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¿Cuál es el mensaje puritano que podría servir para sanar las bajas producidas por la ingenuidad evangélica moderna? Cualquiera que esté familiarizado con los escritos de los puritanos podrá darse cuenta de que ahí podemos encontrar mucha ayuda para resolver este problema. Ya que, en primer lugar, los autores puritanos nos hablan acerca del misterio de Dios: que nuestro dios es demasiado pequeño, pero que el Dios verdadero no puede ser encerrado en una caja conceptual hecha por el hombre para ser entendido por completo; y que él fue, es y siempre será absolutamente inescrutable en Su trato con aquellos que confían en Él y lo aman, de modo que las «pérdidas y cruces», es decir, el desconcierto y la decepción en relación con las esperanzas particulares que uno ha albergado, deben ser aceptadas como un elemento recurrente de la vida de comunión con Él. En segundo lugar, ellos nos hablan acerca del amor de Dios: que éste es un amor que redime, convierte, santifica, y en última instancia glorifica a los pecadores, y que el Calvario fue el único lugar de la historia humana en el que este amor fue revelado plenamente y sin ambigüedad, y que en lo que respecta a nuestra situación propia, podemos saber con toda certeza que nada nos puede separar de ese amor (Romanos 8:38), aunque también es cierto que ninguna situación de este mundo estará completamente libre de espinos y cardos. En tercer lugar, desarrollando el tema del amor divino, los puritanos nos hablan acerca de la salvación de Dios: que el Cristo, Quien quitó nuestros pecados y nos trajo el perdón de Dios, nos está llevando a través de este mundo hacia una gloria, para la cual aún estamos siendo preparados, ya que en esta vida se nos inculca un deseo por esa gloria y se nos capacita para disfrutar de ella, y por otra parte, la santidad en esta tierra, que se manifiesta en forma de un servicio consagrado y una obediencia amorosa en las buenas y en las malas, es el camino a la felicidad en el más allá. Después de esto, en cuarto lugar ellos nos hablan del conflicto espiritual: es decir, las muchas formas en las que el mundo, la carne y el diablo buscan humillarnos; en quinto lugar, nos hablan de la protección de Dios: a través de la cual Él anula y santifica el conflicto, permitiendo que a menudo el mal toque nuestras vidas para protegernos de males mayores; y, en sexto lugar, nos hablan de la gloria de Dios: la cual es nuestro privilegio buscar, por medio de celebrar Su gracia, demostrando Su poder en medio de la confusión y la presión, resignándonos totalmente a Su buena voluntad, y haciéndole nuestro gozo y deleite en todo momento.
Al ministrarnos estas preciosas verdades bíblicas, los puritanos nos brindan los recursos que necesitamos para «sufrir las flechas y las hondas de la insultante fortuna», y también nos dan los recursos para ofrecerle a aquellos que han abandonado el evangelicalismo una visión más clara de lo que les ha sucedido, la cual puede sacarlos de su autocompasión y su resentimiento, restaurando por completo su salud espiritual. Los sermones puritanos demuestran que ese problema no es nuevo en ningún sentido; el siglo diecisiete tuvo su propia cuota de bajas espirituales, santos que habían pensado de manera simplista y que tenían expectativas poco realistas, los cuales estaban decepcionados, descontentos, abatidos y desesperados, y el ministerio de los puritanos hacia nosotros en este punto es simplemente el punto de partida para continuar con lo que ellos constantemente enfatizaban, es decir, la importancia de levantar y alentar a los espíritus heridos entre su propia gente.
Creo que, hasta este punto, la respuesta a la pregunta: ¿por qué necesitamos a los puritanos?, es bastante clara, y concluyo mi argumento en este punto. Yo, siendo una persona que está en deuda con los puritanos más que con cualquier otro teólogo que he leído, y estando consciente de que todavía los necesito, he estado tratando de persuadirte de que quizás tú también los necesitas. Y confieso que, si logro convencerte de esto, eso me llenará de alegría, principalmente porque eso obrará para tu propio bien, y para el bien de la gloria del Señor. Pero eso es algo que debo dejar en las manos de Dios. Mientras tanto, sigamos explorando la herencia puritana juntos. Pues en esta herencia todavía hay más oro por extraer del que hasta ahora he mencionado.
