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GINKGO BILOBA

© del texto: Vanessa Ordovás
© de las ilustraciones: Marcos Mulas Heckmann
©corrección del texto: Editorial BABIDI-BÚ
© de esta edición:
Editorial BABIDI–BÚ, 2020
Fernández de Ribera 32, 2ºD
41005 – Sevilla
Tfno: 912.665.684
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www.babidibulibros.com
Impreso en España
Primera edición: Mayo, 2020
ISBN:978-84-18297-20-5
Depósito Legal: SE 676-2020
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra».

Quienes hayan leído mi último libro El futuro en nuestros sueños, conocerán detalladamente mi teoría sobre lo que representan los sueños: una fantástica amalgama de fragmentos del pasado, del presente y, cómo no, del futuro.
Aunque bien cierto es que hay personas con una mayor predisposición y sensibilidad para captar los mensajes de sucesos venideros, ya sea a corto o largo plazo, todos tenemos cierto grado de adivinos. A través del cerebro y del alma recibimos ondas que nos muestran visualmente hechos que se van a producir. Sin embargo, el mayor problema reside en distinguir y descifrar lo que es premonición, y por ello puede que muchas personas tengan visiones del futuro y ni siquiera sospechen que sean tales.
A continuación, les narraré un hecho verídico. La fuente de la que obtuve esta información es una parapsicóloga, la señora Aparicio Méndez, que tuvo el privilegio de vivir una de las experiencias más sorprendentes del mundo onírico.
Clairvoyant, Marcel. «Monographie du mois».
L’espace d’au-delà [París] n.º 42 (enero de 2003), p. 18.
I
Martes, 5/11/2002
Hoy, a la hora de plástica, la señorita Inma nos ha dejado elegir a nosotros el tema del dibujo. Me he alegrado mucho, porque muchas veces nos dice lo que tenemos que dibujar y no siempre me gusta. La última vez nos llevó delante del monumento de un escritor para que lo dibujáramos y no me lo pasé nada bien, era aburridísimo. Y encima solo nos dejó una hora (la hora de plástica) para acabarlo y no me dio tiempo. Me quedó fatal.
Primero no sabía qué hacer, pero al final se me ha ocurrido que podría dibujar el dragón de mi cuento favorito. Yo no he dicho a nadie de dónde era el dragón, porque no quiero que se rían si se enteran de que es de un cuento para niños pequeños. A mí me da igual que sea para niños pequeños, siempre me ha gustado, pero no quiero que se burlen. A Noelia, que ahora se sienta conmigo, le ha encantado. ¡Qué bien! Siempre es muy simpática, le dibujaré uno para que se lo cuelgue en su habitación si quiere.
Dentro de un rato se irá mamá. Ella piensa que estoy haciendo los deberes y me ha dejado solo en el cuarto para que me concentre, pero no tengo ganas de hacerlos, prefiero escribir el diario. Ella no sabe que tengo un diario, no quiero que se entere de mis secretos. A veces escribo cosas que, si las leyera, seguro que se enfadaría. ¡Y ya solo me faltaba eso!
Me ha dicho que hoy vendrá la vecina de arriba a cuidarme. Tiene dieciséis años y ya había venido dos o tres veces antes. No me cae muy bien, solo hace de canguro por dinero, creo que no le gustan los niños. Además, yo ya no soy tan pequeño, ya tengo once años. Pero ella se cree muy mayor y lo único que hace es ver la tele. No sé por qué la llamará mi madre, si lo que menos hace es cuidar de mí. Prefiero ir a casa de mi primo, pero hoy no hay nadie en su casa. ¡Qué pena!
Mi primo Sami es mi mejor amigo. Él ya tiene quince años, pero siempre ha estado conmigo como si fuera un hermano. Siempre le explico mis cosas (bueno, algunas solo las escribo en el diario, porque me da vergüenza), y me escucha y me aconseja. Suerte que lo tengo a él, porque mi madre a veces se agobia con mis ideas y me siento un poco solo. A él no le importa que le hable de mi padre. Lo echo mucho de menos, no puedo evitarlo. Me gustaría saber dónde estará ahora. Si se lo pregunto a mi madre, se pone histérica, dice que no va a volver jamás, que ya me tendría que haber hecho a la idea. No sé por qué le molesta tanto. Quizás se piensa que a ella no la quiero y a mi padre sí.
