popular chileno, Frente Nacional Democrático y Frente Democrático) que asumen el ejecutivo en el momento del «despertar campesino» (1938-1941-1946), dejan funcionar algunos mecanismos reivindicativos y vuelven operativos los modernos aparatos estatales conciliatorios de conflictos en el agro: dieron, en los hechos, luz verde a los Pliegos de Peticiones campesinos, reconociendo su legalidad al activar, a lo largo de todo el país, los aparatos estatales del trabajo para mediar en dichos «conflictos» y demandas. Sin embargo, dichos gobiernos de presidentes radicales, siguiendo los lineamientos del previo gobierno derechista Alessandri, simultánea y contradictoriamente apoyaron irrestrictamente la negación patronal a la formación de sindicatos campesinos de acuerdo al mandato del Código del Trabajo, alineándose con la «lucha-de-clases/política» que entonces protagoniza la clase terrateniente, profundizando la des-igualdad de la lucha de estas autoconciencias (patrones-trabajadores agrícolas). Se establece, así, una alianza estratégica entre patrones y gobiernos radicales, con el fin de reconquistar el orden social dicotómico y vertical en los campos, alianza estratégica que impuso la voluntad política de clase-conquistadora-patronal por sobre la Ley, como una impune modalidad de gobierno de clase. De este modo, el Estado republicano de la hora, que había realizado recientemente (fines del siglo XIX) la reconquista de la tierra sur-mapuche, volverá a reconocer la tierra para la clase-colonial-conquistadora en el rostro de los terratenientes chilenos, los que no son sino el mismo y propio Estado-conquistador.
No obstante, estos gobiernos saben que la estructura agraria constituía uno de los nudos más críticos del atraso en el desarrollo y la modernización social, cultural y política del país. Ante esto, dichos gobiernos tienden a actuar siguiendo algunas rutas alternativas, actuando por fuera del régimen de propiedad de la tierra y de las relaciones sociales laborales en el campo, dejando intocado el régimen de autoridad patronal, ante cuyo poder neo-conquistador-colonial-terrateniente terminan por sacrificar, incluso, la débil democracia política chilena. Los gobiernos radicales sucumbieron ante la debilidad y enfermedad de sus cuerpos y de la historia herida, inmolando finalmente González la democracia en el altar de la conquista y «chuteando» las reformas para alimento nutricio del ideario de los movimientos reformistas y revolucionarios del próximo futuro.
En suma, deseamos plantear que el fuerte proceso de politización que se desencadena en el seno del campo chileno en el período en estudio, desató un fenómeno de despertar-de-conciencia (intenso y frágil al mismo tiempo), e incluso de rebeldía (oculta y/o manifiesta) entre el campesinado de fundos y haciendas, que se tradujo en un proceso de toma de conciencia respecto de la dominación conquistadora/colonial patronal hacendal; fenómeno de despertar que la clase terrateniente chilena percibe como una rebelión y ruptura del «pacto de subordinación por Conquista». Ante esta evidencia, la clase terrateniente reaccionó severa y «efectivamente»: a través del uso y abuso de su poder de dominación neo-conquistador-colonial, con el apoyo de los aparatos policiales y judiciales del Estado republicano y, aprovechando la opción del gobierno de los radicales por el «orden social», la clase terrateniente atacó frontalmente la organización sindical campesina y, por ende, su posibilidad de autonomización (ideológica, mental, política), generatriz de sujeto, de clase y autoconciencia libre, negando al mismo tiempo su posibilidad de avanzar hacia su propia autoconciencia patronal, reconocida no por su conquista-opresora, sino por su sujeto-democrático, renovando y reforzando el ancestral autoritarismo conquistador/colonial terrateniente en el campo, volviendo a instalar dicho autoritarismo-conquistador en los fundamentos mismos de la sociedad chilena, en pleno siglo XX.
Lo que está en juego tanto al interior del régimen de haciendas y del territorio campesino y mapuche como, en general, a nivel del sistema político, social y económico chileno en su conjunto, es un doble e interrelacionado fenómeno de presión por la transformación de las relaciones laborales contractuales, junto a un intento de modernización y profundización del capitalismo en la agricultura chilena del momento. Lo paradojal fue que, para realizar esto último, los gobiernos y los patrones hubieron de negar lo primero, es decir, para generar una mayor acumulación capitalista, reforzaron las relaciones autoritarias y el poder patronal ancestral en la hacienda chilena y sus relaciones aledañas. No obstante, en el curso del movimiento de los trabajadores y campesinos y su amplio fenómeno de peticiones, demandas y presión por organizarse, ocurre de hecho, a nuestro juicio, un aflojamiento de las «relaciones paternalistas de autoridad» hacia su progresiva transformación en «relaciones contractuales de autoridad» en el agro chileno13, fenómeno que tendía a favorecer una mayor autonomía de conciencia entre el campesinado de distintos rostros, lo que dará sus frutos en los años sesenta y setenta del siglo XX. Pensamos que la sindicalización campesina y la Reforma Agraria de esos años 60-70 no se hizo sobre conciencias ingenuas, sino sobre cuerpos-conciencias que ya habían tenido –de modo manifiesto u oculto– la experiencia crítica de las relaciones de dominación/subordinación que se vivía en el campo chileno.