Capítulo tres
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EL PURITANISMO COMO UN
MOVIMIENTO DE AVIVAMIENTO

El puritanismo lo defino como ese movimiento en la Inglaterra de los siglos XVI y XVII que buscó más reformas y renovaciones en la Iglesia de Inglaterra de las permitidas por el asentamiento isabelino. La palabra «puritano» como tal era un término impreciso pero definitivamente era despectivo, y entre los años 1564 y 1642 (estas fechas exactas son dadas por Thomas Fuller y Richard Baxter6) se abusó de él, siendo aplicado por lo menos a cinco grupos superpuestos de personas: primero, al clero que se mostró reticente ante algunas ceremonias y frases del Libro de oración; segundo, a los defensores del programa de reforma presbiteriana dirigido por Thomas Cartwright y por la Admonición al Parlamento de 1572; tercero, al clero y los laicos, no necesariamente inconformistas, que practicaban una piedad calvinista seria; cuarto, a los «calvinistas rígidos»7 que aprobaron el Sínodo de Dort, y fueron llamados puritanos doctrinales por otros anglicanos que no lo aprobaron; quinto, a los miembros y jurados del parlamento, y a otras personas de la nobleza que mostraron respeto público por las cosas de Dios, las leyes de Inglaterra y los derechos de las personas.8 El profesor y la señora George han argumentado que la palabra «puritano» es la «x» de un ecuación cultural y social: «no tiene ningún significado más allá del que le da el manipulador particular de un álgebra de abuso».9 Sin embargo, había una realidad específica, aunque compleja y polifacética, a la que realmente pertenecían todos estos usos del «nombre odioso». Éste fue un movimiento dirigido por el clero que durante más de un siglo se mantuvo unido, y que tenía un sentido de identidad demasiado profundo para destruir las diferencias de juicio sobre cuestiones del gobierno y la política, principalmente debido a tres cosas: La primera era un conjunto de convicciones compartidas, de carácter bíblico y calvinista, que tenían que ver, por una parte, con la fe y la práctica cristiana y, por otra parte, con la vida congregacional y el oficio pastoral. La segunda era un sentido compartido del llamado a trabajar para la gloria de Dios en la Iglesia de Inglaterra, por medio de eliminar el papismo de su adoración, la prelatura de su gobierno, y la irreligión pagana de su membresía, y así hacer realidad el patrón del Nuevo Testamento de lo que es verdadero y auténtico en lo que respecta a la vida de la iglesia.10 La tercera era una literatura compartida, catequética, evangelística y devocional, con un estilo homilético único, y con un énfasis experiencial inconfundible. De los aproximadamente cien autores de este movimiento, William Perkins, quien murió en 1602, fue el más formativo y Richard Baxter, cuya carrera como escritor devocional comenzó en 1650, con su obra: El reposo eterno de los santos, fue el más distinguido. Ese es el puritanismo que vamos a discutir.