Por cierto, antes de ayer soñé con papá. Justamente hacía dos años que se fue. Me sonreía como siempre. Cuando sueño con él me siento seguro, más seguro que en mi vida real. En algunos sueños aparece una sombra que me sigue y sé que me protege. Yo no veo quién es, pero estoy convencido de que también es él.
Que viene mi…
Jueves, 7/11/2002
¡Uf! El otro día casi me pilla mi madre. ¡Qué susto! Tuve que esconder el diario corriendo. Ella siempre me dice que le cuente todo, que no es bueno tener secretos, y menos con una madre, porque ella es la única que te puede ayudar. Pero no creo que sea verdad. Al menos, no en su caso. Para empezar, no le puedo decir nada sobre papá. Ella explica a sus amigas que ya lo ha superado, pero no es así. Una noche oí cómo lloraba en su cuarto. Poco antes le había hablado de él, de aquella vez que queríamos llegar a un caserío y nos perdimos por el camino, y de lo bien que nos lo pasamos a pesar de todo. Si le saco el tema de papá, me dice que deje de obsesionarme, que ahora soy el hombre de la casa y que tengo que ser fuerte. Dice que tenemos que seguir con nuestra vida. Pero no sé si ella continúa con la suya. A veces creo que ni tiene vida. Y que si sigue adelante es por mí. Quizás yo soy una carga. Y estaría mejor si yo no existiera, a veces tengo la sensación de que soy una obligación. Es igual, prefiero dejar el tema, porque me estoy deprimiendo.
¡El domingo iré a casa de Sami! ¡Qué bien, tengo unas ganas terribles de verlo! Y podré ver su ordenador nuevo. Hacía un año que intentaba convencer a mis tíos para que le compraran uno y por fin lo ha conseguido. Les puso la excusa de los estudios, de que le iría mejor un ordenador que la máquina de escribir para hacer sus trabajos de clase. Eso solo lo sé yo, no se lo puedo decir a nadie. En realidad, quiere el ordenador sobre todo para jugar y para navegar por Internet. También ha convencido a sus padres para que le dejen tener Internet. Dice que en el cole tienen una sala de ordenadores y que desde allí se ha conectado muchas veces. Se ve que puedes encontrar de todo y hablar con gente (aún no entiendo cómo, pero ya me lo explicará el domingo).
A ver si esta noche le dibujo un dragón a Noelia. Así tendrá un recuerdo mío. Creo que me gusta. Antes no la conocía mucho, pero ahora que me ha tocado sentarme con ella, veo que tiene un encanto especial. Es muy amable y a veces hacemos los ejercicios juntos en clase. Así es más fácil y divertido, porque, la verdad, no me gustan demasiado los deberes. A lo mejor podría estudiar con ella para los exámenes, pero me da un poco de vergüenza pedírselo. No sé, ya veré qué hago.
Ya seguiré escribiendo otro rato. ¡Hasta luego, diario!
Álvaro.
Domingo, 10/11/2002
Son casi las once de la noche. Estoy escribiendo debajo de la colcha con una linterna, pues si mi madre ve encendida la luz de mi habitación me reñirá, porque mañana tengo que levantarme pronto para ir al cole. Es como si estuviera en una tienda de campaña, es superchulo.
¡Hoy he visto el ordenador de Sami! ¡Qué guay que es! Esta mañana hemos llegado a las doce a su casa y, nada más entrar por la puerta, me ha agarrado de la mano y me ha llevado corriendo a su cuarto, ni siquiera he podido saludar a los tíos. Me ha estado enseñando tantas cosas que ya no me acuerdo de la mitad. Hasta hemos comido los dos en el cuarto. La tía Cándida no quería al principio, pero Sami insiste tanto que acaba por cansarla. ¡Es como Bart y Lisa Simpson, que convencen a Homer por lo pesados que son!