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El tema del campesinado en el seno de la hacienda chilena ha sido un problema histórico sobre el cual se han construido algunos de los «mitos de Chile»: uno de ellos muestra a los trabajadores-campesinos chilenos durmiendo una suerte de «siesta colonial» hasta el advenimiento de la reforma agraria en 1960. El principal exponente de este planteamiento ha sido el historiador agrario norteamericano Arnold Bauer, cuyas conclusiones fueron aceptadas por la mayoría y los más influyentes historiadores y sociólogos del país14. Dicho planteamiento queda bien resumido en los siguientes términos: «Existe un consenso entre los especialistas del tema que, hasta mediados de la década del 60, la estructura de la propiedad, la organización del trabajo y el sistema de relaciones sociales y culturales institucionalizadas en el sector rural, se mantuvieron casi inalterables y marginados de los cambios producidos en los demás sectores de la economía nacional»15. Sin embargo, este planteamiento fue rechazado ya en los años 1970 por otro investigador agrario norteamericano, Brian Loveman, cuyos estudios sobre el movimiento campesino chileno son ampliamente conocidos en Chile16.
Un segundo mito planteado por la historiografía politológica y social reconoce que durante el advenimiento del Frente Popular se habría producido en Chile una amplia agitación pro-sindicalización campesina, la que se habría tenido que «sacrificar» por parte del Frente Popular en aras de inducir y promover un proyecto industrializador consensuado por las distintas fuerzas políticas de izquierda, de centro y de derecha. Mito del «pactismo político» referido a la cuestión campesina, fundado en el «proyecto desarrollista industrializador» como supuesto interés superior de la nación17. Aún más, dicho pacto industrializador habría necesitado de «un orden social y económico agrario tradicional», tendiendo a mantenerlo18; planteamiento que, según nuestras investigaciones, carece de fundamento histórico.
Este texto valora muy especialmente los aportes y el legado del investigador Brian Loveman al develar y destacar en los años de 1970 el rol del movimiento político y social campesino en tiempos del Frente Popular chileno, y lamentamos que sus pioneros planteamientos no hayan sido ampliamente considerados al momento de historizar el problema campesino en el siglo XX. En este estudio queremos rendir un homenaje a los aportes de Loveman, los que constituyen un sólido fundamento del mismo.
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No toda la lucha agraria de la época estudiada se desarrollaba al interior de los fundos y de las relaciones sociales de producción trabajadores agrícolas-patrones. Aledaña a esta lucha que despierta, desde principios de siglo xx y con mayor agudeza en la post-crisis de 1930, se ha desencadenado, en el afuera de las haciendas y, específicamente en la Araucanía y sur/austral, una fuerte presión de los latifundistas sobre sus vecinos campesinos pequeños propietarios, colonos chilenos, campesinos ocupantes de tierras fiscales y mapuche: presión reconquistadora, de expoliación económica y de expulsión violenta que alcanzó niveles dramáticos, corriendo el dolor y la sangre de estos campesinos y mapuche por la tierra de Chile. Si el poder del latifundista se ejerce primero sobre los trabajadores de la hacienda, también ejerce su poder «sobre los propietarios minifundistas y otros campesinos independientes que les arriendan tierras, así como también sobre todos los demás campesinos que si bien no mantiene ninguna relación de trabajo o contractual con ellos, son impotentes para oponerse a su voluntad»19. Sin embargo, este es otro significativo escenario donde se desarrolló, en el período en estudio, una desigual lucha de clases / lucha por el reconocimiento en el campo chileno, en la que la conciencia patronal, en pos de su dominación y conquista, niega el derecho del pequeño campesino, del campesinado-ocupante y del mapuche libre a la tierra, levantándose en resistencia estos cuerpos-conciencia campesina-mapuche, arriesgando su propia vida, pero apoyados y defendidos, en esa hora histórica, por los intelectuales orgánicos que sacan a luz su opresión.