Por otra parte, defino al avivamiento como la obra de Dios por medio de Su Espíritu, a través del cual Su Palabra lleva a los muertos espirituales hacia una fe viva en Cristo y renueva la vida interna de los cristianos, quienes inicialmente habían llevado vidas perezosas y pasivas. En el avivamiento, Dios hace nuevas las cosas viejas, dando un nuevo poder a la ley y al evangelio y una nueva conciencia espiritual a aquellos cuyos corazones y conciencias que habían sido ciegos, duros y fríos. El avivamiento anima o reanima a las iglesias o a los grupos cristianos, para que tengan un impacto espiritual y moral en sus comunidades. Es algo que consiste en una reactivación inicial, seguida de un estado de reanimación constante durante el tiempo que dure la influencia del Espíritu. Tomando los primeros capítulos de Hechos como un paradigma, y relacionándolos con el resto del Nuevo Testamento (que evidentemente es un producto de las condiciones de un avivamiento) podemos enumerar las siguientes características como signos de avivamiento: un asombroso sentido de la presencia de Dios y la verdad del Evangelio; una profunda conciencia del pecado, que conduce a un arrepentimiento profundo y lleva a las personas a abrazar sinceramente al Cristo glorificado, amoroso y perdonador; un testimonio desinhibido del poder y la gloria de Cristo, con una poderosa libertad de expresión que demuestra una poderosa libertad de espíritu; alegría en el Señor, amor por Su pueblo y miedo a pecar; y del lado de Dios, una intensificación y aceleración de la obra de la gracia para que los hombres sean abatidos por la Palabra y transformados por el Espíritu en poco tiempo, lo que hace apropiado tanto pastoral como teológicamente bautizar a los conversos adultos inmediatamente después de haber profesado la fe. Sin embargo, también es cierto que puede haber un avivamiento personal sin que exista ningún movimiento de la comunidad, y que no puede haber un movimiento de la comunidad a menos que los individuos sean avivados. No obstante, si nos apegamos al libro de los Hechos como nuestro paradigma, será necesario definir el avivamiento como un fenómeno esencialmente corporativo, en el que Dios soberanamente muestra Su mano, visita a Su pueblo, extiende Su reino y glorifica Su nombre.
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En este punto debo señalar que, aunque estas directrices se extraen directamente de la Biblia, también son directrices puritanas en un sentido real, simplemente porque la mayoría, si no es que todas, se pueden encontrar en la teología del avivamiento esbozada por el gran Jonathan Edwards, de quien Perry Miller dijo: «El puritanismo es lo que Edwards era».11 He sostenido en otra parte que la comprensión del avivamiento que leemos en los escritos que Edwards publicó después de cumplir los treinta años, es la contribución individual más importante que Edwards tiene que hacer a la teología evangélica de hoy, y esa sigue siendo la perspectiva clásica con respecto a este tema;12 pero eso es algo que por ahora va más allá de nuestro objetivo.
Durante más de dos siglos, desde que apareció por primera vez la obra de Daniel Neal, titulada: History of the puritans [La historia de los puritanos] (cuatro volúmenes, 1732–38), se ha acostumbrado a entender el movimiento puritano en términos de la lucha de poder que hubo entre la iglesia y el estado; y esto, por supuesto, es parte de la verdad, aunque en cierto sentido deja en el aire la cuestión de los motivos puritanos. Sin embargo, el Dr. Irvonwy Morgan nos proporciona una pista de vital importancia en la siguiente cita:
Lo esencial para entender a los puritanos es comprender que ellos eran predicadores antes que cualquier otra cosa (…) En medio de todos sus esfuerzos por reformar al mundo a través de la Iglesia, y a pesar de que esos esfuerzos se vieran frustrados por los líderes de la Iglesia, la única cosa que los mantuvo unidos, que fortaleció sus esfuerzos, y que les dio motivos para persistir, fue la conciencia de que ellos estaban llamados a predicar el evangelio.13
Y yo me aventuro a sugerir que para poder tener una comprensión verdaderamente adecuada del puritanismo debemos esperar el día en el que su historia sea contada como una historia de avivamiento, una historia en la que el conflicto de la iglesia (que hasta ahora se ha tomado como la clave para la interpretación del puritanismo) tiene que ser reconocido como algo que siempre estuvo subordinado a un objetivo puritano más amplio —y por así decirlo, a un logro parcial— de ver una nación espiritualmente renovada. Pero me parece que todavía no ha llegado el día en el que esta historia pueda ser contada correctamente. Puesto que, por una parte, ya se ha comenzado con un análisis de la predicación, la enseñanza, la piedad, el trabajo pastoral y la experiencia espiritual de los puritanos,14 pero ese análisis todavía tiene mucho camino por recorrer, y