Hemos jugado a unos juegos que le habían dado unos amigos suyos, dice que se los han grabado y así los tiene gratis, porque nuevos de la tienda salen muy caros, y por eso seguro que no pasarían mis tíos. También nos hemos conectado un rato a Internet. Dice que los domingos podría estar todo el día si quisiera, pero que sus padres no le dejan, porque si no, tendría ocupada la línea del teléfono. ¡En Internet hay de todo! Hemos ido a un sitio donde puedes coger programas gratis, otro donde puedes escuchar música (aunque no se oía muy bien y se interrumpían continuamente las canciones), y me ha enseñado eso que decía de hablar con la gente: es el chat. Nos hemos conectado a uno de un grupo que se llamaba «Amigos y colegas» y nos hemos puesto un mote, Samaro, que es una mezcla de Samuel y Álvaro, así no te puede reconocer nadie. Hemos estado escribiendo un montón de chorradas y a veces nos decían cada cosa que no veas. Yo creo que casi todo debe de ser mentira, como lo que decíamos nosotros. Sami escribía que era un estudiante universitario de economía y que era de Valverde del Pedroso (je, se ha inventado el nombre). Cuando lo ha leído una que se llamaba Carlota_19, le ha preguntado que por dónde estaba, y le ha dicho que era un pueblecito de Ávila. ¿Se lo habrá creído? Y Sami-Samaro le ha preguntado que si le podía enviar una foto. Y yo le he dicho que para eso le tendría que enviar su dirección real y que entonces vería que le había mentido. Y él me ha dicho: «¡Que no, hombre, que no! Que me lo envía al mail.» Ahí ya sí que me he perdido. Al cabo de unos minutos le ha sonado el ordenador y ha aparecido un sobre en la parte de abajo de la pantalla. Y me ha dicho: «¿Ves? Esto es un mail». ¡Entonces ha abierto otro programa y allí había un mensaje de Carlota donde había una foto suya! ¡Qué pasada! Le he preguntado a mi primo si sería la foto real de la chica y me ha dicho que seguramente sí, que las chicas, a esas edades, suelen chatear para ver si encuentran algún novio y que, además, las chicas mienten con menos frecuencia que los chicos.
Ah, por cierto: Sami me ha hecho un mail para mí en Internet, dice que así podré enviar y recibir mensajes, que lo podré consultar cada vez que vaya a su casa. No sé si lo utilizaré mucho, porque no conozco a nadie que tenga Internet (aparte de mi primo), pero me hace ilusión. La dirección es: a.castillo@correoguay.com.
Bueno, me voy a acostar, que ya me está cogiendo el sueño. Buenas noches.
Álvaro.
II
Estaba sentada en el sofá, frente a la tele, mirando uno de esos programas de marujeos, porque ya no sabía qué canal poner. Oyó de pronto cómo una llave se introducía en la cerradura de la puerta, daba un cuarto de vuelta y «clac». Era, como siempre a la misma hora, Antonio, que regresaba de su jornada laboral. Ahora le diría: «Hola, cariño».
—Hola, cariño.
—Hola. ¿Cómo te ha ido hoy? —era su pregunta habitual.
—Pues qué te voy a contar. Como siempre. Nos hemos tirado dos horas esta mañana mirando las musarañas y luego han venido todos los clientes de golpe. Parece que se pongan de acuerdo, ¡qué agobio! Y encima, ¿sabes aquel lampista tan pesado, el que tiene la mujer pescadera? Pues nos ha venido reclamando unas piezas especiales que nos encargó la semana pasada y que aún no han llegado. ¡Y nos ha formado un escándalo! A ver, ¿qué podemos hacer nosotros si el proveedor no nos suministra a tiempo?
Amanda observaba a su marido sin escucharlo, cada vez más convencida de que se había equivocado de hombre. Cada noche, cuando llegaba al hogar, la abrumaba con cientos de historias de la ferretería. ¿Qué le explicaba a ella de no se qué lampista que tiene una pescadera por mujer? ¿A quién le interesaban esos rollos?
Él continuaba con su misa interminable mientras dejaba la chaqueta en el respaldo de la silla, se dirigía al cuarto, se desnudaba, se ponía el pijama, la bata y las pantuflas, orinaba, se lavaba las manos y volvía al comedor. Ella había dejado de seguirlo a donde iba mientras hablaba. Al principio se molestaba en ir detrás para escuchar con atención lo que tenía que contarle. Desde que se dio cuenta de que en realidad tantas palabras en retahíla no le ofrecían contenido alguno, solo se limitaba a contestarle «hmm, hmm» desde el sofá.