por otra parte, la evaluación teológica de este material todavía está en pañales.15 Sin tomar en cuenta que, todavía no se ha logrado recopilar todo el material y las fuentes puritanas. Mi objetivo limitado en este libro simplemente es hacer creíble la afirmación de que el puritanismo era, en esencia, un movimiento de avivamiento espiritual (como el que ocurrió entre los frailes, y entre los Lolardos, y en la Reforma misma, la cual los puritanos declaradamente buscaban completar). Ya que, establecer este punto confirmaría la necesidad de estudiar el puritanismo en los términos indicados anteriormente, y tal vez, esta obra pueda convertirse en un incentivo para hacerlo. De manera que, a favor de mi argumento, expondré los siguientes tres hechos:
El primer hecho es que el avivamiento espiritual era central para lo que los puritanos profesaban estar buscando. Pero es sorprendente que este hecho ha sido resaltado muy poco, y en ocasiones ha sido ignorado por completo. ¿Por qué ha ocurrido eso? Puedo sugerir al menos tres razones: Primero, los puritanos no buscaron el avivamiento en forma aislada de su búsqueda de un orden eclesiástico más bíblico, y los historiadores profesionales y los evangélicos pietistas tienden a suponer (no sé por qué) que éstas son búsquedas distintas e incluso contrastantes, en las que los hombres no participan al mismo tiempo. En segundo lugar, la búsqueda del avivamiento puritano fue escarnecida por otras personas de la misma época, y no la consideraron como algo serio (eso es evidente, si tomamos en cuenta la historia de la palabra «puritano»), y en lo que respecta a las personas de otras épocas, podemos decir que los estudiantes modernos han sido traicionados por esa influencia, y por esa razón, tampoco han tomado en serio esa búsqueda. Y en tercer lugar, los puritanos no usaron la palabra «avivamiento» como el término técnico para lo que buscaban, sino que expresaron sus objetivos completamente en términos de «reforma». Cuando, por ejemplo, en 1656, Richard Baxter publicó su obra clásica acerca del ministerio, El pastor reformado, lo que quiso transmitir a través de la palabra «reformado» no era la idea de un pastor con doctrina calvinista (aunque sí lo daba por sentado, al menos en un sentido más amplio); en realidad, la idea que quiso transmitir era la de un pastor renovado en vigor, celo y propósito, en otras palabras, un pastor avivado, como el libro en sí mismo lo aclara. Y cuando escribió en otra parte, «Si Dios tan solo reformara el ministerio, y provocara que los ministros hicieran sus deberes con celo y fidelidad, la gente ciertamente sería reformada»,16 lo que quiso decir con «reformada» fue una vez más lo que nosotros expresaríamos al decir «avivada». Pero los historiadores y los evangélicos (una vez más, no sé por qué) conciben regularmente las palabras «reforma» y «reformación» en la iglesia, solo como una cuestión externa, es decir, la doctrina profesada públicamente y el orden establecido públicamente, sin ninguna relación con la renovación interna del corazón y de la vida; por lo tanto, olvidan las dimensiones espirituales del objetivo de la «reforma», que los reformadores y los puritanos siempre tuvieron en el corazón.
Sin embargo, si nos preguntamos por qué durante todo el reinado de Isabel, los puritanos predicaron, escribieron y solicitaron intervenciones oficiales para producir un ministerio piadoso y competente;17 por qué los puritanos introdujeron y respaldaron los «prophesyings» (reuniones para la exposición bíblica), que fueron suprimidos por la reina Isabel;18 por qué a través de conferencias e incumbencias, los puritanos trataron de establecer su propia red de predicadores eruditos y piadosos en toda Inglaterra; por qué alentaron constantemente a los ricos a financiar los gastos universitarios de los jóvenes prometedores, con la intención de que estuvieran preparados para el ministerio; por qué los puritanos feudales compraron derechos de patrocinio y las dotes (prebendas) después de 1625, hasta que William Laud se los impidió por ley;19 por qué fueron establecidos el Comité Parlamentario para Ministros Saqueados de 1642, y los Comités de Ejecutores Cromwellianos de 1654 (para desplazar al clero incompetente) y la Comisión de los Triers (para examinar los aspirantes a los titulares). En resumen, si nos preguntamos por qué la preocupación por un ministerio de calidad evangélica siempre estuvo en la cima de la lista de prioridades puritanas, como lo fue realmente), la respuesta es muy obvia. Y la podemos encontrar en las siguientes palabras de Baxter: «Todas las iglesias se levantan o caen a medida que el ministerio aumenta o disminuye (no en riquezas o grandeza mundana) sino en conocimiento, celo y habilidad para su trabajo».20 Los puritanos querían, más que nada, ver a la iglesia en Inglaterra «resucitar» espiritualmente, y vieron que esto no podría ocurrir sin un ministerio renovado.
Por lo tanto, las cosas no ocurrieron como a menudo lo insinúa William Haller21, quien da a entender que, después de 1570 el clero puritano comenzó a recurrir a la predicación y al trabajo pastoral como un medio para alcanzar su objetivo de construir una comunidad laica lo suficientemente fuerte como para asegurar los cambios en el orden de la iglesia, lo cual en ese tiempo era inalcanzable por acción directa; la verdad es más bien que, sin ir muy lejos, como el sermón de Edward Dering22 (al estilo de John Knox antes de Isabel en 1570 y antes de la Admonición de 1572) lo deja en claro, desde el punto de vista puritano, todo lo que ellos hacían con respecto al orden de la iglesia no era un fin, sino era un medio para alcanzar un fin mayor, es decir, la gloria de Dios a través de la salvación de los pecadores y la edificación de congregaciones avivadas en las que se reuniría el pueblo de Dios, y por esa razón hacían tanto énfasis en erradicar todas las cosas supersticiosas y erróneas que contristaban al Espíritu. Y cuando hablaban de la salvación de los pecadores, los puritanos no sólo se referían a su conversión, sino también al crecimiento de su salud espiritual, su fortaleza, y su obediencia consagrada, a través de la comunión mutua; en pocas palabras, su crecimiento en santidad (porque los puritanos usaron esa gran palabra en un sentido tan amplio como para incluir en ella cada aspecto y dimensión de la vida piadosa). Porque ellos sabían que la santidad de las personas de Inglaterra nunca sería una realidad sin un ministerio que fuera «poderoso», «doloroso» (laborioso) y «útil» (tres grandes características puritanas de un buen ministro). Por esa razón, durante más de un siglo, los ministros puritanos se dedicaron a la predicación y al cuidado pastoral. La causa por la que ellos luchaban no era principalmente la reestructuración de la iglesia, sino su avivamiento.
Esto nos lleva al segundo hecho, a saber, que el avivamiento personal era el tema central de la literatura devocional puritana.Aproximadamente a lo largo de cuatro quintas partes de su A Christian Directory [Directorio cristiano] (una obra de 1 143 páginas tamaño folio), la cual tiene el siguiente subtítulo en inglés: Un compendio de teología práctica y casos de conciencia. Para dirigir a los cristianos enseñándoles a utilizar su conocimiento y su fe; a mejorar las ayudas y los medios para desempeñar todas sus obligaciones; y a vencer las tentaciones y mortificar cada pecado, Baxter examina diferentes «Casos de conciencia eclesiásticos», y el caso número 174, es el siguiente: «¿Cuáles son los libros, especialmente de teología, que debería escoger una persona que, ya sea por falta de dinero o de tiempo, no puede leer mucho?» Como respuesta, Baxter enlista lo que él llama «La biblioteca más pobre o más pequeña que uno puede tolerar»: Una Biblia, una concordancia, un comentario, los catecismos, algo acerca de las doctrinas del evangelio, y «todas las obras prácticas y fervorosas que puedas conseguir de escritores ingleses». Y en ese sentido, nombra por lo menos 60 obras, todas de autores puritanos, con la excepción de tres, y después repite: «Todas las que puedas conseguir».23Y esta literatura, a la que Baxter mismo contribuyó mucho (con obras tales como su Directory[Directorio], El reposo eterno de los santos, A Call to the Unconverted [Un llamado a los inconversos], Life of Faith [La vida de fe], Dying Thoughts [Pensamientos para antes de morir], y muchas más), es la literatura en la que ahora vamos a enfocarnos.