Después de la cena se acostaron. Antonio tomó su venerado periódico de deportes para leer un rato antes de dormir. Amanda ya no tenía ganas de leer por la noche. Se desconcentraba con el volteo de las grandes páginas y le molestaba el aire que de ellas le llegaba a la cara. Así que se daba la vuelta y cerraba los ojos para no ver su realidad. Su único deseo era dormirse. Dormir y soñar. Soñar con otro mundo, soñar incluso cosas escalofriantes, al menos tendrían más vida que la suya. Y, a ser posible, soñar con él.
El día siguiente era el de Todos los Santos, así que ella se lo podría tomar libre. Su marido, en cambio, no, pues el jefe le había pedido que hiciera horas extra para actualizar el inventario junto con otros de sus compañeros. Amanda sentía un gran alivio en su interior. «No me esperes para comer», le había dicho antes de marcharse. Y ahora estaba ella tumbada aún en la cama, remoloneando, disfrutando por primera vez desde hacía tiempo de un sol espléndido que enviaba sus cálidos rayos a su alcoba.
Cuando se dio por satisfecha, se levantó y decidió, para variar un poco, desayunar fuera, en alguna de aquellas encantadoras terracitas de la plaza del Girasol. Anduvo tranquilamente por el paseo, mirando hacia todas partes, redescubriendo su ciudad, hasta llegar a la plaza. ¡Era tan hermosa! La gente iba y venía aprovechando aquel día de fiesta mejor que si fuera un domingo. Se sentó en una mesa redonda de mármol blanco bajo una sombrilla a rayas blancas y amarillas.
—Un té al limón con leche y dos madalenas, por favor.
Mientras tomaba su desayuno, observaba a los paseantes con una leve sonrisa en los labios.
Saúl, como de costumbre, se despertó ya avanzada la mañana. Prefería trabajar de noche, el silencio y el misterio de su oscuridad lo relajaban y estimulaban en él las más extraordinarias ideas. A fin de cuentas, por ello le pagaban: por su originalidad.
Había decidido con antelación que se tomaría el día libre, como todos los demás. Por ser autónomo, solía anteponer el trabajo, y muchos fines de semana, alguna Navidad y cada Semana Santa se quedaba en casa con sus proyectos. Pero ese día se impuso fiesta a sí mismo. Así que, en lugar de encender el ordenador como primera tarea matinal, se vistió con aquellas prendas aún nuevas, a pesar de que hacía años que las había comprado, y salió a la calle. Se sorprendió al ver aquel ambiente tan luminoso, como cuando en primavera llueve por la noche y al día siguiente amanece despejado. Presentía que le esperaba una jornada diferente.
No tenía del todo claro cuál sería el destino de su paseo, pero no le importaba. Se dejaría llevar por su espíritu. Doblaba las esquinas a la izquierda, a la derecha, eligiendo las calles más recorridas por el sol. El frenesí ordinario y ciego de la ciudad se había detenido, imperaba una excepcional armonía que quizás nunca se repetiría. Se oía el trinar de los pájaros. Había llegado al núcleo antiguo, con sus callejuelas nacidas en otros siglos. ¡Cuánto tiempo sin pasar por ellas! Respiraba profundamente el frescor de sus paredes vetustas. Unos balconcillos estaban repletos de flores, en otros habían tendido la colada. Allá, una anciana charlaba desde la ventana con la vecina de enfrente, que acababa de salir por la puerta de su vivienda. Y un poco más lejos, al final de la calle, se vislumbraba la plaza más querida y, por ello, más desgastada del barrio: la del Girasol.
Aceleró su caminar para llegar allí con mayor rapidez. Toda suerte de recuerdos de la infancia aparecían en su cerebro, recuperaba sensaciones que casi había olvidado. Era el lugar adonde su abuelo lo llevaba a practicar con el triciclo, en donde quedaba con sus amigos de la niñez y la juventud. Se dirigió a la terraza preferida de sus padres para evocar tiempos que no regresarían. Se sentó en una mesa redonda de mármol blanco bajo una sombrilla a rayas blancas y amarillas.