¿Qué es lo que contenían estos libros? En su mayoría eran sermones, en los cuales se exponían las Escrituras, a través del método puritano de «doctrina, razón, y uso» (es decir, proposición, confirmación, y aplicación). Pero estos sermones eran vinculados unos con otros con la intención de formar tratados, ya que los puritanos se tomaron mucha libertad en el desarrollo de las diversas líneas de pensamiento, teológicas y aplicativas que podían estar sugeridas en el pasaje que estaban exponiendo, de manera que podían «quedarse parados» juntos frente a un texto durante semanas, tratando de extraer esas verdades. Los escritores eran llamados «fervorosos» y «prácticos» porque, tanto por escrito como desde el púlpito, usaban palabras calculadas no solo para instruir, sino para hacer que los hombres sintieran la fuerza de la verdad y para mostrarles la manera en la que debían responder ante esa verdad. El contenido de estos tratados homiléticos puede describirse generalmente, en palabras de John Downame, como: «esa parte de la Teología (…) que consiste más en experiencia y práctica que en teoría y aplicación, y que principalmente tiende hacia la santificación del corazón, más que a la instrucción del juicio y el aumento del conocimiento; y que busca que todos sean despertados a la práctica de lo que ya saben con respecto a los deberes de una vida santa, y que, a su vez pretende estimular una obediencia nueva que produzca frutos de fe».24 Las categorías específicas de libros puritanos pueden incluir:
1. Libros evangelísticos, los cuales abordan el pecado y la redención, el arrepentimiento y la fe, la conversión y la regeneración. En 1656, Thomas Goodwin y Philip Nye escribieron lo siguiente en su prefacio a la obra de Thomas Hooker, The Application of Redemption [La aplicación de la redención]: «Una de las glorias de la religión protestante es el hecho de que revivió la doctrina de la conversión salvadora, y de la nueva criatura producida por ella; pero de una manera más eminente, Dios ha otorgado el honor de esto a los pastores y predicadores de esta nación, quienes son reconocidos en el extranjero por su búsqueda y sus descubrimientos más precisos». De hecho, la teología puritana ha sido reconocida como una teología de la regeneración, debido a su orientación generalizada acerca de este tema. Hay muchos libros que tratan el tema directamente. Y sólo para nombrar unos cuantos de muchos: The Doctrine of Faith [La doctrina de la fe] de John Rogers (1627), Treatise on Faith[Tratado acerca de la fe] de Ezekiel Culverwell (1623), Treatise of the Nature and Practice of Repentance [Tratado acerca de la naturaleza y la práctica del arrepentimiento] de Perkins (1593), Bruised Reed [La caña cascada] de Richard Sibbes (1630), The New Birth [El nuevo nacimiento] de William Whateley (1618), y Method of Grace[El método de la gracia] de John Flavel (1681), todas estas obras desembocan en exhortaciones e invitaciones a buscar al Señor mientras pueda ser hallado. Además, los escritores puritanos inventaron el «despertar persuasivo»25, algo a lo que deberíamos llamar el «tratado evangelístico» (si es que la palabra «tratado» se puede usar para describir libros de cuarenta mil palabras). La obra de Baxter, A Call to the Unconverted to Turn and Live . . . from the Living God [Un llamado a los inconversos para que se vuelvan y vivan (…) por el Dios vivo] (1658), la cual vendió 20 000 copias en un año y fue traducida al francés, al holandés, y al algonquino (lengua de los pueblos amerindios), fue una obra pionera en esta área, seguida por Una guía segura al cielo de Joseph Alleine (1672), quien tomó prestado de Baxter y de la cual, según Calamy, se vendieron 70 000 copias dentro de esa misma generación.26 Además, como respuesta a una situación en la que abundaban los cristianos nominales y los «hipócritas del evangelio», los puritanos escribieron muchas obras diseñadas para romper su apariencia de religiosidad y alertarlos sobre su necesidad de la gracia renovadora. En esta clase de libros podemos catalogar obras como Mystery of Selfe–Deceiving [El misterio del autoengaño] de Daniel Dyke (1614), Parable of the Ten Virgins [La parábola de las diez vírgenes] de Thomas Shepard y The Almost Christian: or the False–Professor Tried and Cast [El casi cristiano: O el falso profeso probado y expuesto] de Matthew Meade (1662).