—Una clara y una flauta de chorizo.
Con su mirada verde y tranquila iba admirando toda la plaza y contemplando a los transeúntes. «¡Umm, qué bueno, este chorizo! Seguro que es ibérico», pensaba en su deleite. Y continuaba examinando a todo aquel que se cruzaba en su campo visual con el fin de hallar inspiración para los personajes del nuevo juego.
La empresa que le encargaba los proyectos había puesto en marcha el desarrollo de un videojuego cuya trama debía transcurrir en un reino al estilo medieval en la era de los viajes interestelares. Como de costumbre, confiaban en su magnífica imaginación. Obviamente, no trabajaba solo en la programación, sino que colaboraba con un equipo formado por otros desarrolladores como él, y todos ellos eran supervisados por un jefe de equipo de la empresa, aunque generalmente daban carta verde para casi todo a Saúl, el más experimentado de su grupo. Tan solo unos días atrás había soñado con una muchacha que le podría servir de protagonista.
—¿Eres tú? —susurró.
Un par de mesas más allá se encontraba sentada una joven de cabellos largos y lisos, de un negro brillante, como salido del universo. Su perfil suave y su expresión apacible le resultaban enormemente familiares.
—No puede ser... ¿Eres tú?
Sin pensárselo, tomó el vaso y el bocadillo, y se aproximó a la chica.
—Perdona... Hola, no deseo molestarte, pero te acabo de ver desde esa mesa y creo que te conozco.
—¡Cuidado! —Saúl había estado a punto de verter la clara en la mesa.
—¡Uy, gracias! ¡Qué despiste! ¿Te importa si comparto la mesa contigo?
La muchacha se sonrojó un tanto ante su solicitud y no sabía muy bien qué responder. Pero le parecía agradable.
—Bueno, si quieres... —le contestó vacilante.
—¡Gracias, eres muy amable! Perdón, no me he presentado aún. Soy Saúl. —Le tendió la mano.
—Yo me llamo Amanda —le dijo correspondiendo a su saludo—. Pero no conozco a nadie que se llame Saúl. ¿De qué me conoces tú?
—Bueno, la verdad es que es algo difícil de explicar y quizás pienses que te estoy tomando el pelo.
—Hombre, no sé, inténtalo al menos.
El programador tomó asiento para abordar la cuestión con mayor serenidad.
—He soñado contigo, de eso te conozco. Al principio no estaba muy seguro, pero ahora ya no me cabe la menor duda. Y no solo una vez, sino varias. Apareces precisamente en unos sueños que se me repiten.
—¿Cómo? Pero ¿qué dices? ¿Y en la realidad me habías visto antes? Porque encuentro que todo esto es muy raro.
—No, no, para nada. Si te hubiera visto antes de soñar contigo, me acordaría, te lo aseguro.
Amanda lo observaba con un treinta por ciento de incredulidad y un setenta por ciento de asombro.
—A ver, piensa. ¿Tú me recuerdas de algo? Podría ser que tú también me vieras. Al menos, en los sueños, siempre me miras.
Amanda se ruborizó de nuevo.
—Pues no sé... Todo esto me resulta un poco extraño.
—Por favor, intenta recordar.
Saúl observaba expectante a Amanda con los ojos muy abiertos, como si tuviera miedo de perderse algo al cerrarlos. Ella se sentía un poco tensa por la actitud del joven. Y también por su varonil atractivo. Como no se atrevía a mirarlo directamente a los ojos, ascendió su horizonte al pelo. Sus cabellos ondulantes emitían distintos destellos bajo los rayos del sol, estaban medio despeinados, con una gracia infantil y rebelde a la vez. De pronto, la rojez de las mejillas de Amanda se tornó en palidez.
—No puede ser... —murmuró la muchacha—. No puede ser... —Le dio un vuelco el corazón.
—¿Qué? ¡Dime! ¿Recuerdas algo? —se impacientaba Saúl.
—No... no me lo puedo creer...
—¿El qué? ¡Dime algo, te lo ruego!
—Quizás... quizás sí que eres tú. ¡Ay, Dios mío! —exclamó Amanda al constatar que aquel era literalmente el hombre de sus sueños.
—¡Lo sabía! ¡Sí, lo sabía! —se regocijaba Saúl. Y continuó—: Mira, hay un sueño, por ejemplo, en el que estamos en unas cascadas y tenemos que subir por ellas, pero como es muy difícil, nos dejamos deslizar. Y como no llevan mucha agua, puedes ir bajando tranquilamente, sentado, sin hacerte daño. Tú vas primero detrás de mí, intentando subir por las piedras. Y luego bajamos los dos juntos y nos vamos adelantando el uno al otro.
—Y también hay otro sueño en que nos encontramos varios en una plaza donde nos cogemos todos de la mano formando un círculo y empezamos a dar vueltas y luego aparecemos en un carrusel. Y al final nos echa el encargado.
—Sí, sí, claro que sí. ¡Ah, esto es genial! ¿Sabes qué significa esto?
—Que quizás...
—¡Que quizás las otras personas que aparecen en nuestros sueños existan también en la realidad! ¡Menudo hallazgo! —dijo Saúl.
—De todos modos... ¿no crees que habría que asegurarse de que esto es así? Puede que nuestro caso sea pura casualidad.
—Claro, no te falta razón. Podríamos investigarlo juntos. Además, es curioso eso de que se repitan estos sueños. Y algún significado tendrán, ¿no te parece?
—Sí, es verdad. Pero ¿cómo hacemos para investigarlo? —dijo ella.
—No sé, ya pensaremos en algo.
—Ay, Saúl, que se me está haciendo tarde. Tengo que ir a casa de mis tíos, me esperan para comer.
Tan solo se trataba de una excusa fácil. Amanda se sentía abrumada por tanta emoción y estaba convencida de que, si no se iba, explotaría.
—Bueno, no te preocupes. Pero nos tenemos que mantener en contacto, puede ser algo muy importante y no hay que dejarlo correr. Mira, aquí tienes mi tarjeta.
—Vaya, gracias. Pero yo no tengo ninguna. ¿Tienes boli? —La voz de Amanda temblaba levemente.
—Sí, claro. Apúntame tus datos en el dorso de esta otra tarjeta.
Y así intercambiaron su información de contacto, tras lo cual se despidieron y se alejó Amanda sin atreverse a volver la cabeza. Saúl se quedó en la mesa para terminarse el bocadillo, mientras la mente le bullía con cientos de pensamientos sobre los sueños.
III
—Hola, Amós. ¿Cómo andamos?
—Buenas tardes, doctora. Como siempre.
—Uy, uy, por el tono de voz diría yo que estás peor de lo habitual. Así que no me puedes decir que estás como siempre. Bueno, vamos a ver. Siéntate y relájate. Respira hondo diez veces.
—Pero si no sirve de nada, doctora. ¿Por qué me obliga a hacerlo siempre?
—No empecemos, Amós. Hazme caso y respira. Para algo acudes a mí, ¿no?
—Está bien...
Amós inspiró y espiró profundamente diez veces.
—Veamos... —La doctora se colocaba bien las gafas mientras sacaba el historial de la carpeta—. Si te parece, hoy grabaremos la sesión, ¿de acuerdo?
—Pero es que con las grabaciones me siento muy cohibido, ya lo sabe. ¿Por qué no graba sin decirme nada?
—Amós, ya sabes que no lo podemos hacer. Son las normas profesionales, es mi deber avisarte.
—Para qué le comentaré nada...
—Tranquilízate, estás hoy especialmente susceptible —le regañó. Pulsó la tecla de grabación—: Lunes, dieciocho de noviembre de dos mil dos. Sesión grabada número veintiséis con Amós Garcés. Bien, empecemos. ¿Cómo te ha ido la semana?
—Pse, como de costumbre.
—Vamos, Amós, trata de ser más explícito.
—Pues ya sabe: trabajando de noche, porque no me quieren cambiar el turno, durmiendo por las mañanas en lugar de aprovecharlas, comiendo solo en el restaurante que hay dos calles más arriba y viniendo aquí cada lunes por la tarde para contarle a usted mis penas. Si es que no hay novedad. Siempre es lo mismo y cada vez me siento más deprimido.